"MONEDA DE CAMBIO" por Kamataruk


  • ¡Os he dicho que no me toquéis!


A Vega le faltaban manos para arrancar de su busto la pléyade de dedos que se

aferraban a sus senos. Los tres universitarios veteranos se ponían las botas con ella, estudiante de primer curso, sabedores de que sus malas artes no tendrían consecuencias importantes más allá de una inocua pataleta.


  • Pero, ¿qué narices te pasa hoy? – Preguntó el más audaz metiéndole la mano
  • por el escote, amasándole el pecho desprovisto de ropa interior con rudeza.
  • ¡He dicho que no quiero hacerlo! – repuso la chica golpeando al agresor hasta
  • que logró zafarse.
  • No decías eso la semana pasada…
  • No te hagas la estrecha, sabemos que te encanta follar con nosotros…
  • Y con todos los demás…


Los ojos color miel de la morena se humedecieron más por tristeza que por pura rabia, como habría sido lo propio. Por mucho que intentara negar la evidencia la realidad era tozuda como ella sola: lo que decían de ella era cierto, y si albergaba alguna esperanza de pasar página, ya estaban aquellos babosos revoloteando a su alrededor como buitres para recordarle sus acciones pasadas. Había practicado sexo con ellos en reiteradas ocasiones y, pese a sus protestas, sabía que aquella tarde no iba a ser diferente al resto. Pronto los tendría encima, debajo y, muy a su pesar, dentro.


Vega todavía no podía creer cómo ella, tan vergonzosa y prudente durante toda su

adolescencia allá en su pueblo natal, había podido caer tan bajo al llegar a la ciudad. En realidad sí sabía el motivo por el cual su vida se había convertido en una espiral de sexo y más sexo, pero estaba tan enamorada del cuarto ocupante de aquel piso de estudiantes que era incapaz de identificar como tóxica la relación existente entre ella y Héctor. Lo quería tanto y estaba tan colgada de él que asumía como normales situaciones que para la gran mayoría de chicas hubieran sido insostenibles.


Cada vez que salía de aquella casa, cada vez que tomaba el ascensor de bajada lo hacía con lágrimas en los ojos y jurándose a sí misma que había sido la última vez que cruzaba aquel dintel y aun así allí estaba de nuevo, con su minifalda más corta y su camisa más escotada, compartiendo el sofá con aquellos babosos que la desnudarían primero con la mirada y después de manera literal.


Vega no se creía especialmente agraciada en lo referente a su físico, más bien todo lo contrario. Se veía a sí misma como una chica normal, más bien del montón… del

montón de los feos como le decía su abuela desde muy niña. Si bien su cara era realmente hermosa, su principal complejo comenzaba de cuello para abajo. Sin llegar a ser obesa, sus redondeces y curvas se alejaban del estándar de la belleza actual y eso minaba su ya de por sí débil autoestima.


En otro tiempo la sociedad la hubiese considerado una diosa, pero en estos días en los que la anorexia cotiza al alza y los coros de Proanas vomitan sus soflamas a su libre albedrío de manera impune, la chica podía considerarse como vulgar. Acomplejada y deprimida, al poco de llegar del pueblo, Vega se enamoró perdidamente del chico más popular y guapo de la facultad de enfermería.


La proporción entre chicos y chicas en el centro educativo era de uno a diez y la

probabilidad de que un Adonis como Héctor se fijase en una mosquita muerta como

Vega era de una en un millón, sobre todo teniendo en cuenta el físico espectacular de muchas de sus compañeras así que, en cuanto éste le lanzó el anzuelo en una de las fiestas de la facultad, ella lo mordió con caña y todo. 


Ya desde la primera noche en la que él se las arregló para quedar a solas le regaló eso que las chicas más guapas y selectivas no estaban dispuestas a dar a chicos malos como él, eso que con tanta devoción había guardado durante su adolescencia, eso que había prometido a su madre entregar única y exclusivamente al hombre que la llevase al altar y a nadie más.


Su promesa y su himen se quebraron apenas treinta días después de haber

abandonado el nido; aquella noche de Halloween en la que Héctor no dejó de

regalarle los oídos hasta que obtuvo lo que estaba buscando. Vega le entregó la

virginidad de sus tres agujeros la noche de difuntos, sin importarle las consecuencias, dejándose llevar más por las falsas promesas del muchacho que por la lujuria de su propio cuerpo.


A partir de entonces la vida de la joven se transformó hasta unos extremos

impensables para ella. No importaba el día ni la hora; bastaba una simple llamada de teléfono para que Vega acudiese allá dónde Héctor la necesitaba. En el coche, en su casa, en algún sórdido callejón o en los mismos baños de la facultad; el muchacho saciaba su apetito sexual con ella sin importarle lo más mínimo sus sentimientos. 


A pesar de que en teoría eran novios, rara vez salían juntos ya fuese de fiesta, de paseo o al cine. Ni tan siquiera quedaban para tomar un triste café en la cafetería de la universidad; es más, no era raro que Héctor ni siquiera la saludase cuando iba rodeado de compañía femenina. El chico la requería para una sola cosa y ella aceptó su destino con resignación; si su corazón albergaba alguna duda desaparecía en cuanto el chaval le sonreía. El coño se le ponía a punto de nieve tan sólo con un gesto cómplice de su amado.


Vega no era tonta, aunque se lo hacía. La realidad le dolía demasiado. Sabía que la

cornamenta que soportaba era de proporciones considerables, que su chico disparaba a todo lo que se movía y que se tiraba a cualquier golfa que le diese cuartel. A pesar de todo, era la novia oficial de Héctor y eso para ella era más que suficiente. Su grado de encoñamiento era tal que estaba dispuesta a hacer lo que fuese necesario para conservar su estatus de, si no la única, sí la primera. Por eso estaba allí aquella tarde en el piso de su novio y por eso iba a dejarse follar una vez más por aquellos babosos: estaba segura de que si ella no lo hacía, otra ocuparía su lugar de forma inmediata de buen grado.


  • ¿Qué sucede?
  • Esta puta, que ahora se pone monjita.
  • ¡Eh, no es ninguna puta! ¡Pídele perdón o te parto la boca!
  • ¿Pero qué cojones dices?
  • Hazlo o se jodió la fiesta.
  • ¡Joder… vale, vale! Perdooona, Vega.


Vega se sintió feliz; Héctor rara vez la defendía y que intercediese por ella cual

caballero andante resultaba una novedad sumamente agradable.


  • Cariño, ¿qué sucede? – le dijo él sentándose a su lado al tiempo que jugueteaba
  • con un mechón rebelde de su cabello.
  • Creí que íbamos a estar solos… me lo prometiste.
  • Pero princesa… son mis colegas. Lo mío es suyo y lo suyo es mío, ya hemos
  • hablado de esto muchas veces y estabas de acuerdo…


Técnicamente hablando lo que para Héctor había sido una conversación fue en

realidad un monólogo en el que explicaba a Vega su retorcida teoría sobre el amor

libre, el intercambio de parejas y la fidelidad. La chica no decía nada cuando esto

sucedía, se limitaba a asentir igual que los niños, por miedo a ser rechazada; sin embargo no llegaba a asumir como propias las creencias del muchacho que le tenía arrebatado el corazón.


El grado de alienación de Vega era tal que entendía como normal que la asemejasen a un objeto, a una mascota o a una prenda que se podía prestar a quien Héctor le diera la gana.


  • Lo recuerdas, ¿no?
  • S… sí… - susurró ella a media voz.
  • Pues anda… - prosiguió él besándole el cuello -, sé buena y pórtate bien. No me
  • hagas quedar mal… ¿vale?
  • E… está bien – capituló la joven como hacía siempre.


Desconsolada, Vega observó cómo su amado se apartaba de su lado y se acercaba al mueble bar para prepararse un trago de su licor favorito con total

indiferencia mientras el más osado de los otros muchachos atacaba los botones de su camisa de seda. Ella no lo detuvo ni verbal ni físicamente, tal y como su amor le había ordenado. La muchacha ni siquiera tuvo el consuelo de que fuese Héctor el primero de sus amantes, es más, dada su actitud pasiva, dudaba muy mucho de que fuese a participar en la orgía.


Aquello no era nuevo. Hacía un tiempo en el que los encuentros sexuales entre la

pareja se producían con cuentagotas de no haber terceras personas de por medio. A Vega le quedó el consuelo de que por lo menos aquella vez no tendría que ver cómo su novio se lo montaba con alguna calentorra en su presencia. Su ceguera amorosa era tal que lo que hiciesen con ella o le obligaran a hacer le traía sin cuidado, lo que realmente le mataba de celos era ver a su hombre en manos de otra. No podía soportarlo, era más fuerte que ella. Los gemidos y suspiros de placer provocados por su amante en otra hembra se clavaban en su alma como dagas incandescentes e indelebles.


  • ¡Joder, vaya tetas! – Exclamó el muchacho que le metía mano sin pudor.


El tipo ya se había deshecho de la camisa y jugueteaba con los pechos de Vega con

ansia. La joven no separaba la vista de Héctor, albergaba la esperanza de que éste

recapacitase y acabase con aquella tortura de un plumazo pero el muy cobarde ni

siquiera tenía el valor de aguantarle la mirada, se limitaba a jugar a la Play Station sin darle la menor importancia a lo que estaba pasando a su alrededor.


Los otros dos buitres que hasta el momento habían permanecido en la retaguardia se lanzaron hacia la presa y a seis manos enseguida consiguieron desnudar a Vega por completo. Los tres amigos se dieron un festín con su cuerpo, tocaron todo cuanto les apeteció tocar. Le lamieron las tetas, la vulva e incluso la entrada de su ano bruscamente, con la total anuencia de la joven y el consentimiento tácito de su novio. Tomándola de las muñecas, guiaron las manos de la chica hacia sus paquetes que, a pesar de no estar endurecidos por completo, ya mostraban un vigor considerable gracias a los tocamientos al cuerpo de la joven.


Después se bajaron los pantalones a toda prisa, y tras hacer lo mismo con sus

calzoncillos, se sentaron en el sofá entre bromas y risas uno al lado del otro.

  • Venga… chúpamela… guarra…
  • Eso, eso…
  • Jí, jí, ji… ¡Y a mí!

Esta vez Héctor pasó por alto el insulto hacia su chica, enfrascado como estaba en una cruenta batalla de espadas.


Resignada, Vega se arrodilló y dirigió su cara hacia el falo que tenía más cerca. Le daba lo mismo empezar con uno o con otro, sabía que terminaría complaciendo a los tres. Respiró profundamente, rezó porque la polla a atender no estuviese demasiado sucia y actuó como su novio quería.


Siempre que se metía una polla en la boca, mientras su lengua transitaba por aquellos sucios recovecos, a la joven le asaltaba el mismo oscuro remordimiento: qué pensaría su madre si la viese en esos momentos haciendo algo tan repugnante.

Su mamá la llamaba todas las noches, le preguntaba si comía bien y le recordaba que debía rezar sus oraciones. Ella le mentía como una bellaca. Vega estaba segura de que a su progenitora se le rompería el corazón en mil pedazos si supiese que su única hija rara vez dormía sola en su cama, que su dieta contenía ingentes cantidades de esperma masculino o que, si bien se arrodillaba a diario, no era para hablar con Dios precisamente.


Vega liberó su mente, dejó de pensar y actuó con precisión suiza. No hacía ni tres

meses que su carrera de chupapollas había comenzado y poco o nada tenía ya que

aprender de sus contrincantes más veteranas. Como si de una abeja se tratase, fue de flor en flor, libando el néctar de aquellos capullos hasta dejarlos limpios y relucientes, listos para otros menesteres. Su único consuelo fue comprobar que, por lo menos aquella vez, los muchachos no habían grabado en un vídeo sus maniobras tal y como habían hecho en otras ocasiones. Sus videos sexuales corrían de móvil en móvil entre sus compañeros de clase, tenía la sospecha de que era el mismo Héctor quien los compartía o incluso los vendía, no obstante era más sencillo para su corazón enamorado echarle la culpa a terceras personas.


  • Tu chica es un portento, Marquitos…
  • Una fuera de serie…
  • Tendrás que pasármela cuando te canses de ella…


Aquel último comentario no hizo ni pizca de gracia a una Vega que, mostrando algo de autoestima, hizo amago de retirada.


  • ¡Cállate, gilipollas! – protestó Héctor alzando la voz -. No le hagas caso,
  • pequeña. Sigue… que lo estás haciendo muy bien.
  • ¿De verdad?
  • Pues claro… no te pares ahora. Hazles eso que a mí me gusta… ya sabes.
  • Sí.

Animada por la arenga, Vega se colocó de horcajadas sobre uno de los muchachos.

Tomó su verga e intentó dirigirla hacia su ano, sin embargo la polla del muchacho no era lo suficientemente larga para consumar la sodomía, al menos en esa postura. El falo se introducía en el ojete un par de segundos pero pronto resbalaba y salía sin lograr el acople completo.


  • Venga chicos, dejad un poco de sitio.
  • ¡Eh, que si la tienes corta no es nuestra culpa!
  • ¡Pregúntale a tu madre si la tengo corta!
  • ¡Ya te gustaría! ¡Mi madre es una diosa!
  • Si, aunque con bigote.


Entre risas y bromas, dos de los muchachos se apartaron dejando más espacio a los amantes. Vega probó otra postura, esa que solía adoptar cuando Héctor deseaba contemplar cómo una verga extraña entraba en su orto. Se dio la vuelta y, dando la espalda a su compañero de juegos, le tomó la polla y la colocó en su entrada trasera.


Aguantó la respiración mientras se dejó caer sobre ella y la fuerza de gravedad hizo su trabajo. Aparte de un dolor intenso logró otra cosa con su chillido, que el bueno de Héctor dejase el videojuego a un lado y  fijase su atención en ella. Se trataba de una recompensa mínima, era consciente de ello, pero en la guerra cada agujero es trinchera y andaba tan necesitada de cariño y afecto por parte de él que todo lo daba por bueno.


Sin dejar tiempo a que su cuerpo se acostumbrara al intruso, comenzó a menear la cadera, consciente de que sus gestos de dolor proporcionaban un plus de excitación a su amado.  Poco tiempo después el pene entraba y salía con gracia de su esfínter anal, bañándolo de líquidos preseminales que dejaban un cerco blancuzco alrededor del falo. 


Vega hizo cuanto pudo para prolongar su agonía, contemplar cómo los ojos de Héctor brillaban al verla sufrir le infundía fuerza y adormecía su ano, minimizando el dolor que sentía en un agujero diseñado para el trasiego inverso. Sin el menor reparo, se empaló por completo. Pronto la improvisada amazona, con su culo totalmente dilatado, movía las caderas a buen ritmo. El tipo jadeaba hasta que lanzó un gruñido y, en una maniobra traicionera,  la enculó con ahínco lo más que pudo unas cuantas veces hasta que se derritió en su orto mientras ella no dejaba de chillar de dolor. Cuando sacó la polla, un grumito de esperma cayó lánguidamente desde el culo de Vega hasta manchar el asiento.


Héctor se sacó la verga y  comenzó a masturbarse con parsimonia. Vega interpretó el gesto como una victoria pírrica; al menos uno de los dos estaba disfrutando de todo aquello. Se incorporó un poco para que la circulación llegase a sus piernas pero pronto otro romeo reclamó lo suyo y adoptó de nuevo la misma postura.


La segunda enculada fue bastante más sencilla que la primera. La corrida anterior hizo de lubricante y además la polla en cuestión, si bien más larga, era algo menos

gruesa, lo que permitió que el intestino de vega se amoldase al intruso con mayor

facilidad. Con todo lo que más motivó a Vega fue ver la cara de Héctor, ebrio de

placer, frotándose el estoque a su salud. Si su chico era feliz, ella también. Dispuesta a darlo todo, utilizó su ano de manera intensa e incluso, de tanto en cuando, se sacaba la polla por completo para luego dejarse caer con todas sus fuerzas, arrebatando alaridos de placer a su segundo amante mientras su vientre crujía. Ni siquiera cuando los chorros de semen barnizaron las paredes de su  intestino y proporcionaron una lubricación extra a la enculada logró que el dolor remitiese. 


  • ¡Uff, vaya corrida! - balbuceó el semental  entre risas -. Un día de estos vas a matarme, gordita…


Vega prefirió tragarse el orgullo y hacerse la sorda, tenía otros problemas más acuciantes que los insultos. El exceso de intensidad tuvo consecuencias, el ano le dolía a rabiar, estaba segura de que incluso sangraba y todavía le quedaba un tercer toro por lidiar, el más dotado y el más fiero. Rota, ya no tenía fuerzas para seguir cabalgando, pensó en  tirarse al suelo, separar sus glúteos y ofrecer su dolorido agujero al tercero de sus amantes de forma que su novio no perdiese detalle. Sin embargo no lo hizo, sabía que eso a él no le hubiera gustado, quería que ella fuera siempre la parte activa de la cópula así que se dispuso a repetir una vez más la maniobra. 


En cuanto la polla presionó su ano sabía que algo no iba bien, veía las estrellas, le dolía a rabiar. Héctor intuyó algo al ver que no se decidía a continuar.


  • Venga, pequeña. Mira, mira cómo me tienes, no me falles ahora…


Vega cerró los puños, apretó los dientes y, tras sacudir unas cuantas veces la verga

para que ganase firmeza, la dirigió hacia su dolorida puerta trasera. Chilló, jadeó y lloró y centímetro a centímetro fue logrando jalársela. No obstante, por mucho que lo intentaba no lograba clavársela entera aunque sí lo suficiente como para regalarle a aquel indeseable un polvo que jamás olvidaría y a su novio el espectáculo que buscaba. Sin embargo eso no era suficiente para Héctor:


  • Quiero que te la metas toda, ¿me has escuchado? Toda - le ordenó duramente sin dejar de tocarse -.


Ella asintió, el dolor experimentado era tan enorme que las palabras no le salían por la boca. Con los ojos cerrados, sopló y se retorció pero no cejó en su empeño de darlo todo; abrió las piernas hasta casi desencajarlas, notó como algo dentro de sí quebraba como nunca antes, pero nada de eso la impidió acoplarse. Justo en el momento que su ano admitió toda la polla esta explotó en lo más profundo, y cuando el chaval la retiró, dejó tras de sí un reguero de esperma, sudor y heces. 


  • Muy bien, muy bien. Eso es eso, es mi vida… eres la mejor.


La joven cayó en el sofá hecha un ovillo. A duras penas pudo abrir los párpados. El culo le ardía a rabiar pero las palabras de satisfacción de Héctor lo compensaba todo.  El se acercó y le eyaculó en la cara, la distancia era tan corta que no podía fallar dibujando monigotes de esperma en la mejilla y en los labios. Vega ni siquiera esperó la orden de su chico y, anticipándose a sus deseos, abrió los labios para que él vertiese los últimos vestigios de su simiente en su interior. Como si fuese el más delicados de los néctares se lo tragó con total devoción.


  • ¡Eh, yo también quiero hacer eso!

  • Y yo.

  • Se lo haremos los tres a la vez.


El alma se le partió un pedacito más cuando Héctor no solo se hizo a un lado sino que, armado con su teléfono móvil, se dispuso a grabar el suceso. Vega aguantó estoicamente los comentarios ofensivos hacia su físico mientras ellos se masturbaban frente a ella y luego los chorros de semen golpeando su frente y resbalando por su cara. Mantuvo un poco de dignidad no accediendo a abrir la boca durante el bukake, no quería que el semen de su chico se mezclase en su estómago con el de aquellos indeseables.


Cuando el espectáculo terminó Héctor se puso a jugar a la play con sus amigos entre risas y colegueos. Ni siquiera tuvo la delicadeza de interesarse por el estado de Vega que permaneció un tiempo inmóvil gestionando en silencio lo sucedido. El cuerpo le pedía llorar sin embargo no lo hizo por temor a la reacción de su chico, que no llevaba muy bien las muestras de debilidad..


Vega permaneció desnuda tal y como él  deseaba, sin cubrirse en presencia de sus amigos. Pese a todo seguía siendo una chica vergonzosa y no llevaba nada bien exhibirse. Cuando se repuso se acercó a Héctor para besarle pero él la rechazó sin apartar los ojos de la pantalla.


  • ¡Ni se te ocurra besarme con eso en la cara! ¡Qué asco! Hueles fatal.

  • Claro… perdona. Será mejor que me de una ducha primero…

  • Mejor lo haces en la residencia que me toca a mí limpiar el baño y me da una pereza tremenda.

  • V… vale. Como quieras.

  • Ahora puedes irte, tenemos lío. Te llamo luego.


Sin embargo Vega no acató la orden.


  • ¿Qué quieres?


Ella suspiró, apretó levemente los puños y descendió un peldaño más en la escalera hacia los infiernos. Su parte sumisa volvió a hacerse patente, venciendo a su vertiente más prudente y vergonzosa.


  • ¿Quieres que te la limpie antes de irme?


El ofrecimiento provocó un coro de risas entre los compañeros de piso de un Héctor que se hizo de rogar.


  • ¡Por favor! - suplicó ella dando saltitos nerviosos.

  • Está bien, si insistes.


Vega, una vez más, se apresuró a arrodillarse. Obvió las indirectas de los presentes acerca de su promiscuidad y su afición al sexo y se metió la polla de su novio en la boca. Procedió a realizar una exhaustiva limpieza de la misma utilizando su lengua como singular cepillo, rebañando cada uno de los restos que todavía permanecían en ella. Cuando dio su tarea como finalizada, hizo ademán de despegarse pero la mano de Héctor se lo impidió.


  • Sigue. 


Ella permaneció inmóvil unos segundos y, sin sacarse la polla de la boca, asintió. Olvidando su dolor dio lo mejor de sí, regalando placer oral a su novio todo lo  mejor que supo. Conocía de sobra las reacciones de ese pedazo de carne al que tenía devoción y sabía que no tardaría mucho en llenarla de lefa. En efecto, cuando Héctor la agarró con firmeza la cabeza con ambas manos supo que el final estaba cerca. Tres o cuatro borbotones de semen se vertieron en su boca y ella se los tragó tal y como era la costumbre. No era el tipo de beso que ella necesitaba pero era menos que nada.


  • Buena chica - susurró él con la misma pasión con la que se felicita a una mascota por haber devuelto la pelota.

  • Gracias.

  • Ahora tienes que irte, de verdad tenemos lío. Nos vemos mañana en clase.

  • Claro, no te preocupes, cariño. Ya me voy. 

  •  Ah, se me olvidaba, tengo que pasar cuentas con el casero. Estaría bien que vinieses mañana y lo arreglases con él mi parte como el mes pasado… ya sabes… tengo muchos gastos

  • Sí… ya sé… ¿me… me acompañarás?

  • ¿Acompañarte? ¡Qué pereza!, ¿para qué? Ya sabes lo que tienes que hacer… sólo tienes que ser… amable con el viejo y ya está.


Vega se vistió sin asearse, recogió su bolso y aguantó hasta el siguiente rellano para echarse a llorar. Intentó que su novio no la viese, no quería que se llevase una decepción al verla actuar así.

Al día siguiente no utilizó el ascensor, el propietario del edificio vivía en el primer

rellano. Después de pasar cuentas quiso ir a ver a su novio aun a sabiendas de que él no la tocaría hasta que tomase un buen baño.  Poco antes de llegar se cruzó con Jessica, la exnovia de Héctor y otra compañera de clase, que la miraron con una sonrisa tan irritante como  delatadora.

  • ¿Ya pagaste el alquiler, gordita? - Le dijeron entre risas.

Lara se detuvo unos minutos debatiéndose entre un sentido u otro de la escalera. Cuando dejó de llorar emprendió el camino ascendente.

  • ¡Chicas, chicas, chicas!, ¿no habéis tenido suficiente? Entre las dos vais a matarme… - dijo Héctor abriendo la puerta entre risas.

Su gesto se quebró al descubrir la identidad de su visitante. Nervioso, se ciñó un poco más la minúscula toalla que tapaba sus vergüenzas.

  • ¡Ah, eres tú, cariño! ¿Qué tal ha ido? ¿todo solucionado?

  • Sí - murmuró ella con un hilito de voz, tragándose el orgullo por enésima vez -. Todo solucionado.

  • ¡Genial! Eres la mejor.



Comentarios