"LA MASCOTA. 4 DE 4" POR Kamataruk


CAPÍTULO 9:

Elainne rabiaba de placer, su pulso se aceleraba por momentos. Dentro de la habitación verde, tumbada sobre el potro de torturas, con los tobillos unidos por cinta americana a las muñecas, adoptaba una postura tremendamente incómoda para sus extremidades y que dejaba expuesta toda su anatomía íntima a cientos de espectadores. Con todo, eso no era lo más doloroso ya que las cadenitas que colgaban del techo tiraban de los aritos que pendían de sus pezones cada vez que se retorcía. La joven se los había perforado, a instancias de Karl y a escondidas de su mamá, unas semanas atrás al comprobar que las pinzas metálicas que solía colocarse en los pezones no le producían dolor alguno.

Sus tremendos chillidos quedaban amortiguados por el aislante sonoro de la estancia y eran del todo ininteligibles ya que el extraño aparato que llevaba en los labios aprisionaba su lengua de tal forma que esta permanecía fuera de la boca todo el tiempo. El aparato bucal le provocaba un babeo constante con la consiguiente descomposición de su maquillaje felino. El espéculo de frio acero que le dilataba el esfínter anal tampoco le resultaba cómodo. El terrible instrumento separaba las paredes del intestino de la muchacha dejando salir a través de él las heces y otros fluidos. El dueño que lo manipulaba se había ensañado sexualmente con su orto antes de torturarla, anegándolo de esperma.

La pareja norteamericana llevaba una toda la semana poniendo a prueba a la mascota de Karl sin éxito. Elainne no había cometido ni un solo fallo como gatita sumisa y complaciente, era la perfección hecha carne. La poseyeron sexualmente de una y mil formas, pero ese no era su verdadero objetivo; era evidente que deseaban más de ella. Desesperados, se saltaron las normas y le pidieron, más bien le suplicaron a la adolescente que hiciese algo indebido el último día en que permanecerían en Quito. Habían recorrido siete mil kilómetros para estar con ella y temían irse a casa sin poder disfrutar de su cuerpo en la habitación verde.

Elainne les complació defecando sobre las botas de cuero negro de Dior de la mujer mientras les miraba pícaramente y eso destapó la caja de los truenos.

La dueña se disponía a verter la tercera andanada de cera caliente sobre la parte más sensible del sexo de Elainne cuando un sonido estridente envolvió la estancia. La chica lo identificó de inmediato, era su teléfono móvil. Su semblante cambió de inmediato. Desesperada, intentó decirle algo a la mujer, pero ésta sólo quería completar el sellado de su coño con cera roja.

– ¡Es su teléfono, suéltala! – Dijo el hombre dejando de beber los fluidos que obtenía de aquel ano dilatado.

– No. Sólo un poco más.

– El trato con Karl era muy claro. Si suena el teléfono la liberamos de inmediato.

– ¡No!

Elainne chilló y forcejeó cuanto pudo, pero la dueña seguía derramando gotitas incandescentes en su coño una tras otra.

El hombre tomó la iniciativa y, después de empujar a su mujer, comenzó a liberar a Elainne a toda prisa. A esta le costó reaccionar pese a que el hombre anduvo rápido. La dueña había vertido la cera muy de cerca, sin darle tiempo a que esta se enfriase durante la caída y las últimas andanadas le habían dolido de veras. Aun así, hizo de tripas corazón y, haciendo un esfuerzo supremo, tomó el celular. Le temblaba todo cuando lo examinó.

– Mierda, mi madre. – Murmuró.

Respiró varias veces intentando recuperar el aliento mientras se limpiaba el sexo de cera.

– Hola.

– ¿Dónde estabas?

– En el baño, duchándome.

– ¿Otra vez? Seguro que estabas mostrando las tetas a algún pervertido como dice tu sobrina.

Elainne encajó el golpe lo mejor que pudo, no dijo nada.

– La señora Julia… ha muerto.

– ¿Qué?

– Lo que oyes, de un infarto. Estaba en mercado y, de repente, cuando estaba comprando mangos nuestro señor la acogió en su seno.

– Oh.

La noticia pilló de sorpresa a Elainne. La señora Julia era una vecina con sus rarezas, pero con ella siempre había sido bastante amable. Eso sin contar que era pariente lejano de su padre.

– Necesito que hagas algo. Compra comida y también bebida, lo que se te ocurra. Tendremos que preparar algo para la gente que venga al velorio. Toma todo el dinero que haya en la casa, sabes que la señora Julia tiene muchos amigos en el barrio. Como parientes lejanos por parte de tu papá tendremos que hacernos cargo nosotros de todo. Esta vez tendrás que acompañarme a la iglesia, te guste o no. Ya estoy harta de esa tontería tuya de renegar del buen Dios.

– Entiendo.

– Sobre todo no te duermas ni te distraigas. Necesito que, por una vez, seas útil para variar.

Esta vez la impertinencia pasó desapercibida para Elainne. Despistada por naturaleza, intentaba memorizar todo lo que su mamá le había pedido. Se esforzaba mucho en complacerla, aunque no siempre sus esfuerzos tenían la recompensa merecida. La mayoría del tiempo ella se sentía un estorbo, un cero a la izquierda. De hecho, sólo durante el tiempo que permanecía en la casa de Karl transformada en gatita encontraba sentido a su vida.

– Tengo que irme. Una vecina ha fallecido.

– ¡Oh… qué pena! – Dijo la mujer bastante molesta.

– Has estado fantástica, de verdad. – Apuntó el hombre mucho más atento.

– Vendremos a verte otro día, no lo dudes.

– Como deseen.

– Karl tiene muchísima suerte de tenerte como mascota. Se lo digo siempre.

– Te hemos traído algo para que lo uses aquí. Es sólo una bagatela. – Dijo la señora entregándole una bonita cola con un dildo metálico dorado con una K troquelada. –Es bañado en oro de 24 quilates.

– Cariño, eso no hacía falta decirlo.

– Y esto para ti. Sé que probablemente no puedas ponértelos, pero puedes venderlos si lo necesitas – comentó la mujer enseñándole unos pendientes de oro con unos pequeños brillantes dentro de una cajita – . Son muy caros.

– Disculpa a mi mujer – dijo él encogiéndose de hombros – . Piensa que todo el mundo necesita su maldito dinero.

– No importa. Son preciosos. Muchas gracias, de verdad.

La joven se desmaquilló a toda prisa mientras el matrimonio discutía y se fue a su casa no sin antes taparse los pezones con unos apósitos. Solía llevar ropas amplias, más bien de chico, y eso le permitía ocultar con mayor facilidad las joyas áureas que adornaban sus pechos. Tenía en mente colocarse un tercer aro en el clítoris, pero no se atrevía por miedo a ser descubierta.

La noche se hizo larga, fue un ir y venir de gente a la casa de la señora Julia. Elainne y su hermano se emplearon a fondo cocinando y atendiendo a las personas que fueron a darle el último adiós a la vecina. Casi se le cae la bandeja de dulces a la muchacha al descubrir a Karl y a Doutzen, vestidos de riguroso duelo, dándole las condolencias a su madre. Hanna, su mascota humana, les acompañaba en un discreto segundo plano. Ambos estuvieron exquisitos y actuaron como si fuese la primera vez que conversaban con Elainne cuando la mamá de esta les presentó. Hanna no habló en toda la velada con la excusa de no entender bien el idioma. Los dueños y su mascota permanecieron en la casa de la vecina haciendo gala de una amabilidad impoluta. La chica estaba muy nerviosa al ver a su mamá y a Karl charlando de manera cómplice y distendida.

– Tendríamos que ir a casa para asearnos y a cambiarnos de ropa para el funeral. – Dijo la mamá a Elainne unas de horas antes del sepelio, a la madrugada siguiente.

– Sí.

– Vayan sin cuidado. Nosotros atenderemos a todo el que venga a última hora. – Dijo el piloto de manera afable.

– Muchas gracias.

– No hay de qué.

Una vez en su vivienda la señora se dirigió a su hija:

– Es muy atento el vecino, ¿no crees?

– S…sí.

– Y su mujer es una bellísima persona. Además, es muy hermosa. Me parece increíble que él sea capaz de engañarla de esa manera tan miserable; estoy segura de que esa pelirroja es una de sus amantes. Decía la señora Julia, que en la Gloria esté, que en esa casa entra gente diferente un día tras otro y que montan unas orgías tremendas por las tardes. Todavía no comprendo cómo tú no oyes nada estudiando al otro lado de la pared.

– ¿Me… me pongo la mini falda negra? – Preguntó la chica intentando desviar la conversación.

– Por supuesto. Por una vez sería bueno que te parecieses a una señorita de verdad y no a un machito.

Al llegar a la iglesia todo era un caos. A diferencia de una boda, la muerte no se prepara y todo el mundo andaba loco con los preliminares: el párroco, las flores, el coro y mil cosas más. Elainne se mantuvo al margen, estaba realmente agotada; la noche de vigilia le pasaba factura. Los pies le dolían bastante ya que no acostumbraba a llevar zapatos femeninos así que se sentó en un rincón y, discretamente, procedió a quitárselos cuando una mano con cuidada manicura se posó en su hombro.

– Acompáñame al baño, gatita. – Dijo Doutzen exhibiendo su pulsera con las serpientes entrelazadas.

La orden le pilló por sorpresa, pero Elainne tenía tan asimilada su condición de mascota humana que contestó mecánicamente:

– Sí, señora.

La joven siguió el hipnótico movimiento de caderas de la adulta. Estaba muy inquieta ya que era la primera vez que un dueño se dirigía a ella fuera del hogar de Karl y no sabía a qué atenerse. Nada le apetecía menos que el sexo en aquellos momentos. Todavía tenía molestias en sus genitales por los excesos cometidos por el matrimonio americano y eso sin contar que una iglesia no le parecía el lugar más apropiado para mantener relaciones sexuales del tipo que fuesen. Había renegado de su fe católica pero aun así respetaba a todo aquel que tuviese sentimientos religiosos y entendía que un templo era un lugar sagrado para ellos.

Elainne se sorprendió bastante de que la rubia pasase de largo el lavabo femenino y le abriese la puerta del masculino de manera discreta:

– Vamos, rápido. El segundo de la derecha. Siéntate y espera.

Sin saber muy bien cómo, la adolescente se vio sobre la taza de un inodoro de un aspecto nada higiénico. No tuvo que esperar mucho para saber el motivo de su presencia allí. Se le iluminaron los ojos al identificar al gigante que entró en el estrecho receptáculo y cerró la puerta con cerrojo tras de sí.

– ¡Karl! – Exclamó.

– ¡Psss! Silencio, gatita – replicó él bajándose la cremallera – . No sabes las ganas que tengo, llevo toda la noche deseando esto.

Elainne comenzó a retorcerse los dedos mientras el hombre liberaba su falo. Estaba tan nerviosa que muy a gusto hubiese devorado sus largas uñas una tras otra. Al ver la serpiente de un solo ojo que la traía loca comenzó a salivar y todos sus dolores desaparecieron de un plumazo. No había mejor anestesia para ella que el olor que desprendían las partes íntimas de su dueño.

– ¡Chupa hasta el fondo, date prisa! – Le ordenó él sin la menor empatía.

Una vez más ella obedeció a su dueño. Se introdujo la cálida barra de carne entre los labios y, junto con su lengua, comenzó a succionar intensamente, jalándose la polla hasta que esta golpeó su garganta mientras la frotaba con su mano con rapidez. No dudó lo más mínimo, obedeció sin rechistar como siempre, como la mascota humana perfecta en la que se había convertido.

Con la verga de su dueño martilleando su glotis Elainne se olvidó de todo: de lo inapropiado del lugar; de lo arriesgado de su maniobra; del altísimo riesgo de ser descubiertos; del olor a orina que desprendía el asqueroso inodoro; de su abrumadora madre y, por supuesto, de su difunta vecina que, de cuerpo presente, la esperaba junto al altar del templo. Su único objetivo en aquel momento era obtener la mayor cantidad de néctar posible de las peludas pelotas de su dueño y, después, dejarle la polla brillante y perfectamente aseada para su siguiente uso.

– No te lo tragues hasta que yo te diga.

– Como gustes. – Dijo la joven recogiendo sus babas con la lengua antes de volver a mamarle la polla con renovados bríos.

– Dale duro. Falta poco. Tengo muchísimas ganas.

Espoleada por la inminente corrida Elainne dio lo mejor de sí misma. Buscó nuevos ángulos de ataque con la boca a la vez que masturbaba al piloto con soltura. Ya estaba a punto de lograr su objetivo, de hecho, ya paladeaba los primeros líquidos preseminales sorbiéndolos del prepucio cuando, de improviso, alguien entró al baño a toda prisa.

La joven se paralizó cuando identificó la voz de su hermano hablando por el celular justo en el receptáculo adyacente. Sólo le separaba de él una estrecha pared de madera de no más de un par de centímetros de grosor:

– Pues claro que sí, mi amor – Dijo su hermano mientras se bajaba la cremallera del pantalón – . En cuanto entierren a la vieja voy para allá. Tengo todo el día de permiso gracias a ella. Es una suerte que tus papás no estén en tu casa, tengo unas ganas tremendas de… ya sabes… darte duro. ¿Me esperarás encuerada como siempre? Deseo que seas muy mala conmigo hoy.

Karl la incitó a seguir con la tarea encomendada dándole un ligero toque en la nuca. Elainne se enfadó bastante consigo misma, era impropio de ella desatender a su dueño de una manera tan grosera. Enfurecida, se trabajó el cipote a conciencia sin el menor ruido y sin dejar de mirar al piloto a los ojos, olvidándose de su hermano mayor y su tórrida conversación con su novia.

– No te preocupes, mi amor. Me las arreglaré para que la tonta de mi hermanita se ocupe de recoger todo en la casa, como siempre. Esa tetona malcarada es la que hace todo el trabajo y soy yo el que se lleva el mérito siempre. Olvídate de esa amargada, tú sólo has de preocuparte por hacerme esas cositas sucias que tanto me gustan…

La eyaculación del piloto coincidió en el tiempo con el cese del sonido de la orina cayendo al inodoro de al lado. Elainne recibió la generosa dosis de esperma alojándola entre los labios sin derramar una sola gota. Estaba más que acostumbrada a recibir las eyaculaciones del piloto, así como a conservar su simiente en su boca durante horas.

– Has estado perfecta, como siempre Elainne. Ahora vete junto a tu mamá, la ceremonia ya ha comenzado. – Dijo él subiéndose la cremallera del pantalón

La joven, sorprendida, abrió los ojos de par en par. Esperó en vano la orden que le permitiera tragar el semen.

– ¡Venga, largo de aquí gatita, o tu mamá se pondrá nerviosa! – Dijo él entre risas.

Cuando Elainne abandonó el lavabo de caballeros con la cara descompuesta temblaba como un flan. Justo al cerrar la puerta se cruzó con varios hombres que la miraron extrañados. Tal y como Karl le había dicho, el funeral ya había comenzado. Recorrió el pasillo central de la iglesia mientras el coro entonaba los cánticos iniciales. Deseaba hacerse pequeñita hasta desaparecer ya que sentía las miradas de todos los presentes sobre ella. Debido a su calentura, pensaba que todos sabían lo que había hecho y, lo que le producía más morbo, lo que todavía llevaba en la boca.

Se sentó junto a su mamá y su hermano. Notó su entrepierna encharcada de flujos, incluso las burbujitas que salían de su vulva sin cesar.

– ¿Se puede saber dónde estabas? – Murmuró su mamá muy enojada – . Siempre llamando la atención, no se puede ser más egoísta, Elainne.

La ceremonia continuó con normalidad. Elainne, entre tanto, paladeaba el semen de su dueño. Lo hacía pasar entre los dientes y lo batía con su lengua con sumo gusto. Fue su mamá la que la sacó, una vez más, del trance:

– No hagas que me enfade y pasa a comulgar como todo el mundo. Toda la iglesia nos está mirando.

Superada por los acontecimientos, la adolescente se encaminó hacia el sacerdote muy despacio. Apretaba al máximo la boca para que el esperma no se le escapase por la comisura de los labios, pero era consciente que, al abrir la boca para recibir la oblea, el párroco descubriría el esperma en su interior y montaría un escándalo. Mientras se aproximaba a la Santa Forma, notó cómo su braguita ya no daba de sí a la hora de contener sus fluidos vaginales y cómo estos descendían lentamente por sus muslos. Solo deseaba que la cascada se detuviese antes de aparecer bajo su falda. Al acercarse el momento de la comunión estuvo a punto de desfallecer y tragar, pero, al ver comulgar a una anciana de un modo diferente al habitual, recordó que también existía esa posibilidad.

Cuando el sacerdote le ofreció la carne de Cristo, Elainne la tomó entre sus manos de manera respetuosa y fue de camino de vuelta a su asiento cuando, de forma discreta, la introdujo en su boca, bañándola con el esperma de Karl. Mientras escuchaba la misa, notaba cómo la pasta se iba deshaciendo lentamente en su boca. La herejía que estaba cometiendo era tan sucia que le sobrevino un orgasmo, por fortuna para ella silencioso esa vez, justo en el momento en el que el cura derramaba el agua bendita sobre el féretro de su vecina.

La ceremonia eclesiástica finalizó y el caos se hizo en la iglesia. Karl aprovechó la coyuntura para acercarse a su mascota de manera discreta.

– ¡Muéstramelo! – Le susurró.

Elainne miró a ambos lados y, pese que el miedo a ser descubierta le atenazaba, abrió la boca para demostrarle a su dueño que seguía cumpliendo el mandato encomendado.

– Eso está muy bien. Puedes tragártelo cuando quieras.

– Gracias. – Dijo ella después de trasladar el ungüento viscoso a su estómago.

Él le sonrió agradecido y todavía tuvo la osadía de decirle algo al oído antes de marcharse junto a su mujer. Elainne asintió, con la mirada encendida.

– ¿Qué te ha dicho el vecino? Parecías muy… excitada. – Le preguntó su mamá de repente con evidente mala intención.

– Me preguntó que si tenías novio. – Contestó la joven, rápida de reflejos.

– ¡Oh! – Exclamó la señora con el ego por las nubes y rubor en sus mejillas – . Entiendo. ¡Qué desfachatez, con su esposa ahí al lado! ¡No se puede ser más sinvergüenza!

Y, componiéndose la falda discretamente, prosiguió en tono autoritario:

– Ve inmediatamente a casa y recógelo todo. Yo tengo que acompañar al féretro al cementerio. Tu hermano no puede ayudarte, le han llamado del trabajo para una cosa urgente y ha de irse de inmediato. Deberías aprender de él, es realmente bueno en lo suyo, en lugar de ir siempre con esos perdedores con los que andas.

– Claro mamá. Como desees.

Al llegar a su hogar Elainne tenía las braguitas tan mojadas que parecía haberse orinado. Se encargó de limpiar toda la casa de manera concienzuda como hacía siempre. Después se tomó un baño. Cuando su madre llegó, ya de noche, olía a alcohol y se trababa al hablar. Ni siquiera tuvo la delicadeza de agradecer su espléndido trabajo y se introdujo en su habitación sin más con la excusa de estar agotada.

La morenita de suave sonrisa tomó una larga ducha y se metió en la cama totalmente desnuda no sin antes dejar abierta la puerta del balcón. Solía dormir mucho, le costó mantenerse despierta, pero cuando escuchó un ligero ruido en el exterior de su cuarto la somnolencia se esfumó.

Una sombra se introdujo en su habitación. Pretendía ser sigilosa, pero tropezó con algo dada la penumbra que reinaba en la estancia.

– ¡Joder! – Gruñó Karl tras lanzar otros juramentos en su lengua materna.

– ¡¿Pero qué haces?! – Rió Elainne.

– Me he dado en toda la rodilla ¿Cómo puedes ser tan desordenada? Me juego la vida saltando por el balcón y luego resulta que voy a partirme la pierna con una puta silla.

– Perdón. – Dijo la joven refugiándose bajo las sábanas.

– ¡Te vas a enterar!

– ¡Perdóóónnn! – Siguió riendo la chiquilla.

La sonrisa de su cara no se borró cuando aquel gigantón lanzó la ropa que cubría su cama por los aires, ni tampoco cuando bruscamente le dio media vuelta sobre el colchón, ni cuando abrió sus piernas con nula delicadeza. Ni siquiera cuando su tremenda verga comenzó a masacrarle el culito sin misericordia.

Elainne se limitó a deslizar sus manos, agarrarse al cabecero de su cama y lanzar una dentellada a la almohada para ahogar sus ronroneos de placer.

Ni aullando su mamá la hubiera descubierto. El escándalo que montaban Doutzen y su mascota al otro lado del tabique era de tales proporciones que era imposible que en cien metros a la redonda se escuchase algo más que los gemidos de ambas hembras dándose placer mutuamente.




CAPÍTULO 10:

Era la primera vez que Elainne veía a su mamá tan enfadada

– ¡Eres una puta! ¡Una vulgar ramera! – Le repetía una y otra vez.

La joven no sabía dónde esconderse, temía por su integridad física. Su mamá la perseguía alrededor de la mesa de la cocina y ella intentaba zafarse con mayor o menor fortuna.

– Pe… pe… pero ¿qué he hecho? – Preguntaba intentando averiguar el motivo por el que su mamá le decía aquellas cosas tan severas.

– ¡Estoy harta de ti! ¿Te enteras? ¡No sé qué he hecho mal para que el Señor me castigue con semejante penitencia!

– Pero… ¿por qué dices eso?

Elainne intentaba por todos los medios sonsacar información a su mamá. No estaba segura del motivo de tal enfado. Había sido muy cuidadosa a la hora de ocultar sus andanzas en casa del vecino e incluso últimamente se mostraba mucho más participativa y afable en casa. Ese era uno de los reproches que su mamá solía hacerle, lo poco afectiva que se mostraba con el resto de su familia.

– ¡De sobra lo sabes! No te conformas con mostrar las tetas y Dios sabe qué más por la red, sino que además vas pidiendo esperma a esos malnacidos que llamas amigos.

La joven entendió al momento el motivo del enfado de su progenitora. Se sintió aliviada un primer momento al no tener nada que ver con Karl, pero luego entendió la gravedad de su situación. Hubo una época, antes de iniciar sus andanzas con el aviador en la que, en efecto, tuvo la curiosidad por conocer el sabor de la esencia masculina y no se le ocurrió mejor forma de hacerlo que pedírsela a uno de sus mejores amigos, aunque nunca pasó de mostrarle el escote a cambio de su néctar.

Ella intentó salir de la situación embarazosa como hacía siempre, negándolo todo.

– ¿Esperma? Pero, ¿qué dices? ¿Quién te dijo esa tontería?

– ¿Quién? La mamá de tu amigo, ese que tiene cara de drogado – chilló la mujer sin dejar de acosarla – . Me contó que lo descubrió machacándosela en el lavabo intentando llenar un botecito de cristal con su leche y que, cuando ella le preguntó, él le dijo que era para ti, que habías prometido enseñarle las tetas si te lo daba.

– ¿Yo? ¡Eso es mentira! ¡Yo no muestro a nadie ni tampoco pido esas cosas tan sucias! Te lo he dicho mil veces mamá, pero tú no me escuchas.

– No te creo. ¿Vas pidiendo eso a tus amigotes, verdad? No me extraña que lo hagas, sé que te los follas a todos. Ya lo dice tu hermana y tu sobrina: que eres una fresca, una buscona, una puta. Eso dice todo el mundo de ti Elainne, que eres una puta y que por eso vas con chicos en lugar de con amigas. Mañana mismo vamos al ginecólogo y ¡ay de ti como no seas virgen!, jovencita. Te juro que, si no lo eres, te largo de mi casa y te mando a vivir con tu papá, le guste o no a ese malnacido.

La chica agotó sus lágrimas llorando toda la noche. Estaba desesperada. Si su mamá consumaba su amenaza era muy probable que no volviera a ver a su dueño en la vida. Ni siquiera pudo llamar a Karl para pedirle consejo. Aquella bruja le confiscó el teléfono en busca de pruebas que corroborasen su teoría. Por fortuna para Elainne tenía la precaución de borrar su celular a diario: no había noche en la que no enviase a su dueño la totalidad de su cuerpo desnudo en poses sexualmente explícitas.

A la hora del desayuno la joven no probó bocado. Con la cara descompuesta se sentía un corderito en el matadero mientras se dirigía a la consulta del ginecólogo. Angustiada, creyó desmayarse varias veces en la sala de espera. Conforme el número de pacientes que la precedían iba disminuyendo aumentaba su grado de nerviosismo. Cuando fue su turno quiso estar muerta, rozaba el histerismo.

Una sonriente enfermera las invitó a entrar a la consulta. Era una muchacha realmente hermosa y con un uniforme algo más entallado de lo habitual. Elainne apenas solía fijarse en las mujeres, pero, desde que compartía cama con Doutzen y su mascota, había notado que se interesaba más por ellas, aunque en ese momento ni la mismísima miss mundo hubiese podido llamar su atención.

Al entrar en el despacho del ginecólogo descubrieron al doctor. Se trataba de un señor de mediana edad, algo entrado en carnes y con el pelo blanco. Amablemente se incorporó al verlas y, señalándoles unas sillas al otro lado de su escritorio, les dijo:

– Buenos días. Soy el doctor Gutiérrez. Tomen asiento, por favor. ¿En qué puedo ayudarles?

La forma de hablar y el acento no eran los propios del lugar. La joven lo identificó como español y su rostro lo encontraba familiar pero tampoco tenía ánimos como para investigar en sus recuerdos. Sentía cómo su mundo se terminaba por momentos.

– Muy buenos días, doctor. Verá, el motivo de nuestra visita es la niña. Me gustaría que le realizase un examen ginecológico completo, así como que le expidiese un certificado de virginidad.

Al escuchar la solicitud, Elainne se puso roja de vergüenza.

– ¿Certificado de virginidad?

– Sí, ya sabe. Me gustaría saber si la nena es virgen.

– Bueno… ¿y no sería más sencillo preguntárselo a ella directamente?

La madre contestó rabiosa:

– Ya lo hice, pero mi hija, aquí dónde la ve, es una mentirosa redomada y no me fío de ella lo más mínimo.

Elainne se encogió lo más que pudo, quería que un rayo la fulminase en ese momento. Temblaba como una hoja del árbol justo antes de caer.

– Entiendo. Podemos hacerle la revisión ahora mismo, pero para la analítica tendría que venir mañana a primera hora en ayunas.

– Si esta… viciosa resulta no estar íntegra mañana a primera hora estará camino de casa de su papá así que dudo mucho que pueda venir a la analítica.

– Oh… no sea tan dura con ella. Parece una buena chica.

– Es un lobo con piel de cordero, no se deje engañar por su aspecto inocente, doctor. Aunque más bien sería una zorra…

– ¡Mamá! – Estalló Elainne entre lágrimas.

– ¡Es culpa de tu padre que seas tan fresca! ¡Facilona, que eres una facilona!

– Bueno, bueno – intervino el señor mediando entre ambas mujeres – . No adelantemos acontecimientos. No llores, pequeña, por favor. Eres muy bonita para afear tu rostro con lágrimas.

El doctor se compuso las gafas, empujándolas con el dedo corazón hasta la parte superior de su nariz. Fue entonces cuando Elainne se quedó helada: vio un par de áspides entrelazadas que formaban un anillo alrededor de su falange. La chica las reconoció al instante, su cabeza comenzó a bullir, estaba claro que el doctor Gutiérrez… era un dueño. Un rayito de esperanza iluminó su negro porvenir.

Un sonido estridente partió del bolso de la señora e inundó la sala.

– Perdón, es el papá de la nena. Si antes nombro a ese imbécil antes llama. Será sólo un minuto, enseguida vuelvo.

La mujer salió de la consulta y Elainne decidió jugarse el todo por el todo.

– ¡Soy la mascota de Karl Addens! Ayúdeme, por favor. Haré lo que sea. – Le dijo sin importarle la presencia de la enfermera.

Sólo después de suplicar ayuda fue consciente de que no estaban solos y miró a la asistenta con cierto miedo.

– Tranquila, no te preocupes por nada. Al principio me costó reconocerte con ropa, pero enseguida supe que eras tú. Por ella no te preocupes, puedes hablar libremente, María es mi pequeña potrilla. – Dijo el hombre girando a la enfermera por la cadera.

Y tras subirle la falda, mostro a Elainne la nalga desnuda de la joven adornada con una pequeña G grabada a fuego.

– ¡Oh! – Exclamó la adolescente al verla. Aparte de Hanna, era la primera mascota con la que coincidía.

– Hace tiempo que quería darme una vuelta por casa de ese bribón con suerte, pero mi mujer me controla mucho. Todo el mundo habla de ti, eres con diferencia, la mascota más famosa de todo Ecuador.

– ¿E… en serio?

– Sí.

Los gritos de la mama de la joven cesaron al otro lado de la puerta lo que les hizo saber que su vuelta era inmediata.

– Sígueme la corriente y todo irá bien. – Dijo el señor guiñándole un ojo con complicidad.

La señora entró y tomó asiento de nuevo:

– Discúlpeme doctor, pero es que este hombre me pone de los nervios.

– No se preocupe. ¿Tiene la célula de la muchacha?

– Sí, por supuesto.

– Elainne, un bonito nombre.

– Gr… gracias.

– Esto nos llevara una media hora. Puede esperar en la sala si lo desea.

– No. Estaré aquí si no le importa.

– Como guste. María, acompaña a Elainne a la sala de revisiones. Ayúdale a desvestirse y avísame cuando esté lista, por favor.

– Por supuesto, doctor.

Mientras las jóvenes desaparecían por la puerta el doctor procedió a rellenar el expediente con los datos de la chica.

– Puede venir cuando quiera, doctor.

– Dame un minuto.

El facultativo se hizo con un par de guantes de látex y comenzó a colocárselos mientras se dirigía a la puerta. La mamá de la muchacha hizo ademán de levantarse, pero el hombre la detuvo.

– Será mejor que permanezca aquí señora.

– Yo… yo…

– La muchacha ya está lo suficientemente nerviosa, me temo que su presencia la alterará más todavía. Usted sabe que las primeras revisiones no son agradables, pueden ser incluso dolorosas si se está demasiado tensa. Déjelo en mis manos, por favor. Pronto le diré lo que quiere saber. Confíe en mi criterio.

– E… está bien, doctor.

El teléfono móvil de la señora volvió a bramar lo que contribuyó todavía más a aceptar su no presencia durante el examen ginecológico de su hija. El doctor entró en la sala anexa y corrió una fina cortina de plástico a su paso. Era la única barrera que separaba a madre e hija.

– Veo que ya lo tienes todo dispuesto, María.

La enfermera dejó por un instante de devorar el sexo de Elainne que permanecía desnuda sobre la camilla ginecológica, abierta de piernas, con su intimidad a merced de la eficiente enfermera. La chica se mordía el labio inferior con furia para evitar que sus jadeos de placer delatasen lo que sucedía a escasos metros de su mamá.

La auxiliar estaba haciendo un trabajo exhaustivo, lubricando sus babas el coñito de la más joven de manera abundante. El doctor sacó su herramienta. Como estaba algo flácida utilizó la boca de Elainne para ponerla a punto a la vez que acariciaba los contundentes senos que tan famosa habían hecho a la muchacha. Ella le estaba tan agradecida que puso todo su afán en satisfacerlo.

– ¿Todo bien? ¿Estás más tranquila?

– Sí… sí señor. – Contestó ella dejando de chupar por un momento.

– Bien. Comenzaremos por palparte los senos. Si te sientes incómoda o te duele me lo dices, por favor. ¿De acuerdo?

– De acuerdo.

El adulto se dio un festín con las turgentes tetas de Elainne, tirando de los aritos y pellizcando sus pezones. Ella se derretía de gusto, había aprendido no sólo a convivir con el dolor sino a disfrutar con él.

– Parece que todo está bien por aquí. ¿Te duele? ¿Notas alguna molestia?

– No. – Contestó ella intentando que el tono de su voz pareciese lo más natural posible.

– Ahora voy a proceder a realizar un examen visual del exterior de tu vulva para ver si hay algún tipo de malformación o hinchazón. ¿Vale?

La chica sólo pudo asentir. Con los dedos de la auxiliar recorriendo su conducto anal poco más podía hacer. Las uñas de la enfermera eran considerablemente largas lo que le produjo una extraña sensación tanto al atravesar el esfínter como al rozar las paredes de su intestino. No era dolor sino más bien intranquilidad al imaginarlas rasgando su entraña. Esa sensación de peligro la excitó todavía más.

El facultativo apartó la cabeza de su mascota para tener una panorámica íntegra de los genitales de la paciente. Como esperaba, la entrepierna estaba impoluta, sin el más mínimo atisbo de vello púbico. Utilizando las manos apartó los labios vaginales, centrando su mirada en el prominente clítoris y en la abertura vaginal que, ligeramente abierta, dejaba escapar delicadas hebras de flujo transparente.

– Eso está muy bien – apuntó el macho rozando el bultito de placer – . Todo está correcto por aquí.

Llegado a este punto Elainne no podía más, necesitaba chillar y gritar. La tensión acumulada salía de su vientre en forma de jugo y tenía la sensación de no poder contenerse. Por fortuna para ella la otra mascota estaba acostumbrada a esas situaciones y, acercándose a su cara, le estampó un beso de tornillo que la dejó sin aliento, ahogando de este modo cualquier grito que la joven pudiera emitir.

– ¿Todo bien hasta ahora?

– Sí… todo va bien. – Contestó la gata entre beso y beso.

– A simple vista, nada parece indicar que tu virgo no esté intacto, pero, para asegurarme y dejar tranquila a tu mamá, voy a examinarte dentro. ¿Vale?

– Va… vale.

– Para hacerlo utilizaremos este aparato de aquí – dijo el médico agarrándose la verga por la base – . Me he encargado de calentarlo un poco para que no sea tan desagradable. Además, utilizaremos esto, es una vaselina neutra. Hará que todo sea menos traumático. Con una simple ducha desaparecerá, ¿comprendes?

– S…sí.

– Está bien. Vamos allá. Primero, la vaselina.

Los ojos de Elainne quedaron en blanco cuando el ginecólogo extendió una considerable cantidad de ungüento en su coño. Él utilizó dos de sus dedos más largos para aplicárselo incluso hasta el interior de su vagina.

– Con eso será suficiente. Y ahora… con mucho cuidadito… lo metemos dentro…

El tipo aproximó la punta de su cipote a la entrada de la chica, pero, contrariamente a lo que pregonaba, se la ensartó de un solo golpe hasta los testículos, sabedor de que la muchacha había asimilado sin problemas cipotes mucho mayores que el suyo.

– ¡Ag! – Chilló Elainne.

Su mamá no perdía detalle de la conversación al otro lado de la cortina. Al escuchar el chillido de su hija se sintió algo culpable. Por primera vez le entraron las dudas acerca de lo que estaba haciendo. Hasta entonces, estaba convencida de que Elainne era culpable de todo lo que ella le había acusado pero la manera de gimotear de su niña pequeña mientras era examinada por aquel prestigioso ginecólogo se salía del guion preestablecido en su cabeza. De hecho, comenzaba a pensar que ella le decía la verdad.

– ¡Uff! – Exclamó Elainne sin poder contenerse más.

– ¿Te duele? – Preguntó el hombre mientras meneaba la cadera, bombeando en interior de la adolescente.

– U… un poco.

– Tranquila. Ya… ya casi estoy.

Efectivamente el semental no alargó en exceso la cópula, sabedor de que cada segundo que lo hiciera constituía un riesgo innecesario para sus fines. Tras una docena de empujones, expulsó sus babas en el interior de una Elainne hecha confitura. Parsimoniosamente, el facultativo escondió su herramienta y, tras unos segundos para reponerse y beber un poco de agua, dio por concluida la peculiar revisión ginecológica.

– Muy bien. Todo correcto por aquí. Puedes vestirte, jovencita. Es normal que, durante unos días, notes cierta sensación extraña ahí abajo. Tus paredes vaginales son muy estrechas y, aunque mi herramienta no es muy grande, puede haberte causado alguna pequeña herida. En cualquier caso, no debes preocuparte. Controla la temperatura de tu cuerpo y, si tienes algo de fiebre, con un suave antitérmico será suficiente. María, por favor, asea a la muchacha y ayúdale a vestirse. Mientras tanto, hablaré con su mamá.

– Sí, doctor. – Dijo la sensual enfermera acercando su inquieta lengua a la ingle de Elainne.

El doctor salió volvió a la sala principal de la consulta y, después de deshacerse de sus guantes, sonrió a la señora que lo miraba muy confusa.

– ¿Lo ve, señora mía? – Dijo él en tono condescendiente – . Debe confiar más en su hija. Salta a la vista que es una buena chica.

– ¿To… todavía es…?

– ¿Virgen? ¡Por supuesto! Tiene el himen intacto, como el pétalo de una rosa. Es más, su vagina es tan estrecha que me ha costado bastante llegar hasta él. Y dado el escaso flujo que segrega dudo incluso que… ya sabe… se masturbe.

– Vaya, pues… pues no sé qué decir.

– Está perfecta, a falta de los análisis de sangre, claro está. Debe felicitarla y estar muy orgullosa de ella. En estos tiempos con tantas tentaciones caer en el pecado es muy fácil. Hay… hay mucho vicio en este mundo. Pero mucho… mucho…

– Sí, sí. Ya lo sé.

– ¡Mírela, ahí está! ¡Qué bonita es! Dele un abrazo, mujer. Lo ha hecho muy bien.

Elainne no tuvo valor para mirar a su mamá, le costó un mundo hacerse la mártir y no echarse a reír. Correspondió el abrazo con otro y, aprovechando que no podía verle la cara articuló un “gracias” con los labios al vicioso doctor. Este le lanzó un guiño cómplice e hizo un gesto obsceno con la lengua, como si estuviese lamiéndole el sexo.

– Bien. Entonces te esperamos mañana por la mañana a las ocho. ¿De acuerdo?

– De… de acuerdo.

– No hace falta que la acompañe, señora. Estoy seguro de que su hija sabe cuidarse muy bien por sí misma.

– Está bien.

– En una semana le remitiré el informe completo por correo. Si no se le ofrece nada más, son ciento cincuenta dólares.

– ¿Ci… ciento cincuenta dólares?

– Sí, señora: setenta por la consulta, treinta por los análisis y otros cincuenta por el certificado de virginidad.

– Va… vaya. Pues sí que es caro ese certificado.

– Pues sí. Tiene que visarlo el Ministerio de Salud Pública y eso conlleva unas tasas, unos impuestos. Ya sabe: todo cuesta dinero.

– Yo… yo no llevo encima tanto dinero. – Repuso la señora muy avergonzada.

– ¡Oh!… bueno…no importa. Déselo a ¿Elainne? Es así como te llamas, ¿verdad?

– Sí, señor.

– Lo dicho: déselo a Elainne mañana. Le digo que puede confiar plenamente en ella y no haga caso de las habladurías: la gente es verdaderamente cruel con las buenas personas, ¿no cree?

– Pu… pues sí.

– Si no les importa, tenemos gente esperando.

– Por supuesto, por supuesto.

– Hasta mañana Elainne. No olvides venir en ayunas. Ya te daremos algo de comer aquí.

– Sí, señor.

La chica sabía de qué se trataba. Durante el pintoresco examen recordó de qué conocía la cara de ese señor: lo había visto en alguno de los vídeos especiales, esos que Karl guardaba celosamente en el interior de la habitación verde y que se suponía no debía ver.

Nunca hasta ese día había tenido que tragar las heces de otra persona, pero estaba tan agradecida al buen doctor y a su mascota que no le importaba en absoluto tener que hacerlo con ellos por primera vez.

Durante el trayecto de regreso a su casa ninguna de las dos articuló palabra. Elainne conocía lo suficiente a su madre como para saber que jamás se disculparía con ella. Pronto encontraría un motivo para amargarle la vida, pero, por el momento, durante unos días, la dejaría vivir tranquila. Aun así, quiso darle la puntilla:

– Mamá.

– Dime.

– Mi amigo. Bueno, examigo, el que tiene cara de drogadicto… ¿recuerdas?

– Uhm. Sí.

– Es él el que va pidiendo el semen por ahí. Es gay.

– E… entiendo.

– – – – – – – – –

– ¿Desde cuándo expedimos certificados de virginidad? – Preguntó la enfermera muy extrañada una vez se quedó a solas con el doctor.

– Desde hoy. – Contestó el hombre agarrando a la muchacha por el talle, sentándola sobre sus rodillas.

Ella sonrió mientras notaba la mano de su dueño subiendo por su muslo. Le rodeó el cuello con las manos, besándolo dulcemente.

– ¿Y no es mucha plata para algo que no sirve para nada?

– Así se lo pensará dos veces esa bruja antes de volver a desconfiar de su hija. – Contestó él acariciando el sexo de su potranca– . Por cierto, anula todas las otras citas de mañana. Me da la sensación de que va a ser una jornada muy intensa.

(F– ¡Hiiiiiiiih! – Relinchó la chica muy complacida.




CAPÍTULO 11: (FIN)


– ¿Holanda?

– Sí, eso he dicho: Holanda. Es un país de Europa…

– Mamá, sé dónde está Holanda. No soy tonta.

– Sí, ya lo sé, Elainne. Sé que no eres tonta. Y por eso tienes que aprovechar esta oportunidad que te brinda la vida, aquí no tienes futuro. La señora Doutzen está dispuesta…

– ¿Señora Doutzen?

– Sí, ya sabes: la mujer de ese vicioso, del piloto, ¡del vecino!…

– Ah. Sí, esa Doutzen.

– ¿Conoces a alguna más?

– No.

– ¡Pues deja de interrumpirme de una vez!

– Vale, vale.

– Necesitan una niñera. Por lo visto tienen cinco hijos… ¿puedes creerlo? Con la figura que tiene esa señora.

– Entiendo.

– Están dispuestos no sólo a darte un sueldo por tu trabajo sino a acogerte en su casa con todos los gastos pagados, a pagar una academia de idiomas e incluso a costearte la carrera universitaria que desees. ¡Me parece increíble! Me pareció un regalo caído del mismísimo cielo. Sabes que ni yo ni mucho menos el desgraciado de tu padre podemos pagar una educación así.

En su fuero interno, Elainne daba botes de alegría. Obviamente conocía la propuesta, llevaban meses planeando todo aquello con el matrimonio europeo, pero debía disimular su felicidad puesto que pensaba que, si su mamá la veía demasiado entusiasmada con la idea de viajar al extranjero, era capaz de echarse atrás solamente para hacerle daño. Era típico de ella comportarse así con su hija.

– ¿Pero qué va a ser de ti? ¿Quién hará las tareas del hogar cuando no esté?

– Tu hermano se encargará. Me he dado cuenta de que no es más que un vividor. ¿Puedes creer que casi todas esas veces que se supone iba a trabajar haciendo horas extraordinarias las pasaba con esa… esa… putita que tiene por novia? Me ha tenido bien engañada todo ese tiempo, tanto él como la “santa” de tu sobrina. Otra desgraciada. Decía que tú mostrabas y luego resulta que era ella la que andaba con hombres casados.

– Entiendo.

Los cimientos de su familia se habían resquebrajado un par de meses antes, cuando se descubrió que la hija de su hermana se había quedado preñada del chico del expreso, el conductor casado de taxi privado que las llevaba al colegio a diario y con el que tomaban alcohol de vez en cuando.

– Tendré que pensarlo.

– ¿Pensarlo? ¿Estás loca? Si no vas allá te echo a patadas de casa.

– ¡Mamá!

– Perdóname, hija. No quise decir eso.

Los ojos de Elainne se abrieron de par en par: era la primera vez que escuchaba una disculpa de los labios de su mamá.

– No es mi intención ofenderte, pero en verdad te digo que serías una tonta si dejas escapar una oportunidad como esta. Esos señores parecen buenas personas en el fondo. Inclusive el señor. Dejando aparte sus pecados, es agradable y atento. Además, si has conseguido mantenerte alejada de las garras de ese pervertido todos estos meses seguro que puedes hacerlo allá, en su hogar, con su esposa vigilando.

Elainne comenzó a toser. El zumo de papaya no entró por el conducto apropiado y le produjo la tos.

– ¿Qué tienes?

– Me… me atraganté.

– Entonces, ¿qué me dices?

– Lo pensaré.

– ¿Que lo pensarás? Pues no lo pienses mucho y decídete pronto, la señora me dijo que teníamos que decirle algo esta semana.

– Está bien.

– ¿Qué?

– Que sí. Dile que sí.

La mujer abrazó a su hija como hacía tiempo que no sucedía. Podía parecer arisca e incluso fría con ella, pero en el fondo de su corazón la quería más que a su vida.

– ¡No sabes cuánto te echaré de menos, hija!

– ¿De verdad?, ¿seguro que no lo haces para librarte de mí?

– ¡No digas eso ni en broma! ¡Prométeme que me mandarás un mensaje todos los días!

– ¡Sí, mamá!

– Y fotos, muchas fotos. Dicen que Holanda es un sitio precioso, todo lleno de flores…

– ¡Que sí, mamá!

La mujer comenzó a divagar y a soñar despierta. Elainne, en cambio, sólo pensaba en que, a partir del momento en el que entrase en el hogar de los Addens, podría transformarse todo el tiempo. La chica estaba muy feliz por eso, tanto que incluso le pareció que la fiebre remitía. La herida del piercing de su clítoris se había infectado un poco y no lo estaba pasando demasiado bien esos días.

Los preparativos del viaje apenas llevaron unas pocas semanas. El secretario del embajador, que era un adorable conejito en sus ratos libres, se encargó de tramitar todo el papeleo de manera diligente.

El día de la partida fue un cúmulo de risas, lloros y emociones, sobre todo por parte de su mamá, su papá, su hermano e incluso de su hermana y su sobrina, que ya mostraba un estado de gestación considerable.

Elainne disimuló lo mejor que pudo su indiferencia, apenas sintió emoción alguna al despedirse, hacía tiempo que no les consideraba su familia. No tenía la menor intención de volver a verles, ni tan siquiera llamarles. Quedarían atrás en su vida como un mal sueño, un nuevo horizonte se abría paso frente a ella.

La joven apenas se llevó equipaje, allá donde iba no necesitaba demasiada ropa. De hecho, le costó más dejar atrás la casa de Karl que la suya propia. Recordaba los buenos momentos vividos dentro de aquellas paredes y sabía que la iba a echar mucho de menos.

Mientras recorría la estancia gateando por última un pensamiento: cabía la posibilidad de que otra mascota ocupase su puesto en ella. Al principio de su relación con Karl eso hubiera supuesto un problema pero estaba tan sometida a la voluntad de su dueño que tal circunstancia no le importaba en absoluto. Todo lo que él deseaba ella lo asumía como propio.

Voló en la clase Bussines Premium en la KLM Royal Dutch Airlines, a todo lujo; no se privó de nada. Allí le esperaba una complaciente y servil auxiliar de vuelo. Le costó un poco hacerse a la idea de que Doutzen estaba allí para satisfacerla y no al revés. Saltándose las normas, la llevaron a la cabina. Allí descubrió a Hanna, la comandante de vuelo más joven de toda la compañía. Le sorprendió bastante averiguar que los roles de mando privados eran inversos con respecto a los de la vida real.

El vuelo llegó al Aeropuerto de Hassen sin mayor novedad. Tras pasar la aduana y recoger el equipaje, las tres mujeres tomaron un taxi hasta un hotel. Como ya era tarde, compartieron habitación y vicio en un lujoso hotel como anticipo de lo que iba a suceder a partir de entonces.

A la mañana siguiente dejaron a Hanna en su hogar. Allí la esperaban su marido y una pecosa niña de tres años.

El taxi prosiguió su marcha hasta una bonita casa en las afueras de Utrecht. Elainne descubrió un frondoso jardín y miles de tulipanes en él, con una enorme tapia a su alrededor; el sitio ideal para gatear libremente desnuda, lejos de miradas indiscretas.

Karl salió a su encuentro y se fundieron en un intenso abrazo acompañado de besos y tiernas caricias. Doutzen optó por dejarlos solos, sabedora de que había momentos en los que dueños y mascotas deseaban no ser molestados. En realidad, tenía un poco de celos de la adolescente, pero no más de los que una persona normal tiene de la mascota de su ser más querido.

El matrimonio ejerció de perfectos anfitriones. Le enseñaron todas y cada una de las estancias de la casa. El ático estaba cerrado por una robusta puerta verde así que no hizo falta que le enseñaran lo que tras ella se escondía.

Por supuesto le mostraron su habitación, que era bastante más grande que el salón de la casa de su mamá. En ella se encontraba un coqueto arenero, juguetes y un confortable colchón en el suelo donde dormir. También le regalaron toda una colección de orejas felinas, artículos de maquillaje e incluso varios plugs anales de diversos tamaños y formas. Como es lógico también había un armario donde colocar sus cosas humanas y un escritorio con todo tipo de aparatos electrónicos de última generación.

Después de un largo baño reparador y de una sesión de sexo salvaje con su dueño, la jovencita de rasgos latinos se transformó de nuevo en esa sensual gatita negra que a todos tenía encandilados.

Ya era media tarde cuando conoció a, Klazina, una bellísima joven de aproximadamente su edad, heredera sin duda de las voluptuosas curvas de su madre y Koenradd, el primogénito de la familia, viva imagen de su padre.

Como corresponde a la magnífica mascota en la que se había convertido, Elainne enseguida descubrió que las varillas de las gafas de Klazina eran en realidad dos diminutas serpientes entrelazadas. También identificó el mismo símbolo en Koenradd, esta vez tatuado en su antebrazo. Llena de gozo, a partir de entonces, pasó a convertirse en la mascota de todos ellos.

Nada le apetecía más que formar parte de aquella familia de dueños.

Por la forma de mirarla supo que los dos vástagos deseaban darle algo más que caricias; tanto Koenradd como Klazina ardían en deseos de poseerla y pudieron satisfacer sus ansias de sexo con ella durante el resto de la tarde. Elainne les dio lo mejor de sí y ambos quedaron muy satisfechos con ella.

A la hora de la cena, todos se reunieron junto a la mesa. La familia tuvo la deferencia de colocar un cuenco con la comida de Elainne, justo al lado de la chimenea, para que su nueva mascota estuviese lo más cómoda posible.

Cuando terminaron el ágape y una vez acostados los más pequeños de la casa, Karl se dirigió a la recién llegada:

– Elainne, por favor. Levántate y ven aquí.

– Sí, señor. – Dijo la muchacha incorporándose.

– Toma, esto es para ti.

La joven recogió de las manos de su dueño una cajita negra y alargada de terciopelo negro. Cuando la abrió, sus vivarachos ojos marrones centellearon más inclusive que las ascuas de la hoguera. En ella pudo ver un utensilio semejante al utilizado para marcar las reses de ganado sólo que con brillantitos engastados en la empuñadura y una diminuta “K” en el extremo contrario.

– Guárdala todo el tiempo que sea necesario, Elainne. No haremos uso de ella hasta que estés completamente segura de lo que eso implica. Piensa que, una vez seas marcada, ya no habrá vuelta atrás. Serás la mascota de mi familia hasta el final de tus días. Te aconsejo que no te precipites…

El hombre dejó de hablar. Elainne tenía la decisión tomada desde hacía mucho tiempo así que, mientras su dueño lanzaba su innecesario discurso, ella agarró el hierro y colocó la “K” en la parte más vigorosa del fuego. Después, se arrodilló en el suelo y, colocando su trasero a la vista de todos, ofreció sus nalgas para fuesen marcada con la inicial de su dueño.

– ¡Miauuu! – Aulló de manera insistente.

Al ver que su marido dudaba Doutzen intervino:

– ¿Quieres que lo haga yo?

– No. Es mi mascota, debo ser yo el que la marque. Así son las cosas y así deben ser.

A Karl le temblaba la mano cuando agarró el hierro candente. No era la primera vez que inscribía su inicial a fuego en la piel de una joven mascota, pero Elainne era mucho más que eso para él. De hecho, poco antes de que la muchacha iniciase aquel viaje de no retorno, el hombre le confesó su amor incondicional y su firme disposición a dejarlo todo atrás para estar con ella como hombre y mujer, pero la chica tenía tan asimilado su papel de mascota humana que lo rechazó. No cabía en su cabeza otra relación entre ellos que no fuese el amor puro e incondicional correspondiente a un buen amo y su fiel mascota.

El dolor que sintió Elainne al ser marcada de manera permanente fue tan intenso que rompió buena parte de sus uñas arañando el parquet. Lanzó un alarido desgarrador y olió su propia piel quemada justo antes de desmayarse. Aun así, su vulva reaccionó tan rápido a la agresión sufrida que, antes de desvanecerse, le regaló el mayor orgasmo que había sentido en su vida.

Al día siguiente se despertó cuando el sol estaba ya en lo alto. Al principio creyó que todo había sido un sueño, pero la decoración de la habitación y, sobre todo, el intenso dolor en su trasero le hicieron saber que lo sucedido era real.

A su lado descubrió la cara de Karl sonriéndole.

– Buena chica, buena chica. – Le susurró acariciándole la mejilla.

La gatita entornó los ojos y comenzó a ronronear.


Fin.


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