No es mi intención parecer la persona más sociable del mundo, no me importa reconocerlo. Soy un ser huraño que no se relaciona con los vecinos, de esas personas que cuando se mueren pasan semanas hasta descubrir el deceso. Sería fácil echarles la culpa a los demás, decir que son unos pesados metomentodos y ruidosos, que me hacen la vida imposible aunque no es el caso. El poco trato que he tenido con ellos desde hace cinco años, el tiempo que llevo viviendo aquí, ha sido de lo más agradable. Incluso me trajeron unas pastas y algo de café el día que me instalé, cosa que ni siquiera agradecí con un gesto similar. Creo que ni les di las gracias.
Así soy yo.
Es por eso que, cuando una tarde sonó el timbre de mi ático y vi a través de la mirilla a la hija de los del quinto ataviada con una especie de uniforme verde, pasé de abrir. De no haber sido por el contundente y escueto improperio que ella soltó ahí hubiese terminado todo:
- Abre, joder. No seas borde – gruñó -.
Me picó la curiosidad y sobre todo la verga: la niña tenía un buen culo, soy antipático, no ciego; ya la tenía controlada gracias a nuestros esporádicos encuentros en el ascensor.
- ¡Ya era hora, capullo! – Me dijo enfadada una vez atravesó el dintel con rapidez.
Venía cargada de bolsas dentro de las cuales se agolpaban de manera desordenada multitud de paquetitos que identifiqué como galletas.
Sin pedir permiso se derrumbó en mi sofá y las pastas cayeron por todos los lados.
- ¡Uff! ¡Estoy muerta…! – Dijo mientras se quitaba el calzado con dificultad -. Sólo a mí se me ocurre estrenar botas el día de salir a vender esas putas galletas de las narices. Además apenas las compran, a nadie les gustan y no me extraña. ¡Son asquerosas!
No pude por menos que esbozar una sonrisa. Si como intuía pretendía endosarme alguna de aquellas cajas no se podía adoptar una peor estrategia de ventas. Echar por tierra el producto que uno defiende no es una buena opción.
- Perdona… ¿tú eres?
- ¿Qué? - dijo mirándome con cara de incrédula - No me vengas con esas, sabes perfectamente quién soy. Nerea… la del quinto. Venga, no te hagas el tonto y no me jodas. ¡Si no paras de mirarme el culo cada vez que paso a tu lado! Aunque te advierto que cualquier día papá se dará cuenta de cómo me miras y tendrás problemas. Es militar… ¿lo sabías? Y está un poco loco… te lo aviso.
Realmente no sé qué me aterró más: ser un libro abierto para aquella lolita o que su papá me pillase echándole miraditas a su trasero.
- Por mí tranquilo, no diré nada. Este bloque está lleno de pervertidos: el conserje se queda mis braguitas cuando se caen al patio de atrás y los mocosos del piso de al lado no paran de espiarme por la ventana cuando me desnudo. Tú al menos te conformas con mirarme el trasero y no como ese salido del cuarto que me lo toca cada vez que puede.
Hice un esfuerzo mental por identificar a tal sujeto hasta que al final di con él.
- ¿El de la silla de ruedas?
- Ese. No tendrá piernas pero las manos… las tiene muy largas.
- Vaya con el abuelete.
- Sí, sí… ya ves. Dice la bruja de su mujer que chochea aunque… de eso nada. Te lo digo yo. Ese es más listo que el hambre…
Esta vez no pude reprimir la risa. Aquella jovencita de piel clara, larga cabellera ondulada y oscura, gafas de pasta y dulce culito era todo un torbellino, no cabía la menor duda. Tendría por aquel entonces unos dieciséis años, diecisiete a lo sumo. No soy adivino, bastaba con mirar la carátula de sus libros de texto cada vez que me cruzaba con ella.
- ¿En qué puedo ayudarte…? ¿cómo has dicho que te llamas?
- ¡Nerea!
- ¿En qué puedo ayudarte, Ne… re… a?
Repetí con sorna.
- Quiero que me ayudes. Estoy harta de ir de aquí para allí vendiendo esas putas galletas… ¡Lo odio!
- ¿Y si no te gusta, por qué lo haces?
- ¿Hacerlo? Para conseguir dinero… dinero para el viaje, está claro.
- ¿Dinero? ¿Viaje? ¿De qué narices me hablas?
- Pues como puedes ver – dijo señalando la insignia de su camisa -, pertenezco al grupo de Girl Scouts del barrio, soy una de las capitanas. Sí, ya sé que suena patético. Ya sabes, tonterías de mi padre.
- De eso ya me había dado cuenta pero…
- ¿Me dejas hablar? ¡Y luego me dicen que la que habla por los codos soy yo!
- Vale, vale… - Dije dándome por vencido.
Llegué a la conclusión de que, si quería que me dejase en paz, lo mejor era que la dejase explayarse a gusto.
- Cada Semana Santa se organiza un encuentro, una “quedada” de Scouts en un punto de España… ¡Este año es en Gran Canaria! ¿Te imaginas? Calorcito, playa, botellón… ¡fiesta! ¡Sí!
- Sí… sí… comprendo. Bueno, no. No me entero de nada. – Dije encogiéndome de hombros -. Me parece muy bonito eso del viaje pero, ¿qué pinto yo en todo esto?
- Para financiar el viaje vendemos esa asquerosidad de galletas. Ya le decimos a la coordinadora que son una mierda aunque creo que se las hace una prima suya que es lesbiana y …
- Ya… ya… - decidí cortar su cháchara ya que había comprobado que tendía a dispersarse hasta el infinito y más allá -. Corta el rollo. Repito, ¿qué pinto yo en toda esta movida?
- Pues es fácil. Vives en el ático y he visto tu coche… está claro que tú tienes pasta, ¿no?
- Bueno, no puedo quejarme.
Dudó un instante en continuar, al final se decidió.
- Y te gustan las chicas… jóvenes… – dijo guiñándome un ojo -. No me mientas… que se te nota. Ahora mismo no paras de mirarme el escote… ¡pervertido!
- ¡Pero bueno…! - Dije muy molesto ya que por una vez aquello no era cierto. Realmente aquella jovencita sabía cómo sacarme de mis casillas - ¡Ya es suficiente… largo de mi casa!
- Venga, venga… no te enfades. Era una broma.
Yo estaba furioso, casi a punto de utilizar la fuerza para sacarla a empujones de mi vivienda cuando continuó:
- Y eres de los que no te importa pagar por tener sexo… ¿me equivoco?
Aquella frase me dejó helado. No imaginaba que esa niña estuviera enterada de ese sórdido detalle de mi existencia.
- No me mires así, con cara de idiota. Me he juntado unas cuantas veces en el ascensor con unas chicas que no tenían aspecto de quererte hacer una encuesta. Con esas minifaldas y esos escotes… llevaban “soy puta” escrito en la frente.
- Pe… pero…
- No tienes mal gusto, lo reconozco: eran todas unas auténticas bellezas. Se nota que te van las prostitutas caras y con clase.
Yo estaba bloqueado. No podía creer lo que aquella mocosa estaba diciéndome ni el tono barriobajero que utilizaba. Era como si mi vida privada no tuviese secretos para ella.
- ¡Vivo en el piso de abajo, gilipollas! – me gritó entre risas con cierto reproche en su tono - ¡Mi cuarto está justo debajo del tuyo, joder! ¡Si hasta tengo que ponerme los auriculares para poder estudiar cuando tienes… “visita”… je, je… Hay que ver cómo gritan esas perras. ¿Cuánto más escándalo, más pasta? ¿Así va eso?
- No… no sé de qué me estás hablando…
Mi tono fue torpe y poco convincente. Lo cierto es que no tenía por qué darle la menor explicación de mis actos a aquella mocosa entrometida que se había colado en mi casa de improviso.
- Vengo a ofrecerte un trato. Al fin y al cabo todos sacaremos beneficio. Tú, yo e incluso ellas. Harán lo que yo les diga para conseguir dinero, están muy motivadas…
- Espera, espera… ¿ellas? - dije totalmente anonadado.
La chica hablaba atropelladamente y yo tampoco estaba demasiado lúcido aquel día.
- Claro… las otras, las chicas que llevo en mi grupo. Todavía les faltan por vender un montón de galletas. Ya estoy harta de ir de un lado para otro acompañando a esas mocosas por todo el puto barrio para nada.
- Vaya… - apunté yo algo frustrado - Creí que simplemente tú querías colocarme estas…
Dije señalando el montón de paquetes que caían por todos los lados.
- ¿Esas? – Dijo ella volviendo a sonreír -. A mí no me hacen falta compradores, yo ya tengo mis propios… clientes. Estas son para el abuelo toca culos…
- ¿Todas?
- Todas. A ver si te crees que ese cabronazo va a salirse de rositas. A mí nadie me toca el culo como si nada. Le voy a sacar hasta el último céntimo a ese hijo de puta.
- Vaya. ¿Y qué opinará la bruja de su mujer cuando las vea?
- ¿Y a quién le importa esa vieja?
La joven era como una tormenta de ideas mal planificada, con pedrisco, rayos y truenos. Al final, para que dejase de calentarme la cabeza accedí aun sin saber muy bien cuál era su propuesta.
- ¿Entonces?
- ¡Que sí, que sí! Ahora, lárgate… tengo cosas que hacer.
- ¿Ah sí? ¿Ver porno?
- ¡Fueraaaaa!
Cuando Nerea se largó no pude dejar de pensar en su loca propuesta. Después, con la mente más sosegada llegué a la conclusión de que todo había sido una broma y de que aquella jovencita tan solo había querido reírse a mi costa. Cuando al día siguiente apareció en mi casa acompañada por otra chica uniformada por poco me da un síncope.
Tuve que llevarla a la cocina para decirle lo que pensaba de todo aquello en privado:
- ¡Tú… tú estás loca! – Le dije fuera de mí.
Tenía unas ganas salvajes de estrangularla.
- ¿Por qué? Pensé que estaba todo claro. Tú pones la pasta, yo pongo las chicas y asunto resuelto.
- ¿Tú la has visto? ¡No es más que una niña!
- ¿Y? Está como loca por ir a Canarias…
Yo negaba con la cabeza. Ni en sueños me imaginaba que Nerea fuese en serio y menos que apareciese con aquella chiquilla de cabellos dorados, mirada dulce, labios carnosos y dientes ligeramente separados.
- ¿Cuántos años tiene? ¿Quieres que termine en la cárcel?
- No recuerdo... espera un momento…
Y sacando la cabeza por la puerta lanzó un berrido que probablemente resonó por todo el edificio:
- Jana, zorrita… ¿cuántos años tienes?
- Once… - respondió una vocecita desde mi salón.
- Once. No lo recordaba exactamente... llevo chicas de entre catorce y once… e incluso un par de gemelas chinas de diez que son dinamita…
- ¡Esto es una locura! – dije muy exaltado -. Dile que se vaya ahora mismo… mejor os largáis las dos y no volvéis más.
- ¿Por qué? ¿No te gusta? No me digas que no es incluso más bonita que esas chicas súper maquilladas que vienen a verte. Si lo que te preocupa es su edad puedes estar tranquilo, apuesto a que no hay nada que puedas enseñarle. El sexo para las niñas de ahora es algo de lo más normal. Tampoco hay que montar un escándalo por tan poca cosa, lo hacen con todo el mundo. Si hasta a algunas sus mamás ya les dan pastillas para no tener un disgusto. Tendrías que ver sus móviles: alucinarías con lo que hay allí dentro...
Me sentí superado, si aquello era una broma se estaba pasando de castaño a oscuro. De hecho estaba decidido a mandarlas a las dos a la mierda cuando entré en el salón y vi a la rubita sonriéndome de pie, tal y como su mamá la trajo al mundo. Me miraba de una forma tierna que jamás podré olvidar, parecía un ángel, sólo le faltaban las alas y todavía no estoy seguro de que no se le hubiesen caído por algún rincón de mi salón.
Era como una estatua de porcelana, con piel muy clara y brillante. Era realmente una niña, desnuda no engañaba a nadie. Su juventud saltaba a la vista.
Pese a que cruzaba los brazos por la espalda y erguía su busto intentando aumentarlo a la tal Jana apenas le sobresalían las tetitas del pecho. Las areolas eran también pálidas con unos granitos prominentes en el centro que hacían las veces de pezón erecto. Al bajar la mirada, me encontré de bruces con un ombligo emergiendo de su vientre plano. Continué descendiendo y descubrí su sexo lampiño, tremendamente abultado, con la rajita perfectamente visible muy marcada.
- Hola. – Dijo sin más.
Jana mostraba su cuerpo desnudo por completo ante mí, sin hacer la mención alguna de intentar ocultarlo. No estaba estática, se mecía ligeramente como acunándose, muestra sin duda de su mal disimulada inquietud. Con el paso de los días y conforme fui conociéndola supe distinguir que ese movimiento no era un signo de nerviosismo o de miedo sino de ansiedad: le encantaba follar, sobre todo con hombres mayores.
Y por si quedaba alguna duda acerca de sus intenciones para conmigo le preguntó a Nerea:
- ¿Se la chupo ya?
Soy un tipo de verbo fácil aunque puedo jurar que aquel día me quedé mudo delante de aquella niña desnuda e inquieta.
- Espera, no seas ansiosa. Deja que te vea un poco.
- Pe… pero… - comencé a tartamudear.
- Ya te dije que mis chicas están muy motivadas. – Me explicó Nerea con total naturalidad al ver mi rostro en pleno proceso de descomposición.
La escena que sucedió la recuerdo como un sueño, no como una pesadilla sino más bien como todo lo contrario. Sin saber muy bien cómo me vi sentado en el sofá de cuero junto a mi cartera vacía, con los pantalones a la altura de los tobillos y aquella niña succionándome la verga con una facilidad pasmosa. Verdaderamente ponía mucha pasión en lo que hacía y tampoco estaba exenta de pericia. Bastaron tres o cuatro jaladas para corroborar que no era primeriza en aquellas lides, más bien al contrario: su habilidad y determinación fueron lo suficientemente intensas como para convencerme de que había nacido para aquello.
Jana era una fiera con la boca, movía la cabeza de un lado a otro. Su capacidad de salivar era prodigiosa, casi tanto como su facilidad para violentar su glotis con la punta de mi balano. Como es lógico, por muchas ganas que le pusiera en la mamada, su edad y su tamaño le impedían llegar a jalarse mi verga tan siquiera mínimamente por la garganta pero hasta un ciego podría darse cuenta de que sólo era cuestión de tiempo para que se convirtiese en una traga sables de primera fila.
Nerea, por su parte, no parecía darle la mayor importancia a lo que estaba pasando frente a ella. Estaba enfrascada chateando a través de su teléfono móvil.
De vez en cuando levantaba un ojo y me preguntaba:
- ¿Qué tal lo hace? Es buena, ¿verdad? Ya te lo dije…
El calificativo de “buena” se quedaba a todas luces corto para definir las habilidades orales de la pequeña Jana. Su boca, aparentemente dulce y minimalista, era toda una locura. La combinación de sus labios carnosos, su lengua inquieta y su facilidad de succión me proporcionaron una mamada fantástica, digna de la más cara de las putas.
Recuerdo que me volvió loco el ver cómo me agarraba la verga a modo de micrófono y preguntaba de vez en cuando mirándome con carita de no haber roto nunca un plato:
- ¿Te gusta cómo lo hago?
Sin esperar respuesta volvía a la carga con avidez desbordada. Golosa, ponía tanto énfasis en la mamada que de vez en cuando abarcaba más de lo que su cuerpo admitía y se atragantaba. Cuando esto sucedía no permanecía quieta en absoluto. Se tomaba un tiempo de descanso activo, recorría mi polla con la lengua desde las pelotas hasta la punta, sorbía las gotitas blancas que brotaban de su abertura sin el menor reparo para luego, una vez neutralizada la arcada, volver a ensartársela hasta el fondo con renovados bríos.
Aquella niña era todo un prodigio limpiando los bajos, puedo dar fe de ello.
Yo no podía decir nada, bastante hacía con aguantar la corrida con todas mis fuerzas. El mayor esfuerzo que podía hacer era apartarle el pelo para verle la cara mientras me la chupaba. La visión de la chiquilla de dorados cabellos en plena faena era tremendamente erótica y turbadora. Respiración entrecortada, ojos cerrados, pómulos hinchados y enrojecidos, jugos preseminales mezclados con babas resbalando por su carita , incluso borbotones cayendo de vez en cuando por la comisura de sus labios…
Todo eso conjugado le daban un aspecto obsceno y angelical al mismo tiempo. Una auténtica delicia para los ojos.
Qué quieren que les diga: Jana no era la fruta prohibida, era el árbol del Edén al completo. Todavía me duelen los huevos cuando pienso en ella y en los litros de lefa que pudo llegar a sacar de mi cuerpo aquella cría durante los meses siguientes a aquel primer encuentro.
Llegó un momento en el que podría decirse que mi presencia allí era superflua. Era algo personal entre la pequeña mamona y el chupete de mi entrepierna. El combate iba igualado aunque la niña tenía un as en la manga: se ayudó de sus dedos, acariciándome los testículos suavemente y con sólo eso desequilibró la balanza. Ya estaba a punto de firmar mi rendición y dárselo todo en la boca cuando Nerea intercedió en mi favor dándome una tregua:
- Niña, ese imbécil ya está a punto, ¿no te das cuenta? Luego te quejas de que no te duran nada. Fóllatelo y termina con él de una puta vez. Tenemos que hacer varias visitas más y hay que llegar a tu casa antes de que lo haga tu mamá… se supone que estás castigada por lo del otro día, ¿recuerdas? – Dijo la joven sin dejar de mirar el móvil -. Te dije que no guardases fotos tuyas en pelotas en el móvil… pero tú, ni caso…
- ¡Sí, sí… ya voy! – Dijo la niña ansiosa por obedecer a su capitana.
Y con la agilidad propia de una felina se colocó sobre mí y, abriendo mucho las piernas, buscó de inmediato mi verga con sus manos. Su cabello color paja rozó mi cara, su fragancia infantiloide narcotizó mi nariz mucho más que el caro perfume de las prostitutas de lujo que solían visitarme. Fue entonces cuando verdaderamente fui consciente de la disparidad de tamaños entre nosotros. Peleaba por insertarse la verga por el coño y aun así la parte superior de su cabeza apenas me llegaba a la barbilla. Era una niña pero sabía lo que a su pequeño cuerpo le gustaba, parecía ansiosa por empalarse con mi rabo.
En otras circunstancias el paso previo a la penetración hubiese sido un tórrido beso de tornillo y algún que otro magreo de tetas aunque la chiquilla no tenía tiempo para eso… ni yo tampoco: mi lado más animal dominaba mis actos. Lo único que me interesaba era metérsela bien adentro, sentir su angosta vagina envolviendo mi falo, dándome placer… y cuanto antes mejor.
La mamada me había puesto más caliente que el palo de un churrero y nada mejor que el coñito infantiloide de aquella jovencita para aliviarme.
Quizás por eso no esperé a que ella acertase a meter mi llave en su cerradura y la alcé como si fuese una pluma para dejarla caer lentamente en el lugar adecuado. Lanzó un chillido cuando mi cipote comenzó a abrirle la entraña pero eso no me detuvo. Tampoco ella hizo mención alguna de resistirse, no hizo nada por impedir que la penetrase. Es posible que al principio le doliera a rabiar pero no había más que ver cómo se contorsionaba para que le entrase la polla más adentro para saber que poco duró su tortura. Al poco tiempo sus gemidos me hicieron saber que disfrutaba tanto o más que yo.
En cuanto le metí el primer centímetro de polla por su agujerito noté que Nerea no me había engañado: aquella preadolescente no era virgen, ni mucho menos. Tendría aspecto de niña buena pero sus reacciones en nada diferían a las de una mujer adulta: estaba ansiosa por ser montada.
Tampoco hay que sacar las cosas de quicio, no soy un animal desalmado, ni siquiera en esos momentos cuando estoy cachondo como un mandril salido. Sobre todo porque follarse un coñito estrecho, pese a estar muy dilatado y dispuesto como era el caso, puede parecer de lo más apetecible pero también resultar peligroso. Un mal giro, un mal gesto, una mala postura y la cosa se tuerce. Y cuando la cosa se tuerce… duele. Y cuando la cosa duele… duele mucho.
Así que, consciente de las dificultades inherentes a la diferencia de tamaños, en un primer momento busqué simplemente el acoplamiento, sin nada de florituras. No fue fácil, la diferencia de volumen entre mi falo y su vulva era considerable. Cuando logré introducírsela un poco más adentro todo fue más sencillo, la naturaleza es sabia e hizo el resto. La fuerza de gravedad se alió con la elasticidad de su coño, la dureza de mi verga y sus jugos más íntimos. Estos fluían copiosamente, lubricando el encuentro.
Al poco tiempo de movimientos acompasados todo fue mágico, uno de los mejores polvos de mi vida. Creí que se me iba la vida por la punta de mi estoque.
Intuí que la dulce Jana había catado multitud de vergas antes de darse un homenaje con la mía. Hacía cosas increíbles que sólo se consiguen con mucha práctica, diabluras con las paredes de su vagina que no se aprenden echando un polvo rápido con un adolescente primerizo. Sabía perfectamente lo que hacía. Como Nerea había dicho poco o nada tenía yo que enseñarle.
Superada por mi determinación ella se dejó hacer. Quizás en un primer momento tuvo la intención de marcar el ritmo pero fui yo el que llevó las riendas de la cópula. Agarraba su culito con las manos, apretándolo con fuerza, y utilizaba su vulva para darme placer en el capullo mediante penetraciones lentas y profundas. Ella se limitaba a acurrucarse contra mi pecho y lanzar guturales sonidos cada vez que mi cipote rellenaba por completo el hueco de su vulva. Ronroneaba como una gatita.
En la pugna por ver quién aguantaba más mi falo resultó victorioso, noté cómo su vagina se contraía varias veces señal de que la pequeña Jana había implosionado por dentro. Por si quedaba alguna duda me lanzó una dentellada que dejó impresa su dentadura en mi pecho, cosa que me dolió… y me encantó a partes iguales.
No me esperaba tal declaración de guerra. Yo quise vengarme y lo que hasta entonces había sido una plácida follada se transformó en un contundente polvo aunque sin desbocarme por completo. Mi cambio de actitud la pilló de improviso, no se esperaba tanta firmeza. Parecía una marioneta en mis manos, botando inerte al son que yo marcaba, gritando cada vez más fuerte. Quizás me hubiese conformado con imprimir un ritmo constante y rellenarle el coño de esperma sin más pero alcé la mirada y vi a Nerea mirándonos con la boca abierta y una expresión alucinada que jamás olvidaré. Parecía que por fin había encontrado algo mucho más interesante que su puto teléfono móvil. Inclusive se agachaba de manera inconsciente para tener un mejor ángulo de visión de la follada.
- ¡Acércate y mira! – Le ordené.
En otro momento supongo que me habría mandado a la mierda pero en aquel instante la curiosidad venció a la arrogancia y poco menos que se arrastró hacia el sofá hasta que su cara quedó a un par de palmos de nuestros sexos.
Confieso que entonces quizás sí fui violento. Quiero pensar que me exaltó el verme tan intensamente observado por ella follándome a aquella chiquilla. Lo cierto es que perdí la cabeza y Jana fue la pagana de mis excesos. Tiré de ella hacia abajo y se la clavé lo más que pude, la niña gritó como una loca y no era para menos: no estoy especialmente dotado pero la cantidad de polla que le inserté teniendo en cuenta su tamaño era considerable. A mí también me dolía el miembro, las paredes de su vagina ya no daban más de sí lo que me provocaba contorsiones antinaturales en el pene pero, a pesar de ello, yo seguía penetrándola con fuerza bajo la atenta mirada de Nerea.
Por fortuna para todos, y después de unos minutos de dulce tortura, mi falo comenzó a eructar esperma a diestro y siniestro lo que hizo disminuir su tamaño. La cantidad de fluido fue tal que creo que una andanada de semen alcanzó la insignia de la camisa de Nerea e incluso parte de su rostro.
Jana cayó a plomo sobre el sofá y comenzó a sollozar con las manos enroscadas alrededor de su vientre. Avergonzado y culpable, me incorporé como un zombi dejándola allí tirada. Con la verga colgando me escondí en el baño cobardemente, intentando recuperar el aliento. En un momento dado vi sangre en mi falo y el saber que no era mía no me consoló en absoluto.
Todavía hizo que me sintiera peor.
No salí de mi escondite hasta pasado un buen rato, ya hacía tiempo que las chicas se habían ido, el ruido de la puerta de mi vivienda cerrándose ya me había avisado de tal circunstancia. Al volver al lugar del delito vi la enorme mancha de esperma trufado de rojo sobre el cuero y decenas de cajas de galletas por el suelo.
Recuerdo que no pegué ojo en toda la noche. Pensaba que, de un momento a otro, iban a aparecer por la puerta docenas de policías dispuestos a darme una paliza y llevarme a la comisaría… pero nada de eso sucedió.
Ser tu propio jefe tiene algunas ventajas, al día siguiente advertí de mi ausencia a uno de mis empleados y me quedé en casa con un sentimiento de culpa del tamaño de un elefante. Limpié todo lo mejor que pude y tiré a la basura las dichosas galletas. Ni siquiera tuve ganas de comprobar si eran tan horribles como aseguraba Nerea.
Pueden creerme o no pero les juro que me sentía fatal por lo ocurrido. No por haberme follado a Jana sino por cómo lo había hecho. Al fin y al cabo, por muy predispuesta que estuviese la niña a tener relaciones sexuales, la había tratado como a un despojo y eso no era justo… ni legal.
Por poco me meo encima al escuchar el timbre de mi puerta a media tarde. Ya estaba a punto de llamar a mi abogado cuando de nuevo escuché a mi vecina favorita berrear en el rellano.
- ¡Abre, joder! ¡Que soy yo…, hostia!
Al oír de nuevo su voz se me encendió la sangre. La creía en parte culpable de lo sucedido y pretendía decirle lo que pensaba de ella a la cara. De hecho comencé a hacerlo incluso antes de abrirle la puerta:
- ¡Estás loca! Y… y… y….
Y no pude decir nada más.
Y no pude decir nada más porque la jodida Nerea no estaba sola. La acompañaba una mulatita de rasgos sudamericanos con larga cabellera negra y lisa, con los ojos profundos y oscuros como mi alma. Tenía la dentadura más blanca que jamás he visto y la mostraba de manera generosa tras sus labios pintados de rosa ya que reía ampliamente. Ni qué decir tiene que, al igual que Nerea o Jana el día anterior, llevaba el mismo uniforme en ese horroroso tono caqui. De inmediato distinguí una diferencia notable con la pequeña Jana: si bien la morena no era mucho más alta que la zorrita estaba equipada con un par de tetas considerables, a años luz de los bultitos de la rubia e incluso muy superiores a los de su capitana. Además, estaba muy claro que ella conocía sus armas, el incipiente canalillo que dejaba verse a través del generoso escote de su camisa abierta más de lo reglamentario daba buena fe de ello.
- Hola, me llamo Lucy… encantada de conocerte – dijo con un acento dulce que quise identificar como colombiano.
Y sin esperar respuesta entraron las dos en mi casa, cogidas de la mano, como si de un vendaval se tratase y con una enorme bolsa repleta de galletas.
De nuevo como el día anterior llamé a Nerea a capítulo en la cocina.
- ¡¿Pero qué haces aquí otra vez?!
- Pues ya te dije… galletas… viaje… dinero… ¿recuerdas?
- Pe… pero… ¿Y si le hago daño? ¿y si sucede lo que pasó con Jana?
- ¿Jana?¿Te preocupas por esa zorra?
- Bueno… - Reconozco que no me esperaba yo tal insulto por parte de la joven hacia su compañera.
- ¡He tenido que mandarla a la mierda. ¡Quería volver hoy otra vez a follar contigo! ¡Se quedó encantada! Y no me extraña… vaya polvo que le echaste… cabrón.
Por primera vez desde que la conocía se quedó sin palabras y roja como un tomate.
Abrí la boca con intención de sonsacarle más información acerca del estado de la niña cuando la tal Lucy apareció por la puerta de la cocina. Tan sólo llevaba puesta la corbatita de su uniforme y, al verla, se me olvidó de un plumazo cualquier referencia a cuerpo que no fuese el suyo. Mi intuición no me había fallado: tenía un par de tetas soberbias decoradas con unos pezones oscuros y la curva de la cadera espectacularmente perfilada que, junto con el tono tostado de su piel, me pusieron de cero a cien más rápido que un Ferrari.
- ¿Pasa algo? Tarda mucho, papi … - me dijo pícaramente con su eterna sonrisa- ¿acaso no quiere mis… galletas?
En cuanto la chiquilla comenzó acariciarse los pezones mis temores y reticencias desaparecieron: estaba claro que el plano fundamental de mi dieta a partir de entonces iba a ser aquellas repulsivas pastas y no me importó en absoluto. Comí tantas durante aquella época que incluso llegaron a gustarme.
- ¿De verdad quieres que me la lleve de aquí? – Preguntó Nerea burlona ante el efecto que Lucy causó en mí.
- ¡Ni hablar! -Dijeron mi polla y mi boca a la vez.
Reconozco que me quedé con las ganas de metérsela por el coño hasta la empuñadura a Lucy la media docena de veces que pasó por mi casa antes de la fecha del viaje a las Islas Canarias pero la niña era virgen y quería seguir siéndolo hasta su fiesta de quince. Por lo visto, un tío lejano suyo era el que corría con todos los gastos de la fiesta a cambio de ser obsequiado con el “primer baile horizontal” de la joven. También es justo reconocer que, una vez satisfecho el compromiso familiar, la chica se puso al día conmigo casi de inmediato. De hecho es la única de aquellas muchachas con la que sigo teniendo contacto y, pese a que en la actualidad está felizmente casada y se ha convertido en una sensual mamá, de vez en cuando se pasa por casa si va corta de dinero.
Volviendo al asunto que nos ocupa diré que el no poder gozar de su vagina aquellas primeras veces no fue ningún problema: sus visitas fueron tan satisfactorias como las del resto del variopinto grupo. La sudamericana me dejaba un dolor de huevos tal cada vez que se marchaba de mi casa que tenía que ponerme una bolsa de cubitos de hielo alrededor del escroto para calmar la hinchazón. No sé cuántas jodidas galletitas vendió aquella diosa en todo el barrio pero puedo asegurar que el departamento comercial que tenía en su pecho nada tenía que envidiar al de toda una multinacional y que la elasticidad de su ano le supondría una fuente inagotable de recursos de por vida.
Desde luego Lucy tenía dominada su rutina sexual como una gimnasta olímpica. Era, con mucho, la que más rápido me bajaba la bragueta de toda la pandilla de Scouts femeninas. Después me empujaba contra el sofá y procedía a rozar mi cipote con aquel par de contundentes pechos. Seguidamente se agarraba las tetas y lo abarcaba con ellas, frotándolo de arriba abajo con suavidad. Las palabras se me quedan cortas para describir las sensaciones que ese par de melones provocaban en mi polla, me la dejaban dura como el acero.
Yo estaba mudo mientras me acariciaba el rabo, en cambio ella no dejaba de hablar:
- Este papi tiene una rica verga, ¿no crees?
- Bueno… no está mal – contestó Nerea.
- Es bastante grande y él es tan guapo como dijiste… no me extraña que te sintieses atraída por él.
- ¡Te quieres callar de una puta vez!
Nerea no encajó bien la revelación pública de una conversación privada. Visiblemente enojada, se acercó a la morenita y, cogiéndola del cabello, le apretó la cara contra mi verga con violencia.
- ¡Chúpasela y deja de decir tonterías, puta! – le gritó con furia marcando el ritmo de la mamada mediante tirones de pelo.
Ni aun mamándome Lucy dejó de reírse. Yo creo que disfrutaba tocándole las narices a su capitana. Es más, estoy casi convencido de que la provocaba a propósito para lograr que explotase de ira y fuese violenta con ella. No pondría la mano en el fuego pero juraría que le iba la marcha desde jovencita. Todavía ahora es fácil encontrar marcas de golpes en su cuerpo, moratones e incluso quemaduras de cigarrillos en su piel.
Nerea estaba como poseída, yo le miraba a la cara mientras usaba la boca de su en teoría protegida para darme placer. Daba miedo la dureza con la que la trataba. Mi verga entraba y salía de los jugosos labios de la morena a una profundidad de vértigo. Recuerdo que golpeé varias veces su glotis e incluso la traspasé. Ella se contorsionaba aguantando el envite a duras penas y de sus labios brotaba una ingente cantidad de babas que resbalaban por su barbilla y le caían sobre los melones.
- ¡Eso es, zorra! – murmuró mi vecina mientras incrementaba el ritmo y la contundencia de las hincadas - Ya no te ríes tanto, ¿eh?
Lucy empezó a convulsionar, supe de inmediato que algo iba mal. Tuve el tiempo justo de sacarle la polla de la boca antes de que empezase a vomitar, de hecho ya había sentido un par de veces el inquietante roce de sus dientes en mi falo.
- ¡Joder! – Protesté al verme salpicado.
La chica no dejaba de toser, abriendo la boca intentando que el aire llegase a sus pulmones. Nerea no la dejó reponerse y utilizando de nuevo el tirón de cabello como método para imponer su voluntad la colocó recostada sobre el sofá, dejándome una inmejorable panorámica tanto de su sexo como de su trasero. Por si esto fuera poco la misma capitana, sin el menor decoro, separó las nalgas de la jovencita a su cargo ofreciéndome su ojete con avidez.
- ¡Házselo por detrás! – Me ordenó como si yo fuera otro más de sus súbditos- ¡Quédate a gusto!
Sus ojos hervían en sangre, parecía como poseída. Reconozco que me acojoné. Con el rabo duro no tuve valor de llevarle la contraria, simplemente actué. Agarré mi estoque, lo coloqué sobre el agujerito y presioné sin violencia pero con determinación. Para tranquilidad de mi conciencia comprobé aliviado que Lucy asimilaba la verga por la puerta trasera con cierta soltura, señal de que no era primeriza en esa variante del sexo. Supongo que fue la manera que encontró de dejar satisfechos a los muchos hombres que la rondaban sin rasgar su himen.
Tras unos primeros momentos de torpe sincronización la adolescente y yo fuimos uno. La parte media de la enculada fue fantástica: plena, profunda y gozosa para los dos. No sé si es debido a su vena masoquista pero puedo asegurar que jamás he conocido a una mujer más aficionada al sexo anal que Lucy. Sodomizarla era y sigue siendo toda una experiencia, siempre está dispuesta a poner el culo.
Ambos rompimos a sudar y los jadeos subían poco a poco tanto en volumen como en intensidad. De verdad que perdí olvidé todos mis problemas con mi rabo reptando en el intestino de la caribeña. Llegué a ese punto de control casi tántrico en el que sientes que puedes prolongar la cópula durante un tiempo infinito. Mi verga entraba y salía con una soltura pasmosa de su culo.
- ¡Qué rico! – Musitó la chica plena de verga; de nuevo sonriente y repuesta ya del mal trago.
Entiendo que el que los dos estuviésemos disfrutando de nuestro encuentro íntimo no fue del agrado de Nerea, recuerdo que pensé que ella sólo era feliz contemplando el sufrimiento ajeno. La perdí de vista un minuto y, como se dice vulgarmente, me la lio: a traición, me soltó una contundente palmada en el trasero justo en el momento en el que yo arremetía contra el de Lucy lo que me hizo perder el control de mis actos y se la clavé hasta el fondo.
- ¡Dale fuerte, joder! ¡Pareces maricón! – me dijo -.
La magia se quebró y el intestino de Lucy también. Sorprendido por la agresión le proporcioné más rabo del que podía asimilar. Noté cómo su ano se cerraba comprimiendo mi verga, multiplicando mi placer y a la vez su dolor.
- ¡Ah! – Chilló Lucy entre sollozos clavando los dientes en el sofá de cuero.
- ¡Pe… pe… perdón! – exclamé avergonzado y con la firme intención de dejar de encularla -.
- ¡No la saque, papi! – suplicó ella misma para mi sorpresa - ¡No la saque de ahí adentro, por Dios!
- ¿Có... cómo?
Fue Nerea la que me hizo ver la luz. Al girar la cabeza de su amiga con el correspondiente tirón de cabello pude contemplar que, lejos del llanto, Lucy se reía abiertamente; su cara era el vicio personificado:
- ¡Que le gusta que le den duro, joder! ¿Cómo quieres que te lo explique? ¿Te dibujo un croquis? ¡Esta guarra te está tomando el pelo! ¿No te das cuenta? – Gritó Nerea fuera de sí, muy enfadada - ¡No es más que una puta!
Reconozco que al escuchar la risa de Lucy me invadió un sentimiento de frustración, que se tornó en enfado par convertirse finalmente en ira. Lo acaecido el día anterior cona el coño de Jana fue un juego de niños en comparación con lo que le hice al culo de la jodida Lucy. Espoleado en mi orgullo le taladré el ojete con saña, fui tan intenso como pude, tenía la firme intención de lograr que no se pudiese sentar en un mes sin acordarse de mí.
Sinceramente… no creo que lo lograse. Y no fue por falta de esfuerzo ni ganas es que el agujero negro de Lucy era capaz de tragarse el universo entero. Juro por lo más sagrado que lo di todo, que le penetré el trasero de la forma más violenta e intensa que me fue posible y lo único que logré, tras una soberbia corrida en lo más profundo, fue un modesto suspiro de la adolescente y palabras hirientes para provocarme.
Ebrio de ira, seguí profanando su orto con fuerza. Buscando un modo de ensartarla con mayor intensidad y provocarle dolor pensé en tirar de su cabello hacia atrás. Supongo que fue entonces, al intentar dominarla a través de su pelo, fue cuando descubrí la corbata de su uniforme que todavía pendía de su cuello y descansaba sobre su espalda. Visto con la perspectiva que da el tiempo reconozco que fue una locura hacerle algo así a una cría de catorce años pero en ese momento no lo pensé, simplemente tiré con fuerza. Estoy convencido de que mi maniobra sorprendió a la muchacha. Al verse privada de aire se llevó las manos a la garganta para intentar liberarse lo que provocó que su esfínter se relajase todavía más y mi verga pudo alcanzar una profundidad extrema en su intestino. Por fortuna para ella y para mí la maniobra de ahogamiento no se prolongó mucho en el tiempo, fueron tan solo unos segundos de angustia para ella y de placer indescriptible para mí. Le rellené el trasero de esperma como si fuese un pavo del Día de Acción de Gracias mientras ella se convulsionaba buscando oxígeno.
- ¡Eso es, es! – recuerdo que murmuró Nerea - ¡Jódete, por guarra!
Ni Lucy ni yo podíamos hablar, derrumbados por el esfuerzo, caímos los dos al piso. A ambos nos faltaba el aliento por distintos motivos. El corazón golpeaba mi pecho como queriendo salir a galope.
Fue Lucy la que, pasados unos instantes, reaccionó primero. Sus ojos llorosos contrastaban con su inmaculada sonrisa al exclamar:
- ¡Hay papi es usted una maravilla! – dijo para mi sorpresa mostrándome su entrepierna - ¡míreme cómo me tiene!
Contemplé alucinado el sexo de la morena, babeaba mocos a diestro y siniestro. De hecho un hilito de flujo caía lánguidamente desde su vulva virginal hasta el suelo. Tuvo la deferencia de ofrecérmelo a mí primero:
- ¿Quiere lamerlo, señor?
Muy a mi pesar rechacé la invitación, sinceramente no podía más. Después le hizo un gesto de lo más explícito a su capitana para que tomase mi relevo. Nerea se ruborizó negando con la cabeza, como si se avergonzara de que su vertiente lesbiana fuese desvelada en público.
- ¡Qué aburridos…! – dijo la más joven de los tres haciendo una mueca de desaprobación.
Tras lo cual comenzó a masturbarse a dos dedos a escasos centímetros de mi cara. Enseguida comenzó a contorsionarse y jadear. De vez en cuando se llevaba los dedos a la boca e incluso hacía lo mismo con los restos de esperma que todavía brotaban de su orto.
- ¡¿Cómo se puede ser tan puerca?! – Gruñó Nerea volviendo la cabeza a un lado mientras su protegida se exhibía al tiempo que se daba placer.
Finalizado el espectáculo ambas actuaron como auténticas profesionales: Lucy se vistió a toda prisa y Nerea contó los billetes. Jamás olvidaré su mirada de odio hacia la otra adolescente. Después se largaron sin tan siquiera despedirse. Lucy no dejaba de reír y parlotear satisfecha rememorando la experiencia sexual en cambio Nerea parecía realmente molesta con lo sucedido.
Gracias a Dios pasaron unos días hasta que volví a cruzarme con Nerea. Sinceramente no creo que mi cuerpo hubiese aguantado un tercer día consecutivo de acción adolescente, uno va teniendo una edad. Compartimos juntos el ascensor a solas y ella no me dijo ni media palabra. De hecho fui yo el que intentó comenzar la conversación pero una mirada furibunda de sus ojos verdes me dejó bien a las claras que no era el momento. Me embargó una sensación agridulce, tenía la vaga esperanza de que Nerea y yo terminásemos dirimiendo nuestras diferencias en un ring horizontal, la chica tenía un morbazo tremendo.
No obstante mi periodo de abstinencia duró poco: hasta el sábado siguiente para ser exactos.
Apenas había terminado de meter los cacharros en el lavavajillas cuando llamaron a al timbre de manera insistente. Al abrirla puerta apareció Nerea con su enfado perpetuo. Entró como un elefante en una cacharrería sin dirigirme la palabra directa al salón. Me quedé a la expectativa de que la siguiera una preadolescente cachonda de coño ardiente pero cuál sería mi sorpresa al ver aparecer por el dintel a dos niñas de rasgos asiáticos idénticas como dos copos de nieve con el consiguiente cargamento de galletas. Recordé las palabras de Nerea acerca de las dos integrantes más jóvenes de su grupo, sin duda aquel par de chinitas de inquieta mirada.
- ¡Hola! – dijeron las dos a unísono dando saltitos.
Además de la consabida camisa de color lechuga vestían ambas jovencitas unas minúsculas minifaldas de amplio vuelo que se movían vaporosas al ritmo de los saltos. Llevaban el cabello recogido formado dos graciosas coletas gracias a unos recogidos de motivos infantiles. Al sonreírme tras el saludo descubrí la única diferencia física entre ellas: una de las dos llevaba la pala superior ligeramente mellada, sin duda recuerdo de alguna de sus correrías infantiles. Enseguida lanzaron su metralla de preguntas, comentarios y desvaríos:
- ¡Yo soy Mei!
- ¡Y yo Xiang!
- Soy la mayor de las dos…
- Por muy poco.
- Pero soy la mayor.
- Pero por muy poco.
- ¿Cómo te llamas tú?
- Yo… yo… me llamo… - intervine abrumado.
- Jana dice que la tienes muy grande…
- ¿Vas a mearnos en la boca…?
- ¿O a hacerte cacas?
- ¿Co… cómo dices…?
Aquellas dos últimas frases me dejaron estupefacto, para nada era yo practicante de aquellas parafilias sexuales y todavía menos con niñas. Fue Nerea la que me sacó del trance y, llevándome de nuevo a la cocina, me advirtió con semblante muy serio:
- Escúchame con atención. Nada de dejarse llevar por esas dos putillas. Están locas, sé de qué hablo. Métesela por donde te apetezca, no tendrás problemas con eso, pero nada de pipí ni de cacas, ¿entendido?
- Va… vale…
Entendía la preocupación de Nerea por la integridad de las dos niñas aunque sus siguientes palabras jamás podré olvidarlas y me sacaron de mi error. Sus razones eran otras y, como casi siempre, de índole económico.
- Se hartan de cacas y de pipí. Se manchan todo el pelo y luego las tengo que bañar y secar y toda esa mierda y no llegamos a entregar las siguientes galletas y así jamás conseguiremos el dinero. Si eres de esos a los que les gustan esas cosas espera a que volvamos del viaje y te las dejaré por poco dinero toda una tarde. Son las que más retraso llevan, no tenemos tiempo para eso. ¿Me has entendido..?
- Por… por supuesto.
- ¿Seguro?
- ¡Sí!
- Pues eso. ¡Nada de pipí ni de cacas, aunque te lo supliquen!
- Tranquila, a mí no me va eso.
- ¡Pero a ellas sí!
- Vale, vale… - reí.
- Ten cuidado.
- Tranquila, seré dulce con ellas.
- No me has entendido… - esta vez fue ella la que esbozó una sonrisa – eres tú el que me preocupas. Son tremendas y tú ya no eres un crío.
Todavía estaba en shock al regresar al salón, aunque allí nadie me esperaba. Escuché risas provenientes de mi habitación y allí me dirigí a toda prisa. Hay que reconocer que las chiquillas sabían que en su negocio, como en muchos otros, el tiempo es oro porque ya me esperaban totalmente desnudas sobre mi cama. De hecho ya habían comenzado la fiesta ellas solas, una se estaba dando un festín con el chochito de su gemela. No soy mucho del sexo lésbico pero en matiz incestuoso le daba mucho morbo al asunto y reconozco que me empalmé.
- ¿Me ayudas? – Preguntó la glotona dejándome el camino expedito hacia el sexo de su hermana.
Apareció ante mí una vagina infantil brillante y rosácea, carente de vello que en otro tiempo no me hubiese dicho nada pero que en ese momento, después de mis experiencias con las Scouts, me hipnotizó por su pequeñez.
- Si insistes… - contesté.
Desde el momento en que Nerea entró en mi vida y me dio a probar a las niñas de su grupo de Girl Scouts mis gustos sexuales cambiaron de forma radical y, lo que hasta entonces me parecía aberrante, lo encontré de lo más apetecible después. Yo, que siempre me había rodeado de prostitutas con cuerpos esculturales, literalmente babeaba por aquellos cuerpecillos tiernos carentes de curvas. Y no sólo con las jovencitas de verde uniforme sino con todas en general. Cuando iba por la calle ya no me fijaba en las madres o en las hermanas mayores, mis ojos se iban siempre hacia las hembrás más jóvenes. Nadie como yo sabe que es cierto eso que se dice, que cuando pruebas la carne fresca ya no se puede volver atrás. Follar con niñas es, con diferencia, el más adictivo de los vicios, lo juro por mi vida.
Volviendo a mi primera tarde con las gemelas recuerdo que tomé el relevo de la chinita y me di un homenaje con aquel minúsculo sexo. Sentirlo en mi boca era delicioso, sus reducidas dimensiones me permitían succionarlo como un todo, bebí los jugos expulsaba de un solo trago y usé mi lengua para estimular su pequeño clítoris con suavidad. Después le introduje la punta de la lengua en el sexo y, tal vez influenciado por la tendencia escatológica de la chiquilla, le introduje lentamente un dedo por el culo todo lo profundo que me fue posible. Ella chilló de gusto, estoy seguro de que eyaculó casi de inmediato con mi dedo transitando por su intestino. De hecho creo que intentó cerrar las piernas al hacerlo pero yo se lo impedí: quería sus jugos todos para mí.
Ensimismado estaba en sacar lustre con mi lengua al sexo infantil cuando noté algo extraño en mi retaguardia. Algo pretendía entrar en un agujero diseñado precisamente para salir.
Contrariado giré la cabeza con la firme intención de detener las maniobras de la otra gemela en mi trasero.
- Ni se te ocurra hacer… - comencé a decir pero me callé.
La cara de la niña estaba pegada a mi culo y lo que jugueteaba con mi esfínter y lo traspasaba levemente no era su dedo… sino su lengua. Jamás alguien me había hecho eso antes, es más, ni siquiera se me había pasado por la cabeza pedirlo. La jodida cría sabía lo que hacía, sentir su lengua jugueteando con mi esfínter, mientras su manita me frotaba la verga fue una experiencia tan inquietante como turbadora.
- Tu culo está muy rico – me soltó entre lamida y lamida, como si se tratase del postre más dulce.
Todo fue bien hasta que a la diablilla se le ocurrió sustituir su lengua por uno de sus dedos. La muy hija de puta no dejaba de reirse, la perseguí por toda la habitación y la arrinconé contra la cómoda:
- Te vas a enterar… - amenacé.
Las palabras de Nerea revoloteaban por mi mente. Según ella tanto a esa traviesa putita como a su hermana se le podía meter el rabo a mi gusto sin problemas. Hasta entonces la capitana no me había mentido así que quise comprobarlo: agarré sus trencitas y le introduje la punta del balano entre los labios convencido de que no hacía falta profundizar más para obtener placer. Sus mofletes se hinchaban y deshinchaban a la vez que mi verga entraba y salía de su boca. La niña cerraba los ojos, concentrada en lo suyo. Yo notaba el dulce roce de su lengua en mi glande, frotando la punta de mi capullo. De hecho todavía hay veces que me despierto erecto evocando la cálida y placentera sensación que me proporcionó aquella cría de ojos rasgados.
- ¡Uf, qué gusto! – Murmuré.
Repetí la maniobra con su hermana y el efecto fue idéntico. Eran gemelas hasta para eso. Fui alternando entre la boca de la una y de la otra, sin prisas, gustándome. Era realmente morboso verlas desnudas, arrodilladas en mi cama, con la boca abierta esperando su turno que les follase la boca. Después fueron ellas las que pasaron a la acción turnándose como buenas hermanas. Una se llenaba de polla dos o tres veces para luego pasar el testigo a su gemela. Fue una mamada combinada sencillamente espectacular.
Del mismo modo gocé de sus sexos de forma alternativa. Ambos se presentaron ante mí abiertos y brillantes. Con la cara pegada a la almohada y sus culos en pompa, las niñas se contoneaban para provocarme y juro por Dios que lo lograron. Meneando las caderas me incitaban a la monta, sus movimientos eran de todo menos castos, incluso entre risas se abrieron los glúteos por si prefería gozarlas por su puerta de atrás pero yo solo tenía ojos para sus minúsculos coñitos.
La elasticidad inguinal de aquellas gemelas era algo extraordinario. No sé si es cosa de la raza, de su afición al ballet o al vicio que llevaban dentro, lo cierto es que, tal y como Nerea me había anticipado, no tuve problemas en penetrarlas vaginalmente. No es que se la metiese hasta los huevos de un golpe, el que diga que puede hacerse eso a unas niñas tan menudas como ellas miente pero sí que pude traspasar claramente su sexo e insertarles el capullo y algo más de verga sin relativos problemas. Con todo lo que más me llamó la atención al metérsela no fue la capacidad de asimilar rabo de su sexo, cosa que ya me esperaba sino, a que no expresaron signo de dolor alguno al penetrarlas. Aquel par de niñas eran de todo menos inocentes.
A la hora de la corrida dude. Mei era la mayor y merecía reconocimiento por habérsela metido más adentro en la boca aunque la inquieta lengua de Xian abrillantándome el esfínter también se había ganado su premio. Ya que a la hora de follar ambas le habían metido las mismas ganas cerré los ojos y dejé que la naturaleza siguiera su curso. Cuando estuve listo y no antes, y sin aviso previo descargué mi munición en la garganta de una de las niñas. Se lo di todo sin contemplaciones. Abrí los ojos para descubrir a Xian con los mofletes hinchados y los labios sellados con fuerza. Un hilito de esperma resbalaba por el agujerito de su nariz señal inequívoca de que ella había sido la agraciada.
- ¡Yo también quierooo! – Protestó Mei.
- ¡Xian, dale un poco a tu hermana! – Bramó desde su rincón Nerea.
Podía dar la impresión de que la capitana, enfrascada en su teléfono móvil, no estaba atenta a lo que sucedía pero estaba claro que no perdía detalle del acto sexual.
Las niñas compartieron el esperma como buenas hermanas fundiéndose en un tórrido beso incestuoso y además lésbico. Me quedé extasiado viéndolas follar en la cama, jamás hubiese pensado que dos niñas tan pequeñas pudiesen ser tan calientes. Estaba claro que no era su primera vez dándose placer mutuamente. El espectáculo fue glorioso, se devoraron la una a la otra sin darse cuartel.
De repente, el teléfono de Nerea bramó. La chica lo miró con aire de fastidio:
- ¡Joder, es mi madre! ¿Qué coño querrá esa pesada?
Supongo que no quería que su progenitora escuchase los jadeos de las niñas mientras se comían los coños así que salió de la habitación.
Las niñas dejaron de darse placer, cuchichearon algo al oído y , entre risas, chillidos y saltos se metieron en el cuarto de baño de mi habitación y, para mi sorpresa, cerraron la puerta con pestillo desde el interior.
Nerea apareció de repente. Jamás olvidaré la expresión de su cara al no encontrar a las niñas en pleno acto sexual:
- ¿Dónde están?
- En el baño… ¿por?
- ¡Joder, pero cómo las has dejado! – me chilló fuera de sí.
De inmediato comenzó a aporrear la puerta del baño:
- ¡Mei! ¡Xiang! ¡Abrid la puerta ahora mismo! ¡Os juro que como lo volváis a hacer os meto las putas galletas por el culo!
- Pero… ¿qué pasa? ¿qué sucede?
- Que… ¿qué sucede? – Chilló Nerea muy enfadada - que ¿qué sucede?
Pasados unos minutos las niñas abrieron la puerta y comprendí el motivo de su enfado. Ambas estaban empapadas de arriba abajo en la bañera, chapoteando en su propia orina, partiéndose de risa.
- ¡Joder, esto es lo que pasa! ¡A la mierda la tarde! – me chilló Nerea dándome un golpe en el pecho - ¡Es todo culpa tuya!
- ¡Yo… yo lo siento!
- ¡Te vas a hartar de galletas! ¡Te juro por Dios que vas a quedartelas todas! – Gruñó la capitana saliendo muy airada del baño.
Lo cierto es que tampoco me pareció una gran penitencia. Tenía para aburrir de aquellas nauseabundas galletas, por unas cuantas docenas de paquetes más nada iba a sucederme.
Las niñas no dejaban de reirse de nosotros. Vovieron a hablarse al oído y ambas se arrodillaron frente a mí, abriendo la boca cual poyuelo en el nido. Estaba claro lo que querían y no era comerme la polla precisamente. La curiosidad ante lo nuevo me pudo.
- ¡Qué demonios… si ya lo he pagado! - murmuré apuntándoles con mi verga a sus sonrientes caras.
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En las semanas previas al viaje de las Scouts mi vida se convirtió en una auténtica locura sexual. Las tardes en mi casa era un constante ir y venir de adolescentes cargadas de paquetes de galletas. Además de la angelical Jana, la voluptuosa Lucy o las viciosas gemelas desfilaron por mi cama otra media docena de niñas, un variopinto grupito de adolescentes y preadolescentes de lo más fogosas, siempre acompañadas de Nerea que, ejerciendo de proxeneta, dirigía los coitos según sus reglas.
Sin embargo, un par de semanas antes del viaje, se plantó ante mi puerta y en solitario la ardiente Lucy para ponerse al día una vez celebrada su fiesta de quince años. Me llamó la atención que venía vestida “de paisano”, sin el correspondiente uniforme, con un minivestido que resaltaba los matices de su cuerpo de una forma maravillosa. Tampoco trajo galletas, por lo que el encuentro sexual con ella fue gratuíto aunque no por eso menos placentero. Pasado el tiempo yo creo que a aquella jovencita el asunto del viaje le traía sin cuidado, que era una excusa para encamarse con los hombres.
Pasamos los dos una tarde maravillosa de sexo que se truncó cuando la joven procedió a abandonar mi casa con coño destilando esperma. Se encontró de bruces con Nerea que, con los ojos llorosos, la estaba esperando en el rellano. Se produjo entonces una fuerte discusión en la escalera llena de gritos, reproches y chillidos. Preferí mantenerme al margen y me refugié en la seguridad de mi casa.
A partir de aquel incidente las chicas dejaron de venir. Nerea ni siquiera me devolvía el saludo las contadas veces que coincidíamos en el ascensor. Supuse que el grupo ya había conseguido toda la financiación necesaria para el viaje y que ya no requerían de mí.
Reconozco que no me lo tomé bien, sobre todo porque, después de cepillarme a toda la tropa, estaba convencido de que la capitana también vendría a probar mi verga antes de su partida. Por el contrario parecía ignorarme y me miraba con cara de odio.
Harto de tanto desprecio aproveché mi oportunidad justo la tarde antes del viaje. Hice lo posible para coincidir a solas con ella en el ascensor. Accioné la parada de emergencia poco antes de llegar a su piso y la arrinconé en busca de una explicación. Ella tembló, acurrucada en un rincón del elevador ya no parecía tan segura y sus impertinencias se transformaron en temblores.
- ¿Por qué no has venido tú sola a mi casa? Tú y yo tenemos algo pendiente…
- Yo… yo no hago esas cosas.
- ¿Seguro? Yo creo que me estás mintiendo. Seguro que eres mucho mejor que todas esas zorritas en la cama.
- N… no.
- ¿No?
- Yo… yo no he hecho nada con un chico – dijo tras un largo silencio.
- ¿Nada de nada?
- No.
Reconozco que su confesión me desconcertó. Delante de las Scouts no dejaba de presumir sobre sus andanzas sexuales con un montón de hombres.
- ¿Eres virgen?
- Sí… y no.
- ¿En qué quedamos?
- Ja… jamás he estado con un chico… pero sí con algunas chicas que me han metido… cosas por ahí.
- ¿Cosas?
- ¡Cosas… sí… cosas! – chilló recobrando cierto nervio - ¡mangos de cepillos para el pelo y cosas así, joder! ¡No te hagas el tonto, no te pega!
Ya veo – repuse divertido -. ¿Te gustan las chicas?
- Obvio. Enhorabuena, eres todo un detective.
- ¿Alguna en especial?
Nerea no dijo nada, se limitó a agachar la cabeza.
- ¿La conozco?
Jamás un silencio fue tan explícito como el de la muchacha.
- ¿Lucy…?
Ella, muda, asintió.
- Ahora entiendo la escena del rellano…
Nerea siguió compungida.
- Llevarla a la cama es sencillo. El problema es que es fácil tanto para mí como para todo el mundo, siempre ha puesto el culo a disposición de todo lo que se mueve y ahora hace lo mismo con el coño . Creo… creo que ya te diste cuenta de eso.
- Sí. Desde luego Lucy es una chica muy ardiente.
- ¡Una zorra, eso es lo que es! – dijo con la voz entrecortada a punto de llorar.
En lugar de arrancarle las bragas como era mi primera intención preferí darle un abrazo a la vecina. Sé que no concuerda mucho con mi fama de persona fría y carente de sentimientos pero hasta el mejor escribiente hace un borrón.
- Pero… no entiendo. Tú le hablaste de mí y le dijiste que era muy guapo…
- A… a Lucy no le gustan las chicas, solo lo hace conmigo por que cree que a mí tampoco y piensa que follándome me hace enfadar.
Permanecimos los dos unidos sin decir nada. Poco a poco noté que mi acción iba teniendo efecto. La respiración de Nerea se iba pausando y sus temblores remitiendo.
Alguien llamó al ascensor y nuestros cuerpos se separaron. Cuando la portezuela de la planta baja se abrió apareció el padre de la chiquilla vestido con su uniforme de campo. Yo me limité a saludarle de manera cortés rezando para que no descubriese mi erección. La vecina seria lesbiana pero tenía un cuerpecito de lo más apetecible.
Dias más tarde descubrí en el periódico la reseña al encuentro de Jóvenes Scouts en Gran Canaria. Para mi sorpresa acompañaba la noticia una foto en la que aparecía Nerea muy sonriente con una especie de trofeo entre las manos. Por lo visto su grupo había conseguido la mayor recaudación de fondos para la organización de toda España.
- ¡No me extraña! – dije para mí.
Fin.
Excelente
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