"CAZADOR DE NINFAS" por Kamataruk (3 de 3)

 

Cazador de ninfas: Capítulo 7

 

-                 ¿Nada?

-                 Nada.

-                 ¿En todo este tiempo no has encontrado nada con lo que quitarnos a esa profesora entrometida de nuestro camino?

-                 Nada, absolutamente nada. He entrado en sus redes, he hackeado su correo electrónico, el ordenador de su casa e incluso nos hemos colado en el colegio para ver sus informes y nada. Tiene un comportamiento intachable, ni siquiera le han puesto una multa de tráfico. Sus cuentas están saneadas e incluso te diría que dispone del patrimonio suficiente como para poder vivir sin tener que trabajar en el colegio. Es Testigo de Jehová y fuma a escondidas, es cierto, pero no creo que con eso podamos llegar a nada con ella.

-                 ¿Que fuma a escondidas?, ¿es eso todo lo que tienes? ¿me lo dices en serio? - preguntó Oleg con cara de pocos amigos, incorporándose de su asiento violentamente.

Charly enmudeció. Conocía lo suficiente a su jefe como para saber que algo no iba bien. Era obvio que le estaba decepcionando y eso podía ser peligroso.

-                 Así es… ¿por qué lo dices?

-                 Definitivamente no sé lo que tiene esa chiquilla, pero te está nublando el juicio. Estás perdiendo facultades, Charly. ¡Que fuma a escondidas! ¡Hombre, no me jodas!

El proxeneta ucraniano, lleno de ira, sacó y lanzó un sobre sobre la mesa con violencia. Al hacerlo el contenido salió de él a toda velocidad.

Charly no salía de su estupor. Desparramadas sobre la mesa aparecían un montón de fotos de la mujer; fotogramas de un video muy comprometedor, tomado sin duda con cámara oculta, que les iba a poner a Rebeca en bandeja para satisfacer a su cliente más generoso y de gustos más peculiares.

-                 Pero… ¿cómo? ¿cuándo…? - preguntó Charly haciéndose con una de aquellas fotografías al azar.

-                 Tres días. Tres tardes en realidad: la primera para descubrir su punto débil, la segunda para tomar las fotos y la tercera para ofrecerle un trato. Deberías haberle visto la cara cuando se derrumbó al ver todo este material. A partir de ahora esa mosquita muerta ya no será un problema…

-                 Pe… pero…

-                 … incluso le sugerí amablemente que sería bueno para ella convencer a los padres de tu putita para disponer de ella todas las tardes con la excusa de poder preparar así el jodido concurso de matemáticas. Necesitamos tiempo para instruir a esa niña. No te ofendas, es mona y folla de vicio, pero ambos sabemos que para satisfacer al americano eso no es suficiente. Katrina le enseñará a desenvolverse frente a la cámara; a fin de cuentas, era la preferida de ese enfermo antes de que se hiciera mayor para sus fantasías.

-                 Entiendo, pero…

-                 Tú sí te estás haciendo mayor, viejo amigo - prosiguió Oleg con la más heladora de sus sonrisas -. Todo eso que hiciste está muy bien, pero olvidaste lo básico. Con toda esta mierda del mundo digital te saltaste los pasos más obvios. ¿Recuerdas qué es lo primero que hay que hacer para encontrar el punto débil de una persona?

Charly se puso lívido al advertir su tremendo error.

-                 Veo que lo has pillado. Lo primero que debes hacer para encontrar el punto débil de cualquier persona es seguirla y analizar en su entorno. Tan sencillo como eso. Anda… largo de mi vista. Esas putitas de canarias vuelven a dar problemas. Ve allí y solucionalo rápido. Te quiero cerca de Rebeca cuanto antes, es nuestra prioridad ahora mismo.

-                 Va… vale - repuso el otro poco menos que tartamudeando, consternado por su fallo de principiante.

Ya estaba a punto de salir del despacho de su jefe cuando este le retuvo agarrándole por el hombro con firmeza:

-                 Charly…

-                 Dime, Oleg.

-                 Eres consciente de que, si soy yo el que tengo que hacer tu trabajo, no me sirves para nada, ¿verdad?

El cazador apretó los puños, tragó saliva, apretó los dientes de pura rabia y tomó el primer taxi que pudo encontrar hacia el aeropuerto.

*****

Los cigarrillos se sucedían uno tras otro en los labios de Ana. La mujer de mediana edad, cubierta tan sólo con su bata de seda, temblaba como una magdalena tras la marcha del hombretón y sus menudos acompañantes de su coqueto apartamento del extrarradio madrileño. Parecía absorta mirando aquellas tres minúsculas prendas interiores masculinas esparcidas desordenadamente sobre el amasijo de sábanas húmedas que cubrían su colchón. El extranjero las había dejado ahí de forma premeditada para recordarle su promesa.

Su cuerpo estaba allí, aunque en realidad su mente estaba en otro lugar, todo aquello le parecía una auténtica pesadilla; como si fuese otra persona la protagonista de su vida y no ella misma.

No era tonta, sabía que jugaba con fuego y al final se había quemado. Estaba convencida de que, tarde o temprano, iba a tener problemas por hacer lo que hacía con aquellos niños. Lo que no podía imaginar era que iba a ser descubierta por un tipo de lo más extraño y que, en lugar de denunciarla a la policía o extorsionarla a cambio de dinero, iba a pedirle aquel extraño “favor” a cambio de su silencio: no hacer preguntas sobre Rebeca, conseguir que los papás de la chica le diesen tiempo libre para hacer a saber qué y acompañarla a su viaje a Málaga para una prueba previa a la competición matemática tal y como estaba previsto.

En definitiva, seguir con su vida, nada más.

Tres días antes del funesto encuentro con el eslavo de gélidas pupilas su vida discurría dentro de su rutina habitual. Acudió a su centro de trabajo como hacía siempre desde hacía siete años sin faltar ni un solo día. Después, sin despedirse de sus compañeros de colegio, con los que apenas se relacionaba, almorzó en una de las cafeterías cercanas y, como el resto de los días hábiles de la semana, tomó un autobús que le llevó al otro lado de la ciudad, a una de las zonas más desfavorecidas y marginales de Madrid, allí donde dio sus primeros pasos.

Ana anduvo unas cuantas manzanas a ritmo rápido abrazando su bolso con fuerza bajo el brazo. El vecindario no era muy recomendable y, aunque nunca había tenido ningún problema serio, era mejor andarse con cuidado. Además tenía que darse prisa, la Sección Juvenil del Salón del Reino de los Testigos de Jehová del barrio debía abrirse apenas dos horas más tarde, no tenía tiempo que perder.

Como siempre se dirigió a la puerta trasera del local. En cuanto torció la esquina y vio al reducido grupito que la esperaba sintió un cosquilleo subiéndole por la espalda. Hasta cinco chicos hablaban animadamente entre ellos. Un par rozaban ya la adolescencia, pero los otros tres eran poco más que unos niños. Reían y se lanzaban golpes al hombro medio en broma medio en serio. La boca de Ana comenzó a salivar y no era la única parte de su cuerpo que se humedeció pensando, sobre todo, en los más pequeños.

Los chavales no le eran extraños, los conocía de otras veces a excepción de uno. Eran unos chicos problemáticos del barrio que los miembros de la comunidad estaban intentando devolver al redil de entre doce y catorce años. Entre todos destacaba Omar, un chaval avispado y fibroso, de tez morena, mirada peligrosa y manos largas según las chicas. Ana sabía de buena tinta que las niñas no mentían y que las manos no era lo único que tenía largo el muchacho de origen magrebí.

-                 Ho…hola chicos, buenas tardes, ¿me dejáis pasar, por favor?

-                 Claro, Ana - contestó el moreno tirando al suelo el cigarrillo que languidecía entre sus labios -. Pasa, pasa.

La mujer se introdujo dentro del círculo de muchachitos y rebuscó en su bolso en busca del manojo de llaves. Las manos le temblaban al saberse el centro de las miradas de todos ellos. Una de las razones por las cuales abandonó la docencia y pasó a tareas administrativas fue esa: no podía soportar esa sensación de ser observada por un grupo de adolescentes con las hormonas encabritadas. No es que se sintiera incómoda, su desasosiego iba mucho más allá: le excitaba que aquellos críos la mirasen de esa manera tan sucia.

Y mucho.

Era habitual que, tras explicar algún ejercicio en el encerado, tuviese que sentarse precipitadamente en su asiento, apretar fuerte las piernas y buscar que el frescor de la ventana adyacente acariciase su cara y rebajar así su ardor vaginal. Los chicos cuchicheaban a sus espaldas y se reían. Ella no podía evitar pensar que hablaban sobre ella y que hacían comentarios obscenos sobre su cuerpo y eso la calentaba todavía más. Se le hizo tan insoportablemente calenturiento y morboso que tuvo que dejar la primera línea de la docencia para mantener a raya su libido.

Y todo habría ido bien si el líder de la congregación de su barrio natal no le hubiese reclamado para una tarea relativamente sencilla de llevar a cabo para ella como profesora de secundaria: ser la responsable de la sección juvenil de la comunidad. Por mucho que le pesase no podía rehusar el ofrecimiento y estar de nuevo rodeada de jovencitos resultaba toda una tentación. Un día uno de aquellos descarriados hizo algo entre bromas, algo que destapó la caja de los truenos, un leve toque en su trasero y sus bragas se mojaron de inmediato.

 

En lugar de protestar y montar un escándalo por lo sucedido se bloqueó. Ante su pasividad la maniobra se repitió pocos días después. Pronto se corrió la voz entre los muchachos que la mosquita muerta de Ana, la treintañera menuda con aspecto dulce y apocado, era muy permisiva con ciertas cosas: cosas muy interesantes para ellos.

-                 ¡Qué torpe! - murmuró Ana con el pulso acelerado.

No le dio tiempo a recoger las llaves. El joven musulmán fue mucho más rápido que ella y se las ofreció con amabilidad, pero cuando Ana hizo ademán de cogerlas el chaval se las pasó a otro compañero entre risas.

-                 Venga…no empecéis otra vez - protestó Ana más bien por el hecho de que su humillación se produjese en un lugar público que por el suceso en sí.

Al girarse hacia el muchacho receptor del envío recibió en el culo un sonoro cachete. Ella no dijo nada y se limitó a seguirles el juego a los jovencitos como tantas otras veces. El coro de risas aumentó paulatinamente conforme la maniobra se fue repitiendo una y otra vez con diferentes manos ejecutoras. Las palmadas en el culo se fueron sucediendo hasta que la mujer, tremendamente nerviosa y con las mejillas echando fuego, logró centrarse y abrir la puerta con un par de palmas pegadas a su trasero.

Cuando Ana atravesó el dintel se sintió liberada, aunque no fue ella la única en experimentar esa sensación. Al jovencito de piel morena, sin duda el más osado de todo el grupo, le faltó tiempo para empujarla contra la pared del oscuro pasillo, deslizar sus manos bajo su camisa y, con un rápido movimiento, levantarle el sostén para llenarse los dedos con un par de tetitas firmes, duras y menudas, acordes con el tamaño de su dueña. El chaval no era muy alto pero sus brazos eran lo suficientemente extensos y fuertes como para someterla sin dificultad.

-                 ¡Quiero que me la chupes otra vez, Ana! - le susurró el chaval poco antes de ponerse de puntillas y lamerle el cuello.

Omar era joven, aunque para nada inexperto, sabía muy bien lo que se hacía con las mujeres, por algo era el terror de los papás de las chicas del barrio.

-                 Te… tengo que… que cerrar la puerta… - murmuró ella con la voz entrecortada, muy turbada tanto por los tirones en sus pezones como por el intenso tratamiento en su cuello -, por favor… alguien puede entrar…

El chaval tenía otras prioridades que obedecer a la adulta. Las palabras de Ana se desvanecieron en el aire ahogados por el chapoteo de la boca del chaval en su cuello. De hecho, nada de lo que decía cuando estaba a solas con ellos era tomado en consideración; eran sus actos o más bien su pasividad frente a los que recibía los que delataban sus verdaderos deseos.

Él la volteó hacia el resto de la concurrencia, le levantó la camisa hasta la altura de su cuello y, una vez que expuso su busto, volvió a inmovilizarle los brazos a la espalda. Otro de los chavales, ni corto ni perezoso, le metió la mano bajo la falda y el resto esperó. Pronto Ana se vio con las bragas a la altura de los tobillos, las manos atrapadas tras la nuca, las tetas duras como piedras y el coño a punto de estallar mientras era sobado por manos pueriles delante de todos.

-                 A… aquí no… - suplicaba una y otra vez, roja de excitación, con la mirada fija en la puerta entreabierta que daba a la calle.

-                 ¿Cómo lo tiene?

-                 ¡Súper mojado!

-                 Por… por favor, aquí no…

-                 ¡Déjame a mí! ¡Hala, es verdad!

-                 ¡Aparta! Es mi turno…

-                 ¿Por qué tiene tanto pelo? Mi hermana no tiene tanto.

-                 ¡Se lo quito yo a lametazos! Je, je, je…

-                 ¡Gilipollas! Eso se lo hago yo a tu madre…

-                 Tu hermana tiene diez años, es normal que no tenga pelos.

-                 ¡Quítaselas del todo y dámelas! Hoy me toca quedarme sus bragas a mí.

-                 ¡Eso no te lo crees ni tú! -dijo el interpelado haciéndose con ellas con rapidez para, a continuación, salir huyendo con el botín a lo largo del pasillo.

-                 ¡Cabrón, son para mí! - Chilló el otro saliendo en persecución del ladrón.

 La ropa interior de Ana representaba un trofeo para los chavales que acudían al centro de manera clandestina antes de la hora oficial de apertura. Poseer las bragas húmedas de una adulta era motivo de orgullo y una buena razón para presumir de hombría entre los otros chicos del barrio.

El pequeño incidente supuso la inmediata liberación de la joven que compuso mal que bien su vestimenta en lugar de intentar huir. Se trató más bien de una breve tregua, un compás de espera que terminó cuando el heterogéneo grupo accedió al despacho de Ana. Una vez allí las manos volvieron a acosarla desordenadamente. Afiladas como dagas, se clavaban en su cuerpo, colándose por debajo de su falda o de su camisa abotonada.

-                 ¡Ya… ya está bien, ya está bien! - protestaba sin obtener resultado.

Caliente como una hoguera, en lo último que pensó fue en tener la precaución de cerrar con llave la entrada trasera del Salón, ni siquiera lo hizo con la de su despacho: sólo tenía ojos para contemplar aquellas pequeñas pupilas abiertas, brillantes y fijas en ella; las bocas relamiéndose por el inminente festín de carne y los bultitos que los chiquillos presentaban en la entrepierna mientras la tocaban.

-                 ¡Quítatelo todo, zorra! - Apuntó Omar tras el magreo colectivo mientras se bajaba la cremallera de su jean, ocupando un lugar preferente en el sillón giratorio del despacho.

-                 ¡Eso, eso! ¡Desnúdate, puta!

-                 ¡Desnúdate puta! ¡Desnúdate, puta! ¡Desnúdate puta! … – coreó el resto una y otra vez.

-                 Ya… ya hemos hablado de esto otras veces - les reprendió la joven mientras jugueteaba con el botón superior de su maltrecha camisa - … no podéis tratar así a las chicas. La vida real no es como la pornografía que veis en vuestros ordenadores, ellas se merecen todo vuestro respeto, tratadlas como a las personas que son…

-                 Que sí, que lo que tú digas, pero date prisa y quédate en pelotas, guarra. Tengo ganas de que me la chupes como todos los días.

La adulta estuvo a punto de seguir con su charla pedagógica, pero quedó muda al ver el pene del chaval apuntando directamente hacia ella. Tenía otra cosa que hacer con la boca mucho más interesante que lanzar la moralina de turno de los Testigos de Jehová. Pronto su falda, su camisa, su sostén, su fe, sus principios y su moral formaron una pequeña montañita en un rincón. Si se arrodillaba en su despacho todas las tardes en presencia de los niños de su comunidad no era precisamente para rezar.

-                 ¡Joder qué buena es con la boca! - murmuró el marroquí cerrando los ojos con el pene enterrado en Ana.

-                 ¿Mejor que mi hermana? - preguntó el nuevo.

-                 ¡Ni punto de comparación!

Cada vez que Ana se introducía una de aquellas pollas a medio desarrollar en la boca entraba en trance, se olvidaba de su depresiva realidad, del mobbing laboral, de sus tambaleantes convicciones religiosas y se sentía viva. El roce de los suaves glandes en sus labios le proporcionaba una sensación única e inigualable. Le daba lo mismo que la higiene íntima de los chavales fuese cuanto menos mejorable, los succionaba con suma delicadeza y se los tragaba con parsimonia hasta que la punta de su nariz quedaba a la par con el abdomen de los infantes. Incluso, si los chiquillos estaban poco desarrollados, era capaz de alojar al mismo tiempo entre sus labios el saquito que los acompañaba sin problemas. Si ya eran más grandecitos, no tenía pudor alguno en lamerles las pelotas hasta dejarlas duras y brillantes, preñadas de jugo masculino, néctar que, a menudo, derramaban en su boca sin previo aviso.

La verga de Omar le atraía especialmente, no tanto por su longitud como por la ausencia de prepucio. Le producía una sensación distinta al resto al metérsela en la boca. Normalmente solía recorrer los pliegues de las vergas infantiles con la punta de su lengua, rebañando los restos de pipí y jugos que se escondían en ellos; acariciando vehemente la punta del meato, sorbiendo las babas, tragando sus huevos de forma individual o por parejas. Prácticamente los vampirizaba hasta dejarlos secos o listos para otros menesteres, pero con el del musulmán no podía hacerlo de ese modo así que tenía que succionarle el miembro viril de una forma distinta, o utilizando solo los labios o aprisionándolo con la lengua su paladar.

-                 ¡Ahora me toca a mí!

-                 Y después a mí.

-                 ¿Por qué no jugamos a El Cinco?

-                 ¡No, eso no! - protestó Ana incorporándose, sacándose el falo y recobrando cierta dignidad y pudor.

-                 ¡Sí! ¡Genial!

-                 ¿Y cuál es el castigo?

-                 Chi… chicos, he dicho que no me apetece.

-                 ¡El que se corra no se la mete hoy a Ana!

-                 ¡Vale!

-                 ¡Sí! Está bien eso.

-                 ¡No, no! Ya sabéis que no me gusta que me metáis en vuestras apuestas.

-                 ¿Por qué no? Será divertido.

-                 Venga Ana… ¡juega con nosotros!

-                 Mi hermana es súper buena jugando a esto.

-                 Ana lo hace muchísimo mejor, ya lo verás.

-                 De verdad que no tengo ganas…

-                 Recordad chicos: el que se corra hoy no folla…

-                 Pe… pero… ¿no me habéis oído? Deberíamos leer la biblia…

-                 ¡Calla y ponte de rodillas joder! No seas coñazo… - le dijo otro de los habituales empujándola con cierta rudeza hacia el suelo.

Ana trastabilló dando con sus huesos en el suelo ante el jolgorio generalizado. Los chavales hicieron un círculo alrededor de la adulta que, arrodillada y resignada a su suerte, esperaba la orden para dar el siguiente paso en su caída a los infiernos. Cuando los niños quedaron desnudos se le erizó todavía más el vello de su nuca, un leve cosquilleo recorrió su espalda y su vulva se encharcó. No podía evitarlo, era superior a su débil voluntad: aquella situación le resultaba tremendamente morbosa.

Desde que comenzó a relacionarse íntimamente con los niños  aquellos juegos sexuales se habían convertido en una auténtica adicción para ella y, aunque horas después en la soledad de su cuarto renegase de todo, cuando estaba metida en faena era incapaz de negarles nada a aquellos mocosos. Se transformaba en su títere, su marioneta, eran ellos los que movían los hilos y ella la que se dejaba hacer y, paradojas de la vida, era en esos momentos cuando se sentía más libre y a gusto consigo misma.

-                 ¿Quién es el primero?

-                 Que elija Ana.

Ella dudó. Luchó y luchó hasta que la calentura le pudo. El pene de Omar era un caramelo complicado de rechazar. Dejó de pensar como una persona adulta y cabal y se entregó al juego infantil.

-                 ¡Uno, dos, tres, cuatro y cinco!

Jaleó el coro mientras el cipote vigoroso iba y venía entre los labios de la hembra. Ella cerraba los ojos, centrándose en la mamada, procurando que el placer proporcionado fuese el máximo, olvidando sus propias necesidades físicas. Quería tocarse delante de los niños, pero al inicio de los juegos siempre le embargaba una mezcla de pudor y vergüenza, sensaciones que iban menguando conforme la osadía de los muchachos y el calor de su sexo aumentaban. Abrir las piernas, separar sus labios vaginales, mostrar el inicio de su entraña y obligarla a darse placer delante de ellos eran las órdenes más recurrentes del grupito de preadolescentes y eso, o alguna alternativa incluso más morbosa, tarde o temprano terminaría sucediendo.

Las rondas iban pasando. Ella se jalaba los pequeños falos uno tras otro en tandas de cinco en cinco hasta que uno de los chiquillos, el más joven de todos, no pudo aguantar más y se derritió como un azucarillo entre los labios de la adulta. La corrida no fue copiosa, poco más que un pequeño chupito de néctar tibio y dulzón apenas hormonado que se fundió con las babas y el vicio de Ana. En toda su vida sólo había catado el semen de niños y su sabor le parecía tan sublime que no quería probar ningún otro, huía como alma que lleva el diablo de todo contacto con hombres adultos, los odiaba tanto más que a sus alumnos.

-                 ¡Has perdido, has perdido!

-                 ¡Jo! No es justo.

-                  Has perdido.

-                 Hoy Ana no te monta.

-                 ¡Enséñanos cómo te lo tragas!

-                 ¡Sí, eso, eso! Queremos verlo.

-                 ¡Y abre las piernas también!

Las mejillas de la mujer se enrojecieron como primera respuesta a la orden y sintió su flujo deslizarse lánguidamente fuera de su sexo, haciendo que la mancha reseca de los encuentros anteriores que decoraba la alfombra de su despacho creciese un poco más. Se sentó sobre sus talones, separó las rodillas cuanto le fue posible sin perder el equilibrio, echó la cabeza para atrás y, con las manos en la espalda, abrió su boca por completo, mostrando de este modo el moco blanquiñoso alrededor de su lengua a los niños.

-                 ¡Qué asco!

-                 ¿Va a tragarse eso? - preguntó el nuevo, incrédulo.

-                 ¡Claro que sí!

-                 ¡Ana, Ana, Ana…! - coreó el resto.

Ella estaba ansiosa por obedecer y seguir con su rol, aun así, no tragó el esperma al momento sino que demoró un rato la acción, deleitándose con la sensación de ser observada por unos niños haciendo algo tan sucio, recreándose en el fulgor de sus ojos nada inocentes y en la visión de sus graciosos penes erectos en su honor.

Cuando ya no pudo resistirse más, tragó la aromática mezcla con la boca abierta y las pupilas clavadas en su más reciente compañero de juegos que la miraba incrédulo.

-                 ¡Qué cochina!

-                 Ya te dije que lo haría.

-                 Siempre lo hace.

-                 Ana es la mejor jugando a El Cinco.

A partir de ese momento los acontecimientos se sucedieron. Los niños conocían la rutina; sabían que, una vez vencida la débil resistencia inicial de la catequista, todo era más sencillo y plácido. Ana esperó a que uno de ellos se colocase sobre la alfombra para montarse sobre él. Alargó la mano y haciéndose con el pequeño pene sin dificultad lo guio hasta la entrada del horno en el que se había convertido su sexo. Entró en ella como cuchillo en mantequilla, apenas lo sentía, pero estaba tan caliente que el más ligero roce con alguna de las paredes de su vagina tenía como consecuencia un intenso estremecimiento en la espalda, dureza extra en sus pezones y galones de flujo expulsados por el coño.

-                 ¡Uff! - exclamó el chiquillo con los ojos en blanco.

Pese a su extrema calentura Ana era muy cuidadosa con los niños y más en las ocasiones en las que ejercía de amazona. Intentaba meterse por el coño la mayor porción de rabito infantil, aunque jamás presionaba demasiado por el temor de que su lujuria le jugase una mala pasada. Les acariciaba el torso con dulzura, teniendo mucho cuidado en no dañarlos y les lanzaba ligeros piquitos a los labios o en la frente mientras se los follaba. En cambio, cuando era ella la montada, ellos le apretaban las tetas con furia, le mordían los pezones hasta hacerla gritar de dolor y la insultaban, convencidos por el porno que veían a escondidas de que ese tipo de cosas gustaban a las chicas.

-                 ¡Córrete ya, es mi turno! - exclamó otro de los jovencitos al tiempo que se manoseaba el rabo para que este no perdiese su vigor.

Tras unas pocas arremetidas lentas y parsimoniosas Ana consiguió que aquel bonito pene que alojaba en su entraña derramase toda su simiente en el interior de su sexo. Al desacoplarse se sintió algo culpable al comprobar el estado de los genitales de su joven compañero de juegos, prácticamente anegados por un tegumento gelatinoso y fragante. Dudó. Bien a gusto se los hubiera limpiado con la lengua; lamer escrotos lampiños y manchados de flujos sexuales era para ella un verdadero deleite. De no ser por la insistencia de su siguiente amante; un jovencito algo más desarrollado tanto de cuerpo como de verga, sin duda se hubiese puesto a ello de forma inmediata.

La segunda cópula de la tarde se desarrolló de forma similar a la primera. Los coitos con los niños no duraban mucho, dos o tres minutos a lo sumo. Después de las mamadas no tenían mucho más aguante y enseguida la entraña de Ana se veía trufada de esperma infantiloide.

La tercera follada se diferenció de las anteriores en que Ana ya no pudo controlarse más y, tras la corrida del niño, le estampó el coño por la cara y se frotó contra esta para darse más placer hasta que estalló por completo contra el rostro del preadolescente que no dejaba de reír, abrumado por tanto furor uterino.

Cada eyaculación era seguida de un vitoreo por el resto de la concurrencia y de comentarios más o menos hirientes acerca del escaso aguante sexual de los pequeños machos o de la facilidad para abrirse de piernas de la adulta. Por su parte Ana estaba tan caliente que apenas sintió el dedo corazón del siempre travieso Omar horadando su intestino desde que prácticamente comenzó a pajearse contra la cara de su último amante.

-                 ¡Ponte a cuatro patas, puta! - Chilló el magrebí cuando su turno llegó, incorporándose en lugar de ocupar el lugar dejado por su compañero sobre la alfombra.

-                 ¿Pa… para qué? Y ya te he dicho que no me llames así… es muy feo…

-                 Tú hazlo y ya.

-                 ¿Y qué… qué vas a hacer?

El chico rió mientras se frotaba el pene de forma intensa.

-                 ¿Para qué preguntas si ya lo sabes?

-                 No - negó Ana meneando la cabeza -, por ahí no… ya te lo he dicho muchas veces… duele.

-                 ¡Que te calles y obedezcas, zorra!

Lentamente la administrativa del instituto se colocó en la posición indicada. Con la cara pegada a la alfombra mirando a los chicos abrió sus glúteos en canal utilizando sus propias manos y esperó.

El coño de Ana estaba a punto de reventar, no podía determinar qué la excitaba más: la forma sucia y dominante con la que estaba siendo tratada; los comentarios y risas de los niños al verla humillada o la postura en sí, totalmente expuesta y abierta a los ojos de los chiquillos, sometida a los deseos del adolescente magrebí.

-                 ¡Agggg!

El chillido de Ana se escuchó a lo largo y ancho de todo el edificio cuando fue sodomizada.

-                 ¡Dueleeee! - chilló, retorciéndose de dolor.

-                 ¡Cállate, zorra! - Gritó el sodomita al tiempo que lanzaba un soberbio palmetazo en el culo de Ana.

A cada arremetida el dolor iba menguando y, poco a poco, se iba transformando en otra cosa, algo tan sublime como sucio, hasta el punto en el que de los labios de Ana brotó un suplicante…

-                 ¡Másss! - Bramó cuando comenzó a notar que el ritmo y el vigor de su joven amante descendían.

El chaval, sobrado de motivación y ganas, lo dio todo y meneó las caderas con furia hasta que sus testículos derramaron con violencia todo su jugo en el intestino de la adulta. Entre vítores y felicitaciones el joven semental desenvainó su arma. Ana, por su parte, permaneció en la misma posición con los ojos cerrados mientras el esperma abandonaba lentamente su culo.

-                 Ana… no te has corrido - sentenció uno de los muchachos unos minutos después condenando un cigarrillo en un cenicero.

-                 ¡Que sí hombre, que sí! - protestó Omar, herido en su orgullo.

-                 Es cierto, cuando se corre chilla un montón.

-                 Y abre la boca y no deja de jadear.

-                 Y babea.

-                 ¿Pero de qué vais? Díselo, díselo a estos idiotas, Ana. Diles que te has corrido cuando te la he metido por el culo.

Pero la adulta no fue tan rotunda como el moreno esperaba:

-                 Bueno, no es necesario. Se está haciendo tarde y pronto tendré que abrir para todo el público…

-                 ¡Pero si aquí no viene nadie!

-                 ¿De verdad no te has corrido? - Preguntó Omar alucinado.

 La mujer apartó la mirada, muerta de vergüenza. Si bien era cierto que había disfrutado de pequeños orgasmos no lo era menos que su explosión final no había llegado. Tal y como el niño había apuntado el clímax de la hembra era algo extraordinario, algo tan difícil de ocultar como de fingir.

-                 Venga, chicos ¡Ayudadme! - ordenó el musulmán dispuesto a solventar el problema de la complaciente señora.

-                 No, no… de verdad que no, Omar…

-                 ¿Qué hacemos?

-                 Ayudadme a ponerla sobre la mesa.

-                 De… de verdad que no es necesario, chicos…

-                 Apartad esos papeles…

-                 ¡Chicos, chicos! Hoy no… otro día… ¡Mañana si queréis!

-                 Se me ha ocurrido una idea…

Una vez más las palabras de Ana se desvanecieron en el aire sin ser escuchadas. De inmediato una bandada de manos la alzó del suelo y ella sucumbió ante el toqueteo y el ímpetu de los muchachos. Como cada tarde a su mente le parecía estar viendo lo que sucedía como detrás de un cristal, como sí no fuese algo real. Accedió con la pasividad de siempre a que la manada de cachorros la colocasen sobre la mesa y le separasen las rodillas hasta casi desencajarlas, dejando de esta forma su sexo abierto de par en par.

Ana pensó que iban a comérselo todo hasta hacer la estallar de placer, era algo que ya había sucedido muchas veces durante aquellos tórridos encuentros sexuales vespertinos, pero torció el gesto cuando los chiquillos hicieron un corro para consensuar el siguiente paso a seguir en voz baja. No solían cortarse un pelo y normalmente no tenían problemas en pregonar a todos los vientos lo que pensaban hacerle así que ese cambio en la forma de actuar era cuanto menos inquietante para ella.

-                 ¿Crees que le cabrá? - Preguntó el nuevo con incredulidad.

-                 Seguro. Es una guarra.

La adulta se ruborizó más todavía ante el insulto, giró la cabeza al sentir palpitar su vulva, percatándose de que la puerta del despacho estaba entreabierta y que dejaba ver el oscuro pasillo. Abrió la boca para pedirle a alguno de los muchachos que la cerrase por prudencia, pero no tuvo tiempo, enseguida se vio rodeada de nuevo por todos ellos, escudriñando con ojos curiosos la entrada de su coño.

-                 ¡Métesela!

-                 Pero… ¿cómo? Así, de golpe…

-                 No, animal. Primero ves metiéndole los dedos uno a uno.

-                 ¿Así?

-                 Exacto.

Ana dio un respingo al notar uno de los dedos del chico nuevo profundizando en su vulva. Al no encontrar oposición repitió la jugada con un segundo y un tercero.

-                 ¡Chicos, chicos… chicooooosss! - Chilló Ana cuando el cuarto de los apéndices se reencontró con sus hermanos.

No es que sintiese un dolor extremo con los cuatro dedos serpenteando por su vientre, sino que cayó en la cuenta de lo que los chavales pretendían y se asustó. Los niños solían meterle cosas por el coño, objetos más o menos fálicos que se encontraban por ahí, pero la mano del preadolescente era mucho más de lo que había asimilado nunca. El ritmo cardíaco de la adulta se aceleró, su boca comenzó a salivar y sintió que la dureza de sus pezones crecía por momentos y todo aquello sólo podía significar una cosa, que la simple posibilidad de que aquello pudiera llevarse a cabo la excitaba mucho. Metió más aire a sus pulmones y separó un poco más las piernas, rezando porque su gesto lascivo pasase desapercibido a los espectadores, pero los chicos tenían otras cosas más importantes en las que fijarse.

-                 ¿Qué pasa?

-                 No… no entra. Los nudillos no me pasan.

-                 Aprieta más fuerte…

-                 ¡Que no entra, joder!

-                 ¡Que sí! Hazlo como en aquella película que vimos, ¿no os acordáis?

Hay que hacerlo así, girando como si fuese un tornillo…

-                 ¿Girando?

-                 ¡Síiii!

-                 Voy.

-                 ¡Aggggg!

El chillido desgarrador de Ana no conmovió en absoluto a los chiquillos, totalmente inmunizados al dolor ajeno.

-                 ¡Ya está, ya está!

-                 ¡Qué pasada!

-                 ¿Qué se siente?

-                 Noto… noto cómo se cierra, es como si quisiera cortarme la mano… está súper caliente.

-                 ¡Diooosssss! - Bramó la mujer, fuera de sí.

-                 ¿Qué hago ahora? ¿la saco?

-                 ¡No,no! Ahora fóllatela.

-                 Haz así, como si fuese una polla.

-                 ¡No! ¡No! ¡No hagas eso, no hagas esooooo! - Chilló Ana desesperada.

-                 Dale, dale… no te cortes. Es una guarra.

La dulce tortura de Ana duró poco, la mano del niño le regaló uno de los orgasmos más intensos de su vida. Dejó incluso de controlar su vejiga y se orinó mientras se corría entre jadeos, suspiros y espasmos provocando de nuevo la algarabía entre el público infantil que la rodeaba.

-                 ¡Se ha meado de gusto!

-                 ¡Qué puta!

-                 ¡Eres una cochina, Ana!

-                  Verás cuando se lo contemos a los otros. No van a creernos.

-                 Que se jodan y que hubiesen venido.

El orgasmo de Ana fue tan intenso que una de las contracciones prácticamente expulsó la mano del chico seguida de borbotones de fluido. Esta apareció a la vista de todos cubierta de flujo femenino, esperma infantil y orina. La mezcla era tan abundante que formaba una especie de tela gelatinosa alrededor de los dedos. Los niños la miraron con asco y curiosidad a partes iguales.

-                 ¡Qué guarrada!

-                 ¡Mira cómo te la ha dejado!

-                 ¿Y ahora qué hago? ¿dónde me la limpio?

-                 ¡Usa su falda!

-                 ¡No! - sentenció Omar orgulloso de su hazaña -. Que la limpie ella con la lengua.

-                 ¡No! Eso no… - Negó la mujer entre sollozos instantes antes de poner de nuevo su lengua en acción.

*****

A la mañana siguiente alguien llamó a la puerta del coqueto apartamento de Ana. La mujer prefirió quedarse en casa esa mañana. El cuerpo y en especial el sexo le dolían bastante por los excesos cometidos durante la semana y más concretamente en la tarde anterior. Dejó las tareas de limpieza sabatina y se dispuso a abrir la puerta muy intrigada, hacía mucho tiempo que alguien no la visitaba. Cuando vio la sonrisa del pequeño Omar frente a ella se quedó paralizada. Tres de los chavales a los que conocía íntimamente entraron en su apartamento. En menos que canta un gallo tomaron posesión del mando a distancia de la tele y asaltaron su nevera.

-                 Pe… pero… ¿qué hacéis aquí? ¿cómo habéis averiguado dónde vivo?

-                 Venimos a follarte. Nos trajo él. Dijo que te conocía - apuntó uno de ellos señalando a la puerta principal de la vivienda.

Bajo el dintel se presentó un hombretón de rasgos eslavos, manos grandes y la mirada de hielo. Sonreía, pero su sonrisa, lejos de ser tranquilizadora, parecía mezquina y llena de maldad.

-                 ¿Quién es usted? ¿Qué hace aquí? ¿Por qué ha traído a los niños aquí?

-                 Quién soy no importa. He venido a hablar sobre esto… - dijo el hombre plantándole una fotografía en la que se la veía claramente lamiendo con deleite la mano pringosa de un niño desnudo - … y por qué he traído a los chicos es evidente… ¿no cree?

Y tras cerrar la puerta imitó a los chavales que ya habían comenzado a desnudarse.


Cazador de ninfas: Capítulo 8

 

-                 ¡Tenías razón! ¡Es magnífica! - Gritó Oleg triunfante contemplando la pantalla -. ¡La cámara le adora! ¡Son como dos gotas de agua!

En ella una sudorosa Rebeca daba buena cuenta de un contundente cipote. No se trataba de una filmación clandestina tomada con cámara oculta, era toda una toma de un trabajo cinematográfico profesional en toda regla. El pedazo de carne entraba y salía del ano de la ninfa una y otra vez, se enterraba hasta lo más profundo para luego salir a la luz enhiesto, viril y triunfante, dejando tras de sí un considerable boquete. Después era la propia lolita la que, situada a horcajadas sobre su anónimo amante, dejaba caer su cuerpo, empalándose por completo. Y no sólo eso: tal y como el papel a representar requería lo hacía sin inmutarse, sin el más mínimo parpadeo, con un semblante serio, duro, impersonal y frío; con su peinado Bob y un collar tipo choker con un sol plateado en la parte delantera como único atuendo el parecido con la protagonista de la película original era extraordinario.

-                 ¡Al americano se le va a caer la polla a pedazos cuando la vea! ¡Vaya pedazo de zorra está hecha tu juguete!

Charly, el cazador, no dijo nada. Ciertamente la preadolescente era todo un portento con todo su cuerpo, no sólo con el ano. Él mismo había gozado de sus excelencias muchas veces hasta tal punto que no podía sacarla de su cabeza. No le preocupaba en absoluto que el trasero de la niña no diese la talla, lo que le inquietaba era que el director de cine americano se entusiasmara demasiado con ella y le pidiese más de lo que ella estaba dispuesta a ofrecer. Rara vez se sentía celoso por compartir a sus ninfas pero el caso de Rebeca era muy especial para él.

-                 ¿Crees que está preparada?

-                 ¿Qué bobadas dices? ¡Por supuesto!

-                 Ta… tal vez deberíamos posponerlo…

-                 Para nada, es exactamente lo que ese animal está buscando. Esa especie de pre-olimpiada matemática nos da mucho juego, es dentro de nada y hay mucho que hacer. En una semana hay que rodarlo todo: exteriores, interiores, primeros planos… todo. Me ha pasado el guion y es extraordinario, ese tipo es un puto genio. No me extraña que gane mucho más dinero con sus películas ilegales que con las convencionales. Esas son una mierda, no valen nada.

-                 Como quieras.

-                 Mis hijos y Katrina han hecho con ella un trabajo excelente, no hay más que verla y cómo se maneja delante de la cámara tanto con hombres como con mujeres.

-                 Sí. Se les da muy bien el negocio.

-                 ¡Y que lo digas! De hecho, son Iván y especialmente Sveta y no yo los que están tratando el asunto con el americano. Lo harán genial llevando el negocio cuando me retire…

-                 ¿Retirarte? - preguntó Charly levantando la ceja, extrañado…

-                 ¡Sí, amigo mío! Uno se hace viejo y ya es hora de dejar paso a las nuevas generaciones. Cuando se termine el asunto este con esa zorrita lo dejo. Con el dinero que nos dará el americano y algunos ahorrillos que tengo por ahí me largaré a algún sitio para no volver jamás. Me iré a Cuba o algún sitio así donde pueda follármelo todo sin limitaciones.

Aquella revelación infundió ánimos al cazador. Tenía la impresión de que su jefe no era sincero cuando le dijo que liberaría a Rebeca de sus garras tras el asunto con el americano. Se le notaba tan entusiasmado cada vez que hablaba de ella que dudaba de su palabra. Era de los que exprimía a las chicas hasta sacarles todo el jugo antes de liberarlas.

-                 Entonces… ¿son ellos los que lo llevan todo?

-                 Así es. Joder, ¡si hasta quieren que haga un papel en la película!

-                 ¿En serio?

-                 Así es. Pero no se me verá la cara, eso puedes darlo por sentado. Si te soy sincero no sé muchos detalles. Sveta quiere que sea una sorpresa…pero se supone que seré el primer trabajito de tu princesa en solitario, al final de la película.

-                 Vale.

-                 Ahora no te distraigas y atiende al resto de niñas, Rebeca pasa a depender de ellos en exclusiva.

-                 Pe… pero…

-                 ¿Qué cojones te pasa, Charly? Últimamente te noto muy distraído.

-                 Nada, nada. Sólo es que…

-                 Que te apetece tirártela, ¿es eso? ¡Y a mí! Y no me extraña, esa niña y su culo son capaces de ponérsela dura a cualquiera.  

Charly no perdió el tiempo en explicarle al ex agente soviético la verdad sobre sus sentimientos hacia Rebeca; no le hubiese reportado beneficio alguno, más bien al contrario: si algo no toleraba su jefe era tener implicaciones afectivas con las ninfas. Para él no eran más que mercancía, sin excepciones. Pedazos de carne con los que lucrarse.

-                 Sí, así es - afirmó sin más.

-                 Pues me temo que eso va a ser imposible. Necesitamos todo su tiempo libre para repasar su guion y ensayar las escenas. Cuando estén en Málaga no habrá tiempo de repetir tomas. No podemos fallar, todo tiene que salir perfecto con el americano.

-                 Ya, pero…

-                 Pero nada. He dicho que no y punto.

El semblante de Oleg se tornó duro. Charly lo conocía lo suficiente para saber que la negociación había terminado casi antes de comenzar, era inútil insistir.

-                 Deberías irte, es mejor que no te vea por aquí cuando venga a ensayar. Ya sabes… se distraería y ahora mismo no podemos permitírnoslo.

-                 Co… como quieras, Oleg.

*****

Conforme la fecha del inicio del viaje al sur del país se iba acercando las sesiones de sexo de Rebeca se alargaban y los ensayos se iban endureciendo. Las sodomías se hacían más intensas y prolongadas hasta el punto de que el orto de la adolescente se había dilatado hasta el extremo de hacerse casi insensible a las enculadas que tanto Iván como Oleg le propinaban. Los actores con los que iba a compartir escena eran profesionales extremadamente dotados y querían que ella estuviese a la altura de las circunstancias. Charly estaba cada vez más intranquilo. Tenía sentimientos contrapuestos que le quitaban el sueño. Por un lado, detestaba que la fecha del rodaje se acercara pues sabía de las depravaciones sexuales del americano y estaba seguro de que este se guardaba alguna sorpresa en la manga para la película pero, por otro, tenía la esperanza de que, tras el rodaje, la joven ninfa fuese liberada de sus obligaciones sexuales para, de este modo, poder estar juntos de nuevo y sin la molesta supervisión de Oleg o sus hijos.

Una semana antes de la fecha indicada todo estaba listo y dispuesto. Ana, la tapadera, había cumplido con el trato con creces, incluso había convencido a los papás de la ninfa que se quedase con ella un par de noches con la excusa de dar los últimos retoques a la preparación. Ni qué decir tiene que Rebeca ni se acercó por casa de la administrativa del instituto, pasó la noche puliendo su técnica anal frente a las cámaras con desconocidos.

Fue entonces cuando todo el plan estuvo a punto de saltar por los aires. Charly sabía que algo no iba bien. No era normal que su teléfono móvil no parase de bramar insistentemente durante el horario de trabajo, eso sólo podía significar problemas.

-                 ¿Qué pasa?

-                 Que esa idiota no se ha presentado al ensayo, eso pasa.

-                 Vaya… habrá tenido algún imprevisto.

-                 Llámala y que venga. Hoy es la videollamada con el americano. Quiere verla en acción antes de comenzar a grabar en serio.

-                 Supongo que le habrá surgido algo…

-                 ¡Que la llames, joder! Haz lo que tengas que hacer, di lo que tengas que decir pero que venga de una puta vez o le partiré las piernas. Sabes que no bromeo.

Apenas colgó el depredador cumplió el mandato. Rebeca tardó bastante más de la cuenta en atenderle, tuvo que insistir varias veces.

-                 ¡Se ha muerto! - chilló la niña entre hipidos y amargos llantos.

-                 Pe… pero… ¿de quién hablas?

-                 De… de mi abuelo… se ha muerto de repente… sin más…

-                 ¿Sin… más?

-                 ¡Sí! - balbuceó la joven - Y no lo entiendo. Cada día estaba mejor. Mi abuela lo decía, mi mamá lo decía, todos lo decían. Si estaba a punto de hablar y de repente… se ha ido.

-                 Vaya… no… no me lo esperaba. De verdad que lo siento, Rebeca…

-                 ¡Incluso se lo comenté a Sveta el otro día! Yo estaba súper contenta…

-                 ¿A Sveta?

-                 Sí.

-                 ¿Le dijiste a Sveta que tu abuelo estaba a punto de poder hablar?

-                 Sí, ¿por qué?

Charly tenía un mal presentimiento. Sabía que ese tipo de casualidades cuando una operación de Oleg estaba en marcha eran, cuanto menos, sospechosas.

-                 Por nada, por nada… - se apresuró a contestar para no alarmar a la joven - ¿Y dónde estás ahora?

-                 En casa. Mis papás están en el tanatorio, arreglando todo el papeleo… ¿por qué?

Tragando saliva el depredador intentó que su tono de voz no temblara antes de proseguir. Se sentía la persona más despreciable del mundo, pero no tenía opción:

-                 Es que… es que necesito que hagas algo por mí.

La ninfa enjuagó sus lágrimas mientras escuchaba la solicitud de su amante. Ni siquiera dejó que este terminase de hablar.

-                 Lo… haré. Dile que en quince minutos estaré ahí. Lo que me cueste vestirme…

-                 De... de verdad que no te lo pediría si no fuese necesario. Me siento fatal…

-                 No te preocupes Charly, no pasa nada. Para mí tú eres lo más importante en mi vida, ya lo sabes. Dije que haría lo que fuese para ayudarte y lo haré.

-                 Gra… gracias - repuso él con el timbre de voz quebrado.

-                 ¿Estarás tú en el piso?

-                 N… no, me temo que no va a poder ser.

-                 Y en Málaga… ¿estarás?

-                 Haré… haré todo lo posible, de verdad.

-                 Está bien. Voy a colgar, tu jefe me espera.

-                 S… sí. Te… te quiero.

-                 Yo más.

-                 Lo sé.

Minutos más tarde, mientras sus papás intentaban en vano consolar con abrazos y besos a su abuela, colocada a cuatro patas Rebeca chupaba desaforadamente una verga extraña al tiempo que su intestino era dilatado por otra hasta límites insospechados para cualquier otra niña de su edad. Aun rota por dentro, no dejó que su dolor por el trágico suceso se transmitiese a la cámara que enfocaba a su rostro. Estaba firmemente convencida de que todo aquel calvario terminaría pronto y que su sacrificio se vería recompensado con creces cuando consumase el plan que Sveta e Iván habían ideado. A miles de kilómetros de allí, un relativamente famoso director de cine se pajeaba a la salud de la protagonista de su próxima película pornográfica, la versión ilegal de una de las películas de acción más conocidas de los noventa.

*****

-                 Pero… ¿lo han pensado bien?

Ana, la administrativa del instituto, se retorcía el dedo de forma compulsiva. Intentaba que su nerviosismo no la delatase. Oleg le había dado un ultimátum: o conseguía que los papás de Rebeca reconsideraran su decisión de última hora de no permitir que la niña acudiera a la fase previa de la competición matemática por el repentino fallecimiento o su predilección por los penes diminutos saldría a la luz pública y sería su fin.

-                 Sí. Rebeca está muy afectada. Ahora mismo tiene que estar con su familia.

-                 Pues… si me lo permite… yo pienso todo lo contrario.

-                 ¿Lo contrario? - preguntó extrañada la mamá de la ninfa.

-                 Opino que precisamente lo que necesita esa niña es salir de casa y distraerse, no estar todo el tiempo pensando en su abuelo.

La mamá de la niña dudó, al padre no le pareció tan mal:

-                 Puede que Ana tenga razón, Nieves.

-                 ¡Pues claro que sí! - Además le aseguro que no me separaré de ella ni un minuto.

-                 ¿Me lo promete? Parece madura, pero es sólo una niña.

-                 Se lo prometo - sonrió la ex profesora con un alivio tremendo.

En realidad, le importaba más bien poco el plan que Oleg tenía reservado a Rebeca, sólo pensaba en mantener su reputación impoluta. Conociendo al ucraniano estaba convencida de que la ninfa se había metido en algún lío o cometido un desliz que la había puesto en las manos de aquel indeseable pero sinceramente le era indiferente lo que le sucediese a la niña. Sus años de sufrimiento en las aulas le habían hecho insensible frente a lo que les pudiera suceder a sus alumnos, incluida a la dulce Rebeca. Los odiaba con toda su alma y nada de lo que les sucediese le importaba lo más mínimo.

-                 Bueno… pues si usted me lo promete… de acuerdo, que vaya.

-                 Genial. Entonces la pasaré a buscar mañana a las ocho. Díganle que intente dormir, va a ser un viaje que jamás olvidará.

El corazón de Ana volvió a latir cuando salió de la reunión y comunicó a su nuevo benefactor la buena nueva.

-           Bien hecho - bramó satisfecho al otro lado del celular -. Sabía que podía confiar en ti, Ana.

-           Gracias.

-           ¿Qué planes tienes para hoy?

-           Pues pensaba comprar un par de cosas para el viaje.

-           Te aconsejo que te olvides de eso, tienes unos regalitos en casa que te están esperando.

La mujer se recompuso las gafas y juntó las rodillas un tanto nerviosa para no dar signos de calentura en medio de la calle.

-           ¿Regalitos?

-           Así es…

-           ¿Cu… cuántos?

-           Seis. Y de los pequeñitos, como a ti te gustan - sentenció su interlocutor poco antes de cerrar la comunicación.

Ana apretó el paso. Obvió la entrada del metropolitano y detuvo un taxi. Los regalitos de Oleg la estaban esperando.

*****

Rebeca se mostró intranquila durante todo el trayecto. Sabía cuál era el verdadero objetivo del viaje y qué iba a hacer durante esa semana en Málaga, los ucranianos habían hecho un buen trabajo con ella haciéndola memorizar cada uno de los planos de la película a parodiar. Fuera de eso, todo lo demás era una incógnita; solo sabía que, cuando todo terminase, la deuda de Charly con ellos estaría saldada y que estarían juntos para siempre.

La niña no dejaba de mirar de reojo a Ana subiéndose una y otra vez las gafas. Seguía sin ver el modo de zafarse de su vigilancia. Sveta le había repetido una y mil veces que no se preocupase de nada, que todo estaba más que controlado, pero ella no lo tenía tan claro. La amargada que la acompañaba tenía fama de rígida y aburrida, un perro guardián del que difícilmente iba a poder zafarse. Prefirió centrarse en el recuerdo de Charly, el hombre que le tenía robado el corazón y por el que cometía toda esa locura. Su madre la tildaba de niña pero ella, en su fuero interno, se creía todo lo contrario: estaba actuando como una adulta, apostándolo todo por una relación que sería duradera con su amado.

El calor y la humedad de la ciudad costera les saludaron con crudeza en cuanto salieron al andén. Tras llamar a su casa para indicar que todo iba bien un hombretón con más aspecto de leñador que de conductor de limusina las guio hasta su vehículo. Rápidamente el oscuro coche negro enfiló la dirección contraria a la zona turística de la ciudad donde en teoría se encontraba su hotel.

Rebeca seguía mirando de reojo a Ana sin decir nada. La administrativa, resguardada tras unas gafas de sol, miraba absorta el paisaje gris del polígono industrial normalizando una situación que a todas luces era extraordinaria. Parecía estar muy tranquila con todo aquello pese a que no estaba dentro del guion establecido. La ninfa esperó algún tipo de reacción por su parte cuando el gigantón detuvo el coche dentro de una nave industrial sin ningún tipo de distintivo exterior, instándole seguidamente a que se apeara del vehículo, dejando en él todo tipo de enser, adorno e incluso la ropa que llevaba puestas. 

La chica se quedó ojiplática al escuchar la orden de aquel tipo delante de Ana y más anonadada todavía cuando su tutora, en lugar de escandalizarse, ni siquiera desvió la mirada. A esta le traía sin cuidado lo que le pasase a la putita, sólo pensaba en los niños con los que iba a encamarse el resto de la semana en un chalet de la sierra cercana. Los había elegido personalmente del extenso catálogo que Oleg controlaba. La boca se le hacía agua y el coño mantequilla pensando en los suaves prepucios que iba a llevarse a la boca y a meterse en el coño durante esos días. 

La niña no sabía qué hacer, pero un gruñido amenazador fue más que suficiente como para hacerla obedecer la orden.  Una vez quedó sola tal y como su mamá la trajo al mundo dentro de la enorme estancia se enfadó consigo misma; los ucranianos habían sido muy claros: si quería librar a Charly de su enorme deuda debía hacerlo todo a la primera y sin rechistar, como una actriz profesional. Se dijo que tenía que ser más lista a partir de entonces, debía dejar sus sentimientos guardados en el cajón y limitarse a obedecer.

Una vez serenados los nervios, Rebeca se dispuso a examinar el lugar. Era realmente majestuoso, nada tenía que envidiar a un verdadero estudio. Se dividía en varios decorados que no le eran desconocidos. Había visionado infinidad de veces la película a versionar y conocía de ella hasta el último diálogo y plano. El parecido con los originales era soberbio: profesional, como el título original de la película. 

La joven identificó la habitación de León, la celda de la comisaría, el bar donde se cerraban los tratos, el motel en el que su personaje cometería su primer asesinato en solitario y algunos más. Precisamente una sonriente Sveta la abordó mientras estaba examinando uno de los más grandes, el correspondiente al salón de la casa de Mathilda, el personaje principal que la ninfa encarnaba. Le seguía un adulto bastante orondo, de gafas redondas con tez especialmente blanca y sudorosa. Parecía bastante molesto y traía de la mano a un niño de unos ocho o nueve años con los ojos llorosos y un lado de la cara visiblemente enrojecido.

-                 ¡Hola Rebeca, gracias al cielo que has llegado! ¿Qué tal tu viaje?

-                 Hola. Todo bien. ¿Dónde está Charly?

Sveta, marcando territorio, obvió la pregunta y tomó a la ninfa por el talle para robarle un beso asegurándose que el director no perdiese detalle. No fue un ósculo casto ni mucho menos sino lo contrario: le jaló la lengua hasta lo más profundo de su boca. Esta se dejó hacer e hizo gala de la misma inacción cuando una mano femenina le alzó el pecho para pellizcarle a continuación unos pezones que se presentaban libres y dispuestos. Rebeca no se alteró por el tórrido saludo, sabía perfectamente cuál era su cometido durante ese viaje: follarse a todo bicho viviente delante de las cámaras para saldar la deuda de su amado.

-                 Ya me disculparás - intervino Sveta paladeando los últimos sorbos de la dulce saliva -. El plan inicial era que hoy descansases y pasaras un rato con Charly, pero ha tenido un imprevisto y hoy no puede venir. Te prometo que durante la semana tendrás tendréis tiempo suficiente para poneros al día.

-                 Pero…

-                 Ahora no, niña.

-                 Está bien - repuso la ninfa algo desilusionada -.

Aprendiendo de su error anterior no dejó que su pesar se reflejase en su rostro. Tenía claro su papel y que para poder estar con su mariposa amada tendría que abrirse de piernas a varias orugas molestas. 

-                 Te presento a Ferht, el director. Te aseguro que es una celebridad en este mundillo y que ha recibido muchos premios. Está como loco por trabajar contigo.

-                 Encantada -  dijo la niña tendiéndole la mano, ya acostumbrada a permanecer desnuda frente a los adultos que la rubia ucraniana le presentaba.

El tío no dijo nada, su cara habló por él. Se sintió extasiado por la belleza natural de Rebeca, especialmente con su fotogénico rostro, extremadamente similar a la de la actriz a suplantar en la inminente filmación. Con lentillas marrones, su mismo peinado, cabello teñido e idéntico choker parecían la misma persona. La instó a dar varias vueltas y la detuvo justo en el momento en el que ella le daba la espalda, examinando de forma descarada su trasero. Totalmente seguro de que sus actos no tendrían consecuencias separó los glúteos de Rebeca, examinando su ojete con total impunidad. La ninfa se dejó hacer templando los nervios como una profesional del sexo.

-                 ¡Magnífico! - chapurreó en un nefasto español dándole una palmada en el culo cuando sació su curiosidad.

Tras lo cual conversó animadamente con Sveta en un inglés con un acento americano bastante marcado, tanto que Rebeca apenas pudo pillar algunas frases y todas referidas al niño que los acompañaba.

-                 Verás Rebeca, tenemos un problema - intervino Sveta -. Hemos tenido que cambiar a los actores de tu familia en la película a última hora y no sabemos si este pequeñín dará la talla mañana. Digamos que hoy va a ser el casting definitivo para él y necesito que nos eches una mano con esto.

-                 ¿Y qué se supone que tengo que hacer? 

-                 Nada serio, simplemente le tienes que enseñar hacer sexo oral...

La ninfa la miró extrañada. Si alguien sabía enseñar cómo comer un coño era la propia Sveta, ella misma se había derretido infinidad de veces simplemente con el roce de su lengua en su sexo; la ucraniana era un portento en la cama tanto con hombres como con féminas.

-                  Vale, pero…

-                 …a él - la interrumpió la rubia mirando de reojo al director.

A Rebeca la propuesta le pilló con el pie cambiado. Había hecho tríos, cuartetos y bastantes orgías con hombres y mujeres, pero el sexo entre machos nunca se había producido en ellas.  Una vez recompuesta la situación en su cabeza su cuerpo actuó en consecuencia.  Se arrodilló y, tomando la mano del chiquillo, lo colocó a la altura del paquete endurecido del americano que lo miraba con lujuria.

-                 Ven, pequeñín… vamos a jugar. ¿Lo has hecho alguna vez?

-                 ¿Qué cosa?

-                 Chupar un pito, ¿lo has hecho?

-                 No.

-                 ¿No?

-                 Ya te he dicho que es un cambio de última hora, Rebeca.

-                 Sí, sí, lo entiendo. Tranquilo, yo te enseño. Tendrás que aprender si quieres ser un gran actor algún día.

En un primer momento pensó en dejar que el niño hiciera todo el trabajo, pero algo en su interior hizo que se apiadara de él. No hacía falta ser muy perspicaz para darse cuenta de que el tema del aseo personal no era una prioridad para el extranjero y, si axilas y cuello ya marcaban claramente los efectos del calor andaluz, no quería ni pensar cómo de sudada estaría su zona genital.

Con un rápido gesto, repetido hasta la saciedad durante sus encuentros con los amigos de Oleg, bajó la cremallera del adulto y su nariz inundó de efluvios ácidos muy intensos tremendamente desagradables que se acentuaron todavía más cuando la ropa interior que ocultaba cayó al piso gracias a sus maniobras. El fuerte olor no la sorprendió en cambio provocó la náusea al chiquillo que tenía a su lado. De forma inconsciente se echó para atrás alejándose del falo erecto que los miraba con su único ojo.

-                   Mira… se hace así - dijo una Rebeca resuelta a que todo aquello terminara cuanto antes, jalándose el mediocre rabo entre los labios sin dudar.

Obvió el suspiro de aprobación exhalado por el macho y le regaló a aquel tipo lo mejor de su repertorio. Lubricó su boca cuanto pudo para limpiar con su saliva cada uno de los recovecos del prepucio y el escroto. Sólo dejó de lamerla cuando consideró relativamente aseada la zona genital.

-                 Has visto cómo se hace.

-                 Sí.

-                 Pues ahora tú.  Cuidado con los dientes.

-                 Yo no…

-                 Venga, no seas desobediente. Quieres ser actor, ¿verdad? Pues actúa.  Soy tu hermana mayor en la película, ¿recuerdas? Haremos esto como en un ensayo.

-                 Vale.

-                 Pues entonces obedece y haz lo que te digo.  

El chaval se aplicó a la tarea y si bien las primeras veces su técnica era muy mejorable conforme se sintió más cómodo fue mamando con más soltura. Los espasmos del americano iban en aumento a la vez que su verga iba y venía a través de los labios primerizos que le daban placer. Rebeca lo vigilaba para que no hiciese ningún movimiento en falso que pudiese dañar al chiquillo y reaccionó rápido adelantándose a sus actos, tomando al chaval por la cabeza, instándole a incrementar el ritmo e impidiendo a que se separase del miembro viril cuando este, de improviso, comenzó a trasvasar el líquido alojado en sus testículos hacia la inocente garganta.

-                 Tranquilo, tranquilo. Aguanta, ya queda poco. No respires, no respires. No te lo tragues. ¿Lo tienes todo? ¿Sí? ¡Abre la boca y muéstrale al señor cómo lo guardas!

El chaval obedecía como una marioneta para mayor gloria del obseso cuya pervertida mirada se perdía en el interior de aquella boca que alojaba su simiente.

-                 Ahora traga. Trágatelo todo. No te dejes nada y después sonríe como si fuese una película.

-                 ¡Maravilloso! - chilló Sveta prorrumpiendo en aplausos cuando el esperma llenó el estómago del chiquillo y sus nacarados dientes se presentaron en forma de sonrisa

-                 ¿Algo más? Estoy cansada. El viaje ha sido largo.

-                 No… bueno sí. Sí que quiero una cosa más.

-                 ¿Qué más quieres que haga? 

-                 Fóllatelo -ordenó la rubia señalando al niño sin el menor signo de empatía.

Algo en el interior de Rebeca quería rebelarse, chillar, gritar y no hacer todas aquellas cosas que le pedían, cada vez que eso ocurría, las ganas de estar con Charly para siempre actuaban de sordina sofocando su incendio interior.

-                 Vale.

Y sin nada más que decir llevó de la mano al niño hacia una de las camas del decorado. El director ya los esperaba junto a ella con la cámara de fotos en la mano.

*****

Tras un lunes de relativa calma, los siguientes días fueron una puta locura. Rebeca apenas salía del set de rodaje mañana y tarde y, cuando lo hacía, las fuerzas sólo le llegaban para mal comer cualquier cosa, quitarse las lentillas y arrastrarse a la cama. Dormía allí mismo, en uno de los decorados, sobre sábanas impregnadas de esperma y sus propios fluidos, totalmente exhausta. En plena madrugada era despertada por uno o varios de los llamados sponsors por Sveta que venían con ganas de fiesta después de una noche de excesos: hombres de pocos escrúpulos, japoneses en su mayoría, que financiaban aquel tipo de películas a cambio de recibir enormes beneficios y los favores de los actores protagonistas de las mismas.

Los encuentros con su profesora eran diarios, no se prolongaban más de diez o quince minutos, el tiempo que invertía la ninfa para tranquilizar a sus padres por vía telefónica y decirles que todo iba bien a la hora de la cena. Con la excusa de no perder la concentración en el concurso matemático, las conversaciones no eran muy extensas y estaban llenas de vaguedades y monosílabos por parte de una Rebeca cada vez más agotada. Una vez cumplido el trámite, Ana se iba con el coño a punto de nieve pensando en los pequeños penes que la aguardaban y la joven esperaba junto al teléfono una llamada de Charly que nunca llegaba.

Las escenas de la película a parodiar se sucedían una tras otra y el sexo en ellas no era precisamente suave. A Rebeca le dolía todo el cuerpo, el ano especialmente, el agujero protagonista en casi todas ellas que era llevado al límite. El título del film, “León, el Profesio - anal”, no dejaba la menor duda de que la puerta trasera de la lolita era la verdadera protagonista de toda la trama.

Para sorpresa de la joven, que desconocía los entresijos del mundo del cine, las escenas no se filmaban en orden cronológico sino que saltaban de un punto a otro de la trama según la voluntad del director, disponibilidad de actores y decorados. La ninfa, transformada en Mathilda, tan pronto podía estar siendo vigorosamente sodomizada por León, el asesino a sueldo protagonista, como chupándole la polla al recepcionista del hotel en el que se hospedaba la extraña pareja para pasar posteriormente a abrirse el culo en canal sobre la mesa de un bar delante de León para que el tipo que les encargaba los asesinatos se diese un homenaje a su costa. Además, el guion no era muy estricto, los actores daban rienda suelta a sus instintos masacrando el ano de la joven con total impunidad mientras ella intentaba aguantar su cara de póker.

Si bien el sexo con Mathilda resultaba lo primordial de la película no lo era todo. Las orgías explícitas con la niña se intercalaban con partes de acción que, si bien no podían compararse con el film original, resultaban de lo más creíbles.  Había golpes, peleas y disparos tan intensos que a Rebeca le llegaron a parecer reales.

Especialmente crítico en todo el proceso fue el miércoles. Ese día se rodaron todas las escenas de exteriores, con el riesgo que eso implicaba. Tuvieron que madrugar mucho para encaramarse en la azotea de un edificio junto a un parque. Mientras Mathilda simulaba apuntar a un supuesto objetivo con un rifle de mira telescópica, León le daba por el culo con toda la virulencia que le era posible hasta dejarle el ojete en carne viva y relleno de esencia masculina. Fue una maniobra arriesgada, podían haber sido descubiertos por cualquier madrugador situado en las últimas plantas del edificio adjunto pero eso no hizo más que aumentar la libido del macho y hacer que este empujara más y más, mejorando la calidad de la toma y la cantidad de semen mostrado en ella.

A Rebeca también le gustó salir de su jaula, comenzaba a agobiarse por estar siempre encerrada. Su compañero de reparto era jodidamente bueno, alcanzó el orgasmo con la penetración anal y eso le hizo sentirse mal. Se odiaba a sí misma cada vez que se corría y no era Charly el amante que le provocaba el orgasmo aunque, a veces, los hombres y mujeres que la poseían lograban arrancarle de lo más hondo y en contra de su voluntad placeres y sensaciones a los que únicamente su amado tenía derecho. Se sentía sucia y que traicionaba su vínculo, pero su joven cuerpo tenía criterio propio cuando se trataba de sexo y disfrutaba con él con independencia de sus sentimientos si la estimulación era la adecuada

 

El jueves sólo había tenido que rodar una escena, pero tan intensa que a punto estuvo de perder el sentido durante la misma. Fue incapaz de contar la cantidad de machos que introdujeron sus penes en su culo uno tras otro en decorado correspondiente al calabozo de la comisaría. Se suponía que iba a tratarse de un interrogatorio del pervertido policía a la niña protagonista. En realidad, resultó una orgía del tipo “todos contra una” que por poco acaba con Rebeca. El director, en lugar de contener a los actores, arengaba a los sementales que lo dieron todo contra el magullado cuerpo de la ninfa. La joven terminó tirada en el suelo, cubierta de esperma, orina y borbotones de sus propias heces manando de su culo lamiendo el ojete del sátiro.

*****

Al llegar el viernes, el último día de rodaje, la joven apenas podía moverse en la cama. Cada torsión le suponía un tormento y hasta el roce de las sábanas de seda le producía dolor. Tenía magulladuras por todo el cuerpo e incluso su nariz mostraba un hilo de sangre seca, cortesía de un tortazo recibido en mitad de la escena el día anterior. El tipo que hacía de policía en la película se tomaba muy en serio su papel de sádico sin escrúpulos y lo dio todo en la toma.

 

-                 ¡Arriba, dormilona! Venga, ánimo: hoy es el último día -bramó la ucraniana de cabello casi blanco entrando en la nave desierta como un elefante en una cacharrería.

-                 No… por favor.

-                 Pero, ¿a qué viene eso?

-                 No puedo más -murmuró Rebeca con la cabeza sumergida bajo la almohada - necesito dormir.

La eslava rió.

-                 Tonterías. Hoy es el gran día y tienes que estar a tope. Déjame que yo me ocupe, traigo vitaminas que harán que te sientas mejor - dijo blandiendo un pequeño neceser.

Rebeca cerró los ojos, hasta la tenue luz filtrada por las cortinas le molestaba. Dormir con las lentillas puestas no fue buena idea. Adormilada escuchó el tintineo de la cucharilla, el mechero y todo lo demás, la banda sonora de cada inicio de jornada durante esa semana.

-                 Eso es. Tu relájate

Derrotada, dejó que la recién llegada le colocara alrededor del brazo una goma elástica apretándola hasta que sus venas se marcaron claramente. Giró la cabeza de manera instintiva cuando la aguja rasgó su piel y entró en su cuerpo. Sintió calor, mucho calor en el brazo y malestar general. Poco tiempo después los dolores remitieron poco a poco y fue encontrándose mejor.

-                 ¿Cuándo veré a Charly? - preguntó armándose de valor.

-                 Pronto.

-                 ¡Pronto! -chilló la adolescente sacando la rabia contenida durante demasiado tiempo - ¡Me dices lo mismo todos los días! ¡Pronto, pronto, pronto y nada! ¡Ni una triste llamada!

-                 ¡Tu hombre tiene mucha tarea pendiente, debe mucho dinero! -gruñó la ucraniana molesta por la inesperada rebelión.

Muy gustosa le habría partido el cuello a aquella tonta mocosa allí mismo pero contuvo su instinto primario, el trabajo todavía no estaba terminado.

-                 ¿Cuánto?

-                 Mucho pero no te preocupes. Cuando el rodaje termine esta tarde todo quedará saldado y Charly y tú estaréis juntos para siempre. Te doy mi palabra.

La ninfa había comprobado bastantes veces que las promesas de Sveta se las llevaba el viento con suma facilidad. No obstante, esta vez quiso creerla, necesitaba creerla para poder incorporarse de la cama y afrontar una nueva jornada. Quería ver la luz al final del túnel o no podría soportar otro día de abusos y sexo descontrolado. 

-                 ¿Me lo prometes? - sus pupilas temblorosas se fijaron en otras impasibles como el hielo.

-                 Te lo prometo. Anda, no seas tonta y relájate. Pronto te sentirás bien.

En efecto, media hora después, gracias a la química, Rebeca parecía otra. Sensual, enérgica y decidida a darlo todo para conseguir la libertad para el hombre de su vida. La droga mitigó los últimos rescoldos de dudas e inseguridades. Ni siquiera reparó en el poco personal que había en el local. Durante los primeros días del rodaje no menos de media docena de personas pululaban de un lado para otro retocando maquillajes, vestuarios y atrezzo o midiendo la intensidad de la luminaria sin prestar la mínima atención a lo que acontecía frente al objetivo. En cambio, ese día sólo estaban los mellizos y el director que hacía las veces de operador de cámara. El aspecto de la nave industrial transformada en estudio de cine resultaba de lo más lúgubre y poco iluminado en general a excepción de dos únicos decorados. 

-                 ¿Qué es lo que tengo que hacer?

Rebeca no dejaba de moverse de un lado para otro pellizcándose la palma de la mano, gestionando bastante mal su ansiedad.

-                 En realidad, es tu última escena como protagonista: el primer asesinato de Mathilda en solitario. Sólo nos quedará por rodar una más ¿Recuerdas la primera escena de tu personaje en la película?

La ninfa asintió, recordaba cada plano y cada diálogo de la película original fotograma a fotograma.

-                 La del asesinato de su familia…

-                 Exacto. En esa sólo tienes que mirar escondida detrás de la puerta, como en la película.

-                 Entiendo.

-                 Pero eso será después, ahora es hora de actuar.

Rebeca escuchó atentamente las instrucciones de la rubia. Nada de lo que la otra le pidió le pareció fuera de lo normal, había hecho cosas mucho más extremas durante las duras semanas de preparación; incluso le pareció un sexo aburrido y convencional teniendo en cuenta los excesos cometidos en la película.

-              … y al final del todo coges esa pistola de ahí y le descargas los seis disparos en la cabeza…

-              … en la cabeza…

-                 Eso es, como lo ensayamos. Apunta bien o la pirotécnica no funcionará. Tú no te preocupes de nada más. Está todo controlado, son balas de fogueo. Coge la pistola con las dos manos, tiene bastante retroceso.

-                 Vale, pero…

-                 Primero tienes que ponerte algo más sugerente, ¿recuerdas? Se supone que Mathilda se hace pasar por una joven prostituta de lujo. Yo te ayudo a vestirte con eso, tenemos algo de prisa.

Sveta parecía extrañamente ansiosa. A la ninfa le llamó la atención, jamás la había visto así; solía ser fría como un témpano de hielo y más cuando había sexo y dinero de por medio. La rubia colocó a toda prisa los adornos en cuestión sobre el magullado cuerpo de Rebeca. El supuesto vestido no era tal, consistía en una amalgama de tiras de cuero rojo que se pegaban a su cuerpo juvenil como una segunda piel dejando al aire tanto sus pechitos como las aberturas de su sexo y ano. Con todo, los mayores problemas los plantearon las botas de tacón del mismo color pero, una vez colocadas, la ninfa se desenvolvió con ellas de forma notable gracias a las muchas horas de ensayos previos con esos complementos.

*****

-                 ¡Joder cómo aprieta esto, Iván! - bramó Oleg ajustándose mal que bien el tanga de cuero - ¿no había ninguno más grande? Se me va a salir un huevo en cualquier momento.

-                 Tranquilo papá, pareces nervioso.

-                 ¿Nervioso yo? ¿por qué? ¿por follarme a esa putita? Joder Iván, pareces tonto. Ni que fuera la primera vez. No sé por qué me dejo liar por tu hermana.

-                 Fuiste tú el que querías aparecer en la película.

-                 Ya, pero… ¿qué hay de la máscara? ¿Y por qué estas muñequeras y tobilleras? Parezco un puto esclavo y apenas puedo respirar.

-                 Ya te lo hemos explicado un montón de veces, papá: es la única manera de que no se te reconozca. Ahora hay programas que te identifican utilizando tan solo una parte de la cara, no te cansas de repetirlo.

-                 Sí, sí…ya. No es cuestión de joderla en mi primera y última película. Después de esto me retiro para siempre de la escena

-                 Así es.

-                 Hay algo que me preocupa un poco. ¿Qué se supone que tengo que hacer cuando ella me apunte?, ¿cierro los ojos o los dejo abiertos hasta que se pare la escena y me cambie por ese puto muñeco?

El más joven dudó.

-                 Sí, supongo que abiertos estaría genial .

-                 Sí. Se nota que tengo dotes de director. ¿No crees? Tengo buenas ideas. Podría dedicarme a esto el resto de mi vida ahora que voy a salirme del negocio.

Su papel era tan simple como el mecanismo de un martillo lo que no impidió que Oleg mostrara cierta indecisión al entrar en el set de rodaje. Sus pupilas tardaron unos segundos en adaptarse a la trémula luz que se distinguía al fondo, la máscara le impedía respirar con normalidad y las botas tipo militar no eran de su talla, pero el marcial sonido que emitían al caminar le dio sensación de poder y eso le excitó.

 

Conforme se acercaba distinguió a su hija Sveta aleccionando a una inquieta Rebeca que no dejaba de asentir. Al llegar junto a la adolescente un cosquilleo en su zona genital le hizo saber que ya estaba listo para la acción. Su polla y el culito de la jovencita tenían cuentas pendientes.

-                 ¡Uff… cada día estás más buena, zorrita! - murmuró para sí repasando de arriba a abajo con la mirada el cuerpo en formación que tanto dinero y tan buenos ratos le había proporcionado durante los últimos meses.

Oleg ni le dirigió la palabra, simplemente lanzó un gruñido para no revelar su identidad, se tumbó en la cama abierto de brazos y piernas permitiendo que su hija lo inmovilizase esposándolo a la estructura del dosel que la cubría. Como buen militar, no se sentía cómodo estando a merced de un posible ataque, sin embargo, el morbo por participar en la película pornográfica mitigaba ese sentimiento de indefensión. Según Sveta iba a ser espectacular, los mellizos no habían dejado que metiese las narices en la preparación de su propia escena. Le dijeron que iba a ser una especie de regalo de despedida. Además, si todo se desmadraba con la chica, tenía a sus hijos para defenderlo, eran unos buenos cachorros. Jamás lo admitiría en público, convencido de que el halago debilita, pero estaba orgulloso de ellos. Se decía a sí mismo infinidad de veces que había hecho bien arrebatándoselos a unos padres biológicos débiles que habían desobedecido las normas de la organización criminal a la que pertenecían los tres por aquel entonces, criándolos a su imagen y semejanza, haciéndolos defensores a ultranza del núcleo familiar y duros e insensibles con el resto de la humanidad.

-                 ¿Lista?

-                 Sí.

-                 ¡Tres, dos, uno y acción!

Para su sorpresa la menuda actriz no se abalanzó abiertamente sobre él, dejó que la cámara se recreara en sus bonitas curvas estilizadas más todavía por el cuero ceñido. Metida en su papel de prostituta infantil, Rebeca se contorneó sensualmente alrededor de la cama, dedicándole al enmascarado una mirada impersonal y dura de perdonavidas, tal y como exigía el guion, hasta que se sentó sobre él sin quitarse las botas.

-                 “¡Eh, hija de puta, cuidado con eso!” - pensó el adulto tensionando su cuerpo al sentir unas afiladas uñas juveniles rozando el envoltorio de sus partes nobles.

La maniobra le encantó y todavía se excitó más cuando una pequeña vulva desnuda se frotó de forma vehemente contra su paquete, transmitiéndole tanto su candor como su humedad a través del cuero.

-                 “¡Joder, qué bueno!” - protestó para sí el enmascarado y no solamente de dolor cuando los afilados estiletes rasgaron su pecho formando en él varias hileras paralelas de sangre.  

La agresión acompañada, de los rozamientos impúdicos entre las zonas genitales hicieron estragos en su entrepierna: el cipote del gigante alcanzó tal esplendor que el trocito minúsculo de cuero que lo cubría fue incapaz de contenerlo y su glorioso extremo vio la luz por poco tiempo: el que necesitó Rebeca para meterlo en su boca y comenzar a mamarlo con la mirada fija en el objetivo de la cámara del americano.

 

Durante los primeros planos el mimetismo entre la ninfa y la actriz de origen israelita protagonista de la película original se hacía más patente. Con lentillas que disimulaban la diferencia de color de pupilas, choker, tinte y peinado idénticos, ambas eran como dos gotas de agua.

Oleg puso los ojos en blanco y, una vez más, se dejó hacer por el pececito de Charly, sin duda su mejor y más rentable adquisición en muchos años. Un auténtico portento con la boca y con el ano.

*****

Rebeca se sintió rara desde el primer momento en el que se introdujo el rabo entre los labios. No por su generoso tamaño sino porque su textura, dureza y dimensiones le eran familiares. Entre mamada y mamada lo examinó de una forma tan descarada creyendo conocer a su dueño que hasta la misma Sveta tuvo que instarla con un gruñido a seguir con lo suyo. El toque de atención combinado con el efecto de la droga consiguió que olvidara su inquietud y cumplió con su parte del trato hasta dejar la polla lista y lubricada para la monta con sus propias babas.

A la hora de auto inmolarse fue ruda con su propio cuerpo siguiendo la línea argumental de la película. Ignorando el dolor que le transmitía su ano se estremeció una y otra vez hasta lograr introducirse una buena porción de rabo dentro de su orto y, sin solución de continuidad, empezó a cabalgarlo. La monta fue intensa, más bien salvaje, a todas luces impropia de una chica de su edad, pero así debía ser según el guion. Entre chillido y chillido, no cejó en su empeño hasta que logró, pasados varios minutos, que el rotundo cipote exhalara su canto del cisne en forma de chorretones de esperma en el interior de su intestino. Rota de dolor, se desacopló quedándose inmóvil para que el objetivo indiscreto pudiese inmortalizar cómo los grumos de semen caían lánguidamente desde su intimidad dilatada de forma casi antinatural hasta el pene todavía enhiesto y victorioso amenazaba de nuevo volver a las andadas.

Sudorosa y dolorida la ninfa miró a Sveta y esta asintió. Era el momento de poner en práctica lo ensayado de manera clandestina en el piso franco y terminar la escena según el nuevo guion.

*****

El corazón de Oleg latía a mil por hora cuando su polla explotó rebozando la entraña de la niña que tan eficientemente se había trabajado su verga con cantidades industriales de lefa. Llevaba unos días reservándose para la ocasión. No quería quedar mal eyaculando una cantidad irrisoria de semen frente a la cámara así que se mantuvo célibe durante una semana tal y como le aconsejaron sus hijos. Como precaución adicional y a espaldas de ellos, había echado mano de la química para asegurar la erección. Ya no era un chaval, pero tampoco de los que dejaba cabos sueltos. Consideraba su disfunción eréctil como una debilidad y no podía consentirlo. Por mucho que su intención de apartarse del negocio fuera sincera tenía que seguir demostrando a su prole quién era el líder de la manada o se lo comerían vivo.

Permaneció inmóvil recuperando el aliento mientras su fogosa amante se incorporaba sobre la cama. Su momento álgido como actor había llegado. Fingió estar asustado al ver la pistola apuntándole, querer soltarse y huir. Su grito fue amortiguado por la máscara, abrió los ojos cuanto pudo en dirección al cañón que lo amenazaba y esperó la orden de Sveta finiquitando la escena.  Esta distó mucho de ser la que él esperaba:

-                 ¡Mátalo! ¡Mátalo! - fueron las últimas palabras que escuchó de la complaciente boca de su hija.

El corruptor de menores oyó el tintineo metálico, vio un fogonazo y sintió un dolor intenso cuando su oreja le fue arrancada de su cabeza de cuajo.

La siguiente bala le trepanó el hueso frontal, atravesó su cerebro y salió por la nuca finiquitando para siempre su dolor. Las siguientes cuatro descargas ya no dolieron, desparramaron por la almohada masa encefálica rebozada en sangre proveniente de un cuerpo ya carente de vida.

-                 ¡Corten! - Chilló el director prorrumpiendo en aplausos en solitario - ¡Magnífica toma, magnífica toma! ¡Has estado soberbia, cariño!

Sveta no cabía en sí, era la viva imagen de la satisfacción. Ver morir a su captor de forma cruel le resultó incluso más placentero que el mejor de los polvos. Su vulva quedó anegada de flujos y sus pezones se endurecidos por la emoción tras haber cumplido un sueño después de años soportando a aquel animal abusando de ella y de su hermano. La deuda con su familia biológica estaba saldada: el asesino, secuestrador y violador de niños conocido por  Oleg era historia.

Mientras una mezcla de heces y esperma brotaba de su orto, Rebeca permaneció inmóvil y muda mirando el cuerpo inerte. Le sorprendió el increíble realismo del supuesto efecto especial que ocultaba la máscara y por lo bien que se hacía el muerto el tipo aquel aun después de terminar la toma. El efecto de la droga se manifestó a modo de risa floja.

-                 ¡Venga a la ducha! Tienes que estar lista para la última escena en media hora - ordenó Sveta arrastrándola hacia los vestuarios.

La adolescente intentó mirar varias veces atrás para ver si el tipo reaccionaba, pero la irrupción en el lugar de varias personas preparando el gran final se lo impidió. Tras meses de practicar sexo con desconocidos, la cercanía del objetivo soñado ayudó a que dejase de pensar en él. Estar con Charly era su prioridad.  Poco menos que voló a la hora de asearse y cinco minutos más tarde, cada vez más mareada, estaba escuchando las instrucciones de Sveta quien, claramente, había tomado el relevo del americano a la hora de dirigir la película.

-                 Tú sólo tienes que mirar.

-                 Vale - intervino Rebeca llevándose la mano a la boca para no vomitar.

-                 No puedes moverte, la cámara que te enfoca es fija y, si lo haces, te saldrás del plano y habrá que empezar de nuevo. ¿Entiendes?

-                 Sí, sí… no me moveré.

-                 ¿Pase lo que pase?

-                 Pase lo que pase.

-                 Recuerda: cuando todo termine y el policía se largue sales del armario, camina entre los cadáveres y te vas por la puerta sin mirar atrás ¿entendido?

-                 Sí, sí. Lo pillo.

-                 No la cagues -el rostro de la rubia era de todo menos amable.

-                 No lo haré.

-                 Tómate esto.

-                 No… no me apetece, estoy un poco mareada.

-                 Precisamente por eso, verás cómo luego estás mejor.

Escondida en el armario Rebeca respiraba trabajosamente. Cada vez se sentía peor, veía todo como si todo transcurriese a cámara lental. El cubículo era estrecho, apenas iluminado y la cercanía del objetivo que tenía a su lado no ayudaba. Intentó centrarse y mirar a través de la puerta entreabierta tal y como exigía el guion. La acción comenzó y cuando sus pupilas se acostumbraron al contraste de luz pudo divisar a un hombre y una mujer sentados sobre unas sillas. Ambos estaban maniatados, amordazados y presentaban claros signos de violencia pese a que sólo podía verlos de espaldas. Frente a ella, el corrupto detective encañonaba la sien del chiquillo con el que había compartido cama el primer día de rodaje. Se le veía muy asustado y la ninfa sabía que motivos no le faltaban: aquel tipo era un sádico.

Pese al veneno que cabalgaba por sus venas la ninfa podía recordar lo sucedido la jornada anterior, durante el rodaje de la escena de su violación grupal. Los machos en sus papeles de policías no fueron precisamente corteses con ella, la trataron como mierda: le pegaron, insultaron y escupieron además de penetrarla sin descanso vaginal, oral y, sobre todo, analmente. Con todo, la mayoría parecían caricias en comparación con lo que le hizo concretamente el animal ese. La enculó de manera desaforada recostada sobre una mesa, tirándole del pelo y dejando su lindo trasero lleno de llagas y moratones. Se la clavó tan fuerte que el mueble recorrió varios metros a lo largo del plató gracias a los violentos empentones que el tipo aquel le regaló a su culo hasta que lo rasgó y eyaculó dentro de él.

 

A Rebeca le costó un mundo aguantar el vómito y no salir corriendo de allí, lo que ocurrió ante sus ojos no era sencillo de digerir, sólo la promesa de estar con Charly le hizo permanecer inmóvil. El psicópata trató al chavalín todavía peor que a ella. Fuera de sí, le arrancó todas y cada una de las prendas con ira, le llenó la boca de polla hasta la garganta y, tras meterle el cañón de la pistola por el culo varias veces para preparar el terreno, procedió a sodomizarlo sin la menor mesura, sobre el mismo suelo, delante de sus supuestos padres, regodeándose en la crueldad de su acto. El tipo aullaba de gusto moviendo la cadera con violencia mientras el niño chillaba y lloraba sin consuelo hasta que, de improviso, se calló. Cuando el acople se completó apenas podía distinguirse al chiquillo bajo el hombretón que lo montaba y al terminar el pobrecito permaneció pegado al piso abierto de piernas sin reaccionar. Rebeca supuso que, por fortuna para él, se había desmayado de puro dolor en algún momento de la monta, evitando de ese modo el sufrimiento por lo que estaba pasando.

La ninfa observó cómo la mujer se retorcía en su silla al ver lo sucedido en cambio el hombre que la acompañaba ni se inmutó. A ella apenas les prestó atención, temía moverse y estropear la toma. Todo le daba vueltas. El actor que hacía las veces de comisario terminó orinando de forma explícita sobre el niño.  Orgulloso de su hazaña recompuso su vestimenta y pronunció unas de las pocas frases del guion en inglés que Rebeca no entendió mientras se subía la bragueta. Haciendo un esfuerzo titánico, el niño salió de su letargo e intentó huir hacia fuera del plató, pero un par de balazos cortaron estéril intento. Rebeca dio un respingo, tal vez fue efecto de las drogas, pero identificó los disparos como reales. El policía, fuera de sí ejecutó de idéntica manera a los adultos amordazados para luego salir de la escena acompañado de una risa histérica de lo más odiosa y mezquina dejando tras él tres cuerpos sin vida.

La adolescente quedó petrificada al ser consciente de lo que realmente pasaba. Allí no había lugar a efectos especiales, no había máscaras, no había trucos, tan sólo sangre y más sangre: aquello era real.

-              ¿Qué narices haces? - protestó en voz baja Sveta cuidándose muy mucho de no aparecer en el plano - ¡Ya está! ¡Charly te está esperando tras esa puerta! ¡Ve con él, tonta!

 

Con el corazón palpitando a mil por hora los pies parecían pesar una tonelada al abandonar su escondite. Temblando como una hoja en una tormenta atravesó lentamente el plató con la mirada fija en la puerta entornada, el final del túnel, el comienzo de una nueva vida junto a su ser más querido.  Pero al esquivar el cuerpo de la fémina sus ojos, tan miopes como desobedientes, miraron donde no debían. Fue tan sólo un instante, un milisegundo, apenas un parpadeo. Lo suficiente como para reconocer a la desgraciada de Ana, su mentora, amordazada con un agujero en la frente. Alarmada, tropezó con el otro cuerpo, el del hombre. Al reconocerlo las fuerzas le fallaron, cayó al piso con el alma destrozada.

-              ¡Charly, Charly!  -Chilló la ninfa rota de dolor intentando de forma inútil tapar la hemorragia en el rostro de su amado con las manos.

Muerta en vida, ni siquiera reaccionó ante la maniobra de Sveta que, colocándose tras ella, le seccionó la garganta desde una aorta a otra con precisión quirúrgica. Rebeca comenzó a ahogarse en su propia sangre postrada sobre el pecho del amor de su vida.

-               ¡Te dije que no miraras atrás, idiota! ¡Ya nos has estropeado la toma, niña estúpida! -Protestó Sveta muy molesta.

-              ¿Pero qué has hecho? -protestó el director dejando de grabar- ¡Eso no estaba en mi guion!

-              Ya, ya… en el mío sí, es lo que hay -Replicó la ucraniana, justo antes de empezar a dispararle sin inmutarse

*****

En el fondo del océano atlántico descansa un contenedor caído de manera accidental de un carguero de bandera panameña tres días después del final del rodaje. En su interior Charly y Rebeca permanecerán juntos para siempre, tal y como era su sueño. No estarán solos: operadores de cámara, maquilladores, actores secundarios y el resto de los implicados en el rodaje de la macabra película les acompañan junto a un director de cine americano, un ex agente soviético corruptor de menores y una secretaria de un  instituto madrileño con tendencias depresivas.

De permanecer vivo el gigante ucraniano hubiese estado satisfecho, hizo un trabajo soberbio con sus hijos adoptivos: no dejaron ni un cabo suelto durante su primer trabajo.

Y así sí lo harían durante toda su vida... o quizás no.  

 

Kamataruk.

 

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