"PRIMERA COMUNIÓN. Capítulo 1" por Kamataruk


Alina, Alesia and Ksenia, de Vivienne Mok
– ¡Señora! Ha sido un día maravilloso que ni Aine ni yo podremos olvidar jamás.

– No lo dudo.

– Por cierto, hace un rato que no la veo. ¿Sabe usted dónde está?

– Andará por ahí, jugando. Ya sabes, no es más que una niña.

– Uff, parece que me estoy mareando...

– Tranquila, será la emoción, bebe un poco más de infusión, te hará bien.

– No sé… no sé cómo… agradecérselo…

Fueron las últimas palabras que Lynn pronunció antes de caer narcotizada sobre el suelo de la cocina. El tazón que sostenía entre las manos se hizo añicos aquella noche en la que el himen de la pequeña Aine tiñó el vestido de su Primera Comunión de sangre.

– Evidentemente yo sí, querida. – Contestó despectivamente la madame, apurando la copa de champagne una vez su sirvienta cayó dormida en un profundo sueño.

Después se dirigió hacia el salón principal de la casa, el lugar estaba teniendo lugar la iniciación de la niña. Ya le parecía estar escuchando gritos al fondo del pasillo, entre risas y brindis: la orgía había dado comienzo.

El día había comenzado muy pronto en la suntuosa mansión de la señora Ofelia. La ocasión bien lo valía. Aine, la hija de Lynn, una de sus sirvientas de confianza celebraba el día de su Primera Comunión.

La lluvia típica de aquel lugar a las afueras de Gloucester se había dado unas jornadas tregua y la campiña inglesa resplandecía aquella mañana de mayo de mediados de los años treinta.

La dueña de la casa, siempre tan apática y estirada en lo referente a todo lo relacionado con el personal de servicio, se había mostrado especialmente interesada en el acontecimiento, encargándose de todo personalmente tanto en lo relativo a la organización como a lo económico. Lynn atribuyó tal inesperado alarde de generosidad al hecho de que la señora, pese a ser anglicana y por ello no practicante de dicho sacramento, le había cogido cariño a la dicharachera niña católica de origen irlandés. Todo pese a que desde un principio doña Ofelia se había mostrado reticente a la presencia de Aine en la casa ya que su máxima era: “En mi casa, o limpias o fornicas, no hay sitio para nadie más” y la niña era muy pequeña para hacer tanto una cosa como la otra.

Tras la ceremonia, la señora Ofelia organizó un ágape digno de una boda de alto copete en el amplio jardín de la mansión al que invitó a lo más selecto y granado de la alta sociedad de la ciudad. Cómo no, también acudieron los familiares de la niña, traídos expresamente del lejano pueblo irlandés del que era originaria la madre. No faltó de nada: una orquesta, licores caros, champagne francés y cigarros caribeños realmente difíciles de encontrar en aquellas fechas.

Incluso las chicas del burdel estuvieron la mar de comedidas y se comportaron como verdaderas señoritas, no en vano aquel era un local distinguido en el que no bastaba con ser bonita o exuberante sino que se debían poseer otras aptitudes si se quería ejercer la prostitución en él. Cualquiera de ellas debía ser capaz de recitar poesía o introducirse una polla por el culo con la misma soltura. No eran para nada rameras de tres al cuarto de cualquier callejón oscuro de Londres, muchas de ellas provenían de buenas familias de todo el mundo… algo venidas a menos, eso sí.

– Siento que tu suegro no haya podido venir – le dijo la señora Ofelia a su criada de confianza durante un receso.

– Bueno, no se encontraba bien… creo. El viaje es muy largo y ya está algo mayor.

– Vaya, espero que se mejore.

Se trataba de un diálogo de besugos ya que ambas eran conocedoras del verdadero motivo de la ausencia en la ceremonia del único abuelo vivo de la niña. El viejo lobo de mar no terminaba de asimilar el hecho de que la viuda de su hijo trabajase en un prostíbulo de lujo ni aunque fuese de asistenta y mucho menos que viviese allí con su única nieta.

– Yo… yo también.

Y dejando a un lado la tristeza producida por las múltiples ausencias dirigió su mirada a Aine que no paraba de sonreír y a hablar con todo el mundo desde su lugar prominente en la mesa.

– Está preciosa – Dijo la señora adivinándole el pensamiento.

– Todos dicen que se parece a mi madre.

– Debía ser una mujer muy hermosa.

– Así es… bueno… era.

La mirada de madre e hija se cruzaron y la niña le lanzó un beso al aire que la mujer recogió con amor.

Verdaderamente Aine estaba radiante. A sus nueve años era toda una muñeca inmaculada, la viva imagen de la pureza hecha carne. Flaquita y muy clara de piel, centelleaba como un lucero en la presidencia de la mesa. Su melena larga color paja se recogía a forma de cola gracias a una cinta blanca coronada con un adorno floreado del mismo color. De esta manera, su grácil cuello quedaba a la vista, a la vez que sus nimias orejas infantiles moteadas por dos pendientes dorados, obsequio de la señora. Sus ojos azules no paraban quietos de un lado para otro, arrastrando consigo una deliciosa naricita casi chata y unos no menos apetitosos labios decorados tan sólo con un ligero brillo, que guardaban en su interior una sucesión de perlas en forma de dientes ligeramente separadas sencillamente divinas. Su belleza natural en combinación con su eterna sonrisa, aderezadas por sus pequeños guantes y un vestido acampanado de mangas cortas, entallado por encima del abdomen le daban un aspecto onírico, un verdadero ángel, algo impropio del sucio mundo que la rodeaba a diario.

Pese a que en la celebración abundaban hembras mucho más exuberantes que ella todos los ojos iban a parar a Aine, especialmente los de los invitados personales de la señora Ofelia, aunque sus miradas no eran para nada castas, literalmente la desnudaban con la mirada.

Justo antes de que apareciera la tarta, una de las jóvenes meretrices le entregó media docena de rosas rojas.

– Son de parte de ese señor – Le susurró al oído de la niña señalándole al distinguido sujeto.

Aine no comprendió el objetivo del regalo pero le obsequió con la mejor de sus sonrisas. Era una niña muy bien educada pese a su origen humilde.

A ese primer ramillete de rosas le siguieron algunas más. A veces de una en una, otras de dos en dos o incluso en mayor cantidad pero siempre procedentes de esos señores a los que no conocía. Intuyó que deberían tratarse de amistades de la señora Ofelia ya que ninguno de sus parientes del pueblo vestía de forma tan elegante y cara. Poco a poco el frontal de su mesa fue llenándose de flores espinadas y cada nueva entrega era vitoreada por los forasteros pueblerinos que no conocían el objeto de aquel aparentemente inocente juego.

De haber sabido que cada una de aquellas rosas equivalía a una considerable cantidad de dinero y que la niña estaba siendo subastada en sus propias narices a buen seguro no hubiesen jaleado tanto cada entrega de flores.

El ir y venir de ramos terminó cuando el acompañante de la anfitriona, un apuesto señor de fino bigote, con aspecto noble y buen porte hizo una oferta que ninguno de sus adversarios pudo superar. Más de uno apretó los puños airado y otros hicieron amago de levantarse e irse pero contuvieron su ira y encajaron la derrota como buenos caballeros. Eran habituales clientes de la casa, por no decir los mejores, y la señora a buen seguro que tendría alguna atención con ellos dejándoles gozar de la pequeña Aine de un modo u otro. No serían los primeros pero la niña, aun con su flor mancillada, no dejaba de ser una tentadora ambrosía con la que satisfacer sus más bajos instintos.

La fiesta se prolongó toda la tarde y hasta bien entrada la noche. Poco a poco los invitados se fueron marchando, felicitando a Lynn por tan magnífica jornada. Tan ajetreada estaba la buena mujer en despedirse de todos sus conocidos que perdió de vista a su hija. No había peligro, estaba segura entre aquellos muros. O al menos eso creía hasta que la vista se le nubló gracias al bebedizo que le ofreció la señora.

Aine, por su parte, ya hacía un rato que se había deshecho del incómodo cancán y correteaba descalza pero aún vestida de ceremonia por la zona prohibida de la casa en compañía de Danna, la prostituta más joven y dicharachera del burdel. La quinceañera pelirroja, de boca complaciente y dotada delantera, se había convertido en confidente de la niña desde su llegada a la casa unos meses atrás. También ella era de origen irlandés y practicaba el catolicismo aunque a su manera; no era demasiado asidua a la Iglesia que digamos y los religiosos que conocía era debido más bien gracias a su entrepierna que a su devoción.

– ¡Pssss! Mira. – Le dijo la joven puta abriendo ligeramente una de las puertas correderas que daban acceso al Salón Rojo, el lugar más prohibido e impúdico de la mansión.

Conforme se iba ampliando el campo de visión se distinguía mejor una pareja haciendo “cosas feas”, eufemismo que utilizaba Lynn para denominar al sexo cuando hablaba con su hija acerca de lo que se hacía en aquella casa, o “follando” tal y como diría sin el menor tapujo la vivaracha Danna. A su alrededor, otras prostitutas coqueteaban semidesnudas con los invitados de la señora Ofelia mientras observaban la cópula bebiendo champán y conversando de forma animadas.

– ¡Oh! – Exclamó la niña contemplando hipnotizada cómo la exótica meretriz asiática montaba dulcemente al cliente de turno. Lo hacía lentamente, recreándose en su armonioso movimiento de cadera, mientras él le acariciaba los senos con suavidad -. ¡Qué bella es!

No era la primera vez que Aine espiaba a las prostitutas en plena faena y en especial a Yuky, la sensual japonesa de cuerpo menudo, sin duda una de sus preferidas. Pese a que le estaba terminantemente prohibido deambular por la zona caliente de la casa, era el raro el día en el que no se escabullía de la vigilancia de su mamá y contemplaba todo tipo de relaciones sexuales que tenían lugar en el distinguido prostíbulo de las afueras de la ciudad, desde la cópula más convencional hasta el más salvaje y sangriento sadismo. El establecimiento era selecto, allí se hacía de todo, hasta lo más prohibido, en un ambiente de total impunidad y discreción para los clientes. Su buen dinero les costaba.

Alguna vez la niña había sido descubierta en sus actividades furtivas pero las chicas, en lugar de reprender su acción tan poco adecuada a su edad, se limitaban a sonreírle y seguían con lo suyo de manera todavía más explícita si cabe, como deseando que la niña aprendiese de ellas las mil y una variantes del sexo.

La jovencita creía que aquella condescendencia para con ella era debida a que las chicas la consideraban como una más en su pequeña y peculiar familia; poco podía imaginar que aquella actitud amable de las prostitutas era una orden directa de la señora Ofelia en su oscuro afán para corromper a la chiquilla. La dueña de la casa se las arreglaba para inundar de trabajo a Lynn mientras Danna llenaba la cabeza de Aine con las más sucias ideas, enseñándole cosas impropias para una niña de nueve años, tanto con imágenes como con hechos.

– ¡Ahora… con dos a la vez! - Suspiró la pequeña babeando ligeramente al ver cómo la morena de ojos rasgados alojaba en su orto el cipote de un segundo amante. Era una experta en penetraciones múltiple y eso a la niña le calentaba en exceso.

Tan embelesada estaba Aine con la danza de los tres amantes que ni siquiera se dio cuenta que la falda de su vestido inmaculado estaba siendo levantada por una mano que se dirigía rauda y veloz hacia sus partes íntimas, acariciando a su paso las medias que cubrían sus pantorrillas, el liguero que las sostenían y los muslo desnudos que la coronaban, hasta posarse en sus braguitas de seda.

– ¡Ah! – Exclamó la niña al sentirse tocada en su intimidad -. ¡Detente!

– “¡Qué mojada está!” – pensó Danna al sentir la humedad de la prenda de la chiquilla entre sus dedos.

– ¡No! – Volvió a suplicar la pequeña, llevándose su mano enguantada a la boca para amortiguar su voz.- ¡A… ahora no! ¡Aquí no…! ¡Por Dios, te lo suplico…!

Pero la puta no se detuvo, siguió acariciando a la niña primero por encima de las braguitas para después bucear bajo la suave tela, rozando sus pliegos más íntimos de forma suave pero contundente. Aine era una olla a presión a punto de estallar, sus mejillas la delataban. Luchaba entre el placer que le transmitía su cuerpo y la más que comprensible reticencia de su mente. Para más inri, podían ser descubiertas en cualquier momento lo que le daba un plus de intensidad a todo lo que sucedía en su entrepierna.

– “¡Es la hembra más caliente que he conocido en mi vida! ¡Y no es más que una niña!”

Se decía para sus adentros la adolescente de voluminosos senos sin dejar de acariciarla.

Danna conocía el terreno húmedo que tanteaba, masturbaba a Aine habitualmente por lo que conocía de sobra que, bajo ese aspecto frágil y angelical, se escondía un volcán en plena efervescencia. Solía cebarse con su pequeño clítoris pero jamás lo había hecho en un sitio tan comprometido y expuesto como aquel. Acostumbraba a llevarla a la buhardilla para satisfacerse mutuamente con manos y bocas, yaciendo las dos desnudas entre los trastos viejos y los cojines, como si de un juego se tratase. A veces le metía un poquito la yema de un dedo en su cueva pero con sumo cuidado para no desgarrar su valioso precinto antes de tiempo. La señora le habría cortado la mano de haber cometido algún exceso a la hora de penetrarla: el himen de la niña era el bien más preciado de cuantos poseía doña Ofelia.

Los clientes pagaban fortunas por contemplar escondidos en un armario aquellos furtivos encuentros lésbicos entre las niñas. Aine ya generaba considerables cantidades de dinero al establecimiento antes de aquel día en el que entregó su virgo al mejor postor.

El rostro de la niña era puro fuego, pero tanto o más su vagina. La visión de la prostituta follando con dos vigorosos machos al mismo tiempo y los habilidosos juegos malabares de su supuesta amiga en su clítoris eran demasiado para ella. Se le nublaba la vista debido al intenso placer experimentado. Tuvo que asirse con fuerza al pomo de la puerta para no caerse, las piernas le temblaban tanto que no aguantaban a su pequeño cuerpo. Sus pezones, apenas un par de botoncitos totalmente imperceptibles bajo su vestido argentino, se tornaron puntas de flecha tan afiladas que amenazaban con rasgar la gasa y salir a la luz. Sin ser consciente de ello comenzó a gimotear de forma cada vez menos discreta. Cerró los ojos con fuerza y sintió como el terremoto de su vulva iba a desencadenarse de un momento a otro cuando, de repente, la puerta corrediza en la que se apoyaba se abrió y tanto ella como Danna cayeron de bruces en el suelo del salón, en medio de toda la gente que allí se encontraba.

Mal que bien todos fingieron sorpresa al verlas hechas las dos un ovillo desordenado sobre la tarima, pese a que estaba claro que todos conocían de su furtiva presencia desde hacía bastante rato. Todo estaba más que amañado.

– ¿Se puede saber qué estás haciendo aquí, señorita? – Le dijo severamente Salma, la más veterana de las putas.- ¡Si tu madre se entera de esto te verás en un lío, jovencita!

A sus casi treinta años, la morena árabe de sinuosas curvas ejercía una especial influencia sobre el resto de las rameras. Se decía que por sus venas corría sangre real ya que era hija bastarda de un emir. Aine le tenía mucho respeto que se tornó miedo al verla dirigirse a ella en tono amenazante.

– Yo… yo… yo no…

– ¡Nos estabas espiando, brujita!

– Hay que contarlo inmediatamente a la señora.

– ¡No… no! – Lloriqueaba la niña realmente aterrada.

El mejor día de su corta vida se estaba tornando en su peor pesadilla. Si su madre llegaba siquiera a sospechar lo sucedido la mandaría a vivir con su abuelo en la lejana Irlanda, a cientos de millas de allí.

– ¡No, por favor os lo suplico! ¡No le digáis nada a mamá, os lo ruego!¡Haré lo que sea pero no le contéis nada!

Con los ojos inundados en lágrimas la niña no dejaba de mirar a unos y a otros buscando un alma caritativa que se apiadase de ella sin encontrarla. Recostada en el suelo, derrotada e indefensa, pensaba que se le acababa su mundo sin saber que en realidad estaba a punto de abrírsele otro muy diferente de par en par.

– ¿Lo que sea?

– ¡Sí, sí! – Se apresuró a contestar la pequeña viendo el ser complaciente como su única y desesperada salida.

La morena no pudo evitar esbozar una malévola sonrisa. El plan original era que el adinerado terrateniente forzase a la niña sin ningún tipo de contemplaciones pero conocía lo suficiente al cliente en cuestión como para saber que ese no era su estilo. Solía ser atento y considerado con las chicas, haciéndoles sentir como verdaderas damas en lugar simples rameras. Gozaba de ellas a su antojo pero siempre buscando el placer de su compañera de cama. En realidad Salma sentía envidia por la niña, no se le ocurría alguien mejor con el que iniciarse en el sexo. Ella no olvidaría jamás su primer coito cuando a los ocho años un tío suyo la violó vilmente en un pajar de su Medina natal.

– ¡De rodillas!

– ¿Cómo?

– ¡De rodillas, que te pongas de rodillas, niña!

Una vez repuesta de la sorpresa inicial Aine obedeció con la agilidad propia de su temprana edad. Danna le compuso el vestido para que la estampa fuese aún más idílica si cabe. Pese a que tenía los ojos llorosos y no dejaba de temblar parecía como sacada de un cuadro. Estaba bellísima.

– Esta es la parte de la casa que nos corresponde las prostitutas y no al servicio, lo sabes de sobra, ¿verdad?

– Sí, sí… pero…

– Y tú ahora estás aquí, entre nosotras y no junto a tu madre– prosiguió la otra sin dejarla hablar -. ¿En qué te convierte eso, querida Aine?

La niña no tardó en comprender, los párpados se abrieron de par en par dejando a la vista sus pupilas de aguamarina.

– No… no… yo no hago esas cosas. Es… pecado…

– ¿Pecado? ¿Y lo que haces con Danna en la buhardilla no lo es?

Aine, muy alarmada, miró a su teórica amiga y cómplice pero esta se refugió entre la multitud para no tener que justificarse.

– Como quieras, esperaremos a la señora Ofelia y ella misma será la que hable con tu mamá.

– ¿La señora Ofelia? – preguntó la niña cada vez más nerviosa.

– Es probable que incluso la eche del trabajo, ya sabes lo estricta que es… ¿recuerdas lo que le sucedió a Mary Anne?

Evocar lo sucedido con la morena escocesa fue lo que terminó de convencer a la desdichada. La tal Mary Anne había sido la preferida de doña Ofelia hasta que un día decidió no entregarle a la señora uno de los obsequios que le había dado un cliente agradecido. No era más que una bagatela pero la dueña de la casa la echó a la calle sin más vestimenta que su piel desnuda en pleno invierno para dejarles claro a todas que todo lo que estaba dentro del establecimiento era suyo y de nadie más.

– ¡Haré lo que quieras pero por favor no le digas nada a la señora!

Aquella rendición fue acogida entre todos los presentes con verdadero alivio. Todos preferían aquella alternativa a la violación sin reservas de la pobre muchacha. Bueno, en realidad no todos, había algún que otro cliente que gustaba de forzar a las mujeres pero no tuvo suerte aquella noche.

– Junta las manos, como cuando estabas en la Iglesia.

– ¿Así? –Dijo Aine adoptando la pose mantenida justo antes de ingerir la Santa Forma.

– Eso es.

– ¡Qué bonita! – dijo uno de los espectadores sin poder contenerse.

– Parece un ángel.- Apuntó otro también extasiado por tanta hermosura.

La meretriz colocó al ganador de la puja de forma que el la entrepierna del pantalón del hombre quedase justo enfrente de las manos de la chiquilla. Ella miraba de un lado para otro muy avergonzada, sin saber muy bien a qué atenerse. Por su parte él sudaba más de lo debido. Pese a haberse desprendido de la chaqueta y portar solamente su repujado chaleco sobre la camisa el ambiente era denso debido al humo del tabaco y sobre todo al exceso de hormona; se le veía realmente alterado por lo que iba a suceder.

No sólo por el calor se le abrían los poros al distinguido cliente sino también por su calentura al contemplar a aquella criaturita de Dios a punto de entregarle su tesoro más preciado. Era un experto a la hora de desvirgar niñas, tenía una afición desmedida por las pre-púberes pero aquella en concreto le había calado hondo desde el día en que la vio a través de las cortinas corretear por el jardín, risueña y despreocupada, mientras la traviesa Danna le abrillantaba el sable con la boca. En cuanto conoció de sus correrías lésbicas se hizo un asiduo del armario del ático, masturbándose en silencio con los ojos fijos en la florecita rosada de la infantil entrepierna de la hija de la sirvienta. Le daba una buena propina a la joven prostituta y compañera de juegos para que proporcionase un buen espectáculo con la niña en exclusiva.

Realmente el pudiente señor estaba obsesionado con Aine desde el primer día que al vio, cada vez que yacía con una hembra pensaba en ella y que era su apretada vagina la que acogía su falo cálidamente. El momento que tanto anhelaba había llegado, le había costado una pequeña fortuna pero todo era poco con tal de conseguir a la joven hembra que le quitaba el sueño. Y ahora la tenía ahí, a escasos centímetros de su verga, mirándole de reojo el bulto del pantalón, inocente pero a la vez expectante ante lo desconocido.

– ¡Tócalo!

– ¿El qué?

– ¡El bulto, la verga…!, ¿qué si no?

– No… no… eso está mal…

– Venga, no te hagas la tonta. Lo estás deseando. Llevas un buen rato mirando entre bambalinas y no es la primera vez que lo haces, ¿verdad?

– No… - confesó la chiquilla tremendamente avergonzada por su acción.

– Pues adelante y dinos lo que sientes.

La impetuosa Danna no pudo reprimir su impaciente naturaleza y, agarrando por las muñecas a Aine, las llevó hasta el lugar indicado. Las manos enguantadas palparon el bulto, primero temerosas, luego más algo más decididas y con posterioridad de forma más que contundente.

– Está… está caliente. – Dijo la niña sin dejar de mirar el bulto amorfo que tenía entre las manos.

Tal apreciación inocente hizo brotar la risa de casi todos los presentes, a excepción del agasajado, que se las veía y deseaba para no correrse en el pantalón antes de lo debido. El malsano deseo por las niñas era algo que hacía tiempo que corría por sus venas pero se había multiplicado por mil al conocer a aquella chiquilla y aquellos toqueteos eran demasiado para él.

– ¡Eso es, frótalo, pero con cuidado!

– ¡Qué ricura! – dijo alguien.

– ¿Qué más? Dinos… – preguntó una prostituta de origen ruso con su fuerte acento.

– Caliente… y dura. Es… es como si creciera por momentos…

– ¡Je, je, je!

Aine recorría con los dedos toda la extensión del cipote por encima de la tela, intentando adivinar su verdadera dimensión. De manera inconsciente se humedeció los labios y sintió como aquel cosquilleo de su entrepierna volvía a manifestarse después de haber sido interrumpido por su inesperada irrupción en medio del salón.

Uno de los varones presentes se acercó más de la cuenta sin dejar de masturbarse con intención de observar con mayor claridad las evoluciones de la pequeña, hecho que incomodó a ésta, que dejó de palpar la verga del adulto al ver al otro frotarse el rabo como si de una barra de hierro incandescente se tratase. No pudo evitar la niña una risita nerviosa y que sus mejillas se encarnasen todavía más.

– Tranquila, tú sigue, no pasa nada. – Le dijo la más veterana lanzando una mirada asesina al intruso, que se apartó rápidamente como alma que lleva al diablo.

Aine sonrió nerviosa y lentamente volvió a la tarea encomendada. Se le veía más decidida y resuelta.

– Desabróchale los botones. – Le dijo Salma al oído, tras arrodillarse junto a ella -. Primero el de arriba y luego vas descendiendo. Hazlo con cuidado, es una zona muy delicada.

No estaba dispuesta a que la impetuosa Danna volviese a interrumpir el juego así que la amenazó:

– ¡Y tú no te metas! Ella ya es mayorcita y puede hacerlo sola, ¿verdad Aine? – Le dijo secamente.

– Si… eso creo…

Las manitas le temblaban tanto a la niña que le costó un mundo deshacerse de la primera trabilla. Las siguientes fueron cediendo una a una. Una enorme mata de vello púbico emergió de inmediato por la abertura, hecho que denotaba la falta total de ropa interior. La chiquilla no podía dejar de mirar el agujero negro y sin que nadie se lo dijera introdujo su mano en ella, encontrando inmediatamente al animal que esperaba en aquella guarida: su primera verga.

– ¡Dios bendito! – murmuró un cliente a una de las rameras. – Lo ha hecho ella misma, sin que le dijesen nada. Es puro fuego la criatura…

– ¡Sí! – dijo la interpelada, realmente alucinada por la actitud Aine. Hasta ella misma se estaba poniendo muy cachonda viéndola en acción con su vestido de ceremonia totalmente extendido sobre la tarima.

– No sale… -Protestó la ninfa tirando de la barra de carne sin lograr que esta saliese de su madriguera.

– Usa las dos manos, agárrale los testículos con cuidado con una y luego tira firmemente con la otra.

La alumna aventajada, ágil y resuelta, se puso a la tarea siguiendo las instrucciones. Aun así le costó varias intentonas y algún que otro quejido del dueño del estoque hacerse con su primera bragueta; paradojas de la vida, apenas unas semanas después de aquella velada iniciática lo haría solamente utilizando la boca pero aquella primera vez no le resultó fácil. Por fin, entre la algarabía general, el enhiesto miembro viril vio la luz acompañado de sus dos fieles escuderos esféricos. Debido a la violencia del movimiento una pequeña porción de líquido preseminal salió disparada estrellándose en la mejilla de la joven, hecho del que, debido a su cercanía, sólo se percató la mora que anduvo presta en recogerla y llevarla a la boca de la niña. Esta ni siquiera se dio cuenta, sólo tenía ojos para aquella serpiente que la miraba desafiante con su único ojo.

– No te quedes con las ganas, tócala mujer. Examina a tu antojo. Nada te dará más placer en la vida que una buena verga, hazme caso.

Aine obedeció. Primero le dio ligeros toquecitos, le pareció graciosa la forma de balancearse. Posteriormente acarició el balano con delicadeza desde la punta hasta la base, después jugueteó con el escroto y su contenido, parecía el badajo de una campana. Le hizo especial gracia la suavidad gelatinosa de los testículos, tan peludos y espectaculares pero sobre todo el pliegue que cubría la parte más externa del pene ya que el hombre no estaba circuncidado.

– Sujétala con las dos manos. – Dijo la morena una vez estimó que la curiosidad de la niña ya estaba saciada.

– ¿Así?

– Eso es. Ahora haz así con las manos, suavemente… despacito… arriba y abajo…

Sin saber exactamente la finalidad de aquellos rítmicos movimientos la pequeña Aine estaba realizando de la peor o mejor manera su primera masturbación a un hombre. Había visto cómo se hacía alguna que otra vez pero no le veía sentido alguno hasta que notó como el miembro viril del adulto se endurecía por momentos. Animada por su logro, incrementó el ritmo jaleada por la audiencia.

– ¿Lo hago bien? – Preguntó inocentemente al hombre objeto de sus caricias.

Este ni siquiera tuvo fuerzas para hablar.

– Creo que lo haces estupendamente. – Rió Salma al ver el rostro descompuesto cliente. – Sólo tienes que ver la cara de placer del señor…

– Ji, ji, ji… - Rió alguien desde el fondo.

– Y ahora, ¿qué hago?

– Dale un besito – Le contestó la otra.

La chiquilla se meneó nerviosa pero no soltó a su presa.

– Pero, ¿dónde?

– Donde quieras, prueba en la punta…

– Parece mojada…

– Prueba, prueba… recoge la espumita con la lengua y dinos qué te parece…

La niña asintió para inmediatamente acercar su cara hasta el balano. La expectación en la sala era máxima y alcanzó su cenit cuando los labios de Aine y el extremo del miembro viril del hombre fueron uno durante apenas un segundo. A este primer encuentro siguieron otros más vehementes. Emocionada, recogió con la punta de la lengua un pegotito de sustancia blanca que coronaba la barra de carne.

– ¡Uff! – Exclamó el agasajado al sentir el apéndice de la niña rozando el suyo. Le estaba costando Dios y ayuda reprimirse y no explotarle en la cara.

La pequeña se separó rápidamente, como avergonzada de que su actuación hubiese tenido tan expresiva consecuencia.

– Sabe… extraño – Dijo limpiándose la boca de babas con el dorso enguantado de su mano -. Pero no está mal…

Tal apreciación volvió a provocar la risa de los presentes.

– Métela más adentro…

Por si le quedaban dudas le bastó con ver a Danna abriendo la boca como si de un pez se tratase. Lo tenía claro pero no sabía cómo abordar el asunto.

– Abre la boca e introdúcetela despacito. Ten cuidado, no te atragantes. – Le volvió a instruir la árabe de manera condescendiente.

– Es muy grande… no creo que me quepa.

La hembra adulta no pudo por menos que sonreír, él era un buen amante pero en realidad no estaba especialmente dotado. Entre los asistentes a la fiesta había otros mucho mejor armados. Ya le daría tiempo a la buena de Aine de comprobarlo, no se haría de nuevo de día sin haberlos probados a todos.

– Tranquila, lo harás bien.

Se hizo el silencio en la estancia nuevamente, como cuando el mago está a punto de despedazar a su ayudante. La niña tragó saliva y se incorporó de forma que el estoque le quedase a la altura conveniente y a un palmo de su cara. Ella estaba excitada, le hubiese gustado tocarse en ese momento pero le dio vergüenza hacerlo delante de toda esa gente. Para no errar el tiro se ayudó de las manos de nuevo y lentamente se fue acercando con la boca abierta hasta que los mofletes se le hincharon debido a la barra de carne que alojaban en su interior. Por donde apenas unas horas antes entraba el Cuerpo de Cristo lo hacía entonces una sucia verga de hombre. En seguida le inundó de nuevo el sabor ácido de la esencia de macho. No le disgustó en absoluto, es más su calentura era tal que incluso le pareció agradable.

– ¡Uhmmmm! – suspiró el macho realmente extasiado al sentir el candor de la boca de la niña.

Contemplar su falo entrando y saliendo de la hembra de sus sueños era algo sublime y mucho más cuando la mirada de ambos se cruzó mientras su verga iba y venía a través de los labios de la chiquilla.

– ¿Le gusta? - Dijo ella de nuevo en tono inocente dejando de juguetear con la lengua pero sin dejar de acariciarle el glande- ¿Lo hago… bien?

– Mu… mucho. No… no te detengas, princesa… Estoy a punto de…

Salma no pudo o no quiso alertar a la chiquilla de la consecuencia de sus actos y el hombre explotó de improviso en su suave boquita. El torrente de esperma chochó contra su paladar de forma violenta, cosa que pilló totalmente desprevenida a la niña que, instintivamente, se echó para detrás antes de que la eyaculación terminase por completo en su interior. Eso provocó que parte del semen se desparramara por su cara, cayendo por su barbilla, manchándole el pecho del vestido y el crucifijo dorado que pendía de su cuello. El resto de la lefa, la que había logrado mantener en la boca, se introdujo a través de su garganta pero discurrió por el conducto indebido. De manera automática la niña tosió con vehemencia y el viscoso fluido salió de su cuerpo en su mayor parte a través de la nariz formando una dispersa mancha en el suelo lo que provocó la alarma general entre los presentes.

– ¡Oh, Dios mío! – gritó la niña sin dejar de toser mientas sus ojos se llenaban de lágrimas de manera súbita.

El cliente amagó con asistir a la chiquilla pero la maestra de ceremonias lo detuvo con un gesto.

– Tranquila, ya pasó. – Dijo la prostituta ayudando a la niña a reponerse.

A cuatro patas Aine no terminaba de asimilar lo ocurrido. Ya sabía lo que iba a suceder cuando se metió el pene en la boca. Había visto multitud de veces a Danna o a las otras chicas haciéndolo y como los hombres terminaban regalándoles una buena cantidad de su “pipí blanco” pero no se imaginaba que saliese de aquella forma tan violenta y expeditiva.

– ¡Lo siento! – Gimoteó compungida.

– Tenías que habértelo tragado… mi vida. No hay que desperdiciar ni una gota. La señora se enfadará mucho.

– Yo… lo siento… - volvió a decir.

– Creo que lo mejor será que hablemos con tu mamá… no creo que estés a la altura…

– ¡Nooo! – protestó ella muy alterada.

– Tranquilas… - dijo una voz por todos conocidas desde la puerta -. Veréis como a la próxima lo hace mejor.

Prostitutas y clientes giraron sus cabezas hacia su origen. Aine no podía ver desde su posición arrodillada, una nube de piernas la rodeaba pero poco a poco se fue abriendo ante ella un pasillo que dejó al descubierto la identidad de la persona. La niña se quedó boquiabierta, jamás había visto a la señora con ese aspecto. Realmente impresionaba, era verdaderamente hermosa.

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