"ONG" por Kamataruk

                                               



– ¡Señor, señor! ¿Le gustaría apadrinar a una niña?

– ¿C… cómo dices?

– Le preguntaba que si quería apadrinar a una niña.

– Lo… lo siento – contestó Sergio ligeramente turbado al verse abordado en mitad de la calle por aquella joven rubia de amplia sonrisa, ojos albahaca y acento extranjero –. No… no tengo tiempo…

El sesentón mintió de manera descarada. Si algo le sobraba en aquellos instantes era tiempo. Tenía todo el tiempo del mundo desde que había sido prejubilado de su empresa de toda la vida con una interesante indemnización y una pensión más que generosa dado su puesto de alto ejecutivo en el consejo de administración.

– Será sólo un minuto – Le dijo la chica –. Tenemos la oficina ahí mismo, le invito a un café, ¿le parece?

Quizás fuesen aquellas las únicas palabras amables que había escuchado aquel hombre en semanas así que no lo pensó más y accedió. Además, la rubia de rasgos eslavos era preciosa y su escote muy holgado, tanto que dejaba a la vista sin el menor rubor el inicio de sus voluptuosos senos. No era una adolescente pero todavía le faltaba para llegar a la treintena y era preciosa, una auténtica delicia de hembra. Sergio se dijo a sí mismo que no hacía nada malo alegrándose la vista con ella aunque no tenía la menor intención de hacer ningún tipo de donativo para la ONG que anunciaba.

Entraron en una oficina a pie de calle, muy iluminada, con multitud de banderas azules y amarillas que él identificó de inmediato como Ucranianas. Había varias chicas más allí, a cuál más bella y sonriente, atendiendo a personas en su mayoría hombres de cierta edad como él.

– ¿Solo?

– Sí, estoy viudo…

– Me refería al café – apuntó la joven con condescendencia .

– ¡Sí! – replicó él enseguida, avergonzado por su torpeza.

– Aquí tiene. – Le dijo la rubia unos momentos después –. Siento lo de su señora.

– Gracias.

La mujer se sentó frente a él y manipuló una tableta electrónica con soltura.

– Me llamo Irina y pertenezco a la ONG Ukraine's World. Como habrá adivinado…

– ¡Tutéame, por favor!

– ¡Sí, claro! No hay problema – replicó ella con exquisita amabilidad –.Te decía que somos una organización no gubernamental, sin ánimo de lucro, que gestionamos varios orfanatos allá en mi país, Ucrania… ¿conoces Ucrania?

– No tengo el gusto. ¿Eres de allí? Hablas muy bien el castellano.

– Gracias, estudié su idioma desde niña. Llevo algo de tiempo en España aunque no en la ciudad, esta oficina la abrimos hace poco aquí en Madrid.

– Ya me extrañaba, he pasado miles de veces por aquí y es la primera vez que me fijo en ella.

– Como te decía, gestionamos varios orfanatos femeninos en mi país. Las cosas por allá están todavía peor que aquí y el gobierno no tiene recursos para ocuparse de las huérfanas directamente. Ukraine's World se dedica a recogerlas de la calle, darles un hogar, una formación, un trabajo… un futuro. En definitiva, una vida.

– Me parece muy bonito eso que hacéis pero de verdad no me gustaría hacerte perder el tiempo. No voy muy sobrado de dinero…

De nuevo el sesentón volvió a faltar a la verdad, el caro reloj de su muñeca lo delataba.

– ¡No te apures por eso! Un poco aquí es mucho allá…

– Lo cierto es que, no te ofendas, estas cosas siempre me han parecido un timo.

La chica hizo una mueca de desagrado, como si ya hubiese escuchado la misma cantinela antes.

– ¿Te parezco un timo? – Dijo la chica algo dolida y levantándose, se exhibió frente al hombre dando una vuelta sobre sí misma.

Era realmente muy hermosa, Sergio tragó saliva a contemplar sus curvas.

– Yo vengo de uno de esos orfanatos. Allí me alimentaron, me cuidaron, me dieron cariño, allí aprendí inglés y español, me enseñaron a valerme por mí misma y aquí me tienes, intentando conseguir dinero para que otras chicas sigan mi camino… ¿te parezco un timo?

– No… no quería ofenderte.

La joven recuperó tanto su templanza como su cristalina sonrisa y ocupó de nuevo su asiento.

– Tranquilo. Hay mucho sin… sinvergüenza, se dice así ¿no?

– Sí, sí.

– Hay mucho sinvergüenza que quiere ganar dinero a costa del sufrimiento de esas niñas. No es nuestro caso. Estamos avalados por el Gobierno Ucranio…

– Bien, en todo caso…

– No voy a pedirte una cuota fija ni nada por el estilo. Aquí se da lo que uno puede, quiere o le apetece. Tienes la opción de tarjeta de crédito pero si no te sientes cómodo puedes hacerlo todo a través de PayPal ¿lo conoces?…

– Sí.

– Es súper seguro.

– Eso… eso es cierto, pero....

– Verás. Simplemente entramos en la página web…

La chica manipuló el aparato electrónico con agilidad.

– Se elige el orfanato – guiñó la chica al elegir uno de nombre impronunciable para proseguir en voz baja –. No se lo digas a nadie, yo siempre escojo este; es del que yo procedo…

Sergio devolvió el gesto de complicidad con una sonrisa.

– ¿Qué niña te gusta más? – Dijo la joven mostrando al hombre una pléyade de rostros infantiles a cual más bello.

– No… no sé… – dijo el hombre algo incómodo ante tanta chiquilla.

– Déjame elegir a mí. La gente siempre escoge a las más pequeñas y, a menudo se olvida de las necesidades de las otras algo mayores. ¿Te parece esta? También es mi preferida – dijo señalando una bonita chiquilla de cabello ondulado color azabache y unos ojos verdes tremendamente expresivos y vivarachos, vestida con un uniforme escolar con el logotipo de la ONG en el pecho de la camisa.

– Bueno… yo…

– Se llama Oxana, significa algo así como “hospitalidad al extranjero”. Es un nombre que ni hecho a medida. Tiene trece años y lleva desde que nació en el orfanato…

– Bien… pero…

– Ahora entras aquí y ves su ficha. ¿Es muy guapa, verdad?

Sergio se quedó boquiabierto, no tanto por la belleza de la niña sino por el hermoso par de tetas que el holgado escote de la representante le mostraba. La chica, en su afán por mostrarle a la niña, había adoptado una postura poco decorosa que dejaba a la vista sus voluptuosos senos.

– Estas son las cosas que necesita. Ya ves que son artículos de primera necesidad como ropa, material escolar y algún caprichito; al fin y al cabo son niñas…

El hombre hacía verdaderos esfuerzos para que sus ojos no se fueran al cuerpo de la muchacha e intentó concentrarse en la pantalla.

– ¿Tienes un euro?

– ¿Un euro?

– Sí, puedes comenzar con ese estuche de maquillaje, por ejemplo.

– Bueno, es que yo no…

– Venga, no seas así – dijo la joven con su mejor sonrisa –. El café que te he invitado cuesta más en el bar de ahí al lado, ¿no?

– En eso tienes razón.

– Utilizaremos mi tarjeta de momento. Dame tu euro.

– Sólo tengo cinco…

– ¡Estupendo! – contestó ella agarrando el billete azulado con gracia – Le mandaremos también este bikini tan mono. ¿Te parece? Sólo son cuatro euros más…

– Está bien – accedió finalmente Sergio con una mueca, dejándose engatusar conscientemente por la bonita mujer –. Cinco euros y nada más.

– Claro, claro. Cinco euros aquí es mucho dinero allá. Es tan bonito y seguro que estará monísima con él.

Sergio tragó saliva al mirar el minúsculo atuendo que había elegido para la chiquilla. Estaba tan embelesado mirando las prominencias de la joven que ni se había parado a observar con detenimiento su obsequio. Apenas eran tres triangulitos rojos unidos por finos cordeles, nada más.

– No… no será algo… atrevido. – Dijo él con voz poco firme.

– ¿Atrevido? ¡Qué va! Allí se llevan cosas así, mira.

Y como por arte de magia, hizo aparecer frente al asombrado Sergio una sucesión de fotografías de otras niñas con similar vestuario o incluso todavía más nimio.

El hombre se sintió tremendamente turbado ante tanta carne preadolescente prácticamente desnuda.

– ¿Me guardas un secreto? – Dijo la chica.

– Claro. ¿Qué pasa?

– Si alguien se entera de esto me meto en un lío.

La chica accedió a través de un extraño icono a una especie de pantalla de acceso cifrado. Introdujo un código encriptado y movió frenéticamente los dedos hasta llegar a una carpeta de caracteres cirílicos. Al abrirla, a Sergio por poco le da algo. Apareció en pantalla la propia Irina con algunos años menos vistiendo exactamente el mismo minúsculo traje de baño. No tenía tantas curvas como de adulta pero su sonrisa era inconfundible. Al hombre no se le pasó por alto que la ropita se ajustaba tanto a la lolita que se le distinguían claramente los pezones así como la rajita de su monte de Venus.

– ¿Ves? ¡Yo tenía uno exactamente igual a su edad y me encantaba! Lo llevaba día y noche por el orfanato. En invierno y en verano. Allí hace mucho frío pero la calefacción está a una temperatura tremendamente elevada todo el tiempo. Las cuidadoras son muy frioleras y, para que ellas estén a gusto, las niñas tienen que ir así vestidas, ligeras de ropa.

– Ya… ya veo. – Dijo Sergio sin ser consciente de que se estaba relamiendo viendo a su interlocutora siendo niña y casi en cueros.

– ¡Se lo compramos, pues!

– Sí, sí… – Dijo él, contagiado de entusiasmo.

– Pues ya está hecho – contestó ella en pocos segundos –. Ya eres oficialmente donante de la ONG Ukraine's World. ¿Qué te parece?

– Pues… genial.

– Dime tu correo electrónico y un nombre. Te abriré ficha para que puedas navegar tú mismo y regalarle más cosas cuando te apetezca.

El hombre dudó.

– También es para que la niña te envíe un mensaje de agradecimiento. Es importante para ellas saber que alguien se preocupa por su bienestar, que no están solas en este mundo. Eso es tanto o más importante incluso que los regalos, lo sé por experiencia.

– Bueno. Está bien. – Accedió finalmente Sergio.

– Aquí tienes tu código de acceso a la página. Cuando entres en ella verás un icono con un sobrecito. Si está rojo es que tienes respuesta. Intentaré personalmente que Oxana te envíe un pequeño vídeo agradeciendo tu generosidad.

– No… no es necesario…

– Incluso puedes chatear con tu apadrinada más adelante, cuando consigas puntos por los regalos. En inglés muy sencillo… pero se puede…

– Vale, vale… – dijo el hombre algo abrumado.

Tras darle los datos requeridos ambos se despidieron con un par de besos en la mejilla.

– Muchas gracias. Si tienes alguna duda o problema, este es mi teléfono. Siempre estaré a tu entera disposición para lo que sea.

– ¿Le has comentado lo del viaje? – dijo otra chica en voz alta justo cuando Sergio iba a marcharse.

– ¡Es verdad! Se me olvidaba. Una vez al mes organizamos un viaje a nuestros orfanatos. Son sólo dos noches para conocer el sitio y compruebes por ti mismo cómo se invierte tu dinero.

– No… no creo que me interese…

– Bueno. Sólo lo digo por si te apetece conocer a Oxana… personalmente.

Cuando el hombre se fue otra de las chicas se acercó a Irina y le dijo en su idioma natal.

– “¿Crees que ese tiene posibilidades?”

– “Ese cae seguro. En cuanto vio a la niña dejó de mirarme las tetas.”

– “Si tú lo dices…”

– “¿Te apuestas algo?”

– “No.”

La chica conocía el fino olfato que Irina tenía para los pedófilos con dinero. La chica rubia era una de las mejores cazadoras de cerdos de toda la organización mafiosa que se ocultaba bajo la tapadera de la ONG.



Sergio se marchó de allí con una sensación extraña. Prácticamente había dado el asunto por zanjado cuando, dos días más tarde, recibió en el ordenador personal un correo electrónico de Oxana. Incluía un breve mensaje de la adolescente como agradecimiento y dos archivos adjuntos. En el primero se mostraba un vídeo en el que la niña abría un paquete con los regalos que él le había mandado. Después, ella chapurreó unas palabras en un español muy rudimentario:

– ¡Gracias por tu regalo, Serrrgio! Me ha gustado mucho. ¿Mandarás más cosas bonitas? ¿Cuándo vendrás a verme? Me gustaría conocerte.

Sergio no pudo por menos que sonreírse ante tanta amabilidad por parte de su apadrinada. Le pareció un detalle bonito aunque poco espontaneo. Decidió abrir el segundo elemento. En él aparecían una treintena de fotografías de Oxana llevando el bikini rojo que él le había regalado y sosteniendo en sus manos el estuche de maquillaje. Se la veía tremendamente feliz acicalándose con él. Eran instantáneas de alta calidad y cuidada factura; parecían posados profesionales, como el que había visto de Irina. En las fotos se marcaban claramente partes íntimas del cuerpo de la niña bajo la tela bermellona tales como los pezones, la vulva y el trasero. Él las examinó al principio de forma rutinaria, estaba contento por haber hecho feliz a la chiquilla con tan poca cosa. De repente, algo se le quedó grabado en la retina y retrocedió un par de fotos para centrarse en una de ellas. Era prácticamente igual que las otras excepto en un pequeño detalle que no pasó por alto.

– ¡Joder!– Exclamó al examinarla con detenimiento.

Al ampliarla, comprobó que su primera impresión no le había engañado.

– ¡Se le ve el pezoncito! – Musitó tras morderse de forma sutil el labio inferior.

En efecto, el botoncito sonrosado sobre una ligera prominencia aparecía fugazmente debido al ángulo poco oportuno de la cámara. Parecía algo fortuito, al menos eso creyó en un principio, restándole importancia al asunto. Pero entre una cosa y otra estuvo un montón de rato mirando el bultito coronado de la niña. Notó que poco a poco su verga comenzaba a palpitar como cuando era joven. Sintiéndose culpable, quiso terminar con todo aquello borrando el archivo y así hubiera sido de no haber visto la última foto, esa que cambió su vida para siempre. En ella aparecía Oxana en una pose tremendamente erótica, resaltando su incipiente busto y con la boca entreabierta. No obstante Sergio, embelesado, no había fijado allí su mirada sino a la entrepierna de la lolita. Se enjuagó la garganta tragando saliva mientras de forma inconsciente se iba acercando a la pantalla para corroborar lo que sus ojos le mostraban: a la niña se le veía el sexo. No en su totalidad pero sí una parte; un labio vaginal y el comienzo del clítoris. Intentó ampliarlo al máximo pero pese a la gran calidad de la foto todo resultaba algo borroso, pero lo que la técnica no logró componer lo hizo su imaginación.

Comenzó a sudar como un cerdo. Se levantó de su asiento como un rayo hacia su escritorio. Rebuscó en un cajón hasta hallar una memoria extraíble, copió en ella los archivos y los visionó en su enorme pantalla de televisión. A punto estuvo de caérsele el mando a distancia de la mano cuando contempló, efectivamente, las partes prohibidas de la anatomía de la niña: lampiñas, impolutas y brillantes, a pesar de que la resolución no era muy buena.

Sentado en el sofá, se regaló una magnífica paja con la mirada fija en la televisión. Todavía tenía la mano con restos de esperma cuando manipulaba el ratón de su ordenador para acceder a la página principal de la ONG Ukraine's World.

Sergio tuvo que repetir varias veces el código que Irina le había entregado pese a que lo tenía correctamente escrito en una tarjeta de visita de la ONG. Estaba frenético y las manos le temblaban. Enseguida estuvo eligiendo un nuevo regalo.

– ¡Vaya, vaya! – Dijo para sí esbozando una sonrisa –. No son precisamente baratos estos vestiditos.

En efecto, el bikini y el set de maquillaje eran excesivamente económicos con respecto al resto de bagatelas que mostraba la pantalla. Invirtió unos trescientos euros en un conjunto de minifalda de vuelo y un top cerrado por delante con unos endebles corchetes. Babeaba imaginando a la niña con él. Cerró los ojos y volvió a tocarse evocando la onírica imagen de la ninfa revoloteando con esa vestimenta cerca de él.

No se masturbaba desde la adolescencia. Se sentía vivo de nuevo.

Aquella paja no fue nada en comparación con las que se hizo al recibir la respuesta. La combinación de la belleza natural de Oxana con lo escueto de su atuendo hizo trizas sus tibios remordimientos. No sabía qué ver: si el vídeo de la niña quitándose la braguita bajo la minúscula falda, incitándole a viajar a su país para conocerla o las fotos que lo acompañaban, en las que en prácticamente todas se veía algún pedacito prohibido de carne blanquecina de la sonriente chiquilla.

A Sergio le dolían los huevos de tanto tocarse en honor a Oxana, prácticamente estaba día y noche dándole al manubrio visionando una y mil veces todo el material que disponía de la morenita de ojos esmeralda. Tenía en veneno de la niña dentro… y quería más, como cualquier drogadicto en pleno síndrome de abstinencia.

Sergio había advertido que la página de regalos tenía una parte a la que no podía acceder. Lo intentaba constantemente pero siempre aparecía el mismo mensaje en inglés, ese que le decía que no tenía suficientes puntos para entrar en ese apartado. El hombre recordó las palabras de Irina diciéndole que los puntos se conseguían mediante regalos y más regalos así que decidió no irse más por las ramas y obsequiar a la chiquilla con todas las ofrendas de golpe. Invirtió casi mil quinientos euros en ello. De este modo tuvo acceso a la más cara de las preseas: un collarcito aparentemente de oro con unos pendientes a juego, por la nada despreciable cantidad de dos mil euros.

No lo pensó ni un momento. Estaba seguro de que iba a ser la mejor inversión de su vida.

Esta vez no tuvo que esperar tanto tiempo. A la mañana siguiente recibió la contestación anhelada. El corazón le iba a mil por hora. Ni siquiera prestó atención al mensaje escrito ya que en él siempre se repetía la misma cantinela. Fue directamente a los archivos adjuntos. Había muchos, tantos como regalos había enviado pero fue directamente al que correspondía al más caro de los obsequios. El vídeo mostraba un primer plano de la cara sonriente de la niña levemente maquillada luciendo las citadas alhajas. Posteriormente, el encuadre se fue ampliando lentamente para mostrar al hombre eso que tanto deseaba ver y por lo que tanto había pagado: la desnudez integral de la niña, completamente abierta de piernas, mostrándole su sexo.

– Gracias por tu regalo Sergio… ¿cuándo vendrás a verme? Deseo tanto que juegues conmigo…

Y tras esas palabras la niña pasó a los hechos. Sus manitas acariciaron sus senos con vehemencia en actitud lasciva y explícita. Con las rodillas separadas, tras pellizcarse los pezones duramente, se chupó un dedo simulando una felación y, para finalizar, se masturbó con insistencia con él hasta que la cámara mostró nítidamente cómo los jugos brotaban de su vulva entre jadeos y movimientos sexuales, más propios de una avezada actriz porno que de una niña de su edad. Después, utilizó su flujo íntimo como lubricante y estimuló su ano hasta que su dedo corazón terminó inserto en su culito, sin que su sonrisa desapareciese ni un instante de su bello rostro durante la maniobra. La siguiente media hora fue una sucesión de tocamientos, suspiros, jadeos e inserciones por sus agujeros por los múltiples y variopintos juguetes, sexuales o no, con los que Sergio había obsequiado a la preadolescente a lo largo de las últimas semanas.

A Sergio le aterraba volar a finales pero ese mismo mes viajó en dirección a Odessa previa escala en Kiev. El hombre pasó uno de los peores momentos de su vida cuando, en el control de la aduana, una mujer uniformada de aspecto andrógino le preguntó si viajaba a Ucrania para realizar algún tipo de turismo sexual. Irina le había advertido, cuando abonó los ocho mil euros del viaje, de que aquello podía ocurrir y le indicó los pasos a seguir pero aun así él se mostró muy nervioso. A duras penas acertó a negar tal posibilidad, indicándole a aquella señora que se encontraba en el país por negocios relacionados con maquinaria industrial y le entregó un folleto con algunas ilustraciones.

A la aduanera le traía sin cuidado la verdadera naturaleza del viaje de aquel pervertido, simplemente seguía un protocolo para cumplir el expediente y el billete de cien dólares que se ocultaba el tríptico era más que suficiente para minimizar el papeleo. Las autoridades del país del Este de Europa tenían muy claro que buena parte de los ingresos que recibían por el turismo se debían a la facilidad de sus mujeres para abrirse de piernas a los extranjeros, ya fueran adultas, adolescentes o niñas. Si realizaban todos aquellos cuestionarios era solamente para acallar las protestas de los países occidentales sobre el turismo sexual institucionalizado que allí se practicaba desde la caída del régimen comunista.

Cuando el hombre desembarcó en el Aeropuerto Internacional de Borýspi, en la capital de Urania, desconocía que había compartido viaje con una docena de hombres y tres mujeres que se dirigían a su mismo destino en Odessa. No se conocían entre ellos, de hecho viajaron en diferentes asientos en el avión y sólo se juntaron en la cafetería del aeropuerto entorno a un hombre de gesto severo con un cartelito Ukraine's World frente a él.

Tal peculiar comitiva se montó en un microbús para recorrer por carretera los casi quinientos kilómetros que separaban ambas localidades. Junto a Sergio, se sentó un hombre de aspecto afable y risueño con aspecto bonachón.

– ¡Hola, me llamo Paco! No te había visto antes por aquí, ¿es la primera vez que vienes?

– S… sí.– Contestó Sergio sin muchas ganas de entablar conversación con aquel extraño.

– Ya me parecía. Te veo muy nervioso. Tranquilo, todo irá bien, ya lo verás. Lo vas a pasar genial allá… follándote a esas putillas – dijo él relamiéndose en tono socarrón – Son tremendas, unas auténticas zorras, se dejan hacer de todo. No te dejes engañar por su edad: son todas unas profesionales, incluidas las más pequeñas. Tienen el vicio en el ADN.

Sergio se limitó a asentir, no estaba acostumbrado a que alguien hablase así de las mujeres y menos aún de unas inocentes niñas. Todavía no tenía muy claro qué iba a hacer con Oxana durante su primer encuentro. No dejaba de fantasear con ella desde que decidió emprender aquel viaje pero no estaba seguro de hasta dónde podría llegar. Irina no había sido demasiado explícita al respecto. La palabra “jugar” tenía demasiadas acepciones como para estar seguro de lo que estaba permitido y lo que no. Intentando mantener a raya su mala conciencia, se decía a sí mismo que iba a limitarse a besarla y, como mucho, a acariciar su suave piel infantiloide en zonas no demasiado comprometidas.

Su cerebro aún tenía el suficiente prejuicio moral como para pensar con corrección, pero su pene tenía criterio propio. Sólo con imaginar esos tocamientos experimentaba un severo cosquilleo en esa parte crítica de su anatomía.

– ¿Tú… tú vienes mucho?

– Desde hace cuatro o cinco años, en meses alternos. Y porque no puedo venir más, que si no aquí me tendrías todos los meses reventando esos jodidos coñitos. Estoy casado y no puedo decirle a mi mujer que me voy constantemente al extranjero. Si por mí fuese lo mandaría todo a tomar por el culo y no saldría de ese lugar hasta arruinarme. Me dejaría hasta el último jodido céntimo en esas guarrillas… Pero uno tiene sus jodidas obligaciones.

Y sin darle mayor importancia a su anonimato sacó su cartera y le mostró a Sergio una fotografía con dos bonitas chicas haciendo morritos.

– Son mis hijas. ¿A que son guapas?

Sergio no supo qué contestar.

– ¡Tranquilo, hombre! ¡Que estamos en confianza!

– Sí, son muy hermosas. – Dijo mirando a las dos bellas muchachas.

Sergio estaba abrumado con tanta información no requerida pero finalmente se atrevió a preguntar algo que hubiese sido impensable en otra situación distinta de aquella:

– Y tú a ellas, ya sabes…

– ¡Follármelas! ¡Ni hablar! ¡Son mis hijas, joder! ¿Qué clase de enfermo crees que soy? – dijo el hombre con semblante serio –. Me pongo malo sólo imaginando que alguien puede siquiera ponerles la mano encima. ¡Ellas son chicas decentes, por amor de Dios! Para hacer guarradas están las jodidas chiquillas de aquí; a esas les encanta montar. Todas las mujeres de este jodido país son todas unas putas, desde que nacen hasta que mueren; lo llevan en la sangre. Su única meta en su jodida vida es abrirse de piernas, a cuantos más hombres mejor.

El sesentón se quedó pensando acerca de la peculiar doble moral de su compañero de asiento pero optó por callarse.

– Además – prosiguió el hombre algo más calmado relamiéndose los labios de forma lasciva– a mí me gustan tiernas… muchísimo más tiernas. Mis princesas son monas pero ya… algo maduras para mi gusto. Son buenas chicas, dos auténticos ángeles incapaces de tan siquiera imaginar las cosas que a mí me motivan.

Y para corroborar sus palabras sacó su teléfono móvil. Ante la atónita mirada de Sergio apareció un angelito rubio de ojos azules varios años más joven que Oxana, vestida con el uniforme del orfanato al que se dirigían. Las primeras fotos eran simples posados pero en las siguientes a la chiquilla le acompañaba un pene tan grande en relación a su tamaño, próximo a su boca abierta que parecía imposible que fuese capaz de abarcarlo con los labios. El compañero de asiento siguió mostrando fotografías y Sergio comprobó que el sexo oral no era el objetivo. No tuvo estómago para seguir mirando.

– No me digas que no es el váter más bonito del mundo. Mírala cómo traga. – Le espetó el otro con la mirada fija en la imagen, totalmente ajeno al malestar que había provocado en Sergio, incapaz de percatarse de que su vicio no era compartido por él.

El autobús se detuvo a reportar carburante en algún punto indeterminado de la ruta. A Sergio le llamó la atención que un grupito de chicas jóvenes y no tan jóvenes, a cual más bella, acercándose al autobús y exhibiendo sus cuerpos prácticamente semidesnudos pese a que el ambiente no era cálido ni mucho menos.

– Están jodidamente buenas las mujeres de este jodido país, ¿verdad? – apuntó su compañero de viaje.– Son todas unas jodidas rameras. Casadas, solteras, grandes, pequeñas… todas se abren de patas por unos míseros billetes. Lo llaman “El Burdel de Europa” ¿lo sabías? Los rusos y los polacos cruzan la frontera en manada para follarse a esos bellezones en sus propias casas. ¿Ves aquellos jodidos hombres de allá sentados sin hacer nada?

– Sí.

– Son los padres, los maridos o los hermanos de esas jodidas chicas; las chulean para irse a emborrachar después con el dinero que ellas ganan. Aquí no trabaja nadie desde que desapareció la Unión Soviética, sólo los jodidos bares, los jodidos vendedores de preservativos y los jodidos médicos abortistas, que se hacen de oro.

Al reemprender la marcha Sergio le hizo una señal a su nuevo amigo indicándole la presencia de mujeres de mediana edad en la excursión sexual.

– No te extrañes, cada vez hay más de esas. Antes costaba encontrarse con una pero ahora raro es el viaje que no coincidas con tres o cuatro jodidas tías.

– ¿Son… lesbianas?

– Sí… y no.

– No te comprendo.

– Pues alguna de esas hay pero a la mayoría les gustan las niñas pero no para follárselas… en el sentido estricto de la palabra.

– ¿Entonces…?

– Suele gustarles… jugar con ellas… ya sabes.

– No, no te comprendo.

– ¡Pues torturarlas, joder!

– ¿Torturarlas?

– Sí, ya sabes: atarlas, azotarlas, pegarlas y cosas aún peores…

– ¿Peores?

– Sí. Creo que fue una de esas dos la que le arrancó un pezón a una niña con unas tenazas… – Dijo mirando a una embarazada y a su compañera.

Sergio sintió unas ganas locas de mandarlo todo al carajo hasta que el otro, en medio de una sonora risotada, le golpeó el hombro:

– ¡Que es broma, hombre! Esas dos son pareja y vienen… a ver cómo va su jodida compra.

Pero a Sergio no le tranquilizaron en absoluto aquellas palabras, no supo si por lo forzado de la mueca del otro o por su tono poco convincente. Tampoco las comprendió demasiado bien.

– ¿Y qué compran?

– Pues qué va a ser… bebés, ¿qué otra cosa crees que puede comprarse en este jodido país?

Sergio siguió sin comprender.

– Sí hombre, no te hagas el tonto. Esas son boyeras que no les sale del chocho embarazarse pero también sucede con parejas que no pueden tener hijos. Está todo inventado. En España una de ellas finge estar preñada pero en realidad es mentira. Lo que hacen realmente es comprar un bebé a la ONG que tú sabes. A esas niñas de los orfanatos se las follan tantas veces que es normal que, tarde o temprano, a esas putitas le salga un jodido bombo en la tripa. Si sale niña, continúa la rueda y ocupa el sitio de su mamá en el burdel; si sale niño, lo venden. Es todo un jodido negocio montado por el propio gobierno de este jodido país. Una máquina de hacer dinero, te lo digo yo.

– Oh… vaya.

– El sexo, la venta de bebés y el tráfico de órganos son el negocio nacional. Cuando la putita está a punto de parir, la mandan a nuestro país como si fuese de vacaciones y, una vez allá, hacen el cambiazo. Es fácil, sólo hace falta dinero y un jodido médico sin escrúpulos para que emita un jodido certificado de nacimiento falso por un puñado de billetes.

– ¿Y… qué pasa con la chica?

– ¿Qué chica?

– La… la que ha parido…

– ¡Y qué más da! ¿a quién le importa lo que les pase a esas jodidas putas? No sirven para otra cosa que para abrirse de piernas, te lo digo yo, que sé de lo que hablo. Esas sólo son felices con una polla bien adentro.

Paco pasó el resto del trayecto contándole con pelos y señales sus andanzas a lo largo de sus múltiples viajes. A Sergio le maravillaba y a la vez le resultaba repulsivo la forma impersonal con la que su compañero de viaje trataba a aquellas niñas. El hombre con cara de abuelo adorable era en realidad un verdadero pervertido, un animal en el sentido literal de la palabra.

El autobús sólo se detuvo aquella vez durante el trayecto, lo justo para aliviar las vejigas. Los organizadores del viaje sabían que los benefactores no tenían tiempo que perder. No estaban interesados en conocer ni el folclore, ni la gastronomía, ni el paisaje, ni las costumbres de aquel país, iban a lo que iban: a follar niñas.

– ¡Mira, ahí es! Ya se me está poniendo dura con sólo ver el jodido orfelinato. Si me permites un consejo no pierdas el tiempo con cursiladas, olvida tus prejuicios y ve a saco desde el primer minuto. El jodido fin de semana pasa volando, y la espera hasta el siguiente encuentro se hace muy larga. Haz con tu zorrita todo lo que te pida el cuerpo, sin remordimientos: ve a saco, todo está permitido. Están acostumbradas a todo, no hay nada que puedas hacerles que no les hayan hecho ya. Absolutamente todo… – musitó el hombre acariciándose el paquete –, te lo aseguro.

Ante los ojos del principiante apareció un imponente edificio gris, con grandes ventanales de cristales de espejo y apariencia bastante deteriorada. Sergio había imaginado el orfanato como un lugar idílico, una especie de granja en medio del bosque en el que las niñas vivían como princesas entre los lujos proporcionados por sus benefactores pero la cruda realidad le abrió los ojos y le mostró un sitio lúgubre, con aspecto de cárcel, situada en medio del casco urbano de una ciudad contaminada y sucia.

El autobús entró en el recinto dirigiéndose hacia el centro de un enorme patio totalmente desierto. Sergio estaba cada vez más nervioso. Había escuchado multitud de historias sobre asaltos, palizas e incluso tráfico de órganos durante los viajes de turismo sexual que se le vinieron a la mente en ese momento. No obstante, cuando la puerta se abrió y entró en el vehículo un rostro conocido, se tranquilizó bastante.

– Buenos días a todos. Ukraine's World les da las gracias por estar aquí – Dijo Irina a todos los presentes, ataviada con el mismo uniforme que el de las internas. Los botones superiores de su camisa estaban desabrochados de forma que el nacimiento y buena parte de sus generosos senos, liberados de corpiño que los contuviesen, permanecían a la vista de los presentes–. Voy a repasar las normas, como siempre. Debajo de los asientos tienen una gran bolsa de plástico. Colóquenla sobre la cabeza antes de salir, son para que los satélites no puedan identificarles. Después, iremos todos en fila hasta esa puerta de ahí con todas sus pertenencias y entraremos en el hall con la mayor celeridad posible. El domingo, a las dos en punto, nos reuniremos todos en ese mismo lugar y haremos el mismo trayecto pero en sentido inverso. No pierdan la bolsa ni lleguen tarde, por favor. El autobús no esperará a nadie, se lo aseguro.

Un murmullo general se hizo en el interior del vehículo.

– Está prohibido, repito, prohibido salir del edificio bajo ningún concepto; ni siquiera al patio. Las internas suelen salir los días de colegio a jugar pero durante el fin de semana no hay clases así que no lo harán. Los accesos están cerrados con llave, pero aun así no está de más advertirlo por si hay algún descuido. Los horarios de desayuno, almuerzo y cena son estrictos para todo el mundo. Comeremos todos juntos, benefactores, niñas y personal del centro, ¿comprendido?

– ¡Sí!

– En las habitaciones encontrarán lo que necesiten para que su estancia en Ukraine's World sea agradable: bebidas, dulces, frutas, estimulantes, viagra, juguetes sexuales..., de todo. No obstante, si requieren de algo más pídanselo a las niñas y ellas se pondrán en contacto con nosotros. Todas entienden el inglés de una manera más o menos fluida y si no yo estaré siempre cerca de ustedes por si me necesitan… Para lo que sea, ¿alguna duda?

Dijo mirando específicamente a Sergio.

– Eres el único nuevo aquí, ¿alguna pregunta?

– No. – Dijo el interrogado, muy avergonzado al ser señalado de ese modo.

– Recuerden que tienen una o varias chicas asignadas dependiendo del caso y que deben limitarse a entablar relaciones con ellas exclusivamente. No obstante, si les apetece… apadrinar a alguna otra interna que no esté asignada podremos llegar a algún acuerdo sin excesivos problemas. Sabemos que todos ustedes son lo suficientemente solventes para ello. Es sólo cuestión de hablarlo.

Después de buscar la aprobación con la mirada de sus interlocutores, la guía prosiguió:

– Para finalizar tres cosas importantes: Están terminantemente prohibidos los teléfonos móviles, cámaras fotográficas y cualquier otro artefacto electrónico. El edificio cuenta con inhibidores de todo tipo y está totalmente monitorizado. Todo lo que hagan o digan será observado por el personal de seguridad por lo que no les aconsejo que jueguen con eso, como comprenderán las medidas de seguridad aquí son muy estrictas.

Un murmullo generalizado la interrumpió.

– El concepto de intimidad no existe y comprobarán que la mayoría de las habitaciones carecen de puerta, así que todo lo que hagan puede ser visto por el resto de los residentes en el centro. En segundo lugar, no juzguen y no serán juzgados. Cada uno tiene una manera diferente de entender el… Afecto por las niñas y no tiene por qué ser del agrado de los demás. Si no les gusta lo que ven sencillamente se van a otro lado y punto. No molesten al resto de los benefactores y no serán molestados. Por último y más importante – prosiguió Irina en tono más distendido – os invito a que disfrutéis de cada minuto que paséis entre nosotras, las chicas están ansiosas por hacer cuanto esté en su mano para agradaros. ¡Bienvenidos a Ukraine's World!

Todo el autobús prorrumpió en aplausos como si se tratase de un grupo de reclutas en la puerta de un burdel.

Sergio tuvo algún problema con la bolsa de plástico. Había traído demasiado equipaje y eso dificultaba sus movimientos, fue el último en alcanzar su objetivo. En cuanto entró en el edificio sintió el enorme calor que reinaba en su interior. Era algo insoportable, pero más lo era la emoción por saber que Oxana estaba cerca. Aun con eso no se sentía cómodo. Desde que vio por primera vez los genitales de su protegida tenía la certeza de estar haciendo algo malo, pero cada vez que las dudas nublaban su mente aparecía entre la penumbra la sensual imagen de la niña desnuda dándose placer disipándolo todo.

Al principio le costó acostumbrarse a la iluminación, era bastante tenue debido a que todos los ventanales que daban al exterior estaban cubiertos de elementos opacos que impedían ver lo que sucedía fuera. Cuando sus ojos se adaptaron a la penumbra, le faltó tiempo para advertir que el dineral que pagaban no se invertía precisamente en el mantenimiento del edificio. El mobiliario viejo, olía a rancio, el suelo de madera crujía a su paso y las moquetas de las paredes mostraban numerosos desgarros y toneladas de polvo. Con todo, lo que más captó su atención no fue lo que vio sino lo que escuchó en la lejanía: tremendos gritos de niñas a cuál más desgarrador.

– El pabellón de los españoles está en el ala sur del primer piso. – Dijo Irina señalando unas enormes escaleras sin inmutarse por los chillidos.

Sergio se unió a la manada con dificultad. Mientras ascendía por los escalones se le aceleró el pulso; ya no era el chaval vigoroso de antes. Tan atareado estaba en evitar que se le cayesen las maletas que no se dio cuenta de que un enorme gigantón recorría su mismo camino pero en sentido descendente.

– ¡Cuidado! – Dijo Paco tirando de él lo justo para evitar que rodase cabeza abajo.

Una vez recuperado el equilibrio, Sergio miró a la montaña humana. Lo que más le llamó la atención de él no fueron sus botas de aire militar, ni su tanga de cuero, ni siquiera su gorra gris decorada con una cruz gamada, ni las dos correas de castigo que pendían de su mano sino lo que iba en el otro extremo de las mismas: dos preadolescentes rubias delgaduchas, dos niñas más bien, sometidas por el cuello. Ambas eran hermosas, a cuál más bella, a pesar de sus ojos llorosos. Ataviadas con uniformes escolares muy ceñidos, con las manos esposadas a la espalda, zapatos de tacón y las braguitas colgando de su boca, seguían a aquel mastodonte como un par de perritas sumisas camino del cadalso. Cuando pasaron junto a Sergio, este pudo admirar sus doradas cabelleras agrupadas en largas colas que caían lánguidamente hasta la parte baja de sus espaldas. Fue en ese momento, en el momento en que miró sus culitos, cuando casi se cae de espaldas. Las falditas de las ninfas estaban levantadas por su parte trasera, dejando expuesto lo que deberían tapar y en sus ortos llevaban insertos en ellos una especie de látigo de siete colas de cuero oscuro. Las llagas que lucían aquellos minúsculos glúteos, algunas a punto de sangrar, le hicieron saber que las chiquillas ya habían sufrido las “caricias” de aquellos crueles utensilios en sus tiernas carnes.

Sergio se quedó absorto mirando aquellos glúteos enrojecidos y comprendió al momento a lo que Irina se refería con eso de diferentes modos de entender el cariño por las niñas. Se le revolvió el estómago, no pudo evitarlo.

– Venga, no te entretengas.

– Vo…voy…

Paco no pudo evitar una sonrisa al ver el rostro descompuesto de su compañero de viaje al comprobar el estado del trasero de las nínfulas.

– Eso no es nada. Ya te acostumbrarás. Incluso tú terminarás haciéndolo, ya verás.

– No…no. Eso no, seguro.

– Ya, ya. Lo mismo decía yo…

– ¿Tú también las azotas?

Paco volvió a reírse, esta vez de manera más descarada si cabe.

– Yo les hago de todo. Azotarlas, mearlas y mucho más. Para eso están, ya te lo dije…

– Pe… pero… eso no está bien– negaba Sergio con la cabeza.

El semblante de su nuevo amigo cambió en un instante. Le brillaban lo ojos y parecía otro. Poco menos que le gritó:

– ¿Qué no está bien? ¡Venga, no me jodas! ¿Cómo se llama? – Le dijo muy molesto.

– ¿Quién?

– Tu puta, ¿cómo se llama tu jodida zorra? ¡Tu apadrinada, joder!

– O… Oxana.

– Oxana, un nombre muy bonito para una puta. Pues escúchame bien amigo, recuerda estas palabras: en menos de tres meses le habrás reventado el culo, te habrás meado en su boca y marcado la espalda a latigazos a tu zorrita. Tiempo al tiempo. A todas esas jodidas ninfómanas les encantan esas cosas, te suplicará que se lo hagas y tú terminarás sucumbiendo, como el resto de nosotros. Yo era tan iluso como tú y ya me ves… viciado como el que más. Verás cómo no me equivoco, te meterás en el barro hasta el fondo. No sé qué tiene este sitio que saca lo peor de uno mismo… o lo mejor, según se vea. Le harás de todo a tu angelito, cosas que jamás habrías imaginado que fueses capaz ni tan siquiera de imaginar hacer a una mujer adulta y te encantará, ya lo creo que te encantará: en cuanto lo pruebes no podrás parar, es un vicio.

Absorto estaba Sergio asimilando tal horrenda predicción cuando llegaron a la primera planta y una nueva visión le sacó de su limbo. Esta vez se trataba de un hombre flacucho que daba rienda suelta a sus instintos, abusando oralmente de una adolescente con el vientre visiblemente hinchado. Él agarraba el cabello de la joven de rasgos asiáticos a modo de riendas, follándole la boca como si su vida dependiera de ello. Ella, arrodillada con los ojos cerrados, se dejaba hacer con la garganta hinchada y las lágrimas bañando su rostro. De vez en cuando, la jovencita preñada se convulsionaba y una bocanada de vómito salía por la comisura de sus labios pero su benefactor siguió con lo suyo. En lugar de desagradarle, tal contingencia supuso un aliciente para el abusador que incrementó la profundidad y ritmo de sus embestidas precisamente al notar que su compañera de juegos estaba pasando por un mal momento. Nada ni nadie le detuvo hasta que logró que los jugos gástricos de la adolescente barnizaran su abultado abdomen. El tipo eyaculó en el rostro de la joven justo cuando un escandalizado Sergio pasaba por su lado como un alma en pena. El malestar y la culpa se adueñaron de su corazón cuando vio cómo aquel animal trataba a la muchacha y más todavía cuando aquel malnacido alivió su vejiga en el interior de la boca de la futura mamá que aguantaba como podía el abuso, disimulando torpemente su amargura.

Sergio quiso socorrer a la chica en un primer momento pero, de manera cobarde, no actuó. Hacerlo era contravenir las normas y su deseo por conocer a Oxana era superior a su voluntad de obrar de manera correcta ante tal abuso.

El novato iba el último del heterogéneo grupo, intentando asimilar lo ocurrido. Seguía teniendo un concepto elevado de sí mismo y se juró que él jamás haría algo así ni con su protegida, ni con otra muchacha. El recuerdo de la sonrisa de Oxana absolvió su culpa, el corazón le iba a mil por hora cuando llegaron a su destino pero, un poco antes de atravesar el dintel del cubículo de los españoles, Irina lo detuvo:

– Tendrás que esperar unos instantes, Sergio. Oxana quería darte una sorpresa y todavía no está lista. Entra y ponte cómodo, su cama está justo enfrente de la entrada. Ella llegará enseguida.

– De acuerdo.

– Gracias, voy a buscarla. – Se despidió ella con su mejor sonrisa.

Cuando el hombre entró en la habitación común le pareció estar en otro mundo. Había imaginado un primer encuentro con Oxana como un acto íntimo y tierno. Le había comprado un regalo en una de las tiendas del aeropuerto, una bonita muñeca de trapo que le recordó a ella. Durante la semana previa al embarque apenas había dormido, trazando una hoja de ruta sobre lo que iba o no iba a hacer con la niña. Antes de entrar en el orfanato, antes de ver lo que en él sucedía, deseaba preguntarle muchas cosas y zambullirse en sus tremendos ojos verdes, contar el sinfín de pequitas que decoraban su rostro en la intimidad pero el plan había saltado por los aires. El concepto de privacidad no era compatible en ese lugar, tal y como ya les habían anunciado y él mismo podía comprobar.

La galería de los españoles era bastante similar a la del resto de países europeos. La conformaban una sucesión de camas situadas unas junto a otras de forma que prácticamente se tocaban unas con otras. Frente a ellas, se disponían unos armarios de chapa de un gusto deplorable donde las niñas guardaban sus pocos objetos personales con un espacio para el equipaje de sus padrinos. Al fondo, se divisaban unos baños con los típicos pictogramas convencionales.

Examinado el continente, el padrino fijó su mirada en el contenido del recinto. En la cama de su derecha, una mujer ya se deshacía en atenciones hacia una joven morena de rasgos eslavos.

Excepto esta joven, que fue tratada con relativo respeto, el resto de las chiquillas del pabellón fueron utilizadas como meros objetos de placer por aquellos hombres teóricamente civilizados de manera inmediata. Algunos enterraron sus cabezas bajo las falditas de cuadritos rojos y negros en busca del néctar prohibido sin tan siquiera desprenderse de los abrigos. Otros directamente se tumbaban sobre ellas con los pantalones a la altura de los tobillos y las penetraban por alguno de sus agujeros sin tan siquiera quitarse la ropa.

Sergio tragó saliva al comprobar que su querida Oxana era, con toda probabilidad, la mayor de todas aquellas ninfas. Su moral cristiana a duras penas justificaba su deseo por la jovencita morena, con caderas ya perfiladas e incipientes bultitos en el pecho, pero aquel desenfreno febril por los torsos completamente planos, vulvas lampiñas y culitos infantiles se le antojó enfermizo y repugnante.

La escena que se desencadenó a partir de entonces le dejó marcado. No eran pocas las noches que, ya en España, se despertaba sudoroso y alterado recordándola. En los sucesivos viajes y a fuerza de verla repetida una y otra vez, entendió que el motivo por el que el primer encuentro entre padrino y apadrinada era el más apasionado se debía a que alguno de aquellos pervertidos llevaban meses esperando ese momento y tenían mucho amor guardado en los testículos en exclusiva para aquellas niñas.

El griterío infantil se fue trasformando progresivamente en un coro desafinado de gemidos, jadeos, sonidos guturales y chirridos de muelles. Sin duda, entre los más apasionados de todos los visitantes estaba Paco que, situado en la cama a la izquierda de Sergio, desnudo, erecto y fuera de sí, desgarró el vestidito blanco de una bailarina rubia de corta edad cuyo rostro ya conocía Sergio y que, entre risas, aceptaba su inminente destino de buen grado abriéndose de piernas cuanto pudo.

Sergio estuvo a punto de vomitar por cuando vio lo que aquel ejemplar padre de familia, casado y con dos hijas adolescentes, le hizo a la jovencita durante los siguientes minutos. Hasta que no le metió la polla por la vulva no se detuvo, pese a que la diferencia de tamaño entre los genitales era considerable y después se volcó sobre ella para penetrarla a conciencia. El recién llegado evocó las palabras del propio Paco cuando le dijo que aquel lugar sacaba lo peor de las personas. Apenas se distinguía de la chiquilla los brazos y piernas abiertos de par en par encima del colchón bajo aquella mole de humanidad dándolo todo sobre ella. La chiquilla exhalaba leves grititos al ritmo de la desigual monta. Los jadeos se tornaron en aullidos conforme el adulto fue mostrándose más vehemente e intenso en la cópula. En un momento dado él no tuvo suficiente con el simple impulso de sus caderas y, haciendo fuerza con sus brazos, alzó su cuerpo para taladrarla con más fuerza y mejor ángulo de ataque. Tal maniobra provocó en ella un intenso dolor vaginal que se transformó en mueca pero a cambio el oxígeno volvió a llegar a sus pulmones de manera regular.

– ¡Qué animal! – Murmuró Sergio que, pese a todo, siguió observando la violación.

La diminuta bailarina giró la cabeza y sus inmaculados ojos azules se clavaron en las pupilas de Sergio. Moviéndose al ritmo del macho que la follaba parecía no más que una marioneta de trapo, una muñeca hinchable cuyo fin no era otro que el de dar placer, al que jugase con ella. Aun con todo, intentó esbozar una medio sonrisa al recién llegado pero una cornada más intensa y certera que las otras le llegó muy adentro. Su menudo cuerpo se tensó, cerró los párpados y exhaló un aullido que Sergio jamás olvidaría durante el resto de su vida.

– Eso es, zorra. Disfruta todo lo que puedas – escupió Paco fuera de sí, embriagado por el deseo –. Sé que te encanta que te folle duro, como hacía con tus hermanas.

No contento con el dolor causado, Paco se agarró a los barrotes de la cama y con todas sus fuerzas profanó el cuerpo de la rubita haciendo oídos sordos a su sufrimiento. No se detuvo hasta que su simiente estucó las paredes del interior de la cría que se retorcía, rota de dolor con aquella broca percutora taladrando su interior. Saciados sus más bajos instintos se tumbó junto a ella y comenzó a reírse con los ojos cerrados.

– ¡Joder vaya polvazo! ¡No sabes las ganas que tenía de follármela, amigo! Es pura dinamita, parece de goma. Le cabe hasta los huevos, como a sus otras tres hermanas. Me las he tirado a todas. Podemos intercambiárnoslas si quieres saber lo que es bueno. Cuando se apaguen las luces nadie se dará cuenta.

A Sergio se le revolvieron las tripas con sólo imaginar a aquel tipo disfrutando de aquel modo de Oxana. Prudentemente, prefirió dar la callada por respuesta y hacerse el tonto.

La rubita intentaba mitigar el dolor de su bajo vientre echa un ovillo en un rincón de la cama pero la tregua duró poco. El tipo la agarró del cabello y guió la cabecita hacia su entrepierna:

– Eso es cochina, limpia lo que has ensuciado. Puerca, que eres una puerca. – Murmuró él con suma satisfacción.

Tras varios minutos de trabajo oral el adulto se dio por satisfecho y utilizando el mismo método de dominación colocó a la niña sobre él. Mientras le amasaba los glúteos infantiles preguntó a Sergio:

– Parece que tu putita se retrasa.

– Por favor – replicó el otro con resquemor –, no la llames así. Su nombre es Oxana.

– ¡Joder, sí que te ha dado fuerte con esa niña! Está bien amigo, tú ganas. Me voy a cagar. Me muero de ganas.

Y mirando a la niña le dijo:

– ¡Masha, tengo cacas!

De inmediato la niña salió de su letargo y exclamó en un macarrónico español:

– ¡Siiiii! ¡Quiero tus cacas, papi!

Sergio atribuyó tal escandalosa frase al nulo dominio del idioma de la niña pero cuando esta se incorporó de un golpe y prácticamente tiro del adulto en dirección al baño relamiéndose, ya no estuvo tan seguro.

La repentina aparición de Irina le sacó de sus turbios pensamientos.

– Disculpa el retraso, ya estamos aquí…

Cuando el hombre se giró le cambió la vida. Ante sus ojos apareció Oxana, la criatura más sensual del mundo. Sonriente y ligeramente maquillada, sus ojos claros parecían no tener fondo, brillaban como luceros esmeraldas en un blanquísimo rostro trufado de pecas.

– Hola, Serrrgio. – Dijo una vocecita con un inglés muy rudimentario –. Grracias por venirrr a jugarrr conmigo.

– Ho… hola. – Balbuceó el adulto.

Sergio se quedó boquiabierto como un viejo senil aunque motivos para el asombro no le faltaban: su apadrinada, además de cara de ángel, tenía un cuerpo increíble. Quizás por su zapatos de tacón o porque estaba sentado, la niña le pareció más alta que en las fotografías aunque, de hecho, en la mayoría de estas aparecía tumbada con las rodillas abiertas mostrando su intimidad. Sus piernas eran larguísimas y comenzaban en una minifalda tan subida por el talle que a duras penas cubría su zona inguinal. Sus pechitos también le parecieron mayores quizás porque la camisa de su uniforme carecía de botones y se distinguía de forma nítida, además de su vientre plano y su gracioso ombligo, la parte interna de los bultitos que adornaban su pecho hasta casi las areolas.

El español se quedó anonadado, babeaba literalmente por la lolita y no era para menos: se trataba de una de las chicas más productivas de aquel prostíbulo infantil disfrazado de ONG.

Oxana era una máquina de hacer dinero desde la misma cuna.

Afortunadamente para él, uno de los dos sí sabía cómo actuar en aquellos primeros momentos. Para Sergio, ella era la primera niña de su vida pero para ella, él era un cerdo más; el pervertido al que tenía que complacer el fin semana. Después habría otro y tras él, otro más, siguiendo una larga cadena que sólo terminaría cuando su vientre engendrara un nuevo eslabón con tres agujeros que ocupase su lugar en el orfanato o cuando envejeciese tanto que ya no atrajese a los pervertidos ricos del primer mundo. Cuando eso sucediese, unos pocos años más tarde, si la suerte le acompañaba terminaría instalada en algún país extranjero buscando nuevos padrinos para las internas más jóvenes y si no, sería vendida a un chulo que la prostituiría en cualquier carretera Ucraniana cercana a la frontera con Rusia.

Cada chiquilla tenía decenas padrinos de diversos países aunque la ONG se cuidaba muy mucho de que no coincidiesen entre sí. De hecho, la tardanza de Oxana tenía su verdadero origen en que estaba ocupada en un show privado a través de internet con otro de sus patrocinadores, un japonés fanático de la escatología.

Si algo sabía tanto Oxana como el resto de las niñas de la organización Ukraine's World era complacer sexualmente a los adultos; no hacían otra cosa a lo largo de toda su vida. Sergio era un libro abierto para ella. Conocía la naturaleza humana de individuos como él y podía asegurar, sin temor a equivocarse, cómo iba a ser su manera de proceder. Los primeros encuentros sexuales con su nuevo padrino serían más o menos “convencionales”, no sería hasta los siguientes viajes cuando el macho sacaría a la luz la parte más oscura de su alma y daría rienda suelta a sus malsanos instintos. Precisamente los hombres como Sergio, esos que en su vida habían sacado los pies del tiesto, eran los peores: se convertían en auténticos monstruos en aquel lugar de vicio y perversión.

Oxana lo miró como una anaconda a un conejillo. Fuese lo que fuese lo que imaginase aquel viejo verde, por muy disparatado y extremo que pudiera parecer, no se trataría de algo novedoso para la lolita. A sus trece años era una de las veteranas de la casa: el listado de parafilias no tenía secretos para ella.

La adolescente tomó la iniciativa, se aproximó al sesentón, se sentó sobre sus rodillas, cruzó sus manos tras su nuca y le regaló un cálido beso, profundo y húmedo, que hizo que la verga del macho recobrase el vigor perdido durante los años de viudedad y que el vello de la nuca se le erizase como un puercoespín.

Paradojas de la vida, la última vez que Sergio había fundido sus labios con el de una mujer fue con los de su esposa ya difunta. En aquel amargo momento jamás hubiese podido imaginar que sería la lengua de una niña la que, traviesa y juguetona, borrase el recuerdo del amor de su vida utilizando sus babitas como disolvente. El húmedo apéndice de la adolescente le pareció la golosina más dulce de las que había probado en su vida. No hubiese pensado lo mismo si hubiese visto a su apadrinada unos minutos antes, masticando su propia mierda, mientras un nipón se masturbaba contemplándola.

– Estoy muy contenta de que estés conmigo, Serrrgio – le susurró la niña entre beso y beso mientras frotaba su vulva con el bulto en su pantalón –. Tenía muchas ganas de verrrte.

– Y… y yo…

El hombre había idealizado una y mil veces el primer encuentro entre ambos pero aquello iba más allá de sus previsiones. Había pensado en tomárselo con calma, no precipitarse y ser amable pero al verla, tan ardorosa y complaciente, se rindió a sus encantos y decidió dejarse llevar. Estaba tan caliente que incluso olvidó darle su regalo. Optó por acariciarle el costado y al rozar su piel cambió su vida; se enganchó a una droga adictiva y poderosa que ya nunca iba a poder abandonar.

– Bien, yo estaré por aquí por aquí por si me necesitas, Sergio. – Dijo Irina una vez comprobó que Oxana controlaba la situación y, dirigiéndose a esta, prosiguió en su idioma materno: – “Te dejo con el cerdo. Cébalo bien que está podrido de dinero. Ya sabes lo que tienes que hacer.”

– “Le huele el aliento – Repuso la niña en ese mismo dialecto mirando al adulto con esa dulzura fingida que las chiquillas de allí aprendían a golpes desde pequeñas –“, y tiene los dientes amarillos”.

– “Lo sé, me da tanto asco como a ti, pero es lo que hay.”

– “La tiene enorme, eso sí...”

Y para corroborar sus palabras utilizó su vulva oculta por su breve uniforme para recorrer el bulto de su nuevo padrino desde la base hasta la punta.

– “Gigantesca.”

La adulta levantó la ceja, muerta de curiosidad. Para ella Sergio sólo era un cerdo con dinero al que sangrar, había pasado por alto el posible tamaño de sus atributos.

– “¿En serio? ¿Podrás con ella?”

– “Eso seguro. Lo voy a ordeñar como a una vaca.”

– Hasta luego. Pásalo bien, Sergio.

– Lo… lo, lo… haré. – Murmuró él tragando saliva.


Cuando Irina los dejó, acaramelados como dos tortolitos, los tocamientos de Sergio subieron de nivel. Las yemas de sus dedos jamás habían palpado algo tan suave como la piel de su ahijada y el calor que desprendía el contacto entre ambos le incitó a recorrer otras partes menos decorosas, de la joven anatomía de su compañera de juegos. Pronto sus manazas se perdieron bajo la minúscula prenda íntima de Oxana y apretaron de manera contundente esos glúteos tersos y esponjosos, que había visto miles de veces en la pantalla de su ordenador mientras se tocaba.

Ella, por su parte, se cimbreaba armoniosamente de manera que el tanguita que a duras penas cubría su vulva frotaba el bulto de Sergio en toda su extensión, circunstancia que provocaba un considerable calor en su zona íntima. Cansada de tanta polla flácida y mal dimensionada, se masturbaba lentamente frotando la desproporcionada arma sexual del adulto como si de una lámpara maravillosa se tratase. Su opinión sobre su nuevo padrino mejoraba por momentos, conforme el bulto bajo el pantalón crecía en dimensiones y dureza gracias a su tratamiento genital.

Embriagado por la calentura, Sergio apretó más de lo debido y de forma involuntaria el extremo de uno de sus dedos atravesó el dintel de la puerta trasera de Oxana.

– ¡Hummm! – Gimió la muchacha al sentir su esfínter perforado.

– ¿Te hice daño? – dijo Sergio sacando el intruso de la madriguera.

– ¡No, no! Sigue… me gusta… me gusta cómo me tocas. Lo haces muy bien. Mételo otra vez.

– ¿Se… seguro?

– ¡Sí!

El hombre suspiró y repitió la maniobra aunque esta vez de manera voluntaria y ella interpretó a la perfección su papel de niña traviesa, gimiendo cual perrita en celo mientras su intestino era perforado.

La chiquilla era ágil como una anguila. Aun con una falange metida en el  culo no permaneció quieta ni un momento. Deseaba probar la polla de Sergio cuanto antes, tenía debilidad por los penes grandes. Cuando lo consideró oportuno, dejó de abrazarle y se separó ligeramente para dedicarse a otros asuntos más interesantes. Sus inquietas manos se movían frenéticas despojando a su padrino de turno de cuantas capas de ropa cubrían su torso. Apenas este apareció desnudo ante ella, Oxana le dio un empujón que hizo caer boca arriba del camastro para, de inmediato, abalanzarse contra el oscuro pezón rodeado de pelos del adulto, cubriéndolo de babas.

– ¡Humm! – Murmuró Sergio.

– ¡Me encanta chupar! – Dijo ella en su papel cientos de veces representado de pequeña ninfómana.

A punto estuvo el hombre de correrse ante tal declaración de intenciones, no hacía falta ser un genio para saber lo que Oxana pretendía. Aun así el nerviosismo y la inexperiencia hicieron que él preguntase lo obvio:

– ¿Qué… qué vas a hacer?

La niña se limitó a guiñarle y a seguir circunvalando su pezón velludo con la punta de su lengua.

Sergio respiró profundamente. El sexo oral siempre le había estado vedado. Su vida sexual había sido intensa pero poco variada: apenas había salido de la consabida postura del misionero con su esposa. Así que, cuando advirtió que la chiquilla no se conformaba con su pezón sino que su juguetona lengua descendía hacia lugares teóricamente vedados para una niña de su edad, sintió cómo el corazón se le salía del pecho.

No tuvo valor para mirar en un primer momento pero, al escuchar el sonido característico de la cremallera de su pantalón, bajó la vista y se encontró con los ojos verdes de Oxana mirándole fijamente mientras atrapaba el tirador entre sus dientes en sentido descendiente. Cuando la abertura se hizo mayor, se deshizo del botón con soltura y la adolescente introdujo su mano por ella. Ella, experta en descorchar paquetes, buscó en seguida su objetivo. Atravesando el bosque de vello púbico, agarró el cipote por la base y tiró de él hasta que logró que una buena parte, apareciese majestuosamente por la cintura del calzoncillo. Enseguida a la nariz de la joven le llegó el olor característico de una verga sucia mal disimulado con colonia barata. Las dieciséis horas de viaje provocaban esos efectos secundarios en los genitales de los padrinos ya de por sí poco aseados.

Oxana ocultó su rostro bajo su larga melena justo a tiempo, le sobrevino una arcada tan grande que le hubiera sido imposible el disimularla de otro modo.

– “¡Qué asco!” – murmuró en Ucranio antes de lanzarle un escupitajo en la punta.

Desde que comenzaron a hormonarla para favorecer su embarazo Oxana tenía problemas con los olores. Como no podía ser de otra manera, terminaba tragándoselo todo pero ya no con la alegría de antes. Con anterioridad al tratamiento, su boca era lo más parecido a un urinario público, deglutía bocanada tras bocanada de fluidos corporales sin el menor reparo, como el resto de las niñas. Casi podría asegurarse que disfrutaba haciéndolo, pero se estaba haciendo mayor y eso era un problema. Pronto el número de padrinos iría descendiendo y su función sería otra: perpetuar el negocio pariendo.

Sergio pensó que se moría cuando la niña hizo el vacío en su boca y succionó su cipote. Le pareció como si la estuviese metiendo en gelatina tibia. Ella sabía muy bien lo que hacía, frotaba su estoque a dos manos y aun así le sobraba una porción tan grande de rabo que ocupaba la totalidad de su boca. Conforme fue mamando, Oxana se sintió más a gusto y su malestar fue remitiendo. Soltaba babitas que caían lánguidamente por el estoque y su pintalabios color caramelo pasó a barnizar el miembro viril del adulto tras varios minutos de tratamiento bucal. Estaba realmente asustada, nunca había dudado de la capacidad elástica de su cuerpo pero lo que Sergio tenía entre las piernas era de unas dimensiones considerables. Le preocupaba más su grosor que su longitud: si él decidía metérsela por detrás lo iba a pasar realmente mal.

– ¡Ufff!

– ¿Te gusta?

– S… sí…

– La tienes muy grande, Sergio. – Dijo la niña sin faltar a la verdad.

Tras lo cual enterró su cara en la zona noble y comenzó a lamer los testículos del macho, lentamente pero con vehemencia, sin dejar de masturbar la barra de carne en ningún momento.

Sergio se derretía de gusto. Su cuerpo se tensó y tuvo verdaderos problemas para contenerse. Contrajo su entraña con todas sus fuerzas, no quería dar la impresión de ser un eyaculador precoz pero nada le apetecía más que dejar salir todo el amor que guardaban sus rotundas pelotas. Agarró las sábanas con fuerza, apretó la mandíbula hasta casi desencajar su dentadura y abrió las piernas todavía más. Oxana intuyó lo que iba a suceder, podía ser joven pero iba sobrada de experiencia así que dejó de mamar. El rabo, duro como el acero, se erigía erecto y desafiante en todo su esplendor ante su atenta mirada.

El tamaño de la verga del macho no pasó desapercibida para el resto de las niñas que deambulaban por el barracón. Pronto se formó un corrillo de chiquillas que murmuraban y se reían nerviosamente, con la mirada fija en la serpiente de un solo ojo.

– “Ni siquiera te va a entrar.”

– “No vas a poder con ese cerdo, Oxi.”

Oxana las miró, furiosa:

– “Largo de aquí, putas.” – Les gritó ella muy molesta.

Y herida en su orgullo se colocó sobre el macho y, tras agarrar el extremo del falo, lo enfiló hacia su lampiña madriguera, fijó su mirada en el techo y se dejó caer provocando su empalamiento.

– ¡Agggggg! – Gritó mientras sus tiernas carnes se iban abriendo.

El dolor le nubló la vista pero aun así continuó descendiendo. El show para el japonés la había calentado y gracias a ello la lubricación de su vagina era abundante. Aun así pensó que se moría al notar eso dentro pero aun así actuó de manera profesional y comenzó a moverse. Todo iba bien hasta que él se movió ligeramente y la cornada entró cruzada.

– ¿Te… te duele? – Preguntó Sergio al verla retorcerse.

Él era consciente de que el tamaño de su falo se salía de lo convencional. A su difunta esposa le había costado meses introducirse la cantidad de polla que Oxana se había incrustado en unos minutos. Estaba maravillado con la capacidad de la chavalita.

– ¡No, no! – Repuso ella con prontitud, eliminando de su cara todo rastro de sufrimiento.

La jovencita no quería que el tipo se asustase. Eso hubiera tenido consecuencias. No sería la primera paliza que recibiría por no complacer al cerdo de turno así que se empleó a fondo. Apoyando sus manos en el torso del adulto, meneó la cadera de forma circular y de vez en cuando se animaba a clavarse el estoque todo lo que su vagina daba de sí. Con casi la mitad de verga llenando sus entrañas rabiaba de dolor pero poco a poco su naturaleza intrépida, sus muchísimas horas de vuelo y la lubricación natural de su vientre obraron el milagro y lo que en principio era una auténtica tortura se fue tornando poco a poco en una dulce condena para terminar convirtiéndose en gloria bendita. Le costaba un poco hacerse con ellas pero le encantaban las pollas sobredimensionadas como las de Sergio.

La niña disfrutaba con el coito, exudaba placer y vicio por cada poro de su piel y eso se notaba en su rostro. Sencillamente resplandecía trabajándose el cipote una y otra vez.

– “Oh, vaya.”

– “Sí que pudo.”

– “Eres la mejor, Oxi.”

Pero el que verdaderamente disfrutaba del momento tanto o más que la pequeña amazona era el ex directivo de la empresa constructora que, tendido en la cama, se dejaba follar a placer.

El orgasmo de Oxana fue de todo menos discreto, la lolita chillo con ganas con cada contracción de su vagina, no tuvo necesidad de fingirlo. Aquel acto de constricción, aquella estrechez sobrevenida fue la puntilla para un Sergio que se rindió a sus instintos. El hombre tensó su cuerpo, elevó a la potrilla por los aires y lo dio todo rellenando la entraña infantiloide con el jugo de sus pelotas.

– ¡Diosss! – Exhaló él, mientras se le iba la vida en cada grumo que salía de su cuerpo.

Ella permaneció quieta, recibiendo una andanada tras otra en lo más profundo de sus ser, gustándose, deleitándose tanto de su orgasmo como del de su benefactor. Sin desenfundar el arma se recostó sobre él y, escuchando el viejo corazón, se quedó dormida por agotamiento entre sus brazos.

Sergio se quedó inmóvil, aquella siesta le costó cientos de euros pero no la hubiera cambiado por nada. Oxana parecía un ángel y pensó que era lo más bonito del mundo. Ni siquiera contemplar cómo en la cama contigua la pequeña rubita introducía su lengua en el ano de Paco le sacó de su sopor. El sueño reparador también se adueñó de su cuerpo y cayó en los brazos de Morfeo hasta bien entrada la tarde.

– ¿Te gusta mi aula? ¿Aquí es dónde me siento cada día?

– Es muy bonita.

– ¡Vamos, te enseñaré el comedor!

Oxana daba saltitos y tiraba del brazo de Sergio llevándolo de un lado a otro del orfanato como si fuera un pelele. Ya habían visitado juntos buena parte de las instalaciones: la sala de baile, el gimnasio, las zonas comunes, los jacuzzi… En prácticamente todas ellas se habían encontrado con adultos disfrutando de sus protegidas o de niñas dándose placer entre sí, especialmente en varias salas de visionado de videos pornográficos de las niñas. A Sergio le incomodaba ver aquellas escenas sexuales con protagonistas tan jóvenes pero poco a poco se iba acostumbrando. El ambiente de libertinaje generalizado adormecía su mala conciencia.

La niña manejaba al adulto a voluntad. Con su largo cabello recogido en una funcional coleta y vestida tan solo con su escueta minifalda y sus zapatos de tacón, había abandonado la camisa y el tanga en el suelo del dormitorio y ejercía de anfitriona mostrando al adulto con gracia tanto su torso desnudo como los lugares donde transcurría su vida. De vez en cuando, ella le acariciaba el paquete o dirigía las manos de él hacia sus pechos o a cualquier punto caliente de su pueril anatomía con el objetivo de que la excitación del adulto no menguase. También lo besaba constantemente, a veces simples piquitos pero la mayoría de las veces con lengua y trasiego de fluidos, como si fuesen un par de adolescentes enamorados retozando en un parque aunque su apariencia fuera más bien la de un abuelo paseando su adorable nieta.

El objetivo oficial de todo ello era, como es obvio, complacer al adulto y hacerle la estancia allí lo más agradable con el fin de que repitiese la visita el mayor número de veces posible. No obstante, entre las niñas existía otra razón que les motivaba mucho más para actuar de ese modo, un código secreto, una especie de ranking macabro por el cual obtenían un mayor reconocimiento en el grupo si lograban que algún cerdo, como ellas denominaban a los pederastas que las violaban, muriese por causa de sus atenciones. Los infartos en aquel lugar estaban a la orden del día y era raro el mes que no aparecía flotando por el mar negro el cadáver de algún hombre desfigurado, abierto en canal y desprovisto de manos y dentadura.

Oxana era una de las más laureadas de las internas del momento, casi media docena de hombres habían sucumbido gracias a sus ardientes atenciones. No obstante ese número se quedaba en nada a comparación de la verdadera abeja reina de la colmena: Irina era, con mucho, la huérfana más letal de la larga historia del orfelinato.

Técnicamente las huérfanas no eran reclusas pero la realidad era bien distinta. Las niñas sólo salían del centro para rodar películas pornográficas al aire libre o cuando algún político Ucraniano montaba una fiesta privada en algún lugar exclusivo. Las más solicitadas incluso viajaban en aviones privados a cualquier lugar del mundo en aviones gubernamentales exentos de papeleo para ofrecer sus servidos a pervertidos podridos de dinero. Pero lo más habitual es que pasasen la mayor parte de tu tiempo dentro del recinto, incluso las salidas al patio eran reducidas.

Durante el día a día, las chicas asistían a clase de manera regular pero sus estudios se centraban sobre todo en el conocimiento de distintos idiomas y de temas relacionados con el sexo. Solían visionar pornografía a diario, a menudo protagonizada por ellas mismas, para pulir sus defectos durante el coito y mejorar diferentes aspectos tales como orgasmos fingidos, juegos sexuales, torturas, así como todo tipo de perversiones con las que satisfacer a sus padrinos al llegar el fin de semana.

El catálogo de niñas y adolescentes que desfilaban ante sus ojos era complicado de obviar, pero Sergio sólo tenía ojos para Oxana. Aun así, de vez en cuando, la mirada se le iba detrás de alguno de esos tiernos culitos que se cruzaba en su camino y sentía un cosquilleo en la nuca. Jamás había tenido deseos malsanos con chicas tan jóvenes, pero desde que descubrió la ONG y sus actividades poco convencionales, sus tradicionales convicciones sexuales se habían resquebrajado en mil pedazos.




 
Las chiquillas coqueteaban con él y le sonreían exhibiendo sus encantos. Ya fuera por obligación o por su propio gusto iban maquilladas y peinadas de manera impoluta, algunas con tonalidades pastel que les daba una apariencia dulce y angelical y otras abigarradas al extremo, como unas auténticas zorras de club de alterne. La mayoría de ellas vestía uniforme colegial, con la consabida camisa blanca carente de botones y faldita de cuadros aunque algunas aparecían disfrazadas de bailarinas, sirvientas, animadoras o mimetizadas con apariencia animal. No eran pocas las que se contoneaban con microbikinis que no dejaban nada para la imaginación, portaban lencería de lo más sensual o iban directamente desnudas de la mano de hombres que babeaban por sus tiernas carnes.

Algunas de las niñas se abrían de piernas en lugares estratégicos, con mucho trasiego de personas, para masturbarse de manera obscena delante de los visitantes, siguiendo un patrón perfectamente organizado por los responsables de la ONG.

– “¿Es ese el cerdo de la polla XXL?” – Le dijo a Oxana una de las chicas de rasgos asiáticos que frotaba su clítoris a la vista de todos y de manera frenética se incrustaba los dedos cerca de la escalera.

– “Este cerdo es mío. ¿Te enteras? Ni le mires, zorra” – Repuso la morena de las mil pecas sin perder la sonrisa.

– “Haré lo que me salga del coño, vieja. Además… Es tu cerdo el que me mira como un salido. Se muere por clavármela…” – Rió la chinita arqueando la cintura y abriéndose el sexo para Sergio.

En efecto, era Sergio el que observaba embobado el boquete formado en la entrepierna de la chavalita de ojos rasgados. Jamás había podido imaginar que un cuerpo tan pequeño fuese capaz de dilatarse tanto.

– Venga vámonos, Serrrgio. Es hora de cenar. Tengo hambre. – Dijo Oxana alejándolo de la tentación que suponía una de las chicas más calientes del orfelinato.

Al llegar a la planta baja, el visitante neófito se despistó. El gentío era enorme: padrinos, apadrinadas, celadores, cuidadoras y representantes de la ONG formaban una babilonia de dialectos que terminaron por confundirlo. Siguiendo a una de las muchachas creyendo que era Oxana se introdujo en el sótano. Ni siquiera reparó en el cartel que decía que se trataba de una zona exclusiva para estadounidenses. El aspecto general en ese lugar era diametralmente diferente al resto del edificio; allí todo era lujo y luminosidad. Las pantallas abundaban y en ellas se reproducían escenas de alto contenido sexual y las bandejas con licores y diversas sustancias estupefacientes aparecían por cada rincón Las habitaciones eran individuales y la mayoría estaban cerradas a cal y canto, pero eso a él le tenía sin cuidado.

Una vez más la llamó por el que creía su nombre, pero ella no se giro:

– ¡Oxana, Oxana! Espérame, cariño. – Le gritó una y otra vez.

Pero cuando la chica se volvió, alarmada por el escándalo, él cayó en su error. Estaba más desarrollada que su ahijada y era uno o dos años mayor.

– ¡Oh! – Exclamó Sergio, descompuesto al verle la cara.

Aquella muchachita tenía el pómulo hinchado, el labio partido y el moratón en uno de sus ojos era tan grande que apenas podía mantenerlo entreabierto. Aun así intentó sonreírle pero su desfigurado rostro se convirtió en poco más que una caricatura grotesca ya que le faltaban varias piezas dentales. Fue entonces cuando advirtió el coro de chillidos, golpes y gritos que aquellas contundentes puertas no lograban ahogar.

De repente, una de aquellas cancelas se abrió con violencia y salió disparada a través de ella una joven que cayó al piso hecha un guiñapo inerte. Tras ella, apareció un gigantón rubicundo vestido por así decirlo, con botas militares y arnés de cuero. Haciendo caso omiso de la presencia de Sergio fijó su mirada en la recién llegada y, frotándose los nudillos manchados en sangre, le gritó con una sonrisa heladora:

– Bitch! Come here!

La jovencita comenzó a temblar y lloriquear pero aun así caminó hacia él, arrastrando sus pies con la mirada fija en su compañera. Cuando la puerta se cerró de nuevo, Sergio se quedó alucinando mirándola. Su cerebro no podía asimilar lo vivido. Los golpes y gritos se manifestaron de nuevo tras ella y eso le superó. Era demasiado para pasarlo por alto. Se le fue la cabeza, olvidó las normas y se dirigió hacia la puerta con clara intención de socorrer a la muchacha.

Justo en ese instante apareció Irina y lanzándose contra él, impidió que cumpliese su objetivo.

– ¡¿Pero qué haces?!

– ¡Déjame, tengo que ayudarla!

– ¡No, no puedo dejar que lo hagas! – dijo ella tirándole de el brazo muy nerviosa–. ¡No deberías estar aquí Sergio! ¡Tú no puedes entrar en esta zona, es muy peligroso!

Fue entonces cuando el hombre reparó en el aspecto de la joven comercial. Sus cabellos y ropas estaban empapados y desprendía un olor pestilente a orina. Su maquillaje se había corrido por los efectos del fluido orgánico y la humedad hacía que su camisa apareciera pegada al cuerpo, confiriéndole transparencia,  gracias a la cual, se podía distinguir de manera nítida su privilegiada anatomía.

Por suerte Sergio no advirtió restos de golpe alguno, pero Irina parecía verdaderamente asustada.

– ¡Vámonos de aquí antes de que sea demasiado tarde!

– ¡Pe… pe…!

– ¡Vamos antes de que sea demasiado tarde!

La joven se puso lívida al descubrir un par de fornidos vigilantes que se acercaban con cara de pocos amigos.

– ¡Mierda! – Murmuró.

– ¿Qué sucede?

– Tú no digas nada, ya has hecho bastante. Déjame a mí.

La joven se adelantó unos pasos y comenzó a hablar a los dos matones, mientras intentaba detenerlos con las manos. Sergio tragó saliva. Las caras de aquellos tipos eran de todo menos amables. De hecho eran los dos primeros hombres que veía en aquel lugar, aparte de los padrinos. El resto de residentes: huérfanas, celadoras, personal de limpieza y cocineras eran del género femenino.

– “No le hagáis nada, es su primer viaje…”

– “Déjanos. Ya sabes cuáles son las normas…”

– “Ha sido sólo una confusión…”

– “Ese no es nuestro problema…”

– “Venga chicos, ese cerdo vale más vivo que muerto, creedme. Está podrido de dinero…”

– “¿En serio? No lo parece“– dijo uno de los matones riendo.

– “Venga, hacedlo por mí. Luego os iré a hacer una visita…”

– “Uhm… Eso suena bien. Pero vigila a tu cerdo, Irina. Si lo vuelvo a ver por aquí, dará de comer a los peces… Y tú también” – repuso el más veterano con una sonrisa heladora–.

– “Gracias.”

La joven sacó a Sergio de allí a empujones. Cuando llegaron al hall se colocó frente a él y le gritó con gesto severo:

– Nunca, nunca vuelvas a entrar ahí abajo, bajo ninguna circunstancia. ¿Me comprendes?

– Yo… yo…

– ¡Nunca, jamás! ¿Me oyes?

– Cl… claro… – contestó Sergio abrumado ante el tono amenazante de la muchacha.

Como salida de la nada al rescate apareció Oxana, muy sonriente, ajena a lo sucedido.

– ¿Pero dónde estabas, Serrrrgio? Te he estado buscando por todas las partes.

El adulto abrió la boca pero Irina se le adelantó. No hacía falta conocer el idioma del país para adivinar que la niña estaba recibiendo una reprimenda de cuidado. Tanto es así que las lágrimas no tardaron en aflorar de sus hipnóticos ojos color esmeralda. Agachó la cabeza y, asintiendo una y otra vez, comenzó a temblar.

– Bien. No te separes de ella ni un momento, ¿de acuerdo, Sergio? – apuntó la comercial una vez dio por concluida la regañina.

– Por supuesto.

– Ahora os dejo, tengo que ir a solucionar unos asuntos.

Irina se dio la vuelta y desapareció hacia el piso inferior. El responsable de seguridad del sótano no era de esos hombres a los que les gustaba esperar. Ella conocía sus gustos de sobra y sabía que aquella imprudencia del cerdo hispano le iba a resultar muy dolorosa. Sólo le consolaba que parecía realmente enganchado a Oxana y que, sobre todo, su cuenta corriente estaba repleta de Euros.

– Yo… yo lo siento. – Dijo muy apesadumbrado

– No… no pasa nada Sergio. Vayamos a cenar. Estarás hambriento, yo lo estoy también. – Repuso la chiquilla enjugando sus lágrimas.

Lo último en lo que pensaba Sergio era en ingerir alimentos. Los acontecimientos le habían quitado el apetito pero supuso que no era el momento de causar más problemas y se dejó llevar. Tirando de él de nuevo la chiquilla lo llevó hacia donde el río de jovencitas desembocaba

El griterío en el comedor era ensordecedor. La decoración era austera, como en la mayoría del edificio. Las paredes aparecían cubiertas por inefables tapizados, tal vez agraciados en su origen, pero que en ese momento se mostraban raídos y sucios. El mobiliario, minimalista donde los haya, lo conformaban varias filas de largas filas de mesas con bancos de madera en los que se sentaban de manera desordenada padrinos y apadrinadas.

Sergio se dejó aconsejar por la chiquilla a la hora de elegir alimentos. No había nada de extraordinario a excepción de una suculenta copa con fresas y nata. Cogieron varias para el postre y se sentó junto a ella. Las caricias y juegos de Oxana adormecieron de nuevo su conciencia. Se daban la comida el uno al otro y, entre bocado y bocado, se besaban como dos enamorados, ajenos a lo que pasaba a su lado.

Al llegar al postre Oxana hizo algo inesperado, se encaramó sobre el banco y, tras lanzarle un guiño al adulto, enterró la cabeza en su entrepierna y comenzó a hurgar en su bragueta.

– ¿Qué… qué vas a hacer? – preguntó él tirando de su cola de cabello con suavidad.

– Quiero tu nata… soy muy golosa. Todas lo somos...

En efecto, el maduro ex ejecutivo alzó la mirada y salió de su mundo. Descubrió a varias niñas imitando a Oxana. Sus pequeñas cabecitas aparecían y desaparecían de manera rítmica por el borde de la mesa mientras el macho de turno babeaba de gusto con los ojos en blanco. Entre ellos distinguió a Paco, su compañero de viaje que con su manaza marcaba el ritmo de la felación de su apadrinada.

Alrededor de Sergio comenzó a formarse un corillo de niñas.

– ¿Qué… qué es lo que quieren? – Preguntó muy extrañado a Oxana.

– Quieren… ver esto – contestó la joven liberando el generoso estilete del macho.

Las jovencitas comenzaron a murmurar. El rumor acerca del tamaño del pene de Sergio había corrido como la pólvora dentro del orfanato y no eran pocas las internas que quisieron comprobar si era cierto.

– “Qué suerte tienes, Oxana. Tu cerdo la tiene enorme”

– “A mí no me cabría en la boca.”

– “Si necesitas ayuda…”

Él se removió algo nervioso, conforme su pene crecía y crecía de tamaño gracias a las atenciones de Oxana. No estaba acostumbrado a que su cipote fuese el centro de las miradas de unas jovencitas semidesnudas y mucho menos mientras era masturbado por una de ellas.

– “Largo de aquí, zorras. Este cerdo es sólo mío.” – Espetó la morena muy enojada, relamiéndose ante lo que le esperaba.

– “Ojalá te atragantes.”

– “Egoísta.”

– “Id a comeros el coño las unas a las otras, putas”

Al ver que el tumulto se disolvía Sergio se sintió mejor y más aún cuando la boca de Oxana entró en acción. La sensación de succión era tan fuerte que creyó que la niña iba a arrancarle la verga a base de mamadas.

– ¡Ufff!. – Gimió él, rojo como un tomate.

El combate duró poco, esta vez la chichilla no se anduvo por las ramas y desplegó lo mejor de su repertorio contra la barra de carne. No tardó mucho en notar los espasmos del adulto, se preparó para la andanada y esta no se hizo de rogar. No fue abundante pero sí grumosa y espesa. Mientras el trasvase de fluidos se llevaba a cabo, la jovencita intentó adivinar los años que llevaría sin disparar dos veces en el mismo día aquella arma de destrucción masiva. Estaba dispuesta a llevarlo al límite, nada le producía más placer que contemplar como uno de aquellos cerdos muriéndose.

Cuando la verga no dio más de sí, la adolescente se incorporó y, ante la atenta mirada de Sergio, vertió parsimoniosamente el contenido de su boca sobre una de las copas con fruta edulcorada. El líquido orgánico se fundió con la nata, formando una amalgama amarillenta.

– Así está mucho mejor – apuntó la lolita llevándose una frutita bermellona a la boca– . ¡Qué rica!

La morena se dirigió a una niña pelirroja muy pequeña que pasaba por su lado y le dio a probar una de las fresas. Eligió la que contenía más pringue y esta se la comió con sumo gusto, como si de la más dulce golosina se tratase.

– ¿Quieres?

Preguntó muy sonriente ofreciéndole a su padrino la última de las frutas.

– N…no.

– Pues para mí.

Tras lo cual se relamió como una gatita.

– Uhm… se me ocurre algo que te gustará más.

La lolita apartó la vajilla de la mesa y se tumbó sobre ella, justo delante de Sergio, se levantó la falda y, tras abrirse de piernas, volteó una de las copas afrutadas en su coño sonrosado.

– Adelante, Serrrgio. Todo para ti.

Sin duda aquel fue el mejor postre que él había probado en su vida. Devoró el sexo de la niña con ansia, recogiendo de cada uno de sus pliegues el lácteo y los fragmentos de fresas. Ella se reía, jugaba con él. Fingía escaparse y de repente se abría más para que él se diese un festín con su vulva. En un alarde de lujuria Sergio le introdujo los dedos. Lo hizo de manera torpe, ruda. La lolita disimuló su dolor, tal y como había aprendido desde la cuna, por el contrario instigó al padrino para que continuase, fingiendo un orgasmo que para nada sentía.

Los juegos y caricias entre los dos se alargaron hasta bien entrada la noche. Sergio intentó hacerle el amor a la niña una vez más pero le fue imposible. Su viejo cuerpo no daba más de sí.

Sergio se despertó en mitad de la noche muy sobresaltado. Había tenido una pesadilla en la que Oxana aparecía tragando orina, con el rostro destrozado y la espalda cubierta de llagas. Le tranquilizó mucho saber que ella seguía entre sus brazos, durmiendo desnuda, plácidamente, ajena a todo. Apretó ligeramente sus tetitas, intentando que el calor de ese cuerpo a medio hacer le relajasen, pero aun así no podía dormirse, no dejaba de pensar en que lo soñado podía hacerse realidad.

Así pasó varias horas, escuchando los sonidos de la noche.

En un momento dado descubrió como Paco, asistido por las pastillas mágicas, se disponía a dar cuenta una vez más de su protegida. La pequeña Masha, también en manos de Morfeo como Oxana, no lo vio venir aunque de haberlo hecho tampoco le hubiese servido de nada. El esposo ejemplar, el padre de familia modelo y empresario de éxito abusó de la niña por enésima vez. Minutos después ella mordía la almohada y aguantaba la sodomía lo mejor posible a pesar de que el pervertido lo estaba dando todo contra su ano. Sergio no podía moverse, no quería despertar a su apadrinada y contempló la violación en silencio. Se había jurado a sí mismo una y mil veces que jamás haría algo parecido pero lo cierto es que su verga se irguió de nuevo contemplando la enculada.

No le desvelaban los crujidos de la cama contigua, ni los gruñidos de la niña ahogados por la tela, ni los jadeos de su compañero bufando como un muflón sino los gritos infantiles que, como música de ambiente, se escuchaban a lo lejos provenientes del sótano del orfanato. Gritos que durante el día permanecían ocultos por el ir y venir de los habitantes de aquel extraño lugar pero que, durante la noche, se dejaban escuchar en todos y cada uno de los rincones del edificio, recordando a las internas cuál sería, tarde o temprano, su destino.

El momento de la partida fue traumático, Sergio aprovechó para darle el regalo a Oxana. Los acontecimientos se habían sucedido de una manera tan atropellada desde que pisó aquel lugar que olvidó entregárselo cuando la conoció. Le costó un mundo ocupar su plaza en el autobús que los sacó de allí y no dijo nada en todo el viaje de vuelta. Tan absorto estaba en su mundo, rememorando lo vivido, que no reparó en la ausencia de su compañero Paco hasta un buen rato después de haber iniciado el viaje.

Utilizar cheques sin fondos tenía sus consecuencias.

Apenas llegó a España, a Sergio le faltó tiempo para acercarse a la oficina de Ucrania´s World para contratar el viaje del mes siguiente, el dinero para él no era problema. Intentó adelantarlo pero era imposible, Irina le confirmó algo que ya intuía, las niñas tenía más de un padrino y debía aguardar su turno; Oxana estaba ocupada.

Sergio sintió una punzada en el estómago al imaginar a su protegida en manos de otro hombre, se le revolvieron las tripas pensado en las mil y una barbaridades que podían hacerle durante su ausencia pero estaba atado de pies y manos. No sabía si era amor pero estaba claro que sentía por la niña algo más que mero apetito sexual y ella, con su actitud y sus ganas, le había hecho creer que el sentimiento era recíproco aunque la realidad fuese bien distinta: lo odiaba con toda su alma, como al resto de los cerdos.

Durante la espera para el siguiente encuentro el adulto no perdió el tiempo. Acudió a un médico de confianza que le prescribió Viagra: el apetito sexual de su apadrinada era grande y no quería dejar insatisfecha a la niña. Se compró ropas más modernas, se preocupó por su aspecto más que nunca e incluso se apuntó a un gimnasio para ponerse en forma. La gente de su entorno se dio cuenta del cambio e incluso Juan, su frutero de confianza, le comentó entre risas que parecía un enamorado. Sergio le habló con evasivas pero el brillo en su mirada lo delataba, pese a que nadie podía saber la identidad de la hembra que le había robado el corazón y mucho menos su edad.

El segundo viaje se le hizo todavía más largo que el primero, no veía el momento de volver a ver a Oxana. A ese le siguieron varios más. En cada trayecto descubría gente nueva en el autobús y otra que repetía, sobre todo las lesbianas. Le extraño la no presencia de Paco, pero pronto se olvidó del rollizo pederasta. Pasados seis meses era ya todo un veterano.

Al séptimo viaje Oxana lo esperaba junto al resto de niñas, con uno de los minúsculos conjuntos que él le había comprado a través de la web y pintada en tonos pastel. Su aspecto de niña buena era tan espectacular como el de ataviada con el uniforme escolar o incluso más, ya que era el atuendo preferido por Sergio.

El primer polvo del fin de semana fue antológico. Sergio, asistido por la química, se folló a la chiquilla a cuatro patas como si de un semental adolescente se tratase. Incluso se atrevió a darle un par de cachetes en el trasero durante la monta pero sin ir más allá. La postura del coito le proporcionó una perfecta panorámica de la espalda de Oxana y le pareció distinguir en ella cicatrices y alguna magulladura; eso le quitó sus ya pocas ganas de seguir castigándola: por nada en el mundo quería hacerle daño; la adoraba.

La lolita por su parte disfrutó como una perra siendo tratada de aquel modo menos amable del habitual; no por los golpes, ya que apenas los sintió, sino por el pollón que masacraba su coño, llenándolo de carne hasta el fondo una y otra vez. La lolita se corrió con verdaderas ganas con la vagina dilatada al máximo. Odiaba a los cerdos sensibleros europeos como Sergio; le iba la marcha. Adoraba el sexo duro y extremo de los americanos, ese que provocaba infartos entre sus padrinos yankis y agrandaba su prestigio entre sus compañeras más jóvenes o incluso el de los japoneses, con sus cuerdas, su sadismo y sus depravaciones.

Tras el primer coito, e imitando a otros de los visitantes, Sergio se colocó una bata de seda burdeos para pasear con la lolita por el internado. Había aprendido que era mucho más cómoda a la hora de disfrutar de la niña por las distintas estancias del centro que la ropa de calle. Una vez perdida la vergüenza y ver que nadie le afeaba la conducta, le había cogido el gusto de follar con ella en las zonas comunes, delante de la gente, fuera del dormitorio. Siempre a instancias de ella, compartió el jacuzzi con otras parejas y ya no le pareció tan mal. Incluso llegó a fornicar con la adolescente siendo montado encima de su pupitre escolar o incluso en el suelo del comedor común durante el almuerzo, mientras las otras internas le mantenían inmóvil sobre el piso, en lo que consideró un juego erótico de lo más morboso.

Sergio estaba eufórico, los estimulantes sexuales que le habían recetado funcionaban a la perfección. En uno de sus anteriores viajes se atrevió a literalmente duchar a su protegida en champagne francés y darse un atracón de tetitas y burbujas. La joven, eufórica, llegó a separarse los glúteos y ofrecerle la puerta trasera varias veces pero él se negó siempre a consumar la sodomía, temeroso de que el tamaño de su estoque causase algún daño irreparable en el orto de la lolita pero, tras mucho pensarlo y ante la insistencia de la joven, había pensado seriamente darse el gusto de gozarla por detrás.

Oxana recibía cada encuentro sexual con aparente alegría, facilitándole la tarea al macho, abriéndose como una flor y siempre con la más amplia de sus sonrisas en la boca aunque en realidad, cuando conversaba con otras internas, echaba pestes del adulto hispano de aliento putrefacto.

El lugar, la hora y las circunstancias eran indiferentes: las apadrinadas siempre estaban a disposición del padrino, a excepción de un par de horas al día en los que las niñas debían atender a sus otros mentores para agradecerles sus regalos y mediante fotos y vídeos.

Sergio aprovechaba esos momentos de descanso testicular para realizar sus necesidades fisiológicas. Oxana no tenía problema alguno en hacerlas delante de él pero a Sergio le daba apuro incluso decirle a la niña que tenía ganas.

La llamada de la naturaleza le pilló al sesentón en un lugar del edificio alejado del pabellón hispano así que optó por utilizar uno de los lavabos de la zona japonesa. Le pareció un poco extraño que los cubículos fueran más amplios de lo convencional y que en ellos simplemente hubiera una especie de silla con un agujero y una pantalla de televisión. No logró encontrar ni la taza, ni el papel ni nada que se le pareciese. Le pareció raro pero lo atribuyó a la diferencia de culturas.

De repente apareció una jovencita cuyo rostro ya conocía, se trataba de Masha, la protegida del desaparecido Paco. Ella no le reconoció, se tumbó boca arriba bajo la silla y abrió los labios cuanto pudo, justo debajo del agujero. Sergio la vio a través de la pantalla, no entendía nada. La chiquilla permaneció quieta un rato, siguiendo con la mirada al adulto y sin cerrar la boca muy extrañada de su inacción.


 

– Adelante, señor. Siéntese y hágalo. – Le dijo en un rudimentario inglés.

– ¿Hacer?

– Sí señor.

– ¿Qué tengo que hacer?

– Pues cacas, ¿qué si no? – Dijo la joven, extrañada por la inacción del adulto –. Después le limpio…

A Sergio casi le dio un vahído. No podía creer que alguien fuese capaz de hacer aquello tan denigrante con otra persona y menos aún con una niña. Había visto orinar sobre las muchachas y ya eso le había parecido algo repulsivo, pese a que las chiquillas no dejaban de reír mientras hacían gárgaras con el fluido amarillento. Al salir del excusado se golpeó de manera involuntaria con un asiático que, apremiado por la urgencia o por el vicio, no parecía tener tantos remilgos a la hora de aliviarse en aquel inodoro humano.

Cuando Oxana llegó a su lado intentó sonsacarle información.

– ¿Cuántos padrinos tienes, Oxana?

Por primera vez desde que Sergio la conocía la sonrisa desapareció de la cara de la nínfula.

– No sé. Varios, pero tú eres mi preferido, te lo juro. – Dijo ella temerosa de la reacción del adulto–. Nadie me trata tan bien como tú, Sergio.

– ¿Diez, veinte…?

– Sí… algo así. No lo recuerdo…

– Y de esos padrinos… ¿cuántos vienen a verte de manera habitual?

La joven comenzó a retorcerse los dedos, cada vez más nerviosa. Dirigió la vista hacia los rincones donde se encontraban las cámaras.

– Pues… unos seis o siete. No sé, tal vez más. Pero, ¿por qué…?

– ¿Japoneses?

– Uhm… sí. Uno o dos…

Oxana optó por colgarse del cuello de su padrino y comenzó a besarle dulcemente. Él se dejó hacer, estaba tan enamorado de ella que ni siquiera cayó en la cuenta de que, con toda probabilidad, la boca de su amada había servido más de una vez para que algún mal nacido de ojos rasgados aliviase su intestino en ella.

– ¿Cuántos americanos?

– ¿Por qué me haces tantas preguntas? Me estás asustando. – Preguntó ella guiando las manos del adulto hasta sus glúteos desnudos intentando de este modo terminar con el interrogatorio.

– Contesta, por favor.

– También dos o tres.

Sergio tragó saliva. A su mente volvieron las imágenes que le habían robado el sueño la noche anterior junto el recuerdo de las cicatrices en la espalda de la niña.

– ¿Has estado en el sótano?

– No debería contestar a eso. Es peligroso, nos están escuchando…

– Es la última pregunta, de verdad.

– Disfruta del fin de semana, no pienses en eso. Haré todo lo que me pidas…

– ¡Contesta! – Repuso él subiendo el tono.

La niña dijo algunas frases en su idioma que el hombre no llegó a entender y finalmente contestó, esquivando la mirada inquisitoria de Sergio:

– Sí.

– ¿Muchas veces?

– ¡Dijiste que sería la última pregunta!

– ¡Responde!

– ¡Sí, sí, sí! ¡Bajo al sótano desde siempre! ¡Todas pasamos por allí nos guste o no!

Con los ojos inundados en lágrimas, ella echó a correr por el pasillo. Irina apareció justo entonces, cuando dobló la esquina y, con rostro severo, la detuvo agarrándole de forma ruda.

– “¿Qué pasa? ¿a dónde vas? ¿por qué no estás con él?”

– “No sé qué le sucede. Hace preguntas raras, preguntas sobre los otros cerdos…”

– “Vaya, eso no es bueno.”

– “Me da asco que me toque. No sé qué me pasa, no me encuentro bien. No me obligues a volver con él, te lo suplico… mamá.”

Irina examinó el rostro de su hija. En efecto, las pupilas color esmeralda que le había dado en herencia carecían del fulgor de antaño, parecía más ojerosa y demacrada que de costumbre. La adulta conocía bien el motivo. El intenso tratamiento hormonal al que Oxana estaba siendo sometida acompañado de las frecuentes sesiones de sexo vaginal habían dado sus frutos: la adolescente estaba encinta. Los análisis al respecto no dejaban lugar a la duda, iba a hacerla abuela antes de cumplir los treinta.

– “Estas preñada, eso es lo te que pasa, Oxi.”

– “¿Seguro?, ¿ya?”

– “Sí”

– “Vaya” – la niña bajo la mirada, resignada –. “Supongo que era cuestión de tiempo.”

Pese a ser sangre de su sangre Irina no tuvo piedad de la niña:

– “Vuelve con él y sigue con el plan. Os llevaré a una habitación del último piso. Si le tienes tantas ganas, ve a saco; es tu última oportunidad de terminar con él. A partir de la semana que viene atenderás sólo a los japoneses y americanos, son los que más pagan por torturar a las adolescentes embarazadas.”

– “Sí, mamá.”

– “Ahora termina con este baboso de una vez.”

Oxana sabía de sobra que toda súplica sería inútil y asintió. Se sorbió los mocos, respiró profundamente, contuvo sus nauseas tras varias arcadas y se volvió hacia donde el adulto se encontraba disimulando su malestar.

– Oxana. ¿Qué tienes, qué sucede?

– Nada, estoy bien. Sergio.

Sergio estaba realmente afectado por la reacción de la muchacha ante sus preguntas. Al ver que esta volvía a su lado y se pegaba a él como una lapa, se sintió aliviado y más aún al verla acompañada de la rubia representante de la ONG.

– ¡Oh! Hola, Irina… yo…

– Hola Sergio. Os estaba buscando, quería daros una noticia.

– ¿Una noticia?

– Sí. He conseguido una habitación privada para vosotros dos solos. Me ha costado bastante y he tenido que pedir algunos favores pero puedes disponer de ella libremente. ¿Te apetece?

– ¡Por supuesto!

– Está en la planta de arriba. Recoge tus cosas y Oxana te acompañará. Que lo disfrutes.

– Muchas gracias, Irina. Eres muy amable.

– De nada.

Muy ilusionado por poder disfrutar por fin de algo de intimidad el hombre se dirigió a la niña eufórico:

– ¿No te parece algo estupendo? ¡Podremos estar juntos sin que nadie nos moleste durante el resto del fin de semana!

– Sí – contestó la adolescente con la mejor de sus sonrisas –. Es genial, pero nada de preguntas, ¿vale?

– Ni una más, te lo prometo.

Y de un saltito se encaramó al adulto y sorbió sus babas, esas que tanta repulsa le producía, mediante un lánguido y prolongado beso húmedo. Después, recogieron las cosas de habitación común y lo llevó hacia la planta superior.

El último piso del orfanato ucraniano, sin ser un terreno vedado como la zona americana, sí que era una de las zonas menos motivantes para el maduro banquero. Estaba dividida en dos partes diferenciadas aunque muy relacionadas entre sí: la guardería y la zona pre mamá.

Sergio respiró aliviado al comprobar que pasaban de largo de la primera de las áreas. Recordó el mal trago que pasó cuando, durante su primer viaje, su ahijada extranjera le guió por ese lugar y vio lo que los hombres civilizados del primer mundo hacían con las niñas pequeñas allí. Le pareció vomitivo y sumamente desagradable.

La zona pre mamá era una de las áreas relativamente bien cuidadas del edificio. Allí se encontró con varias parejas extranjeras acompañando a adolescentes con vientres abultados en diferentes estados de gestación. La mayoría eran gays y lesbianas pero también matrimonios heterosexuales que, desesperados, no habían encontrado otra manera de obtener descendencia más que a través de los oscuros métodos de Ukraine's World. Allí no había sexo, al menos a la vista; parecía más bien una especie de clínica relacionada con la gestación asistida en lugar de un orfanato propiamente dicho.

– Ven, Sergio. Es por aquí. A partir de ahora esta será nuestra habitación.

La excitación malsana del hombre por disfrutar de la joven le impidió ver lo obvio. En cualquier otra circunstancia hasta un tonto hubiera adivinado al momento que aquel cambio de localización en el orfanato no se debía a la intervención de Irina sino al estado de buena esperanza de Oxana pero Sergio no tenía ojos más que para su joven pareja.

Excepto para alimentarse, no salieron de allí durante el resto del fin de semana. Oxana lo intentó todo, llevó al límite tanto su cuerpo como el del maduro hispano. Lo atiborró de viagra y alcohol pero aun así no logró su objetivo.

El cerdo salió vivo de su último encuentro con Oxana, aunque con un dolor de testículos tremendo.

Al llegar a Madrid de vuelta de su séptimo viaje Sergio se percató de que algo iba mal. En la página web de la Ukraine's World no había ni rastro de ella, todo lo referente a Oxana había sido eliminado; era como si la joven por la cual respiraba no hubiese existido jamás.

En cuanto le fue posible se dirigió al local de la ONG pero este estaba cerrado a cal y canto. Parecía que se les había tragado la tierra. La sombra de una posible estafa se cernía sobre sus pensamientos, aunque para él el dinero era algo secundario. Lo que le preocupaba era la integridad física de su amada.

Los días pasaron. Llamó insistentemente al número privado de Irina pero siempre estaba ilocalizable. Desesperado, inclusive llegó a llamar directamente al orfanato ucraniano pero le contestaron con evasivas y se remitieron a que contactase con la encargada de la zona.

Ya había perdido casi toda la esperanza cuando, pasadas dos semanas, su celular sonó.

– ¡Irina! – Gritó al reconocer la identidad de su interlocutora.

Por fin veía algo de luz al finalizar el túnel. Los dedos le temblaban mientras manipulaba el teléfono.

– ¡Irina! ¿Qué sucede? ¿dónde estás?, ¿dónde está Oxi?...

– No puedo hablar ahora… es peligroso – contestó ella muy nerviosa –.

– ¿Peligroso? ¿dónde estás? – repitió Sergio una y otra vez.

Pero la interlocutora se limitó a dar la referencia de un bar, una hora y colgó.

La joven acudió a la cita una hora más tarde de lo convenido, fueron los sesenta minutos más largos de la vida del empresario. Su aspecto era desaliñado, descuidado y lúgubre. Mostraba un rotundo moratón en uno de sus pómulos, además de un feo corte en su labio superior.

– ¿Qué te ha pasado?, ¿quién te ha hecho eso?

– Me caí.

– Y Oxana, ¿está bien?

Fue entonces, al escuchar el nombre de su hija, cuando la mujer se derrumbó.

– ¡Van a venderla! – le confesó al hombre, echándose a llorar –. ¡Van a venderla! ¡Me juraron que no lo harían, que dejarían que viniese aquí conmigo cuando pariera! Pero me han mentido… van a venderla, van a venderla…

– ¿Parir?

– ¡Sí! ¡Oxana está embarazada!

Aquella revelación dejó mudo a un Sergio cada vez más superado por los acontecimientos. Apoyada sobre el hombro del sesentón, la joven lloraba desconsolada, repitiendo su cantinela una y otra vez.

– ¡Van a venderla!

– ¿Quién?

– ¡Los responsables de Ukraine's World! ¡Ayúdame, Sergio! ¡Ayúdame!

– Pero… ¿cómo?

– ¡Cómprala tú! Sé que tienes dinero, eres mi única esperanza. Estoy desesperada. ¡Puja por ella, por lo que más quieras!

– ¡Yo… yo… yo no puedo… no puedo comprar a una persona!

– ¡Oxi es hija mía! – confesó la mujer, rota de dolor –. ¡Van a vender a mi niña! ¿No lo entiendes? ¡Si la compra un japonés, un americano jamás volveremos a verla viva! ¿Lo comprendes?

La revelación del parentesco entre ambas hembras dejó a Sergio fuera de juego.

– Pe… pero… – balbuceó.

– En cambio, si la compras tú, sé que cuidarás de ella como se merece. Será tuya para siempre. Seremos tuyas ella, yo y lo que tenga que venir si es una niña; yo me encargaré de eso. Haremos todo, todo lo que tú quieras, Sergio. Seremos sólo para ti.

Sergio no sabía qué hacer. Acostumbrado a tomar decisiones importantes, se veía impotente ante tal torrente de emociones que le impedían pensar con claridad.

– Y… ¿cómo se supone que puedo hacer eso?

– ¿Comprarla?

– Sí.

– Entonces… ¿vas a hacerlo?

– Lo intentaré al menos.

– Ha… habrá una puja por ella a través de una página de internet. El que más pague, se la lleva. Me… ha costado mucho conseguir la clave de acceso a la subasta… pero la tengo. Sólo hace falta… dinero, mucho dinero…

– Entiendo… ¿y cuándo…?

– El sábado, a las cero horas horario ucraniano… una hora menos aquí.

El hombre tardó unos instantes en realizar la pregunta clave.

– Y ¿cuánto…?

– Sé que la puja se hace en Bitcoins. No… no domino mucho el tema pero comienza con el equivalente a quinientos mil dólares americanos. Oxana tiene muchos padrinos y muy poderosos, seguro que esa cifra se multiplicará varias veces.

– Comprendo. El… el dinero en sí no es problema, lo que me preocupa es la falta de tiempo.

La joven alzó la mirada y comenzó a comérselo a besos literalmente.

– ¿Tiempo?

– Como comprenderás no guardo mi capital debajo de mi almohada.

– Cl… claro…

A pesar de encontrase en un establecimiento público la mujer no dudó en arrodillarse.

– ¡Gracias, gracias, gracias! – Repitió

– Ya… ya… ya es suficiente. – Repuso él instándola a levantarse –. No tenemos tiempo para esto. Tengo muchas cosas que hacer antes del sábado.

– ¿Muchas cosas?

– No tengo la liquidez suficiente como para afrontar un pago de ese tipo, debo vender algunas acciones y algunas otras cosas y transformar el dinero en Bitcoins.

– Vale… no tengo ni idea de cómo va eso.

– No te preocupes por nada, yo me encargo de todo.

– Eres un cielo, de verdad. No me extraña que Oxana esté loca por ti.

Aquel comentario llenó el pecho de Sergio de gozo.

– Vaya…

– No habla de ningún otro excepto de ti. Te tiene en un pedestal… y no me extraña. Eres muy buena persona Sergio, no me equivoqué ofreciéndote a mi hija como apadrinada.

– Gracias.

– Sé… sé que es abusar pero, ¿pu… puedo pedirte un favor más?

– Si está en mi mano, por supuesto.

– No quiero volver con ellos pero no tengo dónde quedarme.

– Entiendo. No hay problema, vayámonos a mi casa. Allí estarás a salvo.

– No sabes cuánto te lo agradezco… de verdad. Eres nuestro Ángel de la Guarda.

El resto de la semana los invirtió el hombre en malvender sus bienes y acciones. Incluso utilizó sus contactos para hipotecar su casa en un tiempo record. Era un hombre adinerado pero no tan rico como podía parecer. Irina le iba preguntando sobre el capital que disponían, rogando para que este fuese lo suficiente como para hacerse con su hija.

Cuando la noche del sábado llegó Irina era un manojo de nervios. No dejaba de estrujarse los dedos, compungida y llorosa mientras observaba cómo el valor de Oxana crecía y crecía. Él templó los nervios y mantuvo la compostura durante la puja y tras varios minutos de intensas negociaciones se hizo con la victoria, aunque a un precio realmente escalofriante.

Poco menos que estaba arruinado, pero daba por bueno todo si con eso lograba arrancar a la niña de las fauces de aquella despreciable organización.

Tras lograr el objetivo, se desató la euforia. El champagne ayudó a que tanto Irina como Sergio liberasen la tensión acumulada durante la semana. Sin saber muy bien, cómo hombre se encontró bajo el cuerpo de la futura abuela.

– ¡Sé que todo irá bien a partir de ahora! Quiero compensarte como mereces… – Rió Irina muy feliz, justo antes de hurgar en la bragueta de su anfitrión.

La primera intención del hombre fue impedir que la joven siguiese pero ella fue más rápida. Cuando puso en marcha su aspiradora bucal ya no hubo marcha atrás para un Sergio que, ya sin la tensión acumulada, se rindió a los encantos de Irina y gozó con ella tanto o más que con su ahijada.

El polvo fue antológico, los chillidos que emitió la ucraniana durante el coito fueron escuchados por toda la urbanización. El hombre experimentó por primera vez las excelencias de sexo anal e Irina disfrutó por fin de lo único que le interesaba de él una vez obtenido todo su dinero.

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– Lo tenemos todo claro, ¿no? – Peguntó Sergio unos días después, justo antes de llamar a la puerta del orfelinato.

– Tranquilo, tú déjame hablar a mí. Yo sé cómo tratarles.

– Vale. Pero sobre todo no lo alarguemos mucho. Entramos, recogemos a Oxana y nos largamos lo más rápido posible para España. No te ofendas pero tu país no me inspira mucha confianza.

– Sí, pero recuerda: no debes parecer nervioso, ni siquiera ansioso. No hay que asustar a la niña, nos vamos pero sin prisas, por la puerta gorda, como decís en España.

– Grande.

– ¿Cómo?

– Por la puerta grande.

– Grande, gorda… ¿qué más da? – Rió Irina para continuar en su lengua materna mientras pulsaba el timbre – “No sabes cuánto voy a disfrutar viendo como mi niña te arranca los ojos, cerdo asqueroso.”

Cuando Sergio traspasó por última vez el dintel del Orfanato de Odessa sintió un escalofrío. Su sexto sentido le dijo que algo no iba bien. Le había parecido algo extraño que Irina insistiese en que no lo comentase con nadie y que ambos hubieran viajado en vuelos diferentes. Además, la rubia parecía más tranquila de lo debido y más teniendo en cuenta que era la libertad de su propia hija lo que estaba en juego. Aún así la perspectiva de reencontrarse con su amada adormeció su instinto y prosiguió.

En el hall le esperaba un hombre de rostro circunspecto junto con otras dos moles de carne y músculos exentas de cerebro. Sergio los identificó rápidamente, eran los mismos con los que tuvo el desagradable encuentro en la zona americana.

– “Aquí te traigo al cerdo por última vez.” – Anunció Irina.

– “Te felicito, una vez más has demostrado tu instinto. Hemos ganado un buen pellizco ¿Cuántos cerdos van ya…?”

– “Ni lo sé, ni me importa. Terminemos con esto de una vez, tengo otros proyectos en marcha y no tengo tiempo que perder con este cadáver andante.”

– Pregúntale dónde está Oxi. – Intervino Sergio, muy nervioso al no poder entender la conversación entre su acompañante y el hombre de aspecto marcial.

– Es martes y es la hora del almuerzo, supongo que estarán todas en el comedor.

– Cierto, lo había olvidado.

– Vamos, Oxi nos está esperando allí, junto con las demás.

– Sí.

Sergio apresuró el paso, poco menos que corría al rescate de la adolescente. Al entrar en el comedor descubrió un ambiente completamente diferente al que él estaba acostumbrado. Durante sus visitas reinaba el jolgorio, el griterío y los excesos pero encontró silencio, austeridad y orden. Todas las internas estaban sentadas en su lugar correspondiente, vestían uniforme completo y sobre los platos, en lugar de las suculentas viandas de los fines de semana, se encontraban prácticamente vacíos y con unos alimentos de aspecto poco apetecibles.

De inmediato, todos los ojos se centraron en él, incluidas varias cámaras de video de alta resolución que portaban algunas niñas mayores.

– ¡Svyni!, ¡Svyni!, ¡Svyni!, ¡Svyni! – comenzaron a murmurar todas las chiquillas a un tiempo, mientras golpeaban la mesa con los cubiertos siguiendo el compás.

El coro fue poco a poco creciendo en intensidad hasta que el griterío se hizo ensordecedor repitiendo aquella palabra una y otra vez.

– ¿Qué… qué dicen? – Preguntó a su acompañante.

– Svyni – Le gritó Irina al oído.

– ¿Qué significa?

– Cerdo.

– ¿Cerdo?

– ¡Mira, ahí está Oxi!

En efecto, desde una de las mesas más alejadas divisó a Oxana aproximándose con las manos cruzadas por la espalda. Caminaba de forma lenta, recreándose; era su momento. El momento cumbre de toda interna perteneciente a la ONG Ukraine's World, el momento de terminar lo empezado meses atrás, finiquitar un trabajo coral mediante el cual sacaban provecho de la falta de escrúpulos de los pervertidos occidentales sacando de ellos el mayor rédito posible.

Para ellas aquellos tipos que abusaban de ellas no eran personas sino cerdos. Y sabían desde muy niñas que del cerdo se aprovecha todo.

Incluso su muerte.

La sola visión de Oxana sana y salva hizo que Sergio se olvidara de todo lo demás. Dejando a Irina, intentó aproximarse a ella a través de uno de los pasillos del comedor pero no pudo. Las muchachas que estaban sentadas a ambos lados se levantaron a un tiempo y le rodearon entre risas y sin dejar de entonar su machacona canción.

– ¡Dejadme, dejadme chicas, por favor!

Sergio intentó resistirse pero no quería lastimarlas así que se dejó tumbar sobre el suelo, tal y como solía hacer durante las otras visitas.

– No chicas, ahora no es el momento. Oxana, Irina y yo tenemos que irnos…

Las niñas hicieron caso omiso de sus recomendaciones y la multitud de manitas fue despojándole zapatos y ropas hasta dejarle completamente desnudo e inmovilizado. De repente, todas callaron a un tiempo.

– Hola Svyni, no sabes cuánto me alegro de verte. – Le susurró Oxana frotándole el pene con su pie desnudo.

– Ho… hola Oxi. He… hemos venido para llevarte a mi país. Allí estaremos bien los tres, los cuatro en realidad…

La joven ni siquiera le escuchó, simplemente se arrodilló y comenzó a chuparle el pene a su padrino de manera lenta y parsimoniosa. En lugar de mirar a Sergio a la cara, como hacía siempre hasta entonces, observaba a una cámara de vídeo que, situada a pocos centímetros de su rostro, inmortalizaba la felación, emitiéndola en directo a varios puntos de todo el mundo.

– No… no tenemos tiempo para esto, Oxi…

El adulto sintió un nudo en la garganta. Siempre que la niña se metía un testículo en la boca y su lengua traviesa jugueteaba con él apenas acertaba a articular palabra y aquella vez no fue una excepción. La chiquilla se manejó de una manera especialmente intensa y lúbrica tanto con las pelotas como con el soberbio estoque del macho y no detuvo su tratamiento oral hasta que logró endurecerlo al máximo.

Sergio respiró profundamente y cerró los párpados. Sólo escuchaba el chapoteo producido por boca de Oxana chupándole la polla y el sonido de su propio corazón yendo a mil por hora. Estaba tan absorto disfrutando el momento que ni siquiera escuchó la orden de Irina.

– “Ya es suficiente, Oxi: acaba con él.”

– ¡AAAGGGGRRRRR! – Gritó Sergio con toda su alma al experimentar un terrible dolor en su bajo vientre.

Al abrir los ojos, presa del pánico vio a Oxana, muy sonriente, lamiéndole los genitales, pero esta vez con el pene y los testículos arrancados de su cuerpo. Comenzó a sufrir espasmos que convulsionaron su cuerpo una y otra vez. Sin dejar de aullar, sintió que se desangraba por momentos. Instintivamente, intentó llevarse las manos hacia la zona dañada pero el peso de las muchachas le impidió hacerlo.

Lo último que sus ojos vieron fue a su querida Oxi aproximando una pequeña hoz dorada cubierta de sangre hacia su rostro. La manera impersonal con la que ella se reía le fue incluso más dolorosa que la propia castración.

– ¡Buenas noches, cerditoooo!

Le susurró mimosa mientras le rebanaba los ojos en las cuencas.




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– Aparece un nuevo cuerpo en el Mar Negro. El cadáver mostró signos de violencia y carecía de cabeza, genitales y dedos. La policía Ucraniana piensa que es un nuevo ajuste de cuentas entre bandas que trafican con armas en la ex república Soviética… – leyó Nestor en voz baja.

Néstor meneó la cabeza una y otra vez al repasar la reseña en la sección internacional del diario mientras paseaba por Barcelona. Justo entonces fue abordado por una joven mujer de rasgos eslavos.

– ¡Buenos días, señor! Mi nombre es Irina, ¿le apetece apadrinar una niña?

Fin.






Comentarios

  1. Hola. A pesar que no me gustan los relatos que contienen violencia, y menos si son prodigados a una mujer o niña, este me mantuvo interesado desde el principio. Aunque debo decir que me sorprendió el final. De todas maneras y en resumidas cuentas, no me desagradó del todo.

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    1. Hola. Muchas gracias por tu comentario. Pese a lo que pueda parecer, tampoco me siento cómodo con las historias violentas pero como escritor opino que hay que escribir de todo. Lo del final es un buen cumplido. Concluir las historias con algo sorpresivo no es fácil.

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