“LIBRE USO. CAPÍTULO 1: LEAH” por Kamataruk.


Miré el reloj sobre el escritorio y fruncí el ceño, todavía quedaba media docena de páginas para terminar el temario. Meneé la cabeza algo contrariada, no me gustaba invertir tiempo común en mis cosas. Técnicamente no era así, todavía faltaban diez minutos para la hora convenida, tiempo más que suficiente para memorizarlas; sin embargo sabía que John llegaría temprano como siempre y quería estar lista para él. Desconocía cómo se las ingeniaba para salir de clase tan temprano, el hecho es que llegaba a casa antes que nadie para subir las escaleras que llevaban al ático a toda prisa. Le gustaba ser el primero o mejor dicho, no soportaba compartirme con nadie. Disfrutaba de esos pocos minutos en los que permanecíamos juntos en mi cuarto, antes de que las ruidosas gemelas llenaran toda la casa con la algarabía propia de unas chiquillas de nueve años.

John era ya todo un hombrecito. Con catorce años recién cumplidos me sacaba ya media cabeza de altura. Su porte tal vez era algo desgarbado todavía, nada que el simple discurrir del tiempo y un poco de ejercicio no pudieran corregir. Era guapo, muy guapo, tanto o más que su padre. A veces me pasaba ratos y ratos mirándole embelesada. Sus largas pestañas aleteaban sobre sus ojazos oscuros acompañados de una piel morena y una voz extrañamente profunda para su edad que hacía estragos entre sus compañeras de instituto.

Por extraño que parezca, mi existencia, lejos de quitarle puntos a John entre sus amigas le proporcionaba un plus de morbosidad que le hacían irresistible. Me consta que no fueron pocas las que decidieron iniciarse con él en el sexo, sabedoras de que iría sobrado de experiencia entre las sábanas gracias a mí. Lejos de considerarme una rival para ellas, me tenían como una instructora en el ámbito sexual y, en cierto sentido, no iban desencaminadas aunque mis sentimientos hacia John iban mucho más allá de los propios de una persona de Libre Uso hacia un miembro de su Familia Anfitriona.

Cerré los apuntes del primer año de universidad en cuanto escuché el golpe de la puerta principal al cerrarse. No me había equivocado, era él; parecía el séptimo de caballería cargando contra los indios viniendo hacia mí. Tuve el tiempo justo para mirarme al espejo, componerme las gafas, mordisquear mi labio inferior dándole algo de color, someter al mechón rebelde de cabello que había escapado de mi recogido y desabrochar todos los botones de la camisa. No hizo falta estimular mis pezones, llevaban más de media hora duros como el granito. Yo también tenía ganas de que terminasen las clases del viernes. Intimar con John me gustaba, a pesar de su edad era un amante fantástico.
  • ¡Joder! - bramó al tropezarse con alguno de los últimos peldaños.
Reí aunque recobré la compostura de inmediato. En cuanto abrió la puerta, me incorporé, asegurándome de que pudiera ver la integridad de mis partes íntimas como a él le gustaba. Clavé mis ojos azules en los suyos para ponerle nervioso, como cuando era un niño.
  • Buenas tardes, John. Espero que hayas tenido un buen día.
Hice ademán de quitarme la camisa, la única prenda que cubría mi cuerpo. El otoño todavía no mostraba sus rigores aunque yo era una chica friolera y solía utilizar alguna cobija cuando estaba sola en casa. A pesar de que nos conocíamos desde que era muy pequeño, mi desnudez tenía un efecto demoledor en él, sobre todo desde que llegó a la adolescencia y sus hormonas comenzaron a encabritarse, concentrándose en cierta parte prominente de su cuerpo, esa que yo deseaba tener dentro en ese momento.
  • No, no te la quites del todo… - dijo tras tragar saliva con dificultad -, sólo ábrela….
Mi aspecto contravenía las normas generales del contrato. El Código de las Personas de Libre Uso estipula de forma inequívoca que yo debía permanecer desnuda en la casa, independientemente de que algún miembro de la Familia Anfitriona estuviera en ella o no. No obstante, en nuestro caso, tanto ellos como yo hacíamos la vista gorda a la normativa en algunas ocasiones. Sabía de buena tinta que el bueno de John tenía fijación por mis pechos, algo más generosos que la media, y la sutil manera con que la fina tela los perfilaba y elevaba levemente le volvía loco; eso abreviaba los ya de por sí breves preliminares entre nosotros. Nos teníamos ganas. Muchas. Entre unas cosas y otras llevábamos toda la semana sin hacerlo.
  • … y tampoco que quites las gafas, por favor - suplicó intentando en vano apartar la vista de mis senos.
  • Por supuesto - apunté delineando una sonrisa en mis labios, mostrándome incluso más predispuesta de lo habitual.
Sin más preámbulo se abalanzó sobre mí y me besó. Me estremecí, su ímpetu alimentaba mi ego, sentirse deseada por la Familia Anfitriona es lo más importante para un Huésped de Libre Uso. Gracias a mis muchas horas de práctica con él desde que era un niño puedo asegurar que se le daba genial, tanto que hasta se me erizó el vello de la nuca. El efecto se multiplicó al acariciarme el costado con suavidad, sin duda el bueno de John estaba haciendo muchos progresos a la hora de tratar a una chica en las distancias cortas. Me sentía responsable y eso me llenaba de orgullo. Enseñar a las nuevas generaciones todo lo referente al sexo era una de nuestras labores más importantes.

Su olor era fuerte, estaba sudado, calculé que había estado corriendo más de un kilómetro sin parar para estar conmigo. En otro momento hubiésemos compartido caricias, besos y ducha, sin embargo teníamos algo más urgente que hacer, nuestros cuerpos no podían esperar para fundirse en uno solo.

Le interrogué con la mirada, expectante.
  • ¡Tú arriba! - Ordenó.
No puse objeción, tampoco hubiera podido hacerlo. Las personas de Libre Uso no tenemos potestad para negarnos cuando se trata de un acto sexual requerido por un Anfitrión de primer orden.

No somos esclavos, ni prisioneros; tenemos libre albedrío para entrar y salir, vestir como nos de la gana, incluso tener relaciones sexuales con terceros y enamorarnos, pero todo se pospone cuando un miembro de la familia que nos acoje necesita nuestro cuerpo, tal y como era el caso. En ese momento satisfacer su necesidad es nuestro único deber, no hay excusa que valga. Nacimos para esto, es lo que nos enseñan desde que entramos en la Hermandad, desde el nacimiento en mi caso.

Le ayudé a desnudarse, el sudor que lo cubría no lo hizo sencillo. Ágilmente se tumbó sobre la cama, su falo se presentaba ya erecto, no necesitaba calentamiento previo por parte de mi boca. Tampoco necesité lubricación externa, mi coño literalmente chorreaba jugos desde minutos antes de que él entrara en casa.

Afortunadamente para mí, y a diferencia de mis otras compañeras de Libre Uso con las que he hablado del tema, jamás he tenido problemas de sequedad vaginal. Eso, unido a las técnicas adquiridas durante mi aprendizaje en la Hermandad y mucha práctica, me hacen gozar tanto o más que mi anfitrión durante el acto sexual. Según el Código que nos rige, nuestro orgasmo no está ni prohibido ni premiado, simplemente es irrelevante. Dar placer a quienes nos acogen es nuestra razón de ser.

He de decir que he tenido suerte con mis anfitriones directos, salvo contadas excepciones, siempre he gozado del sexo con ellos o al menos no me ha dolido demasiado. Con su familia extensa ya es otra cosa, algunos tíos de John y especialmente su abuelo suelen ser bastante rudos conmigo.
  • ¿Listo? - pregunté por puro protocolo.
  • ¡Sí!
Me encaramé sobre él, guié su estoque hacia la entrada de mi vulva con precisión y lo monté. Estaba tan ansiosa que se me cortó la respiración. Su polla entró en mí como cuchillo en mantequilla; si él estaba sobre excitado yo ardía por dentro. Noté su miembro llenándome, ya por entonces lo tenía grande, posiblemente más larga que la de su papá aunque algo más fina y suave al tacto.

Confieso que me caliento demasiado con John, soy nefasta cumpliendo el protocolo cuando follo con él. Voy un poco a lo mío, como si fuese su novia en lugar de su juguete sexual. Yo sí tengo celos de sus otras amantes, cosa totalmente prohibida y castigada en el código. Él lo sabe, no supe callarme en su momento y se lo confesé. Le he pedido perdón infinidad de veces por eso, él se limita a reírse y perdonar mi falta con un cálido beso. Es una persona fantástica, como casi todos los miembros de mi familia anfitriona. Pueden ser duros e intensos a la hora del acto sexual y a la vez atentos y amables el resto del tiempo, excepto el abuelo.

Dando rienda suelta a mis instintos lo monté dulcemente, mecí la cadera, escaparon gemidos de mi garganta y mi cabello oscuro y ondulado cayó desordenado sobre mis pechos. Puse los ojos en blanco, mi cénit estaba cerca. Por pura necesidad cogí sus manos y las llevé a mis tetas, instándole a que las apretase con intensidad. Mi piel clara como la luna contrastaba con la suya, ya tostada por el sol. John había crecido mucho aunque no lo suficiente como para poder abarcar mis senos por completo. Chillé, a pesar de su tamaño mis pechos siempre han sido un punto extremadamente erógeno para mí. Cuando noté la opresión la espoleta de mi interior tembló, le cabalgué unas cuantas veces y me vine con un orgasmo escandaloso. Cuando abrí los ojos lo descubrí muy sonriente, totalmente empalada y satisfecha.
  • Te gané - Me dijo siguiendo un juego que se prolongaba entre nosotros durante años, desde que lo hicimos juntos por primera vez.
Le sonreí.
  • Me ganas porque dejo que lo hagas - repuse arrogante.
  • ¿En serio? No te creo- divertido, me sacó la lengua -.
  • Te vas a enterar.
No moví ni un músculo exterior. No me hizo falta, dominaba lo suficiente mi vagina para dejarlo seco sin pestañear. De inmediato su cara cambió, se puso rojo como un tomate. Mis compresiones íntimas lo estaban matando de gusto por mucho que se empeñase en aparentar lo contrario. Jugaba con cartas marcadas, estaba entrenada para el sexo.

  • E… espera, espera. No, no… no hagas eso, ¡no hagas eso! - chilló intentando evitar lo inevitable -. ¡Eso no vale, eso no vale…!
Tras una lucha desigual, explotó. Complacida, noté sus chorros llenándome, conjugándose con los míos. Abrió los brazos de par en par y comenzó a reír. Agradecida por hacerme digna de recibir su esperma en mi vientre, pegué mi pecho al suyo y le besé dulcemente. Permanecí quieta sobre él, con su polla en mi interior, lamiéndole el cuello hasta que noté cómo su vigor fue menguando. Era una tregua, no una rendición. Yo sabía que pronto su bonita arma estaría lista para un segundo asalto, John era rabiosamente joven y lleno de energía. Como no me canso de repetir era y es un amante fantástico.

Me hubiese gustado pasar un rato relajada entre sus brazos, y mientras él repasaba con su dedo la marca de la Hermandad grabada a fuego en mi hombro, iniciar una de nuestras conversaciones tranquilas sobre cosas mundanas: el instituto, sus amigos, sus conquistas y cosas así. Ambos sabíamos que no había tiempo para eso, pronto otros habitantes de la casa llegarían en tropel. Aun así cerré los ojos un ratito, deleitándome con la dulce sensación de su esperma saliendo lentamente de mi sexo, deseando que ese momento no terminase nunca. Incluso llegué a dormitar unos segundos en esa insólita posición, estaba agotada; las noches de estudio pasaban factura.

La paz se quebró de repente. Chillidos infantiles, ladridos caninos y la puerta del vestíbulo cerrándose de golpe de nuevo me despertaron. La marabunta subía por la escalera con gran escándalo. Era la guerra.
  • ¡Mierda! - Murmuró John cubriéndonos con la sábana, intentando protegerme.
Hizo una mueca de resignación tan divertida que me hizo reír.

La puerta de mi habitación se abrió y un par de fierecillas rubias en uniforme escolar, idénticas como dos gotas de agua, seguidas de un perro labrador no menos ruidoso se abalanzaron sobre nosotros como la ira divina.
  • ¡Ya estamos en casa! - Chillaron Sue y Tess, entre ladridos y risas mientras se quitaban la ropa.
Una vez desnudas, no tardaron ni un segundo en derribar impetuosamente la barrera de tela que nos separaba a John y a mí del mundo exterior. De inmediato comenzaron a echar mano a mi cuerpo, la presencia de su hermano mayor no las cohibió en absoluto.
  • ¡Esta es para mí! - Rió Tess amasando una de mis tetas.
  • ¡Esa la quería yo! - Protestó su gemela
  • Chicas, chicas. Con cuidado, vais a hacerle daño - intercedió John en mi favor al abandonar mi cama, harto de tanta algarabía.
Yo le sonreí agradecida. Era cierto que las niñas, con sus ganas de jugar, solían lastimarme durante nuestros juegos. Me mordían o arañaban con frecuencia, no obstante lo hacían sin malicia así que yo no me quejaba. Instruir sobre sexo a niños exigía una cierta tolerancia al dolor, eso no era un problema para una persona de Libre Uso como yo..
  • No pasa nada, no pasa nada - dije poniendo mi cuerpo a disposición de las chiquillas.
  • ¡Biennn! - chillaron ellas atacando si tapujos mi sexo.
John me sonrió de nuevo antes de salir de la habitación, yo le devolví la sonrisa.
  • Luego nos vemos, te lo prometo - le dije moviendo solamente los labios, se suponía que esa tarde yo estaba a entera disposición de las gemelas, otra cosa sería al caer la noche, cuando ellas durmieran - .
En cuanto John desapareció cerré los ojos y relajé mi cuerpo, sabía que Tess no se daría por satisfecha hasta que su puñito estuviera dentro de mi coño y que su hermana tomaría su relevo después. Posteriormente me tocaría acariciar vulvas a medio hacer y provocar orgasmos en coñitos infantiles con mi lengua. Las gemelas jugarían conmigo hasta la hora de la cena, tenían energía suficiente para dar y regalar.

                                                                                   *****
  • ¡Meterte el puño por detrás, qué brutas! Lo siento.
A Amber le gustaba revisar mi cuerpo antes de dormir. Sabía que por mi condición no iba a quejarme por los excesos cometidos por el resto de su familia, en especial sus hijas pequeñas. Las benjaminas de la casa habían heredado la vena sádica de su abuelo paterno y se despachaban a gusto conmigo en cuanto tenían ocasión. Vi una mueca de desaprobación en su cara, mi culo debía de tener mal aspecto. Obviamente yo no podía verlo aunque el escozor que experimentaba ya me daba una idea de su estado. Tampoco era para tanto, no era la primera vez ni sería la última que me rompiesen el trasero esas diablillas.
  • Mañana estarán castigadas. Se han excedido.
  • No pasa nada
  • No - repuso con severidad -. Deben ser conscientes de los límites. Deben cuidarte, como hacemos todos...
Se tomó un tiempo antes de proseguir:
  • … o casi todos.
  • Como quieras, aunque no es necesario. De verdad.
Mimosa, me besó un par de veces cerca de la zona dañada.
  • ¿Te apetece tomar un baño, Leah? - preguntó tendiendome la mano, esbozando una sonrisa .- Hay que limpiar esa sangre.
  • Claro.
Minutos más tarde ambas compartimos un baño de espuma reparador. Rara vez había sexo entre nosotras en la bañera. Cierto es que nos besábamos y nos regalábamos caricias más o menos íntimas de vez en cuando, sin embargo preferíamos invertir ese preciso tiempo a solas en charlar y llorar nuestras penas. Para lo otro estaba su cama o la mía, allí era todo mucho más divertido y cómodo.

Amber me gustaba, física y emocionalmente hablando. Más allá de ser mi Anfitriona, y que siempre me había cuidado como a una hermana pequeña, era la única que me entendía. Para ella era un libro abierto, me maravillaba su capacidad para saber cuándo algo me preocupaba. El baño era sólo una excusa para intentar relajarme por lo que iba a venir, yo lo sabía y ella también.
  • Tienes el pelo fatal - apunté aclarando la espuma de su cabello.
  • Sí. El agua de la piscina lo daña bastante. Es una pena.
Sentada tras ella apunté el chorro de agua caliente de la ducha a su espalda. Como tantas otras veces me maravillé con su cuerpo. Después mojé su hombro izquierdo. La señal de la Hermandad había desaparecido por completo, apenas quedaba una sutil cicatriz quirúrgica sólo perceptible a cortísima distancia. El cirujano plástico había hecho un trabajo sublime.

Amber era hermosa, además de ser un amor de persona, físicamente lo tenía todo: alta, rubia, con unos ojos verdes que te desarmaban y una boca sensual que invitaba a pecar. Pese a haber parido a tres niños seguía conservando una piel tersa y suave y unos pechos sensiblemente más pequeños que los míos, pero para nada caídos. Sus aréolas tal vez eran algo pequeñas en relación con el tamaño de los pezones, sin embargo el conjunto era bonito, acorde con su estilizada figura de bailarina. En la Hermandad se hablaban historias de ella, sobre su capacidad de aguante y sus predisposición al sexo. No coincidimos allí por poco. Hasta que las superé, sus hazañas sexuales se creían imbatibles. Por eso fue la escogida por el anterior Prelado para su libre uso… y yo la elegida para servir a Ben, su hijo y sucesor.
  • Iré yo - se ofreció mientras me secaba con la toalla.
  • No, sabes que eso no es posible. Debo ir yo - repuse con serenidad -.
Recuerdo que el sexo con Amber aquella noche fue algo diferente al habitual. Aprovechando la ausencia de su marido me pidió que intercambiásemos los papeles, que fuese yo la que marcase el ritmo y la pauta en la cama, que le hiciese de todo. También yo la conocía, en cierto modo se sentía culpable por lo que iba a suceder el día siguiente así que le di gusto. Era una diosa del sexo, una leyenda de la Hermandad, una máquina de follar precisa y metódica, la más famosa de las hembras de Libre Uso; si me hubiese contenido lo más mínimo sin duda lo hubiera notado.

Apreté las esposas que inmovilizaron sus muñecas al cabecero de su cama uno o dos puntos más de lo aconsejable. Utilicé los grilletes algo más largos para hacer lo mismo con sus piernas. Me aseguré de que estuviesen en el ángulo adecuado para abrirla en canal en una postura totalmente antinatural y dolorosa. A pesar de la mordaza, chilló antes de lo que pensaba cuando le levanté las piernas. La falta de práctica más que la edad le pasaron factura. Los tendones de sus ingles aparentemente no daban más de sí, aun así no me detuve y tiré de las poleas con firmeza hasta que sus pies y manos casi se juntaron. Rabiaba de dolor, la respiración le iba a mil por hora. Pasé de ella, se presentaban ante mí un coño y culo legendarios, y mi deber era masacrarlos.

Me coloqué en la cintura el arnés con el pene de látex más grueso. El bueno de Ben había prohibido el uso de dildos con púas de acero con las personas de Libre Uso, por eso se libró de un castigo más intenso. Obvié la lubricación y las caricias, no tocaba. Profané la entrada trasera de Amber con el falo sintético, enseguida me percaté de que por ahí sí seguía en forma. Lo engulló sin relativos problemas, eso me animó a continuar. Enculé a mi Anfitriona con ganas, gustándome; moví la cadera con toda la dureza que me fue posible, penetrándola una y otra vez, empujando todo lo que era capaz. La cama martilleaba la pared en un ritmo machacón y constante. Cuando lo consideré oportuno liberé su orto y repetí la jugada con su sexo para luego volver a empezar con su puerta de atrás. Rompí a sudar, ella ya lo había hecho mucho antes. Aun así estaba bellísima.

Amber se corrió de manera prolija tres o cuatro ciclos después como sólo ella podía hacer; en eso jamás he llegado a estar a su altura muy a mi pesar. Noté su abundante squirt empapándome el coño y al mirar su cara pude contemplar su enorme grado de satisfacción. Una vez más había cumplido mi propósito: proporcionar placer a mi Anfitrión.

Aun así sabía que todavía quedaba un par de cosas más por hacer: acopié toda la saliva que pude en mi boca y le escupí en la cara. Después, me incorporé sobre ella y descargué todo el contenido de mi vejiga sobre su rostro teniendo mucho cuidado de mojar tambien el resto de su cuerpo.

Cuando la liberé de sus ataduras Amber quedó hecha un guiñapo sobre la cama. Cualquier otra hubiera presentado un aspecto deplorable, en cambio ella seguía preciosa.
  • ¡Gracias! - me susurró cuando le besé en la frente a modo de despedida.
Mostrar agradecimiento a una persona de Libre Uso por parte de su Anfitrión tampoco era correcto pero como ya he dicho eso de cumplir la totalidad del Código no iba con nosotros.

Pese al cansancio, antes de volver a mi cuarto, hice una parada en el de John. Tenía una promesa que cumplir y una polla que atender.





Fin del capítulo 1

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