"EL AUTOR Y LA NINFA. EL LADO OSCURO" (4 DE 4) por ALTAIS

 

Capítulo 4. El lado oscuro.

El Autor tenía un día de esos, un día de mierda, llevaba arrastrando esa sensación desde la mañana. Donde la necesidad de drogarse iba nublando su juicio, era una ansiedad naciente, ¿el motivo? No había un detonante específico, quizás había visto a algunas adolescentes en falda. En realidad, el motivo era lo de menos, sino controlarse. Era uno de esos días en la que esa necesidad nacía en su cabeza y bajaba como un molesto pico por su columna vertebral destruyendo su psique. El ser pragmático que fingía ser se desmoronaba un poco en días como ese, eran imprevisibles, a veces podían encadenarse, otros pasar unas semanas donde podía controlar su peligrosa necesidad de consumir esos cuerpos imberbes.

En realidad, se sentía frustrado, ya tenía una válvula de escape que durante meses le había servido de metadona para controlar su adicción. En los meses que llevaba físicamente con su pequeña, el deseo había remitido, o mejor dicho se había concentrado por completo en ella. Antes de tenerla llevaba una temporada haciéndolo a diario, y le jodía ser un yonki a punto de recaer. Tenía la determinación de no hacerlo.

Estaba decidido a no dejarse consumir, llevaba una excelente temporada limpio, y ese día no sería la excepción, vencería al monstruo, tenía una forma más segura y real de controlarlo. ¿Para qué buscar si tenía a su propia Lolita?

Un tanto inquieto, y jugándose un poco su imagen de hombre respetable e intachable fue a recogerla en su coche de vidrios polarizados a la salida del instituto. Era una pena que en el instituto de su pequeña no usaran uniforme. De seguro se vería arrebatadora con una faldita de colegiala.

 

Julia casi se había caído de la impresión al recibir el mensaje por parte de Gabriel. Tendían a verse siempre en su piso, tenía una copia de la llave y se colaba discretamente para sus tórridos encuentros. Nunca se arriesgaban, para ambos era importante su relación, en especial para ella, que deseaba que él nunca se arrepentiera de dar ese paso por alguna imprudencia propia de la juventud. Así que seguía a rajatabla sus condiciones. Era un claro indicativo de que algo no iba bien.

Julia notó un poco la inquietud por parte de su lobo, se veía un tanto… incómodo. Apenas y la había saludado, obviando el “princesa” o “mi niña” de rigor. Lo que sí notó, fue la erección atrapada dentro del pantalón. Decidió no hacer preguntas, evidentemente era un día de esos raros, los conocía pero solo a la distancia, si a través de la web podía notar su nerviosismo, ver su inquietud en persona le alarmó. Quería hacer cualquier cosa por mitigar los demonios de su pervertido caballero.

 

Gabriel dejó de lado sus buenas formas, trataba en mayor medida de ser un “buen hombre” para Julia, o mejor dicho no ser el cabrón que era con el resto. Solo ella podía ver su parte más mimosa, aunque en ese día, necesitaba ser un depredador y pensaba desquitarse con la pequeña figurita que iba tarareando la misma canción que evocaba cuando trataba de no pensar y lo hacía de forma inconsciente.

Casi le arrancó la ropa al llegar a su piso, devoró su boca, y la arrastró a su cama. Le fastidió un poco ver qué no estaba correctamente lubricada. Tenía los primeros vestigios de humedad pero no era lo justo para penetrarla sin lastimarla. Optó por llenar el pequeño coño de lubricante. Necesitaba hacerlo duro, muy duro. Los ojitos de ella se abrían impresionados ante su brutalidad, no era el mismo, o sí. No estaba seguro, pero estaba enfadado, no quería lastimarla, pero necesitaba desquitarse con ese prieto coñito para calmarse.

El lobo llevaba una temporada dormido y despertó con una fuerza aplastante. Necesitaba satisfacer su necesidad de piel joven. Y no pensaba en contenerse, en realidad no podía, debía soltarlo para volver a la normalidad. Debía dormilo y solo lo lograría exprimiendo la imberbe cueva de su Ninfa.

Centró su mirada en el coñito y condujo su miembro a la entrada, recreando las imágenes a las cuales le condenaba su adicción. Solo que había dejado de ser un espectador para ser el protagonista de las fantasías más vívidas de los pervertidos como él. Más de uno mataría por poseer a una chica tan tierna como Julia, y eso le enfadaba, le molestaba la sola idea de que otro hombre la deseara. Como aquella ocasión en la que salía de su piso y pudo ver cómo el vecino del segundo la devorada con la mirada al cruzarse en la calle, deseo bajar y arrancarle la cabeza. Era demasiado guapa y lo peor es que ella no lo veía, no comprendía que más de uno la rondaría para meterse en sus bragas y eso le enfureció más. ¡Era suya!

No tuvo mayor ceremonia antes de penetrarla, ella dio un respingo. Repitió la penetración, sacándola toda y penetrándola hasta el fondo. Al notar que no había dolor, prosiguió a taladrar el prieto coñito para satisfacer al lobo. Duro, intenso, lascivo, lo necesitaba así. Esa menuda figura se retorcía debajo de él, con las piernas abiertas, gimiendo bajito, le encantaban esos gimoteos, dulces, su Ninfa era tan complaciente que su polla se tensaba ante la certeza de que se derramaría muy dentro de ella.

 

Ella respiraba muy rápido, no estaba del todo acostumbrada a tener una sesión de sexo tan intensa. Gabriel tenía los ojos muy oscuros y no estaba demasiado atento a sus reacciones. Sin embargo, no pudo evitar correrse y bañar el miembro de su amado con sus flujos. Tenía cierta predisposición a ser excesivamente complaciente con su amante y cuando se tornaba más intenso eso la mojaba notablemente.

– Eso, mueve tus caderas, perrita –gruñó, no podía controlarse, quería más, quería todo.

Julia no lograba articular, cada estocada era dura, sin contemplación, arrancándole un gritito. Él necesitaba reventar su coñito para calmar sus oscuros deseos. Le enloquecía esa cavidad adolescente a su disposición, era tan tierna. La carne más deliciosa que jamás probaría. Suya.

Julia se retorcía de forma serpentina, le costaba un poco procesar la intensidad del encuentro. Sus pezones se erigían tan duros que le dolían. Pero su Autor estaba concentrado en exclusividad en calmar sus necesidades.

– Vamos zorra –se detuvo en seco al saber que había roto una de las principales reglas en las que se basaba su relación–. Zorrita –murmuró, se maldijo, vio como el deseo se apagaba en esos ojos castaños que la mayoría del tiempo lo miran con devoción–. Perdón –ella desvió su rostro evitando el contacto–. La he cagado. Paramos.

– No –murmuró ella, enroscando sus piernas alrededor de las caderas de él.

– No, paramos.

–No te atrevas a detenerte –se secó el par de lagrimillas que corrían por su rostro–. Sigue.

– No.

– ¡Sigue! –le ordenó ella.

Maldijo al lobo, podría ser el mayor pervertido de todos, un guarro en toda regla y en la mayoría de los casos le excitaba ver las lágrimas de las mujeres a las que follaba. Sin embargo, no llevaba nada bien ver el dolor en el rostro de su pequeña, le hacía sentirse asqueado consigo mismo, en ese momento.

Se inclinó para besarla, quizás debería besarla más a menudo. Pensó en enmendar ese pequeño resquicio, volvió a acelerar, hundiéndose en ella, bombeando con la misma dureza que había caracterizado ese encuentro. No podía cambiar la cadencia, necesitaba ser malo. Sintió que algo adentro se rompía, le destrozó ver llorosos esos ojos que le daban la vida.

Le susurró palabras que se entremezclaban entre el deseo y el cariño, necesitaba saber que estaba bien. En un punto sus miradas se conectaron y no vio algún atisbo de duda, sus ojos brillaban nuevamente para él, ardiendo en deseo por él. Sujetó sus manos sobre su cabeza y atrapó otra vez la tierna boca, las caderas de ellas chocaron con la de él, no se detuvieron hasta alcanzar un potente orgasmo compartido. Ella se había corrido ya una incontable cantidad de veces y siendo esta su segunda arremetida, están deshechos.

Su dulce Ninfa se enroscó a su cuerpo, perdiendo la batalla contra el cansancio, se acurrucó junto a él pasando una de sus piernas por sobre su cadera, mientras su sexo derramaba la mezcla de flujos y semen pringándolos a ambos, el Autor se sumió en sus cavilaciones. No era la primera vez que sucedía algo como eso. Necesitaba ser violento y ella no llevaba bien los agravios, no le importaban si está caliente, siempre y cuando fuesen en diminutivos.

Era un monstruo con consciencia, ese episodio le recordó una de sus videollamadas, nunca se perdonó ese día, con ella usándose para sus bajas pasiones, llorando y él masturbándose, sin percatarse de sus sentimientos. Fue uno de los pocos videos de ella que borró sin pensarlo. Queriendo marcar verdaderas distancias ella le demostraba constantemente que era realmente suya.

También le recordó uno de esos polvos raros desde el principio, era uno de esos días donde discutieron, ella le había pedido que le hiciera el amor y se dejó llevar. Fue la última vez que la hizo llorar en el sexo hasta ese día. 

– Solo puedes follarme, mi querido Autor, eres incapaz de hacerme el amor –musitó antes de seguir introduciendo su juguete sexual con violencia con las piernas medio cerradas, lo justo para que no viese su llanto.

Solo se enteró de semejante desastre al día siguiente donde ella le confesó lo sucedido, casi reclamándole. Claro que no vio ese vídeo, el dolor de ella, en parte era suyo también. Quería que siempre le sonriera, no lo contrario. Con el pequeño ser de luz respirando tranquilamente, tan segura como para dormirse entre sus brazos, declinó por “esa conversación” que llevaba meses evitando. Explicarle cómo era el monstruo. Le daba pavor perderla, pero no podía seguir permitiendo ese tipo de situación.

 

Se despertó un par de horas más tardes, la pequeña chica dormía pierna suelta abrazando el peluche de nutria que le había obsequiado en navidad y que le hacía compañía cuando ella no estaba. Los demonios volvían a acosarle, llevaba un tiempo record sin buscar, pero la necesidad le llamaba. Además el desenlace del polvo le hizo descartar el despertarla para saciar su sed de piel joven.  Desnudo se dirigió a su despacho, sabía muy bien donde buscar para encontrar lo que su corrompida mente deseaba. Pese a ser un olvidadizo casi patológico no necesitaba agenda u otro tipo de  ayuda para teclear las direcciones electrónicas. Pronto la pantalla escupió eso que a la vez tanto odiaba y deseaba ver. De entre todas las opciones eligió la más extrema, necesitaba una buena dosis de su droga. Su miembro se hinchó y como un autómata llevó su mano alrededor de su polla.

En el pasado jamás se había sentido avergonzados de sus bajas pasiones, si bien se encargaba de ocultarlas por una cuestión de sentido común, nunca se avergonzó de ser como era. Pero en esa ocasión se sentía ligeramente incómodo, como un jovenzuelo que se hacía una paja rápida evitando ser pillado por sus padres. Estaba tan concentrado que no se percató de las suaves pisadas hasta que fue demasiado tarde. Casi se le salió el corazón del pecho. Su Ninfa le miró, luego a su miembro y por último a la pantalla. Vio un atisbo de tristeza en su mirada, su mente le indicó que acaba de cagarla y con esto en definitiva perdería su luz.

Julia tuvo un breve debate mental entre su yo sin autoestima y su nueva forma de ser. Podría armar un escándalo que le hiciera sentir mal, pero eso no le interesaba. Volvió a mirar la pantalla, viendo a esa chica de senos incipientes auto inmolándose una buena ración de polla por el culo. ¿Acaso ella no era suficiente? Una parte dentro de ella descartó ese pensamiento, estaba más que decidida en convertirse en la única adicción de Gabriel. No dejaría que una pantalla le ganase. Casi pudo sentir el pánico que emanaba de él. Presenciaba el lado oscuro de su gran amor.

Gabriel intentó decir algo. No se lo permitió, nada le apetecía más que escuchar esas dos palabras que le alegraban el corazón día tras día. No en esas circunstancias, con la verga erecta en honor a una joven hembra que no era ella. Una cosa es que perdonase su recaída  y otra que le permitiese mancillar su vínculo de esa forma. Pensó en apagar el ordenador y arrastrarlo hasta la cama agarrándolo de la polla sin embargo prefirió arriesgarse, ponerlo a prueba y desaparecer con el mismo sigilo con el que había entrado. Lo amaba con toda su alma sin embargo necesitaba algún gesto que le demostrase que el sentimiento era mutuo. Él la siguió como un corderito avergonzado y su maltrecho corazón se aceleró. Todavía había esperanza para la desintoxicación, no estaba todo perdido.

A duras penas venció la tentación de comérselo a besos y colmarlo de ternura y comprensión, estaba claro que esa estrategia no había funcionado. Necesitaba dar un golpe de timón a todo aquello o estaba segura de que lo perdería.

-          Pero… ¿a dónde vas?

-          Espérame ahí papi, ahora vuelvo. Ah, ¡no se te ocurra tocarte!, tu polla es mía.

Gabriel permaneció expectante y nervioso tumbado sobre la cama. Temía escuchar de un momento a otro el portazo que pondría el punto final a la relación, deseaba correr junto a ella para evitar que eso sucediera. Por nada del mundo quería perderla No lo hizo, no quería desobedecerla y decepcionarla por enésima vez.

Apenas la reconoció minutos más tarde cuando atravesó el dintel vestida con parte del disfraz de colegiala, ese que habían acordado estrenar para celebrar su aniversario un par de meses más tarde. Los amarres de coletas a juego con la faldita a cuadros, el chaleco abierto sin prenda alguna debajo y el pintalabios color caramelo le daban un aspecto infantiloide, detalles delicados que contrastaban con  la inquietante presencia al cuello del choker de castigo, con el corazón plateado oprimiendo férreo a su garganta y las pirañas metálicas mordiendo cruelmente sus pezones. Esos últimos aderezos atrajeron su atención, su musa jamás las utilizaba por iniciativa propia y nunca más de unos pocos segundos sin embargo esa vez se las puso sin imposición alguna y no parecía dispuesta a desprenderse de ellas.

-          E… estás preciosa princesita pero por favor quítate las pinzas, no quiero que te hagas daño.

-          No me llames así Gabriel. Hoy no.

-          Te has quitado mis iniciales de tus pechos…

-          Es lo que hay.

Aquello le dolió mucho más que un puñetazo, estaba preparado para un estallido de ira, no para renunciar a algo tan íntimo.

-          Como quieras - repuso derrotado.

La joven se dirigió hacia él con paso firme, la seguridad que desprendía en parte le agradó por lo novedoso y por otra lo inquietó, se salía de lo normal y cualquier cambio en su rutina podía ser origen de conflicto. Solían comenzar el acto amoroso con alguna que otra caricia o beso antes que la pasión los dominase y diera paso a las hostilidades. Esta vez la Ninfa obvió los preámbulos, lanzó de forma impersonal el bote de lubricante sobre la cama, agarró el estoque todavía erecto del adulto y se lo metió en la boca sin dejar de mirarle a los ojos. No fue un inicio de felación amoroso con besitos, risas y lametones entre comentarios sobre lo acaecido ese día; le proporcionó una mamada en toda regla, intensa, lúbrica y muy sucia pero carente de sentimiento. Se la chupó como a un extraño lo que hizo que la mente de Gabriel cortocircuitase.

Sobrepasado por los acontecimientos no fue consciente de que, haciéndolo de ese modo, su joven amante pretendía eliminar cuanto antes cualquier resto de líquido preseminal generado por la masturbación previa. No quería que entrase en su otro agujero fluído alguno  propiciados por la visión de otra chica. Sería ella y no una extraña la que calmase al lobo a partir de entonces.

Buscando el perdón Gabriel intentó acariciarle el pelo. Ella lo golpeó con virulencia para evitarlo.

-          ¡No me toques!

No lo hizo, estaba impresionado por el cambio de roles. Normalmente era El Autor quien imponía su criterio y la Ninfa la que se dejaba hacer. No es que ella adoptara una actitud pasiva e indolente, simplemente se plegaba a la voluntad del macho, permaneciendo expectante cuando él lo requería o pasando a la acción de forma eficiente siempre siguiendo las indicaciones del adulto.

-          Sabes que te quiero, ¿verdad?

La chica no contestó. Estaba junto a él y sin embargo la notaba a años luz esa noche. Parecía otra, una extraña. Reptó sobre el adulto y colocándose sobre él utilizó su pene para estimular su sexo bajo la falda. Se dio placer meciendo la cadera, utilizando su vulva a modo de pincel, sus flujos como acuarela y la verga como improvisado lienzo, impregnándola con su esencia. Estaba molesta, era obvio; se le daba fatal ocultar sus sentimientos, pero también caliente, la cercanía del pene que calmaba su lujuria días tras día a su vulva tenía consecuencias en su cuerpo que ella no era capaz de controlar. Cerró los ojos y, muy a su pesar, gimió. La ira había adormecido sus pezones sin embargo el movimiento pendular de las pirañas metálicas hicieron mella en ellos. Fue incapaz de disimular una mueca de dolor durante su ir y venir a lo largo del enhiesto miembro viril.

-          ¡Quítalas, princesita! Por favor… - suplicó Gabriel, incapaz de soportar el dolor en la joven.

En un rapto de caballerosidad intentó desprender los elementos de castigo del frágil cuerpo de la adolescente. Julia se zafó.

-          ¡No me toques! - chilló golpeando las manos que la acechaban con furia - ¡Y no me llames así! No soy tu princesita, ni tu niña; soy tu capricho, tu juguete, tu puta. ¡Eso es lo que soy, una puta más!

-          ¡No, eso no es verdad!

-          ¡Sí lo es! ¡Una adolescente zorra y ninfómana! Eso es lo que quieres, es lo que necesitas y es lo que tendrás!

-          ¡No!

-          ¡Cállate de una puta vez!

Rabiosa, tras descargar su ira a modo de tortazo en plena cara,  agarró el bote de lubricante y, vertiendo todo su contenido sobre la palma de su mano, la hizo desaparecer bajo su falda.

Sorprendido por el arrebato violento Gabriel permaneció inmovil unos segundos, el tiempo que ella necesito para extender parte del pringue por el cipote, asírlo con firmeza para seguidamente enfilarlo hacia su puerta trasera y dejar que la gravedad hiciera el resto. El alarido fue tremendo, casi tanto como el dolor experimentado al notar algo quebrándose en su entraña. Le dio lo mismo, no cejó en su empeño hasta que no solo la punta sino una buena parte del miembro viril horadó la única entrada que permanecía  inexplorada para él. Estaba dispuesta a sacrificar su integridad física para sacarlo de su droga.

Durante los meses que duraba su relación fueron varias las veces que habían intentado consumar el sexo anal sin éxito. La Ninfa, ferviente lectora de los textos de El Autor, conocía de sobra su predilección por esa práctica sexual y le había ofrecido su trasero para practicarla con total libertad. Ya le había entregado su virgo oral, vaginal y anal pero lo había hecho a distancia, penetrándose con un juguete sintético frente a la cámara de su teléfono móvil, sin embargo quería que sus tres orificios fueses iniciados de forma presencial por su amado. Si bien con los dos primeros no tuvieron el menor problema, hasta ese fatídico día habían sido incapaces de hacerlo con el tercero. Apenas notaba la presión en el esfínter los nervios y la tensión atenazaban a Julia, constreñían su cuerpo convirtiendo a la sodomía en una quimera.

Tampoco a Gabriel le agradaba ver sufrir a su joven amante y desistía al primer contratiempo. Previo consentimiento explícito, solía ser duro e implacable con las prostitutas que se follaba, buscaba incesantemente muestras de sufrimiento en sus caras, era de los que se excitaba con el dolor ajeno y no le importaba pagar por ello. Con Julia le era imposible actuar de ese modo. Su aspecto era tan frágil que a veces temía romperla con la mirada así que tenía mucho cuidado cuando consumaban su amor. Cierto es que cuando la pasión los embriagaba el sexo era intenso y lujurioso pero nunca violento como en ese preciso momento en el que la adolescente se jalaba hasta la empuñadura su polla por el culo. Jamás la había visto así de descontrolada. La sensación le agradaba físicamente lo que le hacía sentirse más culpable todavía. Sabía que más allá del dolor físico ella estaba sufriendo actuando de ese modo tal alejado de su verdadera naturaleza.

Julia intentó evadirse, elevar su mente, dejar su cuerpo atrás tal y como hizo aquel día en el que unos chicos, medio en broma medio en serio, comenzaron a toquetearla sin su consentimiento en el callejón trasero del instituto. Su esfinter se fue relajando y su culo  acostumbrandose a la sodomía pero cada vez se sentía peor. En realidad el desgarro en su ano le traía sin cuidado, era su cabeza la que  no dejaba de evocar lo visto en la pantalla y el deseo reflejado en los ojos del lobo. Más que molesta estaba celosa de aquella niña, era tremendamente posesiva en lo referente a El Autor. Quería ser todo para él como él lo era para ella: su compañera, su amante, su vicio y su droga. Ser el objeto de sus fantasías, su primer pensamiento al levantarse y el último al acostarse. Estaba claro que, a pesar de sus esfuerzos, no lo había conseguido. Las lágrimas se escaparon de sus ojos, le embargó un sentimiento de frustración y la niña que alojaba en su interior, esa que le incitaba a desistir de cualquier cosa al primer contratiempo, quiso huir, largarse de allí corriendo sin mirar atrás.

No pasó. Al contrario la joven lobezna que pretendía ser tomó el mando, enjugó las lágrimas con furia e incrementó el ritmo y la profundidad de la enculada. No iba a rendirse. A un lobo se le derriba pero se levanta rápido, saca los colmillos y sigue adelante. Sin dejar de empalarse comenzó a masturbarse estimulando su clítoris con las yemas de los dedos y se sintió mucho mejor, incluso experimentó más placer que de costumbre con su culo dilatado. Se sorprendió, pese a que él ya se lo había anunciado; si algo sabía su viejo lobo era de dar por culo a las mujeres, literalmente.

-          ¡Joder! - Musitó Gabriel con los testículos a punto de reventar gracias al intenso tratamiento recibido - . ¡Me voy a correr!

Julia pasó de él. Estaba realmente cómoda con la polla yendo y viniendo por su el culo, en cambio las pinzas, una vez superada la efervescencia inicial, la están matando. En cualquier caso no iba a quitárselas, no esa noche, antes muerta que mostrase débil segura de que la niña rusa sería capaz de resistir el dolor sin borrar su estúpida sonrisa de la boca. Alzó la cadera hasta que la polla amenazó con abandonar su culo y, cuando estuvo a punto de salir se dejó caer para ensartarsela hasta el fondo. Repitió la maniobra varias veces, era joven y compensaba la falta de experiencia con ganas de agradar y darlo todo. No precisaba ser la mejor, necesitaba ser la única; traicionaría sus propias convicciones si era necesario, haría lo que fuese para amarrar a su hombre, se arrastraría en el fango si era preciso. No iba a rendirse y no lo hizo..

Con su larga melena azabache alborotada, el sexo a punto de estallar y los pezones ya morados por el abuso se inmoló.

-          ¡Soy tu zorra, soy tu zorra, tu única zorra, cabrón hijo de puta! - Chilló a la vez que alcanzó el clímax, clavando las uñas en el pecho de su amante, dibujando sobre él diez trazos de sangre a modo de castigo.

Eyaculó salvajemente, los chorros salieron a raudales de su coño, sin medida, sin control ni recato anegándolo todo de flujo vaginal.  El Autor se vino casi de inmediato en su intestino, la polla le estalló muy adentro en mil pedazos.

Rendida y satisfecha por haberlo dado todo la joven se tumbó sobre la cama buscando refugio entre los brazos del ser amado. Su maltrecho corazón hizo de las suyas, el dolor en el pecho se le hizo tan insoportable, la vista se le nubló.  El no se dio cuenta de que la Ninfa se había desvanecido, también estaba intentando volver a la vida.

Le fue imposible determinar cuánto tiempo estuvo dormida, el hecho cierto es que lo tenía encima sin ni siquiera tocarla dándole mimos cuando despertó. Las pinzas habían sucumbido al encuentro sexual y se escondían en algún rincón de las sábanas. En su lugar los labios del adulto les regalaban besos a sus maltrechos pezones y esas suaves caricias a la parte inferior de sus senos que tanto le gustaban. Tampoco había rastro del choker, de las coletas o de la falda. Tan solo el chaleco abierto de par en par cubría su cuerpo mínimamente. Se estremeció al notar un dedo repasando el trazo dibujado en su Monte de Venus y el aliento en las inmediaciones de su sexo.

-          Al menos esta no la borraste, princesita.

-          No fui capaz de hacerlo. Supongo que es por que, a pesar de todo, sigo siendo tuya pase lo que pase. Soy una idiota.

-          ¿Me quieres?

-          Con toda mi alma, ya lo sabes.

-          ¿Sí papi?

-          Sí papi.

Él la abrió en canal, ella torció el gesto. Nada le apetecía menos que otra ración de sexo salvaje, estaba agotada mental  y físicamente. Aun así separó las piernas más de lo necesario, mostrándose receptiva, decidida a satisfacerle en todo, dispuesta a darle todo el sexo que él necesitase obviando sus apetencias,  estados de ánimo y condición física. Por ella no iba a quedar, estaba dispuesta a todo para curarle de su mal y que la relación llegara a buen puerto.

-          No vuelvas a hacer eso .

-          ¿A qué te refieres, papi?

-          No te consiento que insultes a mi niña, ¿te enteras?  Si vuelves a hacerlo te las verás conmigo. No vuelvas a llamarle eso bajo ninguna circunstancias, ¿me oyes? Si vuelves a hacerlo tendrás problemas, jovencita.

Ella esbozó una sonrisa que se tornó jadeo de placer cuando una polla entró, esta vez sí, en su lugar natural.

-          Sí papi.

A la mañana siguiente, ella estaba sentada a horcajadas sobre su regazo vistiendo una de sus camisas. El Autor hablaba sin parar, más que nada porque necesitaba usarla también en ese sentido, una parte de si quería que viera toda la oscuridad y la otra insistía en que callase. No quería ver miedo en los ojos de su Ninfa. Podría soportar ver el miedo en cualquier ojo, menos en los de ella. Eso lo terminaría de hundir en su foso de oscuridad. Mientras le escuchaba le seguía  dibujando círculos con el pelo de su pecho, pudo sentir como se erectaba a medida que le relataba las ideas sórdidas de los relatos que rondaban por su mente. De vez en cuando ella hacía alguna pregunta. Más que nada por curiosidad literaria, le gustaba comprender bien las ideas que él exponía.

– Intento que todos mis relatos tengan algo diferencial. Odio repetirme –dijo finalmente agotado, y aún no se dignaba a mirarla a los ojos.

– Y yo encasillándote –rió suavemente.

– Julia… simplemente te estoy “usando” de otra forma. No tengo ninguna intención de abordar estos proyectos. Los estoy sacando de dentro, quiero que conozcas mi monstruo.

– Oye –sujetó su rostro entre sus manos obligándolo a mirarla, no vio ni una pizca de miedo y eso le alivió el alma–. Yo no veo un monstruo. Solo te veo a ti, Gabriel. Me gustaría escribirlos contigo.

– ¿Segura? –Esa idea le pareció la mar de interesante, conocía las capacidades de su Ninfa, y sabía que con un poco de orientación con los años le daría una paliza literaria. Aunque se escuchase tonto, le daba un poco de envidia, nada se le daba mal a esa chica, salvo quizás, tener una buena coordinación.

– Por supuesto.

– Entonces supongo que los escribiremos juntos. Esto es una tormenta de ideas –le dio un suave beso.

– No es tormenta de ideas si no hay Colacao.

– Pues… creo que tengo batido de chocolate… si te vale, abro uno.

– Ya nos haremos con eso. Necesito el azúcar para motivarme.

– Yo me motivo con tus tetas. No sé si pillas la indirecta, princesa. 

– Sip –ella se deshizo de la camisa.

– ¡Que ricura! Eres la más bonita del mundo.

Y por primera vez en su vida, en la vida de ambos se dejaron ir, fluyendo, a pesar de que sus sexos seguían resentidos por los previos en sexo, sus almas se buscaban. Lo hicieron lento, de una forma tan apasionada que sobrepasaba al sexo, solo hacían el amor, siendo uno, lo que en realidad eran. Él apenas eyaculó pero fue suficiente para desterrar cualquier duda, cualquier temor. No la perdería, si Hades encontró a Persefone ¿Por qué él no podría tener la misma suerte y conservar a Julia quizás para siempre?

 

– No me iré de tu vida a menos que me eches –afirmó ella mientras besaba su pecho.

– Lo siento, soy el peor, pero eres mía. No te dejaré ir.

– Haremos que esto funcione. Somos un cuásar.

– Lo somos, mi Ninfa.

– Mi Autor.

– “Como decirte que sin ti muero” –parafraseó a la par de la canción que se reproducía en bucle como cada vez que estaban juntos–. Ahora me toca ver si es verdad.

– ¿El qué?

– Que existen los para siempre. Te quiero, niña linda.

– Y yo a ti.

La Ninfa le susurró una frase en su oído, imposible, esa chica iba lo volvía loco, que le permitiera cumplir otra de sus fantasías más vívidas que involucraba a otro líquido… uno ambarino, pudo sobre él. Entre risas y besos corrieron al baño. Antes de entrar le dedicó una intensa mirada, tocó las marcas dejadas por ella el día anterior. Sin duda, se pertenecían.

Epílogo.

En un anacrónico piso, común y corriente de una ciudad española igual de común y corriente, una chica de 25 años escribe de noche, es la mejor para escribir. Es una gran escritora, eso es indudable. Diez años han pasado desde que irrumpió en la vida de El Autor, poniendo su mundo al revés, haciendo que el perdiera su cabeza por ella. En diez años pasan muchas cosas, experiencias, crecimientos, victorias, derrotas, todas ellas forman parte de la vida. Personas vienen y se van, para su fortuna, ella sigue disfrutando de su “para siempre”.

– ¿Así que perdí la cabeza por ti? –bromea él con la voz un poco ronca, le da una nueva estocada, le encanta escribir con ella montada sobre su polla–. Pensé que se trató de algo mutuo, por lo visto ambos recordamos el pasado de manera distinta.

– Deja, es mi epílogo, puedo romantizarlo todo lo que quiera, que no tengas el mínimo de empatía no significa que sea igual que tu –responde apretando un poco su culo para succionar más el miembro viril–. Que tengas algo en contra de los finales felices es cosa tuya. Solo escribo la realidad.

– ¡Oye! Claro que tengo empatía, al menos hacia ti. Me has convertido en un blando. Sabes que te quiero, princesa -posa su mano sobre el monte venus donde esta tatuada una coqueta inicial, en el mismo lugar de su cuerpo se encuentra una J.

– Y yo a ti. Bueno esto está listo –con un par de clicks envía el relato para ser próximamente publicado, una versión conmemorativa para celebrar su décimo aniversario. “El Autor y La Ninfa” vuela a través del internet que una vez los conectó y hoy seguía siendo el canal para exponer sus deseos.

Con un grácil movimiento cambia de pose para quedar frente a él, Gabriel acaricia su rostro y ella sujeta su mano, el otro tatuaje, el más visible, que comparten en sus muñecas de un lobo aullando, (lobezna en su caso), quedan unidos por un instante antes de besarse.

– Ahora si podemos ocuparnos de lo importante –murmura él, clavándose más dentro de ella–. Sonríeme.

– Siempre –musita en medio de un gritito de placer envuelto en esa gran sonrisa que le derrite.

Fin.

Para ti, mi lobo, mi Autor, al hombre que es dueño de mi corazón y a quien estoy atada, espero para siempre. A quien es mi ancla y nunca me ha fallado en mis peores momentos, a mi tonto favorito. Gracias por estar. Maite Zaitut.

 

Comentarios

  1. Mis felicitaciones... excelente

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  2. Gracias por comentar, me alegro que te haya gustado, es una historia importante para mí

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  3. Muy bien relato, toda mí admiración

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