"CLASES DE VERANO" por Kamataruk

 

"CLASES DE VERANO" por Kamataruk

 

-       ¡Bueno ya está bien! - protesté lanzando la esponja, con tal mala suerte que cayó en el barreño de aclarar y quedé salpicada por todos los lados.

La camiseta de tirantes se adhirió todavía más a  mi cuerpo dada la ausencia de ropa interior y el sudor que me cubría por la canícula reinante.

No recuerdo exactamente el día en el que decidí intervenir, sólo que hacía un calor tremendo y que a nuestro viejo lavavajillas le dio por tomarse unas vacaciones en pleno julio, tuve que hacer su trabajo a la vieja usanza.

No me correspondía a mí fregar los cacharros pero decidí cambiarle el turno a mi hija Paula ese día ya que su chico almorzó con nosotras; estaban los dos tonteando en su habitación, justo al otro lado del tabique y no era cuestión de cortarles el rollo.

En realidad su presencia no tenía ni tiene nada de extraordinario. El bueno de David poco menos que es fijo discontinuo en mi casa o mi hija en la suya desde muy pequeñitos. Su madre es mi mejor amiga, crecimos juntas y salimos del pueblo para estudiar a la vez. Fuimos madres el mismo año e incluso ella desgraciadamente se quedó viuda poco después de separarme. Salvo en lo referente al físico, en lo que claramente ella me toma ventaja, es un pibón la muy cabrona, en el resto de aspectos somos prácticamente como dos gotas de agua. 

En nuestra época universitaria compartimos piso, juergas, borracheras, decepciones, suspensos, aprobados, tristezas y algún que otro chico que nos metimos en la cama de forma conjunta para experimentar cosas distintas. Somos uña y carne, no hay secretos entre nosotras, la quiero incluso más que a una hermana y nuestros hijos estaban predestinados a ser pareja desde la cuna.

Pese a su apoyo incondicional, ni mi infancia ni mi adolescencia fueron fáciles. Los niños pueden ser tremendamente crueles. En realidad la mayoría son unos hijos de puta.  Me hacía la sorda cuando me llamaban fea o sencillamente les soltaba una hostia que les quitaba la tontería por algún tiempo aunque siempre volvían a por más: la gente no aprende; es lo que hay.

Siempre creí ser la chica menos popular de mi quinta y, salvo tener unas buenas tetas y ser una tía divertida, disponía de poco arsenal con el que competir con el resto de las de mi camada. Sin embargo hace poco, hablando de aquella época con los tíos de nuestro grupo, prácticamente todos me confesaron entre risas que tenía un cuerpazo y que era en mi delantera en la que pensaban mientras se daban brillo a la manivela por aquel entonces, lo que a más de uno le supuso un pellizco y alguna que otra colleja  por parte de su pareja actual.

Siempre he sido una persona directa, hay quien diría que brusca; las circunstancias de mi vida me han obligado a serlo. Ser la fea del grupo no es fácil, pero a raíz de mi malogrado matrimonio lo soy mucho más; las cosas claras y el chocolate espeso. No hay como que tu marido intente darte unos cuantos tortazos cuando llega borracho del bar para espabilar. Aprendí primero a esquivar los golpes y luego a devolverlos, que todavía tiene que llegar el día en el que ese medio hombre o cualquier otro me haga daño. Ni para pegar a una mujer preñada vale ese inútil; todavía tenía a Paula en mi vientre la última vez que le reventé la nariz cuando se puso tonto, trece años atrás.

Poco antes de que naciera la niña mi ex se fue a por tabaco y no volvió. Sólo lo he vuelto a ver el día que firmamos los papeles del divorcio. Tanta paz lleve como deja, no necesitamos nada de él.

-       ¡Puta! ¡Mueve el culo, zorra! - fue lo último que escuché antes de entrar en acción.

Me limpié las manos con lo poco seco que le quedaba a mi camiseta y me dirigí resuelta a terminar con todo aquello por lo sano. Ejerciendo el poder dictatorial que me otorga el hecho de ser la madre, me pasé por el coño nuestra norma de llamar y esperar respuesta antes de entrar y abrí la puerta de su habitación. De inmediato mi nariz se llenó de un aroma a algo que conocía muy bien pero que hacía tiempo que no experimentaba: sexo.

Mi olfato no me engañaba. La niña estaba desnuda a cuatro patas sobre la cama, en posición de combate, con el pelo alborotado y su herencia materna, es decir sus voluptuosos pechos, bamboleándose cubiertos de sudor al compás de los arreones que su novio, también en pelotas, le propinaba con vehemencia desde la parte de atrás.

Por fortuna para Paula son las tetas lo único que la asemeja a mí físicamente. Es una muñequita, una ricura, una preciosidad de niña, un ángel. Y no es que lo diga yo, que soy su madre y sería lo lógico, lo dice el lenguaje verbal y sobre todo el no verbal de los babosos de mi grupo de amigos, que a más de uno he pillado yo mirándole el trasero o buceando en su escote con el rabillo del ojo.

Lo único decente que ha hecho el cabrón de mi exmarido en esta vida es proporcionarle a nuestra hija unos rasgos faciales delicados y suaves, unos ojos marrones adorables y un cuerpecito de ensueño que levanta pasiones entre los hombres y alguna que otra mujer que la rodean, que varios rumores al respecto me han llegado ya. Las tetas de Paula son cosa mía, que pese a ser bruta y fea, algo bueno tengo que tener en esta vida.          

Vale, reconozco que mi madre hubiera puesto el grito en el cielo de haber estado en mi lugar y yo en el de mi hija ahí, dándolo todo. Si la señora Mari Carmen me hubiese pillado follando así a los trece años, me mata. Entonces eran otros tiempos y el sexo antes del matrimonio, aunque se daba, no estaba bien visto y mucho menos a esa edad, en tu propia casa, en tu propia cama y con tu madre ahí al lado, escuchándolo todo.

Tanto mi mentalidad como la de mi amiga, la mamá de David, son completamente distintas a las de nuestros padres, gracias a Dios. Ambas conocíamos las correrías sexuales conjuntas de nuestros retoños y no teníamos problemas con eso. De hecho, preferíamos que follasen en nuestras casas tranquilamente que no por ahí, como hacíamos nosotras, en los asientos traseros de los coches de los chicos mayores, entre las pacas de paja del local de nuestra peña o colandonos en las piscinas municipales durante las noches de verano, con la pareja de la Guardia Civil pisándonos los talones. Joder, si incluso les compraba yo la vaselina y los condones porque les daba vergüenza adquirirlos en la farmacia del pueblo.

-       ¡Mamá! - Chilló Paula, incorporándose de la cama muy sorprendida por mi interrupción. Sus mejillas se ruborizaron de inmediato, si es que no lo estaban ya por los ardores propios del acto sexual.

Instintivamente se tapó los senos o al menos lo intentó; sus manitas eran poca cosa en comparación a lo mucho que tenían que ocultar. Era un acto reflejo que hacía siempre que sentía observada esa parte de su cuerpo. Empezó a los diez años, cuando comenzaron a brotar en su pecho dos bultitos que, a diferencia de los de sus amigas, no dejaban de crecer y crecer sin mesura. A esa edad ya tuve que comprarle sostén y a los once llevarla al psicólogo del colegio para ayudarla a aceptar eso que la diferenciaba del resto de las niñas y que tanto turbaba a los chicos y no tan chicos del lugar.

Si bien es cierto que, al principio, Paula se avergonzaba de sus pechos no lo es menos que, conforme iba madurando, ese sentimiento de rechazo hacia ellos menguaba progresivamente e incluso recuerdo que por entonces ya se animaba a utilizar camisetas “palabra de honor” y tops escotados, de esos que muestran ligeramente el inicio del canal entre las tetas y vuelven locos a los hombres. Con todo, cuando las curvas de mi niña lucían con mayor esplendor era en la piscina. Más de uno que conozco terminó ese verano con dolor de cuello y bastaba su presencia dentro o en las inmediaciones del vaso para que el número de bañistas masculinos creciese de forma exponencial en la pileta.

-       ¡Mamá! - repitió alarmada- ¿¡Qué haces aquí!?

-       ¡Ya estoy hasta el coño de toda esta mierda! - contesté con la delicadeza que me caracteriza, entrando en la habitación como un elefante en una cacharrería.

-       Pe… pero…¿de qué hablas? - Obviamente Paula estaba desconcertada, no era la primera vez ni la segunda que tenía sexo con su chico en idénticas circunstancias y jamás les había interrumpido.

-       ¡De eso! - bramé señalando el ordenador portátil que descansaba sobre su escritorio.

En la pantalla, un tipo con unos músculos que yo no sabía ni que existían se follaba con su enorme pollón a una rubia siliconada en una postura similar a la de mi hija. Era duro, violento; un animal con ella. Le tiraba del pelo con dureza, simulaba asfixiarla, lanzaba sonoros mandobles a su culo y, sobre todo, no dejaba de insultarla una y otra vez durante su maniobra percutora.

Rabiosa, cerré la tapa del jodido ordenador y si no lo lancé por la ventana fue porque valía un huevo y la mitad del otro. Paula lo necesitaría para hacer sus tareas durante el siguiente curso y no íbamos sobradas de dinero.

-       ¿Qué tienes?, ¿qué te pasa, mamá?

-       Que ¿qué me pasa? - recordando las instrucciones de mi psicólogo cerré los puños, respiré fundo y conté hasta diez antes de proseguir sin cagarme en todo lo que se meneaba –  ¡Que estoy harta de tanto grito, tanto golpe y tanto insulto, joder! Todos los días lo mismo. Parecéis animales.

-       ¡Pero… mamá…!

-        ¡Que no, que no… y que no!, ¡que el sexo de verdad no es así!, ¡no es como en esas películas que véis!  El sexo es algo bonito, divertido y genial sin necesidad de tanto golpe, tanto insulto y tanta mandanga. Eso no es sexo, es porno - sentencié acusando con mi dedo al ordenador -  es gimnasia, postureo como se dice ahora, incluso diría que efectos especiales y mentiras que os llenan la cabeza de gilipolleces y os causan complejos, ni más ni menos.

Recuerdo la cara de estupor de los dos críos en pelotas paralizados por la sorpresa y si no me eché a reír fue porque estaba más cabreada que una mona y no era el momento de perder la iniciativa:

-       Hay que jugar, acariciar y disfrutar. Experimentar y divertirse; no meterla y ya. Es bonito fijarse en el cuerpo del otro, aprenderlo de memoria, saborearlo, gozarlo; descubrir sus reacciones, sus detalles y necesidades. Comunicarse, es necesario hablar sobre lo que a uno le gusta y al otro no tanto, llegar a un consenso que satisfaga a todos. No hay que forzar las cosas, cada día en la cama es diferente, hay que abordarlo con imaginación y ganas. Tener paciencia, puede que a tu pareja un día le apetezca hacer algo y otro no; hay que ser consciente de eso y respetarlo. Esa es la palabra: respeto, el que os debéis el uno al otro siempre.

Tomé un poco de aire antes de continuar con mi alegato acusador:

-       David, ¿qué es eso de llamar “zorra” y “puta” a Pau? ¿De verdad crees eso de ella?

-       No, no. Para nada - se apresuró el chaval a responder.

-        ¿Y por qué se lo dices? ¿por qué le pegas? ¡Sois amigos, joder!  No se le pega a un amigo, ¿no?

-       Lo siento, yo… - balbuceó el chiquillo sin ser capaz de aguantar mi mirada.

-       ¡Es que si no es así, no se le pone dura! - confesó por fin Paula haciendo pucheros, con su larga cabellera cayendo por sus pechos, sentada sobre sus talones y abrazando a su peluche favorito como cuando era pequeña y protestaba por alguna niñería.

Reconozco que ahí la sorprendida fui yo.

-       ¡¿Que no se le pone dura?! ¡Hija mía! ¡Pero mírate! ¡Eres un cañón! Si con ese cuerpo que tienes no consigues que a cualquier chico se le ponga la polla como una barra de pan de una semana de verdad que tienes un problema.

-       Pues a David no se le pone - Paula está especialmente bonita cuando se enfada y se le hinchan los agujeros de su naricita como en ese momento - . ¿Ves? Ya se le ha bajado. ¡Siempre pasa lo mismo!

Por la sorpresa o por lo que fuera había que reconocer que el vigor del chavalín brillaba por su ausencia, las cosas como son. 

-       Mujer, no seas tan dura.

-       Dura, eso es precisamente lo que no pasa. No se le pone dura. Lo hacemos todo como en la película. Yo me pongo así  -  Paula adoptó la postura en cuestión, plantando frente a mi cara su sexo bien depilado aderezado con trazas de su flujo íntimo que lo hacían brillar -, él se pone atrás, y si no me pega en el culo y me dice esas cosas, no se calienta.  Dice que es por el condón sin embargo yo no lo creo. Soy yo, que no le gusto. Es culpa mía, mis tetas son demasiado grandes….

Mi hija es bastante tímida, no obstante, cuando toma carrera hablando de su complejo mamario, es complicada de parar así que decidí cortarla antes de que las cosas fueran a más y dijese algo de lo que después se pudiera arrepentir.

-       Aquí nadie tiene la culpa de nada - sentencié -, ni mucho menos tus pechos.

-       ¡Es cierto, ese es el problema! - Contraatacó mi niña alzando su dedo acusador hacia la parte noble de su chico.

Seguí la dirección indicada y suspiré.  Descubrí un preservativo alrededor de un pene adolescente. Ciertamente no parecía pequeño, más bien bajo de energía. No hacía falta ser un genio para darse cuenta del motivo. La colocación del profiláctico era más que mejorable, eso sin contar que la talla del mismo resultaba excesiva. Era poco menos que imposible que el pobre chaval disfrutase del sexo con semejante embozo ahí abajo. Me sentí culpable, al fin y al cabo lo del tamaño del condón era cosa mía, no reparé en que David todavía no había pegado el estirón y que apenas le llegaba a mi niña a la altura de sus ojos.

Conmovida por el amor de madre decidí echarles una mano. Sé que si se mira mi acción con la perspectiva del tiempo puede ser que estuviera fuera de lugar, sin embargo, en ese momento, lo consideré de lo más apropiado tanto para su relación como para mi salud mental. No estaba dispuesta yo a pasar más sobremesas entre golpes, chillidos e insultos contra mi única hija.

-       ¿Utilizáis siempre condón?

-       Siempre, no quiero quedarme preñada antes de hora como a tu amiga Ana. Es lo primero que él se pone. Ya lo sabe: si no lo hace, ni me toca.

-       Lo primero, ¿primero?

-       Sí, claro.  En cuanto nos desnudamos él se lo pone. Me han pasado un vídeo en el que una chica dice que el líquido que sale al principio también puede embarazarte solo con mojar el coño por fuera. Somos muy cuidadosos.

-       Yo alucino - murmuré -. Tanto internet, tanta educación sexual, tanta información y no tenéis ni idea de nada.

-       ¿Qué quieres decir, mami?

-       No nada, nada. En fin, primero quitaremos esto…

Tuve mucho cuidado a la hora de sacarle el preservativo a David. Se le había quedado trabado entre los pliegues del prepucio y el riesgo de lastimarle era alto de no actuar delicadamente. El chico suspiró aliviado al liberarle el pito o quizás por mi ligero roce en su miembro viril, quién sabe. Le di un par de sacudidas para estimularle un poco. Vale, confieso que tal vez fueran unas cuantas más, una no es de piedra. El suave tacto de su bonita verga era un caramelo difícil de rechazar para una hembra necesitada de sexo como yo.

Fue el leve carraspeo de Paula lo que me sacó del trance y me devolvió a la tierra. Me miraba con los ojos muy abiertos como pidiéndome explicaciones.

-       Esto se pone casi al final - Dije quitando importancia al asunto pero a la vez llevándome disimuladamente la mano ejecutora a la nariz.

La hormona masculina me empitonó los pezones que se marcaban claramente a través de la tela mojada. Noté la mirada poco casta del chaval sobre la zona más sensual de mi cuerpo. Me gustó. Por primera vez lo consideré como un hombre en lugar de un niño y me turbé.

-       ¿Al final? Yo creía qué…

-       El preservativo se pone cuando el pene está erecto, no antes, cariño. Si no se hace así… pues sucede lo que a vosotros.

-       ¡Te lo dije!

-       ¡Tú lo sabes todo menos que se te ponga dura, David!

-       ¿Y qué haces tú para que se le ponga dura, Pau?

-       ¿Yo? Nada. Es él el que se toca así - dijo ella simulando una paja muy violenta -. Parece un loco.

-       ¿Y no has probado a hacerlo tú?

-       ¿Yo? ¡Qué va! No me deja, dice que le hago daño.

-       ¡Es que me haces daño!

-       ¡Eres un quejica!

-       ¡Ya, ya,ya! - puse paz - A ver Paula… ¿Dónde has aprendido a hacer pajas así? En las películas porno, ¿verdad?

-       Sí - contestó avergonzada.

-       Increíble - musité -.

-       ¡Jo…mamá, haces que parezca una tonta!

-       A ver, David. Túmbate en la cama por favor y relájate. Y tú, muéstrame cómo lo haces.

-       ¿Contigo mirando?

-       Ahora no te hagas la santa que os he pillado follando. Hazlo, no seas tonta.

Mi niña se colocó en posición, agarró el pene de su pareja y, con la delicadeza de un mandril en celo, empezó a sacudirlo como el que pica almendras en un mortero. El chico, lejos de excitarse, comenzó a retorcerse, rehuyendo el envite como era lógico.

-       ¡Para, para… ! ¡Así no, así no!  ¡Joder, vas a hacerle daño, Pau!

-       Jo - Paula frunció el ceño y dio saltitos de protesta de nuevo y al hacerlo sus voluptuosos pechos oscilaron de forma muy sexy -. ¡No sé!

-       ¿Tienes el lubricante que os compré por ahí?

-       Sí, pero eso es solo para el coño, ¿no?

Miré al cielo con la esperanza de que me enviase urgentemente una tonelada de paciencia. Mi niña, tan lista para algunas cosas, estaba perdidísima en otras tan importantes o más que lo que sale en los libros.

-       En fin. Anda, sé buena y tráemelo, por favor.

-       Vale, me lo dejé en el garaje, en la cartera del instituto.

Aproveché la breve ausencia de Paula para volver a echar mano al cipote juvenil de forma discreta. Bastaron unas pocas caricias de mis dedos mágicos para provocar en él un cambio de actitud. La sorpresa inicial dio paso a la curiosidad para después dejarse hacer y terminar en rendición incondicional. Grandes, pequeñas, jóvenes o viejas todas las pollas son iguales. Ninguna se me resiste. Nada nuevo bajo el sol.

Las guapas eran bastante exigentes con sus pretendientes y no era raro que terminaran las noches de sábado haciéndose un dedo solas y aburridas en sus casas, calientes como monas. Yo en cambio me apañaba con lo que esas idiotas rechazaban y rara vez acabé insatisfecha ni, por supuesto, mis amantes tampoco. No haciéndome la difícil a la hora de consolar a los despechados por esas pavas fui adquiriendo una experiencia sexual que hizo que más de un corazón roto que me probó repitiese varias veces aunque fuese a escondidas.

Puede ser que yo no me enrollara con los chicos más guapos del instituto pero aprendí, a fuerza de bajar cremalleras con la boca, que las mejores pollas no siempre están dentro de los pantalones más caros ni se asocian a las caras más bonitas. El rumor sobre mi facilidad para el squirt se extendió como la pólvora entre los chicos; no lo confesaban en público pero en privado todos querían mojarse los dedos tañendo mi clítoris.

Aún así mi adolescencia fue una época difícil. Una presume de dura pero mi corazón no es de piedra. Con alguno de esos gilipollas en concreto me hubiese gustado ser más que un paño de lágrimas, un polvo fácil o una amiga con derechos como se dice ahora. A pesar de que mis tetas eran las mejores, de que mi cuerpo estaba más que bien y de que conmigo podían llegar al final sin muchos problemas, a nadie le gustaba que le relacionasen con la fea si quería seguir en el mercado de las chicas guais del pueblo y alrededores.

Paula subiendo las escaleras del sótano de dos en dos es la antítesis de la discreción así que aparté la mano antes de que llegara  para no generar malos rollos.

-       Toma mamá.

-       Trae.

Ante la atenta mirada de mi hija agarré el cipote con determinación. Le derramé una perla abundante en la punta del glande y lo extendí con delicadeza, sobre todo por la parte interior del prepucio, allí donde el chaval tenía una pequeña telita que obviamente no debía estar ahí.

-       ¿Ves.. se echa por todo y luego se extiende? Sobre todo en esta zona, que es donde más le molesta. ¿Verdad David? Te duele aquí cuando Pau te acaricia el pito, ¿a que sí?

-       S…sí…

-       ¿Y por qué no me lo habías dicho, tonto?

-       Ahora no es el momento para eso. Venga, prueba tú .

Él se estremeció cuando los ágiles dedos de mi hija palparon sus partes más delicadas. Se le notaba nervioso pero también enamorado hasta las trancas. Confió en ella y no se arrepintió.

Como en todo, Paula se destapó como una alumna aventajada. Nunca olvidaré la forma sutil con la que trató la intimidad de su novio y el fulgor de sus ojos al comprobar que, en lugar de encogerse como le sucedía hasta entonces, el miembro viril embadurnado de aceite aumentaba de tamaño gracias a sus caricias y su buen hacer.

-       Y ahora es cuando ya le puedes masturbar. Despacio…

-       Pero él lo hace muy rápido, que yo lo he visto cuando me lo echa todo en la cara.

Le lancé al pobre David una de esas miradas de madre malhumorada que tan bien me salen de forma natural.

-       Vaya, así que le haces eso a mi niña, cochino.

-       Lo… lo siento.

-       Es broma -reí -, está bien si estáis los dos de acuerdo, por supuesto.

Centré mis esfuerzos en mi hija.

-       Es algo muy normal que él se toque así. Verás Pau, puede hacerlo de ese modo porque sabe cuándo está lo suficientemente lubricado y cuándo no. Si utilizas el gel como mamá te ha enseñado no le dolerá, te lo prometo.

-       ¿Estás segura?

-       Mira.

Utilizando solamente el dedo índice y el pulgar le di unos meneos acompasados a la bonita polla de David. Gimió y apostaría lo que fuera a que no fue por dolor precisamente. Los testículos se comprimieron y las venas se marcaron de manera más vehemente en el falo, señal de que no lo estaba pasando nada mal.

-       ¿Lo ves? ¿Te duele?

-       N… no

-       Vaya - musitó Paula -, ese era el truco: el lubricante.

No quise perder el tiempo en intentar explicarle que no todo era culpa de la química sino que hacer pajas también tenía su técnica. Como el movimiento se demuestra andando le cedí mi lugar.

-       Venga. Prueba tú.

-       Vale.

Mi hija tomó el relevo y el resultado fue similar, David estaba en la gloria. Cierto es que su técnica estaba a años luz de la mía pero era exultantemente joven, si algo le sobraba a Paula era tiempo y ganas para depurarla.

-       ¡Qué guay! - Chilló de forma infantil.

Obviamente mi niña estaba encantada. Gracias a mis enseñanzas su novio no solo no se encogía como antaño eludiendo el combate sino que elevaba la cadera invitándola a que siguiese regalándole placer.

-       ¿Lo ves? ¡Mira su pito! ¡Mira su cara! Y sin insultos, golpes ni nada parecido.

-       ¡Date prisa! ¡Ponte el condón!

Mi hija estaba loca por la música, estaba claro. Necesitaba polla urgentemente.

-       No, todavía no está listo.

-       Pero ya está duro.

-       Sí, aunque no lo suficiente. Acaríciale los testículos

-       No me deja hacerlo, dice que me tiene miedo.

-       A ver… tampoco seas tú tan quejica, David.

Le froté el escroto mientras Paula le masturbaba. Suspiró. No se quejó por nuestro trabajo colectivo.

-       ¿Te duele? - preguntó inocentemente mi niña.

No se me ocurre una pregunta más retórica que esa, el chico no podía ni hablar.

-       Hazlo así. Suave. Cuidado con las uñas. Es una zona delicada.

El cipote crecía y crecía por momentos, mostrando un abrillantamiento el su extremo no causado solamente por el lubricante. Los tocamientos tenían consecuencias, el chico se estaba sobreexcitando. Decidí que era el momento de dar un paso atrás y dejar que Paula se apañara sola.

-       Está muy suave. Tiene un tacto raro. ¿Te gusta? ¿Lo hago bien, David?

-       Mucho. Muy bien - balbuceó -.

-       La mano está bien pero se puede mejorar - apunté cuando comprobé que Pau había aprendido la lección -.

-       ¡No se la voy a chupar! Es asqueroso.

Sonreí. En eso mi hija me recordó a mi, me costó bastante llevarme a la boca la primera polla. De hecho perdí la virginidad vaginal y anal antes de atreverme a dar placer oral. No mucho antes, todo hay que decirlo. Recuperé el tiempo perdido enseguida, arrodillándome a la primera insinuación aunque no era cuestión de desvelar mis intimidades juveniles a la curiosa de mi hija.

-       ¿Y quién ha hablado de eso?

Decidida a seguir con mi clase magistral me quité la camiseta mojada, tampoco tapaba demasiado la erección de mis pezones, para qué negarlo. Provoqué un terremoto en los chavales cuando mostré mi cuerpo. Podría no ser ya una cría, pero aún me conservaba de puta madre. La expresión de Pau era hilarante y la de su chico no digamos.

-       ¡Hostia, qué tetas!

-       ¡Mamá! ¡Oye tú, guarro, no mires los pechos a mi madre!

-       ¡Au! ¡No hagas eso!

-       ¡Cuidado Pau! No le aprietes así, le vas a hacer daño.

-       ¡Pues que deje de mirarte como un pervertido! ¡Y tú tápate, joder!

-       ¡Psss! ¡Calla, y aprende!

Resuelta a continuar con mi clase magistral me coloqué sobre el chico y abracé con mis pechos su cipote. En cuanto comencé a frotarlo con ella sus ojos quedaron en blanco.

-       No sabía que se podía hacer eso con las tetas.

-       “No tienes ni idea de muchas cosas, mi vida”- pensé esbozando una sonrisa-.

-       Se puede, siempre que sean tan bonitas como las tuyas - la tranquilicé -.

-       Ya veo. Está claro que le gusta.

-       Venga ahora tú.

-       ¡Sí!

Qué quieren que les diga: que de casta le viene al galgo o a la galgo en este caso. Espectacular la primera cubana de Paula. Con su delantera ya a su edad resultaba complicado hacerlo mal, las cosas como son. La cara de David era un poema y mi niña no dejaba de reír y hacer bromas al respecto sin que la verga perdiese un ápice de dureza entre sus tetas. Se le notaba a gusto con el ir y venir del cipote a través de su canalillo. Enamorada, disfrutaba dando placer a alguien a quien quería y eso se reflejaba en su cara y en sus actos. Ella tampoco lo había pasado nada bien, crecer sin un padre no es fácil. Pau es una buena chica, se merece que le pasen cosas buenas en la vida, cosas como David y su bonita polla. 

De repente mi hija se calló. Con las mejillas enrojecidas más todavía tragó saliva y se centró en lo que estaba haciendo. Sus pezones parecían estar cada vez más duros, el contacto con el órgano sexual de David también le pasaba factura. Miraba constantemente la punta de la verga y las babitas brotaban de la comisura de sus húmedos labios. Dudo que fuese consciente de que, de vez en cuando, se relamía de una forma muy sexy y provocativa. Poco a poco la iba notando más nerviosa, supongo que desconocía el motivo. Sonreí sin decir nada, yo sabía perfectamente lo que estaba pasando. La hormona desprendida de los genitales masculinos, esa que nos incita a hacer cosas sucias y excitantes a las chicas, comenzaba a hacer efecto en ella. Por la manera de actuar era obvio que cada vez estaba menos segura de sus convicciones acerca del sexo oral. Se moría por probar eso de lo que renegaba, estaba claro.

Una vez más le eché una mano. Sin decir nada la aparté con delicadeza, me llevé la polla a la boca y comencé la mamada. No recordaba que el sabor del lubricante fuese tan excitante, con mi facilidad para mojarme rara vez lo utilizaba. Consciente de que la resistencia de David estaba en las últimas jugueteé con su verga entre mis labios, limpiando los restos, poniéndola a punto para mi hija y poco más. Un ataque frontal con todo mi arsenal hubiese resultado demoledor y poco educativo para la pareja feliz aunque confieso que me moría de ganas por llevar a mi estómago todo el contenido de aquellos apetitosos testículos. Yo estaba muy caliente y mucho más necesitada que mis dos improvisados alumnos.

David agarró la sábana con ambas manos y se tensó, aguantando como un campeón sin correrse. Paula no apartaba la vista de mis labios, parecía memorizar cada movimiento, cada ir y venir del cipote sin articular palabra. Vencí la tentación de exprimirle los huevos al hijo de mi mejor amiga y extraerle todo el jugo, como lo hacía en mi adolescencia. Me costó un mundo actuar de manera relativamente responsable, no estaba para eso. Dejé de chupar y, con el coño en carne viva, le ofrecí la punta del capullo a Paula. Se quedó parada, indecisa, pero bastó un ligero golpe en la nuca por mi parte para hacerle perder la vergüenza, superar el asco y probar lo prohibido.

-       Despacio Pau, no te atragantes - le susurré acariciándole el costado. Lucía realmente hermosa desnuda y con una polla en la boca, experimentando algo nuevo para ella, algo muy agradable.

Me gustan los hombres más que a un tonto un lápiz, es algo tan cierto como que el sol sale por las mañanas; sin embargo, en determinadas situaciones, también me siento atraída por una mujer si es lo suficientemente atractiva. Mi niña, además de bella, irradiaba sensualidad por cada poro de su piel en ese momento. Sentí algo por ella, no amor de madre precisamente, sino una atracción física, animal y, sobre todo, a todas luces prohibida e inmoral.

-       ¡Está rico! - Musitó dándose un breve respiro para volver después a la tarea con más ganas.

-       Sí, muy rico pero no te la metas muy adentro y, sobre todo, ten mucho cuidado con los dientes. Puedes hacerle mucho daño a David.

Asintió sin tan siquiera sacar la verga de su novio de entre sus labios, detalle que me pareció adorable. Parecía soldada a ella y no puedo reprochárselo, yo soy la primera en llevarme a la boca cada polla que se me pone a tiro. Me gusta hacerlo, así de simple. Disfruto chupando pollas, es un hecho y no me avergüenzo de ello.

-       Sácala y lámela por fuera, cúbrela bien de babas y después trágalo todo.

-       ¡Sí, mami!

Con mi mano aparté el cipote de David; palpitaba. Era el momento de seguir con mi lección veraniega. Dejé expedito el camino hacia su saco de canicas.

-       Lame ahí abajo - ordené -.

-       Vale.

Paula jugó con los huevos, les lanzó besitos y húmedos lametones. No dejaba de reír, era feliz con el juego, su chico más y yo también..

Esta vez fue ella la que me ofreció la polla y quién era yo para rechazar un regalo así. Comenzamos a lamerla cada una por su lado coordinadamente. David no dejaba de gemir de puro gusto. De vez en cuando nuestras lenguas se tocaban por accidente. Al principio nos separábamos avergonzadas, luego ya no. No sé si lo hacía a propósito, jamás hemos vuelto a hablar del tema, pero Paula erraba el tiro con demasiada frecuencia según mi criterio. Los contactos entre nuestras lenguas pasaron de la categoría de roces triviales a otra más intensa que me cuesta definir. Confieso que mi interés por la polla de David iba menguando por momentos, me producía mucho más morbo atrapar la lengua de Paula con mis labios cuando tenía oportunidad. Me costó un mundo reprimir mis instintos, abalanzarme sobre ella, comerle la boca primero, las tetas segundo y el coño después allí mismo, delante de su novio; la presencia del muchacho me la traía al pairo. No obstante, cuando sentí su mano palpando mi pecho, pensé que no corresponderle de la misma manera hubiese sido una afrenta. Su tetas no me defraudaron: calientes, duras y turgentes a más no poder, como las mías a su edad. Me puse a cien sobando la delantera a mi única hija y es que sus senos son de otra galaxia, las cosas como son.

-       Ya, ya vale - murmuré recobrando brevemente la cordura.

-       ¡Quiero más! - Suplicó.

Mis ojos y los de Paula se cruzaron. Apostaría mi vida a que no se refería a chupar la polla de su chico precisamente. Jamás olvidaré la expresión de gata salvaje de su cara, una felina hermosa a punto de devorarme. Me excité como hacía tiempo que no lo hacía. Necesitaba un coño. Su coño, el coño de mi hija.

-       No ves que le haces cosquillas- apunté incapaz de aguantarle la mirada -. Si pasa eso se bajará.

-       Entiendo - repuso. Parecía decepcionada -.

-       Sigue con eso, voy a buscar un preservativo - apunté saltando de la cama. Necesitaba alejarme de esos prominentes pezones que gritaban: “cómenos mami”.

Con el flujo rebosando de mi vulva notaba mis bragas totalmente mojadas. De lanzarlas contra el techo de la habitación se hubiesen quedado adheridas a él sin la menor duda. 

Los condones estaban bien a la vista en el primer cajón del tocador, yo misma los había colocado ahí, no era necesario esconderlos; sin embargo me hice la tonta y demoré mi regreso a la cama. Necesitaba aire en los pulmones, oxígeno en la cabeza y poco menos que un candado en el coño para no violarlos a los dos ahí mismo. 

Sobreestimando el aguante del pobre David agarré el blister con media docena de preservativos y volví a la carga, no sin antes invertir, que no perder, unos preciosos segundos en mirar a los dos tortolitos y llegar a la conclusión de que no hay cosa más bonita en este mundo que la juventud.

-       ¿Se lo vas a poner tú? - Preguntó mi hija al verme abrir a dentelladas el envoltorio metálico del profiláctico.

-       No. Se lo vas a poner tú.

-       ¿Yo? ¡Qué va! No sé.

-       Ya. Te voy  a enseñar

-       ¡Jo! ¡Sabes hacer de todo, mami!

-       Más sabe el diablo por viejo que por diablo - suspiré -.

-       Tú no eres vieja, Yoli. Eres muy maja y tienes un cuerpo muy bonito.

Si David ya me caía de puta madre ganó más puntos con ese comentario tan encantador como falso. Le premié con un par de intensas succiones de verga con la frágil excusa de que esta había perdido un poquito de vigor. Y si no le chupé más no fue por falta de ganas sino porque la buena de Paula, ya fuera por celos o por ardor de coño, se reivindicó:

-       ¿Cómo lo hago? 

-       Aprieta el depósito, que no entre aire.

-       ¿Así?

-       Muy bien.  Ahora despacito lo vas bajando hasta abajo del todo con cuidado de que no se arrugue. No lo desenrolles del todo, mejor que quede un poco tirante, así os dará más gusto. 

Grácilmente la adolescente siguió mis indicaciones y pronto el profiláctico estuvo en su sitio. Su talla era excesiva sin embargo no era el momento de lamentarse por el problema sino de buscar la solución. Mi primera tentación fue mandar a tomar por el culo el jodido condón y que lo hiciesen al natural. Luego llegué a la conclusión de que eso podía convertirme en abuela antes de los cincuenta y la cordura volvió a imperar.  

-       Colócate sobre él.

-       ¿Yo?

-       ¿Sí, tú? ¿O acaso prefieres que lo haga yo?

-       ¡No, no! Es la primera vez que lo hacemos así.

-       Pues ya no lo dirás más.

Mi propuesta no era del todo inocente, bien a gusto hubiera ocupado su lugar. A pesar de sus golpes, insultos y gritos  la realidad era que los dos tortolitos follaban a diario cuando la jodida regla se lo permitía. En cambio yo llevaba años sin meterme un mal rabo en el cuerpo. Amargada por mi matrimonio, no quería ver un hombre cerca ni en pintura. No obstante, tener el pito de David en la boca me hizo ver que ya había llegado el momento de que eso cambiase, era hora de volver al mercado por la puerta grande y recuperar el tiempo perdido.

Ayudé a mi hija a colocarse. Al principio les costó un poco adoptar la postura de ataque. No se lo reprocho, cuando se tienen ganas es complicado mantener la calma; se va a lo que se va. Por raro que parezca a ninguno de los dos se les había ocurrido intercambiar los papeles previamente. Por el grupo de whatsapp de madres sabía que los chavales de su edad sólo veían porno en el que son los chicos los que hacen todo y las chicas se limitan a ser meras muñecas hinchables o más bien sacos de boxeo. Así les va luego, que todo son complejos y tonterías.

Me situé tras ellos para dirigir la cópula. La posición privilegiada me permitió observar de cerca los genitales de Paula. Me puse mala de puro vicio, la vertiente lésbica que tanto tiempo llevaba adormecida en mí reclamaba lo suyo. El brillo previo se había convertido en flujo; moco que, resbalando por los labios vaginales de mi niña, barnizaba por completo su zona íntima e incluso el interior de sus muslos. Estaba más que lista para recibir polla, añadir gel ahí era tan útil como apagar un incendio con un lanzallamas, solo debía limitarme a lubricar el preservativo más por puro vicio por mi parte que por necesidad real.

Dentro de toda aquella sinrazón sé que lo más propio hubiese sido utilizar la vaselina en gel para eso, sin embargo cuando estoy en pelotas en la cama con alguien, ya sea hombre o mujer, tiendo a ser políticamente incorrecta y hago de todo con tal de maximizar el placer sin pensar muy bien en las consecuencias.

-       Ma… má… má… ¿qué haces?

No pude inventar una excusa convincente, fui incapaz de articular palabra, estaba en éxtasis. Las yemas de mis dedos parecían tener criterio propio deslizándose entre los recovecos del sexo de mi única hija. De inmediato se impregnaron generosamente de su esencia caliente y fragante. Mi dedo corazón tañó su clítoris, presionando ligeramente, rozándolo con movimientos circulares, imperceptibles al principio, más intensos después.

Paula gimió, cayó sobre el pecho de David, obtuvo refugio entre sus brazos mientras arqueaba la cadera de una forma casi antinatural hacia mí en busca de más placer. Un dedo se perdió en el interior de su bendito cuerpo, el segundo no entró con tanta facilidad. De inmediato noté su angostura, estaba claro que el desarrollo exterior del Pau no se correspondía con el interno; más allá de sus sensuales tetas su cuerpo seguía siendo poco más que el de una niña.

Consciente de las limitaciones físicas de mi hija no utilicé mis dedos de forma violenta como hacía el animal de la película, que taladraba el coño de la rubia sin piedad como queriendo partirla en dos, sino que combiné inserciones lentas y delicadas con tocamientos algo más vehementes en la parte externa de su sexo. Ni qué decir tiene que el resultado fue más que satisfactorio para ella, comenzó a ronronear como una gatita en celo junto a la oreja de su chico. Se convulsionaba por completo y cada espasmo le reportaba a mi mano una nueva capa de barniz hasta que su orgasmo llegó, primero con una tremenda contracción de vagina que inmovilizó mis dedos en el interior de su coño para después liberarlos y explotar en forma de nítidos chorros de flujo incoloro manando de su vientre.

-       ¡Ma…mamá! - Exhaló mientras literalmente se derretía sobre la polla cubierta de látex de su novio. Fue algo inolvidable para mí, que lo vi en primera fila.

El squirt era algo que había experimentado en mis propias carnes bastantes veces, sin embargo esa fue la primera vez que lo descubrí en otra hembra. Estaba muy claro que la buena de Paula no sólo había heredado de mí la talla del sujetador. Lo iba a pasar muy bien con ella el cabrón de David.

Tras recrearme un poco la vista con tan soberbio espectáculo decidí rematar la faena. Apenas tuve que repartir el flujo vaginal  de manera uniforme por el pene encapuchado, nada más. La cantidad de lubricante natural aportado por mi hija era a todas luces excesivo, no creo que le importase que me llevara a la boca parte de los restos. Aún así tuve la precaución de ser discreta. El sabor íntimo de la adolescente me evocó recuerdos de mi época universitaria, a experiencias con la mamá de David y con otras chicas.

A decir verdad mi trabajo ya estaba hecho, sólo era cuestión de componer un puzle de dos piezas que, obviamente, iban a encajar a la perfección. Aun así quise comprobar algo. Mi hija y yo hablábamos de sexo sin problemas, jamás me había ocultado nada o al menos eso quería creer. Tomé un grumo de flujo y, como por error deslicé, mi dedo a las inmediaciones de su puerta de atrás. No diré que fue sin dificultad pero mis dos primeras falanges entraron en su culo con una soltura impropia para un orificio virginal. No quise insistir más ni mucho menos indagar acerca de su mentira, no era el momento. Ya habría tiempo de eso cuando estuviésemos solas.

-       ¡Ahg! - Exclamaron los dos a coro cuando fueron uno.

Paula comenzó la danza del vientre y a David se le pusieron los ojos en blanco. Fue verdaderamente bonito verlos follar así, de una manera civilizada, placentera y sobre todo respetuosa. No hay nada más bonito que el sexo si todos los participantes disfrutan de igual a igual.

Tras palpar un par de veces de forma discreta los pechos a Paula a modo de despedida decidí adoptar de nuevo mi papel de madre responsable y me dispuse a dejarles solos para que disfrutasen libremente de sus jóvenes cuerpos.

Cuando estaba a punto de separarme de ellos mi hija me tomó de la mano y mirándome a los ojos, sin dejar de cabalgar, tiró de mí para que siguiese acompañándolos. Agradecida por su gesto, negué con la mirada, sonrió y me dejó ir. Sin decir palabra nos dijimos todo, conocía mis necesidades. Paula es la mejor hija que una madre puede tener.

Busqué una camiseta limpia y volví a mi tarea. El agua en cierto modo amortiguó mi calentura. Al otro lado del tabique sólo se escuchaban jadeos y alguna que otra risa, ni un solo golpe o insulto. Sonreí satisfecha de mi clase magistral. Eso estaba mucho mejor.

Los tortolitos salieron de su nido de amor ruborizados unos minutos más tarde. Tomaron una ducha y vinieron a mí muy acaramelados. A Paula el polvo le sentó estupendamente, aparte de llevar su top más escueto y su minifalda menos discreta, estaba más bonita que nunca y la sonrisa de David le cubría la cara de oreja a oreja de pura satisfacción. Follar es beneficioso para la salud, debería prescribirse por los médicos como las vitaminas o los analgésicos. Habría mucho menos mal rollo en el mundo.

-       ¡Gracias por todo, mamá! - dijo Pau besándome tiernamente bastante más de lo acostumbrado –. Hoy no vendré, nos vamos al cine y dormimos en casa de David.

-       ¿Tenéis condones ahí?

-       ¡Sí, sí! Su madre nos los compra también.

-       Vale. Hasta mañana pues.

Me faltó tiempo para tomar el teléfono en cuanto estuve sola.

-       Soy yo. Necesito que vengas ya, los chicos van al cine, tengo que contarte algo.

-       ¿Dónde está el fuego, Yoli?

-       En mi coño.

-       Va.. vaya. Tú siempre tan gráfica.

-       ¿Sigues teniendo el arnés con polla de cuando íbamos a la  “Uni”?

-       Cla… claro pero…

-       Tráelo a casa.

-       Co.. como quieras, pero..

-       A David hay que operarle de fimosis.

-       ¿En serio? ¡Oye! ¿tú cómo lo sabes?

-       ¡Que vengas ya, coño! ¡Pero mira que eres lenta!

A partir de entonces el sexo y la sonrisa volvieron a mi vida. Retomé los juegos lésbicos con mi mejor amiga y me mostré mucho más receptiva a las insinuaciones que se me presentaban con sólo desabrochar un botón de la camisa. Hasta Paula se dio cuenta de que el paquete de condones menguaba más de lo habitual.

Sin embargo no todo es felicidad en la vida. A la vez que mi actividad sexual mejoró la de mi hija fue empeorando aquel periodo estival. La convalecencia de David fue larga, su operación no fue bien y la sutura de su pene de tardaba en curarse. Paula estaba que se subía por las paredes.

El día de su cumpleaños, el sábado antes de que comenzasen las clases, además del consabido jersey de punto y los botines de piel que tanto le gustaban, le obsequié con un juguetito íntimo con el que sobrellevar su abstinencia. Tenía forma de pingüino muy gracioso y manejable del que me había hablado maravillas una amiga del gimnasio y cuando descubrí la oferta del “dos por el precio de uno” en internet, no me lo pensé.

Desde siempre acostumbrábamos las dos a ver la televisión en mi cama tras la fiesta hasta que se iba a su cuarto medio zombi o se quedaba dormida allí. Si normalmente era una estatua aquel día no me quitaba el ojo de encima. Se movía todo el tiempo, tanto que incluso la mandé al baño un par de veces creyendo que, como cuando era niña, las ganas de orinar eran el motivo de su inquietud.

El día en el que repartieron la paciencia en el colegio yo falté a clase así que finalmente exploté:

-       Vomítalo de una puta vez, joder. ¿Qué quieres, Pau? Conozco esa mirada y sé que  estás tramando algo, jovencita.

Respiró un par de veces y susurrándome al oído como si alguien pudiese escucharle mientras acariciaba suavemente mis tetas bajo el pijama, me dijo:

-        ¿Me enseñas a utilizar el pingüino, mami?

Recé al cielo para que el jodido aparatito tuviera la batería a tope aunque eso era lo de menos. Me sobraba experiencia y sobre todo ganas para darle a mi curiosa hija una última clase magistral de ese inolvidable verano.

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Comentarios

  1. Impresionante. en dos palabras. Como que no está en el Blog?

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  2. Es muy satisfactorio que te guste. Disculpa pero no entiendo a qué te refieres con lo de que "no está en el blog". Obviamente en este blog sí está y su versión censurada en Todorelatos. ¿A qué blog te refieres? Un saludo y muchas gracias.

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