"TATUAJE" por Kamataruk.






Siempre he creído que abrir un local de tatuajes a las nueve de la mañana es una pérdida de tiempo. ¿Quién en su sano juicio querría hacerse uno a esa hora tan temprana?

Supongo que soy un clásico, un bohemio, un romántico, un fan de lo “vintage,” como se dice ahora; un carcamal en el lenguaje castizo. Un cuarentón anclado en el pasado que piensa que el asunto de utilizar la piel humana como lienzo imperecedero es más propio de horas intempestivas, de locales clandestinos y de tugurios llenos de humo que de estos gabinetes estéticos de hoy en día, tan limpios, tan iluminados y con un olor a consulta de dentista que dan verdadero asco.

Pero para ser justo con el imbécil de mi jefe reconozco que, en su día, también pensé que abrir un local de esa naturaleza en el interior de un centro comercial a las afueras de Barcelona era una pérdida de tiempo y de dinero pero ya ven, no podía haber estado yo más equivocado: el negocio va viento en popa.




Los tatuajes están de moda. Y por mi bien espero que siga así durante mucho tiempo ya que pocas cosas aparte de eso sé hacer que no tengan como consecuencia pena de cárcel.

Las mañanas en el establecimiento son tan animadas como un desfile de piedras. En cambio las tardes y los fines de semana esto se transforma en un gallinero y se convierte en una puta locura: adolescentes alocadas, mamás adictas a Pilates, musculitos hormonados como vacas lecheras… aquí se puede encontrar todo tipo de fauna tatuándose. Hasta me he encontrado con más de una abuela enrollada compartiendo diseño de lo más atrevido con alguna de sus nietas adolescentes.

Cualquiera que no me conozca lo suficiente podría pensar que fue por ese hastío mañanero el motivo por el cual me fijé en aquella morenita menuda que apareció de improviso en el establecimiento. Pero mis allegados saben de mis gustos en lo concerniente a las mujeres y que las delicadas curvas de aquella princesita morena son mi ideal de la belleza femenina. Era un auténtico caramelito, estaba para comérsela con envoltorio y todo.




Las normas de la casa me obligan a poco menos que abordar a la clientela como lo haría cualquier dependiente de El Corte Inglés pero ese día, como el gilipollas de mi jefe no estaba y yo era el puto amo del universo, hice lo que me pedía el cuerpo así que me dediqué a observar a la chica minuciosamente y deleitarme con el dulce ir y venir de sus curvas. Se me caía la baba al verla, no me duelen prendas reconocerlo. Creo que hasta se formó un charquito en el suelo detrás del mostrador y otro en cierto punto de mi ropa interior.

Era preciosa, una diosa, una ricura, una muñequita en el mejor sentido de la palabra; no tenía desperdicio, la mirases por donde la mirases. Con todo en su sitio y en la proporción justa, ni más ni menos. Ajena al exhaustivo examen que yo realizaba de su anatomía, se subía delicadamente las gafas de pasta oscura mientras escudriñaba una de las vitrinas en las que había unos cuantos accesorios que no se adaptaban para nada a su suculento cuerpo. Al hacerlo, su trasero se mostraba ante mis ojos, esplendoroso y juvenil bajo unos vaqueros que se ajustaban a él maravillosamente como una segunda piel. Tuve que tragar saliva, mirar para otro lado y pensar en otra cosa que no fuese en aquel monumento de la naturaleza humana para no excitarme demasiado. Uno no es de piedra y aquel culo era auténtica dinamita.

- “Definitivamente las dilataciones no son lo más apropiado para ti, pequeña princesita – pensé una vez recuperé la cordura - Un brillantito color turquesa en el ombligo o un pequeño detallito en medio de la lengua como mucho resultarían infinitamente más sexy para ti que eso tan radical que estás mirando.”

Se incorporó y al darse la vuelta me privó de seguir contemplando la redondez de su trasero pero mentiría si dijese que, con el cambio de pose, mi interés por ella disminuyó un ápice: la cazadora de piel negra entreabierta que cubría sus hombros me permitió contemplar buena parte su busto bajo una etérea camiseta de tirantes. Como corroboré después cuando se acercó no llevaba sostén alguno sobre sus senos, detalle que terminó de encenderme. Eso me encanta en las chicas, más aún en aquellas rabiosamente atractivas y jóvenes como ella: odio los corpiños antinaturales con rellenos fraudulentos que oprimen el cuerpo de las muchachas haciendo parecer que tienen lo que no tienen, ni necesitan.




La tienda es relativamente pequeña, así que pude ver un colgante en forma de cruz pendiendo de su cuello, cayendo distraído sobre su escote, zambulléndose entre sus senos. Hubiera dado una mano por ser aquel accesorio en ese momento y rozar la delicada piel de la muchacha. Por pura deformación profesional, mientras miraba su tetas, pensé en lo deliciosamente sexys que resultarían un par de aritos negros en sus pezones. Los imaginé pequeñitos, tostaditos y tremendamente sensibles; puntiagudos y eternamente empitonados. Diamantes capaces de cortar el vidrio en una sola pasada.

Estaba tan absorto mirándole las tetas a la muchacha que ni siquiera me di cuenta de que ella se acercaba hacia mi posición con evidente intención de preguntarme algo. Yo creo que se percató de que miraba sus curvas como un viejo verde ya que se cerró la torera negra intentando protegerse de la sonrojante lujuria que irradiaban mis ojos.

- Por favor… ¿puedes ayudarme? – me dijo esbozando una sonrisa, con una voz muy dulce, apartándose un mechón rebelde de cabello sobre su cara.

¿Ayudarla? ¡Yo me hubiera arrancado el corazón y se lo hubiera envuelto en papel celofán para que se lo llevase de regalo de vuelta al cielo, lugar del que sin duda provenía!

- Por... por supuesto. Pide por esa boquita… guapa.

Sé que aquella frase no fue para nada apropiada para un mero empleado de un establecimiento respetable como aquel pero me temo que, una vez más, habló mi entrepierna en lugar de mi cerebro. Por fortuna para mí la chica no se ofendió, es más, por el brillo de sus ojos hasta podría jurar que le hizo gracia.

Por suerte para mí reaccioné rápido tras la insolente apreciación, volviendo enseguida a mi papel de adulto responsable y cabal:

- Es muy bonito el tatuaje de tu muñeca. Parece sencillo pero no lo es, está muy bien acabado; se distinguen perfectamente todos los detalles. Felicita al que te lo hizo, es bueno… de verdad.

- Gracias, lo haré – Dijo con exquisita amabilidad y, señalando una especie de colmillo en tono marfil blanco para colocarlo en la oreja, prosiguió -: quería uno… uno de esos.

No pude evitar una mueca de desaprobación. Si el jefe me hubiese visto en ese momento me habría echado una buena reprimenda. Para él una venta es una venta y el cliente siempre tiene la razón… aunque esté completamente equivocado, como era el caso.

- ¿Estás segura? No… no creo que eso se ajuste a tu estilo…

- ¡Oh, no! - apuntó ella rápidamente negando con la cabeza– No es para mí… es… para un buen amigo.

Aliviado al conocer sus verdaderas intenciones me dispuse a complacerla. Fui premeditadamente lento en mis movimientos y le hice un montón de preguntas tontas; todo era poco con tal de que no se esfumase de mi vista y me dejara de nuevo solo en mi soporífera mañana y, lo que era aún peor, sin posibilidad alguna de seguir contemplando sus delicadas carnes.

- ¿Te lo envuelvo para regalo?

- No…no –contestó nerviosa mirando a la puerta una y otra vez -. Tengo mucha prisa, mi madre me está esperando.

- De acuerdo, aquí tienes. ¿Quieres algo más? ¿Otro tatuaje para ti? Soy bueno en eso y te haré un precio especial. Con una sonrisa será suficiente, pero no se lo digas a mi jefe…

La chica me pagó y sin dejar de sonreír prosiguió:

- Gracias, eres muy amable, pero no puedo. Mami se pondría histérica si apareciese con otro, dice que con uno ya es suficiente.

Fue entonces cuando eché mano de mi último recurso a sabiendas de que no tenía nada que perder.

- Bueno… puedo hacértelo en un sitio en el que nadie pueda verlo, ni siquiera tu mami… si es eso lo que quieres… – Le dije acercándole mi tarjeta de visita y guiñándole el ojo.



Fue entonces cuando entró en la tienda un torbellino de mujer igual que un elefante en una cacharrería. Era de mediana edad pero estaba de muy buen ver. Flaca, algo más alta que la muchacha, aunque tenía un cierto parecido físico con ella. Parecía ser una de esas personas que están eternamente malhumoradas, ni siquiera se dignó a darme los buenos días, simplemente gritó a la muchacha sin la más mínima consideración, como un sargento a un soldado recién reclutado.

- ¡Gabriella! ¿Qué estás haciendo, niña? ¡No tengo todo el día para tus caprichos! ¿Ya has comprado esa tontería para ese vago? Hay que ver cómo te gusta gastar el dinero en cosas inútiles.

- ¡Sí, mami! Ya… ya lo tengo. – Contestó la muchacha muy nerviosa, guardándose discretamente mi tarjeta en el bolsillo trasero de su pantalón, justo encima de la parte de su anatomía que a mí más me gustaba.

- ¡Pues vamossss! ¡Uff, pareces retrasada, Gabriella! ¡Si durmieses un poco más en lugar de pasarte las noches enganchada al ordenador te irían mejor las cosas en la vida…!

- A… adiós. – Le dije al ver que la mamá de la muchacha se la llevaba de mi vista, al amor de mi vida, literalmente a tirones.

- ¡Adiós! – contestó la joven de manera atropellada con evidentes signos de vergüenza al verse tratada como la niña que ya no era.

Como no quería que desapareciese tan pronto, salí de la tienda y seguí su caminar conforme se alejaban por el centro comercial. Bueno, en realidad seguía mirándole el culo pero dicho así suena bastante más sucio. El de la mamá tampoco tenía desperdicio pero su dueña hablaba y hablaba sin parar mientras que la joven parecía apocarse por momentos. Sentí pena por ella… y un poco de rabia al verla tratada con tan poco respeto.

El paso del tiempo no hizo mella en el buen recuerdo grabado en mi cabeza que tenía de Gabriella. Durante los días siguientes a nuestro primer encuentro, cuando la puerta de la tienda se abría, se me iluminaba la mirada pensando que era ella la que la atravesaba, llevándome una decepción tras otra.

Ya estaba a punto de tirar la toalla y resignarme a no volver a verla cuando un día, de improviso, volvió a cruzarse en mi vida.




Casi enfermo al verla, con un mini pantaloncito negro ultra corto y aquella camiseta rosa ceñida. Hice un esfuerzo supremo en mirarle a los ojos y no a las tetas, cuyos comienzos se mostraban a través del escote tanto o más que el primer día. Creo que ella valoró mi esfuerzo ya que esa vez ella no se cubrió. Es más, me regaló una sonrisa franca y deliciosa y una bella panorámica del comienzo de sus senos. Le brillaban los ojos cuando me puso un papel encima del mostrador. Parecía muy nerviosa y de tener, cómo no, mucha prisa.

- ¿Podrías tatuarme esto?

Tuvo que preguntármelo dos veces. Mis ojos no podían apartarse de los suyos, parecía animada pero a la vez con cierto poso de tristeza. Sé que es difícil de entender pero no sé explicarme mejor. En cualquier caso, actué de manera profesional centrándome en mi próximo trabajo:

- Sin problemas. – Dije al ver los caracteres élficos; no me eran extraños, ya había tatuado unos cuantos de esos a varias adolescentes. Estaban muy de moda.

- ¡Genial!

- ¿Cuándo lo quieres? ¿Ahora?

- ¡No… ahora no! Mi madre me estará buscando y no tiene que saber nada de esto. Si se entera, me mata ¿Mañana a esta hora? Creo que podré librarme de ella…

- Por mí de acuerdo pero…

- ¡Quédate el papel para que te vayas preparando! Tengo que irme ya…

- Pero… ¿dónde querrás que te lo tatúe?

- ¡Donde quieras… pero que mi mama no pueda verlo…!

- ¡Pues como no sea en el culo…! - Dije sin pensar demasiado.

La chica detuvo su andar. Pareció sopesar realmente mi descerebrada propuesta.

- Uhm…. ¡Vale! – dijo con una mueca antes de esfumarse -. En el culo tendrá que ser, ¡perfecto!

Y me dejó otra vez boquiabierto y con una cara de gilipollas que no se me quitó en toda la mañana.

Estuve todo el día pensando en ella… y en su trasero. Por fortuna, tuve la tarde muy atareada y pude evadirme de su recuerdo, de su risa… pero no de su culo. Preparé la plantilla en un papel de calco especial, creo que la repasé un millón de veces; por nada del mundo quería equivocarme y ponerle alguna barbaridad. Jamás me había pasado y no quería que aquella fuese la primera vez que la cagaba.





Al día siguiente, media hora después de lo convenido, la ninfa apareció de nuevo. Parecía estar huyendo de la policía. Llevaba puesto un vestido corto y blanco que le daba un aspecto infantiloide que me dejó sin habla. Parecía un angelito con alas a puntito de echarse a volar. Como no dejaba de mirar la puerta de la entrada opté por una decisión drástica: cerré la puerta del establecimiento con llave, persianas incluidas, y colgué el cartel de: “ESTOY CURRANDO, NO MOLESTES”. Ella me miró como si le hubiese salvado la vida:

- Gracias. – Dijo respirando aliviada.

- No hay de qué. Cuando estoy tatuando no me gustan los sobresaltos… no son muy compatibles con la aguja…

- Claro, claro… - Apuntó la chica asintiendo con la cabeza.

- Te llamas Gabriella, ¿no? Lo dijo esa loca que entró gritando como una posesa el otro día…

La chica esbozó una sonrisa.

- Lo… lo siento. Esa…esa loca como tú la llamas… es mi mami. Es un poco… controladora…

- ¿Un poco? ¡Parece un sargento de los Marines con una guindilla en el culo!

E imitando su tono de voz proseguí:

- “¡No tengo todo el día para tus caprichos, niña!”

Esta vez la sonrisa se transformó en una sincera y liberadora carcajada.

- ¡Lo haces genial!

- Gracias. Si no te importa vamos al lio o esa loca es capaz de tirar la puerta abajo.

- Claro, claro…

La introduje hacia el set de tatuaje y allí la chica todavía se relajó más. Rechazó el refresco que le ofrecí, creo que pensó que iba a drogarla o algo así, pero lo hizo con tanta dulzura que no me sentí ofendido por ello. De hecho, hasta había contemplado esa posibilidad, estaba loquito por su cuerpo y era capaz de cometer semejante locura.

- ¿Esto es lo que quieres, no?

- Sí – Dijo examinando el papel transparente que le tendía -. Perfecto.

- Antes de comenzar tengo que advertirte de varias cosas.

- Dime.

- Eres mayor de edad, ¿no?

- Sí.

- No es tu primer tatuaje así que me imagino que ya sabes lo rutinario…

- Que no le dé el sol en un tiempo, que me dé crema los primeros días… -Me recitó como un loro.

- Eso es. Lo haré todo en una sesión pero deberás volver en una semana…

- Sí, sí… ya sé. Para perfilarlo y eso.

- Así es. Y me temo que eso no es todo…

- ¿No? – Dijo la chica algo nerviosa.

- Aunque no te lo creas, los tatuajes en la nalga…

- ¿Nalga?

- En el culo… los tatuajes en el culo son de los más dolorosos que existen.

La chica asintió. No parecía en absoluto sorprendida por la noticia.

- Ya… ya lo sé. He buscado por internet… me he informado, tranquilo.

- Tendré todo el cuidado del mundo pero aun así… va a dolerte.

- No te preocupes… tú hazlo.

- ¿Seguro?

- Seguro. El dolor no es problema… el dolor me gusta. –Dijo mordiéndose levemente el labio inferior. Enseguida agachó la cabeza, sabedora de que había hablado de más.

Tal declaración de intenciones me turbó, de hecho por poco me dio un síncope, pero la chica parecía decidida y resuelta y yo me moría por hacérselo así que no quise darle la oportunidad de arrepentirse.

- Vale. Creo… creo que deberías quitarte el vestido y quedarte… en ropa interior. Aquí tienes una toalla… yo me saldré para que no te sientas incómoda mientras te cambias. Túmbate boca abajo y avísame cuando estés lista…

- No, no… no hace falta. Tienes que darte prisa, no tengo mucho tiempo.

Y sin darme opción a replicar, tras dejar las gafas a buen recaudo, se sacó el vestidito por los hombros, siendo una nimia braguita blanca tipo tanga el único impedimento entre mis ojos y su desnudez total. De nuevo fui tan descarado que le miré todo el cuerpo y en especial las tetas de forma impúdica. No me había equivocado en absoluto en mi diagnóstico del primer día sobre sus senos: eran un par de pastelitos deliciosos, acordes con la delicada morfología de su dueña. Sencillamente perfectos y muy sensibles: la dureza de los pezones era tal que sin duda eran capaces de taladrar el granito.

- Va…vaya, eso… eso está muy pero que muy bien. - Balbuceé

Gabriella hizo un amago de cubrirse las tetas con las manos pero al final, para mayor gloria de mi entrepierna, optó por no hacerlo y dejó que me recrease la vista en ellas. Eso sí, giró la cabeza hacia un lado, supongo que le daba un poco de vergüenza verse examinada de aquel modo tan indiscreto y poco casto.




- ¿Se… seguimos? -Dijo poniendo un poco de cordura a tan calenturienta situación.

- Sí. – Repuse realmente impactado ante tanta hermosura al alcance de mi mano.

- ¿Qué hago?

- Colócate sobre la camilla… voy a hacerte una foto.

- ¿Una foto? – Dijo algo asustada.

- Sí. Tranquila, es para que me digas dónde quieres la inscripción exactamente, el tamaño, la orientación… ya sabes. Me temo que no hay otra forma de que lo veas por ti misma. Tendré cuidado, no se te verá la cara…

- Ah… vale, ya comprendo, pero no hace falta, confío en tu buen gusto…

- No, no… no quiero líos – dije meneando la cabeza -, que después todo son protestas. El tatuaje lo hago yo pero todo lo demás es cosa tuya.

- De acuerdo, no te enfades. Haré todo lo que me pidas. –Contestó con un tono sumiso que me volvió loco.

Lentamente, con mi ayuda, se colocó en la posición adecuada: boca abajo y con las piernas un poquito abiertas. No sé si fue algo premeditado o si lo hizo de forma espontánea pero lo cierto es que arqueó la cadera ofreciéndome una nítida panorámica de la perfección hecha carne en forma de trasero femenino. Fuera de bromas, era algo digno de verse. Se mostró ante mí de una manera tan natural y dulce que a duras penas me llegaba el riego sanguíneo a las manos para manipular el jodido teléfono móvil; toda mi sangre se concentraba en mi verga, que ya hacía un rato que había comenzado a desperezarse.

Realmente más que un curtido tatuador parecía un bisoño quinceañero antes de su primer beso. Me temblaba todo, a duras penas podía encuadrar el trasero de la muchacha en el rectangulito del teléfono. No es que fuese grande, en absoluto, lo que ocurría es que yo temblaba como unas maracas. Cuando mire el visor sentí que me moría: el hilito del tanga había desaparecido casi por completo entre los cachetes de Gabriella de tal manera que parecía que no llevaba nada. Era algo increíble.

Le hice una primera foto a la que siguió otra y otra… y otra más. Premeditadamente, busqué un primer plano la vulva, cosa nada difícil, ya que la minúscula prenda interior apenas dejaba nada para la imaginación. A la muchacha se le marcaba el sexo claramente bajo la lencería nívea, incluso uno de los labios vaginales sobresalía juguetón por uno de los costados.

- Bien – Dije tras aclararme la garganta una vez saciada mi curiosidad malsana -. La imprimo, la miramos y decidimos.

Tardé un instante en volver con una fotografía a tamaño natural de uno de los traseros más bellos del mundo mundial.

Ella se sentó en la camilla y empezamos a hacer mil y una pruebas. No dejaba de reírse. Se la veía entusiasmada y muy cómoda semidesnuda a mi lado, hablaba por los codos hasta que por fin consiguió lo que buscaba.

- Eso me gusta. ¿Se puede hacer así?

- ¿Así? - Le dije un poco extrañado.

- Así será imposible que lo vea mi mami, ¿no crees?

- Bueno, a menos que te vea desnuda, así es.

- ¡Pues perfecto! Házmelo cuanto antes. Me muero de ganas… - y guiñándome continuó - de que me lo hagas… el tatuaje, claro…

- Vale, pero tenemos un problema…

- ¿Un problema? ¿Cuál?

- Si lo quieres ahí… me estorbará… me estorbará el tanga.

No era un farol, aquello era rigurosamente cierto: el sitio era tan comprometido que la prenda me dificultaba la tarea a la hora de realizar mi trabajo. La chica sonrió de oreja a oreja.

- ¿Y eso es todo lo que te preocupa? ¡Fuera problemas! – Rió divertida.

Y en menos que canta un gallo se deshizo de la diminuta prenda lanzándola por los aires del estudio. Cayó sobre mi cabeza y ella se llevó la mano a la boca:

- ¡Ups! Perdón. –Dijo roja de vergüenza.

- No…no pasa nada…

- ¿Así está mejor? – prosiguió abriendo las piernas mostrándome cándidamente su sexo rasurado e impoluto-. Así ya no hay nada que te impida hacérmelo a tu gusto ¿no?

- No…no. Así… así estará bien. – Dije sin apartar la mirada de tan suculenta rajita.

Llegados a ese punto no sabía si ella estaba hablando del tatuaje o de otra cosa. Supongo que al verla tumbarse de nuevo boca abajo sobre la camilla me sentí algo decepcionado. Había llegado a pensar que iba a abalanzarse sobre mí y que poco menos iba a violarme sobre el suelo de la sala de tatuajes. Reconozco que estaba sobrepasado por los acontecimientos, la aguja con la que de verdad me apetecía pincharle era mucho más gruesa y larga que la que, por lo visto, ella tenía en mente.

Me coloqué los guantes de látex poniéndome manos a la obra. Juro que intenté ser un profesional y tocarla lo menos posible mientras le limpiaba con alcohol la zona a decorar. Le coloqué la plantilla de papel cebolla en el sitio adecuado pero, cuando encendí el foco e iluminé su entrepierna, por poco me da un amago de infarto. Y no es una manera de hablar: el corazón quería salir de mi pecho.




Sin nada que se interpusiese entre su menudo cuerpo y mis ojos me recreé en ella, se lo vi todo sin inhibirme lo más mínimo. Como si fuese una clase de ginecología examiné sus delicados labios vaginales, el clítoris abultadito, los glúteos redondos, esfínter anal apretadito, la entrada de su vulva… todo. Una auténtica delicia el cuerpo de aquella princesa tanto por separado como en todo su conjunto. Pero realmente lo que me mató, lo que hizo que mi verga se endureciese hasta un punto que parecía que iba a explotar fue comprobar la gran cantidad de jugos que rezumaban de su sexo. El coño le brillaba como la luna en una noche de verano.

Había que estar ciego para no ver que la chica estaba muy pero que muy excitada. En mi delirio calenturiento deseé que Gabriella fuese una de esas muchachas que, con apariencia de mosquita muerta, te destrozan en la cama; el tipo de chica que a mí siempre me ha vuelto loco, ni más ni menos.

Si ella estaba como una moto yo ni les cuento: los huevos me dolían a rabiar en aquel instante. Deseaban expulsar su contenido lo antes posible en cualquiera de los agujeros de la chiquilla. Aunque de verdad les digo que era imposible decidir con cuál quedarse, los tres eran de lo más apetecibles.

Cuando mi mano acarició uno de sus cachetes la chica dio un respingo, giró la cabeza y me miró con sus ojos miopes como si le hubiese dado una descarga de mil amperios en el culo:

- ¡Lo… lo siento! – Le dije muy acalorado al ver su reacción-. No puedo hacerlo sin tocarte… aunque sea un poquito.

- Claro, claro – me contestó ella de forma condescendiente, obsequiándome con la más tierna de sus sonrisas y quitándole hierro al asunto -. No te preocupes. Haz lo que sea necesario. Toca lo que haga falta, no hay problema.

Sin dejar de palparle el trasero intenté abstraerme de semejante oferta y centrarme en lo mío. Podré parecer un baboso pervertido pero les aseguro que, en lo referente a tatuajes, pocos pueden igualarme en destreza y que, cuando me meto en faena, me abstraigo tanto que no sé si es de día o de noche hasta que termino la composición.

Como ya sabía de antemano, en cuanto la aguja comenzó a rasgar la piel de su trasero la chiquilla tensó su cuerpo y de su boca emergió un leve quejido.

- ¿Te duele?

- No – Mintió de manera pésima.

Había sido una pregunta retórica, yo sabía que realmente sí le estaba doliendo y no poco. Cuando llevaba unas pocas letras noté que cada vez se alteraba más. Respiraba rápido y contoneaba sus caderas de forma más que evidente, como intentando buscar el castigo.

- ¿Cómo lo llevas? – Dije levantando la aguja, dándole un respiro.

- Bi… bien. –Respondió con voz entrecortada.

- Te duele. – Aseveré.

- N…no.

- No puedo dejarlo ahora, lo sabes, ¿verdad?

- Sí… sí claro.

Iba a hacer algún otro comentario pero ella me interrumpió de repente:

- ¡Sigue, por Dios! ¡No te pares ahora!

Aquellas palabras me hicieron abrir los ojos y darme cuenta de lo que en realidad estaba pasando. Tan absorto estaba en la serigrafía que no me había percatado de que mi mano tocaba más de lo debido; por lo visto la humedad que sentía en la mano no se debía al sudor de mi cuerpo como creía sino a los jugos que brotaban del suyo ya que hacía un rato que le estaba acariciando el sexo sin ser consciente de ello. Y no sólo eso, la aguja pinchaba una zona extremadamente sensible cosa que, dado la especial predilección de la muchacha por el dolor, en lugar de incomodarla hizo que su libido se elevase a la enésima potencia.




Gabriella estaba que se derretía, bastaba con fijarse en el hilito de moco que caía lánguidamente desde su entraña y que llevaba un buen rato mojando mi guante.

Hasta ese momento siempre había pensado que eso de obtener placer a través del dolor físico era una quimera, un mito, una leyenda urbana, una calentada de cabeza más propia de pajilleros que de la vida real pero los gemidos de aquella niña mientras le pinchaba el trasero no tenían nada de falsos: eran tan verdadero como mi erección de caballo en aquel momento.

Tuve que cerrar los ojos, respirar dos o tres veces, y pensar en los negritos de áfrica antes de reemprender la tarea. Pese a que el aire acondicionado funcionaba a todo trapo yo sudaba como un cerdo. Mientras perfilaba los símbolos de la última palabra dejé de frotarle el coño y opté por apretarle el culito. Fue entonces cuando mi dedo corazón se quedó justo encima del agujerito de su ano. Caliente como un mono, comencé a juguetear con él. No recuerdo los detalles, sólo sé que cuando la aguja dejó de moverse, cuando terminó todo y la inscripción en su piel era un hecho, mi dedo corazón se perdía por completo en el interior del trasero de Gabriella y esta gemía como una gatita en celo.

Ella no parecía molesta con el intruso horadando su intestino, es más, por la manera de menearse yo diría que precisamente sentía algo diametralmente contrario así que decidí ir más allá y el dedo índice fue poco a poco a encontrarse con su hermanito mayor.

El gemido creció en intensidad transformándose en un gritito de lo más morboso.

Una vez le metí los dedos hasta el fondo me faltó tiempo para desprenderme de la herramienta para tatuar y centrarme en lo que verdaderamente más me interesaba en aquel momento: comerle el orto a aquella nínfula ardiente.




Puedo asegurar que lo hice a conciencia, pero no sin antes retorcerle los dedos a modo de tornillo dentro de su intestino varios minutos. Cuando me apeteció oportuno y no antes, saqué mis apéndices de su interior dejando un considerable boquete en su esfínter anal. Creo que estuvo a punto de protestar por haber dejado de jugar con ella pero supongo que al sentir mi lengua introduciéndose en su culito aceptó sin reservas el cambio de herramienta, gimió de nuevo y mostró su aprobación con un gruñido gutural difícilmente reproducible al que siguió un más que explícito:

- ¡Hummm, delicioso…!

Que me indicó muy clarito lo bien que lo estaba pasando conmigo.

Yo no podía replicar, tenía la lengua ocupada con otros menesteres mucho más placenteros que hablar. Habrá a quién le parecerá asqueroso mi tratamiento oral a su entrada posterior pero desde hace mucho tiempo sé que el mundo está lleno de ignorantes que no saben realmente lo que es bueno en esta vida: no hay nada mejor para llevarse a la boca que un culito juvenil como el de la pequeña Gabriella. Además, liberar las manos de su anterior tarea me permitió hacer otras dos cosas que consideré imprescindibles en aquel momento: una, introducirle un par de dedos en la vulva y navegar en su interior en busca de su tesoro y otra, liberar mi verga de la opresión del pantalón. Al hacerlo me topé con mi correa, fue entonces cuando se me ocurrió otra cosita más extrema.

Gabriella se retorcía de gusto y yo acompañaba sus movimientos espasmódicos con mi lengua insertada en su trasero mientras mis dedos se perdían en las profundidades de su sexo. Cuando consideré que estaba lo suficientemente cachonda y dilatada me incorporé con mi estoque erecto y duro como una piedra.

Ella se contorsionó y volvió a mirarme. Primero a los ojos y después al cipote que, rabioso, la amenazaba. No dijo nada ni a favor ni en contra acerca de mis intenciones pero su movimiento de cadera abriéndoseme completamente fue tan explícito como la confesión de Judas. Jamás olvidaré aquella pose tan erótica y sensual, ni por supuesto, su expresión al ver que la punta de mi verga pasaba de puntillas por la entrada de su vulva y amenazaba la integridad de su entrada trasera. Estaba claro que no se lo esperaba y torció el gesto en señal de desaprobación.

- Soy… soy virgen por ahí… - dijo intentando salvaguardar la integridad de su culo...

- Tranquila… eso tiene una fácil solución…- le dije yo agarrándola firmemente de la cadera para evitar que se zafase de mi inminente monta.

- ¿Me… me dolerá? - prosiguió con su vocecita entrecortada, tal vez resignándose a su destino.

- ¡Sí!- Repuse de forma impersonal sin la menor vacilación – Y mucho. Te encantará…

No sé en qué narices estaba yo pensando, aquel rapto de sinceridad no se ajustaba a los cánones de una respuesta políticamente correcta si lo que pretendía era gozar de su hermosa retaguardia, pero lo cierto es que, lo crean o no, acerté de pleno. La chica volvió a mirarme con los ojos encendidos, clavó sus dientes en su labio inferior por enésima vez y poco menos que suplicó:

- A… adelante. Házmelo…

Y "motu proprio" se abrió ella misma las carnes y, al hacerlo, disipó cualquier atisbo de duda por mi parte.

Agarré mi verga por la base, dirigí la punta hacia su ojete… y presioné la entrada del cielo. No fui duro con ella pero sí firme, no quería renunciar a aquella presa por nada del mundo. Me sorprendió su actitud sumisa ante la agresión. Pensé que ella, como buena primeriza, rehuiría del primer puyazo pero no fue así: fue la propia Gabriella la que literalmente se sodomizó a sí misma, echándose para atrás para clavarse mi estoque de manera voluntaria y cruel. De hecho, lo hizo con tal ímpetu, que a punto estuvo de lastimarme seriamente.

- Tranquila… despacio… - Le dije al ver que su esfínter no cedía lo suficiente y que apenas lograba introducírsela un par de centímetros -. No te precipites.

- Da… dame… dame tú.

- ¿En serio?

- ¡Hazlo! ¡Dame duro! ¡Métela! ¡Échalo todo ahí adentro!

Suerte tuve que el hilo musical del centro comercial tiene un volumen jodidamente alto. Lo que normalmente me fastidia y me produce migrañas aquella mañana resultó ser mi mejor aliado. La chica gritaba como si estuviera pariendo mientras la sodomizaba. De hecho, yo pensaba que iba a darle algo. Lloraba pero a la vez hacía todo lo posible para que yo le taladrase la entraña de manera cada vez más profunda. Yo no sabía a qué carta quedarme pero seguía dándole por el culo, mi pene no entiende de sentimientos cuando está en pleno apogeo.

- ¡Métemela entera! ¡rómpeme por dentro! – Suplicó fuera de sí.

Esa insólita petición me llegó al alma, literalmente la destrocé.

Conforme le daba dando rienda suelta a mis más bajos instintos y se la clavaba hasta los huevos, los gritos fueron cambiando de tono, transformándose progresivamente de intenso dolor a un no menos escandaloso placer. Miré mi verga entrando y saliendo de ella. Estaba teñida por motitas de sangre que, evidentemente, no era mía. Eso me hizo reaccionar, incluso me asustó. En ese momento me entraron dudas y bajé el ritmo de la sodomización. Ella notó que algo sucedía, por lo visto no le gustó en absoluto, así que obró en consecuencia. Creo que jamás olvidaré aquella imagen el resto de mi vida: Gabriella, con la cara descompuesta, los ojos bañados en lágrimas, suplicando sexo:

- ¡Dame más fuerte, cabrón!

Aquella arenga borró de un plumazo mi incipiente remordimiento y puse todo mi empeño en la tarea de desgarrarle el trasero. Pese a que mi corazón estaba a punto de salírseme del pecho, estaba decidido a darle a aquella chiquilla lo que pedía literalmente a gritos. Agarrándola con fuerza de las caderas, le di lo más duro que me fue posible. Sangraba tanto que mi verga parecía estar desgarrándose cuando en realidad era su intestino el que lloraba por dentro.

Fue entonces cuando le di el primer cachete en el glúteo. No soy un tipo violento pero estaba tremendamente cachondo y fuera de mis casillas. Quiero pensar que se trató de algo más sonoro que doloroso. La palmada tuvo respuesta inmediata, Gabriella chilló como si se tratase del mismísimo eco.

Creo que fue entonces cuando se corrió por primera vez, noté cómo su culo se contraía más de la cuenta y me apretaba el miembro viril hasta casi hacérmelo reventar. Me gustó tanto la sensación de compresión que repetí la maniobra… y el resultado fue el mismo, o quizás todavía mejor.

- ¡Siiiii! - Exclamó al sentir en sus carnes la tercera de las andanadas.

Fue en ese momento, con toda mi verga inserta en su orto y mis testículos peludos aporreando la puerta del cielo, cuando se me ocurrió dar una vuelta de tuerca más a toda aquella locura y hacer lo que minutos antes se me había pasado por la cabeza. La pobre chica no lo vio venir, estaba tan absorta en las nuevas y dolorosas sensaciones que le transmitía su culo rasgado que hasta que no tuvo mi cinturón alrededor del cuello no fue consciente de lo que yo le tenía preparado. Tiré del cinto con firmeza, ella dejó de abrirse el trasero para intentar zafarse del yugo que la oprimía.

- ¡Grrrrrrss! –Masculló.

Gabriella se estaba ahogando pero yo no me daba cuenta, sólo recuerdo que, mientras ella luchaba por su vida, contrajo tanto su ano que por poco me guillotina la verga. El dolor me hizo volver a la realidad. Sinceramente creo que gracias a eso ella sigue aún con vida. Si no, no sé qué hubiese pasado aquella mañana.

La compresión fue tan fuerte que venció mi resistencia y, entre bufidos y gemidos, literalmente se lo di todo en lo más profundo de su intestino. Bueno, casi todo. Y digo casi todo porque guardé conscientemente un poco de mi simiente para regarle el tatuaje a modo de crema protectora. Utilicé mi verga a modo de pincel y los motivos élficos se entremezclaron con su propia sangre y mi semen caliente.

La chica permaneció ladeada en posición fetal hecha un ovillo, con el cabello alborotado, las manos fijas en la correa que oprimía su cuello, el esfínter dilatado y mi esperma brotando de él, formando una cascada que caía desde sus glúteos hasta la camilla. Yo estaba aterrado mirándola sin dar crédito a lo que había pasado. La chica permanecía tan quieta que de verdad que pensé que la había matado.

Comenzó a desperezarse poco a poco. Luego tosió, cosa que hizo que mi amago de infarto quedase ahí, y tras unos segundos escuché una risita nerviosa.

- ¡Guau! – Dijo incorporarse con voz entrecortada.

- Yo… yo no sé qué me ha pasado… no sé qué he cojones he hecho…

- ¿Que qué has hecho? – me dijo la chica deshaciéndose con dificultad de la correa que oprimía su cuello -. Me has violado… eso has hecho… ¡cabrón!

Aquella dosis de realidad hizo que saltasen las alarmas.

- ¡Espera, espera…!

- ¡Eso has hecho, me has violado por el culo, hijo de la gran puta…! – Me interrumpió todavía sin mirarme, repitiendo la frase una y otra vez con un tono de voz cada vez más firme y acusador.

- No… no… - repuse poco menos que balbuceando como un lerdo.

Aterrado, vi impotente como aquella chiquilla, que a duras penas podía moverse, pugnaba por incorporarse sobre la camilla. Ni siquiera tuve la delicadeza de ayudarla. Estaba aterrado, paralizado, mi cabeza no regía en aquel instante, era un vorágine de ideas a cual más disparatada intentando buscar una justificación a lo sucedido.




- ¡Uff… cómo escuece! – Dijo mirándome, con una mueca de dolor en su cara.

- ¡Lo…lo siento yo… yo no quería hacerlo!

- ¡Sí! ¡Tú si querías… ahora no me vengas con esa chorrada! ¡Me comías con los ojos nada más entrar en la tienda! ¡Me has violado!

Aquellas últimas palabras se clavaron a fuego en mi desconcertada mente, había cometido muchas locuras en mi vida pero ninguna como aquella.

- Tranquilo hombre, tranquilo – rió cambiando la expresión de la cara.

Se apartó por fin el cabello de la cara y sacándome la lengua me dijo en tono burlón y descarado:

- ¡Tonto, pero si me ha encantado! ¡Has estado increíble! ¡Menudo culo que me has echado, pedazo de cabrón! ¡Creí que me iba a desmayar!

Literalmente me derrumbé en la silla, derrotado por aquel diablillo de largo cabello y cuerpo angelical.

- ¡Uff, cómo pica! No voy a poder sentarme en una semana. Cada vez que lo haga me acordaré de ti y de tu polla, abuelete.

Y sin darme tiempo a reaccionar se levantó de un salto como si allí no hubiese pasado nada. Intentó verse el tatuaje pero no pudo así que utilizó el espejo que colgaba de la pared.

- ¡Qué guay! – Dijo al contemplar mi labor. Por lo visto el semen mezclado con sangre que le caía del trasero no le importaba mucho.

Yo no pude ni meter baza.

- ¡Uff, qué tarde es! Mi madre me mata… - Exclamó vistiéndose a toda prisa.

Y con la misma rapidez con la que entró en mi vida me dejó ahí, patidifuso y anonadado, con los pantalones en los tobillos y con una cara de tonto que aún me dura.

Ni siquiera protegí el tatuaje como era preceptivo… se lo llevó recién hecho y rebozadito de esperma. Supongo que tenía que haberle recordado que debía volver en una semana pero realmente en lo último que pensaba era en la jodida inscripción de su trasero. Hasta el imbécil de mi jefe se dio cuenta de que algo me sucedía cuando vino a la tienda algo más tarde.

Realmente me dejó tocado todo lo que pasó esa mañana.

- ¡¿Abuelete?! ¡Será cabrona! – dije cuando pude asimilar mínimamente lo sucedido.

Confié en la experiencia de la chica en el asunto de los tatuajes y que recordaría las instrucciones que le había dado. Soñaba con el día en que Gabriella apareciese de nuevo por la puerta, con su silueta de bailarina, dispuesta a que le diese algún retoque al grabado o a ella pero, cuando pasaron quince días sin tener noticias suyas, perdí toda esperanza de volver a contemplar al mejor culo que había gozado en mi vida.






Pasado un tiempo, durante otra de esas divertidas mañanas en las que el volar de una mosca es todo un acontecimiento, la puerta de la tienda se abrió de repente. Al principio me costó reconocer a la hembra detrás de aquellas gafas oscuras pero, cuando lo hice, me alteré muchísimo. Juro por Dios que nunca antes me habían temblado tanto las piernas. Creí que, tras ella, aparecerían media docena de policías con cara de perro para detenerme tras la preceptiva paliza.

Se acercó como una leona y fue directamente al grano. Se plantó delante del mostrador, se quitó las gafas de sol y, mirándome como si me estuviese perdonando la vida, me dijo:

- Quiero que me hagas un tatuaje.

Y sin darme tiempo a respirar cogió uno de los muestrarios y comenzó a ojearlo. Cada hoja que pasaba era para mí un calvario, un azote de látigo en mi espalda desnuda, un barrote más en mi celda. Era realmente hermosa, parecía una anaconda a punto de zamparse un conejito indefenso.

- ¡Este! – Dijo por fin señalando uno.

Al bajar la mirada contemplé el diseño elegido. Era una composición relativamente sencilla de una rosa roja con gotas de sangre cayendo por el tallo verde oscuro.

- Y… ¿dónde lo quieres? – Dije yo tartamudeando, intentando ganar tiempo.

- ¿Qué dónde lo quiero? – me dijo lanzándome una sonrisa maliciosa -. En el culo, por supuesto…

Se me hizo un nudo en la garganta.

- El trasero es tu especialidad, ¿no?

Yo apenas podía respirar. Sentí como el rubor se apoderaba de mi rostro.

Tras unos instantes de incómodo silencio fue ella la que, relamiéndose descaradamente, sentenció mientras me guiñaba un ojo:

- Dice mi hija que vale la pena el sufrimiento, que eres un portento… con la aguja… y con todo lo demás… abuelete...

FIN






 

PD:

Fue el tiempo que pasaste con tu rosa lo que la hizo tan importante.

Te miraré de reojo y tú no dirás nada. La palabra es fuente de malentendidos.

Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres.

Él se enamoró de sus flores y no de sus raíces, y en otoño no supo qué hacer.

Se debe pedir a cada cual lo que está a su alcance realizar.







Comentarios

  1. Este es de mis relatos favoritos. Me he leído casi todos los que has publicado pero este siempre va a ser especial para mí.

    "Soy responsable de mi rosa..." repitió el principito, a fin de acordarse.

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    1. Intuyo quién eres aunque no puedo asegurarlo. Sé muy bien por qué es especial para ti. Para mí también lo será siempre. "Tendré que soportar dos o tres orugas si quiero conocer a las mariposas."

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