Capítulo 2. ¿Novia o sumisa?
La Ninfa mordió la tapa del
bolígrafo masacrando el plástico en el proceso, llevaba toda la mañana sentada
en el pequeño escritorio de su habitación, cavilando, porque a diferencia de la
mayoría de los jóvenes, le gustaba pensar. Inclusive pensó en sus amigos, les
quería un montón, pero no podía mantener una conversación demasiado intelectual
con ellos. Le fastidiaba el tener que bajar su nivel de pensamiento para poder
socializar, pensó en el funesto panorama que tenía España si el futuro dependía
de tan mediocres individuos.
Se perdió en su propio y
cuestionable monólogo mientras veía la pantalla del chat, esperando a que Él se conectara. Era un típico sábado en
el que, según su criterio, El Autor pasaba de ella. Solo esperaba el mensaje de
turno, en el cual le exigía una foto de sus senos, o de alguna de sus otras
partes íntimas. Decidió dejar de pensar en el futuro de la madre patria para
centrarse en el suyo.
No sabía exactamente que esperar al
iniciar esa “relación”, por supuesto no esperaba tal giro de los
acontecimientos. En cierta ocasión le había presionado para darle un status a
esa vorágine de pasión, impersonal para él y muy implicada para ella. La
cuestión consistía en que, al principio, se consideraba su novia, una musa, o
es lo que pretendía ser pero, cada día que pasaba, el vacío de las
circunstancias le hacía ver que más que una enamorada no pasaba de ser una
sumisa, una esclava sexual, un juguete que se abría de piernas cada vez que
recibía una notificación.
La mayor desilusión vino ante la
negativa de llegar a un plano físico. Hacía meses que se había visto envuelta
en todo aquello y vivía para satisfacer los deseos de ese hombre sin rostro.
Finalmente llegó el tan esperado mensaje: se había ido con sus amigos de tapas.
Le pidió, más bien le exigió, un primer plano de su coño. En modo automático se
bajó el pantalón y las bragas, abriendo los labios de su sexo y se hizo un par
de fotos. Tras un “Buena chica” se desconectó sin más. En ese momento se sintió
una especie de mascota, a la que premiaban con un par de palabras o una galleta
después de hacer un truco.
– En algún punto esto deberá cambiar –reflexionó en voz alta para sí.
El Autor abrió discretamente el
chat, no le gustaba usar el móvil si se reunía con sus amigos, lo consideraba
una falta de respeto. Si se tomaba la molestia de reunirse eso implicaba un
mínimo de socialización y además tampoco quería comprometer la identidad de la
chica dada su edad. No pudo evitar mirar un par de veces el trasto a lo largo
de la tarde. Le extrañó que Julia no hubiese contestado sus mensajes
posteriores. Después del primer encuentro le fue sacando información a la
chica, pero esta no era tonta, no soltaba prenda de algunas de las cosas que
más curiosidad le causaban, siempre alegaba que no le importaba contarle todo
de ella, más involucrar a terceros era una desconsideración para los suyos.
Condenadamente joven y lo que tenía
en juventud le daba tres vueltas en inteligencia. La chica que hacía de juguete
para satisfacer sus bajas pasiones todas las noches o madrugadas cada vez se le
hacía más imprescindible. Eso le molestaba, le molestaba mucho. Y lo que más le
cabreaba era que, a veces, le hacía bajar sus defensas y le contaba su
cotidianidad, el jaleo del trabajo, o uno que otro recuerdo de su infancia. Era
su culpa, esa niña era sensible y dulce, lo iba cautivando, lo que en parte le
hacía comportarse peor, para evadir sus sentimientos.
Llegado a ese punto, dejando de
lado su sórdida e intensa faceta sexual, llegaron a un punto cariñoso, al
principio lo hizo para envolver a la chica y luego se le hizo una peligrosa
costumbre. Descubrió en la Ninfa una chica en exceso dependiente, que no se
cortada en mandarle decenas de mensajes para llamar su atención. En una de sus
constantes discusiones ella tuvo la osadía de amenazarle con quitarle esos
“pucheros”, esas protestas, lo que le causó un cortocircuito y le dio la orden
de llenarle de mensajes todo el tiempo. Era un cabrón vanidoso, le gustaba ser
el sol sobre el cual orbitaba la jovencita, y no se cortaba por ello.
Jamás admitiría que le fastidiaba
si ella se ausentaba, casi siempre tenía una buena justificación, y cuando no
era el caso esta situación devengaba en un castigo para recordarle que no podía
dejar de atender sus obligaciones de… ¿juguete? No, no, por más que no se
tratase de otra cosa que un mero entretenimiento para él, le daba puntos de
valor para mantenerla enganchada. Era hasta cierto punto mimoso, y le decía que
la quería, eso le permitía obtener lo que le pedía pues era claro que lo adoraba.
Luego estaban los asuntos del mundo
físico de la cría, por una inexplicable razón se enfurecía cuando alguien la
lastimaba. Solo él podía causarle dolor a su pequeño juguete, y solo lo hacía
para calmar al lobo, lo que en general terminaba en un intenso orgasmo. En
realidad, lo peor venía con el resto de su familia, Julia parecía darles más o menos lo mismo. La
nena tenía la costumbre de ser el referí en las peleas de sus hermanos que
generalmente terminaban de forma violenta, en más de una ocasión fue blanco de
los puños de Caín y Abel, como cariñosamente les apodaba a sus hermanos.
Fuera de su ambiente familiar Julia
sacaba las garras, demostrando su vena de lobezna. Como golpe de gracia se
añadía que era extremadamente… torpe, ¿era posible que esa chica caminase un
día sin darse un traspiés o chocase contra algo? Cada día le descubría un nuevo
golpe en su cuerpo que por algún tiempo le hizo suponer que la violencia
intrafamiliar iba a más, a decir verdad, a pesar de ser tan inteligente la
jovencita de intensos ojos castaños era en exceso torpe, una calamidad andante.
Se amonestó, ella solo era un
juguete, de hecho, si lo pensaba un poco, hasta debía deshacerse de ella. Se
notaba cada vez más encoñado, descartó cualquier otra opción. Una vez leyó en
un relato que a su edad estar enamorado o encoñado vendrían siendo más o menos
lo mismo, la autora de aquel relato no iba tan desencaminada.
Pocas cosas perturbaban a El Autor,
pero la ausencia prolongada de la chica sin justificación ya le estaba molestando
en demasía. Por su mente comenzaron a fraguarse una buena cantidad de castigos
si no presentaba una buena justificación.
En la noche, sentado frente al
ordenador un millón de ideas lujuriosas pasaban por su mente, se desharía de
esa necesidad usando el tierno cuerpo de su Ninfa a placer. La guapa morena de
tierno rostro se abriría de piernas solo para satisfacerle. Tenía una capacidad
innata de correrse, con una cantidad interminable de flujo. Disfrutaba
exprimiendo el jugoso coño hasta dejarlo seco, todo un desafío. Finalmente la
chica apareció pero lo que leyó le dejó frío.
-
Hola Papi, lo
siento… hoy no podré conectarme. Estoy en el hospital.
-
¿Alguno de tus
padres te obligó a ir? –
Contestó mordazmente, no le gustaba que se alterarán sus
planes. Además, eso no justificaba su ausencia a lo largo de la tarde.
-
Esto… no. No me
he sentido bien hoy, ya sabes lo del corazón.
-
¿Lo del corazón
qué? –contestó extrañado.
-
Oh cierto… ¿No te
comenté que tengo un problema en el corazón? No es la gran cosa, pero a veces
me jode. En un par de horas volveré a casa.
-
No, no me habías
dicho –se tensó en su silla, la fugaz idea de que le faltase le aterró.
-
– Luego te
explico, debo dejar el móvil. Besos.
Y tras esa apresurada despedida
recibió de inmediato una fotografía de La Nifa.
La jovencita, embutida en uno de esos horribles pijamas sanitarios,
esbozaba una tímida sonrisa abrazando una almohada tiernamente. Se quedó largo
rato mirando la pantalla. Seguía pareciéndole preciosa pese a que sus
vivarachas pupilas marrones destilaban un deje de tristeza y cansancio,
acentuado por unas ojeras más marcadas de lo habitual. Siempre las había achacado a esa mala
costumbre de desvelarse leyendo o jugando aunque, después de la información
recibida aquella mañana, tal vez tuviesen origen en su maltrecho corazón.
Dudó si guardar la foto junto al
resto de material, al fin y al cabo no era nada pervertido. Se sintió algo
culpable al comprobar que esa iba a ser la primera foto que conservaba de la
jovencita con ropa, el resto de imágenes y videos tenían bastante carga erótica
o eran directamente pornográficas.
La ninfa era tan frágil, tan
inocente, tan necesitada de cariño y atención que conseguir que se bajara las
bragas había sido un juego de niños, para él, un desentrenado, pero al fin y al
cabo experto depredador sexual. Y precisamente todo eso que le había facilitado
la tarea era lo que le corroía la conciencia desde hacía un tiempo. Poco a poco iba naciendo en él un sentimiento
que iba más allá de la posesión y la dominación física. No sabía exáctamente de
qué se trataba ni a qué se debía pero tenía la imperiosa necesidad de atender como nunca antes lo había hecho a
aquel pedacito de carne, a aquella muñeca hinchable, a aquel coñito con patas.
Era suya, sólo suya, quería que ella
estuviera bien, que su vida física más allá de la red le fuese placentera.
Paradójicamente le mataba que alguien le hiciese daño de cualquier tipo a la
adolescente cuando él la instaba noche tras noche a traspasar la barrera del
dolor para obtener placer y satisfacer sus más bajos instintos. Podía resultar
contradictorio a la vista de un tercero, para él era una forma de actuar de lo
más consecuente.
-
¿Pero qué narices estás haciendo? - Murmuró meneando la
cabeza, molesto consigo mismo - Es una zorrita más y ya.
Y tras mandar la fotografía a la
papelera escribió un escueto mensaje a la jovencita.
-
Hay partido esta
noche, no podré hablar. Quedamos mañana en la madrugada.
-
Creo que me
vendría bien descansar esta noche.
-
No, te necesito.
A las cinco y media, como siempre.
-
Pero…
-
Si no te conectas
no hace falta que me escribas más. Ten a mano lo siguiente…
La chica leyó con el alma partida
en dos la retahíla de exigencias de El Autor, algunas habituales, otras
totalmente novedosas. Él por su parte, sin aguardar contestación, abandonó el
chat precipitadamente.
Treinta minutos antes de lo
habitual el adulto se mesaba la barba frente a la pantalla. Apenas había pegado
ojo. Su cabeza no hacía más que dar vueltas y más vueltas. Acostumbrado a ser
un lobo solitario e insensible le costaba gestionar ciertos sentimientos
olvidados en lo más recóndito de su oscuro corazón.
La opción más sensata y adulta era
poner fin a todo aquello de inmediato: despedirse cortésmente de ella, eliminar
todo lo grabado y bloquear su correo. No era algo nuevo, lo había hecho
bastantes veces así y había funcionado. Era sencillo, apenas tres o cuatro
frases frías exonerando a la chica de toda responsabilidad de la ruptura y
tranquilizándola para que recobrase algo de autoestima y principalmente para
que estuviese segura de que su coñito sonrosado no iba a navegar por todo
internet. Después, tras consolarla unos minutos, procedería según lo previsto y
todo aquello finalizaría de raíz; el error estaría solventado, volvería a tener
el control de su vida.
La primera opción a valorar tenía
un problema: no estaba seguro de poder aguantar el envite de “pucheros” y
llantos correspondiente sin sucumbir. Tenía muy dentro clavado el veneno de la
chica y la falta de hábito a la hora de manejar situaciones como aquella le
podían jugar una mala pasada. Un paso en falso podría resultar nefasto, dejarle
secuelas y animarle a reincidir en su error.
También estaba la opción del
gosthing, pasar de ella de modo radical sin dar una explicación, pero eso iba en contra de sus principios. El
Autor podía tener una moral laxa con casi todas las cosas de este mundo excepto
en cuatro o cinco pilares fundamentales, un puñado de reglas que seguía a
rajatabla, importantísimas para él ya que, gracias a ellas, podía seguir
considerándose como una ser humano y no
como a la abominación que creía ser.
El autor no concebía ni tan
siquiera abandonar una conversación simple sin despedirse así que le resultaba
imposible poner fin a una relación, cualquiera que fuese, de una forma tan
cobarde y rastrera. Eso sencillamente no iba a pasar. Él no era así.
Luego estaba la tercera vía, la
menos segura, la más laboriosa y, sin
duda, más dolorosa: forzar las cosas
hasta tal punto que fuese ella la que lo dejase. Él era viejo, había librado mil batallas, su
corazón estaba curtido y lleno de llagas cicatrizadas; una más, aunque fuese la
más profunda de todas, no iba a acabar con él. En cambio ella saldría
relativamente indemne de todo aquello; dolorida al principio, reforzada
después. La desagradable experiencia con El Autor la haría madurar más aún si
cabe y le enseñaría a no volver a caer en manos de la multitud de depredadores
sexuales que abundaban en ciberespacio y que, dada su juventud y gustos, iba a
encontrarse en su camino.
Sin
ninguna uña más que mordisquear, mirando a la pantalla, se hizo la hora.
-
Hola.
Respiró aliviado al ver el chat
limpio de mensajes. Por primera vez desde que comenzó todo rezó para que su
saludo inicial en la madrugada no obtuviese respuesta. Esperaba que la chica
hubiera sucumbido a los encantos de Morfeo y que no apareciese por allí.
No hubo
suerte.
-
Hola papi, ¿qué
tal el partido?
La pregunta, totalmente lógica, le
pilló con el paso cambiado. Ni siquiera había tenido la precaución de
interesarse por el resultado así que obvió la pregunta. Tenía sólo una cosa en
su mente: terminar con todo aquello de una vez de la forma más rápida posible.
-
¿Lo tienes todo
listo? El juguete, la correa… - Tecleó.
-
Sí.
-
¿Las pinzas?,
¿Tienes a mano las pinzas y todo lo
demás?
-
Sí. Aquí está
todo.
-
Póntelo.
-
¿No quieres que
lo haga delante de ti?
-
No. Lo quiero
todo desde el principio.
-
¿Estás bien,
papi?
-
Obedece, hazlo
ya.
-
Sí papi.
Mientras esperaba, el autor iba
poniéndose más nervioso. Necesitaba un corte rápido, casi quirúrgico, por lo
sano si era necesario. Cada minuto que pasase viéndola era como una tortura.
Debía ser duro, un lobo despiadado, mostrarle su verdadera naturaleza,
despedazar a su lobezna tanto física como emocionalmente consiguiendo de este
modo que se alejara de él.
-
Llama papi.
Febril, inició el ritual de cada
noche. Dudó si grabar o no la sesión como otras veces. Se dijo que para qué si,
después de ese funesto encuentro, destruiría todo lo mucho acumulado que tenía
de la jovencita.
Verla sentada desnuda sobre sus
talones, con las rodillas separadas de par en par, la correa de cuero apretando
firmemente su cuello y las pirañas en forma de pinzas mordiendo sus pezones
erectos fue impactante. Pese a su fragilidad, seguía irradiando esa
determinación por entregarse a él que lo cautivaba, esa que lo volvía loco
noche tras noche.
La ninfa
resplandecía.
Había intentado disimular sus
ojeras con el maquillaje y la sombra de ojos. Su cuerpo marcaba una cantidad de
iniciales mucho mayor que de costumbre siguiendo las indicaciones de El Autor .
Los labios pintados de negro, el cabello recogido en una cola alta y tirante, y
las uñas lacadas con el mismo color le conferían un aspecto gótico de lo más
morboso para él. A un lado descansaba el tanga negro, ese que le volvía loco
cuando se lo quitaba para él, y al otro el juguete sexual con el que tan buenos
ratos habían pasado los dos. Todo listo y dispuesto para la acción, como
siempre.
-
Hola.
-
Hola papi.
-
E… estás
preciosa.
-
Gracias papi. Te
quiero.
-
Y papi más a ti.
Molesto
consigo mismo por su rapto de sinceridad, frunció el ceño, respiró
profundamente, se arrancó el corazón, lo encerró en el último cajón de su
escritorio y prosiguió con el plan:
-
Quiero algo más.
-
¿Qué… qué quieres
papi?
-
Quiero que
escribas algo más en tu pecho.
-
Sí, papi.
La
orden, sin ser habitual, no era del todo extraña. Alguna que otra noche al
adulto se le antojaba marcar a la adolescente con su pseudónimo. Era fetichista
con multitud de detalles como ese y ella se prestaba siempre a complacerle.
La chica
saltó de la cama, sus rodillas crujieron provocándole una mueca de dolor y
enseguida recobró la postura con el rotulador en la mano, abierta de
piernas, lista para complacer al adulto.
-
¿Qué quieres que
ponga, papi?
Al
no obtener respuesta insistió:
-
Dime, ¿qué
escribo, papi?
Tras unos segundos de indecisión, ejecutó:
-
Quiero que
escribas “PUTA” en letras
grandes en tu pecho. Que se vea bien en el video.
El
fulgor desapareció de la mirada de la Ninfa. Habían soslayado varias veces el
asunto, ella jamás se había negado a nada, confiaba plenamente en él, pero sí
que le había transmitido su reparo sobre algunas cosas. Devoradora compulsiva de sus relatos, gracias
a ellos conocía los gustos sexuales de su pareja virtual y sabía de qué pie
cojeaba. Creía poder satisfacerlos todos sus fetiches a excepción de dos
concretamente y ahí estaba uno de ellos, de repente y sin previo aviso,en la
noche en la que su cuerpo y su ánimo peor estaban, cuando más dolía.
Pensó
en desistir, intentar hacerle razonar, expresarle su malestar o, por lo menos,
buscar un aplazamiento. No lo hizo. No era propio de una lobezna hacer eso.
Estaba claro que él tendría sus razones para actuar de ese modo y ella no era
nadie para cuestionarlo. Si es lo que él necesitaba, lo tendría. Su maltrecho
corazón ni su cuerpo endeble no iban a ser impedimento para complacerle.
-
Sí papi.
Con
trazo tembloroso escribió sobre su torso la primera de las letras. Las
siguientes las marcó con más soltura, mostrándose después en todo su esplendor
frente a la cámara. Intentó sonreír con poca fortuna: no era una actriz porno,
era una adolescente enamorada con el alma herida.
-
Muy bien, puta.
La
ninfa no pudo evitar una mueca de desaprobación. Cada insulto tensaba más la
cuerda que los unía. No entendía a qué se debía el cambio de actitud de su
amado, siempre exigente, pero respetuoso hasta entonces.
-
He dicho: “Muy
bien, puta”
-
Gracias señor.
Él no
supo qué le trastocó más: la ausencia del correspondiente “papi” en la
respuesta o su sustitución por el horrible “señor”. Lo cierto es que dolió como
una cornada en el bajo vientre. No entendía qué le estaba sucediendo, no era
normal que, por una cosa tan nimia, se sintiera tan mal. Notó cómo el demonio
de la ira se apoderaba de él. Acostumbrado a manejar siempre la situación de
una forma fría e impersonal con sus conquistas cibernéticas no sabía cómo
gestionar sus sentimientos.
-
A partir de
ahora llevarás esa palabra siempre sobre
tu piel. No sólo cuando te folle en las madrugadas, me refiero tanto en día
como en la noche. Eres mi puta, que te quede claro.
-
Sí señor.
Ya
estaba ahí de nuevo la jodida palabra y con mayor impacto todavía. No estaba
seguro de poder aguantar una tercera andanada sin volverse loco. Tenía que
hacer algo al respecto.
-
Métete la
lencería en la boca, hoy vas a chillar como una guarra. No quiero escuchar tu
impertinente voz, simplemente obedece. Voy a hacerte algunas fotos. Ábrete bien
el coño, muerde el tanga y mira a la cámara. Sé muy puta, se te da bien
hacerlo, ambos lo sabemos.
La
chica asintió. Con los ojos ya humedecidos adoptó la postura requerida y tras
ella varias más explícitas si cabe, siguiendo los requerimientos de El Autor
sin rechistar.
-
Eso es, eso es.
Muy bien. Ábrete bien, zorra. ¡Pero no te toques ahí abajo! ¿Quién te ha dado
permiso para hacerlo? Usa las dos manos, separa bien los labios vaginales y
mira a la cámara. Sobre todo que se vea bien la palabra “puta”. ¡Qué guarra
eres! ¡Eso es, eso es! Genial. Me estás poniendo muy cachondo, putón, que
eres un putón...
No era
cierto. Su pene ni se había inmutado. En otras circunstancias similares, con
sus anteriores esclavas, su polla estaría más que desperezada ante el abuso ya
infligido. Es más, durante los momentos
previos a la conexión en cada madrugada, era habitual que se excitara tanto por
las ganas que tenía a la joven que su falo ya denotaba una notable erección
cuando su princesa sonriente aparecía desnuda y dispuesta en su pantalla. Puede
que se tratara de eso, no veía su radiante sonrisa y sabía que ella no lo
estaba disfrutando, por eso se le hacía prácticamente imposible lograr una
erección. En ese momento no sentía más que asco y desprecio hacia sí mismo.
-
¿Tienes tu
juguete? ¡Sí, ya lo veo! Lo quiero dentro de un solo golpe. Túmbate en la cama
y levanta bien las piernas. No te lo metas hasta que yo lo diga, guarra. Quiero
que la grabación sea perfecta, que se vea bien la cama cuando te empales para
mí. Quiero que me mires fijamente mientras te lo clavas, perra.
Tras
asentir la Ninfa adoptó lentamente la postura requerida. Aprovechó un momento
en el que no mostraba el rostro para limpiarse discretamente las perlas que, a
punto de brotar de sus ojos, amenazaban con arruinar tanto su maquillaje como
la toma.
Su
mente era un hervidero de sensaciones y pensamientos, algo dentro de ella se
iba quebrando con cada mandato, con cada insulto, con cada vejación. Durante
mucho tiempo había temido ser una mera sumisa para el adulto, pero estaba claro
que era algo más: era una estúpida esclava, un juguete para los designios de su
Amo, una simple muñeca hinchable. Cada una de esas palabras que se clavaban
como aguijones en su mente. Estaba al borde de una crisis de ansiedad, los
oídos le zumbaban. No podía gestionar bien lo que sucedía, así que hizo lo
acostumbrado cuando en casa estallaba un problema, apagó su cerebro y siguió en
automático.
-
Espera, espera.
Antes de clavarlo hasta la empuñadura, chúpalo un poco. Eres una buena
chupapollas ya; aprendes rápido puta.
Liberando
provisionalmente su boca de la mordaza la joven se aplicó a la tarea.
Reafirmada en sus peores convicciones, agarró el cipote plástico por la base,
lo plantó sobre la cama, justo enfrente de la cámara y, tras mostrar claramente
la deplorable inscripción que manchaba su torso, comenzó a mamar el juguete conforme
a los gustos del adulto. Apenas invirtió
tiempo en lamerlo o besarlo, casi de inmediato se lo jaló hasta el fondo,
forzando su garganta, castigando su glotis, haciendo que de ella brotasen babas
mezcladas de jugos gástricos y autoestima. El aire le faltaba, su corazón iba a
mil por hora y le dolía todo el cuerpo, aunque el dolor físico era el que menos
le importaba. Ese pasaría gracias a los fármacos, como el millar de veces
anteriores en las que había salido malherida. El otro,el que no aparecía en los
libros de medicina de sus padres, el que la destrozaba por dentro, tardaría bastante más en desaparecer si es
que lo hacía alguna vez.
Con el sable sintético hurgando en su glotis ya no
pudo contenerse, rompió a llorar. Aun así tiró de orgullo y, colocando el
cipote verticalmente sobre la cama, lo
agarró con ambas manos y continuó
mamándolo con dureza, consiguiendo de este modo que sus lágrimas se mezclaran
con las babas que salían de su garganta,
pasando así desapercibidas para el abusador. Estaba decidida a darlo todo por
él, sería suyo de una forma u otra.
-
Perfecto puta, ya
está listo para entrar muy adentro.
El
tercer zarpazo resultó devastador. Desbocado escribió y borró varias veces la siguiente orden hasta
que pudo serenarse. Tenía que subir la apuesta, estaba claro, estaba llegando a
su límite y ella parecía dispuesta a ganar aquella última mano.
-
Mira a la cámara
y di tu nombre. No me refiero a tu nombre de pila solamente, quiero que digas
tu nombre completo con tus apellidos.
-
No… eso no - protestó
La Nifa muy alterada.
-
O lo haces o te
largas para siempre.
La
chica permaneció inmovil. Mantuvo la cabeza gacha y los ojos cerrados mientras
la más feroz de las batallas se libraba en su interior. Finalmente respiró
profundamente, alzó la mirada y, con la voz quebrada, se rindió:
-
Mi nombre es
Julia…
Él
creyó desfallecer cuando su deseo se vio cumplido. Jamás había llegado tan
lejos, ni siquiera la más complaciente de sus sumisas se había atrevido a
tanto. Aquella adolescente le estaba volviendo loco, su sueño más húmedo y su
peor pesadilla en un mismo cuerpo.
-
Dí que eres una
zorra.
-
Soy su zorra, su
puta, su perra. Lo que usted quiera que sea, mi señor. Haré todo lo que me pida, lo que sea.
El mandoble lanzado por El Autor sobre su escritorio
estuvo a punto de quebrarle los huesos. Su plan hacía aguas por todos los
lados, la niña no podía ir en serio.
-
Vuelve a meterte
las putas bragas en la boca, joder. No quiero volver a escuchar tu maldita voz.
¿Entendido?
Completamente fuera de sí, sin esperar contestación
oral o gestual, prosiguió:
-
Túmbate de nuevo
y levanta bien las piernas. Quiero que se vea bien tu ojete, vas a reventarlo
para mí, guarra.
La
ninfa comenzó a temblar al escuchar su segundo tabú sin haber todavía digerido
los efectos de la ruptura del primero. Aquello no se lo esperaba. Los
pensamientos se agolpaban en su privilegiada cabeza. Bloqueada, intentaba en
vano buscar una razón, un motivo, un porqué de semejante trato. Repasaba
mentalmente una y otra vez las últimas conversaciones mantenidas con El Autor
en busca de un conflicto, una ruptura o al menos un atisbo de ella. Nada, no
recordaba nada fuera de lo normal. Es más, creía haber identificado el los
últimos mensajes de el adulto cierta cercanía, una mínima apertura y, sobre
todo, el respeto y corrección de siempre.
-
No tengo toda la
noche. ¿Qué cojones te pasa, zorra? Hazlo ya o lárgate, niña tonta. Si no lo
haces tú otra lo hará, no lo dudes: si algo no me faltan son juguetes de carne
y hueso con los que divertirme por las noches.
La
explícita alusión a posibles sustitutas la masacró. Siempre había sido
consciente de que era más que posible que el adulto, gracias a su facilidad a
la hora de escribir, conociese a otras
chicas jóvenes más bonitas e intrépidas que ella; guarras que se bajaban las
bragas a cambio de relatos pero que para
él no significaban nada. Eran como un polvo rápido sin más pretensiones. Hasta
entonces estaba segura de que, tras meses de relación estable, esos contactos
esporádicos eran cosa del pasado, que sólo ella era capaz de calmar su fuego y
satisfacer todas su necesidades sexuales. Esas últimas palabras recibidas le
quebraron el alma, notaba cómo su vínculo se iba deshilachando por momentos,
cómo se le iba la vida en tras cada frase hiriente y descarnada.
Quizás
El Autor no estuviese del todo desencaminado, puede que él hubiese visto lo que
era en realidad, o puede que su amor desmedido hacía ese hombre la estuviese
convirtiendo en su juguete preferido. Puede que si se esforzaba lo suficiente
su amado optaría porque ella fuese la única. No podía separarse de él, la sola
idea de dejarlo le quemaba. Era suya, lo tenía demasiado interiorizado como
para cambiar de lógica en ese momento. No, solo tenía que darle lo que quería,
sin importar las consecuencias. ¿Quién lo diría? Con ese pensamiento solo confirmaba
lo que temía, que era su esclava. y lo asumía si con ello conseguía retenerlo.
-
Ya está - murmuró para sí el adulto, aliviado cuando la
vio acercarse al celular con el semblante mórbido y sorbiendo sus mocos.
Quedó en
shock al comprobar que La Ninfa, lejos de cortar la comunicación, ajustaba el
encuadre y moldeaba a su joven cuerpo hasta lograr la pose solicitada, mostrándole la entrada de su delicado trasero de la forma más nítida
posible. Un agujerito impoluto y virgen de cualquier tipo de acto sexual previo
debido a los reparos de la joven a experimentar por su puerta trasera.
-
Pe… pero… - balbuceó acercando la cara cada vez más a
la pantalla de su ordenador - ¡Qué cojones…!
Poco menos que se levantó de su asiento cuando la
niña, ni corta ni perezosa, agarró el estoque con ambas manos y lo dirigió
lentamente hacia el dintel de su
intestino.
-
¡Joder…, joder, joder, joder! - bramó - ¡Para, para!
¡No hagas eso!
Pero por mucho que gritó los cientos de kilómetros que
le separaba de su amada hacían imposible la comunicación por medios no
electrónicos.
Aterrado
por las consecuencias de sus actos, contempló impotente cómo el artilugio
sexual horadaba la entraña de la adolescente sin la menor estimulación previa;
vió cómo ella se retorcía de dolor mordiendo el tanga que tapaba su boca hasta
casi desgarrarlo conforme su esfínter se iba dilatando lenta e implacablemente
tras el paso del látex y lanzó mil
juramentos al descubrir unos hilitos de sangre manando por su culpa durante el ir y venir del intruso plástico en
el interior de lo que hasta entonces había sido un orificio inexplorado e
inocente.
Con todo
lo que terminó de derrotarlo no fue eso sino el rostro desencajado de su ser
más querido, anegado en lágrimas, roto de puro dolor, dándolo todo por él. La chica,
lejos de achicarse por el sufrimento, cada vez se empalaba con mayor dureza e
intensidad.
-
¡Para! - Acertó
a escribir.
-
¡Para!
-
¡Para!
Tecleó
una y otra vez el mismo mensaje. Fue inútil, su princesita se machacó el
trasero con furia, esa misma furia que él le había exigido y de la cual estaba
tan arrepentido. No supo en qué punto sus lágrimas acompañaron a las de ella.
El
rostro contraído por el dolor sirvió como una nueva estocada. No se trataba de
su disposición a complacerlo, iba más allá. Amaba a esa niña. Y se sentía peor
que un monstruo. Sentía que había violado a su pequeña, lo más sacro que tenía.
-
Por favor, te lo suplico, para… -murmuró destrozado.
Cuando
finalmente ella se detuvo dejó el juguete en su interior y cerró los ojos.
Dolía, pero más dolía su maltrecho corazón ensangrentado. Escupió el tanga sin
muchas ganas y, cuando sus párpados se abrieron, enjugó sus lágrimas con él. Sólo entonces fue capaz
de leer el mensaje repetido hasta el infinito en la pantalla de su celular.
-
No puedo leer y
ser su puta al mismo tiempo, señor… -comentó llorosa.
-
No vuelvas a
hacerlo. Te lo prohibo. No así… Por favor, sácalo de ahí.
-
¡Con cuidado,
joder, con cuidado!
El
juguete sexual, teóricamente diseñado para el placer, parecía estar recubierto
de papel de lija durante el camino de salida. El ojete le ardía pero aun así
tiró de orgullo para mostrar el balano altiva y arrogante.
-
¿Quiere que lo
limpie con la boca, señor? Revolcarse en
la mierda un poco más poco importa, la verdad.
-
No, no. No es
necesario.
-
Es lo que hace
una esclava, ¿no es cierto? Del culo a la boca y luego vuelta a empezar. Si es
lo que quiere lo haré, señor.
-
No vuelvas a
hacer eso.
-
¿A qué se refiere
señor?
-
A todo eso que
has hecho por mi culpa. No quiero que vuelvas a hacerlo, es horrible.
-
¿Horrible? Pues
yo diría que ha disfrutado mucho. Seguro que es la vez que más se ha corrido
conmigo, señor.
-
¡Deja de llamarme
así, por favor!
-
¿Qué… qué quiere
decir?
-
¡Que dejes de
llamarme señor, joder! No lo soporto. Lo siento mucho.
Ella se
sorprendió, no esperaba ningún tipo de
muestra de afecto o debilidad. Si algo había aprendido de sus relatos era que
El Autor en “modo amo” resultaba ser un
lobo implacable; una bestia parda que abusaba de las chicas que caían en sus
garras hasta el límite; alienaba su mente, las convertía en sus marionetas
sexuales, exprimía su alma y su cuerpo sin piedad hasta obtener de ellas todo
lo que creían poseer e incluso más. No era raro que acabasen convertidas en
putas en sucios burdeles o vendidas a proxenetas de otros países. En cambio, en
su caso, por primera vez, tras el rapto de lujuria preñado de excesos e
intensidad, se mostraba arrepentido, comportándose a algo parecido a un humano.
-
Perdón.
-
¿Perdón? ¿Me
pides perdón? ¿Tú a mí? ¡¿Después de lo que acabo de hacerte!?
-
Sí. No… no
pretendía que te sintieras mal.
-
¿Sentirme
mal? Te sangra el culo a raudales ¿y te
preocupas por mí?
-
Claro. Eres mi
papi. Yo soy tu niña. Es mi deber preocuparme por tu bienestar.
-
No soy tu papi,
soy un Monstruo, eso es lo que soy.
-
No. No lo eres.
-
Un mierda, un
animal, un pervertido asqueroso que te ha obligado a hacer…
-
Ya, ya, ya… No
eres eso. Eres mío, mi papi.
Julia
podía jactarse de que lo conocía, quizás no conocería su rostro, pero ya iba
dándose cuenta de quién era el verdadero hombre detrás de toda la alabarda que
le rodeaba. No las tenía todas consigo, pero no se le hizo difícil llegar a la
conclusión de que algo había despertado al lobo y que él optó por usarla para
calmarse. Eso le dio un nuevo sitio en esa ambigua relación. Evidentemente era
importante, aunque esa no era su preocupación en ese instante.
Lo
amaba, sabía que eso era amor, porque su corazón le dolía más por saber que
estaba mal que por lo acontecido hacía unos minutos. Se guardó sus lágrimas, no
era el momento, ella debía ser su ancla, estaba decidida a serlo. A demostrarle
que por más que se repitiesen escenarios como ese ella no lo dejaría. Que su
amor era tan grande que lo ayudaría a superar la oscuridad que le consumía.
Ella sería la luz que él necesitaba. Lo tuvo claro.
-
Estamos bien.
Esto solo ha sido tu demostración de que el lobo se calma solo conmigo.
-
Yo…
-
No, no. Calla.
Escúchame una vez, ¿Vale? Quiero que te quede claro que no pretendo cambiarte,
eres quien eres y yo… yo me enamoré de
ti así como eres.
-
Deberías dejarme,
irte, antes de que te quemes.
-
No me iré. No te
librarás de mí. Puede que es lo que hicieras con otras en el pasado, pero el
pasado me vale mierda. Yo soy el presente y seré tú futuro -dijo con
determinación, mirando fijamente la pantalla-. Yo soy lo que siempre has
necesitado y te ayudaré.
-
Princesita,
gracias.
-
Ahora me vas a
dejar darte algo que hace tiempo he querido y siempre me has cortado cuando
intento hacerlo.
La
Ninfa se tumbó y se abrió ligeramente de piernas, se podía apreciar su ano
maltratado y sobre este, el coñito. La vio llevar sus dedos alrededor de los
pliegues, a diferencia de la típica masturbación manual que hacía para él, está
era diferente. Pausada. Sus dedos se tomaban el tiempo para recorrer su sexo,
sin penetrarse. Solo estimulando su clítoris. Lento, lo apretaba suavemente, y
los escucho. Los gemidos eran diferentes, más suaves, aterciopelados.
-
Tócate para mí,
papi -musitó en medio de un nuevo gritito de placer.
Claro
que lo hizo, su miembro se había convertido en una piedra al verla gozar de esa
manera. Ella cerraba sus piernas, atrapando sus dedos, rozándose con un poco
más de velocidad. Vio sus pezones, que duros estaban, demasiado. Parecían
querer salirse.
Luego
hizo algo diferente, cogió el móvil y lo enfocó sobre ella con su mano libre.
Era como si estuviese sobre ella, con su carita sonrojada gimiendo para él.
-
Así… hazlo a tu
gusto… tócate mi niña.
-
Papi…
-
Eres preciosa.
-
Papi…
-
Que linda es mi
pequeña. Haz lo que necesites, pero por favor, no dejes de mirarme. Lo hago
contigo, todo para ti.
Su
polla dio un salto al escuchar el cambio de los gemidos, eran grititos
sumamente aniñados, se veía como se retorcía debajo de la cámara. Como sus
ojitos luchaban para no cerrarse. Un par de lágrimas, está vez de placer
luchaban por salir.
Julia
se tocaba con ganas, ese era su orgasmo íntimo, el que empleaba para tocarse
cuando él no la veía, ciertamente le estaba costando un poco llegar, le dolía
el culo, pero el placer en su coño, anestesiaba el dolor de su ano.
-
Papiiiii -logró
decir antes de explotar retorciéndose en su placer.
La
polla del maduro explotó, no tenía conciencia de cómo había pasado, solo que
había quedado completamente manchado, lleno de su semen, el teclado y la
pantalla también. Jamás se había corrido así. Estaba tan embobado viéndola,
extasiado, obnubilado al verla disfrutar como nunca que se dio cuenta que su
corazón estalló también. ¡A la mierda eso de dejarla ir! Era suya. Y por lo
visto, era irremediablemente suyo. Lo que más le fascinó fue la sonrisita en
medio del orgasmo. Se lo estaba dando, le estaba dando todo de sí.
-
Te quiero -escribió,
así, sin filtro. Confesando su verdad.
-
Y yo a ti -contestó
ella con el corazón a mil por hora.
Tras
unas cuantas frases de rigor, se despidieron de esa madrugada que sirvió como
un punto de inflexión entre ellos. Agotado, Gabriel rompió a llorar como un
niño en la intimidad de su despacho privado.
Por un
impulso, más que nada, se metió en la papelera y restauró la fotografía que
había desechado, la foto en camisón hospitalario. Tras pensarlo, renombró la
carpeta donde guardaba todo el material obsceno de Julia, “Mi Princesa”. Todo
pegajoso por su semen, apagó el ordenador y sin preocuparse por asearse se
arrastró hasta su cama, necesitaba apagar su mente también.
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