Nota: Rompiendo una costumbre de años publicaré esta serie conforme la voy repasando, se trata de una vieja serie inconclusa que me han pedido varias veces que termine. Esto implica que algunos detalles iniciales pueden ir variando según se va desarrollando la historia. Serán pequeños cambios que no afectarán a la trama. Gracias por su paciencia y sus comentarios.
La Academia:
Capítulo 1: Al principio no había nada…
Sábado previo a la Navidad. Me odiaba a mi mismo por estar en aquel lugar. Nada me apetecía menos que formar parte del rebaño de urbanitas que infestaban cada uno de los rincones del mayor centro comercial de la ciudad, sin embargo ahí estaba yo, siendo uno más de esos imbéciles enfervorecidos por el consumismo ciego e irracional.
Pensándolo bien, mi situación era todavía más patética que la del resto de gilipollas que me rodeaban. Estaba allí por los caprichos de mi ahijada, una diablilla rubia con ojos color aguamarina, de lengua muy larga y falda muy corta, como diría el gran Joaquín, y que atendía al nombre de Leire.
Para mi desgracia, aquella vez la pequeña dictadora no se había conformado con cualquier bagatela como regalo de Navidad. Al mismo tiempo que sus tetitas iban tomando forma, sus caprichos resultaban cada vez más caros.
A mi princesa se le antojó un telefonito de esos de la manzana última generación nada menos. Supongo que era consciente de que tal dispendio suponía deshacerme de prácticamente todo mi capital, aunque eso para ella no era más que un detalle sin importancia; de sobras sabía que yo era capaz de hacer cualquier cosa con tal de complacerla. Esa jodida lolita siempre ha sabido cómo engatusarme. Le bastaba con sentarse en mi regazo, hacerme mimitos y no contar nada a mi hermana sobre mi forma obscena de acariciarle los muslos bajo su falda.
Recuerdo que aquella vez se lo tuvo que currar un poquito más y me hice el fuerte:
No, eso no, princesa... es muy caro… - le dije rozando con la yema de los dedos mucho más arriba de la zona roja.
Me aproveché de que esta vez no había cerrado las piernas violentamente y se dejaba sobar sin tapujos. Podría ser joven sin embargo para nada tonta: la recompensa a obtener bien valía algo de sacrificio.
Porfi… porfiii…. querrás seguir siendo mi tío preferido, ¿verdad? – susurró en mi oreja entre risitas -. El hermano de papi me compró para mi cumple este colgante. ¿Te gusta?
Y me mostró la susodicha presea desabrochándose el botón de la camisa. Ni quise pensar qué habría tenido que hacer para conseguir aquello de ese imbécil que la desnudaba con la mirada cada vez que la veía. La posición en la que me encontraba lo hacía perfectamente visible sin necesidad de tal impúdica maniobra, claro que así pudo mostrarme ese par de tetitas suyas bamboleándose libremente bajo su camisola y que siempre me han traído por la calle de la amargura. En aquel entonces eran poco más que unos terroncitos blancos, coronado por areolas pequeñitas y rosadas, trufadas de puntiagudos bultitos permanentemente excitados por la calentura de su dueña; varitas mágicas con las que me hechizaba, utilizándolas para obtener de mí todos sus deseos.
Como ya he dicho anteriormente la zorrita siempre ha sabido jugar sus cartas.
No… de verdad que no puedo…
Venga, tío… no seas rata. – Dijo al tiempo que se frotaba descaradamente contra el bulto de mis pantalones.
Mi cipote comenzaba a palpitar. Yo lo sentía desperezarse… y seguro que ella también. Se acercó a mi oreja, y después de acariciar mi lóbulo con la puntita de la lengua, volvió a insistir:
Podré hacerme fotitos con ese bikini ajustadito que tanto te gusta… o sin él…
Rememorar lo ocurrido durante el anterior verano terminó de demoler mi resistencia. El micro bikini al que se refería Leire, apenas tres triangulitos minúsculos de tela amarilla unidos por finos cordeles, causó sensación en la playa. Evidentemente ya no era de su talla, sin embargo la putilla continuaba colocándoselo con la excusa de ser su preferido, alegrándoles el día al montón de babosos que se ponían cachondos viéndola bronceándose prácticamente desnuda. Jamás olvidaré aquella última tarde de las vacaciones en la que, aprovechando que sus papás se quedaban en el hotel preparando las maletas, la nena nos ofreció un infartante top-less a todos los afortunados presentes en la arena. Cuando me tendió el frasquito de crema bronceadora para que le untase el cuerpo con ella, tuve que meterme corriendo en el agua y ni aun así mi verga dejó de empalmarse hasta pasado un buen rato. Todavía recuerdo cómo se reía de mí… la muy zorra.
También colaboró en mi derrota el hecho de que ella, sin dejar de enseñarme las tetas, se movió ligeramente, llenando mi mano de carne, convirtiendo lo que en un primer momento no era más que un leve roce de pierna en un tocamiento de muslo en toda regla. El tacto con cualquier parte de su piel es para mí como una droga, y mucho más si el palpamiento discurre en zonas de alto voltaje.
Prometo que seré buena contigo... - Me ronroneó lamiéndome el cuello como si fuese una gatita.
Al acariciar sus braguitas húmedas cometí un error tan infantil como humano; pensé con el pene en lugar de con la cabeza. Excitado a más no poder abrí la boca antes de la cuenta cediendo a su chantaje. En cuanto escuchó de mis labios lo que quería oír cambió el semblante; su mirada se tornó fría como el acero, recordándome con ella lo patético que resultaba que un hombre hecho y derecho no fuese más que un pelele en las garras de una niña consentida. Tras zafarse como una anguila de mis brazos, se levantó como un rayo, escapando de mí como si fuese arena entre mis dedos, antes de que pudiese acariciar los primeros pliegues de su secreto.
Gracias, tío. Eres un cielo - Se limitó a decirme sin el menor rastro de afecto tras juntar levemente sus labios con los míos.
Me dejó con un palmo de narices, una erección de caballo, un montón menos de euros en mi lánguida cuenta corriente... y los dedos pringados de sus jugos: no todo fue malo.
Y mejor que fuese así porque, milisegundos después, apareció mi hermana por la puerta de la habitación de la niña.
Rubén, ¿qué demonios estabais haciendo?
¿Qué ladras?
¡A comer, hostia! ¿Estás sordo?
No, no estaba sordo, no obstante tampoco había escuchado sus berridos, hace tiempo que paso de esa cornuda amargada. Sólo tengo oídos para las proposiciones indecentes de la zorrita de su hija.
“Es tu sobrina… es tu sobrina….” – Me decía a mí mismo, logrando a duras penas controlar mis más bajos instintos mientras deambulaba por el pasillo, intentando pensar en otra cosa que no fueran las curvitas de la ninfa más calientapollas del universo.
La empresa resultó harto difícil ya que la muy puta se detuvo antes de entrar en el comedor para ofrecerme el culito; seguía jugando conmigo como de costumbre. Tremendamente excitado no me limité a la palmada de rigor sino que le apreté el trasero con firmeza:
¡Ay... bruto! - Protestó entre dientes- ¡Déjame!
Pese a que su boca decía una cosa su cuerpo hacía otra, no se movió ni un ápice hasta que el imbécil de mi cuñado requirió nuestra presencia en la mesa, ni siquiera cuando le palpé descaradamente las tetas sobre la ropa.
El día de los hechos, me encontraba sentado a la hora del almuerzo en uno de esos horribles locales de centro comercial: una espera interminable, una comida insípida que parecía hecha de cartón y niños gritando por doquier. El verdadero infierno en la tierra para cualquier amante de la buena gastronomía.
Al menos aquella vez, aconsejado por la avispada de Leire, encontré un garito que no estaba del todo mal. Se trataba de una de esas franquicias de comida italiana con bufet libre, a un precio bastante razonable… e infestado de niños. Obviamente, no se puede tener todo.
Ya había terminado prácticamente de almorzar, degustando un infame café, cuando mi teléfono móvil comenzó a bramar con unos pitiditos estridentes.
“Puta cría” – Dije para mis adentros.
No se le había ocurrido otra cosa a mi sobrinita querida que instalar en mi teléfono móvil una de esas aplicaciones que, teóricamente al menos, sirven para ligar… bueno, literalmente sus palabras exactas fueron: “para follar”. Mi princesa tiene el aspecto exterior de una delicada ninfa sin embargo no sabe de eufemismos cuando estamos a solas. De su boca salen tantos exabruptos que parece un hincha de un equipo de fútbol en pleno partido.
Intenté explicarle que aquello no era más que un engañabobos, una estafa para timar a pardillos desesperados por echar un polvo y limpiarles la cartera a base de bien.
¡Que noooo, que funciona, te lo digo yoooo! – me dijo mientras manipulaba como una experta mi obsoleto terminal - Te enviará un mensaje cuando haya alguna guarrona cachonda a menos de cincuenta metros de ti. Algunas cobran algo aunque hay algunas que hasta lo hacen gratis ¡Menuda mierda de cacharro que tienes, tío!
Dijo algo enfadada al ver que le costaba dominar mi móvil.
Y que dure… ¿y tú cómo lo sabes?
¿Saber el qué?
Que funciona…
Qué funciona… ¿qué?
La estúpida aplicación esa…
Ay, no sé… me lo han dicho…
El rubor de su rostro dejaba entrever que no me había contado todo lo que sabía. La entrada del gilipollas de su papá le salvó esta vez del interrogatorio:
¿Y qué, cuñado...? – Me dijo por enésima vez con ese tono prepotente que tanto me toca los cojones - ¿Cómo llevas el tema de los estudios? No sé para qué narices quieres ese título de Matemática Analógica...
Analítica...
Pues eso, como narices se llame esa mierda que estudias... mucho título y nada de nada. Jamás serás más que un muerto de hambre. Y en cambio yo, un simple constructor, y ya me ves... una buena casa, un Mercedes en el garaje... una mujer decente y una hija encantadora... ¡Un triunfador de la vida, eso es lo que soy!
Con gusto le habría partido esa cara de superioridad con la que solía hablarme. Seré matemático, no obstante disto mucho de ser un friki, me gusta cuidarme y sé perfectamente cómo utilizar mis puños.
Volviendo al tema que nos ocupa, sentado en el dichoso restaurante, busqué en el bolsillo del abrigo el jodido aparatito y mirando a la pantalla volví a blasfemar. Era un mensaje de la susodicha aplicación diciéndome que, con los cincuenta euros que ya había pagado, tenía una suscripción Premium durante un año. Casi me da un telele cuando leí aquello. Juré en ese mismo momento que aquella putilla rubia me las iba a pagar.
Lancé a un lado el aparato de marras evitando pensar en mil y una maneras de asesinar a mi sobrina. Con ese gasto tan inútil como inesperado, sumado al indecente precio del jodido regalito de la lolita, el saldo de mi cuenta estaría en números rojos en cuanto terminase la jornada.
Intentando recordar el lugar dónde había guardado mi motosierra para descuartizar a Leire observé que, en la mesa de enfrente, tomaba asiento un matrimonio de unos cuarenta y tantos años acompañados por dos jovencitas de rasgos latinos, muy monas, que intuí eran sus hijas. Me llamó la atención lo mucho que se parecían los rostros de las tres hembras: morenas de ojos, tez tostada y con el cabello ondulado y negro. La madre estaba algo entradita en carnes, pese a eso no estaba nada mal. Se sentó dándome la espalda, dejando a la vista un culo bastante rotundo aunque lo suficientemente deseable como para mirarlo con agrado una y mil veces. Se veía un poquito el tanga y ese es un detalle que siempre me ha puesto muy cachondo. Frente a ella tomaron asiento sus hijas y a su lado, su marido. De este no me pregunten nada porque no suelo fijarme en los tíos y todavía menos cuando está rodeado de bonitos especímenes del género femenino como era el caso.
Siempre he sido muy malo en el tema de estimar la edad de la gente y más aún si se trata chicas jóvenes pese a tener una sobrinita con la que hacer comparaciones. Más de una vez me he llevado una sorpresa al intentarlo ya que hay niñas a las prácticamente les crecen las tetas antes que los dientes. Tan sólo les diré que la mayor era flacucha y alta, mucho más alta que su mamá. Su cuerpo había empezado a sentir el efecto de las hormonas aunque sólo parcialmente ya que, si bien su cadera se había comenzado a perfilar, los bultitos de su torso apenas se manifestaban bajo aquella horripilante sudadera azul de Berska. Podría mentirles y contarles que llevaba una de esas minifaldas cortitas y vaporosas de las que tanto abusa la puta de mi sobrina; o una de esas camisetitas de tirantes que suelen llevar las adolescentes, esas que realzan descaradamente los pezones y dejan al aire la mitad de los pechos; en realidad portaba un pantalón vaquero bastante convencional, roto por aquí y por allá, aunque muy ceñido, eso sí. Escruté su bello rostro que no dejaba de sonreír y no pude evitar excitarme. Sobre todo me calentó la forma sensual con la que chupaba la pajita del refresco e introducía en su boca oscuras burbujitas de placer. Los dientes blancos destacaban sobre su piel morena y tenía un lunarcito delicioso justo al lado de la comisura de los labios. En definitiva, estaba para hacerle un traje de babas; al lunar y al resto del pastelito que lo rodeaba. De hecho fui tan poco prudente al observarla que cruzamos una mirada bastante comprometida que ella cortó de raíz al levantarse en dirección al buffet. En seguida le acompañaron sus papás. Yo permanecí removiendo mi café y mirándole el culo mientras se alejaba; uno no es de piedra, como diría el gilipollas de mi cuñado.
Aproveché la ausencia del resto de los comensales para centrarme en la más joven de la familia. Enfrascada como estaba en manipular compulsivamente su teléfono móvil pude recrearme en ella sin temor a ser descubierto. Se asemejaba a su hermana claro que con sutiles diferencias. Tenía los labios ligeramente más carnosos y la nariz algo más chata. Tras observarla con detenimiento, llegué a la conclusión de que su tez era algo menos oscura que la del resto de su familia. Su cabello, del mismo tono negro azabache, estaba recogido con una especie de gruesa cinta o banda, de esas que usan las chicas para hacer deporte, y adornada con motivos orientales. Tendrán que perdonar mi total desconocimiento de la terminología exacta que define a tal complemento. En definitiva, era mona, muy mona, un bollito tierno y jugoso, listo para ser devorado. Debía estar enfrascada en algo interesante ya que se mordisqueaba el labio de forma nerviosa mientras pulsaba compulsivamente la pantalla. Me pareció algo más coqueta que su hermana, a diferencia de esta tenía los labios pintados con un ligero carmín que, lejos de las estridencias que utilizan algunas niñas que las hacen parecer unas putas de carretera, le daba un aspecto de lo más infantil y apetecible. También sus uñas aparecían coloreadas con un tono similar y en su cuello portaba uno de esos collares muy ceñidos que intentan simular un tatuaje y que tanto me excitan. La de pajas que me he hecho yo imaginándome a mi sobrina abierta de piernas sobre una cama y masturbándose con una de esas gargantillas al cuello... y sin nada más que tapase su divino cuerpo...
- "¿Se la habrán follado ya? Tiene un buen polvo la zorrita esa" - pensé para mis adentros -." O mejor un trío con la guarrona de su hermana".
Cuando me las imaginé a las dos desnuditas, rasuradas y comiéndose el coño mutuamente mientras yo elegía el culito al cual reventar primero llegué a la conclusión de que debía terminar con todo aquello o tendría que irme al baño a hacerme un solitario.
Estaba a punto de irme y dejar sitio a otros comensales cuando observé a un tipo que se encontraba en la fila del restaurante mirándome con cara de odio infinito, esperando a que yo me levantase y ocupar mi puesto. No me salió de los cojones abandonar mi sitio y darle la oportunidad a aquel baboso de fantasear con aquellas ninfas, aunque era muy probable que simplemente quisiera almorzar. Me levanté, eso sí, pero para ir a buscar otra lavativa en forma de sucedáneo de café, aprovechando las una de las escasas ventajas del buffet libre.
Cuando volví a mi puesto de observación, cada miembro de la familia vecina estaba en su sitio sin hacer lo propio de aquel lugar, es decir, comer. Los cuatro manipulaban esos inefables aparatos del diablo que sirven para cualquier cosa menos para llamar por teléfono. La primera que alzó la mirada fue la hermana mayor y se encontró de bruces con mis ojos que volvían a desnudarla. Seguía imaginándomela abriéndole el conejito a su hermanita, deleitándose con sus jugos al tiempo que yo llenaba su intestino con mi herramienta. Dibujó una sonrisa maliciosa, casi imperceptible y, consciente o inconscientemente, se llevó la pajita a los labios, jugueteando con ella y volvió zambullirse en el ciberespacio. Momentos después la pequeña rió, sólo ella sabría el porqué.
No pasó ni un minuto cuando la “chupapajitas” anunció:
Me voy a mear…
Nena… esta boca, que estamos en la mesa…
Es que me meo…
¿Otra vez? – espetó el padre – Vaya mañana que lleváis las dos, todo el día en el baño…
¡Que te jodan! – Dijo la chica evidentemente molesta por el comentario, dejando a su padre con la palabra en la boca.
De nuevo la seguí con la mirada, no pude evitarlo: su culito me parecía cada vez más deseable. Sin duda condicionado por las historias que había fantaseado, me imaginé a mí mismo rellenándolo de lefa y mi entrepierna comenzó a desperezarse de forma evidente.
Andrea cada vez es más descarada…
Déjala, está en la edad…
¿La edad? Un par de hostias tendría que darle… ¡La edad…! ¡Y todo por no comprarle ese puto teléfono…
Papi…, ¿me comprarás un Ipone a mí también?
¡Otra! ¡Que no, y punto…!
¡Tengo dinero en la hucha, y Andrea también!
¿En serio? Dudo mucho que cuidando al bebé de la vecina o con los regalitos de tu abuela os de para eso, aunque si es así adelante, es vuestro dinero… ¡En cualquier caso yo no os compro el puñetero teléfono! – Gritaba el hombre con tanta vehemencia que hasta el mismísimo Steve Jobs podría escucharlo desde el infierno.
Lo que sí que oí de nuevo fue el estrepitoso bramido de mi celular.
“Como me cueste otros cincuenta euros… la inflo a hostias… o me la tiro de una puta vez…” – Pensé.
De mala leche fijé la mirada en la pantallita cuando apareció un mensaje:
“Lachupoporveinte: mujer.”
Me quedé estupefacto, tenía que ser un error. Al principio pensé que con toda probabilidad sería una broma. Unos niñatos cabrones se querrían reír a mi costa. En lugar de pasar del tema, permanecí embobado unos instantes hasta que recordé las indicaciones de la golfa de mi sobrina:
- “Tienes que darle al OK en seguida, el más rápido es el que se lleva el premio…”
Pensar con la polla dura nunca ha sido mi fuerte así que… pulsé.
Esperé unos instantes, sintiendo como el pulso se me aceleraba por momentos:
“¿Seré gilipollas?” – Me dije a mi mismo, reprochándome mi nerviosismo.
Estaba alterado como un colegial. De repente me vi escudriñando el horizonte y al menos conté a medio centenar de hembras de diferentes edades enredando con su teléfono móvil dentro del radio estipulado. Es más, me resultó difícil encontrar una que no estuviese con los ojos fijos en un puñetero aparatito. Desde abuelas casi seniles hasta poco más que bebés. Meneé la cabeza desechando ambas posibilidades.
¿Quién puede ser? - Musité.
Recé por que la calentorra fuese alguna de las sudamericanas del fondo, con esos taconazos imposibles; o quizás la reciente mamá de la segunda mesa por la derecha, con esas botijas turgentes y rellenas de leche. Llegado a ese punto me conformaba con que fuese una hembra del montón y no alguna de aquellas abuelas desdentadas que se agolpaban en el bufet como si el mundo se fuese a acabar en aquel instante.
Me sacó del éxtasis un nuevo pitidito de marras.
“Lachupoporveinte: mujer.
Cuerpo de mensaje “Servicio de minusválidos. En dos minutos. Veinte euros”
Volví a quedarme bloqueado. El mensaje también incluía el nombre del local en el que me encontraba. No había margen para el error.
Esto no está pasando – Pensé.
Yo dudé… mi polla no. Como un pelele me dirigí dando tumbos hacia el lugar de la cita, y mientras lo hacía saqué discretamente un billete azul de la reserva destinada a la compra del regalo de mi ahijada. En lo último que pensaba era en ella y en sus caprichos de niña mimada, de hecho ya no me molestaba ni el gentío, ni los críos, ni el hediondo olor de la ponzoña que allí llamaban comida. Comencé a experimentar el mismo efecto que siente el piloto al aumentar la velocidad en un vehículo, ese en el que se pierden los detalles laterales y sólo se vislumbra el centro. Mi objetivo aquella puerta negra con dimensiones superiores a las habituales y el característico icono en su exterior.
“Servicio de minusválidos… servicio de minusválidos…” – Me decía mientras a mi paso atropellaba a todo el que se me ponía por delante.
Nervioso y sudando como un cerdo, accioné el picaporte, empujando con virulencia. Tenía el presentimiento, es más, estaba seguro de que ahí dentro me esperaría una panda de mocosos partiéndose de risa o tal vez algún barrigudo mariquita con ganas de marcha. Llegó mi desesperación hasta tal punto que incluso me conformaba con aliviarme con alguna vejestoria de dientes podridos y boca experta.
Ni una cosa ni otra. Me encontré frente a frente con el rostro más familiar que conozco: el mío, reflejado en un espejo.
Miré como un imbécil a un lado y al otro. Allí no había nada más que un impoluto inodoro con el consabido papel higiénico, un lavabo y una especie de barrera que facilitaba el asunto a los minusválidos; nada más.
No supe qué pensar… ni me dio tiempo tampoco ya que experimenté una fuerza hacia adentro en forma de empujón en la espalda, acompañado de una protesta en voz femenina infantiloide:
¡Entra, joder!
En cuanto me di la vuelta identifiqué a la meretriz inmediatamente, no tengo ni la más mínima idea de Japonés sin embargo aquella cinta blanca no se me olvidará en la vida. La cría actuó con movimientos precisos y rápidos, sin duda tenía práctica en todo aquel juego. Cerrando la puerta con el pestillo, se quedó frente a mí, mirándome fijamente. Era mucho más menuda que mi sobrina, apenas me llegaba al ombligo:
¿Traes pasta? – Me dijo sin parpadear, sin darle la menor importancia a que ella fuese una niña y yo un adulto.
En la distancia corta todavía era más guapa, una muñequita preciosa, tanto que me quedé embobado mirándola. Parecía increíble que una criaturita con apariencia tan angelical pudiese dedicarse a algo tan sórdido. Debía estar acostumbrada a provocar tal reacción en sus clientes ya que, sin esperar contestación agarró el billete de entre mis dedos y, tras hacer con él una especie de tubito se lo metió en el bolsillo trasero del pantalón.
¡Vamos al lío!
Sin más preámbulo se abalanzó contra la hebilla de mi pantalón. Sus manitas eran pequeñas, ahora bien sabían perfectamente cómo desenvolverse en una entrepierna masculina. En cuestión de segundos liberaron la trabilla y desabrocharon los botones. Para no perder tiempo, me bajó a la vez la ropa interior y el pantalón dejando al viento mi cada vez más vigorosa herramienta.
¡Vaya, vaya…! – dijo examinándola con sus deditos cuidadosamente -. ¡Qué ganas tenía de pillar una de estas! Estoy hasta el coño de chupar pollas canijas…
Jamás sabré si en efecto le agradaban las dimensiones de mi falo o si se trataba simplemente de un cumplido amable. Iba a apuntar yo algo cuando secamente me ordenó:
Siéntate encima de la taza… ¡Venga imbécil, que no tengo todo el día!
Y con otro empujón me obligó a tomar asiento en el trono. El frescor de la tapa le vino de perlas a mis testículos ya que hervían de excitación. Como una gacela, se arrodilló frente a mi pito. Ya creía yo que estaba a punto de comenzar la función cuando me tendió su teléfono celular ordenándome:
¡Grábala!
¿Qué…?
¡La mamada, gilipollas… que la grabes! Las colecciono… sobre todo las de pollones como el tuyo…
Pero….
… no tienes ni idea de cómo hacerlo, ¿verdad?
N… no…
Mira que sois tontos los viejos de mierda… anda, trae…
Y me arrebató su teléfono, devolviéndomelo ya listo.
Solo tienes que pulsar el punto rojo y enfocar. Ten cuidado, que se vea cómo me la meto bien adentro …
Vale… - Dije yo totalmente alucinado con todo aquello.
¿Ya? – Me dijo agarrándome el rabo con ambas mano y mirando fijamente al objetivo prosiguió: - Venga "flipao" , que no tengo toda la tarde!
S… sí. – Contesté apretando el botoncito de marras.
Y sin más dilación se jaló mi cipote todo lo adentro que pudo. Su boca me produjo tanto placer que por un instante descuadré el objetivo aunque poco a poco comencé a dominar el asunto… no obstante, ni de lejos con la maestría con la que aquella preadolescente me comía la polla. Movía la cabeza a un ritmo frenético, sólo comparable con la diligencia con la que su lengua acariciaba mi glande. Mientras mamaba, me pajeaba a dos manos o me acariciaba los huevos. De vez en cuando dejaba de chupar para contar sus impresiones a cámara:
Es gordísima… está de puta madre…
Y volvía a dedicarse a la tarea para la cual había nacido que no es otra que la de dar placer a los hombres con su boquita. A veces se sacaba el cipote de entre los labios, escupía en la punta y volvía a tragárselo con ansias renovadas. Incluso me daba besitos en las pelotas, con todo pronto volvía mi falo a golpear la entrada de su garganta. Era una mamadora nata.
Eres un guarro... no te has duchado hoy, ¿verdad? - dijo dándose un respiro - . Así me gustan las pollas a mí, gordotas, peludas... y sucias…
Y para demostrarlo me regaló una nueva tanda de andanadas a mi estoque que me dejaron sin aliento.
¡Se me va a desencajar la mandíbula! - decía utilizando mi falo como un micrófono justo antes de meterse un huevo en la boquita -. ¡Qué pelotas... uhm...! Si nos vemos otro día con más tiempo... te como hasta el culo...
Yo estaba que me moría… de gusto. No sabía si realmente ella era capaz de hacerme realmente todo aquello o lo decía sólo para ponerme cachondo, en cualquiera de los casos el efecto en mi falo era el mismo. Intentaba resistirme todo lo posible ya que quería que aquel tratamiento no tuviese fin. Sabía que era una lucha estéril, aquella cría no tenía ascos a nada y jugaba con la ventaja que le daba su diabólica aspiradora bucal. Aun así no se lo puse fácil y la jovencita comenzó a impacientarse.
¡Córrete ya, joder, que tengo que irme! – Protestó.
Intenté cogerle el cogote con la mano que tenía libre, ella me lo impidió con un golpe:
Las manos quietas… que ya sé hacerlo solita...
No quise forzarla, aunque bien a gusto me hubiese aprovechado de mi fuerza obligándola a tragar aún más adentro. La joven prostituta me demostró que era lo suficientemente buena como para no necesitar llegar a esos extremos. Se la jaló más profundamente si cabe y eso fulminó mi resistencia.
Se lo di todo... sin avisar... a traición... sin reservarme nada.
Ella demostró un dominio total de la situación dejando a las claras que, pese a ser una niña, de novata no tenía ni un pelo. Encajó el golpe sin ni siguiera pestañear, de hecho me miraba fijamente con cierta indiferencia mientras se producía el trasvase de esperma desde mi rabo hasta su boca, como si lo que estaba haciendo fuese algo de lo más habitual para ella.
Permaneció quieta mientras yo eyaculaba en su garganta, asimilando cuanto le di y más que hubiera habido. Sus labios permanecieron como unidos a fuego con la piel de mi estoque, no dejó escapar ni un mililitro de esperma. Observé un instante su rostro ligeramente ruborizado. Con los mofletes hinchados y sin el carmín que entonces manchaba mi polla parecía todavía más niña. Recuerdo que comenzaba a sentirme culpable, así que se la metí un poquito más adentro y le regalé mi última descarga.
Ni se inmutó.
Cuando notó que todo había terminado y que mi verga cesaba de esputar babas, se levantó a la misma velocidad con la que había agachado y ,tras acercarse al lavabo, expulsó en él toda mi simiente.
¡Joder, tienes que follar más... vaya cargamento traías...! - Exclamó abriendo el grifo para deshacerse del cuerpo del delito y adecentarse.
¿No te lo tragas? - le dije de forma nada cortés mientras recobraba el resuello.
Si me bebiese toda la leche que saco de las pollas que me como estaría gorda como una foca. – Contestó de forma arisca.
¿Ni por cincuenta?
Por ese dinero hago gárgaras y todo... pero tenías que habérmelo dicho antes, ahora no tengo tiempo...
¿Cien?
Girando la cabeza hacia donde yo me encontraba me contestó relamiéndose:
Ni te imaginas lo que llegamos a tragar por ese dinero...
Un postrero borbotón de esperma abandonó mi glande y cayó al suelo.
¿Llegamos...?
Venga, no te hagas el tonto... ya sabes, mi hermana y yo… esa zorra a la que no dejabas de mirar como si fueras un viejo verde salido…
Un pitidito emergió de su terminal, me lo arrebató de las manos e hizo una mueca de desaprobación:
¡Joder! ¡Qué gilipollas es ese hijo puta!
Con la misma celeridad que hacía todo, se enjuagó la boca y, tras sacar de no se sabe dónde un lápiz de labios con estrellitas, se retocó el maquillaje.
Ahora no puedo, papi se impacienta. No veas lo imbécil y plasta que puede llegar a ser. Le odio más que a nada en este mundo, ojalá se muriese hoy mismo por ser tan bobo. Mejor haría preocupándose de mami en lugar que en nosotras, a esa zorra se la tira todo el barrio... y gratis.
Me dio la impresión de que el rencor hacia su progenitora se debía no al hecho de que copulase con cualquiera sino a que lo hiciese sin obtener remuneración alguna. Tampoco sabía yo si lo que me contaba tenía algo de verdad o simplemente fantaseaba para provocarme. Sus palabras me recordaban tanto a los desvaríos de mi sobrina que no las tomé demasiado en serio.
Escucha gilipollas, tarda un minuto en salir después de mí, no la vayas a cagar... ¡Y por Dios no te quedes mirándonos en la mesa como si fueras un pervertido de mierda, joder! Hay que ver cómo se te caía la baba con Andrea...
Adiviné en su tono cierto resquemor aunque realmente no tenía motivo alguno. Era deliciosa, no tenía nada que envidiar a su espigada hermana.
Ah, y si te preguntas si venimos mucho por aquí... prácticamente todos los sábados...- Dijo sacándome la lengua y abandonando el servicio como una centella.
Tras el tiempo convenido, yo también abandoné el lugar, topándome de bruces con uno de los empleados que me miró con indiferencia. Todavía me temblaban las piernas cuando volví a sentarme en mi sitio. Tenía tanta vergüenza por lo que había hecho que pensaba que todo el mundo en el local estaría enterado de lo sucedido y que me mirarían con ojos acusadores. Nada más lejos de la realidad, allí cada uno iba a lo suyo, incluida la chiquilla que minutos antes me había comido el rabo con una maestría impropia a su edad. La miré de reojo, temiendo ser descubierto. Era la indiferencia personificada, estaba tan tranquila allí sentada, como si nada hubiese ocurrido y, al igual que su hermana, comiéndose un par de bolas de helado con el mismo placer con el que me había lamido las pelotas momentos antes.
En un momento de lucidez pensé que debía largarme de allí inmediatamente cuando mi teléfono móvil volvió a sonar de forma insistente. Lo miré:
"Mensaje privado.
Usuario: ¿Deverdadtienescieneuros?.
Sexo: mujer.
C.C.:Lachupoporveinte"
Una vez más sentí un cosquilleo en la entrepierna y caí en la tentación.
El mensaje privado tenía un archivo adjunto, un vídeo concretamente... y lo abrí. En él observé cosas que me eran familiares: unos azulejos impolutos, un lavabo blanco, una barrera de minusválidos, una chica arrodillada, un cabello moreno y ondulado, una horrible sudadera azul, unos ojos oscuros, una carita bronceada, unos labios sin pintar, un lunarcito oscuro, unos labios abriéndose, un pene acercándose a ellos peligrosamente, una profunda penetración bucal, una felación perfecta... , una copiosa corrida, una lengua juguetona saboreando esperma y una garganta golosa tragándolo todo.
Alcé la mirada y las dos jovencitas estaban mirándome con cara sonriente. Quizás fuese mi calentura, las identifiqué como el vicio en su estado más puro. Las dos jugueteaban con el helado de una forma obscena, demostrándome sus habilidades orales mientras sus papás seguían abstraídos en el ciberespacio.
Asentí.
Las dos se removieron en sus asientos.
"Mensaje privado. Usuario: ¿Deverdadtienescieneuros?
Sexo: mujer.
Cuerpo del mensaje: La puta de mi hermana dice que te ha dejado seco sin embargo no me lo creo, ¿tienes ganas de un segundo asalto?
C.C.:Lachupoporveinte "
Estaba meditando la respuesta, consciente de que cabía la posibilidad de que no diese la talla. A punto estaba de lanzarme a la piscina cuando recibí otra misiva:
"Mensaje privado. Usuario: ¿Deverdadtienescieneuros?
Sexo: mujer.
Cuerpo del mensaje: Pero ganas de hacer pipí sí tendrás.., ¿no?
C.C.:Lachupoporveinte "
A punto estuvo la más menuda de las chicas de atragantarse con el helado. Comenzó a toser tan fuerte que su mamá le auxilió dándole golpecitos. La llamada Andrea no le hizo ni puñetero caso. Se limitó a limpiar sus labios con la servilleta y dirigirse con su andar felino al lugar que ella y yo ya sabíamos.
Apenas entré en el servicio, la vi aparecer con su amplia sonrisa. En cuanto accionó el cerrojo tendió la mano. Le entregué lo que buscaba. Ella invirtió algo de su precioso tiempo en examinar el billete verde que no tardó en hacer desaparecer en su bolsillo también en forma de cilindro. Sin el menor rubor, se despojó de la prenda azul que cubría su torso dejando a la vista un vientre plano trufado por un diminuto piercing en el ombligo y unas bellas manzanitas jugosas y redonditas. La sudadera no sólo era horrible sino que además escondía pérfidamente una delantera nada desdeñable, con sus pezones marrones apuntando al frente, infinitamente más deseables que minúsculos bultitos de la calientapollas de mi sobrina Leire.
Es para no mancharme... – dijo como si nada -. Tienes pinta de no haberlo hecho antes.
¿A… qué te refieres?
Volvió a regalarme una estupenda sonrisa, provocada sin duda por mi candidez. Sus tetitas temblaron deliciosamente al unísono, se le veía realmente excitada.
A mearle en la boca a una niña… - Contestó relamiéndose con dominio total de la situación.
Y sin más sacó de uno de sus bolsillos su inseparable amigo, es decir, el consabido teléfono móvil, poniéndolo a punto para inmortalizar su hazaña.
Al papá de mi mejor amiga… le encanta hacérmelo… dice que soy la mejor tragándome el pipí pero no tiene ni idea de la vida. ¡Cree el muy capullo que soy la más guarra! - dijo sin rubor alguno - ¡Si supiera la cantidad de mierda que puede llegar a tragar su niñita por quinientos euros, alucinaría!
Esta vez yo no perdí el tiempo en divagar acerca de la veracidad o no de sus historias. Aquellas turbulencias en forma de tetas no me dejaban hacerlo. Alargué las manos y las palpé sin cuidado, estrujándolas fieramente. Las encontré cálidas y duras, como corresponde dada la juventud de esa potrilla. Ella no expresó objeción alguna al magreo, sin duda estaba habituada a ser tratada de aquel modo por los hombres a los que se vendía. Siguió manipulando hasta que logró su objetivo.
¿Listo?
S.. sí…
Ya sabes cómo va esto, ¿no?
¿El teléfono? Sí. – Era yo ya poco más que un experto.
¡A mear bocas, imbécil! No te emociones… dame tiempo a tragar o lo joderás todo… ¿vale?
Vale.
Pues vamos allá…
Y al igual que su hermanita, se hincó de rodillas frente a mi paquete, movió sus manos de forma diligente y en menos que canta un gallo se encontró con la flauta de un solo agujero.
¡Tremenda! – exclamó al verla-. Por una vez esa niña tonta tiene razón…
Si fingía o no lo sabrá ella y nadie más. A mí eso me tiene sin cuidado. Sólo sé que no consentiré jamás que alguien me diga que los hombres somos incapaces de hacer dos cosas a la vez. A las pruebas me remito: mientras que con una mano manipulaba el móvil con bastante soltura, con la otra agarraba mi cipote de tal forma que la puntita descansaba rozando la boquita de la princesa.
¡Mea! – Me apremió.
¿Seguro?
¡Que sí, joder!
Con tanto temor como excitación, cumplí su deseo en forma de líquido amarillento y tibio que ella albergó entre sus labios. En seguida me hizo una señal y me vi obligado a cortar el torrente con el consiguiente dolor de huevos. La jodida lolita accionó su garganta y sin el menor asco vi desaparecer la orina en dirección a su estómago. Tras relamerse ella volvió a poner su boca a mi total disposición:
¡Tu pipí sabe fuerte… está muy rico! – dijo mirando a la cámara - ¡Más!
Aplaqué su sed con mil amores. Cinco buenos lingotazos se llevó la muy zorra que, a razón de veinte euros por trago, se ganó merecidamente todo su dinero. No me pareció cara la ronda al fin y al cabo. Más le cuestan a mi cuñado las copas cuando los dos nos vamos de putas a su costa.
La niña se lo tragó todo, incluso me dio la sensación que se quedaba con ganas de más ya que seguía con la boca abierta como un polluelo en el nido pese a que mi vejiga estaba seca. Como premio de consolación, se jaló una gotita que pendía de mi glande y ya de paso le dio un repaso con la lengua, dejándolo limpito y en perfecto estado de revista. Puede ser que sus papás se estuviesen impacientando, eso a la nena le traía sin cuidado. Siguió haciéndole el boca a boca a mi pito de tal forma que este volvió a la vida poco a poco:
Si le dices a mi hermana que no te he cobrado más por la mamada te mato. Esa niña es no entiende el sexo si no hay dinero por adelantado…
E incrementó el ritmo de la felación hasta límites insospechados. Era tan buena o más con su boca que su hermana. Quién lo habría dicho, con la carita de niña inocente que tenía. Hacía diabluras con la lengua cosa que mi rabo agradeció poniéndose cada vez más tieso. Quise comprobar su límite y, al igual que intenté con su hermanita con escaso acierto, le agarré del cogote con la mano que tenía libre. Esta vez la reacción fue diametralmente distinta a la de la otra lolita, la muy zorra se dejó follar la boca tal y como a mí me vino en gana. La pasividad con la que me dejó disfrutar de su cuerpo fue sinceramente maravillosa.
Me emocioné tanto que en lugar de alcanzar el final feliz en el interior de los labios cometí la imprudencia de desacoplar mi rabo justo en el instante en el que me derretía. Me corrí en su cara de angelito bueno tan intensamente como minutos antes lo había hecho entre los dientes de su hermana pequeña.
¡Qué haces, gilipollas! – dijo al sentirse anegada -. ¡Me vas a poner perdida!
Se levantó de un salto, dejando mi polla todavía en llamas. Su enojo se esfumó cuando se vio reflejada en el espejo gracias al único ojo que pudo abrir.
¡Joder qué corrida! ¡Cómo me has puesto! – Comentó entre risas sacándose un grumito de encima del párpado.
Lo... lo siento…
¿Sentirlo? ¡Para nada! Ha estado de puta madre.
Y para demostrar su satisfacción, se llevó todo el esperma que pudo desde su cara hasta la boca utilizando uno de sus dedos como pincel improvisado.
Menos mal que no me has pringado el pelo…
Permanecí callado sin saber a qué atenerme.
¿Lo has grabado? La corrida sobre todo…
Estaba tan exultante que me arrebató el celular para comprobarlo.
¡Qué pasada! Ya verás cuando lo vea esa puta cría… se va a tragar sus palabras. Apostó todo lo que lleva ganado hoy en que yo sería incapaz de hacerte correr de nuevo. Es una imbécil… todo el día comiendo pollas para nada…
Jamás me olvidaré de aquella estampa, con todo el rostro empapado de lefa, con trazas de esperma cayendo sobre su busto. En un grado de excitación tal que parecía una auténtica zorra. Era la satisfacción personificada, supongo que por haberle ganado la partida a su rival fraterno
Se aseó bastante bien dadas las circunstancias, en cuanto volvió a vestirse y a reordenarse el cabello parecía la misma ninfa de antes, incapaz de romper un plato. Siempre me maravilla esa facilidad que tienen algunas mujeres para ser una cosa y simular otra de forma innata. Es sencillamente fascinante y mucho más en chicas jóvenes como aquella.
Mañana domingo, sobre las cinco voy a patinar con una amiga a la pista de hielo portátil que han instalado en el centro. - Dijo observando mediante el espejo cómo también componía mi atuendo.
Volteándose hacia mí continuó:
Si te apetece podemos echar un culo en el servicio del parking, conozco uno muy escondido que casi nadie utiliza. Te haré un precio especial, dos billetitos como este que me has dado hoy nada más y podrás partírmelo en dos. Normalmente cobro el doble por hacerlo por detrás pero… – prosiguió frotándome descaradamente la entrepierna – … quiero saber de lo que eres capaz de hacer con ese pedazo de rabo que tienes.
Y no sin antes regalarme una última visión de ese templo de placer que tenía por trasero se largó a toda velocidad.
Pasado un tiempo prudencial me dispuse a seguirle, tuve la mala fortuna de toparme con un imbécil en silla de ruedas. Montó un escándalo cuando me vio salir del lavabo equivocado. Pese a que intenté zafarme en busca de aquellas dos putillas, no pude hacerlo: un par de empleados del local me conminaron a abandonar el establecimiento como si hubiese cometido un delito, cosa que a decir verdad era cierta aunque ellos no lo sospechaban. Con todo el tumulto, perdí la pista de las lolitas, incluso deambulé un buen rato de aquí para allá, no obstante hallarlas era tan difícil como encontrar una aguja en un pajar, aquello estaba infestado de gente.
Para colmo de mis desdichas, caí en la cuenta de que, con aquellos desembolsos tan satisfactorios como inesperados, me era imposible satisfacer los caprichos de la tercera en discordia, mi ardiente sobrina.
Durante el camino a mi casa intenté buscar una excusa para mi falta de liquidez, tarea harto complicada dada la agudeza mental de la hija de mi única hermana.
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