"LA LLAMADA" por KAMATARUK


Cuando llegaba el verano y el calor apretaba era la persona más feliz del mundo. Y no porque ya no hubiera clases, los días se alargasen o porque la gente por lo general se lo tomara todo con mucha más calma, nada de eso. Lo que realmente me motivaba era su llamada, ese soplo de aire fresco que me sacaba de la monotonía invernal de mi pueblo de la ribera Navarra y me llevaba a ese lugar mágico lleno de vida que era Sitges, en la costa catalana.

Bueno, en realidad la llamada telefónica de mi hermano no era a mí directamente sino a mis padres, por aquel entonces la telefonía móvil era una utopía reservada a unos pocos privilegiados. Sé que no era plato de gusto para él hablar con nuestro progenitor y por eso valoraba tanto su esfuerzo año tras año.

La relación entre Bruno y papá no era buena por aquel entonces, si es que lo fue alguna vez. Mamá decía que chocaban porque eran iguales, que conmigo papá jamás tuvo el menor problema por ser yo de un carácter similar al de ella; todo nos parecía bien y a todo decíamos que sí. Mi único acto de rebeldía fue dejarme el pelo largo, algo que por entonces, con la época gloriosa del heavy metal dando sus últimos coletazos, tampoco era algo que se saliese de tiesto. El hecho de ser rubio y algo desgarbado me confería un aspecto más bien nórdico que no pasaba desapercibido en la austeridad de la Navarra profunda pero sí entre el bullicio de la localidad catalana y eso me permitía cumplir uno de mis anhelos: pasar desapercibido.

Durante todo el invierno hinqué codos para lograr unas calificaciones más que notables en mi último curso de bachillerato y pasé al Curso de Orientación Universitaria con un expediente intachable. Fue el año de las olimpiadas en Barcelona, yo cumplí con mi parte, ahora le tocaba a mi hermano mayor hacer lo mismo. Sin embargo los días se sucedían, julio estaba a la vuelta de la esquina y la ansiada llamada no llegaba. Estaba tan impaciente que había comenzado a hacer la maleta casi un mes antes. Pasaba horas haciendo patrulla en las inmediaciones del recibidor lanzando furibundas miradas al comunicador. Sé que lo lógico es que le hubiera llamado yo, sin embargo no tuve los arrestos para hacerlo. Bruno a buenas era un sol pero a malas era incluso más terrible que papá y por nada del mundo quería importunarle y que todo se fuera al carajo por mi impaciencia.

Mamá me notó tan agobiado que me quiso poner en lo peor.

- Tal vez este año Bruno no esté de humor, Víctor.

- ¿Por qué dices eso, mamá?

Sabes que las cosas entre él y su última novia no van muy bien. Sé que se han dado un tiempo para reflexionar y puede que no tenga ganas de hablar con nadie. Es una pena, ni siquiera hemos tenido ocasión de conocerla; para una vez que se compromete con alguien ese cabeza loca.

Las palabras de mamá calaron hondo en mí. Hasta entonces nunca me había parado a pensar en las circunstancias de mi único hermano, siempre le había considerado un dios poderoso capaz de todo, solo veía mi parte de la historia. Sabía que Bruno era un ligón empedernido y que rara vez se comprometía con alguna chica. De hecho era la primera vez que me constaba que había mantenido una relación seria con una, cabía la posibilidad de que estuviese realmente afectado por la ruptura.

- Sí, tienes razón - me resigné -.

- ¡Seguro que el año que viene todo cambia! Además… así podrás estar más tiempo con Izaskun, que sé que siempre andáis juntos…

Mi madre no perdía tiempo y siempre estaba emparejándome en su mente con cualquier chica con la que conversara más de medio segundo. Comentarle que era solo una amiga era una batalla perdida que no tenía ganas de librar. Me apetecía llorar. No lo hice, mi padre me hubiese partido la cara al enterarse del motivo. No toleraba ese tipo de debilidades en los hombres, estaba chapado a la antigua.

Como todo es susceptible de empeorar, a mi avispado progenitor no se le ocurrió otra cosa para ocupar mi tiempo libre que obligarme a ayudarle en la frutería por las mañanas. Ya me veía enfrascado otra vez en la eterna discusión entre él y mamá acerca de si el aguacate es una fruta o una verdura cuando, el último día del mes, sonó la tonada más maravillosa del universo. El teléfono rojo sonó por fin.

- ¡Tu hermano quiere que vayas hasta que empiece el curso con él!

- ¿Hasta septiembre?¿En serio? ¿Y qué dice papá?

- Dice que es demasiado tiempo, que tienes que ayudar en la tienda… ya sabes cómo es él...

- Entiendo - no pude disimular mi decepción.

- Tú tranquilo que yo me ocupo. Mañana por la mañana tomas el primer tren de la mañana como que me llamo María, te lo digo yo.

Miré a mi madre con cara de estupefacción. Rara vez sacaba sus garras, y sin embargo, cuando lo hacía, daba miedo. Tal vez no estaba todo perdido.

- Ese viejo gruñón no te va a amargar la vida a ti también. Ya tendrás tiempo de trabajar hasta aburrirte cuando llegue el momento. Tienes que vivir tu vida y pasarlo bien, estás en la edad. De la tienda nos ocuparemos nosotros, como hemos hecho siempre. Esto en verano está muerto.

Jamás supe a ciencia cierta cómo se las ingenió mamá para salirse con la suya, el hecho es que, cumpliendo su vaticinio, a las siete de la mañana del día siguiente estaba yo sentado junto a la ventanilla de un Talgo Pendular dirección Barcelona sin perder el más mínimo detalle del paisaje.

Tras un viaje digno de la Odisea y una efusiva bienvenida por parte de Bruno, me instalé en la habitación de invitados en su casa, una coqueta vivienda blanca de dos plantas en la zona vieja de la localidad catalana. Cuando quise dejar mis cosas en el armario y en la mesilla como siempre vi en ellas prendas de mujer. Vestidos vaporosos, falditas y pantalones cortos y algún que otro vestido de noche. También pude distinguir algunos bolsos y sandalias de esparto, todo muy veraniego y juvenil. Había algo de lencería en un cajón de la cómoda aunque no me dio tiempo de mirarla con detenimiento.

- ¡Oh disculpa, Víctor!, Maite estuvo ocupando esta habitación un tiempo hasta… bueno, ya sabes. Volverá en septiembre o al menos eso creo. Si te molesta todo eso mañana lo quito…

- Tranquilo tato, no no me molesta, no traje muchas cosas. Con un rincón vale.

- Gracias.

Recuerdo que no fueron sus palabras las que me confundieron sino la forma de decirlas. Yo tenía a Bruno en un pedestal, siempre por encima del bien y el mal; tan seguro siempre de sí mismo y acompañado de un físico portentoso. En cambio esa vez parecía compungido, realmente afectado por la ruptura. Pensé que esa chica le había calado hondo.

- Iré a preparar la cena y luego saldremos a pasear un rato, ¿te parece?

- Por supuesto.

Mientras ordenaba mis pantalones eché un vistazo más detallado a la ropa de la chica desconocida. La intuí de mi altura aproximadamente, por la talla de la ropa y el calzado. Mi hermano es muy alto y siempre le han atraído las chicas relativamente esbeltas, que no desentonasen con su envergadura y buen porte. Las prendas eran muy suaves al tacto y, sin ser yo muy entendido en modas y marcas, no había que ser un experto para darse cuenta de que eran bastante caras. No pude reprimir mi vertiente cotilla y miré en el interior de los bolsos. No encontré nada relevante, más allá de algunos efectos de maquillaje, un labial bastante discreto y un pequeño perfume de viaje que olía maravillosamente bien.

Tras una cena deliciosa en la que nos pusimos al día, salimos a pasear junto al mar. Después fuimos a un bar de copas, Sitges en verano multiplica varias veces su población invernal y aún así era como dar una vuelta por mi pueblo: todo el mundo conocía a Bruno. Era tal su popularidad que mi edad no supuso un problema para entrar en los garitos de moda. Me quedaba embobado viéndole desplegar sus encantos y su don de gentes con todo el mundo, las chicas le entraban descaradamente, algunas veces de manera sonrojante, pero él las rechazaba con tanta sutileza y encanto que ninguna se lo tomó a mal. También recibí más de un piropo subido de tono por parte de una de sus amigas, cosa que me turbó bastante al no estar yo acostumbrado a causar ese efecto en las chicas.

De hecho una de las relaciones públicas del local, una rubia siliconada amiga de Bruno, me vio tan apurado que se acercó y me abordó discretamente cuando me dirigía al baño.

- Tranquilo con ese, es inofensivo. Te lo digo porque te noto un poco nervioso.

Sus palabras me extrañaron bastante. En cualquier otro momento hubiera permanecido callado; sin embargo no estaba yo muy acostumbrado a los efectos del licor cuarenta y tres con piña así busqué una corrección por su parte.

- ¿Ese? Será esa…

- No… ese. Seguro que me entiendes.

- ¿En serio?

No daba crédito a sus palabras. El “ese” en cuestión aparentemente era una chica de dulces curvas, con una delantera muy bien conformada y sus piernas morenas y torneadas parecían no tener fin. Obviamente había visto por la calle a muchos transexuales que, con sus pechos siliconados y labios hinchados, no engañaban a nadie. En cambio el que me entró era imposible de diferenciar de una hembra de nacimiento, al menos para mí. Me quedé loco.

- ¡Es un tío!

- ¡Pero no grites! Y tampoco le mires así que se va a molestar.

- Perdón. Es que parece una chica de verdad.

- Y lo es. Aquí cada uno es lo que quiere ser, no lo que opinen los demás.

- Entiendo.

- Dile a tu hermano que me llame algún día, ya sabe mi número. Lo pasaremos bien los tres - y acercándose me dijo al oído -, para mí eres más atractivo que él… y yo sí que nací chica, por si te lo preguntabas.

Pasé el resto de la noche riendo y bebiendo con Bruno de aquí para allá hasta que se hizo de día. Brillaba con luz propia, me sentía feliz de estar a su lado. Le bastó una simple ducha y un afeitado al llegar a casa para recobrar su aspecto perfecto, en cambio yo, poco acostumbrado a los excesos, estaba hecho polvo; apenas tuve fuerzas para llegar a la cama. Cuando me acosté todo me daba vueltas y aun así no podía dejar de pensar en las palabras de la rubia y en el aspecto tan fantástico que tenía el travestido. No era deseo o atracción física lo que sentía por él sino más bien admiración por verse tan bien vestido de mujer.

Si bien yo estaba de vacaciones mi hermano estaba a tope de trabajo en la sucursal bancaria que dirigía. Las mañanas eran largas, sin embargo no me aburría. Me gustaba pasear hasta llegar al parque, buscaba una buena sombra y me ponía a pintar, desde niño se me daba muy bien. No era yo muy de agua salada o de tomar el sol, aún así me propuse tomar un baño diario en el mar, alguien me dijo que era bueno para el acné. En la arena había fiestas todo el tiempo. Parejas gay o hétero convivían sin el menor problema, todo era armonía y buen rollo. Me maravillaba el buen ambiente que lo envolvía todo en ese lugar.

Cuando Bruno llegaba a casa nos pasábamos vagueando hasta que el sol menguaba su furia y salíamos por ahí a tomar la luna tras la merienda cena. No digo que todos los días se nos hiciese de día pero se podían contar con los dedos de una mano las noches que llegamos a casa antes de las dos de la mañana ese verano. En la calle todo era bullicio y éramos jóvenes para quedarnos en casa viendo la tele.

Cada día se me hacían más atractivas las ropas femeninas que ocupaban mi armario. Me pasaba horas con ellas. Las sacaba y las colocaba frente a mi cuerpo y el espejo me devolvía una imagen que me gustaba. Un día perdí la vergüenza y me puse el pantaloncito corto, las sandalias y la camisa de gasa más discreta. Con el vello facial muy rasurado, la melena suelta y un poco de maquillaje bien podía hacerme pasar por una chica. Algún que otro pelo en pierna y torso sí tenía así que eché mano a la crema depilatoria de Bruno y solventé el problema. El ciclismo era una religión en la baja Navarra, sabía cómo utilizarla y el resultado fue perfecto. Me planteé la opción de aumentar algo la planicie de mi pecho, sin embargo no hubo opción; por mucho que busqué no encontré entre la lencería de la ex de mi hermano sostén alguno ni tampoco tangas, tan solo braguitas de encaje preciosas, eso sí, aunque no excesivamente sofisticadas como el resto de las prendas del ajuar. Eso me extrañó un poco, no sé porqué la imaginaba bastante propensa a portar ese tipo de lencería. Si bien me intrigaba el aspecto que tendría mi excuñada no encontré por la casa ninguna foto suya.

Recuerdo el miedo y la vergüenza que pasé el primer día que me atreví a salir de la casa vestido así. Sólo fue una pequeña excursión de ida y vuelta hasta la panadería de la esquina que no fue nada y lo fue todo al mismo tiempo. Me costó un mundo pintarme los labios a mi gusto y aplicarme una sombra de ojos casi imperceptible, no quería maquillarme en exceso y parecer una loca. Para mi fortuna los tacones de las sandalias no eran excesivamente altos lo que facilitó mis movimientos. Los zapatos de tacón de aguja me tentaron hasta que intenté caminar con ellos y me caí de bruces contra el suelo antes del tercer paso. Aluciné ya no con el hecho de que las chicas pudieran bailar con ellos sino con que fueran capaces de dar un paso solamente.

Fui y volví a toda prisa, los cinco minutos más largos y excitantes de mi vida. Creía que todo el mundo me estaba mirando, la realidad es que no fue así. Lo cierto es que, siendo sinceros, desde la primera vez que me travestí se me veía bastante bien como mujer, al menos hasta que comencé a hablar. Siempre tuve la voz bastante aguda, aun así no me vi capaz de atenuarla mínimamente al pedir la baguette y dos cruasanes.

En los días sucesivos utilicé mi grabadora para corregir ese pequeño defecto hasta que logré un medio falsete bastante agradable pese a que no conseguí deshacerme de mi fuerte acento navarro. Hablaba lo justo de todos modos, la vergüenza me dominaba. También practiqué con los zapatos de tacón sin llegar a salir a la calle.

Poco a poco mis salidas como travestido se fueron alargando. Me atrevía a recorrer todo el paseo, a hablar con la gente e incluso a leer tranquilamente sentado en una tumbona en la playa. Mi interés por las chicas desapareció, si es que alguna vez había existido, y me reconfortaba mirando a los chicos musculosos caminando por la arena aunque ninguno me parecía tan atractivo como mi hermano, cosa que, en cierto modo, me inquietaba.

Mis sentimientos hacia Bruno eran confusos. Durante el día lo veía como mi hermano mayor pero por la noche, cuando salíamos juntos y se le acercaban las chicas, las circunstancias cambiaban. Sin saber por qué nacía dentro de mí cierta envidia al ver cómo las miraba, cómo las deseaba, cómo las besaba incluso. Al principio me hacía gracia tener que volver a casa solo cuando se encamaba con alguna de ellas, luego ya no. Tenía celos de ellas y eso me hacía sentir como la peor persona del mundo. Éramos hermanos, mis deseos hacia él estaban fuera de lugar, debía alegrarme por Bruno, eso era lo correcto. Todo lo demás sonaba aberrante en mi cabeza.

Si con el pantaloncito corto ya me sentía bien, con la minifalda me veía espectacular. Sólo había un problema: con el primero podía seguir llevando mis slips masculinos, pero al llevar la otra temía que quedaran a la vista si cometía alguna indiscreción al sentarme. Opté por usar una braguita de mi excuñada. Para mi sorpresa era muy cómoda de llevar y el pene se alojaba en ella de forma incluso más discreta que en mi propia ropa interior. Como todavía no llevaba muy bien eso de sentarme cruzando las piernas utilicé un bolsito a forma de parapeto como hacía mi madre. Ciertamente no quedaba muy femenino y moderno sin embargo todo aquello para mí era nuevo y cada nuevo reto solventado era para mí una victoria.

Me sentía genial con falda y una blusa un poco escotada; liberado de complejos. Es difícil de expresar con palabras, vestirme de mujer me hacía feliz. Puede decirse que, semanas después de mi llegada, ya utilizaba más ropa de la parte femenina de mi armario que la masculina. Esperaba con un ojo abierto a que Bruno se fuera al trabajo para saltar de la cama y travestirme, apuraba lo máximo para volver a mi aspecto habitual. Alguna vez tuve que disimular las braguitas entre las toallas tras la ducha para que mi hermano no las descubriera al llegar a casa.

Mi transformación no fue solo exterior. Como chico era introspectivo y taciturno, como chica era alegre y activa, me encantaba salir de casa, sonreír a la gente, interactuar con ellos, preguntarles cómo estaban y cosas así. Tampoco quiero engañar a nadie, mi transición no fue una cosa mágica y perfecta de un día para otro. Obviamente mi pecho plano, entre otras muchas cosas, me delataba; el punto es que en ese lugar mágico nadie te juzgaba, ni te miraba mal, ni te trababa como un bicho raro. Simplemente te dejaban ser lo que querías ser. Nada más, y nada menos.

Como anécdota contaré, la primera vez que tuve que utilizar el baño estando travestido, instintivamente me metí en el lavabo de los hombres. En cuanto vi los urinarios empotrados en la pared caí en mi error, por fortuna no había nadie y me metí en el de las féminas sin más contratiempos. Ni qué decir tiene que gané con el cambio, olía infinitamente mejor y estaban mucho más aseados.

Salvo algún que otro descuido que por fortuna pasó desapercibido, cuando Bruno volvía a casa todo estaba convenientemente guardado en su sitio, mi cara lavada y vestido como siempre. Era yo el que hacía la colada y me cuidaba mucho de que él no descubriera mi secreto. Sabía que era un chico moderno, con la mente abierta, que tenía muchas amigas transexuales y todo eso, pero yo era su hermano no alguien que te encuentras por la calle. No tenía la suficiente confianza en mí mismo para confesarme ante él. Obviamente también tenía miedo de su reacción al verme así, eso sin contar con el hecho de que utilizar la ropa de su ex tampoco era la mejor de las ideas. Podía enfadarse y, al menos por la segunda circunstancia, con toda la razón del mundo. Y el huracán Bruno desatado podía resultar devastador, lo había visto en acción el día en el que se marchó de casa dando un portazo.

Embebido por el frenesí del verano los días comenzaron a confundirse en mi cabeza. Ya no sabía si era lunes o era martes, de hecho no me importaba, todos los días eran una fiesta. Pero los convencionalismos existen, pese a quien pese, así que aquel día yo me levanté feliz como una lechuga, me lavé la cara, desayuné, me maquillé, me vestí de chica, me puse el bolso y mi mejor sonrisa sin ser consciente del riesgo. A punto estaba de salir de casa cuando recordé un pequeño detalle:

- “Joder, la cartera. Algún día vas a perder la cabeza.”

Y cuando estaba en mitad del pasillo la puerta de su cuarto se abrió de repente y me vi frente a frente con él.

Los bancos no abren los sábados.

Jamás lo olvidaré: el ahí, quieto como una estatua, con su pantalón de pijama y el torso desnudo, clavando sus ojos oscuros en mí, atravesándome con su mirada igual que papá cuando se enfadaba. Comencé a temblar como una magdalena. En lugar de paralizarme como hacía siempre, di media vuelta y salí corriendo de allí. Los escalones siembre habían sido un reto para mí como mujer, aquel día los bajé de dos en dos, y al llegar a la calle comencé a correr. Con los ojos llorosos me perdí, anduve por sitios desconocidos, zonas industriales, polígonos y barrios residenciales; lugares que no conocía muy alejados del glamour de la zona vieja, el puerto y la playa. No comí, tampoco hubiera podido hacerlo; con las prisas no había tomado la dichosa cartera, no tenía dinero ni llaves ni futuro. Las horas pasaban y no sabía qué hacer. Al final terminé en los jardines de Terramar, acurrucado en un banjo junto al kiosko, allá donde solía leer por las mañanas; un sitio tan agradable durante el día como poco recomendable cuando se hacía de noche. Tampoco tenía nada de valor encima así que no me importó que me atracaran. Aun así el sueño, el desánimo y el cansancio se apoderaron de mí, comencé a cabecear hasta que me dormí.

No sé cuánto tiempo permanecí allí. Noté una mano empujando mi hombro y a duras penas distinguir una voz familiar diciéndome:

- Ven. Levántate. Vámonos de aquí.

Abrí los ojos, le vi. Mi ángel guardián.

- Ven conmigo, Víctor. ¡Vámonos a casa!

Mi hermano me tendió la mano, firme y varonil. Creo que desde entonces siento atracción por ese tipo de manos poderosas. Intentó sacarme de allí en volandas aunque yo estaba tan fatigado que no podía ni andar. Me cogió en brazos y atravesó el parque conmigo acurrucado en su pecho, protegido de todo mal gracias a su presencia. Supongo que me metió en un taxi o me llevó así hasta casa, no me acuerdo. Estaba tan roto que me desvanecí con la cara apoyada en su hombro.

Mi siguiente recuerdo fue a la mañana siguiente, en mi habitación, con mi pijama puesto y el sol en todo lo alto. El fuerte olor a café lo impregnaba todo. No quería salir de la habitación, no quería enfrentarme a él, no podía soportar de nuevo esa mirada. Lo escuchaba ir y venir por la casa acurrucado bajo mi sábana como cuando era niño.

Al final me armé de valor y salí de mi escondrijo, yendo a su encuentro. Llevaba un buen rato intentando adivinar su reacción, me ponía en lo peor. Tenía asumido que iba a mandarme de vuelta a casa de forma inmediata, que volvería a mi monótona rutina diaria. Eso para mí era una verdadera tortura, creí que mi verdadera vida se acababa y retomaba de nuevo otra en la que el protagonista no era yo.

- ¿Tienes hambre?

- No, la verdad es que no. Yo…

- Come. Necesitas reponer fuerzas. ¿Quieres bacón con los huevos fritos?

- No. De verdad es que no.

- Soy tu hermano mayor y te he dicho que comas.

Comí. Para ser honestos mi cuerpo respondió a la llamada y, si bien el primer bocado fue obligado, los siguientes no. Tan preocupado estaba por mi infausto futuro que no había atendido a mis necesidades básicas. Poco menos que devoré todo cuanto él puso en mi plato. Suena tonto pero, con el estómago lleno, las cosas se ven de otra manera. Otra frase lapidaria de mi madre.

- Tengo algo para ti - me dijo Bruno antes de salir de la cocina.

Intrigado, esperé a su regreso. No parecía enfadado por lo sucedido, al menos eso estaba claro. Al poco regresó con una bolsita de papel de vivos colores. El logotipo impreso en ella me era familiar aunque por aquel entonces no era yo muy ducho en lo referente a marcas caras.

- Toma. Es para ti.

Curioso, abrí el regalo y aluciné. Mi corazón volvió a latir con fuerza al ver el conjunto de braguita y sostén granate. Anonadado, le miré y vi su sonrisa de oreja a oreja. Me lo hubiera comido a besos allí mismo. Mi hermano, lejos de estar molesto, me aceptaba tal y como era.

- No vuelvas a marcharte así, Víctor. Me diste un susto de muerte al ver que no volvías.

Yo estaba tan emocionado que las palabras que salían de mi pecho no lograban traspasar mi garganta. Me limité a asentir con la cabeza.

- Creo que son de tu talla… - dijo apartando la mirada -, te pareces bastante a ella.

- ¿Te refieres a…?

- A Maite. Sí. No llegó a estrenarlo ni creo que lo haga nunca.

Noté que se entristecía por momentos. Hasta ese momento no me había dado la impresión de estar tan afectado por su última ruptura aunque sí es verdad que salíamos mucho y bebía bastante, mucho más que en veranos anteriores.

- Entiendo.

- Puedes probarlo

- ¿Ahora? -Los ojos se me abrieron de par en par.

- Claro, ¿por qué no?

Poco menos que volé hacia el cuarto de baño, me pareció violento desnudarme allí mismo. Me puse el conjunto a toda prisa. Bruno no se había equivocado, se ajustaba a mi cuerpo como un guante. Mi pene parecía desaparecer bajo la braguita como por arte de magia. Estaba tan nervioso que al principio no me di cuenta de un detalle. No fue hasta que me lo ví totalmente en su sitio cuando me percaté de que el sostén tenía relleno. No un poco para realzar las formas como era lo normal… sino que lo llenaba todo.

Tras el desconcierto inicial pareció revelarse ante mí uno de los secretos del universo. Fue un vuelco en mi vida descubrir la inclinación sexual de mi hermano, la verdadera naturaleza de su última y más importante pareja . Maite… era trans. Me dejó tocado, todos mis esquemas mentales saltaron hechos trizas. Me armé de valor y salí a su encuentro. Quería conocer más de esa faceta suya tan desconocida para mí.

- Estás precioso… preciosa, quiero decir..

- Gra… gracias.

- ¿Cómo quieres que te llame? ¿Víctor? O tal vez… ¿Victoria? ¿Vicky mejor?

- ¡Sí! - exclamé entusiasmado -. Vicky estará bien.

- ¡Genial!

- Gracias, Bruno.

- Por nada, Vicky

Descubrí en su mirar algo diferente, un brillo distinto en sus ojos al verme vestido de chica. No fui capaz de gestionarlo y quise dar un paso atrás.

- Pero… ¿dónde vas?

- A cambiarme de nuevo…

 -¿Por qué? Te ves genial así. No lo hagas, por favor.

Demoré un poco la respuesta, todo iba muy rápido y mi cerebro no podía procesarlo. Al final el cerebro ganó la batalla al corazón:

- No. Mejor no.

Plegué velas, volví a recobrar mi aspecto habitual y pasé la tarde dormitando en mi cuarto. Todavía no me había recuperado físicamente de mi excursión del día anterior y, por si eso fuera poco, tenía que asimilar todo lo ocurrido en la mañana. No fue hasta la hora de la cena cuando coincidimos los dos de nuevo.

- ¿Quieres que salgamos esta noche? - me preguntó mientras fregaba los cacharros.

- ¡Uff, no sé! Todavía estoy un poco cansado.

-Puedes… vestirte como te gusta. Por mí no hay problema. Aquí nadie se meterá contigo, ya lo sabes.

Mis piernas comenzaron a temblar y el nudo crónico de mi garganta se hizo notar.

- Vale.

Al llegar la medianoche salimos los dos. Yo estaba como en una nube. El cambio en Bruno fue radical, solo tenía ojos para mí. Su apoyo me ayudó un montón. No me corregía, ni criticaba, reía cuando olvidaba mi falsete o tropezaba con las sandalias de tacón. Me hizo sentir muy bien todo el tiempo. Incluso apartó un mechón rebelde de mi cara varias veces y me dijo que estaba mucho más guapa de chica que de chico. Eso me hizo reír y sentirme raro a la vez. Supongo que en el fondo me gustaba ser tratado de ese modo tan galante.

La noche pasó como un suspiro, mucho más rápido que las anteriores. Una de las cosas que más agradecí es que no coqueteó con nadie más, tuve toda su atención, fue solo para mí durante toda la velada; me colmó con mil y una atenciones.

Cuando cerraron los bares, me llevó por la playa; caminamos con los pies desnudos por la arena. Aprovechando la falta de luna y un recoveco en la roca de una pequeña cala, me cogió por el talle, me acercó a su cuerpo y me besó. Cada vez que lo recuerdo se me eriza la piel: el primer beso de mi vida fue mágico. Lo tuvo todo: pasión, deseo, ardor… pero también malos pensamientos, miedo, incesto y culpa.

Al principio recibí el beso pasivamente, tardé más de lo debido en asimilar lo que estaba pasando. Su lengua buscó la mía con la confianza que da la experiencia, jugueteó con ella, dejándome sin aliento, colmándome de babas. Luego algo dentro de mí hizo contacto y le devolví las caricias de su lengua con la mía como mejor pude dada mi nula experiencia. No deseaba tocarle, ni que él me tocara: sólo quería que aquel beso de Bruno no terminase nunca.

Es por eso por lo que me sentí algo decepcionado cuando, pasados los mejores minutos de mi vida con su lengua acosando a la mía, se separó de mí. Quise entregarme a él de nuevo, fusionar sus labios con los míos, parecía yo un pececito hambriento. No tuve opción: tras darme un delicado empujón contra la roca, se arrodilló en la arena, y sin darme tiempo a reaccionar, me bajó las braguitas hasta los tobillos, enterró su cabeza bajo mi minifalda tableada, asió mi pene con suma delicadeza y se lo metió en la boca sin vacilar.

- Qué… ¿qué haces?

No obtuve respuesta. Él tenía mejores cosas que hacer con sus labios.

El placer que sentí al entrar en su boca fue tan grande que la vista se me nubló. Estaba totalmente desconcertado, era la primera vez que alguien me hacía esto y jamás hubiera pensado que iba a ser mi hermano Bruno el que me iniciase en el sexo. Pasado el tiempo puedo asegurar que fue una mamada antológica, desde luego no era un primerizo, sabía lo que hacía para llevarme al cielo y mantenerme allí. Fue prudente, se tomó su tiempo para que mi pene alcanzase la dureza necesaria y esputara las primeras gotitas de líquido preseminal entre sus labios. Después dedicó sus atenciones a mis testículos, besándolos con delicadeza primero para proceder a rozarlos después con la lengua con una cadencia maravillosa. Los cubrió de babas, me succionó el escroto, masajeó mis huevos e incluso creo que llegó a meterse uno en la boca. Cuando se cansó de volverme loco me chupó de nuevo el pene haciendo el vacío. Casi me da algo, creí que mi corazón saldría disparado de mi pecho de un momento a otro en cada andanada.

Ni qué decir tiene que yo me derretía de puro gusto. El alba nos descubrió con la boca experta de mi hermano mayor haciendo diabluras en mis bajos. Recuerdo que una pareja pasó no muy lejos de nosotros justo en el instante en el que Bruno atacó mi pene con mayor vehemencia. Fieles al espíritu de tolerancia que reinaba en toda la ciudad, hicieron todo lo posible para no molestarnos y que la magia no se rompiera. Disfruté tanto que de lo más profundo de mi garganta empezaron a surgir jadeos cada vez más audibles. Me lo hizo tan bien que a pesar de que intenté, retrasar el final feliz todo lo posible, me diluí en la boca de mi hermano dándole todo mi amor que me fue posible en forma de esperma.

Cuando todo terminó obtuve el beso que estaba buscando. Obviamente el sabor era diferente, ya no paladeé el dulce néctar de su saliva mezclada con alcohol sino el ácido rescoldo de mi propia simiente. No me importó, yo sólo quería que mi lengua y la suya fuesen una. Su forma de besar me encandiló desde un principio, era adictiva para mí. Jamás me han vuelto a besar así.

- ¡Vámonos a casa, Vicky!

- ¡Sí! - contesté eufórico.

Era yo el que tiraba de él. De alguna forma quería devolverle lo que me hizo sentir en la playa. De camino a casa maldije mi inexperiencia. No sabía muy bien cómo iba a compensarle, lo que tenía claro es que por mi parte no iba a quedar. Olvidé mi forma de caminar femenina, poco menos que volábamos por las callejuelas desiertas de la zona vieja. Al entrar en casa me cargó como si fuese una pluma. Colgado de su cuello subí las escaleras, entramos en su cuarto, y sin dejar de besarme me tumbó sobre su cama. Embargado por los nervios, quise quitarme la ropa demasiado deprisa. Me detuvo con una sonrisa.

- Tranquila, tranquila. Yo te ayudo.

Sus manos firmes fueron despojandome de mis sandalias. Intenté desabrocharle la camisa y, tras varios intentos infructuosos, me rendí a la evidencia: me excitaba mucho más dejarme hacer que tomar la iniciativa. A Bruno eso no parecía importarle, resplandecía tan seguro de sí mismo, el fulgor de sus ojos era hipnótico; en menos de lo que se tarda en contarlo estaba yo totalmente desnudo sobre su cama.

El rubor volvió a apoderarse de mí. De niños habíamos compartido ducha infinidad de veces, sin embargo mi desnudez en ese momento era de todo menos inocente. Me sentí aliviado cuando descubrí su gesto de aprobación. Le gustó lo que vio o al menos eso quise creer, me dio ánimo para seguir adelante o por lo menos para no salir corriendo. Me hizo falta toda la confianza, sobre todo cuando él se desnudó también y descubrí lo que tenía entre las piernas, un bonito pene que me miraba desafiante con su único ojo. Por extraño que parezca nunca me había fijado en ese punto de su anatomía, hasta ese verano él siempre había sido mi hermano, nada más. Jamás había tenido pensamientos libidinosos hacia él, lo cierto es que nunca los tuve hacia ningún chico hasta que me travestí.

Con la mirada fija en su miembro viril mi boca comenzó a lubricar, sin embargo no pude esconder mi temor. Mi experiencia sexual era nula y, pese a que la intención de entregarme a él era firme, no veía yo el modo en el que semejante cosa pudiera entrar en mí sin que se desatara la tragedia.

- Tranquila… ¿vale? No te haré daño. - Apuntó Bruno como leyéndome la mente, asiéndome de nuevo el cipote.

- Vale - me rendí gracias a sus atenciones -.

Después de acariciarme varias veces el pene con suavidad se alejó de mí. Expectante, no dejé de seguirle con la mirada en su ir y venir por la habitación. Rebuscó en el fondo del cajón de la mesilla y sacó de él un tubito de color azul. Quise preguntar de qué se trataba. No lo hice, una cosa era no tener experiencia y otra manifestarlo de manera tan evidente. Cuando lo tuvo todo listo volvió a mi lado y me sonrió.

- ¿Confías en mí, Vicky? - me dijo acariciando mi pecho con las yemas de los dedos..

- Sí, Bruno.

- No lo has hecho nunca…

- Nunca. Nada de nada.

 - ¿Ni con una chica tampoco?

- Nada.

- Tendré cuidado.

- Lo sé.

Guiado por sus manos dejé que me diese la vuelta. Cuando se colocó tras de mí agradecí no poder verle la cara, tal vez hubiese huido de pura vergüenza o puesto más nervioso. Es cierto que di un respingo al notar el frescor del gel lubricante en mi orto y calor cuando sentí cómo su dedo lo extendía por mi esfínter anal y alrededores..

El movimiento sensual tuvo un efecto tranquilizador en mí. Supongo que mi cuerpo se relajó y él lo notó ya que introdujo una falange en mí y me dedeó suavemente. La sensación durante el ir y venir era extraña, inquietante; nunca había estimulado esa parte de mi cuerpo. El lubricante conjugado con su pericia lograron que la intromisión no fuese dolorosa. Todo lo contrario, para mi total sorpresa mi pene se enderezó aun estando atrapado bajo el abdomen. Era un hecho, mi cuerpo estaba gozando aunque mi cabeza no acababa de asimilarlo y de decirme que aquello no estaba bien.

El momento álgido llegó, Bruno se colocó sobre mí. Supongo que también lubricó su herramienta, no lo sé. No pidió nada, no preguntó, tampoco me ordenó; simplemente me separó las piernas hasta que todo estuvo a su gusto, aproximó su estoque a mi orto y entró en mí lentamente, milímetro a milímetro; sin prisa pero sin pausa.

Mi primera vez dolió. Decir lo contrario sería mentir. Si bien con el dedo de Bruno no había surgido problema, la cabeza de su verga era considerablemente más gruesa, y, aunque también era algo más flexible, no dejaba de ser una contundente barra de carne entrando en un agujero virgen diseñado para la salida, no para la entrada. Es entonces cuando mi mente libró una breve batalla con mi cuerpo y salió victoriosa. El deseo, las ganas y mi amor infinito hacia mi hermano actuaron de anestesia. Así que, en lugar de esquivar el dolor, me enfrenté a él abiertamente, separé las piernas un poco más y clavé los dientes en la almohada por si mi garganta me jugaba una mala pasada y le daba por chillar. Me sometí, mi confianza en él era total.

En ningún momento Bruno perdió el control de su cuerpo durante el acto. Combinó ráfagas cortas y menos profundas con inserciones algo más pausadas y vehementes, siempre estando muy pendientes de las reacciones de mi cuerpo. De hecho creo que él las controlaba mucho más que yo. Poco a poco el dolor fue menguando y la sensación placer incrementándose. Yo lo notaba cada vez más excitado, sus arremetidas eran cada vez más intensas y su respiración se hacía más fuerte tras mi nuca. Cerré los ojos cuando noté que iba a correrse, no quería ninguna distracción en ese momento. Dolía a rabiar y, pese a todo, deseaba que esa sensación en el interior de mi culo no terminase nunca.

Sinceramente no sé quién se corrió primero, si él dentro de mi intestino o yo sobre la sábana de su cama; lo que sí que puedo asegurar es que fue un orgasmo abundante y casi simultáneo. Fue algo mágico mi primera vez.

Cuando no le quedó nada dentro se tumbó a mi lado lentamente, alojó mi cabeza sobre su brazo y me besó varias veces en la frente. No dijo nada, yo tampoco. No hizo falta, las palabras son fuente de malos entendidos.

Bruno se durmió enseguida, su respiración se fue haciendo pesada paulatinamente, a mí me costó algo más. Quería recrearme en lo sucedido, intentaba grabarlo en mi memoria por si no volvía a repetirse. Con el pulso de su corazón en mi oreja, notaba cómo el esperma de mi hermano abandonaba mi cuerpo y resbalaba por mis glúteos. Disfruté mucho con esa sensación.

Sin duda aquel fue el mejor verano de mi vida. No volví a vestirme de chico ni a dormir en el cuarto de invitados. Bruno se deshacía en atenciones hacia mí, me compró ropa nueva e incluso alguna pequeña joya: éramos la pareja perfecta.

El tiempo cabalga de forma inexorable para todos y nuestro mágico verano terminó. Me costó un mar de lágrimas separarme de él y volver a casa; las zapatillas deportivas me molestaban y no me veía cómodo con pantalones. Si miraba a las chicas era para fijarme en sus modelitos, su forma de maquillarse y los perfumes que utilizaban, nada más. Pasaron de ser un objetivo a una competencia.

En cuanto a lo afectivo llevaba bastante mal la distancia, prácticamente mi hermano me llamaba todos los días y pasábamos horas hablando de lo que íbamos a hacer el verano siguiente. Pero poco a poco las llamadas se fueron haciendo más cortas, hasta que llegó un día en el que no llamó. Las conversaciones pasaron a ser semanales primero, quincenales después. Yo sabía que algo iba mal, no obstante no quería hacer o decir nada que pudiera enturbiar nuestra relación.

Cumplí mi parte, mis notas fueron todavía mejores que los cursos anteriores, sin embargo, al llegar el verano, la ansiada llamada no llegó. En realidad sí lo hizo aunque no fue tal y como yo esperaba.

- ¡Bruno se casa! - Mamá entró en tromba en mi habitación para soltar la noticia bomba que me destrozó el corazón.

- ¡¿Qué?!

- ¡Que tu hermano se casa! ¿Puedes creerlo?

- Pe… pero..

- Por fin ha conocido a una chica que le ha hecho sentar la cabeza. Se trasladan a Pamplona y contraen matrimonio en septiembre. ¿No te parece genial? ¡Vivirán aquí mismo!

- Sí - dije yo con el alma rota -, es genial.

Y se largó de allí para contarle las nuevas a las vecinas, dejándome a mí en la más absoluta de las miserias.

No fui a la boda. No tenía ganas de presenciar una farsa. Mi padre se puso hecho una furia conmigo, tanto que amenazó con echarme de casa. No hizo falta, me fui yo mismo: allí sobraba.

Paradojas de la vida el hijo pródigo volvió al redil. Se casó por la iglesia, tuvo dos hijos y uno de cada dos domingos van todos juntos a comer a casa de mis padres. Por contra, me mudé a Sitges y no me he vuelto a vestir de hombre. Aquí me conocen por Vicky la pintora, nada más.

Los comienzos como pintora callejera fueron duros, sin embargo poco a poco logré salir adelante e incluso abrí una pequeña galería con la que me gano la vida en la actualidad.

Mi relación con Bruno se redujo a la mínima expresión. Una llamada en Navidad otra para mi cumpleaños y poco más.  Me acuerdo mucho de mi hermano y, tonta de mí, todavía espero su llamada a principios de cada verano pese a que soy consciente de que no llegará.

Agua pasada no mueve molino, aunque en mi caso, la humedad que dejó en mí tras su paso jamás la olvidaré .

Kamataruk - Zarrio


“Caminando en línea recta no puede uno llegar muy lejos.”

“El principito “ Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944)


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