"LA REINA DEL PARQUE SUR" por Kamataruk.

Inspirado en los relatos de Veronicca, una gran escritora y mejor amiga.

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Admito que aquel día me encontraba muy nervioso. No pude centrarme en la reunión matinal de los viernes y estaba tan desconcentrado que incluso mi complaciente secretaria notó algo raro.

- ¿Le sucede algo, don Pedro?

- No… nada, nada – le contesté sin demasiada convicción.

- ¿Pasarás esta noche por mi casa? – me susurró después discretamente.

- No, hoy no.

- Como quieras – repuso decepcionada.

En contra de mi costumbre abandoné mi bufete bastante antes de lo que solía para no verme atrapado por el tremendo atasco que se forma en mí ciudad al llegar el fin de semana. Tenía mucha prisa y es por eso que conduje mi vehículo con sumo cuidado, no quería que una imprudencia me trastocase los planes.

Como siempre que visitaba el Parque Sur no utilicé el parquin situado en sus aledaños, sino que aparqué en el centro comercial cercano, era mucho más discreto. Allí mi vehículo de alta gama pasa más desapercibido. Aprovechándome de la discreción de sus baños me cambié de ropa por algo más cómodo y apropiado que mi traje de marca italiana.

Suelo ser bastante prudente en mis incursiones en el Parque Sur, no voy a la zona de juegos infantiles directamente, sino que disimulo y doy vueltas sin rumbo fijo para detectar si alguien me sigue hasta que, indefectiblemente, termino revoloteando junto al arenero o cerca del tobogán con el furibundo deseo de verles la ropa interior a las niñas.

No obstante, recuerdo que aquel día estaba tan caliente que me ahorré los preliminares y fui al grano. Torcí algo el gesto cuando detecté a otros hombres acechando como buitres con la mirada fija en el grupito de niños y niñas que, ajenos a todo, jugaban, chillaban y reían entre los columpios. Me tranquilicé al descubrir que, como yo, eran de los habituales: no había peligro de que compitiésemos por la misma presa, conocía sus gustos y sabía de su predilección por los pantaloncitos cortos en lugar de las mini faldas.

No me costó mucho descubrir a la protagonista de mis pensamientos más húmedos de la semana. Las últimas fotos que me habían pasado de ella me impedían conciliar el sueño, eran espectaculares. Estaba en lo más alto del castillo de madera y desde allí, a grito pelado, manejaba al resto de la chiquillería a su antojo. Parecía un general arengando a sus tropas, estaba claro quién era la reina del parque en aquella época.

En el grupo de telegram de los habituales del Parque Sur no se hablaba de otra cosa sino de ella y su material era sin duda el más intercambiado. Había un antes y un después desde la irrupción de la rubia de origen polaco en el grupo de niños que allí pasaban la tarde.

Era más bien flaquita, muy esbelta, altiva y tremendamente competitiva. Juraba siempre en polaco y jamás rehuía una pelea incluso con chicos o chicas mayores. Compensaba la falta de curvas en su pecho con unas piernas larguísimas y con muslos bien torneados que permanecían casi siempre a la vista gracias a las minúsculas faldas o vestidos cortos que solía llevar. Tenía los ojos azules más impactantes que he visto en mi vida, aunque su mirada, lejos de parecer tierna o angelical, era dura y desafiante, incluso cuando posaba desnuda y abierta de piernas lo que, según mi opinión, le añadía un plus de carga erótica a las ya de por sí ardientes fotografías.

Poco o nada más se sabía de ella más allá de que su nombre era Janica y que, a sus diez años recién cumplidos, era el sueño húmedo de cualquier pervertido como yo.

Armándome de valor me dirigí al grupo de adultas que ocupaban un banco bajo un almez. Acostumbrado como estaba a desenvolverme en público en los juzgados no terminaba de adaptarme al proceso de negociación con las niñeras. Algunas eran verdaderamente ambiciosas y duras, sabedoras de tener la sartén por el mango del negocio.

- Buenas tardes. ¿Quién lleva a la niña rubia? – pregunté intentando aparentar serenidad ya que cualquier indicio de excitación extra por mi parte supondría un incremento considerable del precio por la niña.

En realidad, era una pregunta retórica, sabía perfectamente cuál de aquellas jóvenes era la responsable de Janica pero era necesario guardar el protocolo. La piel clara de la joven cuidadora destacaba entre el grupo de asiáticas y sudamericanas que ocupaban el banco. Es más, conocía a alguna de las otras y sus mercancías de tratos anteriores.

- ¡Yo! – Dijo ella tras aclararse la garganta.

Lo cierto es que la encontré muy atractiva y guardaba cierta similitud con Janica. No había que ser muy perspicaz para averiguar que tenía un buen par de tetas y su boca generosamente grande invitaba a imaginar cosas sucias con ella.

- ¿Está libre?

- Sí.

- ¿Y cuánto…?

- Depende…

- ¿Depende de qué?

- De lo que quieras hacer con ella.

En ese instante surgió el conflicto en mi interior. Manifestar mis perversiones en público jamás ha sido mi fuerte. Siento un extraño pudor que me hace parecer inseguro y lo paso fatal exponiendo mi lado más oscuro. Había estado sopesando todas las posibilidades durante la semana, desde que decidí mandar a mi mujer y a mi hijo a visitar a la abuela e ir a por la niña sin preocupaciones ni restricciones horarias. Si optaba por la prudencia y me reprimía jamás me lo perdonaría, pero si, por el contrario, daba rienda suelta a mis instintos y expresaba mis verdaderos deseos podía asustar a la cuidadora y jamás disfrutar de la chiquilla de mis sueños.




Animado por la calentura y por los rumores que navegaban por el chat sobre Janica decidí jugarme el todo por el todo y ser sincero. Recuerdo que mis palabras cayeron como una bomba, las mulatas callaron de repente, esperando la respuesta negativa de la rubia.

El precio fue desorbitado, escandaloso, fuera de mercado… pongan ustedes el adjetivo que quieran: sencillamente me dio lo mismo, el dinero no era un problema. Supongo que mi aspecto cuidado y el reloj de oro que llevaba en mi muñeca jugaron en mi contra. De manera inmediata puse en la palma de la mano de la niñera incluso algo más de lo acordado.

La reacción fue inmediata:

- ¡Janicaaaaa! – chilló.

- ¡Por Dios! – Exclamó una mulata.

- ¡Pero no deje que le haga eso a la niña! – Apuntó otra con su dulce acento latino mientras me miraba con odio por salirme de la norma.

La joven no hizo caso a las recomendaciones de sus colegas profirió una retahíla de gritos en polaco. Al poco rato corrió hacia mí una de las criaturas más deliciosas que he visto en mi vida. Me recreé la vista viéndola acercarse dando saltitos con su larga melena rubia agrupada en una cola que se movía según su libre albedrío según se acercaba. La primavera avanzaba y el calor ya apretaba por lo que su vestido de tirantes amarillo se me antojaba incluso más corto de lo habitual, muy por encima de las rodillas. Comprobé con sorpresa y agrado que su pecho no era del todo plano como creía puesto que se le marcaban un par de prominencias, abultamientos poco más grandes que una moneda, que hicieron las delicias de mi lengua pocos minutos después.

Justo antes de llegar hizo un movimiento seguramente ensayado, uno o dos giros lo suficientemente rápidos como para que se le volase la faldita levemente y lo suficientemente lentos como para mostrarme las excelencias de su trasero. Sin duda las niñas del Parque Sur sabían cómo promocionarse, la competencia entre ellas era dura por acaparar al mayor número de clientes.

- A ver, tesoro, te vas a ir con este señor.

- Sí mamá.

- Haz todo lo que él te pida, ¿sí?

- Claro – contestó con total naturalidad mostrándome una media sonrisa mientras escuchaba otras frases en su idioma natal.

Sinceramente no sé qué me excitó más: que una mamá comerciase con el cuerpo de su propia hija o aquellos ojos azules asintiendo clavados en los míos junto con su delicada nariz y su boca húmeda, imitando la pose de la foto que tenía guardada en mi móvil, aunque sin una polla adulta introducida entre los labios. Anduve rápido de reflejos, comprendí enseguida que fuesen madre e hija me proporcionaba multitud de posibilidades frente a una niñera convencional. El fin de semana se presentaba de lo más interesante.

Durante la charla entre madre e hija yo examinaba la mercancía de cerca y no me defraudó. Cada vez estaba más satisfecho por el acuerdo. Mi rabo comenzó a desperezarse; como yo tenía ganas de liberar las tensiones y los malos rollos de la semana. Estaba harto de la histeria del despacho, de los reproches de mi esposa, de las gansadas de mi hijo adolescente y de la insistencia de mi secretaria y a la vez amante para que los dejase a los dos y me fuese a vivir con ella. Sin duda Janica lo tenía todo para lograr que olvidase mis penas.

Cuando la conversación terminó Janica hurgó en el bolso de su mamá. Sacó de él varios chupachups y ofreciéndomelos preguntó:

- ¿Qué sabor te gusta más? Naranja, fresa coca-cola, limón…

La verdad es que no supe qué contestar, estaba absorto con la belleza de su rostro así que ella escogió por mí.

- Fresa estará bien. Nos vemos en un rato detrás del seto, ¿sí? Mami me ha dicho que quieres jugar conmigo… – dijo sonriente a la vez que se metía el caramelo de palo en la boca - … y yo tengo ganas también.

Reconozco que quedé tan turbado por su desparpajo y espontaneidad que sólo acerté a asentir. Puede ser que para las niñeras prostituir a los niños bajo su cargo no fuese más que un lucrativo método con el que completar sus exiguas nóminas, pero para los chiquillos y las chiquillas prostituidos todo aquello no era más que un juego, un divertimento y eso era lo que lo hacía tan excitante. Jamás vi un lloro o una pataleta ni un amago de rebelión por su parte. Más bien al contrario, se sentían orgullosos de ser los elegidos para jugar “a cosas de mayores”, como ellos decían.

Entre otras bondades el Parque Sur disponía de una zona con vegetación bastante frondosa y relativamente salvaje anexa a la zona de juegos gracias a la desidia y a la falta de medios municipal. A simple vista parecía una empalizada inexpugnable de árboles, arbustos, cañas y zarzas, pero en realidad no era así. Disponía de ciertos huecos que permitían franquearla si se conocía su emplazamiento, recovecos que eran aprovechados como improvisados urinarios públicos, zonas de botellón o, como en caso de los viciosos como yo, para el sexo con menores.

Me costó separarme de Janica pese a que sabía que pronto estaría ya no a su lado sino dentro de ella. Los minutos me parecieron horas esperándola entre los matorrales. Entendía su tardanza, había que ser discretos. Algunas veces habíamos detectado a intrusos sospechosos, tal vez sólo mirones, pero que bien podrían ser agentes de la ley. Hasta entonces no habíamos tenido más que falsas alarmas, pero en estos casos toda precaución es poca.

Janica atravesó el seto con el chupachús en la boca, una mochila de motivos infantiles en la espalda y tarareando una canción de moda. En cuanto la tuve a mi alcance le agarré del trasero, alzándola como si fuese una pluma hasta que su cara y la mía tan sólo estuvieron separadas por el palito blanco del dulce. No dejó de chupar ni de perdonarme la vida con la mirada, ni siquiera cuando mis manazas bucearon bajo el minivestido y se colmaron de la carne infantil, suave y tersa de su culo.

Janica no llevaba ropa interior, no me sorprendió. Las cuidadoras se las quitaban a las niñas antes de entrar en acción para que no fuesen sustraídas por los pervertidos. Más de una niñera había tenido problemas con las mamás de las ninfas que veían como el cajoncito de ropa interior de las chiquillas se iba vaciando conforme las visitas al Parque Sur se iban prodigando, aunque lo cierto es que la mayoría de las veces, por un módico suplemento, podías hacerte con ellas como souvenir. Yo jamás pujé por ellas en primer lugar porque las braguitas impregnadas de flujo infantil no eran mi fetiche y en segundo lugar porque lo consideraba algo peligroso y de difícil justificación por mi parte si eran descubiertas por terceras personas.

En la cercanía de Janica me embargó una mezcla de olores de lo más sugerentes: colonia fresca, champú de miel, acondicionador desenredante, caramelo de fresa y sudor, mucho sudor. Caliente como una estufa quise comerle los labios de inmediato pero el dichoso caramelo de palo me lo impidió. Yo tenía las manos ocupadas con sus nalgas, ni por todo el oro del mundo hubiese dejado de sobar su trasero así que fue ella la que tomó la iniciativa, se quitó el dulce de la boca tras darle un intenso chupetón. Después cruzó los brazos por detrás de mi nuca y me estampó un beso en los morros al que siguieron varios iguales o más ardientes. Fue su lengua y no la mía la que inició las hostilidades, sabía muy bien lo que les gusta a los hombres adultos y confieso que ese detalle me volvió loco.




ODIO… repito… ODIO… a las niñas pasivas, no puedo con ellas; reniego de su compañía y más aún si son vírgenes. Jamás entendí ese afán por mis colegas del chat de iniciar a las preadolescentes en el sexo. En mi opinión es agotador y mis experiencias al respecto no han sido buenas.

Su manera de besarme y de mover su lengua en el interior de mi boca me dejó bien a las claras que Janica iba sobrada de experiencia. La longitud de su lengua nada tenía que envidiar a la de sus piernas y la movía con soltura jugueteando con la mía a veces dentro de mi boca y otras fuera. Me incitaba a sacar mi lengua y la atrapaba con sus labios, succionándola a modo de felación, embadurnándomela de babas caramelizadas.

Yo por mi parte tampoco me dormía en los laureles, sobre todo mis manos, parecían como adheridas a su culo. Lo apreté con fuerza varias veces y ella no se quejó.

La niña no había mentido, estaba claro que tenía ganas de jugar. Ya fuese por el calor externo o por su calentura natural lo cierto es que su sexo estaba húmedo, muy húmedo en realidad. Tanto que mi dedo corazón se puso su traje de explorador y dejó de pellizcar sus glúteos atravesando raudo y veloz los pliegues que protegían su coño. Mi primera falange se incrustó en su vagina casi sin querer, la intención era acariciarle el botoncito de placer, pero a veces los planes se tuercen para bien. Ella se tensó y aun así no dejo de besarme de esa manera intensa y lúbrica que tanto me gustaba, incluso separó algo más las piernas para que pudiese meterle mayor porción de dedo en el cuerpo y dedearla más profundo, algo que no sucedió. Mis planes eran otros y, abandonando la grácil estufita que la niña tenía en la entrepierna, mi dedo exploró su otro agujero con casi la misma facilidad. Janica apenas se inmutó al ser penetrada analmente, más allá de un ligero estremecimiento y continuó asediándome con su intrépida lengua con más ansia si cabe; estaba muy claro que yo no era el primero que traspasaba su puerta de atrás y que conocía todos los juegos de adultos que podía proponerle.

Con la niña enroscada a mí cual anaconda, nuestras lenguas enfrentadas, mi pene erecto bajo el pantalón y un dedo inserto en su ano anduve con ella a cuestas a través de una senda bordeada por matorrales, latas de cerveza vacías, restos de comida y preservativos usados. El viaje fue corto por fortuna para mí, aunque Janica perdió las sandalias por el camino. Enseguida se abrió un claro lo suficientemente grande como para dar rienda suelta a mis perversiones lejos de las miradas indiscretas de los usuarios convencionales del Parque Sur.

Pero como nada en la vida es perfecto surgió un ligero contratiempo. Mi lugar favorito en el claro estaba ocupado. En él, un trajeado señor sodomizaba a un chiquillo de edad indeterminada, aunque se me antojó bastante joven. Pese a la disparidad de tamaños parecía que ambos lo estaban pasando estupendamente, los jadeos y bufidos de los amantes así lo atestiguaban.

Tampoco tuve suerte con la segunda opción. En ella uno de los miembros más activos del grupo de telegram gozaba de las excelencias orales de una chinita bastante popular. El tipo tenía los ojos en blanco, creo que ni siquiera se dio cuenta de nuestra llegada; aquella diablilla adoptada de ojos rasgados era fantástica con la boca. Parecía una aspiradora, se lo tragaba todo; puedo dar buena fe de ello.

La última de las alternativas no era santo de mi devoción. Técnicamente el sitio estaba bien, era amplio, llano y con algo de yerba lo que permitía practicar el sexo sobre ella de forma cómoda sin ni siquiera tener que hacer mano de “kit de supervivencia” de las niñas. Lo malo era que era el lugar designado para los exhibicionistas y, por ende, para los mirones y eso no me gustaba demasiado.

Dentro de nuestro común interés por la carne fresca nuestra pequeña comunidad es de lo más heterogénea. Ya he comentado que a algunos disfrutan los chiquillos y otros, como yo, les vuelve locos reventar los coños abultaditos y exentos de vello. Obviamente también hay tipos que se lo follan todo, pero aparte de eso todavía hay más diversidad entre nosotros: sodomitas, fanáticos del oral, activos, pasivos, incluso algún que otro masoquista, pero también exhibicionistas… y sobre todo mirones.

Al llegar al lugar indicado desmonté a la chiquilla. Confieso que me costó un mundo dejar de estimular su ano y que si lo hice fue sólo porque sabía que la recompensa a obtener era todavía mejor. Janica no perdió el tiempo y se movió con diligencia, probablemente pensó que la tarde era larga y que, si se daba prisa, podría volver al claro a jugar con uno o dos adultos más. Tras darse la vuelta se quitó la mochila rosa que cargaba a la espalda, deslizó los tirantes de su vestidito y me mostró la perfección de su trasero al agacharse para extender la toalla. No me esperaba que lo tuviese enrojecido por mis tocamientos, estaba claro que mis ansias por gozarla eran enormes y al verla desnuda estas crecían todavía más.

Obviamente en las mochilas escolares de los niños del Parque Sur no había libros ni meriendas ni juguetes convencionales sino lo que los pervertidos denominábamos “kits de supervivencia”. En el caso de Janica era bastante simple: una toalla grande y fina con dibujos de Frozen, lubricante vaginal y una pequeña ristra de bolitas anales.

Mientras Janica lo preparaba todo fijé mi vista en unos matorrales. Tras ellos aparecieron tres personas, dos hombres y una mujer. No me sorprendió la presencia de la hembra, cada vez eran más las féminas que disfrutaban de las excelencias de la carne tierna tanto de manera activa como pasiva. Los tres me hicieron la señal convenida, al rincón de los exhibicionistas se podía mirar siempre y cuando se diese la cara. Ocultarse no estaba bien visto, dentro del grupo de pervertidos había que seguir ciertas normas.

En seguida pasaron los espectadores a un segundo plano, en cuanto sentí las manos de Janica palpando mi paquete. Tal vez fue mi imaginación, pero juro que daba la impresión de estar tanto o más ansiosa que yo. Arrodillada ante mí, con su cara a la altura de mi entrepierna, ni siquiera perdió el tiempo en luchar contra mi cremallera; impulsiva y nerviosa comenzó a tirar de mis pantalones con furia. Supongo que ella no le daría la menor importancia, pero para mí fue el gesto más erótico del mundo: una preciosa niña de diez años lamiendo un chupachups con lujuria, ansiosa por ver y saborear mi polla erecta.

- Tranquila, yo te ayudo – le dije acariciándole el cabello.

- Vale.

Rara vez me desnudaba por completo cuando follaba con las niñas del Parque Sur. Supongo que mi temor a ser descubierto siempre estaba latente en mi subconsciente y me decía a mí mismo que la huida sería más sencilla si no corría en pelota picada por los senderos. Aquella vez ni me lo pensé, me lo quité todo ante la atenta mirada de aquella singular criatura. Supongo que los mirones agradecieron mi arranque de exhibicionismo, aunque jamás les pregunté, tenía otras cosas más importantes que hacer.

Recuerdo que se tomó su tiempo antes de actuar, en cierta forma yo quería que ella tomase la iniciativa, quería ver hasta dónde era capaz de llegar su curiosidad y frescura. Se sacó el caramelo de la boca y me habló:

- La tienes grande – me dijo sin más abarcándome la verga con su mano libre.

- ¿La barriga? – bromeé.

- No, la picha.

No pude evitar sonreír, hacía siglos que no escuchaba esa expresión y mucho menos en boca de una niña.

- ¿Te ha dicho tu mamá que se lo digas a todos los que te traen a jugar aquí?

- Sep… pero tú la tienes grande de verdad, más que la de papá – prosiguió como si nada iniciando la masturbación.

Me quedé anonadado ante tal revelación. Aun con la suave mano de una chiquilla frotando mi glande no pude evitar que mi faceta de abogado interrogador saliese a la luz y quise indagar más en aquel oscuro pasaje incestuoso de su vida.

Sencillamente no fui capaz. No pude porque la pequeña Janica utilizó el jodido chupachups para literalmente barnizarme el glande, recorrió con él los alrededores del meato y el interior del prepucio, pringándolos de dulce de fresa, recogiendo los restos que allí hubiera y sin más se jaló el caramelo de palo en la boca. Acto seguido, tras dejarlo impoluto, me succionó la verga con igual soltura y desparpajo que chupaba el caramelo.

Fue una mamada brillante y no sólo por el fulgor que confería a sus labios el dulce que antes impregnaba mi sexo sino por la vitalidad que desbordaba la chiquilla a la hora de proporcionarme placer oral. Media docena de jaladas me bastaron para corroborar que lo que se decía de ella en el grupo de telegram era cierto y que las fotos de ella mamando vergas no eran trucadas. La chinita de al lado no le llegaba ni a la altura de los talones a la polaca. Janica también era la reina de la parte secreta del Parque Sur.

- ¡Me encanta la fresa! – exclamó entre chupada y chupada.

Fue una de las mejores experiencias sexuales de mi vida. A punto estuve de echárselo todo en la cara cuando la muy golosa recorrió con la punta de su lengua la integridad de mi zona genital, pelotas incluidas, hasta el mismo extremo del glande. No sé si mi polla, pero lo que estaba claro es que el chupachups de fresa la volvía loca, aunque me dio la impresión de que el sabor del dulce era lo de menos, ella disfrutaba sacando su lengua a pasear.

Controlé de reojo a los mirones ya estaban prácticamente a nuestro lado. Los tipos tenían la verga en la mano y la fémina se daba placer lentamente bajo los leggins. Sabía lo que querían y estaba dispuesto a dárselo así que interrumpí a Janica tirando con suavidad de su larga cabellera. Realmente estaba preciosa mirándome expectante, con la respiración entrecortada, la boca abierta y babitas blancas brotando por la comisura de los labios.

- Es mi turno – le dije -.

Janica me entendió al instante, era lista, ágil e hiperactiva como una gacela. Es cierto que era joven, aunque también sobradamente preparada. En menos que canta un gallo se colocó ante mí tumbada boca arriba sobre la toalla que cubría el césped; su entrega al “juego de mayores” era total. Después no dejó de mecerse con las rodillas separadas por completo dibujando círculos alrededor de sus minúsculos pezones con el caramelo. Se tomó su tiempo en hacerlo hasta dejarlos totalmente pringados de dulce. Después procedió de igual modo con su sexo; jugueteó con la golosina mirándome con superioridad. El juego lo proponía yo como adulto, pero estaba claro que era ella quien lo dominaba por completo. No fue obscena sino terriblemente erótica, terminando la exhibición insertándose en el sexo como un improvisado consolador.

- Te toca – dijo sin más.

Loco por tomarla me coloqué sobre ella con sumo cuidado y le besé los pezones suavemente antes de lamerlos con vehemencia. Ella cerró los ojos y suspiró, señal de que le gustó mi maniobra. Supongo que se enfadó consigo misma al mostrarse débil y receptiva por lo que abrió los ojos de inmediato, aunque no tuvo la suficiente entereza como para aguantarme la mirada y mientras me comía sus tetitas fijó sus pupilas en el infinito… con las mejillas rojas como la lava.

Respeto profundamente las preferencias sexuales de cada uno. Sé que el que paga manda y entiendo a quien se folla a las niñas prostituidas como si fuesen putas adultas; generalmente son hombres que la meten hasta el fondo en vulvas infantiles sin apenas estimularlas previamente y poco menos que violan a las niñas sin mesura como si de una película pornográfica de bajo presupuesto se tratase.

Qué quieren que les diga, a mí eso no me gusta. Lo respeto y entiendo a quienes tratan a los preadolescentes como meros pedazos de carne… pero a mí no me va.

Yo prefiero hacerles el amor. Que nadie me malinterprete, no es mi intención dar la impresión de lo que no es: soy tan vicioso como el que más. Todas esas putitas terminan ensartadas hasta lo más profundo, les meto cuanta polla son capaces de asimilar esos pequeños cuerpos, pero el sexo entre amantes de diferente tamaño no está reñido con el disfrute de ambos participantes. No me gustan los gritos, los arañazos ni los lloros como a otros de mis colegas del grupo. Prefiero los jadeos de las niñas cuando les como los coñitos, los suspiros que se escapan de sus bocas cuando las penetro suavemente y los espasmos de placer de sus cuerpos en formación cuando se corren con mi polla tocando el final de su vagina.

Si hay algún escéptico al respecto entre mis lectores les diré que las niñas de la edad de la rubita se corren tanto o más que las adultas cuando son estimuladas de forma adecuada… y mucho. Quien les diga lo contrario o no lo ha probado o no sabe hacerlo o miente.

Janica no era diferente al resto de las chiquillas del Parque Sur, de inmediato noté cómo se derretía cuando le saqué el caramelito del coño, se lo metí por el culo y lo sustituí por mi lengua. Poco tiempo después la reina del parque sur estaba a punto de sucumbir. Se llevó el puño a la boca, pero fue inútil, ni aun así logró silenciar sus jadeos. Su vulva era deliciosa como una tarta con sabor a fresa y yo me estaba dando un festín con ella. La niña era puro fuego.

Supongo que Janica no pudo evitar cerrar las piernas en un acto reflejo cuando experimentó su primer orgasmo, me atrapó la cabeza entre sus mulsos de forma brusca, aunque no era cuestión de quejarse por ello. Su reacción me indicó a las claras que estaba lista para el siguiente nivel.

Incorporándome levemente tomé sus rodillas y la abrí. El tacto de su piel era tremendamente suave y caliente. Examiné su sexo con la mirada sin el menor recato. Lo tenía empapado, brillante y bastante abultado.

- Ahora voy a penetrarte… ¿vale? – le anuncié.

La pequeña prostituta no utilizó la boca para contestar, sino que utilizó una forma mucho más explícita y sincera: separó las piernas todavía más, tanto que sus labios vaginales se despegaron el uno del otro mostrándome un hoyo diminuto que pronto se ensancharía más y más.

Excitado y nervioso me dispuse a montarla no sin antes echar un vistazo a los espectadores. La verga de uno de ellos ya había explotado, el esperma caía de su mano sobre la yerba, aunque no por eso dejaba de tocarse. El otro aguantaba la eyaculación a duras penas y la tercera en discordia, bastante más pragmática, se había despojado de sus leggins y se daba placer sentada en el suelo sin perderse detalle con algún tipo de juguete sexual que no llegué a distinguir pero que zumbaba igual que un avispero.

Deseché la opción de que fuese Janica la que me montase. Por muy excitante y morbosa que me pareciese la idea de verla contorsionarse sobre mí, retorciéndose y luchando hasta lograr que mi verga entrase en su menuda vagina mientras le estimulaba los pezones quería ser yo esta vez el que llevase las riendas y el ritmo de la cópula. Ella ya había gozado, lo justo era que yo hiciese lo mismo.




Recuerdo que la besé con ternura, como supongo lo haría su padre todas las noches e igual que él llevé la punta de mi verga hasta el punto más caliente de la entrepierna de Janica, ese del que había tomado sus jugos con la boca. Respiré profundamente y con un golpe de cadera suave fui introduciendo poco a poco mi pene en ella. Tuve mucho cuidado, lo último que quería era lastimarla. Paradojas de la vida aguantó mucho mejor el acoso de mi verga que el de mi lengua. Su entraña se fue abriendo poco a poco al paso de mi cipote hasta llegar a un momento crítico: mi ariete se atascó a medio camino. Ella no gritó, ni chilló, ni hizo amago de resistirse, simplemente cerró los puños con fuerza, como esperando una cuchillada por mi parte. Supongo que ya le habría pasado otras veces follando con hombres adultos que estos perdiesen la paciencia y salvasen aquel contratiempo utilizando la violencia.

- Tranquila – le susurré al oído dándole besitos en el cuello -, tranquila… relájate.

Opino que en estas ocasiones utilizar la fuerza bruta puede tener consecuencias nefastas y echar al traste la cópula. Sé que es difícil contenerse en ese momento y no dar rienda suelta a los instintos. Sencillamente me detuve y dejé que la naturaleza siguiese su curso. Sin sacarle la polla sentí sus contracciones íntimas, minúsculos espasmos que provocaron cierta lubricación natural y que resultaron ser la llave al paraíso.

A partir de ese momento todo fue más sencillo, algo extraordinario, casi mágico. Pude gozarla plenamente, siempre dentro de unos límites. No logré metérsela entera pero sí lo suficiente como para sentir un placer infinito. Su interior ardía y esa calidez preadolescente es adictiva para un pervertido como yo: siempre quieres repetir cuando la has probado una vez, es como la peor de las drogas.

Tras unos minutos de total acoplamiento, tal vez influida por sus experiencias previas, Janica intentó moverse bajo mi cuerpo dentro de sus limitaciones, quizás con la intención de que yo incrementase el ritmo e intensidad de la cópula, como si quisiera demostrarme de que era capaz de asimilar mayor porción de verga. Al ver que yo no entraba al juego se rindió al ritmo pausado e intimista de mi cópula, un menos es más que sencillamente la desarmó. No se trataba de hacérselo rápido sino de hacérselo bien. Su vagina enseguida me transmitió sus contracciones y la manera que tenía de aferrarse a mi cuerpo y atraerme hacia ella era sencillamente deliciosa; no soy de esos que cuentan los orgasmos de sus amantes, pero sé que Janica lo pasó igual de bien que yo aquella tarde en el rincón secreto del Parque Sur.

Alargué la cópula tanto como me fue posible, quise gozar el momento. Cuando mis fuerzas estaban a punto de desfallecer se lo eché todo dentro; se estaba tan a gusto en su vientre que no quise eyacular en otro sitio. Sé que correrme en su cara, conminarla a hacer gárgaras con mi esperma, pringarle las tetitas de semen o incluso cubrirle el ojete y el sexo de lefa hubieran estado bien pero cuando todas las alternativas son buenas los remordimientos no tienen razón de ser.

Permanecí unos momentos quieto deleitándome con el copioso trasvase de fluidos hasta que mi pene perdió el vigor. Cuando recuperé el aliento me incorporé lentamente. Me costó hacerlo, sudábamos tanto que nuestros cuerpos prácticamente se habían quedado pegados el uno al otro.

Invertí unos segundos en mirarla, realmente era una criatura extraordinaria y bella. La goma de su cabello no había aguantado en envite y su melena rubia caía de manera desorganizada sobre su cuerpo todavía a medio hacer. El chupachups yacía ya fuera de su orto sobre la toalla y de su sexo brotaba un grumito blanco y viscoso. La ausencia de sangre tal vez hubiese desagradado a algunos de mis compañeros del grupo, aunque a mí era un detalle que me agradaba. Estaba preciosa.

Asiendo mi miembro viril dudé si llevar a cabo la última fase de mi plan. Acostumbraba a proponérselo a prostitutas adultas, incluso la ilusa de mi secretaria accedía a hacerlo si insistía un poco, aunque jamás lo había consumado con una niña hasta entonces y la sola posibilidad me volvía loco.

- Vas a hacer pipí sobre mí, ¿verdad? – preguntó sin más al colocarme sobre ella apuntándole a la cara.

Reconozco que me sorprendió la crudeza y determinación de su pregunta.

- ¿Y cómo lo sabes?

- Me lo dijo mamá en polaco– prosiguió abriendo a la vez el sexo y la boca de forma pícara.

Como no me gusta juzgar tampoco consiento que me juzguen. Cada uno es dueño y responsable de sus perversiones y la mía era, es y será esa: la lluvia dorada. Y al que no le guste es su problema, no el mío. Para mí fue un momento inolvidable y nada ni nadie conseguirá ensuciar lo que yo considero un recuerdo mágico.

Janica no dejó de reír y chillar mientras le meaba encima. El juego consistió en un ejercicio de puntería que empezó en su sexo, siguió por sus casi inapreciables senos y concluyó en su cara. Ella, lejos de echarse atrás, incluso sacó la lengua mientras el chorro impactaba contra su paladar. Es más, ni siquiera dejó de partirse la caja cuando los tres que formaban el grupito de mirones que nos estaba espiando desde hacía un buen rato dejaron de darse placer a mi costa, se acercaron todavía más y se pusieron a orinar sobre ella. La mujer fue especialmente sucia ya que colocó su propio sexo unos centímetros por encima del rostro de Janica y se lo echó todo en la boca.

Uno de ellos inmortalizó el suceso con el teléfono móvil, un video que corrió por nuestro chat como la pólvora y que, lejos de perjudicar la reputación de Janica sin duda hizo que su cotización subiese como la espuma, una espuma amarilla y olorosa como la que llenaba su boca en ese momento. Incluso se unió a la fiesta uno de los sodomitas, circunstancia que aproveché para susurrarle una orden al niño recién enculado:

- Ve a buscar a su mamá. Dile que venga y te doy ese chupachups – le dije señalando el dulce de palo que minutos antes Janica había alojado en su intestino.

Esquivé como pude su mirada de reproche de la mamá de la pequeña prostituta al ver el aspecto deplorable de su niña y me la llevé a un lado, lejos de oídos indiscretos. Fue ahí cuando le expuse mi propuesta, incluida la parte económica. Como esperaba la cifra le hizo dudar.

- No sé… debería hablarlo con mi marido.

- Hazlo.

- ¿Y no podía ser el fin de semana que viene? Es algo precipitado, necesito tiempo para convencerle. No le gusta estar separado de la niña tanto tiempo.

Me solidaricé de inmediato con el padre de la criatura. Nadie en su sano juicio querría alejarse de semejante prodigio. Aun así, no estaba dispuesto a transigir en nada más.

- No. Tiene que ser este.

- Está bien, lo intentaré.

Yo estaba de los nervios. No había forma de entender nada de la inteligible charla telefónica y la joven no expresaba emoción alguna. Por fortuna para mí, a diferencia de lo que solía suceder en mi trabajo, el veredicto no se alargó demasiado:

- Dice que sí…

- ¡Genial! – la interrumpí.

- … pero…

- ¿Pero?

- … con la condición de que donde vaya ella voy yo…

Como buen putero observé con detenimiento la nueva mercancía. Lo cierto es que la mamá era tremendamente atractiva y bastante joven. Sus rotundos senos desnivelaron la balanza a su favor.

- Sin problemas.

- … y que por tanto el precio debe ser el doble.

No pude por menos que sonreír. Ganaba yo más en una mañana que lo que me iba a costar pasar el fin de semana con esa extraordinaria niña y su voluptuosa mamá, gastos de hotel incluido. El único de mis problemas era que debía pasarme por la farmacia en busca de pastillitas azules antes de encamarme con aquel par de espectaculares hembras si no quería pinchar en hueso o acabar en la morgue de un infarto.

El fin de semana fue increíble, aunque forma parte de otra historia que tal vez algún día cuente. Jamás había sido fan de las relaciones lésbicas hasta que vi a aquella madre y su traviesa hija en acción. Sólo diré que no pisamos la calle, que abusamos del servicio de habitaciones, que recargamos varias veces el mini bar, que la memoria de mi móvil estaba hasta los topes el lunes siguiente de fotos de aquel par de rubias gracias a un módico suplemento, que ni el culo de Janica ni el de su mamá ya no tuvieron secretos para mí a partir de entonces y… que no hice pipí en el inodoro ni una sola vez.

Me gustaría decir que aquella experiencia se repitió y que me follé a Janica y a su mamá un montón de veces más pero no fue así. Pocas semanas después de aquel inolvidable encuentro la niña desapareció con la misma discreción con la que había aparecido. Ya no se la volvió a ver más por el Parque Sur, tal vez su papá se cansó de compartirla con otros hombres, me temo que jamás lo sabré. No obstante, su trono no pasó mucho tiempo vacío, una vivaracha pelirroja de lengua juguetona ocupó su lugar. Después reinó una mulata de profundo trasero y tras ella otras más, pero ninguna comparable a Janica. La saga prosiguió hasta que un hijo de puta del ayuntamiento decidió remodelar el Parque Sur y destrozar nuestro querido paraíso por siempre jamás.

Ironías de la vida, en el mismo lugar en el que mis colegas y yo nos follábamos a las niñas ahora se levanta un geronto parque plagado de viejos.

Puta vida.

FIN.


Comentarios

  1. Hola, muy buen relato, al principio dices que esta inspirado en los relatos de Verónica, supongo que debe tener más de estos, donde puedo leerlos? Pues me gustó mucho este relato, gracias y buen dia

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    1. Los relatos de Veronicca pueden leerse libremente en la página https://javichuparadise.com/foro/forums/relatos-eroticos.103/ Hay que buscar un poco... pero ahí están todos, que yo sepa. Disfrútalos.

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  2. Espectacular relato. Sumamente excitante y depravado, ojala hubieras extendido algo mas la sesión con madre e hija, pero en cualquier caso un relato excepcional

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    1. Muchas gracias por comentar. Dejé el final algo abierto por si en algún momento me apetecía la idea de seguir con ese tema. Lástima que tengo demasiados frentes abiertos y ya no escribo con la asiduidad de antes.

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