Capítulo 3: ¿Entiendes lo que eso
significa?
Adoraba a su Ninfa, era diligente,
complaciente, y por sobretodas las cosas, lo amaba con locura. Se sentía
sumamente satisfecho con la presencia de la chica en su vida. Superado ese
breve inciso en donde pensó que lo mejor era dejarlo, había llegado a la conclusión
que se pertenecían y que la relación era todo lo ideal que un hombre cómo él
podría necesitar; con una implicación emocional sin ver tachada su imagen,
disfrutando del anonimato y teniendo todo de ella.
Lo único que no terminaba de
gustarle eran las protestas de la chica por propiciar un encuentro físico. Él
era un hombre respetable, íntegro, nadie podría saber jamás su afición por los
relatos eróticos y la presencia de la niña en su vida prácticamente echaría por
tierra toda su imagen intachable. Ella era una mancha en su expediente, una
piedra en su zapato, que lo instaba a quebrantar sus principios. Seguirían como
estaban, y eso no cambiaría. Se sentía tan animado que quería celebrarlo y,
¿qué mejor que follando?
La Ninfa releyó la petición del Autor, decir que quedó descolocada sería poco, ¿Quién se creía? No era un secreto para ella que era un putero consumado, que follaba constantemente, que ligaba y demás. Bien que lo había tolerado, pero de ahí a que le pidiese que le recargase los huevos para irse a follar con otra era un límite que acababa de rebasar. Después de un año ya no se sentía satisfecha con ser un simple ideal, una musa, no, ella quería más. Lo quería a él, a Gabriel, no a El Autor. ¿Cómo podría considerar suyo a un hombre del cual ni siquiera había escuchado su voz?
Estaba muy cansada, le había
insistido por meses en conocerse, era evidente que ella está enamorada de un
hombre con el cual ni una llamada había intercambiado y mucho menos visto su
rostro. Se preguntaba cómo llegó a esa situación. El ideal de hacerse
imprescindible y obtener su corazón fue barrido y pisoteado por la realidad
malsonante que le rodeaba desde su nacimiento. ¿Amor? No. Solo deseo, tal vez
capricho.
El Autor solo la consideraba un juguete, cuando mucho una esclava que satisfacía sus deseos. Cada vez que le profesaba cariño sabía que era falso, pero decidió creerle, así era más fácil. Cada “te quiero” o cada apelativo cariñoso de su parte no era más que la manipulación que la tenía bailando a su son. Algo hizo click dentro de ella, puede que se tratase de los resquicios de una dignidad abandonada desde antaño. En ese momento lo odiaba y lo amaba a partes iguales. Habidas cuentas, la única culpable de su destrucción no era otra que ella misma y su falta de amor propio, su necesidad de buscar cariño y, peor aún, de obsesionarse con un fantasma, supuso que así se sintió Christine Daaé al despertar del embrujo de Erick. La máscara que también envolvía el rostro de su “Fantasma” fue arrancada y le hizo caer en cuenta de lo estúpida y soñadora que era. En la vida los finales felices y mucho menos los para siempre no existen. Y si por algún milagro existían, no eran para ella. ¿Cómo alguien roto puede atreverse a soñar?
– Eso no va a pasar –declaró
decidida, tomando una decisión–. Me faltas el respeto con esa petición.
– Entiendo, déjalo pasar.
– Estoy cansada.
– Si, puede que te exija demasiado.
Además, tienes el tobillo fastidiado por esa torcedura; toma una siesta.
– No me refiero a ese tipo de
cansancio.
A pesar de sus recién cumplidos
quince años se había lanzado en más de una ocasión al fondo del abismo,
arrastrada por sus bajas pasiones, en esa ocasión lanzó la soga fuera del pozo
para comenzar su lento camino hacia la redención. La última vez que estuvo tan decidida
se remontaba al momento en el cual decidió pertenecerle. Nadie entendía de su
herida, solo la oscuridad que le acompañaba le incitaba a sacar las garras.
El icono de la videollamada se
desplegó en la pantalla de El Autor, un tanto extrañado la aceptó.
– No puedo más –dijo con su voz un
tanto rota, mirando a la cámara y con algo de suerte a sus ojos–. No puedo
soportar que sigas follando como si nada y yo… me niegas lo que supuestamente
me pertenece.
– Soy tuyo, pero eso no va a pasar.
– No, no eres mío y yo soy
demasiado celosa. Estoy demasiado enamorada. No puedo continuar como si nada.
– ¡Soy tuyo! –tecleó perdiendo los
nervios–. ¡Dilo!
– No, no puedo seguir creyéndome
esta mentira.
– Nunca te he mentido, no voy a
ofrecerte más que esto, tengo una vida, una reputación, si se descubre lo que
soy, estaría arruinado. Te lo dije desde el principio.
– Jamás haría nada para
perjudicarte.
– No puedo arriesgarme. Ni siquiera
por ti. Lo siento.
– Vale –el siguiente movimiento lo
turbó por completo, se quitó el colgante, ese que la identifica como suya.
– ¡¿Qué haces?! ¡Devuélvelo a su
sitio! -inmediatamente cayó en cuenta de su error. No era lo que quería, pero
tampoco estaba dispuesto a ceder. ¡Maldita fuera su estampa!
– Me cansé de ser tu juguete. De
creer que con convertirme en tu musa me volvería la dueña de tu corazón. Voy a
conseguir lo que quiero y si tu no me lo vas a dar, encontraré un hombre que sí
esté dispuesto a meterse en mi coño de verdad.
– ¡Tú coño me pertenece! ¡Eres mía!
-los sentimientos contradictorios se agolpaban en su mente, no podría estar
realmente sin ella.
– Eres mezquino, yo tengo
necesidades, tengo sentimientos –hizo un gran esfuerzo por no echarse a
llorar–. No aguanto más, voy a encontrar a alguien que me quiera de verdad, o
que al menos lo finja mejor que tú. Si me disculpas buscaré a alguien de
carne y hueso a quien abrirle las piernas .
El Autor permaneció inmóvil,
tratando de procesar lo sucedido. La presionó demasiado para conseguir lo que
supuestamente quiso en un pasado, temblaba. Cerró su puño furioso, el primer
golpe que asestó en el teclado no fue suficiente. Como un loco masacró el
aparato, algunas teclas volaron mientras le atacaba. Maldecía, la insultaba. Se
detuvo unos minutos después. Quería escribirle, dado su arrebato no podía
hacerlo, corrió para coger el móvil y desplegar el chat.
– Pequeña zorra manipuladora, no te
saldrás con la tuya. Si eso es lo que quieres ve y ábrete a cualquier hijo de
puta. Esto no pasará.
Se arrepintió de sus palabras nada
más enviarlas. Tarde, ya las había leído.
Desconectada. Se dejó caer en el sofá, completamente derrotado. ¿Quién
se creía esa niña? Debió verlo venir desde que comenzó a pedirle un encuentro.
“Que le den” bufó, no permitiría que pusiera su mundo de cabeza. Se trató de
convencer a sí mismo que era lo mejor, pero era un cínico y se decía que solo
sería otra de sus rabietas. Ella no podía dejarlo, y evidentemente él tampoco
podía desprenderse de la Ninfa.
– Es solo una cría malcriada, se le
pasará, volverá, es solo una pataleta. Esta noche se conectará y me pedirá
perdón, se bajará las braguitas para mí, le reventaré el coñito y estará bien,
todo estará bien. –O es lo que se quiso creer.
La Ninfa ahogó su llanto en la
almohada. ¡Qué complicado podía ser el primer amor y más con una elección tan
atípica¡
El Autor leyó el último mensaje
enviado por ella, unos segundos después de terminar la videollamada, no lo vio
cegado por su rabia.
–
Confié en ti ciegamente, te entregué no solo mi cuerpo, sino también mi alma. Y
peor aún, mi corazón. Sé que no eres un buen hombre, a pesar de ello, te
quiero. Puedes conservar mis fotos y vídeos, espero tengas la madurez
suficiente para no viralizar mi cuerpo en las redes. Gracias por todo y hasta
nunca, Gabriel.
Ese último mensaje terminó de
hundirlo. Nunca le había llamado por su nombre de pila, si la situación era
demasiado seria y lo ameritaba, le decía Señor, o Autor. Por más que habían discutido en infinidad de
ocasiones jamás llegaron a ese extremo. Pasó las siguientes horas mirando la
pantalla del móvil, tendría que comprar un teclado. De momento se resistía a
escribirle, ambos dieron la estocada irreversible con sus mensajes, había sido
tan definitivo y rápido que se preguntó si en verdad era el final.
Llegó su hora acordada, los minutos
trascurrieron como una lenta agonía para ambos. Ninguno durmió mucho esa
primera noche en soledad.
Las horas posteriores comenzó a
llenar la bandeja de mensajes, al principio pretendiendo seguir como si nada
hubiese pasado. Puede que la ausencia por su desconexión fueran las
responsables de hacerle caer en su propia desesperación. Llevaba meses evitando
esa situación por los mismos motivos, actuar como un hijo de puta le permitía
ser el cobarde de siempre y con ello negar lo mucho que la necesitaba. Intentó
convencerse de que podía encontrar otra Ninfa, el problema es que ninguna sería
su Ninfa.
¿Podía alguien como él sobrevivir
después de perder su luz? Maldijo, era su culpa, él vivía en relativa paz en
ese mundo falso que había construido a su alrededor, en dónde protagoniza al
afable compañero, al buen amigo, al intachable caballero. Al hombre que se redimió
y logró salir a flote luchando contra la inmundicia. Patrañas, gruñó frustrado.
Esa chica iba a volverlo loco.
*****
El Autor tomaba un café, cerca de
la terraza donde la vio por única vez en persona, puede que su Ninfa fuera
joven, eso no la hacía menos despistada. Jamás había hecho alguna foto que
expusiera su entorno, todas tomas cerradas. Algún árbol difuso, una de sus
converses rojo oscuro, podría ser cualquier calle. La foto de su termo de café,
nada que le diera un indicio de donde pudiese encontrarla. Esa ciudad se
antojaba tan grande como todo el país. Una pequeña y escurridiza aguja en ese
mar de rostros impersonales. Una especie de ansiedad se apoderaba de él, ¿Cómo
la encontraría si decidía perderse? ¿Valía la pena arriesgar tanto por su Ninfa?
La respuesta fue rotunda y contundente.
Julia vivía su propio tormento, el
hecho de sufrir de ansiedad no facilitaba la ruptura. Se obligó a esconder su
móvil la mayoría del tiempo para poder luchar contra el deseo insano de leerle.
Estaba jodidamente enganchada a ese hombre. Después de experimentar la que
catalogó como “la peor semana de su vida”, sucumbió ante su maltrecho corazón y
se conectó. Le sorprendió en demasía la ingesta cantidad de mensajes que Él le había enviado, y lo que más
destacaba era su tono cada vez más desesperado.
El Autor redujo las actividades de
su tiempo en soledad a mirar fijamente la pantalla, pensó en esas estúpidas
historias donde con un par de comandos en el teclado se podía rastrear la IP de
alguien, con ella desapareciendo de ese chat no tenía nada, solo un montón de
conversaciones en donde demostraba ser el gilipollas integral que era. Sus
manos temblaron ligeramente al ver la confirmación de lectura, que no le
hubiese bloqueado y le estuviera leyendo le dio un pequeño aliento de
esperanza, no lo dudó y enlazó una videollamada.
La Ninfa se lo pensó durante unos
largos segundos, el aceptar era como abrir las puertas del infierno y descender
nuevamente por ese abismo lujurioso que le quemaba con parsimonia a diario.
Para su desgracia, aceptó ese destino y desde que empezó a recorrerlo supo que
no tendría vuelta atrás.
– No vuelvas a hacer eso –dijo una
voz ronca que la tomó por sorpresa. Que particular era tener una voz que
enlazar con las letras.
– Han sido días malos.
– Ha sido una mierda –afirmó
pesaroso–. Casi me vuelvo loco.
– No voy a volver contigo, no me
importa que hables o te muestres. Eso no cambia nuestra situación.
– Tú ganas. Tendrás tu primera vez
conmigo. Con la condición de que después cada quien siga con su vida.
– No quiero…
– ¡Y una mierda!, llevas un año
insistiendo, no me vengas con que al final siempre no, ¿o solo eras una cría a
la que le gusta calentarme y cuando decido dar el paso se va corriendo?
– No importa cuánto corra, no puedo
huir. Los demonios siempre te alcanzan en la oscuridad. –susurró–. ¿Y cómo lo
haremos?
– Vivimos en la misma ciudad.
Julia se quedó boquiabierta ante
tal declaración. Si en los últimos días apenas se había levantado de la lona
por los constantes golpes que le daba la vida, con esas palabras acababa de
asestar un KO. No sabía si insultarle, maldecirle, o mandarle definitivamente a
la mierda. No hizo ninguna de esas tres opciones. Solamente lo miró con esa
desazón de un espíritu decepcionado y medio traicionado.
– ¡No me jodas!
– Hace un par de meses te vi con
tus amigos en una terraza –explicó con rapidez, le destrozó el ver la decepción
en su ojos, había visto esa mirada en infinidad de rostros a lo largo de su
pasado, pero verla en ella era una puñalada en el pecho.
– ¿Fuiste capaz de no decirme nada?
Te odio.
– Mientes fatal. Eres mía, pequeña.
– Podemos dejarlo estar. No
importa.
– No.
– Entendido.
Ninguno supo qué más decir, y tras
un par de minutos, a pesar de sentirse tan abrumada, Julia cortó la llamada. Lo
siguiente que recibió fue un mensaje con una dirección y una hora citándola al
día siguiente. Quizás ese era el mejor cierre posible en esa relación que nunca
fue tal. No se sentía sorprendida, su vida se basaba en cosas que parecían ser
y nunca terminaban cuajando.
La ventaja de tener dos padres
médicos casi carentes de empatía fue que, al ver a sus hijos pegar el estirón,
prescindieron de cualquier supervisión adulta externa. Ni canguros, ni
familiares, sálvese quien pueda. Podía salir de casa y regresar a las tantas
sin que nadie se enterara o en verdad, le importase. Una serie de dudas seguía
rondando su mente, por un momento imaginó su foto en una primera plana de los
periódicos anunciando su desaparición. Descartó la idea de estar envuelta en
otras circunstancias, a esas alturas del partido, El Autor le había demostrado
en gran medida lo que era. Al menos creía conocer bastante bien su lado oscuro.
No le costó mucho ubicarse, el piso
del hombre quedaba a pocos minutos en autobús de su casa. Echó la mirada a las
fachadas impersonales que la rodeaban. Lo supo de inmediato, el hombre vestido
con una camisa negra era él. Llevaba el cabello largo, lacio por debajo de los
hombros, recogido con una cola. Una pulcra barba. Unos intensos ojos verdes.
Tenía un aire a Andrés Suarez, el cantante. Con un cuerpo bastante cuidado, se
adivinaba firme y fuerte. Se fijó en sus manos, esos grandes dedos podrían
hacer estragos en ciertas partes de su cuerpo. Le sacaba más de una cabeza. Por
algún inexplicable motivo, su maltrecho corazón se aceleró.
El Autor no tenía todas consigo, no
comprendía cómo se había dejado doblegar hasta ese punto, hasta sobrepasar sus
límites impuestos. Tenía un código con pocas premisas pero muy claras y
concretas que le daban seguridad y siempre le había funcionado. Por primera vez
lo estaba traicionando. Miró alrededor y
asegurándose la ausencia de vecinos cotillas, la invitó a seguirlo con una
cabezada, no quería decir nada, hablar lo haría real y prefería seguir pensando
que se trataba de un espejismo. ¡Qué guapa era!
Subieron hasta el último piso y
entraron manteniendo ese pacto de silencio. Su ático no era la gran cosa,
práctico, austero, solo con lo imprescindible. Ella dio una rápida barrida con
sus ojos y sin que la invitase se sentó en el sofá frente a la gran televisión.
Le temblaban ligeramente las piernas.
Era un depredador, un lobo, y su
nariz se vio invadida por dos aromas, un dulzón propio del perfume de la chica,
por primera vez su salón olía a juventud y vainilla. Y el otro, uno más ácido,
supuso que se escondía debajo de los vaqueros. La holgada camiseta de Son Goku
delataba un poco los pequeños pezones que se erigían inquietos debajo de la
tela.
Solo bastó un instante en el que
sus miradas se cruzaron, esos segundos parecieron eternos, solo lo justo. Antes
de que metiera la pata con alguna palabra se lanzó sobre ella, arrinconandola y
medio tumbandola en el sofá. ¡Qué suave era su piel, qué tibio era su aliento!
Fácilmente atrapó su boca, tan tersa, tan fresca. A pesar de sentir el miedo
irradiando de ella, notó cómo relajaba la mandíbula y su boca cedía a sus
instintos.
Ciertamente siempre pintaba a las
protagonistas de sus relatos como chicas versadas que conquistaban a hombres
maduros gracias a sus encanto. Era lo que en teoría le excitaba, pero en
realidad, ese halo de inocencia y pureza que manaba de la Ninfa le hizo
despertar su instinto bestial. Saber que estaba reclamando su primer beso, que
sería el primero en entrar en su coño y en su culo estaba despertando ese
insano deseo de posesión que sólo surgía con ella. Era suya y tenía que
hacérselo saber.
La lengua adulta fue guiando a la
de la chica que aprendía rápidamente las nociones básicas de un buen morreo.
Cuando por fin separaron sus labios, la notó sonrojada. Con unos ojos
brillantes, deseosos de él.
-
Hola, princesita.
-
Hola, papi.
Tras el saludo de rigor,
reemprendieron la tarea. Julia, porque en ese momento estaba decidida a ser
ella, luchaba por procesar sus sensaciones, por fin tenía a Gabriel para ella.
Se odiaba a sí misma por carecer de experiencia. Para un hombre acostumbrado a
tratar con prostitutas, su menudo cuerpo probablemente no era nada. Dada su
baja autoestima solía rendirse con todo a la mínima adversidad. Eso no iba a
pasar. Aunque se tratase de una efímera
ocasión, aprovecharía cada segundo de ese encuentro clandestino. No podía
quejarse, con ese primer asalto ya pudo comprobar que la innegable química que
se reflejaba en el chat solo era la chispa que hacía ignición entre ambos. Pudo
sentir como aquel miembro adulto se endurecía pegado a su cuerpo, porque en
algún punto del asalto terminaron con sus sexos rozándose solo separados por la
ropa. Se recreó en esos grandes dedos que jugaban con sus pezones por sobre la
tela, ¡que manos! No sabía cómo, pero vencería su pudor para pedirle que los
introdujera en su coño. Deseaba tenerlo dentro de todas las formas diferentes.
Solo en ese instante cayó en cuenta
la canción que se reproducía de fondo y una ligera sonrisa se esbozó en el
rostro de la chica. Sus dedos se pasearon por los botones de la camisa, a la vez recreándose con el cuerpo del
adulto. Sería la única vez que lo tocaría, así que pensaba palpar cada
milímetro para que formase parte de su memoria. Sus finos dedos se tomaron su
tiempo para desabotonar la camisa, era bastante peludo, como un oso, se le hizo
algo divertido. Así era el cuerpo de un hombre, tan diferente al suyo. Lo deseaba.
Gabriel miraba a su Ninfa jugando a
desnudarlo, se le hacía tan erótico el notar el brillo en sus ojitos, sus
labios ligeramente entreabiertos y su impericia. Las manos le temblaban y erró
varias veces el tiro a la hora de liberar el primer botón de su ojal, con el
segundo no le fue mejor. Le facilitó la maniobra deshaciéndose él mismo de su
camisa, preservando solo los vaqueros. Notó una mirada curiosa recorriendo su
torso. Se sintió algo inseguro, ya no era el joven musculado de antaño. Jamás
le importó la opinión sobre su físico de las putas que se tiraba. Obviamente
era una ocasión diferente, jamás pensó que Julia fuera una de ellas aunque no
siempre lograba demostrarlo.
Cada vez más inquieto replicó la
acción sobre ella, eliminando con facilidad la molesta tela, la camiseta cayó
sobre su camisa, y emitió un gruñido de satisfacción al comprobar lo que ya
sabía: su pequeña princesa, complaciendo sus gustos, no llevaba sujetador. Sus
turgentes senos se le ofrecían como el más delicioso de los manjares. Lo mejor,
que iba marcada para él según lo estipulado. La inicial de su nombre lucía en
cada uno de los jugosos pechitos presentados ante él, titilando de deseo. Jamás
pensó que el temblor podía deberse a algo tan inverosímil como el miedo.
Sin contemplar esa posibilidad
decidió tomar posesión de lo que era suyo. Extendió su brazo en dirección a eso
que tantas veces había visto y que no se cansaría jamás de mirar. Su joven
lobezna se achicó, en un acto reflejo hizo ademán de cubrir su cuerpo y se
apartó. Fueron solo unos centímetros, milímetros tal vez, pero dejaron a
Gabriel desubicado y descompuesto.
-
¿Me temes? - le costó un mundo proseguir - Puedes irte cuando quieras, ya lo sabes.
-
No.
La rapidez de la respuesta le
reconfortó.
-
Pues entonces por favor no te apartes de mí nunca más.
-
Sí papi. Perdóname, no soy más que una niña tonta -
apuntó la joven deshaciendo el camino, ofreciendo su cuerpo sin cortapisa
alguna.
El encuentro entre la manaza y el
pequeño pecho no se demoró más. La mano era tan grande que lo hizo desaparecer
por completo. No fue rudo, aunque sí firme, sabía muy bien lo que hacía. Ella
se estremeció ante el estímulo, cada vez notaba más el reflejo del latido de su
maltrecho corazón en su sexo. Una teta le ardía y la otra se moría por hacerlo.
-
¡Eh! Ni se te ocurra meterte con mi princesa,
¿entendido?
-
¡Sí papi!
-
Buena chica.
El seno era mucho mejor de lo que
había imaginado, ninguna otra piel del pasado se comparaba con esa. Tersa y
suave. Apartó el largo cabello y, dejando atrás unos labios humedecidos por el
deseo, atacó el cuello que sostenía su colgante. Ahí vino, un primer gemido
provocado por su boca, apenas un jadeo que le supo a gloria. Era inclusive más
estimulante que los que escuchaba a diario cuando la incitaba a tocarse
frente a la cámara. ¿Dónde estaba el
Amo? No le importaba, quería poseerla, hacerla muy suya pero como él mismo,
siendo el hombre detrás de todas las máscaras colgadas. ¡Joder, como se
arqueaba su cuerpo! La adolescente buscaba desesperadamente el contacto entre
ellos, lo que solo podía excitarlo más.
Inconsciente ella se frotaba contra
su miembro, deseosa de tenerlo dentro. A pesar de sus ganas tremendas por
follarla, quizás le quedaba uno que otro rapto de caballerosidad, por lo que
sin mucho quererlo, se separó para cargarla y llevarla a su habitación. Que
bien se veía tumbada en su cama, medio desnuda, parecía su sitio natural. No
pasarían más que unos pocos segundos en los cuales las pocas prendas que
quedaban volaron hacia el suelo.
Le gustó ver cómo abría sus ojitos
contemplando su masculinidad, y como no se cortó para coger su dureza entre sus
manitas. Nunca antes había estado tan duro, y la magia vino cuando esa carita
embobada se tragó su miembro sin rechistar. Que tibia, húmeda, esa lengua.
Creyó morir de gusto. Sin duda tanta práctica con el juguete había rendido sus
frutos. Ella frunció un poco el ceño al sentir como su nariz se rozaba con el
vello púbico, se le hizo una imagen enternecedora.
-
Sácalo princesa.
-
¿No lo hago bien?
-
No, es eso… no quiero correrme todavía.
Ahí lo tenía, el coño que miraba
embobado todas las madrugadas, ese que soñó con rellenar en incontables
ocasiones. Tan sonrosado, tán húmedo, tan apetecible y a la vez tan frágil.
Como buen mirón compulsivo no pudo resistir abrirla de piernas. Ella se dejó
hacer con las mejillas enrojecidas. Que guapa se veía. Tan pudorosa y
entregada. Con los ojos cargados de expectación, inquietud y vicio.
Al posar sus manos a ambos lados de
la zona íntima, el adulto pudo sentir la
lucha de la joven por vencer el pudor y su instinto natural, ese que le
incitaba a cerrar los muslos y a salir de allí a toda velocidad. Debía ser
cuidadoso. Pese a que técnicamente no era virgen seguía siendo primeriza. Le
había regalado el himen durante un apasionado encuentro a distancia, aun así el
terreno a explorar era igual de agreste y salvaje. Tuvo especial cuidado de no
tocar directamente la zona húmeda y, ayudándose con las yemas de sus dedos,
masajeó la zona perimetral para tranquilizarla, abriendo posteriormente el
exterior los pliegues para observar la cavidad que pronto albergaría a su polla
por primera vez. Ante la posibilidad de que esa fuera la primera y única vez
que la viera con tanta nitidez quiso recrearse en la suerte. Estaba impregnada
de flujo cuajado y albino, supura empapada de esencia destilada por un coño
adolescente y escaso de experiencia en las distancias cortas pero ávido de
experimentar. La carita ruborizada de su joven amante se le antojó incluso más
adorable que de costumbre. Por norma general renegaba de las chicas vírgenes,
solían ser muy aburridas en la cama, no obstante La Ninfa era la excepción a la
regla: más allá del vínculo afectivo que los unía, sentía por ella un deseo
carnal y sobre todo posesivo casi patológico.
-
¿Tienes vergüenza?
La joven, llevándose el puño a la
boca, mordisqueó sus nudillos y asintió.
-
Eres mía. Me perteneces. No deberías…
-
Lo siento.
-
¡Ábrete más!
La Ninfa se rindió y su aroma
íntimo inundó la habitación.
Ese olor, hormona pura, endureció
todavía más el miembro de El Autor.
Incontable cantidad de sexos habían pasado por sus fauces, unos más apetitosos
que otros, pero ese coño, coronado con un sexy lunar en el monte venus tenía
algo que le hacía perder la coherencia del pensamiento. Se debía a que tenía el
convencimiento de que esa cueva ,como el resto del cuerpo que le acompañaba, le
pertenecía. La ninfa era suya y él de ella, sólo faltaba rubricar el vínculo
con sudor, esperma y flujo vaginal, un placentero formalismo para ambos.
Templó los nervios y el deseo
primario de invocar al lobo y arrasarlo todo. Sin el menor esfuerzo habría
podido aprovechar la postura y su superioridad física para metele la polla
hasta la empuñadura de la forma más abrupta posible, olvidar que poco era poco
más que una cría, follársela sin el
menor miramiento, tal y como acostumbraba a hacer a las putas, evocando la
imagen de la adolescente en su mente enferma mientras copulaba con ellas. Obtener placer con su dolor, usarla para darse
gusto y desaparecer para siempre de su vida como si se tratase de la más vulgar
de las prostitutas. Si ese era el plan inicial hacía tiempo que lo había
abandonado en algún rincón de su disco duro.
No quería eso, uno debe cuidar lo que le pertenece, ella no era una más,
era la única. Su ninfa.
Acerco tanto su boca que ella pudo
notar en su sexo el aire caliente exalado por el adulto. A sabiendas de lo que
iba a suceder prefirió no mirar y se tapó la cara con las manos. Entre
tinieblas, su primera reacción fue de sorpresa. No esperaba que la lengua que
acechaba su ingle obviase su clítoris y se introdujese en el interior de su
vulva directamente, presionando su apertura vaginal, sorbiendo todos y cada uno
de los restos que allí se escondían debido a su excitación. Después,
convulsionó con tal intensidad que su néctar íntimo alcanzó el punto de
ebullición tras dos o tres arremetidas certeras a su botoncito de placer. La
lengua veterana hacía auténticas diabluras en su zona genital chupando,
lamiendo y sorbiendo en el punto justo, en el momento adecuado y con la
intensidad precisa para hacerla vibrar.
La Ninfa se tensó. Su origen
caribeño se reivindicó. Era una chica de sangre caliente y su coño lo era más
todavía. No pasó mucho tiempo hasta que
la dulce tortura se le hizo casi insoportable. Estaba lista para la primera
implosión, sin embargo él la conocía lo suficiente como para no permitírselo.
Incitarla a controlar su orgasmo podía confundirse con un acto de dominación. A
él eso le daba igual, su relación iba más allá de convencionalismos y
etiquetas. Ambos habían jugado esa misma partida muchas veces, conocía las
necesidades de la joven y estaba dispuesto a saciarlas por completo.
-
¡No te corras! ¡No hasta que yo quiera!
La orden directa, casi gutural,
tenso el extremo de sus pezones hasta hacer insoportablemente excitante hasta
el más nimio roce. El coño le ardía casi
tanto como las mejillas y mecía suavemente las caderas al tiempo que la lengua
que la colmaba de gusto recorría su intimidad. La respuesta de rigor no se hizo
esperar:
-
¡Sí, papi!
Poco a poco se fue acostumbrando a
las maniobras de El Autor, este parecía tenerlo todo controlado y estaba casi
segura de poder acatar el mandato, esperar a la señal convenida y desencadenar
el orgasmo cuando él lo ordenara. Se equivocó, tuvo que marcar la dentadura en
su puño, poco menos que engullirlo hasta la garganta para no derretirse cuando
dos enormes dedos se solidarizaron con la lengua, introduciéndose lentamente en
las profundidades de su coño sin el menor pudor ni anuncio previo. Creyó que se
moría cuando la delicadeza de los movimientos en su entraña dio paso a la
lujuria. El Autor reptó por su pecho hasta succionar uno de sus pezones a la
vez que la dedeaba más severamente. Por poco se desvaneció de puro gusto al ver
cumplida una de sus más recurrentes fantasías, separó sus piernas más todavía y
se entregó.
-
¡Aggg! ¡Aggg!- Jadeaba una y otra vez, haciendo coro a
los movimientos rotatorios que minaban su resistencia una y otra vez.
-
¡No, no! ¡Sé una niña obediente! No lo saques - ordenó
el adulto atacando de forma vehemente el otro pezón.
Siempre había tenido fijación por
las manos grandes, en el pecado reside la penitencia, la maniobra de los contundentes dedos dilatando una y otra vez
su angosta vagina se le hacían
insoportable y excitante a la vez. Hacía
esfuerzos sobrehumanos para no correrse, no antes de obtener el permiso. Si ya
le era complicado contener el cataclismo con El Autor guiándola a cientos de
kilómetros de distancia, teniéndolo ahí delante, comiéndole las tetas,
masturbándola con sus enormes garras, comiéndosela viva, era poco menos que una quimera.
-
¡Papí! - jadeó en busca de la redención en forma de
permiso para desencadenar la supernova.
Lo único que obtuvo fue mayor
intensidad de succión en su teta, el gesto de negación del adulto y un punto
más de intensidad en los movimientos en el interior de su coño. El placer se le
hizo casi insoportable aun así la voluntad de complacer se impuso al vicio,
sacó fuerzas de donde no las había y obedeció.
El Autor apenas experimentaba
opresión en sus dedos. Su joven amante todavía no se había corrido y aun así
lubricaba de forma natural como ninguna otra mujer que hubiese conocido con
anterioridad. Notaba el flujo desmedido resbalando por sus falanges,
languideciendo por la palma de la mano hasta caer sobre la mancha ya existente
sobre la cama. Bien a gusto lo hubiera chupado de no tener la boca ocupada en
algo tanto o más interesante. Las tetitas de la Ninfa eran puro vicio, le era
imposible apartar los labios de ellas. Se aferraba a los pezones como si fuese
un recién nacido y buscaba con ahínco en ellos un néctar que, de momento, no
tenía un motivo biológico por el que brotar.
-
¡Papi, Papi! - los jadeos se asemejaban a llanto,
llanto provocado por la desesperación por no poder complacer a su cuerpo y a su
amante al mismo tiempo.
El Autor fue clemente con ambos,
pese a que el juego le gustaba ardía en deseos por poseerla. Sin dejar de
hurgar en el interior de la muchacha se colocó en la entrepierna y antes de
dedicar toda su energía y experiencia en
succionar la rajita, ordenó:
-
¡Córrete princesita!
-
¡Sí papi!
Le faltó tiempo para acatar la
orden y derretirse. Estaba tan necesitada, tenía tanta urgencia en darse gusto,
que no tuvo en cuenta la cercanía de El Autor y desencadenó el torrente de
flujo más intenso y voluminoso de su corta existencia justo ahí, en su cara,
entre sus labios, justo en medio de la boca que esperaba ansiosa su jugo
privado.
-
¡Joder! - rio totalmente cegado, con sus mejores
expectativas totalmente superadas por la realidad.
-
¡Perdón! - chilló la joven ocultando su rostro y su
vergüenza tras sus manos.
Hasta la irrupción de El Autor en
su vida siempre le había dado apuro desencadenar su orgasmo hasta las últimas
consecuencias. Tenía en temor de no poder contenerlo, de orinarse entre las
sábanas de su cama dada la enorme cantidad de líquido que su coñito expulsaba
de forma natural. Sólamente bajo la tutela y supervisión del adulto había
logrado obtener la suficiente confianza y dominio de su cuerpo como para lanzar
su squirt delante de la cámara del teléfono móvil sin la menor cortapisa. Es más,
motu propio separaba sus labios vaginales para que la toma fuese lo más nítida
y explícita posible. Con el resto del mundo su vergüenza rayaba lo patológico
no obstante el grado de confianza y complicidad entre ambos era tal que tenía
verdadera necesidad de mostrarse explícitamente cada vez que se tocaba y más
aún durante el clímax. Su sentimiento de pertenencia se extendía incluso hasta
los orgasmos y, por extensión, a sus eyaculaciones.
-
Tranquila princesa, todo está bien - la tranquilizó
mientras se colocaba lentamente sobre ella..
La Ninfa parecía estar en un sueño,
creía estar viviendo su primera experiencia carnal fuera de su cuerpo, como una
tercera persona. No era ella la que
estaba separando las piernas, la que movía la cadera hasta adoptar el ángulo
adecuado para facilitar su penetración, la que atraía no solo con la mirada
sino también con sus manos a un hombre que triplicaba su edad para que la
poseyera.
El primer encuentro íntimo
transcurrió de forma natural, dos cuerpos hechos el uno para el otro que
parecían conocerse físicamente de toda la vida. Rebajada la tensión gracias al
primer orgasmo de uno de los dos contendientes y a la experiencia del segundo,
el encuentro fue incruento y tremendamente placentero. La diferencia de tamaños
no fue obstáculo, el pene de El Autor se alojó dentro de su funda natural que
no era otra que el vientre de la Ninfa arebatándole un lánguido gemido de entre
los labios mientras la abría en canal.
-
¿Todo bien? - preguntó él colmándola de besos con la
verga enterrada en lo más profundo de su amada.
-
S… sí. Todo bien.
-
Si te duele… lo dejamos.
-
¡No! ¡No, por Dios! Sigue… - gruñó la joven hembra
atrayéndolo hacia sí . ¡como la saques, te mato!
-
Como gustes, mi niña.
La cópula fue ganando en
intensidad. El adulto, más confiado ante la predisposición de su pareja de
baile, decidió poner a prueba la elasticidad del coñito, dándole un poco más
duro, metiéndole poco más de carne en cada arremetida, siendo un poquito más
lobo. La joven jamás había suspendido un exámen, de hecho ni siquiera había
sacado una nota mediocre en aguna asignatura y aquella vez no iba a ser
primera. Estaba dispuesta a todo.
El Autor estaba en la gloria. Cada
uno de los empellones que le daba era respondido con un grito, un suspiro y una
deliciosa contracción alrededor de su polla. El placer que sentía era inmenso
follándose a la chiquilla, tanto que fue él quien temió sucumbir antes de hora
y se detuvo.
-
¡Correte papi! ¡échalo todo y muy adentro! - le susurró
con su dulce y sensual vocecita atrayéndolo hacia sí, incitándolo a pecar.
No lo pensó, simplemente actuó sin
detenerse en las consecuencias. Olvidó por un momento sus buenos modos, las
buenas palabras y los buenos deseos con los que había iniciado la cópula. En
cierta forma se quitó la careta y, embriagado por la lujuria, fue intenso
evolucionando sobre la adolescente. Le dio duro aunque sin llegar a perder los
papeles, actuó lejos de la violencia con la que solía follarse a las
prostitutas allá en el club cada domingo. Fueron apenas un par de minutos en los
que demostró parte de su naturaleza animal. Descargó todo su arsenal, todo el
esperma acumulado durante los últimos días de abstinencia mientras la Ninfa,
abierta en canal, sudorosa y con los ojos en blanco, se derretía de gusto
aplastada por el ímpetu del lobo.
Tras el clímax permanecieron los
dos unidos por sus genitales hasta que el pene fue perdiendo su vigor.
-
Yo…
-
Pss, calla… ¡no lo digas! ¡no lo digas! Todo está bien,
¿vale?
-
Vale.
-
¿Papi?
-
Dime, princesita.
-
¿Puedes quitarte de encima? ¡Me estás chafando!
-
¡Sí, sí, claro! Por supuesto. Lo siento…
-
¡Al final lo has dicho, papi tonto!
-
Sí, no doy para más, ya me conoces.
-
Sí, mucho.
Permanecieron los dos abrazados en
la cama mirando el techo, recobrando el resuello.
-
¿Qué haces? - protestó él al notar que su joven amante abandonaba la improvisada
almohada que había hecho con su brazo.
-
Debo limpiarte.
-
No… no es necesario.
-
Quiero hacerlo, es mi obligación.
El adulto abrió de nuevo la boca
pero la lengua que le lamía los testículos le persuadió para no seguir con su
protesta y simplemente disfrutar. La tierna boca se empleó a consciencia hasta
dejarle completamente limpio. Tras una risita por parte de la chica, está se
excuso y le pidió el baño, la vio corriendo con su culito firme y unos hilos de
esperma bajando por sus piernas, podría acostumbrarse a esa imagen…
Mientras La Ninfa se relajaba en la
ducha, o mejor dicho, procesaba su encuentro, El Autor seguía descolocado,
había tocado el cielo, llegado a lo más alto que podría aspirar, puede que
inclusive un poco más de eso. Luego volvería a descender al infierno, a
sentirse solo, vacío, conformándose con las prostitutas del club. Se sintió tan
desconcertado ante esa perspectiva que no hizo amago de levantarse.
*****
Al fondo en la televisión se
reproducía en bucle, las notas de “El lado oscuro” de Jarabe de palo flotaban
en el ambiente. Era la primera y última vez que lo vería. Lo conocía lo
suficiente como para saber que se trataba de un hombre de ideas fijas. Que ella
estuviese allí es una muestra de debilidad que no iba a permitirse. Ninguno de
los dos dijo nada. Solo se analizaban con la mirada.
– Gracias, es importante para mí
que hayas sido el primero.
– Nunca nadie me había hecho sentir
tan vulnerable como tú. Me jodes la mente. ¿Qué vas a hacer?
– Procesar este encuentro, serás un
bello recuerdo. Nunca te olvidaré –miró de reojo la puerta–. ¿Cuesta mucho
arrancarte a alguien del corazón?
– ¿Por qué lo preguntas? ¿Me vas a
arrancar del tuyo?
– Necesito hacerlo si quiero
encontrar a alguien de verdad. Disculpa por haber trastocado tu rutina. No medí
las consecuencias de querer meterme en tu vida y formar parte de ella.
– Es lo que hay, ninguno de los dos
previó en qué nos metíamos.
– Creo que ya es momento de que me
vaya… Gracias por todo, Gabriel. Ten una buena vida.
Extrañamente no lloraba, quizás no
le quedaban lágrimas en su interior, o puede que el haber cerrado el ciclo le
permitía irse en paz. Dejar sus demonios atrás y empezar una nueva etapa en su
vida. Sin embargo, su cuerpo no respondía con la rapidez que deseaba, caminó
muy despacio, no porque deseara dilatar la agónica despedida. Abrumada y
rebasada por sus emociones no podía moverse a mayor velocidad.
La vio dirigirse a la puerta casi
en cámara lenta, o así le parecía que transcurría todo a su alrededor, en ese
momento no era El Autor; la máscara detrás de la cual se ocultaba y que le
permitía ser libre. Tampoco era el buen Gabriel, el amigo de todos. No, era
Gabriel, el auténtico, el hombre que existía entre las dos mitades entre las
cuales había oscilado por años. Veía como la chica de su vida se le escapaba de
sus manos, siendo el cobarde de siempre. Recordó el título de una canción que
ella le envió un mes atrás “¿Y la felicidad qué?”
Antes de que llegara a la puerta él
la abrazó desde atrás. Deteniendo su penosa despedida.
– Por favor, déjame ir, duele mucho
lo que haces.
– Acabo de decidirlo, eres mía.
– Pensaba que ya lo era.
– No te dejaré escapar pequeña
Ninfa.
– ¿Entiendes lo que eso significa?
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