Nota: Rompiendo una costumbre de años publicaré esta serie conforme la voy escribiendo. Esto implica que algunos detalles iniciales pueden ir variando según se va desarrollando la historia. Serán pequeños cambios que no afectarán a la trama. Gracias por su paciencia y sus comentarios.
Lok Pou (El padrino)
Tuve mucha suerte de conocer a Sok durante mi primer viaje a Camboya, cuando la administración de ese país lo puso a mi servicio. Al principio iba a tratarse simplemente de mi chófer pero pronto se convirtió en mi escolta, mi traductor, mi guía y finalmente en un buen amigo. Era un tipo con un nivel de inglés más que aceptable, extrovertido, simpático y honesto hasta límites enfermizos, algo que contrastaba con los prejuicios que traía conmigo desde España sobre la gente de allá.
Recuerdo esa mi primera experiencia internacional como si fuese hoy mismo, estaba nervioso, no era para menos. Nuestra empresa había sido seleccionada para realizar la asistencia técnica para la construcción del puente a la isla de Koh Pen, sobre el río Mekong, en la ciudad de Kampong Cham, en la parte central del país. Al tratarse de un proyecto importante convenimos con mi socio que, al no tener yo cargas familiares, llevaría el asunto personalmente y allá que me fui sin conocer ni el idioma ni las costumbres pero con una ilusión enorme incluso cumplidos los cuarenta, soy un apasionado de los puentes y ese tipo de retos me motivan.
Los consejos de Sok sobre cómo manejarme con los camboyanos fueron literalmente oro puro, me libraron de un buen montón de dolores de cabeza y pérdidas de dinero. Yo quise agradecérselo infinidad de veces en forma de incentivos pero él se negó siempre a recibir más emolumento del convenido, como mucho aceptaba algún tipo de regalo para Dahrá, su hermosa esposa, o para su hija Mey, un torbellino de ojos rasgados de seis añitos que no dejaba de taparse la boca cada vez que me sonreía .
Pronto nuestro grado de confianza mutua fue creciendo conforme mis viajes a Camboya se iban sucediendo hasta llegar a un punto en el que, durante las tres o cuatro semanas que solía durar mi estancia allí, yo ocupaba una de las habitaciones de su casa, una modesta pero amplia vivienda de madera, bastante más cerca de la obra a supervisar que el frío hotel de la ciudad. Eso me permitía ahorrar un montón de tiempo en los desplazamientos y, de paso, justificar a los ojos de Sok el dinero extra que yo le daba por sus servicios y que sin duda merecía.
Pese a los inconvenientes propios de todo proyecto de semejante envergadura, todo iba bien hasta que la pequeña Mey, poco después de cumplir los ocho años, enfermó. Por aquel entonces el tifus hacía estragos en aquella zona del país y la enfermedad se complicó en su caso con una infección bastante seria para una niña de su edad. Por fortuna la chiquilla se recuperó, pasadas un par de semanas todo aquello pasó a ser un mal recuerdo de no ser por los gastos que el tratamiento acarreó.
La factura del hospital no era excesivamente alta para los estándares occidentales aunque resultaba inalcanzable para el modesto sueldo de Sok. Como no podía ser de otra forma me sentí en la obligación de correr con los gastos y, tras una acalorada discusión con el padre de la criatura, este accedió gracias a la intercesión de su esposa. Según mi criterio fue un acto de humanidad y para nada heróico. Los padres de la niña no lo interpretaron así, según ellos le salvé la vida a la criatura. Si hasta ese momento el matrimonio se desvivía para que mi estancia allí fuese de lo más placentera, a partir de ese suceso sus esfuerzos se incrementaron todavía más.
Justo antes de mi regreso a Madrid, Sok me invitó a cenar a un restaurante de la capital y, tras varios vasos de vino de palma de bastante graduación, me confesó que sería un honor para él como para su esposa que yo fuese el “Lok Pou” de Mey, una especie de protector de la pequeña a partir de entonces. Digamos que no soy una persona acostumbrada a beber y que no tolero demasiado bien el alcohol así que, pese a mi rechazo inicial, accedí encendido por el licor. No fui muy consciente de lo que significaba en ese momento, no entendía las costumbres de allá y quise equipararlas con las del típico padrino de aquí: hacer regalos para su cumpleaños, contribuir a la educación y hacerme cargo de ella si alguna vez sus padres faltasen por desgracia. A veces me pregunto qué sería de mi vida si no hubiese aceptado su oferta.
Al siguiente viaje, aproximadamente un año después, noté ciertos cambios en nuestra rutina que me resultaron extraños pero que asumí como propios para no crear problemas de convivencia. Ellos siempre habían sido extremadamente amables conmigo, lo último que deseaba era incomodarlos.
Entre las novedades sin duda la más reseñable era que la niña iba a dormir conmigo en el cuarto de invitados. Dahrá me explicó, durante la fiesta de bienvenida, con su inglés básico, que necesitaban sitio para la visita de sus sobrinos, y a la vez ahijados. Se trataba de un par de mellizos adolescentes de unos trece o catorce años, muy simpáticos y risueños, a los que yo había visto deambulando por la casa y con los que compartimos cena esa noche. De inmediato sugerí la opción de trasladarme a un hotel para dejarles sitio, ella se ofendió y negando con la cabeza me aclaró que era lo acostumbrado entre un Lok Pou y su ahijada, “que no me preocupara”. En realidad sus palabras exactas fueron:
¡Pasarlo bien! ¡Pasarlo bien! - Decía una y otra vez sin dejar de sonreír-.
Supuse que ella no dominaba lo suficientemente el idioma anglosajón para distinguir el matiz diferencial entre las dos expresiones. En lo referente al hecho en sí, no le vi mucho sentido, no obstante accedí sin más. En la obra habían surgido algunos contratiempos, algunos radicales no estaban de acuerdo con que el viejo puente de madera tradicional fuese sustituído por uno de acero y hormigón, ese pequeño cambio de rutina carecía de importancia para mí. Dormir con Mey era el menor de mis problemas; a sus nueve años la niña era buena como un angelito sin alas y apenas notaba su presencia.
Tengo que reconocer que no me esperaba que la niña se desvistiera por completo y se pegara a mí la primera noche que compartimos “kaev”, una especie de plataforma de madera elevada del suelo cubierta de un fino colchón. Cierto es que su desnudez no me sorprendió mucho, si alguien no conoce el calor húmedo de esa parte del mundo que vaya a allí en abril, cuando el suelo arde y la humedad caliente apenas te deja respirar. Había visto a Mey cientos de veces corretear de esa guisa por los pasillos durante mis anteriores visitas, al fin y al cabo era una niña, estaba en su casa y no hacía daño a nadie. No había problema. Lo cierto es que yo estaba algo borracho por la ingesta de alcohol, así que me limité a darle un besito de buenas noches en la frente e intenté dormir con su menudo cuerpo enroscado al mío llevando solamente el pantalón corto de mi pijama por el calor.
El cambio horario me pasó factura, me costó conciliar el sueño, un efecto secundario del exceso de licor, y más aún cuando en el cuarto de al lado Dahrá no dejaba de jadear. Sus gemidos de placer atravesaban con facilidad la fina madera que nos separaba, no era la primera vez que la escuchaba gozar. Mis anfitriones jamás se habían inhibido a la hora de practicar sexo estando yo en la casa; eran una pareja jóven todavía y daban rienda suelta a sus instintos con frecuencia. Los papás de Mey fueron padres siendo poco más que unos adolescentes, algo raro para mi España natal pero de lo más normal en aquellas latitudes.
Todavía faltaban varios años para que Dahrá alcanzase la treintena, tenía un cuerpo sensual, como la mayoría de las hembras del país. De estatura algo más alta que el bueno de Sok y con rasgos faciales finos y delicados, era toda una belleza. Además, a diferencia de Mey que era totalmente plana, presentaba un buen par de senos en el torso que solían vibrar bajo las camiseta de tirantes sin sostén que utilizaba. Conste que hasta ese momento yo la había respetado siempre, era la mujer de un amigo, pero no negaré que en más de una ocasión mis ojos habían buceado en su escote algo más de la cuenta. Uno no es de piedra y mirar lo que a uno se le muestra no es pecado, al menos eso decía mi padre.
El problema, por decirlo de alguna manera, vino a la mañana siguiente cuando desperté erecto como un mandril con similar banda sonora. Extrañamente los gemidos eran más agudos y parecían tener su origen en la habitación del otro lado aunque no le di más importancia. Aturdido por la resaca, me maravilló la potencia sexual del bueno de Sok y la fogosidad de su esposa.
No era raro que mi verga amaneciese encendida como aquel día aunque enseguida noté que, más allá de la normalidad, la erección que experimentaba esa mañana de domingo era a todas luces extraordinaria. En cuanto mis ojos se acostumbraron a la luz matinal que se filtraba por la ventana comprendí el motivo: la diminuta lengua de Mey recorría lentamente el interior de mi prepucio, rebañando a su paso las perlas de líquido seminal que brotaban de mi falo gracias a su suave movimiento mientras sus manitas me acariciaba con delicadeza los testículos y la base del pene. Desconcertado, me costó unos segundos ser consciente de lo que sucedía, los mismos que invirtió la niña en concluir los preámbulos e iniciar una felación en toda regla. Debido a su movimiento la punta de mi polla traspasó claramente el dintel de sus labios suaves y delicados, perdiéndose placenteramente en el interior de su pequeña boca, dándole a probar mis primeros jugos. Recuerdo ver cómo su pequeña cabecita subía y bajaba a la altura de mi entrepierna a un ritmo pausado pero contínuo y sentir un dulce calor húmedo en la punta de mi sexo.
Mey me la estaba chupando, estaba claro.
Reaccioné a la mamada infantil del peor modo. Alarmado y olvidando mis modales, retiré rápidamente el cipote de su boca y empujé a la niña de malas maneras. Mey rodó lastimosamente por el suelo entarimado y chilló. Jamás olvidaré su mirada de terror, desnuda e indefensa, con un par de manchas brillantes resbalando por la comisura de sus labios. De sus pequeños ojos oscuros comenzaron a brotar lágrimas, y si se tapó la boca esa vez fue para llorar amargamente, no para ocultar su bonita sonrisa como hacía siempre.
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¡Lo siento, lo siento! - Supliqué, no sé muy bien por qué me sentía en la obligación de excusarme por algo de lo que obviamente no era responsable.
Intenté incorporarme con intención de ayudarla, con el pijama a la altura de las rodillas y la verga erecta. Sin darme tiempo a reaccionar la pequeña Mey salió disparada de la habitación sin dejar de llorar. Eso hizo que saltaran todas mis alarmas. Sin duda la niña iba a contar a sus progenitores su versión de lo sucedido; sin comerlo ni beberlo me había metido en un buen lío.
Ya estaba intentando elaborar la menos disparatada de las excusas, andando dando tumbos por el pasillo con la polla al aire, cuando por la puerta del dormitorio principal salió Dahrá con la niña entre sus brazos llorando amargamente sobre su hombro. Era la primera vez que veía el hermoso cuerpo de la madre desnudo aunque mi nerviosismo era tal que pasé por alto tal circunstancia. Mey no dejaba de hipar y sollozar señalándome mientras ella sonreía y le daba besos tiernos en el pelo a su única hija. No perdió la calma en ningún momento, en cambio yo estaba a punto de un ataque de nervios. Aterrado intenté ocultar mi cipote bajo el pijama pero el abultamiento que se formó en mi entrepierna fue incluso más delatador que la presencia de mi miembro viril al aire.
De repente, la puerta de la habitación del otro lado se abrió. De ella salió Sok, también en pelotas, rascándose los huevos y lanzando un bostezo tras otro como si nada. Tampoco parecía muy alterado por lo que sucedía, más bien sonreía divertido por lo que contaba la niña. Mis ojos se abrieron como platos cuando, tras él, apareció en el pasillo su sobrina semi desnuda frotándose los ojos. Yo estaba ofuscado aunque no lo suficiente como para no identificarla como su acompañante en el polvo matinal. Dahrá, lejos de montar una escena, seguía consolando a la niña, no daba la impresión de estar sorprendida ni por el bulto de mi pantalón ni por su más que evidente incestuosa cornamenta.
No obstante esa no fue la última de las sorpresas que me llevé esa mañana ya que, de la habitación matrimonial, la que ocupaba Dahrá, salió el otro mellizo, medio adormilado también y vestido como su mamá le trajo al mundo, exhibiendo una escandalosa erección en su pene adolescente.
Recuerdo que me quedé paralizado ante lo extraordinario de la situación. El matrimonio se enzarzó en una discusión indescifrable para mí. Para ser honestos solo Dahrá parecía regañar al bueno de Sok que no hacía más que acariciar descaradamente el trasero desnudo de la jovencita que tenía a su lado y sonreir. En cualquier caso no se trató de la típica refriega matrimonial ni mucho menos ya que finalmente, para mi asombro, ambos me miraron con condescendencia y se rieron.
Yo pedir “Pasarlo bien”, ¿no? - preguntó al fin la adulta con su rudimentario inglés, mirandome a los ojos a modo de reprimenda.
Sí - contesté yo sin entender lo que pretendía decir.-
La dueña de la casa puso pies a tierra a su hija, tomó su mano y la juntó con la mía. Mey ya no lloraba y levantaba la mirada del suelo con cierta regularidad, mirando de reojo el montículo de mi entrepierna. Parecía algo más animada y eso me tranquilizó. Después la mamá nos fue empujando de buenas maneras a la niña y a mí hasta nuestra habitación entre las risas de todos los demás. Justo antes de dejarnos a solas me miró con fingida severidad y repitió de nuevo en su primitivo inglés:
¡Pasarlo bien! ¡Pasarlo bien! ¿Sí?
Sí - contesté sin saber muy bien lo que iba a pasar cuando la puerta se cerró sin más -.
No reaccioné, fue Mey la que me arrastró junto al lecho. Su risa adormeció mi mala conciencia cuando me quitó los pantalones y mi ropa interior a un tiempo, me tumbó sobre el exiguo colchón e hizo todo el trabajo. Todavía en shock por lo extraordinario de la situación, dejé que la niña me chupara la polla con total libertad hasta hacerme eyacular entre sus labios. Fue una mamada no exenta de pericia; a pesar de su corta edad la niña suplió su evidente falta de experiencia con un despliegue de tesón, ganas y determinación. Chupó y chupó una y otra vez sin la menor vacilación. Sólo se detuvo cuando destrozó mi resistencia y logró su premio. Esa vez fui yo el que gritó de placer, se lo dí todo, sin guardarme nada. No anuncié el final feliz y ella se atragantó, lo que me hizo sentir todavía más culpable. Mey se repuso, tragó el semen que había logrado mantener en la boca y luego utilizó su lengua para recoger el que se había derramado sobre mi cuerpo tal y como hacía el resto de las cosas: con buen ánimo, sin protestar y con una sonrisa dulce al finalizar.
Recuerdo que me costó un mundo salir de la habitación para almorzar al mediodía. En cierto modo me daba vergüenza por lo que había hecho con Mey, mi escandaloso orgasmo se había escuchado por toda la casa, era imposible que tanto sus papás como sus acompañantes no me hubieran escuchado. Esperaba algún tipo de reprimenda o protesta por parte de sus papás o incluso algún tipo de extorsión o exigencia de pago por el acto sexual poco apropiado con una niña tan pequeña; ninguna de esas cosas sucedió. Por el contrario, la comida discurrió en el tono distendido habitual, todo era bullicio, risas y buen rollo. Dahrá y Sok se regalaron incluso más besos que de costumbre y estuvieron muy acaramelados y sonrientes todo el tiempo. Los mellizos me preguntaban cosas de mi país y yo, sin dejar de dar vueltas en mi cabeza a lo sucedido, les explicaba en un inglés muy sencillo sus dudas, intentando no mirar más de la cuenta el bonito cuerpo prácticamente desnudo de la joven.
La pequeña Mey se mantenía en un discreto segundo plano; en braguitas se limitaba a escuchar las conversaciones de los mayores con interés. En un momento se sentó sobre mi rodilla, como hacía desde muy niña, no consideré nada de sucio en ello. Sin embargo la inocencia habitual se hizo trizas cuando su pequeña mano guió a la mía hacia el interior de su lencería infantil. Me puse nervioso, no violento pero sí intranquilo. Las dos primeras veces que ocurrió retiré mi mano de ahí discretamente e intenté seguir con mi exposición sin dar más importancia a lo que estaba pasando, hasta que descubrí una ligera muestra de desaprobación en la cara de Dahrá. A la siguiente intentona me rendí, con las yemas de mis dedos noté su calor, mi voz se quebró y no pude seguir hablando lo que provocó una risa general que extrañamente liberó mi tensión.
Bajo las minúsculas braguitas mis dedos se dieron un festín de carne infantil. El interior de los muslos de Mey era de una suavidad y tersura imposibles de describir con palabras, sólo el que haya tocado así a una niña de su edad sabrá de qué hablo. Noté el calor de una vulva a medio hacer, la mezcla del sudor y jugo íntimo resbalando por mis dedos y el candor de su minúscula rajita, más bien un tímido agujero apenas perceptible al tacto. Rocé el clítoris con suavidad, un botoncito nada más, una leve prominencia resbalando entre mis yemas. Cuando comencé a acariciarla con más vehemencia, ella se tensó, dio un respingo y se abrió de par en par, invitándome a seguir con mis tocamientos íntimos delante de su familia. Era obvio que ella quería que yo le diese placer y la presencia de espectadores parecía tenerle sin cuidado.
Excitado a más no poder sucumbí a los encantos de la niña. Siempre me había considerado una persona íntegra, jamás había sentido una atracción física por alguien tan joven, no obstante lo acontecido esa noche había calado hondo en mí y mi polla volvía a estar dura como una piedra gracias al recuerdo de los cálidos labios de mi ahijada.
Masturbé a Mey delante de sus allegados sin el menor pudor. Tañí su campanita, rocé su intimidad y penetré ligeramente su vulvita hasta que la niña, con los párpados entornados y rota de placer, se corrió entre mis dedos con una intensidad similar a lo que lo hubiera hecho una adulta. Los orgasmos de Mey siempre han sido excepcionalmente lúbricos y su primera vez no fue una excepción. Embriagado por el morbo, me llevé los dedos a la boca y paladeé su néctar. Era dulce, sutilmente hormonado y muy fluido. Al alzar la vista pude ver el gesto de aprobación en la cara de Dahrá. Creo que le gustó mi manera de dar placer a su hija, en cierta manera me reconfortó.
Sé que visto desde el punto de vista occidental mi actuación fue inmoral y reprobable, sin embargo en aquel entorno no fue vista más que un acto íntimo entre un “Lok Pou” o padrino y su “Koun Chenh Chem” o ahijada dentro de un entorno familiar y privado. Nadie se escandalizó por ello, todos siguieron a lo suyo como si nada. Tras recoger los cacharros, cada pareja de joven y adulto se dirigió a sus respectivas habitaciones para dar rienda suelta a sus instintos. El aroma a sexo inundó la casa ese fin de semana.
Nosotros hicimos lo mismo, de hecho fue la niña la que me guió al lecho agarrándome del cipote. Su predisposición hacia el sexo estaba muy clara. Durante la siesta repasé el cuerpecito de Mey con la lengua tantas veces que me lo aprendí de memoria hasta saciarme con su jugo vaginal Por su parte ella me ordeñó los huevos con su boca hasta que el dolor de testículos se me hizo tan insoportable como placentero.
He de decir que, en el fragor de la batalla, la niña se colocó sobre mí e intentó jalarse el cipote por el coño a lo que yo me negué. La diferencia de tamaños entre sus genitales y los míos era tal que consideré imposible consumar la penetración sin provocarle dolor. Recuerdo su carita de decepción pero no cedí. Por nada en el mundo quería causarle daño de ningún tipo a mi ahijada.
A la mañana siguiente, mientras nos dirigíamos a una reunión en la ciudad y por extraño que parezca, Sok me pidió perdón. En contra de su naturaleza no había sido honesto conmigo y de ahí el enfado de su mujer el día anterior. Por lo visto debía haberme contado las peculiaridades de la relación entre un padrino y su ahijada en ese lugar al proponérmelo. Tanto ella como Mey creían que yo estaría al tanto de la situación y de ahí el berrinche de la niña ante mi reacción a sus atenciones. Lo cierto es que no fui capaz de culparle: si la condición para ser Lok Pou era que su hija de nueve años iba a tener sexo conmigo muy probablemente no hubiera aceptado.
Reconozco que su estrategia poco apropiada tratándose de un tipo tan recto tuvo éxito. Estaba encantado ante la nueva perspectiva que se abría ante mí. La reunión me importaba un pimiento y si el puente se caía me la traía floja: sólo pensaba en terminar rápido y volver a encerrarme con Mey en la habitación. Una vez probada la droga de su cuerpo fue imposible desengancharse de ella.
Mi rutina diaria se redujo a la mínima expresión a partir de entonces: Mey y obra, obra y Mey. No había para mí nada más, ni nada menos. Encamarse con ella era un disfrute en todos los sentidos, jamás hubiera imaginado que un cuerpo tan pequeño fuese capaz de proporcionar un placer tan grande. Sus mamadas eran cada vez más deliciosas y certeras.
Más allá del acto sexual en sí me maravillaba la naturalidad con la que se llevaba a cabo. No había necesidad de escondernos, hacíamos lo que nos pedía el cuerpo en cualquier sitio de la casa, circunstancia que también se repetía con el resto de los habitantes de la misma. Especialmente fogosa y desinhibida era Dahrá, que literalmente asaltaba a su exhausto ahijado en cuanto el miembro viril de este mostraba un mínimo de vigor. Durante esos actos sexuales pude percatarme de las excelencias de su cuerpo, era una mujer realmente hermosa. Sok era mucho más discreto y montaba a su protegida casi siempre en privado aunque la jovencita tenía una tendencia natural al naturismo que me alegraba la vista con su maravillosa desnudez todo el tiempo.
Cuando los mellizos volvieron a su casa días después, el chaval mostraba unas ojeras considerables y hasta me dio la impresión de que había perdido un kilo que otro aunque, eso sí, lo hizo con una sonrisa de oreja a oreja. La chica también se marchó con lo suyo, con la vagina y ano dilatados y llenos de esperma del bueno de Sok y muchísimas ganas de volver.
Reconozco que tenía un montón de preguntas y dudas con respecto a esa maravillosa costumbre, desconocida para mí aunque seguía teniendo bastante pudor a la hora de formularlas a Sok. Cuando lo hice, me dio a entender que era una costumbre muy ancestral en esa zona del país y que él, pese a ser de la capital, había adoptado con sumo gusto cuando se casó con Dahrá. También me confesó que fue ella la que insistió en ofrecerme el apadrinamiento de Mey. Me vino a decir que era con Dahrá con quien tenía que hablar todas esas cosas que desconocía, circunstancia que me sorprendió.
La mujer satisfizo mi curiosidad explicándome las peculiaridades de aquella costumbre ancestral como bien pudo dada su poca agilidad con nuestro idioma en común.
¿Cuándo tú meter a Mey? - Me preguntó cuando dejé de interrogarla sobre el origen de tan curiosa costumbre, después de haberme servido un té.
¿Cómo? - su manera de ir al grano me sorprendió.
¿Cuándo tú meterla? ¿Cuándo follar a Mey? - dijo sin más - ¿Se dice así? Ella no saber por qué tú no querer...
Casi me atraganté con la bebida, no esperaba yo una pregunta semejante de una madre refiriéndose a su niña.
Yo… yo…
¡Tú ser su Lok Pou! ¡Tú enseñar! Ella ansiosa por aprender- sentenció-.
Ella… ella es muy pequeña todavía - me excusé -.
¡Mey no pequeña! - repuso dándome ligeros golpes en el pecho, molesta -¡Yo follar más joven que ella! ¡Todas sus amigas hacerlo con sus Lok Pou ya! ¡Sólo Mey no hacer! ¡Sólo Mey no follar!
Aquella cascada de información no solicitada me turbó. Yo conocía a gran parte de las amigas de mi ahijada, me costaba mucho concebir que aquellos pequeños cuerpos ya habían sido iniciados en el sexo vaginal por hombres adultos.
¡Ya lo intentamos! - confesé al fin -. No le entra. Mi pene es demasiado grande para ella todavía
¡Tú empujar más! ¡Tú entrar en Mey! Tú iniciar. ¡Tú follar! Ser tu deber. Tú Lok Pou.
Tras una negociación de lo más surrealista, acordé con la señora que tomaría la virtud de su hija durante la siguiente visita, unos seis meses más tarde. Recuerdo que me hizo prometerlo por mis antepasados, algo bastante serio allá. Aun así estoy más que convencido que Dahrá jugó sucio ya que, pese a nuestro acuerdo, Mey seguía intentando clavarse mi verga por el coño en cuanto yo bajaba la guardia. Me costó dios y ayuda mantenerme firme, más aún cuando el extremo de mi pene aparecía embadurnado por sus flujos tras las intentonas.
Recuerdo la despedida de aquel viaje especialmente dura. Me había acostumbrado a despertarme a diario con la larga melena de Mey enredada entre mis dedos y sientiendo el calor de sus labios rodeando mi pene dándome placer. Estuvimos veinticuatro horas desnudos, encerrados en nuestra habitación antes de mi partida y cuando subí al avión comencé a descontar las horas que faltaban para volverla a ver.
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