Capítulo 3
Como es obvio la tía de salma y yo intercambiamos nuestros números de teléfono al poco de iniciar las clases. No había doble intención en eso, por nada del mundo pretendía ligarme a la novia de mi amigo; se trataba de simplemente una manera de prever posibles imprevistos tales como viajes, enfermedades o cualquier otra circunstancia que impidiese que las clases se llevasen a cabo.
Tras el incidente de la mamada furtiva Salma se había formalizado un poco. Quise suponer que, una vez cumplida su fantasía infantil, el calentarme ya no le divertía tanto. Apenas me tocaba y, cuando lo hacía, sus caricias eran poco apasionadas, casi por compromiso. De hecho, puede decirse que aprovechábamos prácticamente todo el tiempo que estábamos juntos estudiando.
Ante tal circunstancia reconozco que tenía sentimientos encontrados. La parte racional de mi cerebro agradecía que toda aquella atracción sexual que yo sentía hacia ella, más propia de un primer amor adolescente que de una persona adulta, se marchitase. En cambio, la parte irracional de mi mente, además de mis genitales, deseaba que aquella jodida cría jugase conmigo como le viniese en gana. Salma y sus chiquilladas me daban vida.
Una mañana recibí, durante una entrevista de trabajo, un mensaje de WhatsApp de un teléfono por mí desconocido. En el cuerpo del mensaje sólo había una inocente pregunta:
– “¿Quién soy?” – Leí.
Yo contesté que ni idea, que probablemente se había equivocado de persona. Guardé el teléfono en el bolsillo de mi americana algo molesto ya que tenía fundadas esperanzas de hacerme con el puesto cuando de nuevo aquel pitidito de marras retumbó en el salón de juntas del departamento de recursos humanos de aquella importante empresa de reciclajes.
– ¿Sera tan amable d'apagar el telèfon mòbil, si us plau? – Dijo alguien del fondo.
Quise desconectar el celular, pero mi legendario analfabetismo tecnológico volvió a hacer de las suyas y, por arte de magia, un nuevo mensaje de marras apareció ante mí:
– “¿Y ahora?”
La pregunta en sí no me impactó. Lo que me dejó alucinado era la foto que adjuntaba. En ella se mostraba un par de tetitas empitonadas con sendos de corazones pintados con carmín. Me dije que aquellos pezoncitos diminutos sólo podían ser de una persona.
Los silbidos del celular se sucedieron uno tras otro a modo de metralleta mientras yo intentaba detenerlos de manera infructuosa.
– ¡Deu meu! – Protestó alguien.
– Sortiu fora, si us plau – Me dijo un señor de aspecto regio señalándome la puerta.
Avergonzado abandoné aquel lugar bajo la severa mirada del comité de selección. Pensar que me recibirían con los brazos abiertos a mi vuelta era una quimera. La entrevista de trabajo había concluido y con ella mis escasas posibilidades de encontrar curro aquel día.
Realmente estaba muy molesto con Salma. Aun ausente, aquella jodida cría se las apañaba para seguir complicándome la vida. No obstante, todos los malos rollos se terminaron cuando llegué al ascensor y, ya a solas, contemplé la retahíla de fotografías que aquella cabeza loca me mandó esa mañana.
– ¡Joder… cómo está la chiquilla!
Las instantáneas no tenían desperdicio. Salma tendría muchos defectos, pero desde luego la timidez no era una de ellos. Me envió el pack completo de todo su cuerpo, con pelos y señales. Tal vez la expresión no sea la más adecuada ya que, a excepción de su cabellera ondulada, su anatomía carecía de vello en su integridad. Bastaba con echar un vistazo a las fotos para corroborarlo, en especial a la última, en la que Salma aparecía completamente desnuda y sonriente, abierta de piernas y, tal y como ella me había hecho saber con sus notas, con varios lapiceros insertos en su sexo.
Dudé en deshacerme de ellas, no lo hice. Si alguien hubiese encontrado en mi poder tales fotografías habría sido muy comprometedor, sin embargo en aquel momento sólo pensaba con el rabo.
Aun así, llegué a la conclusión de que la pequeña Salma necesitaba una lección. Me estaba buscando… y me iba a encontrar. Es por eso por lo que aquella misma tarde, en cuanto su tía inició su corto peregrinar hacia el contenedor de residuos, me levanté del asiento, la alcé como si de una pluma se tratase para después colocarla boca abajo sobre mis rodillas. El margen de seguridad me daba unos quince minutos, ni más ni menos. Carme era un reloj para esas cosas.
– ¡Hey! ¿Qué se supone que estás haciendo?
– Lo que tu padre debería haber hecho hace tiempo.
– ¿Mi padre? ¿qué sabes tú de mi padre? ¡Déjame, hijo de puta!
Pero no la dejé. Aprovechando mi superioridad física le bajé las mallas hasta casi el final de los muslos, llevándome a la vez sus braguitas negras. Ella se retorcía e intentaba salvaguardar la integridad física de su trasero, aunque fue en vano: mi decisión era tan firme como el primer cachete que se estrelló en su culo.
– ¡Joder! ¡Aaauuuuuuu! - chilló.
Y a ese primer azote siguió otro mucho más sonoro.
– ¡Vale… ya… ya! – gritó bastante molesta.
– Eres una zorrita muy traviesa… necesitas una lección de tu profesor…
– ¡Suéltame o chillaré! ¡Todos los vecinos se… bfrr… bjrrfor!
La boca de Salma era algo prodigioso para según qué cosas, no obstante escuchar sus protestas se me antojó tedioso e insufrible así que opté por utilizar una de mis manos en tapársela mientras le calentaba la nalga con la otra.
El ritmo de los azotes no era intenso, mi intención en un principio no era marcarla ni hacerle daño sino más bien humillarla; hacerle ver que no todo estaba bajo su control y que, cuando sobrepasaba ciertos límites, tenía que asumir las consecuencias. Al quinto o sexto golpe dejó de luchar, circunstancia que me permitió sobarle el trasero con cierta facilidad entre descarga y descarga y corroborar lo que ya sabía: que tenía un culito delicioso, firme y de lo más jugoso.
Tratándose de Salma una vez más el sorprendido fui yo. Conforme le sobaba las nalgas y, sobre todo, cuando le lanzaba azotes a los glúteos, observé que la lolita no sólo ya no rehuía los golpes, sino que por el contrario sacaba el culito para que le pegase con mayor facilidad. Me la jugué quitándole la mordaza de la boca y el siguiente golpe hizo que de su garganta escapase un gemido… de placer y a este le sucedieron muchos más. Le toqué la vulva y la tenía completamente encharcada. Lejos de sufrir Salma estaba gozando con lo que yo le estaba haciendo. Adiviné que, como vulgarmente se dice, a la jovencita le iba la marcha; disfrutaba con el sexo duro.
En mi ir y venir a lo largo de su trasero le pasé varias veces el dedo corazón por el ojete. Recordé las palabras de su cornudo novio acerca de su falta de experiencia en lo referente al sexo anal y, tal vez espoleado por esa circunstancia, hice una pequeña incursión en su intestino. Tenía fundadas razones como para dudar de la credibilidad de la pequeña Salma, era incluso posible que la pequeña viciosa fuese una ferviente practicante de la sodomía sin que su querido novio lo supiera.
Tal vez lo correcto y, como medida de precaución, hubiera sido lubricar mi dedo previamente a la penetración o en su defecto ser un poco más cuidadoso a la hora de metérselo por el culo, pero no tenía ni tiempo ni ganas de andarme con delicadezas. Resumiendo: se lo clavé hasta el fondo de una vez, retorciéndolo con brusquedad una vez estuvo dentro… y mi dedo no es precisamente pequeño.
Ella respondió a la agresión tensando su cuerpo y chillando como si estuviese pariendo.
– ¡Auuuuu! ¡Saca eso de ahí, joder! – Bramó mientras me golpeaba.
Confieso que no me esperaba tal reacción por parte de Salma. Para mi sorpresa quedó claro que la chica era primeriza por ahí. De hecho, me asusté tanto ante sus gritos de dolor que le saqué mi apéndice del culo de inmediato.
Quise excusarme, no tuve tiempo, su tía estaba a punto de volver así que ambos ocupamos nuestros respectivos puestos. Yo rezaba porque sus chillidos no hubiesen alertado a la rubia. De hecho, ya estaba elucubrando una explicación coherente cuando ella apareció por la puerta. Les juro que jamás he agradecido tanto que una persona llevase auriculares para escuchar música cada vez que salía a la calle.
Cuando miré a Salma me sentí la persona más miserable del universo. Con la cabeza agachada sobre sus libros ocultaba mal que bien la cara gracias a su largo cabello. Temblaba como una magdalena y apenas articuló palabra durante el resto de la clase.
Unas horas más tarde, ya en mi casa, no había forma de olvidarme de lo ocurrido. Obviamente pensé que me había excedido, que la había llevado al límite, que me había pasado con ella y que, en mi calentura, me había olvidado por completo de que Salma, pese a todos sus jueguecitos, era poco más que una niña.
Estaba tan afectado que incluso no me percaté de unos pequeños detalles que, en otras circunstancias, no hubiesen pasado por alto: la erección de sus pezones bajo su camiseta deportiva y la manera casi imperceptible de mecerse con una mano atrapada entre sus piernas.
Capítulo 4
A partir de aquel día funesto para la integridad del culo de Salma las fotos por WhatsApp cesaron, su silencio era tal que incluso creí que la chica había bloqueado mi cuenta. Carme me llamó la tarde siguiente del incidente diciéndome que mi joven alumna estaba enferma. De hecho, no tuvimos clases durante un tiempo, yo pensaba que todo aquel asunto de la lolita se había terminado, no fue así.
La semana siguiente se retomaron las clases particulares. Salma parecía muy molesta conmigo, se volvió arisca y malcarada. No me tocaba bajo la mesa ni, por supuesto, me la chupaba cuando su tía salía de casa hasta que un viernes Carme varió sus planes, esta vez gracias a mi querido amigo Carlos que vino a buscarla para llevársela a cenar.
– Volveré algo tarde, cariño. No me esperes levantada. Cuando se vaya Pedro no olvides cerrar la puerta con llave, sé que te da apuro quedarte sola.
– Lo haré, tía. Pásalo bien.
– Yo también me iré ya – apunté con rapidez.
Algo me decía que no debía quedarme solo con la jovencita. No fue mi sentido arácnido, ni mi intuición masculina ni nada de eso. Simplemente que aquella tarde fue la primera en la cual mi intrépida alumna había abandonado su habitual estilo monacal de vestir, más propio de una novicia del que de una joven de su edad, y se había puesto una camisetita negra de tirantes de lo más mona junto con una falda vaquera deshilachada y bastante corta.
Yo conocía esa última prenda de sobra. La había visto decenas de veces gracias a las fotografías y vídeos que la chica me mandaba. En ellas la angelical Salma aparecía vestida con ella en lugares públicos, incluso en su propio instituto, sin ropa interior debajo que tapase sus vergüenzas o inclusive con algún que otro objeto fálico inserto en la vagina. Ni qué decir tiene que en cuanto la vi con ella puesta mi polla se endureció y permaneció en alerta durante toda la clase. Era toda una declaración de intenciones por su parte.
– No, quédate un poco más. Todavía tengo dudas con estos ejercicios – apuntó ella, mimosa.
– E… está bien – accedí pese a que sabía que no era una buena idea.
Puede decirse que aquella vez fue ella la que me violó. En cuanto la pareja de tortolitos se fue me desabrochó el pantalón, sacó mi polla y allí mismo, tras masturbarse unos segundos con mi verga, sobre la silla en la que me sentaba para darle clases de la cocina, me folló a su gusto. Ni un beso, ni una caricia, ni tan siquiera dejó que le tocase el culo ya que, cuando quise abarcarle las nalgas con las manos, ella lo evitó golpeándolas con furia. Fue eso, sólo sexo: un bendito y glorioso sexo. Sin duda uno de los más excitantes polvos de mi vida.
Intenté decir algo ocurrente y me cruzó la cara de una bofetada.
– ¡Cállate!
Y la conversación más corta de la historia concluyó apenas había comenzado. La consigna de Salma era muy clara: para qué perder el tiempo en discutir si puedes dedicarlo a follar.
Me dejé hacer a su libre albedrío. Pensé que quería vengarse por haberla humillado y me rendí sin ofrecer más resistencia. Recuerdo la expresión de su rostro mientras me cabalgaba aquella noche; una mezcla de desprecio, frialdad y antipatía. Me trató como a un pedazo de carne, me utilizó como si fuese un juguete erótico. Es decir, me usó tal y como hacía con el resto de los hombres, incluido a Nico.
Me solidaricé con él de inmediato, valía la pena ser el novio de Salma, aunque fuese a costa de sobrellevar una hermosa cornamenta. ¡Qué cojones! Compensaba incluso ser su humilde esclavo. ¡Qué forma de follar, era una puta máquina de practicar sexo!
Salma se dio un festín de rabo; se dio un festín con mi polla y lo hizo a conciencia. Fui su juguete, su dildo, su consolador de carne, su pene sin rostro. Yo noté cómo se corría, cómo gemía, como chillaba en realidad con cada ir y venir de mi estoque en su entraña. Una vez saciadas sus ganas, mediante unas constricciones de la pared de su vagina, me ordeñó la verga como si fuese la ubre de una vaca. Al derramarme en su vientre me quedé tan extasiado que ni tan siquiera noté la rabiosa dentellada que con la que me marcó el cuello a modo de recuerdo y de venganza.
Cuando terminó conmigo se incorporó y utilizando ese tono autoritario que tanto dominaba me espetó:
– ¡Lárgate y no vuelvas, cabrón! ¡No quiero verte más!
Quiso regalarme otra nueva hostia en la cara, sin embargo paré su golpe en seco. El detalle no le gustó en absoluto y repitió la jugada con la otra mano y el resultado fue idéntico.
– ¿Qué piensas hacerme? – rió al verse inmovilizada por ambas muñecas y mi cara de pocos amigos- ¿violarme? No creo que tu corazón aguante dos polvos seguidos… abuelete.
Les prometo que intento reprimir mi mal genio; que con el paso de los años mi manera impetuosa e irracional de hacer las cosas ha dejado paso al raciocinio y la mesura, pero es que Salma y su despreciable forma de tratar a las personas me sacaba de quicio.
– ¡Me arriesgaré!
No dejó de reírse en ningún momento mientras yo dominaba su cuerpo y eso todavía me puso más furioso. Ni cuando la volteé sobre la mesa, ni cuando le bajé la falda hasta los tobillos, ni siquiera cuando le aplasté la cara contra sus libros de texto cesó en su verborrea faltona y sus burlas hacia mi supuesta flojera sexual.
– Eres un puto borracho fracasado, un mierda, un…
Sólo cuando noto la punta de mi polla rondando su orto cambió el tono. Ya no parecía tan contenta cuando sintió una presión en esa parte de su cuerpo.
– ¡Eh, eh, eh! ¿Qué se supone que vas a hacer, hijo de la gran puta? –preguntó intentando salvaguardar la virtud de su ano.
– Adivina…
– ¡Ni lo sueñes! ¿Me oyes? ¡Ni se te ocurra…!
– Deberías haberlo pensado antes de tocarme los cojones, princesa…
Intentó zafarse varias veces sin obtener resultado y se rindió.
– N… nunca lo he hecho por ahí… - musitó asustada al comprobar mi férrea voluntad de no detenerme.
– Siempre hay una primera vez para todo…
– ¿Me… dolerá?
– Espero… espero que sí… - le contesté sin pensar.
– E… eres un puto cabrón – apostilló ella separando las piernas conforme mi verga se iba abriendo paso en su intestino.
Violación, sexo no consentido, estupro, abuso… pónganle el calificativo que quieran o incluso todos, lo que está claro es que fue una enculada de padre y muy señor mío. No me contuve, no había motivo, Salma me había dejado la puerta de atrás abierta. Disfruté como nunca desvirgando su ano y me levantó el ego el ser consciente de que yo era el primero que visitaba ese bendito orificio de su cuerpo.
Siguiendo su costumbre cuando practicaba sexo, la jovencita comenzó chillar mientras yo la sodomizaba. Hay que reconocer que por una vez, motivos no le faltaban; reconozco que fui de todo menos cuidadoso. Su falta de elasticidad anal nos pasó factura a ambos: a ella le produjo un desgarro rectal y a mí algunos apretones en mi polla verdaderamente dolorosos, pero aun así ni ella suplicó que dejara de clavársela ni yo tenía intención de dejar de hacerlo.
Me fue físicamente imposible introducírsela tanto como me hubiese gustado, pese a ello su culo virgen alojó una buena ración de polla, sobre todo teniendo en cuenta su inexperiencia previa.
Lo que en realidad me cautivó aquel día de Salma fue su total sumisión, su “dejarse hacer”, el total desprecio por su cuerpo y su entrega incondicional a mi voluntad pese del dolor. Ella, tan segura de sí misma, tan dominante, tan superior al resto de los mortales como norma general, se diluyó como un azucarillo contra todo pronóstico cuando le infligí aquel terrible castigo en su ojete. Después de que mi esperma rebozase las paredes de su intestino, mi verga salió de ella manchada de sangre y heces. La escuché llorar de puro dolor allí tirada sobre la mesa. Parecía tan indefensa, tan frágil, tan sumisa que me enamoré de ella con locura, si es que no lo estaba ya anteriormente.
Tras el sexo, permanecimos los dos tumbados sobre la mesa. Yo miraba el techo, sintiendo los latidos del corazón con tal fuerza que parecía querer salirse de mi pecho. Ella permaneció acurrucada, con la cabeza apoyada en mi hombro, jugueteando con el vello rizado de mi torso.
– Deberías irte. Mi tía no tardará mucho y tengo que recoger todo este desastre. - Me susurró acariciándome el torso con la mejilla.
– ¿ Quieres que te ayude?
– No, no hace falta. Yo me apaño.
Tras darle un besito en la frente le pregunté:
– ¿ Te duele?
– Bastante…
– Yo… - comencé a balbucear.
– Vete, por favor. Es tarde.
– Está bien.
Agradecí que me cortase antes de tiempo. Disculparme nunca ha sido mi fuerte y sobre todo cuando en realidad no hay sentimiento sincero. Me he arrepentido de muchas cosas de las que he hecho, pero no de lo que le hice a Salma aquel día: hubiese repetido la jugada mil veces. Entrar en su culo ha sido una de las mejores decisiones que he tomado en la vida.
– Nos vemos el lunes… - le dije al salir de su casa, temeroso de que lo que me había dicho fuese en serio - …, si quieres, claro...
Ella no contestó, se limitó a seguir ordenando el destrozo. Confieso que la simple posibilidad de no volver a verla me dejó afectado. Por fortuna para mí la duda se disipó aquella misma noche cuando, pasada la madrugada, recibí una foto suya de lo más aclaratoria. En ella aparecía mi preciosa alumna desnuda, con un cinturón alrededor del cuello a modo de correa y dos pequeñas pinzas de esas que se utilizan para sujetar el cabello en los pezones. Con todo eso lo que más me llamó la atención fue el contundente objeto que tenía inserto en el culo.
Yo le había abierto la puerta hacia un mundo de placer desconocido para ella y en cierto modo me siento orgulloso de eso.
Capítulo 5
La vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido, como decía aquel. Nuestros encuentros sexuales con Salma continuaron, aunque no eran tan frecuentes como me hubiese gustado sí que eran cada vez más intensos. La predisposición total de la joven ante cualquier cosa que le propusiera me turbaba.
– “No te reprimas. Házmelo todo.” – fue lo que me dijo una y otra vez.
Yo seguía dando clases a Nicolás, como al resto de mis alumnos y lo cierto es que el chaval había mejorado bastante en lo académico. En lo referente a Salma no hacía falta que preguntarle nada, era un libro abierto… me lo contaba todo. Reconozco que le tenía un poquito de celos cuando me describía las mil y una maneras que tenía de tirársela. En realidad, deseaba arrancarle la cabeza, aunque quiero creer que lo disimulaba bien.
Así seguimos con nuestro triángulo amoroso durante unos meses. Yo sabía exactamente los días que Nico y Salma salían de fiesta. Eran los días en los que la joven teóricamente dormía en casa de alguna amiga. También averigüé que sus visitas a la biblioteca no eran tan frecuentes como su tía pensaba y que tenía una facilidad tremenda para imitar la firma de Carme a la hora de justificar sus faltas de asistencia a clase. Probablemente habría otros hombres en su vida aparte de nosotros dos. No hacía falta ser un genio para adivinar el doble juego que se traía entre manos la chica: ángel de día, demonio por la noche.
En esas ocasiones en las que los jóvenes pretendían consumar su amor, Nico estaba eufórico durante las clases e insistía en que yo saliese con ellos pero me negué; no estaba seguro de poder contenerme si la veía morreándose con él y, conociéndola, estaba seguro de que eso era lo mínimo que podía pasar. Le encantaba provocarme.
Lo cierto es que llegó un momento en el que al chaval ya no se le veía tan satisfecho con su amada; es más, parecía triste.
– Tiene a otro, lo sé. Yo la mato – me dijo un día sin más.
Mi calculadora científica se fue a tomar por el culo. Me tomé mi tiempo para ir a recogerla ya que no me esperaba semejante declaración de intenciones. Intenté apagar el fuego como pude.
– ¿ Qué cojones te pasa ahora?
– Pues eso. Que esa jodida zorra tiene a otro. Lo sé. Todavía no sé quién es, pero te juro por mi padre que si descubro quién es ese cabrón hijo de puta me lo cargo… y a ella también.
– ¿ Ya has terminado de decir tonterías? Lo digo porque te recuerdo que mañana tienes un examen…
– ¡ Tú! – me gritó con la mirada encendida.
Su expresión era tan fiera que reconozco que me intimidó.
– ¿Yo? – Pregunté mientras cerraba los puños disimuladamente por si era necesario soltarle una hostia.
– ¡Sí, tú! ¡Tú también le das clases, seguro que sabes algo que yo no sé!
– ¿¡Pero qué chorradas estás diciendo!?
– ¡Cuéntamelo, joder! – Gritó desesperado.
Después rompió a llorar como un niño. Sé que suena falso como un Judas, me vi en la obligación de consolarle; en el amor y en la guerra todo está permitido:
– ¡Venga, Nicolás! ¡No me jodas! Esa chiquita te quiere, está muy claro…
– ¡No! ¡Esa puta tiene a otro que se la folla, estoy seguro…! – Insistió - ¡Si he visto las marcas en la espalda, joder!
– Que no, hombre, que no – mentí como un bellaco -. No voy a engañarte, ella y yo no hablamos mucho de otra cosa que no sea matemáticas pero lo poco que me ha contado te aseguro que está loca por tus huesos…
– ¿De… de verdad?
– ¡Que sí, joder! No le des más vueltas a esa cabeza tuya. Ahora vamos a centrarnos en el examen de mañana que como suspendas tus padres nos cortan los huevos a los dos.
El muchacho pareció reconfortado.
– Gracias, tío.
– De nada. Y ahora vamos al lío, que nos la jugamos.
Lo cierto es que Nicolás tenía tantas probabilidades de aprobar como yo de pisar la luna, pero no quería que además se me descentrase con las batallitas de su promiscua novia.
Parecía que todo iba sobre ruedas hasta que un viernes por la noche alguien aporreó mi puerta. El escándalo era tal que yo pensé que estaban a punto de tirarla abajo. Salí de mi cama, tapé mis vergüenzas como pude y abrí la cancela, cubierto tan solo por una toalla.
– ¡Joder Nicolás! – grité al ver la identidad del agresor - ¿dónde está el fuego?
– ¡Esa zorra me la pega! Ahora sí estoy seguro. ¡La he visto salir de casa y la he seguido!
El torrente de información no requerida me superó.
– Espera, espera, espera… ¿dices que la has seguido?
– ¡Sí! Primero hasta la estación de trenes, como hace siempre. Es allí donde se cambia de ropa. Tendrías que haberla visto… parecía una puta, una jodida puta barata… ¡eso es lo que es!
– Bueno, bueno, bueno… vamos a tranquilizarnos. ¿Y qué pasó después?
Yo intentaba disimular, pero mis sentidos estaban en guardia, dispuestos a reaccionar ante cualquier movimiento brusco del muchacho.
– ¡Pues que se metió en un taxi y la perdí!
– ¿La perdiste?
– Pues sí. La jodida moto me dejó tirado…
– Entonces… ¿no sabes dónde está?
– No. Seguro que está por ahí, chupándosela a algún desgraciado… ¡me quiero morir, me quiero morir!
Respiré profundamente antes de intervenir.
– No me cuadra.
– ¿Qué no te cuadra? ¿qué narices significa eso?
– Pues eso, que no me encaja. El lunes precisamente tiene un examen súper importante. ¿No te lo dijo?
– No.
– Pues eso. Me dijo que esta había quedado con un par de amigas para estudiar los últimos detalles. Incluso me llamó hace un rato con ellas para preguntarme algo.
– ¿Te ha llamado?
– Sep, con otras dos muchachas. Se habían atascado en un problema.
– ¿Y a mí por qué no me coge el puto teléfono?
– Pues supongo que estarán estudiando y no les apetece nada que un pesado como tú les esté molestando todo el tiempo.
El chico se derrumbó en mi hombro. Por fortuna obvió el detalle del poco apropiado atuendo de su chica para el estudio.
– ¡No puedo más, joder! Esa zorra me está volviendo loco…
– Venga… vete a casa.
– ¡No puedo más, te lo juro!
– Vete a casa.
El muchacho apestaba a alcohol y seguro que llevaba alguna sustancia más en el interior de su cuerpo. Tal vez lo correcto hubiera sido acogerlo en mi hogar y dejarle dormir la mona en el sofá, sin embargo tenía poderosas razones para no hacerlo. Le di dinero para un taxi y poco menos que lo eché de casa con toda la amabilidad que me fue posible dadas las circunstancias.
– ¿No te da pena el muchacho? – Pregunté al entrar en mi habitación.
– Para nada – contestó Salma sin darle mayor importancia a lo sucedido con su novio-. Es un puto perdedor. Ojalá me haga caso y se suicide de una jodida vez.
– ¿Qué has dicho?
– Nada, nada…
Preferí no insistir. No era tampoco cuestión de discutir con ella. Aquella noche la necesitaba para otras cosas. Me encendí un porro para meterme en faena.
Salma permanecía atada al cabecero de mi cama tal y como la había dejado antes de la interrupción por parte de su novio. De rodillas y con la cara pegada a la almohada me ofrecía una magnifica panorámica de su culo y su sexo. De su ojete pendía una larga ristra de bolitas rojas que aumentaban progresivamente de tamaño, engarzadas con una cuerda de color oscuro con un arito al final. No tuve el valor de preguntar cómo demonios se había hecho con un artilugio así, lo cierto es que, desde unos días atrás, se había convertido en un estupendo compañero de juegos.
– Uhm… creo que se ha salido un poco.
– Pues ayúdame con eso, yo no puedo.
Me acerqué a ella y, agarrando la primera bolita que estaba a la vista, presioné su esfínter hasta que la esfera fue a encontrarse con sus hermanas que ya estaban dentro.
Salma suspiró.
– ¡Qué rico! – Murmuró.
– ¿Otra?
– ¿Hay sangre?
– Todavía no.
– Lástima…
Contoneó la cadera y no necesité más aclaración acerca de sus apetencias. Enterré otras dos pelotitas en su culo, teniendo especial cuidado en detenerme justo en el momento en el que atravesaban el punto más estrecho del agujero. Cada vez que una de las bolas lo atravesaba dejaba tras de sí un considerable boquete en el orto cada vez más amplio. A fuerza de ir metiéndole objetos y la polla, el ano de Salma estaba adquiriendo una elasticidad asombrosa, ya era capaz de asimilar casi la totalidad de mi falo.
– Mírame – le ordené para posteriormente hacerle la enésima fotografía de cuerpo completo con mi cámara.
– ¿Qué haces con mis fotos? ¿se las pasas a alguien? ¿a algún viejo pervertido como tú?
– Las vendo – mentí -. Abre más la boca, como si me la estuvieras chupando...
– ¡Oh… vaya! No me lo esperaba… - Exclamó.
– ¿Te molesta que lo haga? – Le pregunté no sin antes meterle otra esfera en el orto.
Salma hizo una mueca de dolor, sin embargo no se quejó.
– No – se limitó a contestar -. ¿Y qué haces con el dinero?
– Me voy de putas…
– ¡Uhmmm!
– ¿Te excita eso?
La chica cerró los párpados, supongo que el culo debía arderle con locura. Se le notaba muerta de gusto. Lo suyo con el dolor era un idilio difícil de entender si no se veía por uno mismo.
– Mucho.
Me coloqué tras ella y fui introduciéndole la polla por el coño. Entró muy profundo con suma facilidad, como si fuese un cuchillo en mermelada caliente. El sufrimiento físico tenía ese efecto en ella, lejos de enfriarla le excitaba muchísimo.
– Me duelen las muñecas…
– Te jodes… - le dije sin expresar emoción alguna, intentando imitarla a cuando se ponía en plan gobernanta - ¿qué piensas hacer con Nicolás?
– ¿Con Nicolás? No te entiendo, ¿qué quieres decir?
– Pues eso… - dije sin dejar de follarla y tomando entre mis dedos la última bola, la más grande, esa que la última vez que habíamos hecho el mismo jueguecito su trasero no había podido asimilar.
– Pues tirármelo cuando me apetezca, como siempre. ¿Por qué lo preguntas? ¡Uff… cómo escuece…!
Me hice el sordo, centrándome en el coito. Bombeé en su interior muy adentro, aunque de manera controlada. La noche era muy larga y Salma era una amante exigente, no era cuestión de gastar municiones a tontas y a locas.
– ¿Por qué lo preguntas? ¿tienes celos? – Insistió.
– Para nada – contesté intentando que mi respuesta resultara convincente.
Desvié su atención iniciando los movimientos rotatorios de la esfera más grande contra su esfínter anal. Cada milímetro que lograba introducirle equivalía a una intensa compresión en mi verga y en un ingente aumento de la lubricación en su vagina.
– Ya no se notan las quemaduras de cigarrillos en tu espalda – apunté dilatándola un poco más.
– ¡Agrrr! Ya… ya te lo dije… eres… eres un blando.
Era habitual que Salma me provocase verbalmente mientras abusaba de ella. Le excitaba sobremanera que yo perdiese el control y que diera rienda suelta a mi lado más salvaje como el primer día en el que le oriné en la boca o aquel otro en el que apagué varios cigarrillos en diferentes partes su cuerpo. Todavía recuerdo su manera frenética de masturbarse después de que yo, fuera de mí, condené uno de los porros que me regaló Nicolás en la parte más húmeda y sensible de su coño.
– Ya se ha roto – anuncié al ver el hilito de sangre acompañado de heces que brotaba de su culo.
Inmortalicé el evento lanzándole una foto. Sabía que a ella le gustaría verla después. Siempre pensé que ella disfrutaba más viéndose vejada que yo.
Salma mitigó su dolor mordiendo la almohada y gritando como una loca. Me consta que rabió mientras la mayor de las pelotas ensanchaba su ano hasta llevarlo a su límite elástico.
La follé con fuerza, con mucha fuerza, su vagina era una fiesta de contracciones, flujos y calor. Decidí apiadarme de ella y modificar el plan de vuelo convenido. Tal y como solía recriminarme, en el fondo yo soy un blando. En lugar de repetir el proceso anterior y detener la bolita, justo en el momento en el que el ecuador de la misma quedaba rodeado de su esfínter anal, justo en el momento más doloroso para ella, opté por clavársela de un golpe. Salma se convulsionó de tal forma que a punto estuvo de arrancar el tablero de mi cama e incluso desgarró la funda de mi almohada con sus dientes de puro dolor.
Cuando concluí mi misión perforadora todo lo que quedó visible del juguete sexual fue la anilla final, pringada de sudor, sangre y mierda. El cuadro se completaba con la orina que la vejiga de Salma había sido incapaz de contener. No hacía falta verla para saber que se había meado encima; con el olor era más que suficiente.
– Eres una cochina. – Le dije arrancándole el racimo de bolas de su culo una a una.
– ¡Aaaaggggrrr! ¡Cabrón! – Chilló loca de placer.
Decidí que era el momento de disfrutar, al fin y al cabo me lo había ganado. La así de las caderas y la monté a perrito a todo trapo. Fui tan intenso y violento que Salma no pudo aguantar mi empuje y caímos los dos de bruces contra el colchón. La aplasté con mi cuerpo, le di todo lo duro que pude y me vine en su coño cuando me salió de los cojones, nunca mejor dicho.
Después me levanté de la cama, liberé sus manos y tomé mi correa. Completé el tratamiento con una docena de latigazos en su trasero, tal y como ella me había pedido que le hiciera cuando apareció aquella noche en mi casa.
Estaba furioso con Salma por obligarme a hacerle ese tipo de cosas. En realidad, lo que a mí me apetecía era darle mimos, besos y caricias. Deseaba besarla, cuidarla y tratarla como a una hija, pero estaba seguro de que si lo hacía a mi modo la perdería al instante. Salma no era de ese tipo de chicas románticas, le excitaba lo extremo. Incluso llegué a pensar seriamente que si su salud mental era la adecuada. Su adicción al dolor era desesperante.
Con el culo enrojecido igual que una tea, lloriqueaba como una niña, con sus manos tapándole la cara mientras yo le fotografiaba las llagas que decoraban su trasero.
– Déjalo ya. No cuela. Lo haces fatal.
Ella separó las manos, muy sonriente y burlándose me sacó la lengua haciéndome una pedorreta.
– Eres un soso. A ver, déjame verlas…
Le tendí la cámara y ella se sentó sobre la enorme mancha que adornaba el centro de mi cama.
– ¡Uff! Vaya cráter. ¿Crees que algún día podrás meter tu puño por ahí?
– ¡Por Dios! Me duele con sólo imaginarlo. No seas bruta…
– Ven, túmbate a mi lado.
– Miedo me das.
– Ven, no seas tonto. Te va a encantar, como siempre. Ponte boca abajo.
Pensé que en mala hora me había ofrecido yo a aquella cabeza loca para consumar todas y cada una de sus fantasías eróticas.
– Si te pasas un pelo, te parto las piernas…
– ¡Uff… eso sería genial…!
– Hablo en serio.
– ¡Que sí!
– Y si te pido que te detengas… te detienes…
– Me detendré a la orden, mi capitán…
– Y nada de dedos… ni bolas, ni nada.
– Nada de nada, lo prometo. Palabra de Girl Scout…
Respiré profundamente y me acosté a su lado. Salma se colocó sobre mí y comenzó a masajearme la espalda. Sólo con eso habría sido más que suficiente para mí, aunque yo sabía que ella no se iba a quedar en eso. Fue delicioso sentir sus labios besando mi nuca y el roce de sus tetitas en mi dorso. Reconozco que fue genial notar cómo su lengua recorría mi espalda en sentido descendente y también cuando sus manos separaron mis glúteos para mostrarle el camino a seguir a su apéndice bucal.
A diferencia de otros encuentros sexuales aquella noche Salma se presentó de improviso en mi casa por lo que digamos mi higiene íntima no era tan buena como de costumbre. Además, la cópula previa había sido intensa y ambos habíamos roto a sudar de forma abundante. Ni una cosa ni otra la contuvo a la hora de lamerme el trasero. Incluso diría que lo hizo con más ansia que las otras veces.
Sé de buena tinta que hay mucho prejuicio tonto por parte de algunos hombres ante esa práctica sexual. Piensan que tanto su hombría como su honor quedan mancillados si se trata de experimentar con su pozo negro. De hecho, yo mismo era de su misma opinión hasta que me crucé con Salma, sin embargo aquella muchacha de cabello oscuro y mirada penetrante era de lo más persuasiva. Era imposible no dejarse arrastrar por su vicio.
La adolescente me lamió el ojete con la alegría y falta de escrúpulo habitual. En un momento dado puede decirse que se centró única y exclusivamente en mi agujerito. Noté que mi esfínter se iba relajando poco a poco gracias a las caricias del extremo de su lengua. Sabía lo que iba a pasar después.
– Nunca has estado en las Girl Scout, ¿verdad?
– Nop.
– Me lo temía…
Tras esa inquietante revelación noté a su intrépida lengua abrirse paso por mi intestino. Fue una sensación tan fantástica como difícil de describir. Como creo que ya he dicho demasiadas veces lo que Salma hacía con la boca en cualquiera de sus facetas era mágico.
– ¿Lo habías hecho antes que a mí? – Pregunté, intrigado.
– Muchas - contestó después de que su lengua recogiese cuantos fluidos encontraba durante su ir y venir por el interior de mi trasero-, aunque no era a un chico.
– ¿Le has comido el culo a una chica?
– Sep.
Estaba yo tan a gusto que dejé volar mi imaginación.
– ¿A tu tía?
– Naa – contesto frotándome los testículos con su mano - a Erika, una chica alemana. Una tonta, como Nico. ¡Qué estúpida! Si llego a saber que mis papás me iban a traer de vuelta aquí, hago que se corte las venas mucho antes.
– ¡¿Qué?!
Me levanté de un salto y vi su cara. No bromeaba en absoluto.
– ¿Qué te pasa? No era más que una estúpida lesbiana. Nadie en este mundo la echará en falta, te lo aseguro.
La miré estupefacto. No podía dar crédito a lo que estaba escuchando.
– ¡Eres una hija de puta! ¿Le incitaste al suicidio? ¿a tu mejor amiga?
– ¿Mejor amiga?, ¿esa idiota? ¡Si no era más que una estúpida! ¡Una mascota, una perrita! Estuvo bien por un tiempo. Fue muy divertido jugar con ella y obligarla a hacer un montón de cosas, como lo de montárselo con mi padre, por ejemplo. Te hubiese encantado verlos follar: papá, tan católico, tan cristiano, tan de Opus… clavándosela a una cría de la edad de su hija. Uhmm, fue súper morboso espiarles. Pero después de eso ya se volvió muy aburrida y me cansé de ella y de sus traumas.
– E hiciste que se suicidara…
– Sep… - dijo sin mostrar la más mínima emoción -, eso sí estuvo interesante. Fue alucinante ver cómo agonizaba… me puse a cien.
Una vez más no sabía si todas aquellas cosas que Salma me decía, eran ciertas o se trataban simplemente de una tremenda sarta de mentiras para provocarme. En cualquiera de los dos casos logró encenderme.
Intentó de nuevo meterme la lengua por el culo, pero la detuve.
– Eres mala. Debería… debería… - repuse algo molesto.
– ¿Qué deberías? Venga, abuelete… ¿qué te apetece hacer?
– ¡Salma, no me jodas! ¡no me provoques…!
– ¡No tienes huevos de hacer eso que estás deseando! Eres como Nico, como Erika, un reprimido, un gilipollas… ¡un mierda, eso es lo que eres...! ¡un mierda!
Salma me gritaba como una loca. Estaba fuera de sí, parecía ida. Llegó a provocarme hasta tal punto que yo también perdí los estribos.
– ¡A ti sí que voy a darte mierda!
Eché mano a su cabello y, a modo de venganza, tiré de él de forma que su viciosa cara se soldó de nuevo a mi culo. Salma volvió a la tarea, me introdujo de nuevo la lengua en el orto, aunque no por eso dejó de reírse. De hecho, ni siquiera cuando dejé salir las heces en su boca dejó de hacerlo.
******************
El insomnio y yo somos viejos compañeros de viaje, aunque aquel día me desperté pasado el mediodía. No me sorprendió en absoluto que Salma hubiera volado. El último recuerdo que tengo de ella fue verla montándome y relamiéndose los labios como si hubiera degustado el más suculento de los manjares mientras yo le retorcía los pezones con saña. A partir de ahí mis recuerdos se zambullían en una nebulosa provocada por la marihuana.
El olor del cuarto era insoportable. Opté por abrir las ventanas para que el aire fresco y contaminado de Barcelona me aclarase la idea. Me sacó de la ducha el bramido intenso de mi teléfono móvil que no dejaba de sonar.
– ¿Qué pasa, Carlos?
– ¡Joder, Pedro! Vaya movida. Ha ocurrido una desgracia.
Enseguida pensé en Salma y me dio un vuelco el corazón. Creí que Nicolás, en un rapto de ira, la había matado o algo así.
– ¿Qué… qué ha pasado? – Pregunté mientras me sentaba; las piernas no me tenían en pie.
– Un chico entró en casa de Carme se ahorcó en el cuarto de Salma y, cuando ella llegó de casa de su amiga, se lo encontró desnudo y muerto; colgado de la puerta del armario. Creo que es un tal Nicolás, ¿no era también alumno tuyo?
– S… sí… uno de mis alumnos se llama así. ¿Y… y cómo está ella?
– Ella está bien, aunque muy afectada por todo.
– Entiendo.
Mi cabeza iba a una velocidad de vértigo, contestaba de manera automática. Recordé las palabras de Salma sobre su amiga Erika. Hasta ese instante creía firmemente que todo lo que me había contado esa chica era falso, que no era más que otro invento suyo para endurecer el sexo. Lo que me contó Carlos me sacó de la inopia.
– Carme me ha dicho que le pasó algo parecido con una amiga en Alemania. Pobre chica, eso es tener mala suerte. Por lo visto la chica…
– … se cortó las venas.
– En efecto. ¿Te lo contó Salma?
– Sí.
Yo estaba consternado. Sé que debería haber tenido las agallas suficientes como para tirar de la manta y descubrir su macabro juego, pero no estaba muy seguro de que yo me pudiese ir de rositas de todo aquello. Al fin y al cabo y dada su edad yo tenía tanto que perder que ella así que opté por callar cobardemente. Salma era extremadamente inteligente, estaba seguro de que lo tenía todo calculado y, si yo me iba de la lengua, tendría alguna artimaña prevista para revertir la situación en mi contra.
– Le han tomado declaración y se vuelve a Alemania esta noche. Su padre ha venido a llevársela. Por lo visto no hace más que llorar y llorar…
– Ya veo.
Conocía de sobra la facilidad de Salma para dar la apariencia de inocente. Tenía fundadas razones para creer que sus lágrimas eran de cocodrilo.
****************
Aguantar impertérrito durante el funeral de Nicolás ha sido uno de los peores tragos de mi vida, peor incluso que el interrogatorio al que un Policía Nacional me sometió días después del suceso dada mi relación con ambos muchachos. Le respondí vaguedades y digamos que aquel tipo tampoco insistió demasiado: el caso estaba claro como el agua, el historial psiquiátrico de Nicolás era bastante más amplio de lo que yo pensaba. Por lo visto mi desgraciado alumno ya había mostrado tendencias suicidas en público con anterioridad.
Pasaron unos días, intenté volver a la rutina, era imposible centrarme. Decidí dejar de dar clases y dedicarme al buzoneo. Me permitía distraerme y me obligaba a salir de casa.
Pensaba día y noche en Salma. Existía la mínima posibilidad de que todo lo sucedido fuese una maldita casualidad y me aferraba a eso como a un clavo ardiendo. Deseaba hablar con ella, aunque por otra parte me resistía a llamarla. Creo que no estaba preparado para afrontar la realidad. Llevé a la práctica eso que yo pregonaba: que la ignorancia me haría feliz.
Y así fue hasta que un día me di de bruces con ella, unas semanas después.
Desde un teléfono desconocido recibí un vídeo de no muy buena calidad. Todo estaba relativamente oscuro hasta que se hizo la luz. Entonces pude ver a Nicolás desnudo y una voz en off que identifiqué la de Salma, guiándole en su último viaje.
– “No… no estoy del todo seguro de esto, princesa.”
– “Es lo mejor. Confía en mí. Estás sufriendo y no te mereces vivir así.”
– “E… eso es cierto.”
– “Pues claro que lo es. Ahora hazlo todo tal y como te lo he dicho.”
Contemplé horrorizado cómo el propio muchacho preparaba el cinturón que le arrancaría posteriormente la vida, se subía a una banqueta de madera para después pasar la correa sobre la puerta del armario, siguiendo las indicaciones de la chica. El vídeo del suicidio de Nicolás estaba aderezado con cambios de plano en los que se podía ver la mano de Salma masturbando su sexo mientras su novio llevaba a cabo su propia muerte.
– “Ha llegado el momento que estábamos esperando, mi vida.”
– “S…sí.”
– “Adelante. Dale un golpe a la banqueta. Lánzala muy lejos. Estarás mucho mejor después, ya lo verás. Confía en mí.”
– “¿Me… me quieres?”
– “Siempre.”
Fue tremendamente fuerte para mi ver cómo Nicolás empujó el mueble de madera lo más lejos que pudo. Los siguientes minutos resultaron angustiosos y agobiantes. El chaval hizo amago de arrepentirse, incluso pidió una ayuda a Salma que jamás llegó. Tras la última convulsión… la nada. El silencio de la muerte solo era quebrado por los jadeos y grititos de la joven al correrse mientras el cadáver de su novio colgaba inerte de la puerta del mueble de su cuarto.
Después la cámara se movió bastante hasta que finalmente el plano se quedó fijo. Salma apareció muy sonriente junto al cuerpo sin vida de su novio. Parecía eufórica y ajena por completo a la tragedia que acababa de ocurrir en su presencia.
Entusiasmada, le dio un par de golpecitos al pene del muchacho que mostraba una considerable erección pos mortis.
– “Ya era hora, se me está terminando la batería. ¿A que es alucinante? Está súper dura…”
Cuando empezó a chuparle la polla al cadáver ya no pude seguir mirando, estampé el teléfono móvil contra la pared y comencé a vomitar todo lo que había almorzado aquella mañana.
Fin
Asu, excelente, no me espere este final.
ResponderEliminarexcelente relatos, no me esperaba este final.
ResponderEliminarMuchas gracias. Me alegro de que te guste. Te invito a comentar más relatos. Se agradece mucho la colaboración de la gente.
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