Para L. Gracias por seguir ahí, princesita.
No pude evitar esbozar una sonrisa cuando descubrí aquel papel bajo el último cajón de mi mesilla. Creía que lo había perdido, ni me acordaba por qué lo escondí ahí. Es lo que tienen las mudanzas, a veces encuentras cosas y pierdes otras sin saber cómo, igual que ocurre con las personas a lo largo de tu vida aunque probablemente lo hice así para que mi mujer no lo encontrase.
Fina como el papel celofán, la servilleta todavía conservaba el horroroso ribete verde y rojo junto al nombre del hotel del cual procedía y allí, justo en el centro, en un tono rosa ya casi imperceptible, dormía la silueta de unos labios juveniles. Mentalmente busqué otro lugar para guardar ese tesoro, un sitio a la altura de su significado. El propio caos de los montones de libros pendientes de embalar me dio la respuesta. La doblé con sumo cuidado, temí rasgarla, y la introduje dentro de mi obra favorita.
- “Entre zorros, baobabs y rosas estarás bien, princesita” - murmuré.
Después seguí con la tarea. Mi actual esposa es la impaciencia personificada y soy lo suficientemente viejo como para saber que hay batallas maritales que no conviene iniciar ya que siempre es el más débil el que pierde, o sea yo. Aun así, entre cajas de cartón, cinta de embalar y bolsas de basura, mi mente no dejaba de pensar en el origen de aquel beso que siempre quedaría impreso en la servilleta, en mi recuerdo, en mi corazón… y en otras partes menos pudorosas de mi cuerpo.
*****
- ¿Nadie?
- Nadie.
- Ni sus padres, algún tío, algún abuelo… ¿nadie?
- No. Nadie de su entorno puede acompañarla a Valencia para hacer las pruebas de selección. Tendrá que renunciar. Es menor, no puede viajar sola hasta allí.
- Pero… ¿cómo es eso? Joder, que es el Ros Casares, no el equipo del barrio. La chica no es ni será muy alta pero es buena, la mejor base que he visto nunca. Tira bien, defiende mejor y es lista como el hambre. Tiene buenos fundamentos, y un manejo de balón increíble…
- A mí no tienes que convencerme, llevo entrenándola desde siempre. Sus padres se dedican a la medicina, ambos tienen guardia ese fin de semana. Tiene un hermano mayor pero no lo suficiente como para acompañarla y otro más pequeño que siempre se está metiendo en líos.
- Entiendo. ¿Y no puedes acompañarla tú, Elisa?
- Lo haría de mil amores. Me muero por un fin de semana con todo pagado lejos de mis fieras y mi marido, sin embargo no es posible: ese sábado es la comunión de mi hija mayor y no puedo faltar.
- ¿ Y por qué no vas tú, Pedro? Ya estuviste con varios chicos el año pasado, durante el clinic del Pamesa.
Hasta entonces había estado escuchando la conversación en la distancia, al fin y al cabo aquello no iba conmigo. Los jugadores que me habían tocado en suerte aquel año eran unos zoquetes y unos vagos redomados. Altos como pinos, tontos como pepinos. Ni juntando a todos hubiese sido capaz de sacar uno entero medianamente decente. Ni se me había pasado por la cabeza tan siquiera proponer el asunto de acudir a las pruebas de selección por un club ACB, algo de dignidad me queda.
- ¿Qué sucede? - pregunté al reconocer mi nombre.
- Que por qué no acompañas tú a Lais. Conoces el sitio, la ciudad y el mundillo. Además te irá bien un cambio de aires. Estás todo el día gruñendo y gritando a los chavales. Al final vas a tener una úlcera.
- ¿Yo? Ni hablar. No soy el niñero de nadie.
- Seguro que si fuera uno de tus chavales perdías el culo por hacerle el favor pero como es una chica pues no te apetece - repuso Elisa, siempre tocando los cojones -.
- Venga, hombre - dijo el presidente del club con ese tono paternalista que tanto me enerva -. Hazlo por mí, tómalo como un favor personal.
- Olvídalo. No la conoce, ni siquiera creo que la haya visto jugar nunca. Lais es puro nervio, necesita alguien que la contenga, no un perro guardián que ladre todo el tiempo malhumorado. Sería como intentar apagar el fuego con gasolina.
Siguiendo el consejo del descerebrado de mi terapeuta repasé la lista de los veinte primeros números primos antes de responder lo que pensaba. Toleraba sin problemas las críticas hacia mi aspecto huraño, mi pelo largo mal peinado, mi descuidada barba o mi forma de vestir, siempre de negro, pero lo que no llevaba bien era los ataques gratuitos e infundados sobre mi competencia. Allá por la primavera de dos mil once, como director técnico de las categorías base del club, conocía al dedillo a todos y cada uno de los jugadores, independientemente de su sexo o edad.
- Lais. Dorsal ocho. Trece años. Base. Zurda. Buena en estático pero se maneja mejor en transiciones rápidas. Excelente manejo de balón aunque todavía le cuesta un poco iniciar el driblin con la derecha. Se sabe el libro de jugadas mejor que tú, querida Elisa. Lo mejor, aunque ella no sea consciente, la defensa. Pasa por delante de los bloqueos, es lista como el hambre y capaz de sacar de sus casillas a la base rival. Lo peor: es egoísta y protestona, algo nefasto para una jugadora de su posición. No es que asista mal sino que no confía en sus compañeras y en cuanto fallan una vez, se juega tiros forzados; eso la penaliza. Va de estrellita y eso no es bueno. Es muy buena aunque si no controla su mal carácter, no pasará la primera tría. Seis horas de ir, dos para la prueba, una para los lloros, otras seis para volver. Quince horas de viaje para nada. El palizón de coche no vale la pena. Fin del informe, presi.
- ¿Y su apellido? - Preguntó mi colega femenina con bastante mala leche.
- Ni lo sé ni me importa. No es relevante, bastante hago con recordar su nombres de pila, normalmente sólo memorizo dorsales.
- Gilipollas.
- Irás.
- Tengo cosas más importantes que hacer, presi.
- ¿En serio? ¿Cómo qué? ¿Beber cerveza sin alcohol y ver fútbol de ese que se juega con la mano? - inquirió la cabrona de Elisa -. ¿En mayo?
- Tengo partidos pendientes de la temporada pasada.
No fue la excusa más elaborada del mundo, lo reconozco, y eso me mató delante de mi superior además de único amigo.
- Irás - insistió el muy cabrón -. Los de Ros Casares han tirado la casa por la ventana, corren con todos los gastos. Se trata más que nada de una especie de campus de fin de semana. Nos han pedido que enviemos a nuestra mejor jugadora “sub catorce” y eso haremos.
- Ya, pero…
- Es una inversión de futuro Pedro: si Lais no va este año, dudo mucho que vuelvan a invitarnos más. Saldréis el viernes y volveréis el domingo, nada de ir y volver en el día. La chica tiene que estar descansada y tú relajado, que todos aquí sabemos que no te entusiasma eso de coger el coche para un viaje tan largo.
- Pero…
- Pero nada. Vas tú y punto.
- Y sus padres…, ¿qué van a decir?
- No dirán nada- intervino la siempre impertinente Elisa -. Ni siquiera han visto uno de sus partidos. El poco tiempo que les deja su trabajo lo invierten en el hermano pequeño, que es un demonio. Estarán encantados de deshacerse de ella unos días, te lo digo yo.
- Me lo pones fatal. Seguro que es una niña tonta que se cree el ombligo del mundo.
- Tranquilo hombre, que no va a comerte. Es una chica diferente, ya lo verás - rió con Elisa con su eterna superioridad -. Desde luego no te vas a aburrir.
Impotente y derrotado, escuché la planificación completa del viaje como tras un cristal, sin voz ni voto alguno. Intenté apuntar un par de cosas, fue malgastar saliva. A mis treinta y muchos años me sentí tratado como un adolescente.
El día de la partida, un viernes por la tarde de finales de mayo, fui a recogerla a su casa. Tuve que esperarla un buen rato y, cuando apareció, lo hizo sola. Nadie fue a despedirla ni a desearle suerte, cosa que me pareció, dentro de mi natural indiferencia por el resto de las personas del planeta, un detalle feo. Recordé lo mucho que nos había costado conseguir la autorización por escrito, estaba claro que no consideraban aquella oportunidad como algo relevante en la vida de Lais. Hay padres que no son conscientes de las enormes virtudes de sus hijos y sólo ven en ellos sus defectos e inseguridades.
La primera impresión que tuve de ella no fue mala. Algunas chicas de su equipo ya tenían el pavo subido y se preocupaban más de coquetear con los tíos de la mesa de anotación que de bajar el culo y proteger el balón durante los partidos. No era el caso. Lais llevaba puesto el horripilante chándal verde del club, una o dos tallas más grande de lo apropiado, a saber por qué, y el pelo muy oscuro recogido en una funcional coleta pese a que su longitud no era excesiva. Las gafitas de pasta le conferían un aspecto intelectual y en su muñeca descansaba un enorme reloj blanco tan holgado que casi le llegaba hasta el codo cuando alzaba el brazo para subirse las lentes. Pese a ellas, era preciosa de cara, de eso me percaté al instante, aunque su cuerpo, bien proporcionado, no era lo que se dice despampanante sino más bien menudo y frágil. Físicamente era una bonita adolescente como hay tantas, pero en lo referente a otros aspectos de su personalidad sin duda resultó ser la criatura más extraordinaria que he conocido nunca.
- Llegas tarde - gruñí obviando el saludo de rigor y mis modales de adulto responsable-.
- O tú temprano.
- Quedamos a las cuatro con Elisa.
- Quedarías con ella pero no conmigo. A las cuatro salgo del instituto, genio. Luego tengo que coger el autobús y prepararme la comida. Acaso quieres que haga un viaje tan largo con el estómago vacío, ¿es eso?.
- Se nos hará tarde. El check-in es a las diez de la noche como muy tarde.
- Pues si en lugar de decir tonterías nos pusiéramos en marcha eso tendría remedio.
- ¿Y tu equipaje?
- Aquí, ¿no lo ves, papi?
Volví a contener mi mala leche centrando mi mirada en una pequeña mochila que colocó sobre sus rodillas al sentarse a mi lado.
- ¿Sólo llevas esa ridiculez?
- ¡Eh! No te pases, papi. Charlie es muy susceptible.
- ¿Charlie? ¿Le has puesto un nombre de persona a tu mochila?
- En realidad se llama Charles Joshua III pero le llamo Charlie, es más familiar, papi.
Toda la buena impresión que me habían intentado vender de ella se esfumó como por arte de magia apenas cruzamos unas frases. Por fortuna para mí permaneció callada durante la primera media hora de viaje así que decidí darle una segunda oportunidad y comenzar de nuevo.
- Me llamo Pedro, no papi.
- Pedro es nombre de pervertido, ¿lo sabías? Prefiero llamarte papi… sé que a los tíos tu edad os gusta que las jovencitas os llamen así.
Y siguió hablando sin parar de sus peluches, su tabla de skate y algunas otras cosas con nombre de persona que poco o nada me importaban. Intenté meter baza para parar el torrente verbal. No antes de la quinta oportunidad tuve un éxito relativo.
- ¿Y qué has almorzado?
- Sandwichitos.
- ¿Para comer?
- Es lo único que me gusta. Eso y la comida Venezolana… pero mi madre la hace con cuentagotas.
- Pues esa no es una manera correcta de alimentarse. Va a ser un fin de semana duro, debiste comer algo más consistente. Pasta o legumbres; lentejas por ejemplo…
- ¡Puaj! ¡Qué asco, lentejas!
- Están ricas aunque supongo que no te gustan.
- No es eso, no las tomo por prescripción médica: soy alérgica a las lentejas.
- Me estás tomando el pelo. No conozco a nadie alérgico a eso.
- Pues ya no podrás decirlo más. Si como de eso por accidente terminaré en el hospital, te lo advierto. Es como lo de los mariscos pero con lentejas.
Me sonó a la excusa más pueril del universo así que insistí:
- Pues algo de fruta, por lo menos. Aguacates, por ejemplo…
- ¡El aguacate no es una fruta!, ¡es una verdura, papi! - rio sacándome la lengua de forma burlona -. No como frutas. No soporto la textura de la mayoría, me da cosa a la hora de morderlas…
Y comenzó a narrarme una retahíla de experiencias a cuál más traumática con ese tipo de alimentos. Tras eso, me rendí. Obviamente había pinchado en hueso con eso de intentar entablar una conversación civilizada. Todo me parecía un desvarío dicho, eso sí, con toda la seriedad del mundo. Todavía no había desaparecido por completo el olor de la ría y ya tenía ganas de regresar a Bilbao. Iba a ser un fin de semana muy largo , probablemente una pesadilla, un mal sueño que tardaría en olvidar en mucho tiempo.
Y gracias a Dios que fue así.
“Sólo sé que algunas veces cuando menos te lo esperas el Diablo va y se pone de tu parte.”
- ¿Por qué no pones algo de música? Con tal de que calles, aguanto lo que sea - ladré sin pensar -, estoy harto de tanta palabrería.
- Eres un gilipollas, ¿lo sabías? - estalló -. Estoy nerviosa, hablar me relaja. ¡Joder!
Y, sin más, se echó a llorar hecha un ovillo abrazando su mochila, como una niña pequeña e indefensa.
Me conmoví, sinceramente no me esperaba una reacción así, repentina y errática. Caí en la cuenta de lo obvio: para mí el viaje podía ser considerado como una tortura pero para ella era la experiencia de su vida, una oportunidad única, una forma de hacerse visible frente a sus ocupados padres. De hecho era la primera chica del club que había llegado a tanto a su edad y, solo por eso, ya merecía el mayor de mis respetos. Era normal que estuviera así. A su edad, yo lo hubiera llevado mucho peor, eso sin tener en cuenta que era nefasto en el basket.
- Disculpa. Tienes razón. Cuando lleguemos a Zaragoza pararemos a tomar algo y estiraremos las piernas.
- No. Por mí está bien. No quiero llegar tarde. Creo que hay amenaza de tormenta esta noche en Valencia.
Y el silencio se hizo de nuevo; incómodo y culpable.
- ¿Qué música tienes ahí? - pregunté señalando su reproductor -. Ponla en el coche, por favor.
- ¿Seguro?
- ¡Que sí, joder! La carretera es tan aburrida que me voy a dormir si no me distraigo.
Ya tenía asumida mi penitencia por ser tan bocas. Sabía que iba a ser peor el remedio que la enfermedad cuando cuando por los altavoces comenzó a surgir una melodía estridente que me era familiar.
- ¿Iron Maiden?
- Sí… - susurró sorbiendo sus mocos, enjuagando disimuladamente las lágrimas.
- Pues… tienes buen gusto.
- Ahórrate los cumplidos. No te pegan, papi gruñón.
- Ya te he pedido perdón. Eres un poco rencorosa, ¿lo sabías?
No invirtió ni un segundo de su valioso tiempo en responder algo ocurrente. Era orgullosa, como yo, y me castigó con su silencio.
El resto del viaje se hizo más llevadero escuchando su lista de canciones de rock clásico en bucle. Lais no dejaba de mirar por la ventana, con la vista perdida en las nubes que oscurecían el horizonte, tarareando dulcemente las letras. Estaba claro que se las sabía de memoria en un inglés infinitamente mejor que el mío. Sin dejar de prestar atención a la carretera, la observaba de vez en cuando. Cada vez la veía más bonita, hermosa incluso. Tenía unos labios apetitosos, con un tono de labial rosa casi imperceptible, una boca sensual y unos ojos oscuros expresivos aunque profundamente melancólicos.
Tiendo a ser egocéntrico tanto para lo bueno como para lo malo. Me sentí culpable de su tristeza. Prefería mil veces su incontenible verborrea a su silencio, pero por aquel entonces era yo lo suficientemente arrogante como para no insistir y tuve que conformarme con sus susurros. No entablamos más conversación, ni siquiera cuando las luces de la capital levantina hicieron aparición en el horizonte.
“Cada palabra tiene consecuencias. Cada silencio, también”.
A fuerza de traspasar el límite de velocidad llegamos a nuestro destino cuando la lluvia comenzó a caer, con el tiempo suficiente para hacer el check in antes de la hora límite. Por fortuna para mí alejarse de los truenos infundió a Lais nuevos bríos y, al entrar en el hotel, parecía mucho más alegre y animada, como si lo ocurrido en el coche no hubiera pasado. Ella era así, pasaba de la risa al llanto y viceversa sin solución de continuidad, algo poco comprensible para mi mente cuadriculada y metódica de entrenador.
- Muy bien. Aquí tiene la tarjeta de la habitación, señor.
- ¿Sólo hay una? - Pregunté extrañado exhibiendo el plástico.
- Sí. La reserva es de una única habitación con dos camas king size a nombre de Lais Galarreta y familia.
- ¿Y no tienen otra que pueda ocupar?
- Estamos llenos, no quedan más habitaciones libres, señor ¿Algún problema?
Obviamente sí lo había. Un adulto y una adolescente sin relación de parentesco compartiendo habitación era algo incompatible con la prudencia. Si llegaba a saberse en el club me reportaría serios problemas. Pese a mi cansancio, insistí en buscar una alternativa: nada me apetecía menos que ir peregrinando bajo la lluvia de hotel a hotel con una adolescente dándome la brasa con su mordaz verborrea.
- Es que…
- ¡No haga caso a mi papi tonto! - apuntó jovial Lais, aferrándose a mi brazo, desarbolado de un plumazo mi resistencia con su imprevisto desparpajo -. Es que ronca mucho y le da apuro no dejarme pegar ojo en toda la noche.
- ¡Oh! Vaya. Seguro que no es para tanto. Su padre tiene un aspecto muy saludable.
- Lais… - intervine intentando infructuosamente despegarme de ella -, ¿podemos hablar en privado, por favor?
- ¡Sí, papi!
El recepcionista sería un pelota pero sabía el oficio. Discreto, inventó algún quehacer para dejarnos deliberar con libertad.
- ¡Tenemos que buscar otro sitio! ¡No podemos compartir habitación! Es inadmisible, ¡puede que ilegal!
- ¡Ni hablar! - sentenció fulminándome con la mirada -. ¿Pero no has visto lo que está cayendo ahí afuera? Yo no me muevo de aquí ni a rastras. Hay dos camas grandes; ni que te fuera a comer, hostia. Si acaso la que debería tener miedo soy yo. Además, si no decimos nada, ¿quién se va a enterar?
Justo en ese momento la intensidad de la luz del vestíbulo bajó para, acto seguido, recuperarse. Casi de inmediato sonó un estruendo en forma de trueno que hizo que las lágrimas de las lámparas chocaran entre sí. Noté las uñas de Lais clavándose en mi antebrazo a través de mi americana.
- ¡Por favor! - Suplicó con un hálito de voz.
Jamás olvidaré la expresión de su cara. Su mirada aterrada despertó en mí un instinto paternal que nunca se había manifestado con anterioridad.
- Vale - me rendí al comprender que su relación con las tormentas era incluso peor que la que tenía conmigo -.
- Gracias, papi - susurró antes de darme un beso en la mejilla.
- ¡No soy tu papi! - repliqué en ese mismo volumen -.
- ¡Psss! Calla, papi tonto o te van a oír.
Recompuso mal que bien su semblante. Aunque pudiera parecer lo contrario, a Lais le incomodaba demostrar sus debilidades en público. Resuelta y decidida, abordó de nuevo al estirado recepcionista:
- Mañana tengo una prueba muy importante, voy a ser estrella del baloncesto.
- Pues le deseo toda la suerte del mundo, señorita.
- Muchas gracias… Román - apuntó ella leyendo la tarjetita que portaba en la americana.
Distinguí entre ellos una especie de complicidad y buen feeling que me incomodó sin saber muy bien el motivo. Yo había pasado con ella más de seis horas de tensión total y aquel gilipollas de la recepción, con apenas unas palabras, le había hecho esbozar una sonrisa. Estaba molesto, para qué negarlo. El tipo me cayó mal y lo que más me sorprendió es que no sabía realmente el porqué.
Anduve rápido de reflejos y como buen entrenador cambié de estrategia sobre la marcha. Dejaría a Lais durmiendo plácidamente en la habitación y dormiría en el coche, como tantas veces había hecho en mis tiempos de casado para bajar la borrachera antes de volver a casa.
- Deberían cenar antes de subir a la habitación o utilizar el servicio de habitaciones - prosiguió el idiota aquel comiéndose con los ojos a Lais -. Me temo que a partir de las diez ya no se puede acceder al comedor. Un compañero les subirá las maletas, no se preocupen.
- ¿Te parece bien, princesita? - inquirí cogiéndola por el talle, siguiendo con mi papel de padre, reclamándola como algo mío.
- Sí, papi.-
Ella parecía estar a gusto con la farsa, sin embargo, conforme nos acercábamos al salón, se iba poniendo más tensa, aferrándose a mi brazo. Al traspasar el dintel poco menos que me lo arrancó. La miré. Algo no iba bien. Noté su respiración cada vez más trabajosa y acelerada de nuevo, circunstancia que hizo saltar todas mis alarmas.
- ¿Qué sucede?
- Demasiada gente.
En efecto, el enorme comedor estaba abarrotado. Yo tenía hambre y cuando eso sucede tiendo a ser muy primario. Mi parte racional estuvo a punto de volver a cagarla diciendo algo obvio, quitándole hierro al asunto, obligándola a tomar asiento en el centro de la sala, en medio de todo el tumulto. Sin embargo, hice algo poco habitual en mí: me puse en el lugar de otra persona que no era yo.
- Si quieres podemos cenar algo en la habitación. Tienes que comer o mañana no tendrás fuerzas para nada.
- ¡Sí, por favor! ¡Sácame de aquí!
El moreno natural de su rostro se había tornado lividez. Caminaba con mucha dificultad. La llevé a la habitación, en realidad tuve que arrastrarla desde el ascensor; iba como mareada. Me habían hablado de ese tipo de reacciones, jamás las había experimentado ni conocía a alguien que las sufriera. Con Lais experimenté muchas cosas novedosas aparte de la agorafobia; no todas fueron malas, todo hay que decirlo.
Los últimos metros fueron dramáticos, prácticamente tuve que llevarla en brazos. La tumbé en la cama y permaneció acostada en la penumbra, como muerta. Yo no sabía qué hacer, ni a quién llamar. Parecía haberse olvidado de respirar.
Me angustié mientras el centelleo de los rayos atravesando las cortinas no cesaba. De hecho, cada vez llovía más y los truenos descargaban su furia una y otra vez contra los cristales que retumbaban multiplicando su efecto.
Tras unos eones de angustia, Lais comenzó a moverse y bostezar. Se estremeció sobre la cama, apenas acertaba a taparse la boca con el dorso de la mano o a frotar sus párpados cerrados con suavidad. Finalmente abrió los ojos, me miró… y sonrió. Preciosa y desvalida en la penumbra. Creo que fue entonces cuando me quedé colgado de ella.
- ¿Qué te ha pasado?
- Tranquilo, estoy bien - murmuró con un hilito de voz - . A veces mi corazón tiene una forma especial de latir.
La angustia se transformó en alarma.
- ¡¿Tienes problemas cardíacos?!
- No son graves, no te preocupes - murmuró entre bostezo y bostezo -. Sólo tengo que tomar medicación. Mis padres son médicos, está todo controlado. Puedo jugar al baloncesto si es eso lo que te preocupa; es sólo que hoy no me he tomado la medicina todavía. Con todo esto del viaje se me había olvidado.
- ¡Me cago en mi madre! ¿La llevas? ¿Llevas la puta pastilla o lo que sea que tomes?
- ¡Sí, sí! “Lasai”, en el bolsillo pequeño de Charlie.
Encendí la luz y busqué de forma frenética en la pequeña mochila. Aparté un par de compresas, unas braguitas amarillas adornadas con una florecita de cinco pétalos del mismo color y encontré el pastillero. Mano de santo. El Bálsamo de Fierabrás hizo su magia; quince minutos después ya estaba repuesta, como si todo lo ocurrido no fuese más que un mal sueño.
- ¿Qué hay de cena? - Dijo saltando sobre la cama como si tal cosa.
A decir verdad el hambre se me había pasado de un plumazo. La miré estupefacto; ella estaba recuperada, yo tardé mucho más en hacerlo. Aquellos avatares no iban incluidos en el sueldo de director técnico de un club deportivo.
- Vaya susto que me has dado.
- Lo siento, debí tomar mi medicación antes.
- Desde luego - salté incómodo --. No deberías olvidar estas cosas, son muy importantes.
- Sí, papi - dijo sacando la lengua-. Me cuesta centrarme a veces.
- No me gusta que me llames así.
- A mí sí, papi tonto. Me gustó cuando me llamaste “princesita”.
- ¡Vete a la mierda! - estallé al fin -.
Estaba molesto, me jodía que se tomase su afección como una broma. Mi primer pensamiento fue sacarla de la cama y volver a meterla en el coche rumbo a Bilbao.
- No te enfades. Vamos a ser padre e hija todo el fin de semana. Será mejor que vayamos practicando, ¿no crees?
Abrí la boca y, para variar cuando se trataba de rebatir con ella, no encontré una réplica convincente. Creo que fue la primera de tantas veces en la que me demostró que era infinitamente más inteligente que yo.
- Sí, supongo que algo de razón tienes.
- Pues claro que sí, papi tonto. ¿Qué hay de comer?
- No sé, ¿lentejas?
- ¡Vete a la mierda!
Reímos. Lais tenía una risa contagiosa y hacerlo con ella rebajó mi tensión y adormeció mi miedo.
Tras una ducha rápida se puso algo cómodo y, entre trueno y trueno, ordenamos unas pizzas y un cargamento de coca cola y cervezas sin alcohol como para dar de beber a un regimiento. Cenando sobre la cama, hablamos de muchas cosas, temas que me resultaron sorprendentes. Cuando el estruendo era grande se callaba, cerraba los párpados y luego continuaba. Acostumbrado como estaba a los chicos, que sólo hablan de deportes y chicas o chicas y deportes, descubrí que, tal vez, el mundo no se iba a la mierda si nuestro futuro como especie dependía de jovencitas como ella. Sabía de música, cine, literatura fantástica e incluso de una de mis pasiones de juventud que casi tenía olvidada: la astronomía.
Con el ambiente más relajado me fijé en otros aspectos de su persona bastante más prosaicos que su inteligencia o su dulce voz. Sus pechos, resguardados de forma prudente bajo una camiseta abotonada, ya no me parecían tan pequeños en la corta distancia. Mientras Lais masticaba, se movían de manera asíncrona y sus pequeños pezones dejaban entrever sus formas dada la delgadez de la tela que los cubría. La ausencia del sujetador era más que evidente. Creo que un par de veces me pilló mirándole las tetas más de la cuenta pero no dijo nada, siguió adelante con su disertación sobre unos cometas que había descubierto junto a su grupo de astronomía. Incluso recogió de forma graciosa un hilito de queso fundido que se enredó en mi barba y me lo dio a probar enhebrado en su dedo, sin dejar de hablar.
Sin duda el punto fuerte de su anatomía se reivindicó las dos o tres veces en las que se levantó de la cama en busca de más bebida. Puse todo mi empeño en no hacerlo, jamás me consideré un viejo verde, sin embargo no pude evitar alegrarme la vista con su adorable trasero cuyo comienzo, esta vez sí, se dejaba ver gracias a lo ceñido del pantaloncito del pijama. Estaba claro que su culo ganaba mucho bajo ropa ajustada en lugar de oculta tras el horroroso chándal verde de nuestro querido club de basket.
Al sentarse a mi lado por última vez a punto estuvo de caerse al suelo, la estabilidad de Lais nunca fue uno de sus puntos fuertes, así que instintivamente tuve que agarrarla con firmeza de la muñeca para evitar que aterrizase de cabeza contra el suelo. Logré mi objetivo a medias: ciertamente no cayó al piso aunque a costa de ganarse un buen tirón en el brazo en una postura forzada y poco natural.
- ¡Eh, ten cuidado!
- ¡Ay! - chilló protegiendo la sangradura del antebrazo tensionado .
Una mueca de dolor se dibujó en su cara. Tuve la convicción de que, en lugar de rescatarla, agravé el efecto de la posible caída. Me sentí fatal.
- Yo… lo siento, no era mi intención hacerte daño.
- No… no te preocupes. Soy la torpeza personificada, papi. Mis tendones son muy sensibles y se resienten con los golpes. Tiendo a caerme o a torcer mis tobillos con facilidad.
- Entiendo.
Erguido se me hizo imposible disimular mi estado de semi erección. Creo que ella se dio cuenta, el rubor de sus mejillas la delató. Alarmado por lo impropio de la circunstancia, no se me ocurrió mejor manera de zanjar aquella situación incómoda que dando por concluida la cena de forma precipitada.
- Será mejor que nos acostemos, Lais. Mañana será un día intenso. Estarás cansada.
- Sí, papi - musitó por enésima vez disimulando su risa sin dejar de mirarme el paquete -.
El agua fría del lavabo rebajó mi calentura y, tras cepillarme los dientes para disimular mis planes, me dirigí a la puerta de la habitación cuando intuí que dormía. Lais se acurrucaba bajo las sábanas hecha un ovillo, parecía estar muy a gusto en los brazos de Morfeo. Ya tenía el picaporte en la mano cuando escuché su súplica:
- ¿Me das un besito de buenas noches, papi?
Estuve a punto de mandarla a la mierda de nuevo pero no había maldad en tono de voz. Su petición iba en serio, estaba muy claro. Jamás había visto a una joven con tanta falta de cariño. No quise ni imaginar el tiempo que habría pasado desde la última vez en la que alguno de sus padres había tenido con ella un comportamiento familiar como ese así que cedí. Mi erección había cesado, gracias a Dios.
- “No hay nada malo en eso.” - Pensé.
Le di un beso en el cabello, justo en la coronilla, y me sentí reconfortado. Por la edad podría haber sido perfectamente mi hija y ese pensamiento, por raro que parezca, me gustó tanto o más que el dulce perfume casi infantil que desprendía su cabello.
Decidí darle un voto de confianza y deseché la opción de dejarla sola. Tras la coraza de adolescente irritante creí adivinar la presencia de una chica sensible y con la cabeza muy bien amueblada. Confiaba en que guardaría nuestro secreto. Mi espalda ya no era la misma de antaño y la perspectiva de pasar la noche durmiendo en el coche bajo la tormenta me apetecía tanto como darme martillazos en los cojones.
También desestimé la opción de permanecer vestido de calle bajo la ropa de cama por si la policía tiraba la puerta a patadas y me llevaban esposado al cuartelillo por corruptor de menores. Se me había pasado por la cabeza que eso sería un atenuante a mi favor frente al juez aunque llegué a la conclusión de que, si la chica declaraba en mi contra, ni una armadura de caballero andante me salvaría de la trena.
Lo cierto es que suelo dormir en ropa interior y no había previsto una contingencia como aquella. Dado lo exiguo de mi equipaje opté por ponerme unos pantalones cortos y una camiseta a modo de pijama y rezar para que el episodio eréctil no se repitiese de nuevo frente a la joven.
Pasada la medianoche la tormenta no solo no amainó sino que arreció considerablemente. Los pilotos eléctricos sobre la puerta se encendieron y el concierto de las alarmas de los comercios cercanos me hicieron saber que el suministro eléctrico había fallado de forma general en el barrio. Los truenos eran tremendos y los fogonazos espectaculares. Hasta a mí, que he sido un fan de este tipo de fenómenos desde niño, me impresionaron por su frecuencia, intensidad y virulencia.
De repente, un fantasma atravesó la penumbra, se metió entre las sábanas de mi cama y encontró cobijo bajo mis brazos. Me pilló de improviso, no pude hacer nada para evitarlo aunque quizás no me esforcé demasiado en hacerlo. Lais temblaba como las traviesas del ferrocarril al paso de un tren de gran tonelaje con su cabeza enterrada en mi hombro y sus manos aferrando mi camiseta en busca de protección.
- ¿Estás bien? - acerté a preguntar, sobrepasado.
- ¡No! ¡Joder, ¿no lo ves?!, ¡tengo mucho miedo! ¡Me aterran las tormentas! Desde luego no eres muy espabilado, papi tonto.
Como sucedió con su risa me contagió su angustia y para mitigarla le di un beso en la frente dejándola permanecer allí, protegida entre mis manos, durante una cantidad indeterminada de tiempo. Me sentí reconfortado por mi buena acción. Tenía fama de duro entre mis jugadores y no era muy dado a aquel tipo de afectos con otras personas.
La tormenta comenzó a amainar, Lais dejó de temblar. Debí mandarla a su cama pero el calor de su menudo cuerpo junto al mío adormeció mi buen juicio. Estaba a gusto y obviamente ella también. Juntos, pegados, respirando al compás, sin nada que decir y sin poco o nada que ver en la penumbra. Todo estaba en calma y, sin embargo, no lograba dormir; mis pensamientos no me dejaban.
Mi mente era un hervidero, tanto o más que el resto de mí. Yo era un hombre y ella una mujer, aunque encerrada en un cuerpecito adolescente poco acorde con su madurez mental. Recordé lo sucedido durante la cena y, dada su cercanía, pensé que la erección podría regresar en cualquier momento y, sinceramente, no me importó.
Sin ser consciente, mis dedos se enredaron en su pelo y su fragancia se me antojó cada vez más adictiva. Temía moverme, rozarla con mi pene desperezado y despertarla. Creía que se había dormido, no quería asustarla. En realidad me angustiaba que mi mano tocase algún punto indebido que pudiera ser malinterpretado por ella si me dormía. Tal y como la había mirado durante la cena y el estado de mi miembro viril en ese momento podía pensar cualquier cosa de mí con toda justicia.
Todo iba bien hasta que ella buscó otro tipo de acomodo y se giró, quedando su espalda contra mi pecho y, lo que resultó demoledor, su trasero a la altura de mi pene. Por si eso fuera poco mi mano quedó justo encima de uno de sus menudos senos. Con todo, ese no fue el principal problema ya que su culo, ese que tan atentamente había seguido con la mirada minutos atrás, quedó separado de mi verga por una tenue barrera de ropa y cordura.
Me separé levemente… ella se pegó a mi. Lo hice de nuevo con idéntico resultado. Decidí no repetir la jugada. El borde de la cama estaba peligrosamente cerca. A quién quiero engañar, en realidad no quise hacerlo. El calorcito de su cercanía me gustaba, hacía mucho tiempo que no compartía cama con alguien, siempre he sido un lobo solitario. Sentí el latir de su corazón e incluso me pareció distinguir su ritmo irregular.
Tragué saliva. Mi verga y yo solemos estar de acuerdo pero a veces se pone protestona y hace cosas por su cuenta que no son del todo adecuadas. No la culpo, el roce del culito de Lais era pura ambrosía. Uno de mis dedos circunvaló el botón de su camisa que separaba mi mano de su piel, el último bastión entre lo correcto y lo prohibido. Apenas lo toqué y se abrió. Tragué saliva y dudé. Nada me impedía zambullir mi mano a través de la abertura y tocarla, sólo mi conciencia cada vez menos firme y el temor a ser tildado de obseso sexual me retenía.
Estaba yo debatiéndome entre el bien y el mal cuando una mano se puso sobre la mía. Instintivamente intenté batirme en retirada pero fue Lais la que no solo lo impidió sino que la condujo al interior del paraíso. De inmediato mi palma se llenó de carne prohibida: turgente, prieta, cálida y maravillosa.
Lais suspiró lánguidamente.
Igual que al inicio de nuestro viaje no hubo palabras, no hicieron falta. Lais aferraba mi mano y esta su teta. Pronto su gemela recibió un tratamiento similar, cuando me soltó y se dejó hacer a mi voluntad. Sus pequeños pezones estaban duros como el granito mientras mis dedos recorrían su torso con total impunidad.
Lo que pasó a continuación lo conservo en mi memoria como se recuerda un sueño: sin excesivos detalles pero con mucho placer.
La coloqué sobre mi, con su espalda apoyada en mi pecho. Sin ser yo una persona excesivamente alta, la diferencia de tamaños se hizo patente en ese momento. Se dice que en la cama se iguala todo aunque no hasta ese punto. Mis manos temblorosas no acertaban a liberar el resto de los botones de su pijama así que tiré de las solapas de su camisa y estos cedieron uno tras otro ante mi empuje. Por el sonido supe que uno de ellos salió disparado, rodando sobre el parqué, recorriendo toda la habitación y chocó contra la puerta: un pequeño daño colateral, nada más.
No fui rudo, aunque no lo parezca, sin embargo sí torpe a la hora de desnudar su torso. Las ganas y el deseo me podían. Finalmente, entre la penumbra, el pecho de Lais quedó sobre mí a mi entera disposición.
Me tomé mi tiempo, jamás había compartido cama con una chica tan joven y no quería precipitarme. Suena tonto pero temía lastimarla, parecía tan frágil. No había prisa ni tampoco temor a ser interrumpidos. Desconocía si Lais carecía o no de experiencia, en cualquier caso, por la manera de comportarse, su predisposición hacia mis tocamientos estaba clara.
Hice algo bien por una vez en la vida. En lugar de estrujarle las tetas como hubiera hecho un adolescente de su edad, preferí posar mis palmas en su abdomen primero para luego deslizarlas hacia arriba. Al principio apenas le regalé a sus pechos un roce furtivo. Tras cerciorarme de su visto bueno, pasé a proporcionarles un toque más vehemente para terminar abarcándolas por completo en un abrazo cálido con ambas manos que la hizo vibrar. No eran de tamaño excesivo aunque sí turgentes y, sobre todo, cálidos y sensibles. Mientras estimulaba suavemente sus pezones con las yemas de mis dedos las disfruté a gusto. Lais jadeó más fuerte apenas los pellizqué levemente, sin duda se trataba de una zona del cuerpo que le proporcionaba mucho placer a su bonita dueña.
- ¡Papi! - murmuró.
Mientras se retorcía de gusto con los brazos abiertos en forma de cruz me recreé en la dureza de sus pezones y la suavidad de su tacto, acariciándolos con las yemas de mis dedos. Mis manos eran más grandes que sus pechos pero la manera que tenía a la hora de ofrecerlos, arqueando su espalda hacia delante, invitándome a ir más allá, me llenó las palmas de carne juvenil y eso me volvió loco.
En la penumbra, mientras mis manos acariciaban sus pechos y entre jadeos, su cabello cubrió mi rostro y, una vez más, su aroma llenó mis pulmones hasta lo más profundo, formando un cóctel hormonado y explosivo. Mi pene ardía, mi improvisada ropa de cama no era capaz de contenerlo.
Desprendida de la camisa, tras disfrutar sus senos, mis manos emprendieron el camino descendente en busca de los otros placeres que escondía mi joven amante. El borde de su pantalón no fue obstáculo para ellas y el lacito que adornaba el elástico de sus braguitas me dio una pista sobre su color y también la bienvenida al jardín prohibido, invitándome a pasar sin llamar a puerta alguna. Ningún vello púbico vino a recibirme bajo la prenda amarilla sino un monte de venus abultado y caliente, muy caliente, mojado y fragante.
Me costó un poco desnudarla por completo, su braguita estaba tan húmeda que se adhería a su piel conforme la iba guiando a lo largo de sus muslos. Cuando gané la batalla, la ropa íntima y pantalón del pijama que la cubría formó una amalgama que salió volando hacia ninguna parte en la penumbra. El olor de su sexo lo envolvió todo.
- ¡Papi…! - suspiraba una y otra vez.
Cuando separé sus piernas desnudas por completo, Lais ronroneó severamente. Comenzó a mecer la cadera tal vez en busca de algo más intenso que mis tocamientos aunque dudo de que fuera consciente de ello. Parecía en trance, como si su mente y su cuerpo se hubieran disociado. Era puro fuego, su cuerpo se contoneaba como una serpiente sobre el mío.
La experiencia es un grado. En lugar de atacar su clítoris con avidez o introducir uno de mis dedos en su vagina sin más, opté por acariciarle las ingles y también la parte interior de sus muslos con las dos manos. Sonidos guturales emergían desde el fondo de su garganta mientras la tocaba de este modo, no parecían humanos, resultaban de lo más morbosos. Llegó un momento en el que Lais se abría tanto de piernas que temí por la integridad de su cadera.
El movimiento lascivo sobre mi cuerpo me turbó. El tacto con la piel adolescente era adictivo, aun llenándome las manos con ella, tocando todo su cuerpo según mi apetencia, me sabía a poco. Quería más. El lobo que yace dentro de mí lo quería todo de esa joven. A duras penas logré contenerlo consciente de que era su momento, no el mío.
Los jadeos de Lais en la profundidad de la noche se transformaron en gritos, más aún cuando las yemas de mis dedos comenzaron a trazar círculos a escasos milímetros de su intimidad más prohibida. Era tan sensible que su primera convulsión, su primer borbotón de flujo expulsado, su primera corrida llegó incluso antes de rozar la zona más caliente de su cuerpo, cuando separé sus labios vaginales sin llegar a tocarlos directamente. La hormona que manó de su sexo lo impregnó todo, perfumando de lujuria y deseo hasta el último rincón de la habitación.
Lais estaba lista para la combustión y yo loco por prender su mecha.
No pude contener mi pene dentro de su celda, de hecho ya hacía un rato que su extremo explorador había emergido a través del elástico pero la opresión del pantalón me resultaba incómoda. Tenerlo medio aprisionado era molesto, casi doloroso. Ni sé cómo cojones lo hice con ella encima pero logré liberarlo por completo y aproveché el hueco que dejaban sus piernas abiertas de par en par sobre mí para darle la libertad que buscaba.
A partir de entonces todo mejoró y, mitigado mi dolor, pude centrarme por completo en Lais. Juro por lo más sagrado que mi prioridad era ella. Quería que disfrutase, no sé por qué se me metió en la cabeza que era la primera vez que estaba con un hombre o que, al menos, era virgen.
- ¡Papi, papi…! - jadeaba.
Ya no lo demoré más y humedecí las yemas de mis dedos con su flujo recién exprimido. Comencé a masturbarla con suavidad mientras se retorcía sobre mí. Movimientos circulares a diferentes velocidades, jugueteos con su clítoris, roces en sus pliegues y leves inserciones en su vagina; todo de forma muy delicada con el objeto de potenciar su placer y maximizar su siguiente orgasmo. Por su manera de jadear estaba muy claro que logré mi objetivo. Toda ella vibraba entregada a la lujuria.
- ¡Uhm!- suspiró.
Me reconfortaba comprobar que Lais disfrutaba así que me animé a frotarla con algo más de intensidad. El resultado fue apoteósico. Entre convulsión y convulsión noté cómo llevaba su mano hacia la boca, intentando con poco éxito amortiguar sus chillidos de placer mientras mis dedos jugueteaban con su sexo. Casi de inmediato noté un incremento de cantidad de flujo entre mis dedos. Jamás encontré a ninguna amante con la facilidad para humedecerse de Lais. Su coño literalmente chapoteaba, tanto que hasta mi pene se impregnó de su néctar íntimo. Me asaltó una idea loca, algo con lo que podíamos disfrutar los dos a la vez. Uno no es de piedra y tocar el cuerpo desnudo de una adolescente tiene consecuencias; mi polla estaba dura como una piedra a escasos centímetros de un coñito a todas luces dispuesto.
Aproveché mi superioridad física y su actitud receptiva para colocarla en la posición deseada, siempre con su espalda apoyada sobre mi pecho. Su sexo anegado en babas besó el lateral de mi falo, prácticamente se quedó adherido a él. Agarrándola de las caderas dirigí sus movimientos; era liviana como una pluma, una muñeca de trapo abierta y sumisa entre mis manos. Así era Lais, el yin y el yang en un único cuerpo. Su altivez y mal carácter se diluyeron como un azucarillo cuando el horno de su entrepierna alcanzó la temperatura crítica. Usé mi pene para masturbarla, frotando con él su coño, obteniendo un enorme placer al hacerlo. Notaba su calidez subiendo y bajando por mi polla, me costó un mundo mantener la compostura para no ensartarla hasta el fondo. No quería eso, la creía tan frágil que temía hacerle daño si perdía los papeles y daba rienda suelta a mis más bajos instintos.
Pese a mis esfuerzos Lais perdió el compás. Sus movimientos se tornaron convulsos. Sentí que ella misma hacía esfuerzos para que el contacto de nuestras intimidades ganase en intensidad. Decidí darle libertad de movimientos y dejé de guiarla. Todo un acierto por mi parte: recuerdo como algo sublime su forma de contorsionarse sobre mí, con su sexo subiendo y bajando por mi verga, barnizándola de sudor, jugo vaginal y ganas. Puede decirse que, en los momentos finales, cuando su final se aproximaba, yo no hice nada por estimularla. Fue ella la que se masturbó, la que buscó su placer y lo encontró, no me cabe la menor duda.
- Papi, papi…! - seguía chillando una y otra vez hasta bramar a pleno pulmón -. ¡PAPIIIIIII!!
Y explotó justo después de una enorme convulsión, mucho más intensa que las anteriores. Un espasmo eléctrico de todo su ser a la vez.
Y no digo explotar en sentido figurado, realmente fue una erupción de flujo la que regó mi pene, mis testículos, mi pantalón a medio bajar e incluso mojó más allá de mis rodillas. La escasa luz que se filtraba a través de las cortinas no me permitió realizar una evaluación más detallada de los daños sin embargo, me atrevo a asegurar, que las consecuencias de su orgasmo fue algo tremendo, una erupción volcánica en toda regla.
Mi pene ardía, mis huevos me dolían por dentro, estaba a punto de unirme a ella y rebozarla en lefa. Me faltaban no más de tres o cuatro arreones de la adolescente para correrme sobre su vientre y sexo pero eso, mal que me pesó en ese momento, no pasó.
Y Lais, tal y como le había sucedido horas antes, después del apogeo, se apagó.
Noté cómo su cuerpecito comenzaba a relajarse lentamente entrando en ese estado de letargo que tanto me había alterado pero esta vez tumbada sobre mí. Descolocado, sentí cómo el alma abandonaba su ser, su respiración más pausada e inclusive períodos de apnea que me llenaban de angustia, tanta que mi erección cesó de un plumazo.
De nuevo la coloqué entre mis brazos y le di cobijo, con la vaga esperanza de que la cercanía de mi corazón marcase el ritmo del suyo. Ignoraba qué hacer, desconocía si debía darle de nuevo su medicación o si el exceso de dosis podría resultar contraproducente. Sin ella que me marcase las pautas acerca de su dolencia estaba totalmente perdido.
Permanecí una eternidad en esta postura, protegiéndola de sí misma, rezando sin saber para que su maltrecho corazón no se parase. Tuve miedo, mucho miedo. Creí que se iba. Pensé que había muerto. Fue angustioso.
Poco a poco su respiración se hizo más fuerte, acompasada, algo compatible con un sueño reparador y me reconforto. Una vez pasado lo peor, me relajé. Se estaba verdaderamente a gusto con un cuerpo ajeno al que acariciar para variar. A punto estaba de dormirme cuando advertí que se movía aunque no le di importancia.
Al principio pensé que estaba buscando una postura más cómoda para dormir. Noté algo raro, algo que por el adormecimiento me costó identificar. Algo húmedo, húmedo y caliente en mi entrepierna. Por fortuna mi pene estuvo mucho más despierto que yo. Reaccionó por instinto ante las atenciones de una boca, recobrando el vigor perdido por el susto gracias al ir y venir de unos labios casi pueriles alrededor de él. Fue algo mágico, una mamada pausada, tierna; podría decirse que casi amorosa, muy alejada del frenesí de su orgasmo anterior.
Lais no era primeriza, estaba claro, pero tampoco iba sobrada de experiencia. A veces se jalaba más verga de la debida y su cuerpo se estremecía pero volvía a la carga apenas recuperaba el resuello. En la penumbra, escuchaba el chapoteo de su boca mientras su lengua acariciaba mi meato, elevándome hasta el infinito, llevándome hasta el mismísimo cielo. Pasado un rato se ayudó de su mano para acariciarme los testículos mientras chupaba. Fue el único artificio que utilizó para regalarme placer ya que prácticamente seguía inmóvil en posición fetal con mi polla reptando en el interior de sus labios.
Esta vez el que suspiré fui yo. Todo lo acontecido me había llenado los huevos de esperma y la felación de Lais era lo suficientemente buena y eficiente como para hacerlo salir de un momento a otro.
Cuando mi cénit se acercó también lo hizo mi nerviosismo. Ella seguía chupando y chupando, no daba visos de querer detenerse. No era yo muy partidario de anunciar el final feliz a las mujeres que me daban placer oral, no obstante Lais no era una de tantas, era una adolescente de trece años haciendo cosas de mayores; cosas que en teoría no debía conocer pero que se le daban de miedo.
- Va… va a salir - murmuré retorciéndome de gusto -.
Ella, lejos de detenerse, hizo caso omiso a la advertencia y siguió dándome placer con su ritmo eficiente.
Le di una segunda oportunidad. Desesperado, intenté separarla de mi intimidad empujándola de la nuca con suavidad logrando el efecto contrario al buscado: me la chupó con mayor ritmo, profundidad y ganas.
Decidí no resistir más y darle lo que andaba buscando. Las pocas fuerzas para luchar que me quedaban estaban a punto de salir por la punta de mi polla. La suerte estaba echada y mi esperma prácticamente también.
Eyaculé en su boca de forma abundante aunque sin estridencias. Los chorros de lefa salían uno tras otro por la punta de mi polla y ella no rehuyó el envite en ningún momento. Tal como se la di se las fue tragando, con sus labios adheridos a mi miembro, soldados a él como una lapa.
Cuando mi verga no dio más de sí Lais permaneció jugueteando con ella en la boca hasta que, saciada de todo, perdió su vigor entre labios juveniles mientras una lengua ansiosa rebañaba las últimas perlas de jugo que iban brotando de mi pene.
La única pega que le puedo poner a aquel momento mágico fue que todo transcurrió en la más absoluta oscuridad. No pude ver nada, hubiera dado un brazo por ver mi polla atravesando sus labios pero eso no le restó al encuentro sexual con la morenita ni una brizna de morbo.
Después de la tormenta llegó la calma. Lais volvió a zambullirse entre mis brazos y cayó, esta vez sí, sumida en un profundo sueño con el estómago lleno de mi simiente caliente recién extraída. Yo la acompañé al poco rato, estaba exhausto y a la vez satisfecho como hacía mucho tiempo.
Duermo bien aunque poco. Normalmente libro una carrera diaria contra el sol a la hora de ponernos en marcha. Aquel día perdí, aunque no por mucho. Los primeros rayos del día entraron entre las cortinas entreabiertas de nuestra habitación rompiendo la penumbra.
Me entretuve con el brillo de las motas de polvo volando por el aire, cuando lo hacía solía ser un buen día. Pronto encontré algo mucho más interesante que ver, una maravilla de este planeta que solo yo podía contemplar.
Ella seguía durmiendo desnuda a mi lado. Parecía incluso más niña que el día anterior. Tal vez eso debió desordenar mi conciencia. No pasó; desde aquel primer encuentro sexual con Lais la palabra remordimiento ha desaparecido de mi diccionario. Repetiría una y mil veces todo lo que hice en la cama con ella.
Me recreé la mirada con la curvatura de su cadera, la redondez de su culo y la firmeza de sus muslos. Conté una y mil veces las prominencias de sus vértebras y los lunares que adornaban su espalda. Encontré dos en su hombro de lo más encantadores. Embriagado por su belleza juvenil, perfilé con mi dedo la silueta de su cuerpo sin tocarlo, no quería quebrar su sueño antes de hora. Simplemente quería memorizarlo para cuando ya no estuviera a mi lado, temía que toda aquella locura tuviera fecha de caducidad, ese fin de semana y nada más.
Por desgracia el jodido despertador del móvil se encargó de joderlo todo. Tentado estuve de estamparlo contra la pared y no salir de esa cama en todo el día. Bramó y bramó hasta que la ninfa desnuda salió de su letargo.
- Buenos días, princesa - le susurré besando su cabecita -.
No puede decirse que yo sea la persona más romántica del mundo pero me esperaba algo amoroso por su parte, algo amable al menos. Con un simple “buenos días” hubiera bastado. Se limitó a gruñir, levantarse de un salto de la cama cubierta por la sábana, coger a Charly, su bolso, y dirigirse al baño refunfuñando y arrastrando los pies de mala gana.
- ¿Vamos o qué? Llegaremos tarde por tu culpa, papi tonto -dijo cuando salió del excusado media hora después, esquivando mi mirada -.
- Claro, pero…
- Oye. Lo de anoche no fue nada, ¿vale? - me interrumpió con el rostro bajo -. Tengo problemas cuando hay tormenta y se me va la cabeza. Lo que pasó, pasó y ya está. No te preocupes, no es la primera vez que me lío con alguien de tu edad…
- Bien, pero…
- Tranquilo, no voy a decir nada a nadie ¿vale, papi? Tu reputación de cabronazo insensible sigue intacta.
- No, no es eso. Creo que…
- Tampoco iba a creerme nadie. Todos dicen que soy una desequilibrada, que miento e invento cosas. En realidad estuvo muy bien, jamás me había corrido así y a ti te salió un montón…
- Lais…
- Sí, lo sé. Hablo mucho y sin mucho sentido cuando estoy nerviosa…
No dejaba de ir de un lado para otro como una lobezna en jaula.
- ¡LAISSSSS!
- ¡QUÉ QUIERES, JODER! ¡Estoy nerviosa! ¿Vale? No voy por ahí chupándosela a tíos que podrían ser mi padre…
- No es eso. Solo intento decir que tal vez deberías limpiarte mejor la cara antes de salir de la habitación, nada más.
Sorprendida, se miró al espejo, descubrió las trazas de mi esperma en la comisura de sus labios y, ruborizada como un tomate, salió disparada de vuelta al baño.
- ¡Joder, qué vergüenza! - Chilló mientras yo reía hasta casi llorar.
Por fortuna para nosotros el grueso de huéspedes del hotel ya había levantado el vuelo y pudimos sentarnos en una zona bastante discreta del comedor. Me quedé perplejo al verla devorar la comida con avidez.
- ¿Pero dónde metes todo eso que comes? Estás flaca como un silbido. Dos sandwiches y un bol hasta arriba de Corn Flakes. Eso se toma con leche, lo sabes, ¿no?
- Ya he tomado suficiente leche por un tiempo, ¿no crees, papi?
Esta vez el que acusó el golpe fui yo y mis mejillas tomaron color.
- Además, ¿me meto yo con esas cochinadas que comes tú? No. Pues eso…
- ¿Cochinadas? ¡Es todo fruta!
- Casi todo, pero no todo.
- ¿No todo?
- Eso no es fruta.
- ¿El aguacate?
- Exacto. Eso es una verdura.
- ¡Qué dices!
- Solo una persona sin civilizar sería capaz de tomar un aguacate de postre.
- Tú deliras. Además deberías tomar algo de fruta, el día va a ser duro.
- Nop. No me gusta la fruta, no soporto su textura, cosas del TDAH. Están frías y me hacen ruidos raros los dientes cuando las muerdo. A mí me gustan las cosas más calientes y cremosas… como el semen de mi papi.
El gajo de mandarina que estaba tragando se quedó atorado en mi garganta al escuchar semejante indiscreción en público. Tuve que toser varias veces mientras aquella jodida chiquilla no dejaba de reír. A punto estaba de reprenderla por decir semejante barbaridad en público cuando me detuve. Su risa era tan poco habitual como encantadora. Si la ira me embargó la mente por un momento, su sonrisa y belleza se encargaron de despejarla. Era preciosa.
Ya en el pabellón deportivo, tras las presentaciones de rigor y en habitual caos inicial, las pruebas de la mañana fueron bastante bien. Para mi sorpresa a los acompañantes nos permitieron ocupar una parte bastante prominente de la grada. Sinceramente hubiera preferido que el clinic se hubiera desarrollado en privado, era consciente de que Lais no llevaba muy bien las multitudes.
Mi protegida se lo tomó muy en serio, tanto que se llevó un par de reprimendas por parte de los entrenadores al echar la bronca a sus compañeras que no terminaban de asimilar los ejercicios que ella bordaba. Suplía su no excesiva estatura con una ganas tremendas y unos fundamentos de ensueño pero no dejaba de hablar y meterse con la gente como una mosca cojonera. Yo sabía que era su forma de rebajar los nervios y la tensión de saberse observada por un buen puñado de personas desconocidas, pero el resto de los presentes no se lo tomó demasiado bien y murmuraban cada vez Lais que tocaba la pelota.
- Su hija no lo hace mal pero es un poco bajita y muy maleducada, ¿no cree? - me dijo la señora que tenía al lado con cierto aire de superioridad -.
- Su nieta en cambio es muy alta pero se mueve como un pato mareado.
- ¿Mi nieta? Perdona pero esa de ahí es mi hija.
- ¿En serio? Pues dicen que no es muy aconsejable parir más allá de los cincuenta. Los hijos salen retrasados o medio tontos con algo de suerte.
Mi interlocutora optó por largarse a otro lado antes de que la conversación subiera de tono. La impertinencia me permitió centrarme en lo importante. Me costaba desligar los movimientos de Lais con lo acaecido la noche anterior. La imaginaba desnuda mientras corría de un lado para otro, con sus pechitos rebotando al ritmo que botaba el balón. Evocaba el suave tacto de sus pezones y cada vez que se daba la vuelta mis libidinosos ojos taladraban su culo con lujuria. Tuve que mirar a otro lado varias veces, temía que mi polla pusiera de manifiesto lo que de verdad ocupaba mi mente.
En el poco tiempo que tuvimos al mediodía para interactuar intenté ejercer de entrenador responsable y persuadirla para que bajase un poco el ritmo. Insolente y procaz, me soltó entre burlas algo así como que en su casa siempre le habían enseñado a ser competitiva y que ser el segundo en algo no es más que ser el primero de los perdedores.
Durante la sesión de la tarde su actitud insolente matinal se acentuó aún más, llegando prácticamente a las manos con jugadoras a las que apenas llegaba hasta su mentón. Tanto fue el cántaro a la fuente que, apenas media hora antes de terminar la sesión de la tarde, una chica polaca de más de metro noventa sacó su codo a pasear en un bloqueo y la pobre Lais acabó noqueada en la lona. Ninguna de sus compañeras de equipo se interesó por ella o le tendió la mano para que se incorporara, tuvo que ser retirada por un par de asistentes y el resto de jugadoras siguió con el ejercicio sin más. Dado su historial clínico me asusté bastante y salí como un galgo a su encuentro.
Cuando llegué al vestuario Lais ya estaba consciente aunque con un golpe bastante serio en uno de sus pómulos y los ojos anegados en lágrimas.
- ¡Sácame de aquí! - masculló con un hilito de voz en cuanto me vio.
Toda su altivez y socarronería se habían quedado tirada sobre el parqué, volvía a ser la joven llorosa y desvalida de la noche anterior. Analizándolo fríamente se lo tenía merecido, es cierto, mas aun así me dio una pena tremenda y despertó en mí un instinto de protección hacia ella que nunca había sentido con anterioridad por alguien.
Ni siquiera nos despedimos de nuestros anfitriones, poco menos que salimos huyendo de allí como dos delincuentes. El estado de su ojo era preocupante, quise llevarla a un hospital pero se negó en redondo.
- Si haces eso se acabó el baloncesto para mí - me dijo con voz muy firme -. Es la excusa perfecta que necesitan mis padres para prohibirme jugar. Júrame que no lo harás o no volveré a hablarte en tu puta vida, papi tonto.
Lo dijo tan seria que no tuve valor para llevarle la contraria. El estado de su cara empeoraba por momentos y por propia experiencia sabía que todavía iría a más. Fui un muchacho conflictivo, tenía muchas tablas en ese tipo de situaciones.
Al llegar al hotel la llevé a la habitación y fui en busca de hielo. Cuando volví dormía sobre su cama enfundada en mi camiseta y nada más. Sé que dormir no es lo más conveniente tras un golpe en la cabeza pero parecía estar bien así que opté por dejarla descansar.
Estuve un buen rato mirándola, hasta que el sol cayó en el ocaso. Su postura impúdica me permitió ver íntegramente su sexo exento de vello, sus firmes piernas y descubrir un nuevo lunar en la parte baja de su vientre, prácticamente en su Monte de Venus. Pese a que nada me apetecía más que verla desnuda, no fui capaz de quitarle el resto de la ropa, no quería despertarla de su reparador sueño. Dormida parecía estar en paz consigo misma, liberada de esos demonios que la atormentaban durante la vigilia. Por miedo a molestarla ni siquiera fui capaz de consultar mi teléfono móvil que no dejaba de vibrar una y otra vez. Cuando anocheció me acosté desnudo a su lado con sumo cuidado, protegiéndola de todo y de todos con mis brazos y así me dormí, fundido a ella, como uno solo.
Ya era noche profunda cuando desperté. Una sensación agradable me embargaba. Al principio creí que había tenido un sueño algo subido de tono, sólo así podía justificar el estado de cierta parte de mi cuerpo. No tardé mucho en encontrar otra explicación más plausible a mi excitación: la cálida boca de Lais estaba dándome de nuevo placer. Suspiré y, sabiendo dónde me llevaría aquello, me relajé y la dejé hacer sin oponerme.
Los movimientos mágicos de lengua y labios de la adolescente eran precisos y certeros, ansiosos por repetir lo acaecido la noche anterior. Sin embargo, cuando estuve endurecido por completo, llegué a la conclusión de que mis apetencias eran otras y decidí pasar a la acción.
Como era previsible ella hizo lo imposible para no desprender sus labios de mi miembro viril. No obstante, impuse mi superioridad física colocándome sobre ella, abriéndola en canal. Cuando entendió mi propósito dejó de resistirse, inclusive separó las piernas cuanto pudo para facilitarme la tarea. Mi pene se impregnó de su flujo que ya había hecho acto de presencia en el exterior de su vulva. Controlando mi instinto primario de arrasarlo todo y empalarla hasta la empuñadura presioné levemente la entrada y me detuve con su sexo palpitando contra mi verga, como si de un beso dulce entre nuestras zonas íntimas se tratase.
Pese a las ganas me contuve. Dudé, temí hacerle daño en realidad; mi cabeza era un hervidero de pensamientos contradictorios.
- Te haré daño - reflexioné en voz alta.
- No, no es verdad - masculló Lais en un susurro, atrayéndome hacia ella, incitándome a pecar -. Hazlo papi… hazlo ya…
Mi parte cerebral me impedía continuar. Ella una muñequita frágil y yo un hombretón bien armado; ella casi una niña y yo todo un adulto de pelo en pecho; ella mi pupila y yo su mentor responsable. Sus padres habían confiado en mí para que cuidase de ella y yo estaba a punto de traicionar esa confianza follándomela en mitad de la noche.
Mi parte emocional deseaba hacerlo. Mi cuerpo vibraba por su cercanía, Lais me atraía, me volvía loco, deseaba hacerla mía. Por su actitud distaba de ser virgen y estaba claro que sus padres ni conocían mi existencia.
- ¡Métela! - Suplicó - ¡papi, por favor, métela!
Noté cómo sus piernas se enroscaban a mi cuerpo y sus manos me atraían hacia ella con fuerza pero fue su forma de besarme con ansia la que desniveló la balanza y lo que me llevó al abismo.
La diferencia de edad no importó, me dejé caer lentamente y fuimos uno. Entré en ella poco a poco, gustándome, disfrutando de cada segundo, intentando no dañarla. Lais se abrió de par en par, regalándome su cuerpo, poniéndolo todo lo fácil que le fue posible y la naturaleza hizo el resto.
Mi pene dilató la vagina a su paso lentamente. Estaba estrecha, muy estrecha aunque a la vez tan lubricada que no hubo excesivos problemas para la penetración. Eso me sorprendió y sobre todo me gustó. El canal era angosto aunque a la vez cálido y receptivo a mi acoso. Metí mi polla en su maltrecho cuerpecito lentamente, sin prisa pero sin pausa. Llegué hasta un punto tras el que ya no pude ahondar más y dejé mi pene ahí, a buen recaudo, en el lugar más caliente del universo. Fue algo mágico y sumamente placentero.
Noté las contracciones de su vagina, incluso su pulso desacompasado con su respiración. No obstante algo no iba bien, Lais estaba tensa; yo lo estaba pasando de miedo pero ella no gozaba como yo quería. Comprendí que estaba agobiada bajo el peso de mi cuerpo. La cosa mejoró cuando me incorporé un poco y le di más libertad de movimientos. Con un leve movimiento de cadera mejoró el ángulo de ataque y el arañazo que desgarró la piel de mi espalda me hizo saber que su malestar inicial había sido sustituido por un intenso placer. La presión en mi pene disminuyó e intuí que era el momento de actuar: la besé de forma pausada, agarré su culo con ambas manos y reinicié la monta de manera más profunda, sin dejar de besarla con delicadeza, eso sí.
La primera vez con Lais fue fantástica, nos compenetramos al instante. Nuestros cuerpos estaban hechos el uno para el otro, como si llevásemos compartiendo cama desde siempre. No fui violento ni tampoco intenso, ni siquiera puede decirse que fuese duro. Se lo hice bonito, como dos enamorados; con besos en el cuello, palabras dulces al oído y piquitos en la boca mientras llenaba de carne el fondo de su vagina.
El ritmo de la cópula no era constante. A veces se lo hacía rápido con inserciones poco profundas que le cortaban la respiración, haciéndola suspirar y, de repente, tres o cuatro golpes secos, profundos aunque no violentos, que arrancaban del fondo de su garganta gruñidos guturales y chillidos ahogados de lo más morbosos.
No fueron pocas las veces en las que desenterré mi verga por completo de su interior lo que provocó airadas protestas por su parte y más de un que otro arañazo extra en mi torso.
- ¡Papi tonto! ¿Por qué te paras?
- Te correrás sólo cuando yo quiera.
- Eres malo… ¡sigueee!
Entre risas y lágrimas de cocodrilo, yo volvía a la carga extasiado por el chapoteo de su sexo y la pericia de su lengua.
Llegó un momento en el que pareció desentenderse de su cuerpo, exhalando jadeos al compás de la monta, abriendo su brazos y piernas de par en par, entregándose a mí por completo. Con la totalidad de mi verga en su vientre, tuve que concentrarme y reprimir mis ganas de terminar en lo más profundo antes de que lo hiciera ella.
- ¡Papi, papi…! - no dejaba de repetir a un volumen cada vez más elevado hasta llegar a un alarido en toda regla -. ¡PAPIIIIIIIII!
Lais sucumbió al orgasmo. Generoso, estridente, devastador, sublime… Se me ocurren mil adjetivos para definirlo y ninguno lo haría con precisión ni justicia. Más allá del grito que seguramente se escuchó en toda Valencia y de que poco menos que me duchó los bajos con su flujo, su vagina guillotinó mi pene de tal forma que me fue imposible retrasar mi eyaculación ni un instante más. Me derretí en su ardiente coñito violentamente hasta que mis testículos no dieron más de sí tras lo cual caí rendido a su lado, sudoroso, satisfecho y salpicado por su abundante flujo vaginal.
Todavía no había recuperado el resuello cuando Lais buscó acomodo de nuevo entre mis brazos y, sin mediar de nuevo palabra, se durmió. A mí me costó hacerlo bastante más. Estaba nervioso, me parecía increíble todo lo sucedido. No sentía el menor remordimiento por lo que había pasado, mi mayor temor era que no se repitiera. Nuestro tórrido encuentro tenía fecha de caducidad que no iba mucho más allá que la jornada siguiente como mucho.
El teléfono del hotel no dejó de bramar hasta que, todavía adormecido, lo descolgué. La luz del sol entraba a raudales por la ventana pero aun así me costó identificar la voz del recepcionista gilipollas del primer día.
- Buenos días. Les recuerdo que hace quince minutos que tanto usted como su… hija deberían haber dejado la habitación, señor.
- ¿Qué?
- Que a las doce es la hora límite de salida y que deberían haber dejado a disposición del servicio de limpieza la habitación a esa hora. Hay otros huéspedes esperando y no podemos retrasarlo más.
- Pero… ¿qué hora es?
- Son las doce y quince minutos, señor.
- ¡No joda!
- No lo hago, simplemente expongo un hecho. Y ya que lo menciona… que sepa que hemos recibido alguna queja de los huéspedes de la habitación contigua a la suya. Por lo visto su… hija es bastante… indiscreta a la hora de… demostrar su amor hacia usted, digámoslo así.
Colgué. No es que no se me ocurriese ninguna contestación ocurrente que darle a aquel imbécil sino que, en teoría, hacía más de dos horas que debíamos estar en el Pabellón. La última sesión del fin de semana consistía en un partido cinco contra cinco entre todas las seleccionadas. Probablemente se trataba de la más importante y la habíamos obviado.
A mi lado yacía Lais durmiendo desnuda a pierna suelta, bellísima como siempre. Bien a gusto me hubiese quedado mirándola todo el día como un burdo voyeur sin embargo no había tiempo para eso.
- ¡Lais! ¡Joder, Lais… despierta!
- ¿Qué se quema? - gruñó entre bostezo y bostezo.
Por fortuna el aspecto externo de su ojo mellado era mucho mejor que en la jornada anterior.
- ¡Tenemos que largarnos! ¡Son más de las doce!
- ¡Cinco minutos más, papi!
- Ni hablar. A ver qué excusa nos inventamos para los del Ros Casares…
Lais se incorporó lentamente y me miró con tristeza.
- No quiero ir, Pedro. No me obligues a volver con esa gente horrible, por favor.
- ¡LAISSSSS!
- ¡QUÉ QUIERES, JODER! ¡Estoy nerviosa! ¿Vale? No voy por ahí chupándosela a tíos que podrían ser mi padre…
- No es eso. Solo intento decir que tal vez deberías limpiarte mejor la cara antes de salir de la habitación, nada más.
Sorprendida, se miró al espejo, descubrió las trazas de mi esperma en la comisura de sus labios y, ruborizada como un tomate, salió disparada de vuelta al baño.
- ¡Joder, qué vergüenza! - Chilló mientras yo reía hasta casi llorar.
Por fortuna para nosotros el grueso de huéspedes del hotel ya había levantado el vuelo y pudimos sentarnos en una zona bastante discreta del comedor. Me quedé perplejo al verla devorar la comida con avidez.
- ¿Pero dónde metes todo eso que comes? Estás flaca como un silbido. Dos sandwiches y un bol hasta arriba de Corn Flakes. Eso se toma con leche, lo sabes, ¿no?
- Ya he tomado suficiente leche por un tiempo, ¿no crees, papi?
Esta vez el que acusó el golpe fui yo y mis mejillas tomaron color.
- Además, ¿me meto yo con esas cochinadas que comes tú? No. Pues eso…
- ¿Cochinadas? ¡Es todo fruta!
- Casi todo, pero no todo.
- ¿No todo?
- Eso no es fruta.
- ¿El aguacate?
- Exacto. Eso es una verdura.
- ¡Qué dices!
- Solo una persona sin civilizar sería capaz de tomar un aguacate de postre.
- Tú deliras. Además deberías tomar algo de fruta, el día va a ser duro.
- Nop. No me gusta la fruta, no soporto su textura, cosas del TDAH. Están frías y me hacen ruidos raros los dientes cuando las muerdo. A mí me gustan las cosas más calientes y cremosas… como el semen de mi papi.
El gajo de mandarina que estaba tragando se quedó atorado en mi garganta al escuchar semejante indiscreción en público. Tuve que toser varias veces mientras aquella jodida chiquilla no dejaba de reír. A punto estaba de reprenderla por decir semejante barbaridad en público cuando me detuve. Su risa era tan poco habitual como encantadora. Si la ira me embargó la mente por un momento, su sonrisa y belleza se encargaron de despejarla. Era preciosa.
Ya en el pabellón deportivo, tras las presentaciones de rigor y en habitual caos inicial, las pruebas de la mañana fueron bastante bien. Para mi sorpresa a los acompañantes nos permitieron ocupar una parte bastante prominente de la grada. Sinceramente hubiera preferido que el clinic se hubiera desarrollado en privado, era consciente de que Lais no llevaba muy bien las multitudes.
Mi protegida se lo tomó muy en serio, tanto que se llevó un par de reprimendas por parte de los entrenadores al echar la bronca a sus compañeras que no terminaban de asimilar los ejercicios que ella bordaba. Suplía su no excesiva estatura con una ganas tremendas y unos fundamentos de ensueño pero no dejaba de hablar y meterse con la gente como una mosca cojonera. Yo sabía que era su forma de rebajar los nervios y la tensión de saberse observada por un buen puñado de personas desconocidas, pero el resto de los presentes no se lo tomó demasiado bien y murmuraban cada vez Lais que tocaba la pelota.
- Su hija no lo hace mal pero es un poco bajita y muy maleducada, ¿no cree? - me dijo la señora que tenía al lado con cierto aire de superioridad -.
- Su nieta en cambio es muy alta pero se mueve como un pato mareado.
- ¿Mi nieta? Perdona pero esa de ahí es mi hija.
- ¿En serio? Pues dicen que no es muy aconsejable parir más allá de los cincuenta. Los hijos salen retrasados o medio tontos con algo de suerte.
Mi interlocutora optó por largarse a otro lado antes de que la conversación subiera de tono. La impertinencia me permitió centrarme en lo importante. Me costaba desligar los movimientos de Lais con lo acaecido la noche anterior. La imaginaba desnuda mientras corría de un lado para otro, con sus pechitos rebotando al ritmo que botaba el balón. Evocaba el suave tacto de sus pezones y cada vez que se daba la vuelta mis libidinosos ojos taladraban su culo con lujuria. Tuve que mirar a otro lado varias veces, temía que mi polla pusiera de manifiesto lo que de verdad ocupaba mi mente.
En el poco tiempo que tuvimos al mediodía para interactuar intenté ejercer de entrenador responsable y persuadirla para que bajase un poco el ritmo. Insolente y procaz, me soltó entre burlas algo así como que en su casa siempre le habían enseñado a ser competitiva y que ser el segundo en algo no es más que ser el primero de los perdedores.
Durante la sesión de la tarde su actitud insolente matinal se acentuó aún más, llegando prácticamente a las manos con jugadoras a las que apenas llegaba hasta su mentón. Tanto fue el cántaro a la fuente que, apenas media hora antes de terminar la sesión de la tarde, una chica polaca de más de metro noventa sacó su codo a pasear en un bloqueo y la pobre Lais acabó noqueada en la lona. Ninguna de sus compañeras de equipo se interesó por ella o le tendió la mano para que se incorporara, tuvo que ser retirada por un par de asistentes y el resto de jugadoras siguió con el ejercicio sin más. Dado su historial clínico me asusté bastante y salí como un galgo a su encuentro.
Cuando llegué al vestuario Lais ya estaba consciente aunque con un golpe bastante serio en uno de sus pómulos y los ojos anegados en lágrimas.
- ¡Sácame de aquí! - masculló con un hilito de voz en cuanto me vio.
Toda su altivez y socarronería se habían quedado tirada sobre el parqué, volvía a ser la joven llorosa y desvalida de la noche anterior. Analizándolo fríamente se lo tenía merecido, es cierto, mas aun así me dio una pena tremenda y despertó en mí un instinto de protección hacia ella que nunca había sentido con anterioridad por alguien.
Ni siquiera nos despedimos de nuestros anfitriones, poco menos que salimos huyendo de allí como dos delincuentes. El estado de su ojo era preocupante, quise llevarla a un hospital pero se negó en redondo.
- Si haces eso se acabó el baloncesto para mí - me dijo con voz muy firme -. Es la excusa perfecta que necesitan mis padres para prohibirme jugar. Júrame que no lo harás o no volveré a hablarte en tu puta vida, papi tonto.
Lo dijo tan seria que no tuve valor para llevarle la contraria. El estado de su cara empeoraba por momentos y por propia experiencia sabía que todavía iría a más. Fui un muchacho conflictivo, tenía muchas tablas en ese tipo de situaciones.
Al llegar al hotel la llevé a la habitación y fui en busca de hielo. Cuando volví dormía sobre su cama enfundada en mi camiseta y nada más. Sé que dormir no es lo más conveniente tras un golpe en la cabeza pero parecía estar bien así que opté por dejarla descansar.
Estuve un buen rato mirándola, hasta que el sol cayó en el ocaso. Su postura impúdica me permitió ver íntegramente su sexo exento de vello, sus firmes piernas y descubrir un nuevo lunar en la parte baja de su vientre, prácticamente en su Monte de Venus. Pese a que nada me apetecía más que verla desnuda, no fui capaz de quitarle el resto de la ropa, no quería despertarla de su reparador sueño. Dormida parecía estar en paz consigo misma, liberada de esos demonios que la atormentaban durante la vigilia. Por miedo a molestarla ni siquiera fui capaz de consultar mi teléfono móvil que no dejaba de vibrar una y otra vez. Cuando anocheció me acosté desnudo a su lado con sumo cuidado, protegiéndola de todo y de todos con mis brazos y así me dormí, fundido a ella, como uno solo.
Ya era noche profunda cuando desperté. Una sensación agradable me embargaba. Al principio creí que había tenido un sueño algo subido de tono, sólo así podía justificar el estado de cierta parte de mi cuerpo. No tardé mucho en encontrar otra explicación más plausible a mi excitación: la cálida boca de Lais estaba dándome de nuevo placer. Suspiré y, sabiendo dónde me llevaría aquello, me relajé y la dejé hacer sin oponerme.
Los movimientos mágicos de lengua y labios de la adolescente eran precisos y certeros, ansiosos por repetir lo acaecido la noche anterior. Sin embargo, cuando estuve endurecido por completo, llegué a la conclusión de que mis apetencias eran otras y decidí pasar a la acción.
Como era previsible ella hizo lo imposible para no desprender sus labios de mi miembro viril. No obstante, impuse mi superioridad física colocándome sobre ella, abriéndola en canal. Cuando entendió mi propósito dejó de resistirse, inclusive separó las piernas cuanto pudo para facilitarme la tarea. Mi pene se impregnó de su flujo que ya había hecho acto de presencia en el exterior de su vulva. Controlando mi instinto primario de arrasarlo todo y empalarla hasta la empuñadura presioné levemente la entrada y me detuve con su sexo palpitando contra mi verga, como si de un beso dulce entre nuestras zonas íntimas se tratase.
Pese a las ganas me contuve. Dudé, temí hacerle daño en realidad; mi cabeza era un hervidero de pensamientos contradictorios.
- Te haré daño - reflexioné en voz alta.
- No, no es verdad - masculló Lais en un susurro, atrayéndome hacia ella, incitándome a pecar -. Hazlo papi… hazlo ya…
Mi parte cerebral me impedía continuar. Ella una muñequita frágil y yo un hombretón bien armado; ella casi una niña y yo todo un adulto de pelo en pecho; ella mi pupila y yo su mentor responsable. Sus padres habían confiado en mí para que cuidase de ella y yo estaba a punto de traicionar esa confianza follándomela en mitad de la noche.
Mi parte emocional deseaba hacerlo. Mi cuerpo vibraba por su cercanía, Lais me atraía, me volvía loco, deseaba hacerla mía. Por su actitud distaba de ser virgen y estaba claro que sus padres ni conocían mi existencia.
- ¡Métela! - Suplicó - ¡papi, por favor, métela!
Noté cómo sus piernas se enroscaban a mi cuerpo y sus manos me atraían hacia ella con fuerza pero fue su forma de besarme con ansia la que desniveló la balanza y lo que me llevó al abismo.
La diferencia de edad no importó, me dejé caer lentamente y fuimos uno. Entré en ella poco a poco, gustándome, disfrutando de cada segundo, intentando no dañarla. Lais se abrió de par en par, regalándome su cuerpo, poniéndolo todo lo fácil que le fue posible y la naturaleza hizo el resto.
Mi pene dilató la vagina a su paso lentamente. Estaba estrecha, muy estrecha aunque a la vez tan lubricada que no hubo excesivos problemas para la penetración. Eso me sorprendió y sobre todo me gustó. El canal era angosto aunque a la vez cálido y receptivo a mi acoso. Metí mi polla en su maltrecho cuerpecito lentamente, sin prisa pero sin pausa. Llegué hasta un punto tras el que ya no pude ahondar más y dejé mi pene ahí, a buen recaudo, en el lugar más caliente del universo. Fue algo mágico y sumamente placentero.
Noté las contracciones de su vagina, incluso su pulso desacompasado con su respiración. No obstante algo no iba bien, Lais estaba tensa; yo lo estaba pasando de miedo pero ella no gozaba como yo quería. Comprendí que estaba agobiada bajo el peso de mi cuerpo. La cosa mejoró cuando me incorporé un poco y le di más libertad de movimientos. Con un leve movimiento de cadera mejoró el ángulo de ataque y el arañazo que desgarró la piel de mi espalda me hizo saber que su malestar inicial había sido sustituido por un intenso placer. La presión en mi pene disminuyó e intuí que era el momento de actuar: la besé de forma pausada, agarré su culo con ambas manos y reinicié la monta de manera más profunda, sin dejar de besarla con delicadeza, eso sí.
La primera vez con Lais fue fantástica, nos compenetramos al instante. Nuestros cuerpos estaban hechos el uno para el otro, como si llevásemos compartiendo cama desde siempre. No fui violento ni tampoco intenso, ni siquiera puede decirse que fuese duro. Se lo hice bonito, como dos enamorados; con besos en el cuello, palabras dulces al oído y piquitos en la boca mientras llenaba de carne el fondo de su vagina.
El ritmo de la cópula no era constante. A veces se lo hacía rápido con inserciones poco profundas que le cortaban la respiración, haciéndola suspirar y, de repente, tres o cuatro golpes secos, profundos aunque no violentos, que arrancaban del fondo de su garganta gruñidos guturales y chillidos ahogados de lo más morbosos.
No fueron pocas las veces en las que desenterré mi verga por completo de su interior lo que provocó airadas protestas por su parte y más de un que otro arañazo extra en mi torso.
- ¡Papi tonto! ¿Por qué te paras?
- Te correrás sólo cuando yo quiera.
- Eres malo… ¡sigueee!
Entre risas y lágrimas de cocodrilo, yo volvía a la carga extasiado por el chapoteo de su sexo y la pericia de su lengua.
Llegó un momento en el que pareció desentenderse de su cuerpo, exhalando jadeos al compás de la monta, abriendo su brazos y piernas de par en par, entregándose a mí por completo. Con la totalidad de mi verga en su vientre, tuve que concentrarme y reprimir mis ganas de terminar en lo más profundo antes de que lo hiciera ella.
- ¡Papi, papi…! - no dejaba de repetir a un volumen cada vez más elevado hasta llegar a un alarido en toda regla -. ¡PAPIIIIIIIII!
Lais sucumbió al orgasmo. Generoso, estridente, devastador, sublime… Se me ocurren mil adjetivos para definirlo y ninguno lo haría con precisión ni justicia. Más allá del grito que seguramente se escuchó en toda Valencia y de que poco menos que me duchó los bajos con su flujo, su vagina guillotinó mi pene de tal forma que me fue imposible retrasar mi eyaculación ni un instante más. Me derretí en su ardiente coñito violentamente hasta que mis testículos no dieron más de sí tras lo cual caí rendido a su lado, sudoroso, satisfecho y salpicado por su abundante flujo vaginal.
Todavía no había recuperado el resuello cuando Lais buscó acomodo de nuevo entre mis brazos y, sin mediar de nuevo palabra, se durmió. A mí me costó hacerlo bastante más. Estaba nervioso, me parecía increíble todo lo sucedido. No sentía el menor remordimiento por lo que había pasado, mi mayor temor era que no se repitiera. Nuestro tórrido encuentro tenía fecha de caducidad que no iba mucho más allá que la jornada siguiente como mucho.
El teléfono del hotel no dejó de bramar hasta que, todavía adormecido, lo descolgué. La luz del sol entraba a raudales por la ventana pero aun así me costó identificar la voz del recepcionista gilipollas del primer día.
- Buenos días. Les recuerdo que hace quince minutos que tanto usted como su… hija deberían haber dejado la habitación, señor.
- ¿Qué?
- Que a las doce es la hora límite de salida y que deberían haber dejado a disposición del servicio de limpieza la habitación a esa hora. Hay otros huéspedes esperando y no podemos retrasarlo más.
- Pero… ¿qué hora es?
- Son las doce y quince minutos, señor.
- ¡No joda!
- No lo hago, simplemente expongo un hecho. Y ya que lo menciona… que sepa que hemos recibido alguna queja de los huéspedes de la habitación contigua a la suya. Por lo visto su… hija es bastante… indiscreta a la hora de… demostrar su amor hacia usted, digámoslo así.
Colgué. No es que no se me ocurriese ninguna contestación ocurrente que darle a aquel imbécil sino que, en teoría, hacía más de dos horas que debíamos estar en el Pabellón. La última sesión del fin de semana consistía en un partido cinco contra cinco entre todas las seleccionadas. Probablemente se trataba de la más importante y la habíamos obviado.
A mi lado yacía Lais durmiendo desnuda a pierna suelta, bellísima como siempre. Bien a gusto me hubiese quedado mirándola todo el día como un burdo voyeur sin embargo no había tiempo para eso.
- ¡Lais! ¡Joder, Lais… despierta!
- ¿Qué se quema? - gruñó entre bostezo y bostezo.
Por fortuna el aspecto externo de su ojo mellado era mucho mejor que en la jornada anterior.
- ¡Tenemos que largarnos! ¡Son más de las doce!
- ¡Cinco minutos más, papi!
- Ni hablar. A ver qué excusa nos inventamos para los del Ros Casares…
Lais se incorporó lentamente y me miró con tristeza.
- No quiero ir, Pedro. No me obligues a volver con esa gente horrible, por favor.
Me conmovió su aspecto desvalido y su actitud sumisa así que contesté de la única forma adecuada en ese momento:
- Tranquila, princesita.
- ¡Gracias, papi! - Chilló colgándose del cuello colmándome de besos.
Cuando logré zafarme, entusiasmada como una niña agarró una servilleta del escritorio con el membrete del establecimiento, y estampó en ella la silueta de sus labios.
- Toma, papi. Te mereces un regalo, por bueno.
- Muchas gracias, princesita.
No llevar mucho equipaje fue una ventaja. Abandonamos el hotel furtivamente, aprovechando la invasión del hall por una manada de turistas chinos. Invertimos el poco tiempo que nos quedaba de aquella improvisada luna de miel en hacer algo de turismo, comer por ahí y hacernos un montón de fotos cogidos de la mano. De vez en cuando buscábamos algún rincón apartado para besarnos. No queríamos que aquello terminase nunca. Estuvieron a punto de pillarnos varias veces hasta que al final se impuso la cordura y emprendimos el viaje de vuelta.
La actitud de Lais fue inversamente distinta a la ida. Sonreía y hablaba por los codos y, en cuanto tenía ocasión, tomaba mi mano para que tocase su pierna.
Mentiría si dijese que aproveché una de las largas rectas de la Autovía Mudéjar para masturbarla y que me devolvió el favor con su boca en un apartado rincón de un área de servicio de la Autopista Vasco-Aragonesa. No pasó y sinceramente tampoco lo eché de menos. Fue un viaje divertido que me hizo muy breve. Su risa y personalidad arrolladora lo llenaba todo.
- ¡Tengo hambre, papi! - chilló de nuevo utilizando su tono de voz más infantil.
- Pero si casi hemos llegado - Refunfuñé.
- ¡Llévame a tomar algo al Centro Comercial Ballonti! A estas horas no hay nadie en casa y seguro que no tengo nada para la cena. ¿Acaso no decías que no me alimentara a base de sandwichitos? Porfi, porfi, porfi, porfi…
- Está bien, está bien - me rendí -.
En realidad no quería que aquel fantástico fin de semana llegase a su fin, Lais me tenía cautivado. No podía creer que una jovencita de su edad pudiese atraerme tanto y causar tanto impacto.
- ¡Gracias, papi! Mi hermano Iker me habló de un sitio nuevo que han abierto. Es comida caribeña, seguro que te gusta. Mi mamá es venezolana, en realidad yo también. Nací allí.
- Como quieras. Tú ganas.
Di gracias al cielo al comprobar que el centro comercial no estaba excesivamente concurrido a las diez de la noche. Pese a ser domingo, el día siguiente era laborable y sin duda eso hizo mella en el número de clientes del restaurante .
Lais demostró una vez más su voraz apetito. Engullía uno tras otro los pequeños manjares del menú degustación. Cada vez me parecía más atractiva. A duras penas lograba apartar mis pensamientos libidinosos de sus labios.
- ¡Uhmmm! Tienes que probar esto papi, está delicioso.
- Cierto - asentí tras dar un mordisco al alimento rebozado -, ¿sabes qué lleva? Aparte del queso tiene un sabor diferente que me es familiar.
- Ni idea. ¡Camarera, camarera!
Sus chillidos atravesaron el comedor casi desierto hasta que fue atendida por una oronda mesera.
- ¿Qué se te ofrece chica?
- ¿Sería tan amable de decirme qué lleva esto? Se llaman tequeños ¿no es cierto?
- Así es, mi amor. Tiene queso llanero rebozado en harina.
- ¿Y nada más? Mi mamá es de allá y los que ella hacen no saben igual.
- Eso es porque nosotros utilizamos la receta Tachira, con una harina especial de lentejas…
La cara de Lais era todo un poema, su semblante cambió de un plumazo.
- ¿Lentejas? ¿Ha dicho lentejas?
- Tranquila, princesita.
- ¡Gracias, papi! - Chilló colgándose del cuello colmándome de besos.
Cuando logré zafarme, entusiasmada como una niña agarró una servilleta del escritorio con el membrete del establecimiento, y estampó en ella la silueta de sus labios.
- Toma, papi. Te mereces un regalo, por bueno.
- Muchas gracias, princesita.
No llevar mucho equipaje fue una ventaja. Abandonamos el hotel furtivamente, aprovechando la invasión del hall por una manada de turistas chinos. Invertimos el poco tiempo que nos quedaba de aquella improvisada luna de miel en hacer algo de turismo, comer por ahí y hacernos un montón de fotos cogidos de la mano. De vez en cuando buscábamos algún rincón apartado para besarnos. No queríamos que aquello terminase nunca. Estuvieron a punto de pillarnos varias veces hasta que al final se impuso la cordura y emprendimos el viaje de vuelta.
La actitud de Lais fue inversamente distinta a la ida. Sonreía y hablaba por los codos y, en cuanto tenía ocasión, tomaba mi mano para que tocase su pierna.
Mentiría si dijese que aproveché una de las largas rectas de la Autovía Mudéjar para masturbarla y que me devolvió el favor con su boca en un apartado rincón de un área de servicio de la Autopista Vasco-Aragonesa. No pasó y sinceramente tampoco lo eché de menos. Fue un viaje divertido que me hizo muy breve. Su risa y personalidad arrolladora lo llenaba todo.
- ¡Tengo hambre, papi! - chilló de nuevo utilizando su tono de voz más infantil.
- Pero si casi hemos llegado - Refunfuñé.
- ¡Llévame a tomar algo al Centro Comercial Ballonti! A estas horas no hay nadie en casa y seguro que no tengo nada para la cena. ¿Acaso no decías que no me alimentara a base de sandwichitos? Porfi, porfi, porfi, porfi…
- Está bien, está bien - me rendí -.
En realidad no quería que aquel fantástico fin de semana llegase a su fin, Lais me tenía cautivado. No podía creer que una jovencita de su edad pudiese atraerme tanto y causar tanto impacto.
- ¡Gracias, papi! Mi hermano Iker me habló de un sitio nuevo que han abierto. Es comida caribeña, seguro que te gusta. Mi mamá es venezolana, en realidad yo también. Nací allí.
- Como quieras. Tú ganas.
Di gracias al cielo al comprobar que el centro comercial no estaba excesivamente concurrido a las diez de la noche. Pese a ser domingo, el día siguiente era laborable y sin duda eso hizo mella en el número de clientes del restaurante .
Lais demostró una vez más su voraz apetito. Engullía uno tras otro los pequeños manjares del menú degustación. Cada vez me parecía más atractiva. A duras penas lograba apartar mis pensamientos libidinosos de sus labios.
- ¡Uhmmm! Tienes que probar esto papi, está delicioso.
- Cierto - asentí tras dar un mordisco al alimento rebozado -, ¿sabes qué lleva? Aparte del queso tiene un sabor diferente que me es familiar.
- Ni idea. ¡Camarera, camarera!
Sus chillidos atravesaron el comedor casi desierto hasta que fue atendida por una oronda mesera.
- ¿Qué se te ofrece chica?
- ¿Sería tan amable de decirme qué lleva esto? Se llaman tequeños ¿no es cierto?
- Así es, mi amor. Tiene queso llanero rebozado en harina.
- ¿Y nada más? Mi mamá es de allá y los que ella hacen no saben igual.
- Eso es porque nosotros utilizamos la receta Tachira, con una harina especial de lentejas…
La cara de Lais era todo un poema, su semblante cambió de un plumazo.
- ¿Lentejas? ¿Ha dicho lentejas?
- Sí, mi amor, ¿por qué lo dices?
Sin ni siquiera contestar se levantó rápidamente y me miró muy asustada:
- ¡Tienes que llevarme al hospital!
Reconozco que me costó reaccionar. Cuando comprendí el problema con su alergia salté como un resorte. Juro por dios que me di toda la prisa del mundo en pagar, ir al coche y emprender la marcha hacia el centro médico.
No me mintió en absoluto en relación a su problema. En verdad creí que de nuevo se me iba. Atravesé la puerta de urgencias del hospital con Lais en mis brazos pidiendo ayuda justo en el momento en el que dejó de respirar, morada y con la garganta hinchada como un balón. Los siguientes minutos fueron angustiosos, los peores de mi vida. No sabía qué hacer ni a quién llamar. Al no ser pariente directo, nadie me decía nada. Me sentí el ser más inútil del universo.
Horas más tarde se presentó ante mí una mujer de rasgos latinos algo mayor que yo. No era muy alta e iba vestida de cirujano. No pude precisar muchos detalles de su rostro, sus ojos llorosos centraron toda mi atención. Me temí lo peor. Me fallaban las piernas y mi pulso iba a mil por hora.
- ¿Es usted el que ha traído aquí a mi hija?
Enmudecí.
- ¿Es usted el que ha traído aquí a Lais? - repitió con más vehemencia.
Al escuchar ese nombre, reaccioné.
- Sí. Yo fui.
Me abrazó y aprovechando la intimidad proporcionada por mi hombro se echó a llorar.
- Gracias. Si no es por usted habría muerto - dijo tras recuperar la compostura -.
Y sin decir nada más se fue por donde había venido. Son las únicas palabras que he cruzado con esa señora en mi vida
A raíz de unos problemas con sus tendones Lais dejó el baloncesto lo que eliminó la posibilidad de encontrarnos de manera furtiva tras los entrenos. Eso no supuso el final de nuestra relación ya que, por fortuna para nosotros, la vigilancia sobre ella por parte de sus padres era muy laxa por no decir inexistente. Jamás hubo problemas para encontrarnos en el skatepark o en cualquier otro sitio, ir al cine y cosas así.
Lais siempre ha sido una chica muy ardiente; el fuego del caribe navega por sus venas tanto para lo bueno como para lo malo. Había días que estaba de un humor insoportable y otros en los que me comía a besos todo el tiempo.
Tampoco tuvimos problemas para tener sexo casi a diario. Lais visitaba con asiduidad mi apartamento, bastante mejor insonorizado que la habitación del hotel de nuestra primera vez, y allí dábamos rienda suelta a nuestra pasión. Con catorce años llegaba a primera hora de la mañana del sábado y se marchaba tras la cena dejándome exhausto. Con quince incluso dormía en mi cama de vez en cuando y con dieciséis pasaba semanas enteras en mi casa sin volver para nada a la suya. Al principio yo le preguntaba por la opinión de sus papás sobre sus ausencia y ella me decía que les daba lo mismo, que sólo se preocupaban por su hermano pequeño, que pasaban de ella. A los diecisiete prácticamente se emancipó de sus padres y Tony, una tabla de skate a la que también puso nombre, ha compartido armario con mis bastones de senderismo a partir de los dieciocho.
Ahora, con apenas diecinueve, Jericó, su motocicleta, ocupa un rinconcito de mi plaza de aparcamiento aunque por poco tiempo: mi coqueto ático de alquiler no es el lugar más adecuado para criar al par de gemelas que están a punto de llegar.
Por si todo esto fuese poco no hay que olvidar la presencia de nuestra nueva mascota, un cachorro husky llamado Elur que no para de moverse de aquí para allá, desordenando los peluches de Lais y mordiéndolo todo ante la inquisitiva mirada de nuestra gata Floffy (siempre me pareció más un nombre de foca pero esta es otra de mis batallas perdidas).
- ¿Qué estás haciendo, papi tonto?
- Sabes que pronto no podrás llamarme así, ¿verdad, princesita? - la agarré por el talle acariciando su vientre abultado.
- Siempre seré tu princesita y tú mi papi tonto, eso que te quede claro.
- ¿Siempre?
- Siempre.
Kamataruk
“Fue el tiempo que pasaste con tu rosa lo que la hizo tan importante.”
“Eres el dueño de tu vida y tus emociones, nunca lo olvides.“
“Caminando en línea recta no puede uno llegar muy lejos.”
- ¡Tienes que llevarme al hospital!
Reconozco que me costó reaccionar. Cuando comprendí el problema con su alergia salté como un resorte. Juro por dios que me di toda la prisa del mundo en pagar, ir al coche y emprender la marcha hacia el centro médico.
No me mintió en absoluto en relación a su problema. En verdad creí que de nuevo se me iba. Atravesé la puerta de urgencias del hospital con Lais en mis brazos pidiendo ayuda justo en el momento en el que dejó de respirar, morada y con la garganta hinchada como un balón. Los siguientes minutos fueron angustiosos, los peores de mi vida. No sabía qué hacer ni a quién llamar. Al no ser pariente directo, nadie me decía nada. Me sentí el ser más inútil del universo.
Horas más tarde se presentó ante mí una mujer de rasgos latinos algo mayor que yo. No era muy alta e iba vestida de cirujano. No pude precisar muchos detalles de su rostro, sus ojos llorosos centraron toda mi atención. Me temí lo peor. Me fallaban las piernas y mi pulso iba a mil por hora.
- ¿Es usted el que ha traído aquí a mi hija?
Enmudecí.
- ¿Es usted el que ha traído aquí a Lais? - repitió con más vehemencia.
Al escuchar ese nombre, reaccioné.
- Sí. Yo fui.
Me abrazó y aprovechando la intimidad proporcionada por mi hombro se echó a llorar.
- Gracias. Si no es por usted habría muerto - dijo tras recuperar la compostura -.
Y sin decir nada más se fue por donde había venido. Son las únicas palabras que he cruzado con esa señora en mi vida
A raíz de unos problemas con sus tendones Lais dejó el baloncesto lo que eliminó la posibilidad de encontrarnos de manera furtiva tras los entrenos. Eso no supuso el final de nuestra relación ya que, por fortuna para nosotros, la vigilancia sobre ella por parte de sus padres era muy laxa por no decir inexistente. Jamás hubo problemas para encontrarnos en el skatepark o en cualquier otro sitio, ir al cine y cosas así.
Lais siempre ha sido una chica muy ardiente; el fuego del caribe navega por sus venas tanto para lo bueno como para lo malo. Había días que estaba de un humor insoportable y otros en los que me comía a besos todo el tiempo.
Tampoco tuvimos problemas para tener sexo casi a diario. Lais visitaba con asiduidad mi apartamento, bastante mejor insonorizado que la habitación del hotel de nuestra primera vez, y allí dábamos rienda suelta a nuestra pasión. Con catorce años llegaba a primera hora de la mañana del sábado y se marchaba tras la cena dejándome exhausto. Con quince incluso dormía en mi cama de vez en cuando y con dieciséis pasaba semanas enteras en mi casa sin volver para nada a la suya. Al principio yo le preguntaba por la opinión de sus papás sobre sus ausencia y ella me decía que les daba lo mismo, que sólo se preocupaban por su hermano pequeño, que pasaban de ella. A los diecisiete prácticamente se emancipó de sus padres y Tony, una tabla de skate a la que también puso nombre, ha compartido armario con mis bastones de senderismo a partir de los dieciocho.
Ahora, con apenas diecinueve, Jericó, su motocicleta, ocupa un rinconcito de mi plaza de aparcamiento aunque por poco tiempo: mi coqueto ático de alquiler no es el lugar más adecuado para criar al par de gemelas que están a punto de llegar.
Por si todo esto fuese poco no hay que olvidar la presencia de nuestra nueva mascota, un cachorro husky llamado Elur que no para de moverse de aquí para allá, desordenando los peluches de Lais y mordiéndolo todo ante la inquisitiva mirada de nuestra gata Floffy (siempre me pareció más un nombre de foca pero esta es otra de mis batallas perdidas).
- ¿Qué estás haciendo, papi tonto?
- Sabes que pronto no podrás llamarme así, ¿verdad, princesita? - la agarré por el talle acariciando su vientre abultado.
- Siempre seré tu princesita y tú mi papi tonto, eso que te quede claro.
- ¿Siempre?
- Siempre.
Kamataruk
“Fue el tiempo que pasaste con tu rosa lo que la hizo tan importante.”
“Eres el dueño de tu vida y tus emociones, nunca lo olvides.“
“Caminando en línea recta no puede uno llegar muy lejos.”
“El principito “ Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944)
Solo una palabra puede describir tu relato kamataruk, increíble, ya extrañaba tu escritura, gracias, la espera valió la pena
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario, sé que no me prodigo como debería. En este punto de mi vida para escribir necesito contar algo que merezca la pena y que me remueva por dentro, como es este caso. Un saludo.
Eliminar"Si alguien ama a una flor de la que solo existe un ejemplar entre millones y millones de estrellas, es suficiente mirar al cielo para ser feliz, pues puede decir satisfecho: Mi flor está allí, en alguna parte...."
ResponderEliminar"Haz de tu vida un sueño, y de tu sueño una realidad"
EliminarExcelente. Hermoso final, no me lo esperaba.
ResponderEliminarHay historias que merecen terminar bien. Gracias por comentar.
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