"PERIODO DE ADAPTACIÓN: LA NIÑA RUSA" por Kamataruk.



- Eres una cabrona, lo sabes ¿verdad? Por lo menos no te rías de mí, no me hace ninguna gracia.

Ana se meaba de risa al verme noche tras noche atravesar la puerta con el rostro desencajado, sudando como un cerdo y, lo que era más que evidente, una erección tremenda bajo mi pijama. Mi mujer siempre tuvo un afilado sentido del humor y una forma sutil de tomarme el pelo que, en ocasiones como aquella, me desesperaba.

- ¿Pero qué te hace esa diablilla para ponerte así?

- Es… es difícil de explicar. No es solo que me la acaricie, parece como si me la midiera.

- ¿Medírtela?

- Sí, me agarra la… ya sabes, desde la base y luego va subiendo dándome ligeros apretoncitos hasta la punta, como si estuviese calibrando su grosor o algo parecido.

- Pero no lo hace directamente, me refiero a tocártela.

- ¡No, por Dios! Ya te lo he explicado otras veces: me la acaricia por fuera del pantalón hasta que se me pone dura.

- Increíble. Y después, ¿hace lo de la cara?

- Exacto, cuando ya me tiene empalmado la frota con sus mejillas varias veces y después está un rato olfateándomela. Parece un perro de caza. Noto su aliento caliente en mi paquete. Mientras lo hace murmura algo en ruso, como si hablase con mi pene. Lo sé, es desconcertante.

- Increíble. ¿Y luego…?

- Luego me da un besito, se da media vuelta y se queda dormida como un tronco…

- ¿En la punta de la polla?

- ¡Qué va! ¡En la cara, joder!

Mi mujer volvió a estallar en risas; supongo que la expresión de mi cara debía parecer divertida aunque para mí todo aquello no era una broma ni mucho menos.

- Y te deja caliente como el palo de un churrero.

Reconozco que el ritual nocturno de nuestra hija recién adoptada me desconcertaba. Conseguir que conciliara el sueño a una hora razonable había sido todo un reto desde su llegada a casa, apenas tres semanas atrás. De hecho hasta que no dejé que me acariciase la polla sin restricciones fue imposible lograrlo. Al principio creí que era algo que hacía sin querer, que eran imaginaciones mías, que era imposible que una niña tan pequeña me metiese mano de manera consciente y descarada hasta que un día, a instancias de Ana, dejé de retirarle la manita de mi entrepierna y se despachó a gusto con mi pene. Tengo que reconocer que fue mano de santo: después de dejarme duro como el granito dormía como un tronco hasta la mañana siguiente.

- ¡No te rías, joder! No tiene gracia, no sé qué hacer. Eso no es normal, no está bien.

Ana suspiró profundamente, colocó su cabeza sobre mi pecho desnudo y, jugueteando con el vello de mi vientre, volvió a recordar algo que yo ya sabía pero que me costaba asimilar.

- Cariño, recuerda lo que nos dijeron en la agencia: lo más importante es que, suceda lo que suceda, Natasha no se sienta rechazada. Ha pasado lo suyo esa pobre niña, se merece un hogar estable, con unos padres que la quieran y la cuiden como nosotros.

- Sí, pero…

- Un orfanato y tres casas de acogida allá en Rusia en once años, eso sin contar con la adopción fallida de esos americanos. Hay que ser muy hijos de puta para llevarla a Estados Unidos y después devolverla como si fuese un paquete de Amazon porque al hacerle el reconocimiento médico descubrieron que había sido penetrada anal y vaginalmente.

El odio de mi mujer hacia los anteriores padres adoptivos de nuestra hija era más que evidente. Ana se tomó unos segundos para calmarse antes de proseguir:

- Hay que hacer cualquier cosa para que esté a gusto entre nosotros y se adapte, lo que sea. Satisfaremos todas sus necesidades y cuando digo todas… es que son todas, por extrañas que nos parezcan ¿entendido? A saber lo que habrá pasado esa pobre niña y qué es lo que entiende por normal.

Reconozco que no supe muy bien cómo interpretar las palabras de mi mujer, mi estado de excitación no había disminuido un ápice desde que había abandonado el cuarto de Natasha y, con mi entrepierna ardiendo, mi cerebro no estaba para pensar.

- Además, si es esto lo que te preocupa – dijo imitando los tocamientos de nuestra niña en mi verga -, tranquilo: yo me encargo de solucionarlo.

Y tras liberar mi falo se colocó sobre mí como una pantera; ni siquiera se quitó el escueto pantaloncito de gasa, le bastó separarlo de la entrada de su vagina y con un movimiento pélvico certero se ensartó una considerable ración de verga en la entraña.

Me consta que Ana hizo todo lo posible para que yo no lo notase su falta de apetito sexual. Intentó sonreírme de manera dulce mientras hicimos el amor aquella noche aunque yo sabía que mi pene la estaba destrozando por dentro, que ella rabiaba de dolor en lugar de experimentar gozo. La interminable sucesión de tratamientos de fertilidad y abortos no sólo se habían llevado por delante sus esperanzas de ser madre biológica sino también su lubricación genital y sus orgasmos. El sexo vaginal para ella, lejos de ser placentero, le suponía toda una tortura.

- Cariño… no es necesario… - murmuré justo antes de que ella tapase mis labios con su mano.

- He…he dicho que haremos lo que sea. Tendremos que sacrificarnos, tanto tú y como yo.

Esa noche me obsequió con una sesión de sexo que nada tenía que envidiar a aquellas que tuvimos en el asiento trasero de mi viejo Ford Scort en nuestros años mozos. Estuvo soberbia pero aun así, mientras me cabalgaba, fueron varias las veces en las que mi mente evocó los suaves tocamientos de la niña en mi miembro viril.

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Desde que entró por la puerta de casa Natasha mostró una total predilección hacia mí. No es que rechazase a su madre, tal y como nos advirtieron que podía ocurrir en la agencia de adopción, sino que cuando yo estaba junto a ella sencillamente Ana no existía.

La única forma de evitar sus berrinches era que yo me encargase de todo lo referente a Natasha. Y cuando digo todo no me refiero simplemente a jugar o sacarla de paseo, llevarla de compras, al parque y cosas así sino a circunstancias más personales como peinarla, elegir la ropa que debía ponerse o asearla. Y ese último punto era el más preocupante. Había puntos en su rutina adquirida en Rusia que me costaba asimilar.

La apariencia exterior de la niña podía asemejarse a la de una muñeca: rubita, casi albina, con larga cabellera, muy clara de piel, con el rostro cubierto de pequitas y unos ojos azules que despertaban la admiración de todos nuestros amigos y parientes. Sin embargo no todo era idílico: su falta de sueño y apetito pasaban factura. Sus ojeras y su extrema delgadez le conferían un aspecto frágil y desvalido que nada tenía que ver con la realidad. Era un auténtico demonio, con un mal genio terrible, unas uñas afiladas como garras que usaba con verdadera maestría y una boca dispuesta a morder cuando algo no le gustaba. Natasha no hablaba ni media palabra en español, ni tan siquiera inglés, pero juro por dios que se hacía entender como un libro abierto ya fuera con golpes, gritos, gestos… o mordiscos.

Mi mujer lo pasó fatal las primeras veces que intentó bañarla. De hecho nuestra delicada princesita le asestó un codazo que le reventó la nariz durante una de esas intentonas fallidas. Después del incidente decidimos asearla los dos a la vez. Con mi presencia, el cambio de actitud de la niña fue radical.

- ¿Te das cuenta? Mira cómo te busca…

- Ana, no empecemos.

- ¿Estás ciego? A mí no deja ni que le roce el cabello en cambio contigo es todo lo contrario. ¿Ves cómo se abre el culito para que se lo limpies? Quiere que la toques, está claro. Y cuando digo tocar ya saber a qué me refiero.

- Creo… –balbuceé con nula convicción - , creo que estás exagerando.

- ¿Exagerando? ¿Quieres pruebas? Extiende las dos manos, ponlas boca arriba.

- No sé dónde quieres ir a parar.

- Tú hazme caso. Abre las manos, sepáralas y observa.

No sin ciertos reparos obedecí. Ana colocó una esponja sobre una de mis palmas mientras la otra permanecía vacía y le dio a Natasha el bote de jabón. La niña no lo dudó: ignoró la esponja y me embadurnó la otra mano hasta que el fluido cayó a través de mis dedos. Acto seguido se acercó a mí, sacó pecho, separó ligeramente las piernas y me sonrió expectante.

- Te lo dije, quiere que la sobes. A saber lo que le hacían allá en su país.

Recuerdo que comencé a sudar y no sólo por el vaho que nublaba la estancia. Se me vino a la cabeza las palabras de la asistenta social enumerándonos la lista de abusos que las niñas huérfanas como Natasha solían sufrir en su país de origen.

- ¿Qué… qué hago ahora?

- Pues asearla, ¿qué si no? Adelante, hazlo; que no note que estás nervioso. Intenta que parezca algo natural.

Me arrodille junto al plato de la ducha, colocando mi dubitativa mano jabonosa sobre su torso desnudo. El tacto de su piel era tan suave que me turbó. No me costó demasiado evitar tocar sus pechos. Eran muy menudos, apenas empezaban a perfilarse alrededor de unos pezones también diminutos y sonrosados. Natasha aceptó mi maniobra con total naturalidad y eso me tranquilizó. Era tan impredecible que podía darse la circunstancia de que comenzase a gritar, dar golpes o morder.

Una vez vencido el reparo inicial enjaboné su pequeño cuerpo, intentando ser lo más aséptico posible. Tras lavarle el cabello pasé de puntillas por las zonas más erógenas de su anatomía: aseé sus axilas, espalda y extremidades. Al tocar sus pechos sentí la turgencia de sus pezones e intenté no cebarme más de la cuenta cuando la yema de mis dedos recorrió su ojete. Soy consciente de mis debilidades y no quería que mi obsesión con los traseros femeninos me jugase una mala pasada con mi propia hija. Me dejé para el final el punto más comprometido, de hecho intenté obviarlo pero no me fue posible: nuestra hija me agarró la muñeca, separó sus piernas y guió mi mano hacia su sexo.

- ¡Qué demonios! – Grité apartando mi mano e incorporándome como un resorte.

Natasha comenzó a chillar y dar botes. Acto seguido lanzó una patada furiosa que a punto estuvo de hacer añicos la mampara de la ducha y la botella de jabón salió volando por los aires mientras yo abandonaba del cuarto de baño.

- Pero… ¿qué haces? – Me dijo Ana en tono severo tras de mí, recriminando mi actitud.

- ¡Es… es que no puedo, Ana! Es demasiado…

- ¡Si puedes! Lo hemos hablado mil veces, cariño. Si percibe rechazo por nuestra parte jamás se adaptará y si no lo hace nos la quitarán y ya nunca podremos ser padres. Natasha es nuestra última oportunidad, ¿lo entiendes? La última.

El rostro de Ana estaba desencajado y su tono de voz era de lo más convincente. Puede que muchos no lo entiendan y piensen que estoy justificando lo injustificable pero en verdad estábamos desesperados.

- Lo… lo sé.

- Hazlo por mí, hazlo por nosotros, por favor.

- Pero es que no puedo…

- Pedro, entra ahí y haz lo que tengas que hacer. No pienses, simplemente hazlo.

- Co… como quieras – accedí -.

Mitad furioso, mitad resignado rescaté el poco jabón que quedaba en el recipiente, embadurné mis dedos con él y le tendí mi mano a la niña la altura de su vulva. No hizo falta que hiciese nada más. Fue ella misma la que puso su sexo en contacto con mis yemas y la que inició un movimiento lento, meciendo sutilmente sus caderas de adelante y hacia atrás. Al poco tiempo cerró sus ojos y su respiración se hizo más intensa y profunda.

- ¡Increíble! – Murmuró Ana - ¡Se… se está…!

- ¡No lo digas, por favor! – Supliqué -.

El silencio se hizo en el cuarto de baño. Sólo era quebrado por el chisporroteo de la ducha y por los gemidos guturales que brotaban de Natasha. Es posible que resulte difícil de creer, tal y como se sucedieron los acontecimientos con posterioridad, pero yo no me sentía nada cómodo en aquella situación. Intenté mantener la compostura todo lo que pude pero mi condición de hombre se manifestó en todo su apogeo en mi entrepierna. Era imposible ocultar mi estado de excitación.

- Veo que no sólo ella se está divirtiendo – apuntó Ana con cierta guasa -. Cariño, no seas tonto y pon algo de tu parte. Ayúdala un poco, por favor.

Turbado, me rendí a las palabras de mi esposa. Extendí mi dedo corazón hasta ponerlo en contacto con el minúsculo clítoris y comencé a estimularlo suavemente. Jugué con sus pliegues e incluso hice amago de introducírselo varias veces por la vulva. El efecto en Natasha fue inmediato: su cuerpo se tensó y abrió la boca en busca del aire que sin duda le faltaba por la calentura provocada por mis tocamientos. Ni qué decir tiene que se la veía verdaderamente hermosa disfrutando de su cuerpo. Bajo nuestra atenta mirada experimentó un orgasmo tan intenso y puro que impregnó mis dedos con una increíble cantidad de flujo; néctar caliente y licuado, más parecido a la orina que a al fluido sexual de una hembra adulta.

- Vaya con la niña – murmuró mi mujer.

Recuerdo que me quedé embelesado contemplando mi mano humedecida por su candor. Jamás hubiera imaginado que de un cuerpo tan pequeño pudiese brotar tanto jugo. Natasha, segundos después, rompió el hielo con su dialecto indescifrable.

- Creo que está diciendo algo de tu verga, cariño.

En efecto, los ojos de nuestra hija estaban fijos en el bulto formado en el pantalón de mi pijama, los efectos de mis toqueteos en mi virilidad eran evidentes. Intenté escabullirme pero Ana me lo impidió:

- No…no te escondas. Es lo que quiere, verte así… erecto. Supongo que para ella un papá excitado es un papá feliz. Se lo habrán enseñado así.

Mi mujer tenía razón, nuestra niña no quitaba ojo de mi paquete, comenzó a murmurar su cantinela ininteligible. Permanecí quieto y parado, nunca mejor dicho, unos momentos hasta que la niña alargó su mano y me agarró la verga por fuera del pantalón.

- ¡Increíble! Le tiene sin cuidado que yo esté delante. Es… es como si yo no estuviera aquí. ¿No te das cuenta?

Tuve que limitarme a asentir, me era imposible articular palabra.

Natasha tomó la iniciativa. Salió de la ducha con un gracioso saltito y, tras arrodillarse sobre la alfombra de baño, me bajó los pantalones hasta la altura de mis tobillos.

- ¡Ni se te ocurra largarte! – gruñó mi esposa adivinando mis pensamientos.

- Cre… creo que esto se nos está yendo de las manos Ana.

- Déjala. Quiero ver hasta dónde es capaz de llegar.

Sumiso y obediente accedí a los deseos de mi mujer aunque me fue imposible mirar. Era consciente de que todo aquello no estaba bien y temía no poder controlar mi excitación. Sentí como la niña abarcaba mi pene erecto con ambas manos. El tacto de su piel era suave, dulce y tremendamente cálido. Recuerdo que me llamó mucho la atención la soltura con la palpó mi zona genital, impropia a todas luces de una niña de su edad. Me lo tocó todo: glande, escroto, testículos, incluso la entrada de mi trasero, y lo hizo sin prisas, de manera concienzuda y sin cortarse un pelo. Cuando su curiosidad quedó satisfecha me lanzó un besito en la punta del cipote, se levantó de un brinco y, tras hacer pipí en la taza, se metió en su cuarto como si lo ocurrido fuese lo más normal del mundo. No pasaron ni cinco minutos cuando la escuchamos roncar como una camionera al otro lado del tabique.

Cada noche, antes de acostarnos, mi esposa y yo solíamos conversar acerca de lo sucedido durante la jornada y la estrategia a seguir con nuestra hija el día siguiente. Normalmente la charla era de lo más variada pero en aquella ocasión sólo tuvo un tema y este no era otro que lo que había pasado durante la ducha.

- ¡Tenías razón! Parece… parecía que te la estaba midiendo.

- Te… te lo dije – repuse yo balbuceando mientras intentaba pensar en cualquier otra cosa -.

- Jamás había visto algo semejante. No intentó masturbarte, simplemente te estaba analizando. Una especie de reconocimiento previo.

Reconozco que Ana siempre ha sido mucho más lista que yo sobre todo en lo referente al comportamiento de las personas. Nuestra hija para mí seguía siendo todo un misterio y no entendí el significado de sus palabras.

- ¿Un reconocimiento previo? ¿Para qué? ¿Qué crees que intentaba averiguar midiéndome la polla?

- Pues está claro, mi amor – contestó Ana mientras buceaba bajo las sábanas en busca del nuevo juguete de nuestra hija-: Natasha intenta calcular cuánta cantidad de pene de papi le cabe dentro de su coñito.

Desubicado por su respuesta, una vez más no supe Ana hablaba en serio o no. Lo cierto es que yo esperaba escuchar esa risita burlona de siempre que me hacía saber que me estaba tomando el pelo pero esa vez eso no ocurrió, en cambio me obsequió con una profunda mamada que hizo que me olvidase de mis remordimientos al menos por una noche.

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Aunque de una manera bastante peculiar, al mes y medio de compartir la vida con Natasha ya teníamos más o menos solventados los problemas a la hora de acostarla, aunque fuese a costa de dejarle sobar mi verga durante unos minutos. Tampoco la ducha resultaba problemática si había final feliz o, dicho de otro modo, si la masturbaba al finalizar el aseo hasta hacerla explotar pero si había algo que llevábamos mal con ella era el asunto de la comida.

Mi mujer y yo habíamos supuesto que, al venir de un ambiente donde la alimentación era bastante escasa y deficiente, no íbamos a tener problemas con eso. No tardamos mucho en darnos cuenta de nuestro error. Darle de comer a Natasha era lo más parecido a una tortura.

El desayuno y la merienda no eran el problema principal. Leche, yogures, batidos e incluso algo de fruta eran tolerados por nuestra hija sin muchas dificultades pero en cuanto intentábamos darle algo más consistente a la hora del almuerzo o la cena provocábamos una guerra de guerrillas que acababa con la paciencia de cualquiera. Como es obvio, probamos la estrategia de que fuese yo el que le diese el alimento. Para no aburrirles con palabrerías resumiré diciendo que no funcionó, creo que todavía hay restos de espaguetis colgando del techo de nuestro salón.

“Al principio extrañan un poco los sabores de allá. Pronto se acostumbrará, ya lo verán” nos decía una y otra vez la agente de la agencia de adopción pero no había manera. Ana, siempre pragmática, optó por inscribirse en un canal de youtube especializado en comida rusa. El resultado mejoró algo, aunque no lo suficiente.

- Yo… yo sigo todas las recetas al pie de la letra, te lo aseguro – me decía una y otra vez muy preocupada-.

- Pues algo falla. Apenas come. Y no se puede vivir a base de yogures. Va a caer enferma si sigue así.

Yo creo que Natasha notó nuestra desesperación y fue ella la que proporcionó la solución al problema de la forma menos previsible durante uno de aquellos interminables almuerzos veraniegos.

- ¡Pero vamos a ver, hija! ¿a qué adolescente no le gusta la pasta con tomate? - se lamentaba Ana una y otra vez fuera de sí-. Es que no lo entiendo, de verdad, sencillamente no lo entiendo.

Natasha cerraba la boca a cal y canto. Inclusive se colocaba las manos en la cara imposibilitando mis intentos de alimentarla con el tenedor. De repente la niña explotó en una de sus indescifrables peroratas, me señaló a mí y después a su plato.

- ¿Yo?

Natasha asintió.

- Pero si ya lo he intentado. Soy yo el que te está dando de comer… mi vida.

Y para demostrárselo volví a la carga con el cubierto cargado de pasta con el mismo resultado negativo de siempre.

La niña volvió a repetir las señas: primero me señaló a mí y luego a la comida.

- Intenta decirnos algo – murmuró Ana-.

- De verdad que esto es desesperante…

- Creo – intervino mi esposa haciendo gala una vez más de su desarrollado sentido de la observación-, creo que no te señala a ti exactamente, Pedro.

- ¿Cómo dices?

- ¡Madre mía! Creo que señala a tu entrepierna.

En efecto, en mi desesperación por alimentarla había pasado por alto aquel importante detalle. No cabía duda de que Natasha apuntaba a mi zona noble

- ¿Crees que quiere… sobarme ahora? ¿sólo comerá si estoy empalmado? ¿es eso?

- Puede ser aunque más bien parece otra cosa.

- ¿Otra cosa? – pregunté totalmente desconcertado - ¿qué otra cosa puede ser?

- Creo que quiere que te… alivies sobre su comida – sentenció Ana -.

Aquella revelación supuso un auténtico mazazo. Aquello iba mucho más allá de lo yo había podido imaginar y por supuesto lo que estaba dispuesto a hacer.

- E… eso no puede ser, es una guarrada. No es más que una niña, no puede ser que esté sugiriendo algo así. ¿Quiere que me corra sobre su comida?

- Sinceramente no lo sé, pero voy a averiguarlo.

Ana se incorporó del asiento y acercándose a mí colocó su dedo índice en mi paquete y luego señaló el plato con pasta. A Natasha se le iluminó la cara, asintió repetidas veces y agarró el plato con avidez. Todavía recuerdo como si fuese hoy el fulgor de sus ojos azules cuando se arrodilló junto a mí acercando su comida al bulto de mi pantalón como el que espera una ración doble de helado.

- Guarrada o no es lo que ella quiere, está más claro que el agua.

- ¿Lo dices en serio? No esperarás que lo haga. ¿Qué quieres? ¿qué me la pele aquí mismo delante de ella y se lo eche todo por encima de los macarrones?

Ana se encogió de hombros.

- No es lo que quiero yo, cariño… es lo que quiere ella; está claro.

- Increíble. Esto es un sinsentido.

- Tú mismo lo has dicho: o come o habrá que llevarla al hospital y no creo que a los de la agencia de adopción les haga mucha gracia eso. Tenemos tres meses para hacernos con ella o la mandarán de vuelta a Rusia, ya lo sabes.

Una vez más me rendí, idea me parecía descabellada pero sinceramente no se me ocurrió otra mejor.

- Está bien.

- ¿Quieres que os deje a solas? – Preguntó Ana.

- ¡Ni hablar! Estamos juntos en esto así que ni se te ocurra largarte. A partir de ahora lo que tengamos que hacer con ella lo haremos juntos.

- Vale, vale. Como quieras.

Resignado, separé mi asiento de la mesa con el fin de darme espacio y me incorporé. En cuanto intenté bajarme el pantalón del pijama Natasha cambió el semblante, dejó el plato entre mis piernas y me golpeó muy furiosa para impedirlo.

- ¿Qué pasa, qué pasa? ¡Joder, no entiendo nada!

Ana rompió a reír, supongo que mi cara debía parecerse a la de un gilipollas integral.

- Creo que la has ofendido.

- ¿Ofendido?

- Creo que quiere hacerlo ella. Supongo que desea ganarse su comida, es muy orgullosa. No olvides que es hija de la Gran Madre Rusia.

- ¡No jodas!

- ¿Todavía no has comprendido cómo funciona nuestra hija? Déjala a su ritmo.

La niña no se anduvo por las ramas. Una vez más sentí sus manos en mi paquete y mi verga respondió de manera automática a sus atenciones. De tanto sobármela por las noches Natasha sabía de sobra cuáles eran mis puntos débiles. Mi resistencia mental ante lo que estaba a punto de suceder era grande pero en lo referente a la física no se podía decir lo mismo. Casi al momento de iniciar los tocamientos mi erección era completa y cuando frotó su cara con mi entrepierna mi pene ya estaba en plena forma.

- Te ha cambiado la cara, cariño – dijo Ana con esa sonrisita burlona que tanto me cabrea.

- Yo, yo - balbuceé -, yo no…

- Tranquilo, tú disfruta. Relájate y dale lo que quiere, se le nota hambrienta.

Con la precisión de un cirujano la chiquilla me bajó los pantalones llevándose al mismo tiempo mi ropa interior. Tuvo que forcejear un poco hasta que consiguió liberarlos de los tobillos pero no se detuvo hasta que consiguió desnudarme de cintura para abajo. Mi pene no es excesivamente grande aunque supongo que ella estaba más interesada por el contenido de mis testículos ya que no hacía más que acariciarlos y darles ligeros besitos.

- Vamos allá – murmuró Ana al ver cómo Natasha se preparaba para la felación.

En efecto, nuestra hija asió con firmeza mi polla con ambas manos, murmuró su acostumbrada oración, y sin mayor dilación se la metió entre los labios sin ningún pudor ni asco.

Por enésima vez desde que esa muñequita rubia entró en nuestras vidas, me sorprendió. Fue una mamada de lo más extraña, jamás había experimentado algo parecido.

Mentiría si les dijese que Natasha se transformó en una puta viciosa, que me lamió las pelotas con ansia, que se metió la polla hasta la garganta, que escupió sobre ella de forma rabiosa y que comenzó a pajearme a dos manos y a mamarme como una actriz porno hasta dejarme seco porque eso, sencillamente, no pasó. Ni siquiera sería cierto si les contase que fue una mamada tierna, amorosa y primeriza, tal y como correspondería a una adolescente poco experimentada. Tampoco fue eso exactamente lo que aquel torbellino rubio hizo con mi pene.

Sé que es posible que rompa la magia y que le quite morbo al asunto pero si hay una palabra que puede describir la primera felación que me hizo mi hija delante de la atenta mirada de mi mujer es que fue una mamada mecánica. Y digo que fue mecánica porque Natasha actuó de manera semejante a un robot de ordeño. Me trató como un objeto, fue algo aséptico y de lo más impersonal, algo rutinario, algo que se tiene tan interiorizado y que se hace tan a menudo que resulta trivial y ordinario. Me dio la impresión de que le hubiera dado lo mismo hacerlo con conmigo como con cualquier otro y eso, tengo que reconocerlo, me pellizcó un poquito el corazón. En cierto modo era lógico, apenas hacía unos pocos meses que nos conocíamos, pero esperaba yo algo más de sentimiento en aquel acto íntimo y familiar por parte de mi hija.

- Está claro que sabe lo que quiere y cómo obtenerlo.

Dando la razón una vez más a Ana, me sentí como un mero dispensador de esperma y no me sentí muy cómodo.

Para ser justos en lo referente al sexo oral Natasha me hizo un trabajo impecable. El ritmo de su felación era constante, parecía un metrónomo humano. Se clavaba lo justo como para elevarme al cielo y cada treinta jaladas exactamente se detenía, sin sacarse la verga en ningún momento de la boca, recorría con la punta de su lengua el interior de mi prepucio, jugueteaba con el orificio del glande y volvía a la carga. La única concesión que me hizo fue deslizar una mano hasta mis huevos para acariciarme el escroto con suavidad mientras chupaba. Fue algo sencillamente delicioso.

- Es una maquinita, ¿no? Ni me imagino la de veces que lo habrá tenido que hacer para tener tanta facilidad para mamar.

Me costaba respirar, no podía hablar ni falta que hacía: mi rostro lo decía todo.

- Sepárale el cabello de la cara, lo tiene tan largo que apenas puedo distinguir nada. Está claro que es mucho mejor que yo, tal vez pueda aprender algo nuestra hijita.

Cumplir los deseos de Ana fue una mala idea. Natasha me lo impidió lanzándome unos cuantos mandobles y gruñidos, sin dejar nunca de mantener mi polla en su boca.

- Déjala, está claro que no quiere que la toques ahora.

- Pero estoy a punto de correrme – balbuceé entre jadeos - ¿dónde lo hago?

- No sé, deja que ella actúe, creo que de los tres es la única que tiene claro qué hacer.

Juro por Dios que intenté separarle la cabeza antes de correrme. Pensé que sería mejor que descargase mi cargamento proteínico sobre el alimento pero Natasha parecía enganchada a mi verga como un pececito a su anzuelo, no hubo forma de que dejase de succionármela.

Ana notó mi desasosiego.

- Cariño, por mucho que te empeñes será como ella quiera. Termina de una vez o es capaz de sacarte el semen a mordiscos.

Reconozco que una derrota jamás me fue tan placentera. Natasha se salió una vez más con la suya. La primera andanada fue copiosa y le siguieron tres o cuatro más algo menores que hicieron blanco en su paladar. La niña dejó de mamar y aguantó inmóvil mi violenta corrida. Yo estaba tan extasiado que no pude adivinar si se lo había tragado o lo había dejado caer, sólo pensaba en darle más y más semen. Cuando dejé de lanzarle esperma alzó su cara y nuestras miradas se cruzaron. No había el menor atisbo de rencor, malestar o miedo en sus ojos sino más bien agradecimiento por el alimento recibido.

- Es increíble. No tengo palabras – dijo Ana-.

- “Ni yo aliento” – pensé-.

Los mofletes de mi hija adoptiva estaba hinchados como globos y de sus fosas nasales caían un par de hilitos de sustancia blanquecina cuyo origen yo bien sabía. Acto seguido, abrió la boca y me permitió contemplar sus dientes y lengua navegando entre mi esencia. Después recogió el plato del suelo, escupió hasta la última gota de esperma sobre sus macarrones con tomate, se sentó en su silla y revolvió la mezcla sin deja de dar saltitos y sonreír. 

Alucinados, Ana y yo contemplamos absortos cómo literalmente devoraba la generosa ración de pasta, inclusive recogió los restos con su lengua hasta dejar el plato limpio como recién sacado del lavavajillas.

A Ana le sobrevino otro de sus desquiciantes ataques de risa al ver aquello.

- ¿Qué? – pregunté.

- ¿Estaba pensando algo?

- Venga. Suéltalo de una vez.

- Estaba pensando en qué sería de ti ahora mismo si nuestra pequeña quisiera repetir.

- ¡Venga, no me jodas! – Protesté lanzándole la servilleta.

Pasados los años, cuando recordamos aquel capítulo de la adaptación de Natasha en privado, mi esposa todavía se ríe de su ocurrencia, la muy cabrona.

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La agencia de adopción nos dio unas pautas de conducta a seguir con Natasha durante el periodo de adaptación. No eran de obligado cumplimento aunque comprobamos que algunas resultaron de lo más útiles, sobre todo la que nos aconsejaba que no era conveniente la presencia de terceras personas en nuestra vivienda. Nos dijeron que era de lo más común y comprensible que los adoptantes organizasen reuniones con amigos y familiares para dar a conocer al nuevo miembro de la familia pero que eso podía resultar contraproducente ya que se corría el riesgo de desconcertar a los niños a cerca de quién pertenecía al núcleo familiar y quién no. Las normas al principio debían ser pocas, claras pero constantes, la adaptación en nuestro caso era cosa de tres y de nadie más. Nada de visitas.

Al principio nos pareció un poco excesivo pero cuando descubrimos las costumbres de Natasha durante su día a día realmente lo agradecimos. Parecía tener alergia a la ropa interior, andaba semidesnuda de modo habitual y era imposible vestirla de cintura para abajo cuando estaba en casa. Iba siempre con el culo al aire, literalmente. Al principio su desnudez me ponía algo nervioso pero pronto aprendí a asimilarlo y no darle más importancia de la que tenía. Hubiese resultado hipócrita dejar que me chupase la polla a la hora de la cena y reprenderla por su falta de decoro durante el resto del día.

A veces me quedaba mirándola mientras jugaba con una vieja muñeca, el único recuerdo que tenía de su Rusia natal. Podía estar horas contemplándola, su naturalidad y su falta de malicia me encandilaban. Era realmente preciosa, no conocía el pudor ni tampoco la maldad. Se sentaba de manera desordenada, rara vez cerraba las piernas y no era raro descubrirla en posiciones poco decorosas para el resto de los mortales pero que para ella eran de lo más normales.

Aquella mañana de domingo de agosto apareció como un torbellino a través de la puerta de nuestro dormitorio y, tras darme el beso de buenos días de rigor, se puso a jugar sobre nuestra cama matrimonial a cuatro patas, con su sexo y su trasero desnudos delante de mis ojos y al alcance de mi mano.

Estuve tentado de tocarla aunque por una vez preferí verla. Quise recrearme la vista con su privilegiada anatomía, no voy a negarlo. Examinar sus tersos muslos, escudriñar entre los recovecos de su sexo sonrosado, descubrir los pocos brotes de vello albino y mirar en el interior de su esfínter anal entreabierto por la postura fue un verdadero regalo para mis ojos.

- ¿Le estás mirando el culo? – me susurró mi esposa al oído sacándome de mi trance al salir de la ducha...

- Pero, ¿qué dices, Ana?

- Venga, no disimules: le estabas mirando el culo a nuestra hija y ya está. No pasa nada.

- Tú sueñas.

- ¡Te he pillado! - Rió Ana tumbándose junto a mí -.

- ¡Pero qué dices!

- Te he pillado mirando a la niña – su tono denotaba una severidad mal fingida -. Si hasta se te ha puesto morcillona. Anda, no disimules, Natasha te pone cachondo.

Era cierto y ni siquiera me había dado cuenta. Habituado como estaba a ser sobado cada dos por tres por la chiquilla apenas notaba que mi verga se había desperezado bajo el eslip mientras miraba la intimidad de su cuerpo.

- ¿Crees que se da cuenta de que la estamos mirando? – Preguntó Ana.

- No. Yo creo que está en su mundo en este momento, como todos los niños cuando se abstraen.

- Entiendo...  

- Va a hacerse un dedo.

- ¿Qué dices?

- Cuando se mece así… es que va a tocarse. ¿De verdad que no te habías dado cuenta? Eres muy poco perspicaz para creerte tan listo, cariño.

Masturbarse en público era otro de los hábitos de nuestra pequeña difíciles de conciliar con las visitas. La niña solía tocarse bastante a menudo. De hecho, prácticamente lo primero que hizo al llegar a nuestra casa el día en que la conocimos fue darse placer sobre su nueva cama. Por raro que parezca no nos sorprendió en absoluto, ya nos habían advertido en la agencia que algo así podía suceder.

Cuando Natasha complacía su cuerpo no lo hacía de forma obscena, ni exagerada, ni mucho menos sucia sino de lo más natural. Distaba mucho de ser un acto provocativo o exhibicionista en sí mismo, era más bien algo fisiológico: lo hacía cuándo y dónde le apetecía, ni más ni menos; le importaba muy poco si estábamos delante o no. Llegamos a la conclusión de que no lo hacía para llamar la atención ni para ponernos a prueba, lo hacía porque le apetecía y punto. Placer por placer y nada más.

- ¿Lo ves? Te lo dije –murmuró Ana cuando los deditos de Natasha entraron en acción.

- Eres una bruja.

- Primero usa el índice para acariciar sus labios vaginales – prosiguió Ana-. Luego, cuando empieza a humedecerse, frota su clítoris con la yema…

- Parece que lo tienes muy bien estudiado – dije no sin cierta sorna -.

- Es imposible no fijarse, lo hace todo el tiempo. ¿Acaso tú no lo habías hecho hasta ahora?

- Pues no – contesté con toda sinceridad -. Al principio la dejaba sola, ya sabes, hasta que me dijiste que eso podía hacerle sentir mal. Ahora simplemente sigo con lo mío, intento no darle más importancia.

- Mira, ¿ves cómo le brilla y le salen burbujitas? Está muy excitada. Ahora se meterá el dedito. Primero muy despacio y luego cada vez más deprisa.

- ¿Y se mete más de uno? ¡Joder, no puedo creer que te esté preguntando eso!

- Sólo uno aunque se lo introduce hasta el fondo, luego lo mueve en círculos y después vuelve a acariciarse el botoncito; le encanta hacer eso aunque creo que le vendría bien tener algo más grande que meterse por ahí. ¿Por qué no la ayudas?

- ¿Por qué no la ayudas tú? – Pregunté sin pensarlo demasiado.

Creí que mi contestación impertinente zanjaba la cuestión, por eso cuando Ana hizo lo que hizo no di crédito.

- No creo que me deje. Voy a probar.

- Espera, espera… ¿qué vas a hacer?

- ¿Tú qué crees? Ayudarle.

Ana alargó la mano, extendió el dedo índice y lo fue introduciendo lentamente en el interior de la vagina de la preadolescente. La lubricación de la niña hizo el resto.

En un primer momento Natasha permaneció inmóvil durante la inserción digital. Supongo que debió sentir algo diferente a cuando yo la tocaba, giró la cabeza y no disimuló su asombro al descubrir la identidad de su compañera de juegos. Fue un momento crítico, tanto Ana como yo esperábamos un acto violento o al menos algún tipo de rechazo. Nuestra hija se limitó a sonreír, enterrar la cabeza bajo las sábanas, acariciarse el clítoris con algo más de intensidad y dejarse hacer por su mamá.

- Vaya, parece que aquí sí puedo tocarla – dijo Ana algo molesta-. ¡Qué curioso! Probemos por aquí a ver qué pasa.

Ana tomó prestado jugo del coño cercano como lubricante natural y repitió la maniobra aunque con distinto agujero. Supongo que notó mi nerviosismo mientras acariciaba la parte externa del esfínter anal de Natasha. Conocía de sobras mi predilección por la puerta trasera, esa que ella me había negado durante mucho tiempo.

- ¿Quieres probar tú? Está claro que le gusta jugar por ahí.

- No, no. Está bien – contesté después de tragar saliva -. Sigue.

Nuestra princesa levantó levemente las caderas y relajó su cuerpo. Fue un movimiento casi imperceptible que me hubiese pasado desapercibido de no encontrarme a poco más de un palmo de su trasero. El dedo entró en ella como cuchillo en mantequilla, fue algo digno de ver cómo iba desapareciendo por el ano sin la menor oposición.

- ¿Te has dado cuenta? Ni siquiera el más leve gruñido – señaló Ana mientras le dilataba lentamente el esfínter haciendo circulitos.

- Sí, sí.

Conservar la compostura no me fue sencillo. Los traseros femeninos son y serán siempre una debilidad para mí. Mi sexo comenzó a palpitar. Ni me molesté en disimular la erección, no había motivo para hacerlo.

- Ni me imagino la de veces que la habrán penetrado por aquí, está totalmente sexualizada – dijo Ana.

Supongo que encontró algún tipo de dificultad al llegar a mitad de las profundidades del intestino de nuestra hija. Sin pensárselo dos veces sacó el dedo, se lo metió en la boca y, una vez lubricado, volvió a la carga logrando esta vez una penetración total. Suave y delicadamente, fue pasando su dedo de un agujero a otro, recreándose, girándolo y moviéndolo en las profundidades de aquel delicado orto, buscando diferentes ángulos de ataque y profundidad. Fue considerablemente más intensa que yo en los tocamientos, esperando tal vez una reacción de rechazo por parte de Natasha que no se produjo: la niña lo estaba gozando, de sus menudo cuerpo manaban jugos, suspiros y sudores pero ni un quejido.

No quise decir nada pero estaba claro que Ana también estaba disfrutando de todo aquello. La viveza de su mirada, la forma de humedecer sus labios y su manera de tocar a la niña no dejaban la menor duda: estaba excitada como hacía mucho tiempo.

Conocía las andanzas lésbicas de mi mujer durante su época universitaria como también que se sentía algo avergonzada por aquel periodo ambiguo de su vida. Rara vez hablaba de ello. Pensé que tal vez el suave contacto con la piel de nuestra hija había conseguido reavivar aquella débil llama que todavía permanecía inerte en su interior pero que mi presencia le impedía dar rienda suelta a sus instintos y dejarse llevar.

Esa vez fui yo el que susurró el pecado:

- Te apetece lamérselo

- ¡Sí! ¿Tanto se me nota?

- ¿Y quién te lo impide? Está claro que yo no y ella… mucho menos. Mírala, lo está deseando.

Ana dudó más de lo que yo esperaba, sé que le costó decidirse pero el ambiente relajado y sobre todo la predisposición hacia el sexo de nuestra hija inclinaron la balanza hacia el lado excitante de la vida.

- ¡Vale!

- Quiero ver cómo lo haces.

- ¿Quieres que te dé una lección magistral de comer coños?

- ¿Tan mal lo hago? – Pregunté con una sonrisa.

- Bueno… siempre se aprende algo, ¿no?

- Cierto. ¿Aún recuerdas cómo se hace?

- Te vas a enterar, picha floja.

Con el fin de proporcionarme una mejor visión mi acalorada esposa colocó a Natasha boca arriba en el lecho conyugal y se puso sobre ella teniendo mucho cuidado de no dañarla. La posición de Ana era algo forzada por la diferencia de tamaños, aun así me dio un cursillo intensivo de cómo lamer rajitas, succionar clítoris infantiles y meter dedos en agujeros estrechos hasta hacerlos explotar. De repente dejó de lamer, alzó la cabeza: su rostro brillaba por los flujos, ruborizado a más no poder. Mi mujer cerró los ojos y exhaló:

- ¡Me cago en la puta!

Ana no es persona de lanzar juramentos, como buena católica, por lo que tuve claro que algo extraordinario estaba pasando. Entonces y sólo entonces me percaté de que la cabeza de Natasha se encontraba prácticamente encajada en la entrepierna de su mamá, devolviéndole las atenciones en un incestuoso sesenta y nueve.

- ¡Joder, joder, joder! – gruñó Ana abandonando por completo su tarea y centrándose en sus propias sensaciones.

Se incorporó, dándole a Natasha algo más de espacio para que desplegara todas sus habilidades y comenzó a frotar su sexo contra la cara de nuestra hija. Nada brusco, tuvo mucho cuidado para no asfixiarla. Se la veía disfrutar de su cuerpo como hacía mucho tiempo. Estaba exultante.

- ¿Lo hace bien? – pregunté aunque el rostro de Ana ya me había respondido bastante antes.

- ¡Es… alucinante! ¿Co… cómo diablos habrá aprendido a… hacerlo así?

Estaba muy claro en nuestra casa quién era la maestra y quiénes los aprendices en cuestión de sexo. Natasha le estaba dando una clase magistral al coño de su mamá digna de una matrícula de honor. No necesito el auxilio de dedos, consoladores ni nada parecido: para hacer magia se bastó con su pequeña y juguetona lengua, esa que mi verga bien conocía y con la que tantas veces me había dejado seco.

Ni se me pasó por la mente intentar meter baza entre las dos, creo que Ana me hubiese arrancado la cabeza como una mantis religiosa. Además prefería verla así: excitada, radiante, desinhibida… feliz al fin y al cabo. Habíamos compartido muchas noches en vela llorando tras los abortos, era justo que disfrutase cuando la vida te da algo bueno y sin duda Natasha era lo mejor que nos había pasado. Habíamos comprobado que lo que dice la gente es cierto, que un hijo te cambia la vida en general aunque en nuestro caso esa verdad absoluta se extendía al ámbito sexual de la pareja.

El orgasmo de Ana llegó y recé para que los vecinos del chalet de al lado no estuvieran en casa esa mañana dominical. Fue estridente y glorioso. Después se tumbó junto a la niña con la mirada perdida en el techo, intentando recuperar el aliento y con una sonrisa que no le cabía en el cuerpo.

- ¡Qué maravilla, ha sido fantástico! – dijo entre risas - ¡Esta niña es un prodigio!

- Vaya corrida. Le has dejado la cara llena de babas.

- ¡Oh, Dios mío! – reaccionó alarmada al ver las consecuencias de su orgasmo- ¡Lo siento, mi vida! ¡Lo siento…!

En efecto, el rostro de Natasha estaba cubierto por una sustancia gelatinosa y brillante que inclusive caía por su barbilla e impregnaba su torso aunque eso a ella no parecía importarle: aun con un ojo semi cerrado por el flujo vaginal de su madre seguía siendo la viva imagen de la felicidad.

El instinto maternal se despertó en Ana, intentó limpiar a nuestra hija con la sábana pero aquella fierecilla se lo impidió utilizando su variado arsenal de pataletas, gritos y golpes.

- Pero… tengo que limpiarte, hija – protestó -. No puedo dejarte así.

La niña comenzaba a comprendernos y aunque seguía sin hablar ni una palabra de español sabía muy bien cómo comunicarse: señaló la boca de Ana y después los restos que bañaban su rostro.

- Creo que quiere…

- Sí, ya sé lo que quiere.

- ¿Y vas a hacerlo?

Ana no contestó; actuó. Recogió sus jugos que impregnaban el rostro de la niña con la lengua, recorrió con ella aquellos pequeños labios sonrosados que al instante se unieron a los suyos. Madre e hija comenzaron a besarse, piquitos suaves, con muy poca lengua, ósculos juguetones y tiernos. Pronto comenzaron a rodar entre las sábanas que desordenadamente yacían sobre nuestra cama. Entre giro y giro uno de los pezones de Ana terminó entre los labios de Natasha. Cuando la niña terminó con él emergió empitonado y erecto, casi tanto como mi verga en ese preciso momento. A Ana no le costó mucho descubrirla en todo su apogeo.

De inmediato dio unos toquecitos en la cabeza a nuestra hija para llamar su atención, señaló mi polla y luego la rajita de la chiquilla.

- ¿Quieres que papi…?

Natasha asintió entusiasmada separando sus rodillas tanto como pudo, dejando de este modo el camino libre hasta su tesoro. Su mirada seguía siendo pura como hasta entonces, sin el menor rastro de temor ante lo que irremediablemente iba a suceder. Para ella todo lo relativo al sexo era y sigue siendo natural y gracias a eso los remordimientos que yo sentía al principio de todo aquello se han ido disipando día tras día hasta llegar a desaparecer.

- Cariño, creo que ha llegado el momento.

- Sí.

Ana colocó a nuestra princesa sobre ella de forma que los sexos de madre e hija se presentaron ante mí uno encima de otro: el más grande estaba hinchado por el reciente orgasmo, el pequeño parecía frágil y delicado aunque no por ello menos apetecible. Los dos tenían algo en común: su humedad y sus necesidades.

Ana extendió las manos, acarició con suavidad el interior de los muslos de Natasha y me ofreció el sexo de nuestra pequeña hija. Separó sus labios vaginales como el que abre una rosa y ante mí apareció ese manjar que tantos buenos ratos me ha dado.

Con mucho cuidado me coloqué sobre ellas. Pasé mi verga por ambos sexos alternativamente. Primero penetré a Ana, entró muy adentro y sé que por primera vez en mucho tiempo no sintió nada de dolor, después saqué mi estoque y acto seguido fui entrando en nuestra hija. Cualquier intento de describir el placer que sentí en aquel momento sería en vano, la primera vez que hice el amor con Natasha fue algo sublime. Fui cuidadoso, aunque también firme

Cuando sentí que el cuerpo de mi hija asimilaba mi verga, comencé a bombear lentamente. La sensación fue fantástica. Iniciada la cópula, mi cara y la de Ana se quedaron frente a frente; entre los dos, la criatura más maravillosa de la tierra dándome placer.

- Te quiero – le dije a mi esposa con total sinceridad.

- Y yo a ti.

Aquel día consumé el incesto por primera vez y no me sentí mal. Fue la primera de tantas veces, el primer eslabón de una cadena que hoy en día no deja de crecer. Una costumbre familiar que espero perdure durante muchos años.



- ¿Qué te ha parecido lo de hoy? – Recuerdo que me preguntó mi mujer aquella noche.

- Alucinante.

- Creo que esto nos pilla algo mayores. O le compramos un vibrador o va a acabar con nosotros.

- Ya te digo.

A partir de aquel día la relación entre Ana y Natasha mejoró considerablemente. La niña se mostró mucho más receptiva a recibir las caricias de su madre, compartían largos baños de espuma y no era raro encontrarlas desnudas en nuestra cama y no precisamente durmiendo.

---

Tras seis meses de adaptación el día que tanto habíamos esperado llegó. Ana se levantó temprano como era su costumbre y se nos adelantó a la hora de tomar una ducha.

- ¿Dónde está Natasha? – Le pregunté mientras mi mujer esperaba a que el agua que caía de la ducha alcanzase la temperatura adecuada.

- No lo sé. ¿Otra vez jugando al escondite?

- Pues sí. Ya sabes, le gusta casi tanto como… ya sabes.

- No os entretengáis mucho, es un día importante. No podemos llegar tarde.

- ¿Estás nerviosa?

- Un poco. ¿Y tú?

- Tranquila, todo irá bien.

- ¡Estás muerto de miedo!

- Es verdad.

- Tal vez… tal vez deberías relajarte un poco. Ya sabes liberar tensiones, tranquiliza.

- En eso estoy.

- Ya veo – apuntó mi esposa mirando mi verga desperezada.

- Sabes que está en el cesto de la ropa, ¿no?

- Por supuesto.

- Pues ve a por ella y haz lo que tengas que hacer pero date prisa. Como lleguemos tarde, te la corto – dijo agarrándome el pene por la base -.

- ¡Ouch! – protesté.

Alargué la búsqueda premeditadamente un par de minutos y luego fui directamente a por Natasha. Ella chilló e intentó huir pero no se lo permití. Le agarré de la cintura cuando intentó escabullirse, alzándola hasta la altura de mi cara, amasando su trasero desnudo con mis manos y abrazándola contra mi pecho.

- Buenos días – le dije -.

Ella me devolvió el saludo en su idioma natal.

Natasha se enroscó a mí y me dio su mejor beso en los labios. De camino a su habitación jugué con su ano, anticipándole mis preferencias aquella mañana. Como siempre asimiló mis tocamientos sin el menor reparo, jamás rechazó una caricia íntima ni de su madre ni mía.

De un manotazo tiré todos sus peluches de su cama y la lancé sobre ella. Natasha chilló entre risas y después me miró. En primer lugar señaló a su boca.

- No, eso no es lo que quiero.

Ágil como una anguila se tumbó en su cama, alzó las piernas, hizo un hueco con sus pies y me lo ofreció. Solía masturbarme dándome placer con sus plantas para después correrme en su torso o en su cara.

- No eso tampoco me apetece.

Juguetona, separó sus piernas y señaló a su sexo.

- Es tentador… pero hoy quiero algo especial.

Natasha actuó como un resorte, ya tenía la información que buscaba. Cruzó su almohada en medio de la cama, se tumbó sobre ella colocándosela bajo el vientre, separó sus glúteos con la ayuda de sus manos y me ofreció la tercera y más angosta de sus aberturas abierta de par en par.

- Eso… eso ya me motiva más.

Sinceramente ahora me río de mi inocencia, en lo relativo al sexo poco o nada podíamos enseñarle su mamá y yo a Natasha. Estaba muy claro que sus experiencias previas en su Rusia natal fueron infinitamente más intensas y violentas que las que vivió con nosotros pero por aquel entonces todavía era tremendamente cuidadoso cuando mantenía relaciones sexuales con ella. Era como si temiese romperla. Es por eso por lo que cada vez que la sodomizaba lo hacía con dulzura y aquella mañana no fue una excepción aunque reconozco que ese día, supongo por mi nerviosismo, la enculé con algo más de vehemencia y ganas. Al menos en apariencia a ella no le supuso el menor problema, su culito acogió mi polla sin oponer resistencia. Se lo rellené de carne con sumo gusto.

Ana entró en la habitación cuando estábamos en pleno apogeo, en el momento álgido de la enculada, cuando mis pelotas brillaban endurecidas y mi pene perforaba el ojete de nuestra chiquilla a mayor ritmo.

- Cariño, ¿me ayudas con la cremallera? – preguntó distraída sin darse cuenta de lo que pasaba-. Pero… ¿todavía estáis así? La entrevista con los de la agencia de adopción es a las doce y no podemos llegar tarde.

- E… enseguida termino.

- Todavía no me explico cómo es posible que puedas hacérselo así de intenso por ahí. Parece de goma. ¡Qué envidia!

Sinceramente yo apenas podía escucharla, estaba concentrado en otra cosa mucho más importante y placentera: desparramar la mayor cantidad de simiente en mi intestino favorito.

Una hora más tarde aproveché el atasco para mirar a mi niña por el retrovisor de nuestro auto. Natasha estaba preciosa con aquel vestidito corto de color amarillo. Los tonos pastel combinaban estupendamente con sus facciones nórdicas y los adornos en el cabello todavía le daban un aspecto más adorable.

- Por tu culpa vamos a llegar tarde – gruñó Ana retorciéndose en el asiento del copiloto.

- Tranquila, llegamos bien.

- ¿Le has limpiado bien la cara? Ya sabes que a veces le quedan restos de… lo tuyo ahí, en la comisura de los labios.

- ¿Lo mío? Te recuerdo que últimamente se mancha casi más con “lo tuyo” que con “lo mío”.

- ¡Uff! ¿Te vas a poner a discutir por eso ahora?

- Está perfecta, ¿acaso no lo ves? Tranquilízate mujer. Todo irá bien.

En la agencia ya nos estaban esperando. En realidad la reunión era un mero formalismo, el último eslabón antes de que la adopción fuese definitiva. Bastaba una firma de la representante a cargo de las adopciones internacionales. A partir de entonces Natasha se convertiría en nuestra hija en pleno derecho y ya no tendríamos que rendir cuentas a nadie.

La reunión transcurrió sin sobresaltos. Más bien se trató de una conversación distendida entre tres adultos en la que nuestra hija era un tema de conversación entre muchos otros. Obviamente Natasha se aburría como una ostra. De repente, sin darnos opción a la reacción ni a su madre ni a mi cambió su postura y comenzó a mordisquearse la rodilla. El asunto no hubiese tenido mayor transcendencia si no fuese porque, al hacerlo, dejó a la vista de la mujer su sexo. Con tantas prisas ni su madre ni yo tuvimos la precaución de revisarle bajo el vestido.

Sinceramente me temí lo peor pero aquella mujer en lugar de escandalizarse se echó a reír.

- Vaya. Veo que todavía sigue con esa costumbre.

- Bueno, sí. Intentamos corregirla pero todavía estamos en ello.

- No le den más importancia de la que tiene, es algo muy normal en las niñas adoptadas que vienen de allá.

Aquel incidente supuso un toque de atención que se transformó en alerta roja cuando aquella señora con aspecto amable comenzó a conversar con Natasha en su idioma original de manera sorpresiva.

- ¿Ha… habla usted ruso? – Pregunté muy nervioso.

- Por supuesto. Facilita mucho los trámites de adopción y el trato con los niños durante su adaptación.

Creo que aquellos cinco minutos fueron los más largos de mi vida. Intenté guardar la compostura y Ana hacía lo mismo sin éxito. A punto estuve de entrar en pánico y salir de allí corriendo. Si nuestra hija contaba algo de nuestro día a día la adopción se iría al traste.

Natasha contestaba de manera fluida. Parecía tremendamente tranquila, de hecho ni siquiera intentó cubrirse el sexo.

- ¿Qué… que le ha dicho? – Pregunté cuando la charla terminó muerto de miedo.

- Pues… ¿qué otra cosa iba a decirme? Que son ustedes una pareja maravillosa, que la tratan estupendamente, que está muy feliz por tener unos papás tan buenos y que lo pasan muy pero que muy bien los tres juntos…

- ¡Genial! - dije bastante aliviado.

- … en la cama.

Se hizo un silencio tenso. Juro que estuvo a punto de darme un infarto. Volví a respirar cuando aquella buena mujer estampó su firma en la parte favorable del informe.

- Miren, no voy a juzgarles, no es mi trabajo. Lo es darles un futuro a estas chiquillas. Mi agencia lleva trabajando muchos años en Rusia y sabemos lo que hay y que si no fuésemos algo… flexibles con según qué cosas jamás podríamos encontrar un hogar a niñas tan mayores como Natasha. Es difícil adaptarse a las costumbres adquiridas por estas niñas, la vida no es fácil allá.

La mujer se tomó un descanso antes de continuar:

- De hecho sabemos casi con total seguridad que sólo hay una manera de conseguir una relación como la que ustedes tienen en tan poco tiempo y Natasha me lo ha confirmado.

- Verá, nosotros no… - la interrumpí torpemente intentando justificar lo injustificable.

- Por lo que a mí respecta no hay nada que objetar a la adopción. Está muy claro que los tres son muy felices y mi intención es que todo siga así. No me queda más que darles la enhorabuena y emplazarles a que disfruten de su nueva hija.

- Gra… gracias – balbuceé con torpeza, no daba crédito a lo que estaba pasando.

- No sabe cuánto se lo agradecemos – prosiguió Ana ruborizada a más no poder-.

Recuerdo que abandonamos las oficinas atropelladamente, temerosos de que aquella comprensiva señora se retractase de su decisión. Salimos zumbando con los papeles de la adopción a buen recaudo callejeando sin un rumbo fijo por la ciudad. Comprobé varias veces que nadie nos seguía y no me sentí a salvo hasta que estuvimos a bastante distancia.

- ¿Dónde lo celebramos? Vamos al Macdonals o tal vez al chino…

- Creo que hay un restaurante Ruso no muy lejos de aquí – contesté -, aunque opino que lo más justo es que decida ella, ¿no crees?

- Buena idea. Natasha, ¿qué te apetece comer hoy?

Una vez más Natasha nos dio una muestra de su inagotable capacidad para sorprendernos: primero señaló mi sexo y después el de su mamá.

- ¡Virgen Santa! – Exclamó Ana -. Esta chiquilla va a matarnos.

- ¿Voy a por el coche?

- Mejor cogemos un taxi.

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Natasha nos cambió la vida en todos los sentidos. Puede que a los ojos de la mayoría de las personas parezca una locura hacerla partícipe de nuestra vida sexual pero ni mi mujer ni yo nos arrepentimos en ningún momento de nuestros actos. Aun ahora, cuando ya es toda una universitaria y ha volado del nido, disfrutamos los tres de nuestro amor en cada reunión familiar con la misma intensidad de aquellos primeros días. Es por eso que cada vez que alguien nos pide consejo y nos pregunta sobre nuestra experiencia como padres adoptivos en Rusia les animamos a seguir nuestro camino y sobre todo les recomendamos encarecidamente que disfruten del periodo de adaptación.



Fin.




 



Comentarios

  1. Magnifico relato, como de costumbre. Sin duda cuanto mas jovenes son las protagonistas mas excitantes resultan. Sigue asi

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    1. Muchas gracias por comentar. No me siento muy cómodo escribiendo de protagonistas muy jóvenes pero entiendo que hay que escribir un poco de todo.

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