"CAZADOR DE NINFAS" por Kamataruk (2 de 3)

Cazador de ninfas: Capítulo 3

-                 ¿Qué hiciste qué?

-                 No te mosquees. Deja que te muestre algo.

-                 Tú estás loco. Por cosas como esa puedes cagarla y mandarlo todo a la mierda.

-                 Te digo que mires la película, vale la pena.

-                 ¡Debería matarte aquí mismo!

Jamás había visto a Oleg tan enfadado. Por supuesto que el ucraniano había seguido en directo las evoluciones de la pequeña Rebeca y su hombre en el piso franco. Estaba infestado de cámaras y micrófonos. Todo lo sucedido allí estaba convenientemente documentado y dentro de lo tolerable. Pero Charly se había excedido, el estrambote final había sido demasiado peligroso. Se la había jugado innecesariamente. Oleg se retorcía iracundo. El esbirro tragó saliva cuando la última parte de la filmación apareció en pantalla del teléfono móvil. Se mostraba a una Rebeca nerviosisima, dentro de un ascensor. Sin duda el elevador de su propia casa.

-                 Muéstrame tu cuerpo… quiero volver a verlo. – se oía la voz del hombre al fondo, pero ella no se decidía - ¡Venga, hazlo!

No muy convencida, accedió. La gabardina blanca se abrió de nuevo como el telón de un teatro y apareció en escena la manaza de Charly, recorriendo las partes más pudorosas del inmaculado y menudo cuerpo de la ninfa. Una corriente eléctrica recorrió el espinazo de la muchacha al sentirse de nuevo manoseada.

-                 ¡Hazlo de nuevo!

-                 ¿El qué?

-                 Tu boca… mi rabo… Ya sabes…

-                 Es tarde… mis padres estarán en casa…

-                 ¿De quién eres, mía o de ellos?

-                 Tuya – continuó con voz temblorosa.

-                 ¿Entonces?

Con evidente desgana, la joven alargó la mano en dirección a la bragueta del macho. En otras circunstancias se hubiese abalanzado sobre ella, pero no era el momento ni el lugar propicio. Aquello era muy peligroso. Algún vecino podría verles e ir con el cuento a sus padres. Él la detuvo.

-                 ¡Aquí no!

Ella le miró con estupor. No entendía nada. Confundida notó como Charly detenía el ascensor un piso antes del correcto y le miró fijamente.

-                 ¡Ahora, silencio! – le susurró al oído.

Como un corderito obedeció. Le fallaron las piernas, pero él la llevó en volandas a su rellano. Aterrada no tuvo fuerzas para resistirse cuando de nuevo se vio desposeída de la gabardina. Estaba desnuda a escasos centímetros de su propia puerta. Incluso le pareció oír a su propia madre trasteando en la cocina, hablando con su padre. Los ojos se le humedecieron de puro miedo.

Charly estaba muy excitado, no tenía un plan B. Si les pillaban, estaba listo y eso le ponía extremadamente cachondo. Presionó los hombros de la chica. Esta aterrizó en el suelo como ida en el más absoluto silencio. El bulto de la entrepierna estaba a su entera disposición. Temblando literalmente bajó la cremallera con sumo cuidado, pero sin detenerse en ningún momento. El monstruo rabioso apareció en pleno apogeo, firme y desafiante.

Rebeca miró a su dueño, le suplicó con la mirada que no siguiese. Ya había tenido más que suficiente para su primera vez. De abrirse en cualquier momento aquella maldita puerta su vida se acabaría. Su sueño, seguir con Charly, se desvanecería de un plumazo por una chiquillada como aquella.

Ni qué decir tiene que su plegaria no fue escuchada. El cazador metió la polla en la boca de su presa y comenzó a follarla inmisericorde. Esta vez él llevaba el ritmo. Penetraciones poco profundas, pero tremendamente rápidas. Los siguientes tres minutos se le hicieron a Rebeca interminables. Su mirada alternaba frenética el objetivo de la cámara y la puerta cercana. Volvió a la vida al sentir el esperma caliente de nuevo entre sus labios. El trago fue más escaso que la vez anterior. Charly no daba más de sí. Una vez el hombre sació sus instintos, la dejó allí, con la boca abierta y con un escueto “Mañana te llamo” bajó de dos en dos los escalones como si nada hubiese pasado.

Tras unos segundos de desconcierto, la chica se levantó del suelo a la velocidad del rayo. Respiró hondo, intentó recomponer su atuendo abrochándose convenientemente la gabardina y abrió la puerta con su propia llave. Rebeca no se dio cuenta del detalle, pero el hombre continuó la grabación en la que tan sólo podía verse las bonitas botas de la joven.

-                  Hola            preciosa. Menos mal que ya has llegado. Comenzaba a preocuparme…

-                 Si… perdí el autobús.

-                 A mí me pasó lo mismo. La lluvia es una lata…

-                 Voy… voy a bañarme. Estoy calada…

-                 ¿Has merendado algo, cielo?

-                 Si – se oyó a lo lejos – Leche.

Y Oleg contempló estupefacto cómo se cerraba la puerta y concluía con ello la filmación.

-                 ¿Qué te parece?

-                 ¡Estás… estás loco!

-                 ¿Pero qué dices? ¿Viste alguna vez algo más excitante que esa carita aterrada comiendo una polla?

El jefe meneaba la cabeza.

-                 Su madre estaba ahí al lado y aun así lo hizo. Es una mina. Follaría conmigo en cualquier parte si me diese la gana.

Oleg no pudo rebatir los hechos. Se rindió a la evidencia.

-                 Es lo mejor que he visto desde hace mucho tiempo.

-                 ¡Te lo dije! - Charly estaba que no cabía en sí

-                 Sexo en lugares públicos… con Rebeca… – pensó Oleg en voz alta.

-                 ¡Eso es!

-                 Pero no puedes arriesgarte así. Hay que planificar un poco las cosas… aunque ella no lo sepa.

-                 ¡Perfecto! No creas que quiero pasarme quince años en la cárcel…

-                 Eres un puto genio… estoy caliente como una moto…

-                 Me lo creo.

-                 A partir de ahora, prioridad absoluta. La quiero disponible en dos o tres semanas máximo… sé de varios clientes que pagarán lo que sea por verla en una triple penetración…

-                 Sin problemas.

-                 Y quiero conocerla… personalmente.

-                 Por supuesto. – aquello complació todavía más a Charly.

Su jefe jamás se había acostado con ninguna de sus putas. Es más, ni tan siquiera conocían de su existencia por cuestión de seguridad. Algunas de aquellas estúpidas incluso fornicaban con extraños sin ser conscientes de su condición de prostitutas. Lo hacían sencillamente porque Charly se lo pedía, sin más.

-                 ¿Cuál es el siguiente paso?

-                 Mañana le llamo para quedar el martes de la semana que viene…

-                 No. El viernes. Pospón todo lo que tengas… el objetivo número uno es esa zorrita…

-                 De acuerdo.

-                  Y ahora largo… y dile a Iván que venga cuando te vayas.

-                 ¿No está Sveta? – comentó el cazador divertido.

-                 No. Y aunque no te lo creas el chico es incluso mejor que su hermana…

-                 No es mi tipo.

-                 Tú te lo pierdes. Quiero un informe diario… no lo olvides.

*****

Rebeca recorrió como un rayo el trayecto entre la entrada y el cuarto de baño grande. Afortunadamente para ella, su madre no pudo verla, enfrascada como estaba en preparar la cena. Su padre leía el periódico distraído y ni se percató de su llegada. La pobre todavía no se había recuperado del susto. Hizo una brevísima parada en su cuarto para recoger su pijama de ositos y cerró con pestillo la puerta del excusado.


Bajo un chorro de agua a punto de hervir lloró histéricamente. Liberó la adrenalina acumulada. Jamás en su vida había pasado tanto miedo. Había sido un día de emociones fuertes. Su iniciación en el sexo resultó poco convencional. Se sentía sucia. Decidió que en cuanto acabara de ducharse contaría lo sucedido a sus padres. Ellos la comprenderían, al fin y al cabo, era su única hija.

Cuando la ducha reparadora concluyó su ánimo mejoró algo. Entonces reflexionó de nuevo y decidió que no era necesario confesar, que con no volver a saber nada del desgraciado de Charly sería suficiente.

A la hora de dormir evitó la tentación de tocarse, aunque el deseo crecía por momentos. Aquella noche disfrutó de su primer sueño erótico, de tal intensidad y virulencia que su calentura se reflejó en una soberana mancha en su entrepierna al despertarse. Durante la mañana Rebeca se dijo a sí misma que, si el hombre la llamaba, no cogería el teléfono. Reflexionando tras el tiempo de recreo llegó a la conclusión de que tan sólo le diría adiós para siempre.

A las cuatro de la tarde Rebeca se retorcía en la silla de su escritorio, con la mirada fija en el móvil. Ya no tenía el menor rastro de pensamiento negativo. Tan sólo deseaba que aquel dichoso aparatito sonase cuanto antes. Media hora después ya no pudo resistirse, comenzó a tocarse.

A las cinco en punto el teléfono sonó. Rebeca se sorprendió, dando un respingo. Era imposible. No podía ser él. Sacó los dos dedos de su vulva y con un poco de dificultad debido al fluido viscoso que los cubrían comprobó la pantalla. Con desagrado reconoció el número que aparecía como el correspondiente a su compañía operadora. No tenía ganas de escuchar la cháchara con acento sudamericano que sin duda le ofrecería alguna promoción infumable. Descolgó con ánimo de no prolongar la llamada. Necesitaba que aquella línea quedase libre. Libre para que su amado furtivo la llamase, aunque fuese técnicamente imposible.

-                 ¿Rebeca Cifuentes?

-                 ¡Si… pero!

-                 Le paso a uno de nuestros comerciales. No se retire…

A punto estaba de colgar cuando una voz cálida y perfectamente reconocible le dijo:

-                 ¿Rebeca?

-                 ¡Charly! – a la joven se le ensanchó el corazón al escuchar la voz de su amor – pero ¿cómo…?

-                 Ya te lo explicaré. Ahora no tengo mucho tiempo. Nos vemos el viernes, pude cambiar mis planes y tengo la tarde libre… ¿a las cinco?

-                 ¡A las cinco!

-                 Te espero donde el otro día…

-                 ¡En la casa de tu amigo…! – la imaginación de la muchacha ya la había catalogado como su nido de amor.

-                 ¿Podrás ir?

-                 Me las arreglaré.

-                 ¡Perfecto! Escucha, si tienes problemas me llamas a este número y pregunta por el comercial doscientos trece ¿de acuerdo? Pregunta por Charly.

-                 Doscientos trece …

-                 Pero sólo si es estrictamente necesario.

-                 ¡Sí! – estaba entusiasmada - ¡Te quiero!

-                 Yo también a ti, princesa. Lo siento, tengo que colgar… ¡Ah, una cosa! Ven vestida, completamente vestida… para variar.

Rebeca estaba muy ilusionada. Apretó con todas sus fuerzas el celular contra el pecho. Su amor le había llamado. Y no sólo eso, tenía una nueva cita prevista con él. Poco a poco descendió el aparato a lo largo de su cuerpo. Se masturbó con su ayuda como si fuese el mismo Charly el que la tocaba de nuevo. Pasó la tarde desnuda, entrenándose sobre su cama o bien delante del ordenador de su padre, aprendiendo cada una de las posibilidades del sexo anal. Su falta de experiencia la traumatizaba sin saber que eso precisamente era la mejor de sus múltiples cualidades. Con una botellita de aceite corporal a su lado y sumo cuidado comenzó a estimularse el ano. No estaba dispuesta a repetir el fracaso, su trasero sería el siguiente regalo para su amor. Estaba claro que a Charly le apetecía hacer cosas sucias por ahí. Esas cochinadas que la sacaban de sus casillas de puro placer. Después recordó algo, algo que había visto en sus registros por toda la casa. Un objeto que sin duda podía ayudarle en sus propósitos, además de proporcionarle buenos ratos.

*****

-                  ¡Ni hablar!


-                 ¡Pero mamá!

-                 Ni mamá ni leches. Ha surgido una emergencia y tienes que quedarte en casa del abuelo…

-                 ¡Pero…!

-                 Por favor, Rebeca. Es lo único que te pido. La abuela no llegará hasta el domingo, como muy pronto. Sólo tienes que estar con él un rato. A las diez tu papá irá a relevarte. Además, puedes aprovechar y estudiar un poco. El lunes tienes un examen bastante difícil...

-                 ¡Pero tenía planes…! – Rebeca estaba indignada.

-                 ¿Planes? ¡No hay nada más importante que tu abuelo, jovencita! No seas desagradecida…

Abrió la boca para seguir protestando, pero la cerró. Su madre, por mucho que le jorobase, tenía razón por una vez. Quería mucho a su “yayo”, a pesar de ser poco más que un vegetal. Habían pasado muchas tardes juntos, mientras sus padres intentaban reflotar el negocio familiar. Su abuelo siempre la había tratado como una verdadera princesa. Era el miembro de la familia al que más quería. Charly y su pene tendrían que esperar, muy a su pesar.

Aun así, expresó su rabia encerrándose en su cuarto y cerrando la puerta de un golpe.

-                 ¿Y dices que tu abuelo no se entera de nada?

-                 Se entera de todo, pero está como paralizado. Al pobre le dio un… ¿Infarto cerebral?... y se quedó así, vegetal.

-                 Pero te entiende.

-                 ¡Sí, sí! Mueve los ojos para hacerse comprender y poco más. Me da mucha pena. Se pasa el día sentado, viendo la tele, con el volumen a toda leche. Está un poco sordo, creo.

-                 Si quieres puedo pasar un momento. Necesito verte.

-                 ¿De verdad?

-                 Por supuesto– dejó una ligera pausa antes de continuar – Siento que me estoy enamorando perdidamente de ti….

Sabía que aquella cursilada era infalible. Las adolescentes se desparramaban con semejante patochada.

-                 Bueno… supongo que por cinco minutos no habrá problema. Pero sólo cinco minutos.

-                 Cinco minutos. Es poco, pero me conformo. Con tal de volver a verte, cualquier cosa. Te quiero…

Rebeca cantó como un jilguero la dirección de la casa donde estaba. De haberlo sabido se hubiese puesto algo más elegante que aquel funcional chándal de su instituto. Nerviosa, intentó embellecerse delante del espejo, como si la perfección pudiese mejorarse. Se retorcía las manos de impaciencia, una costumbre que permanecía en ella desde niña. Cuando el timbre sonó tuvo la precaución de observar por la mirilla. Un sonriente Charly apareció ante sus ojos. Le faltó tiempo para abrir la barrera que la separaba de su amor.

Se fundieron en un beso apasionado. Ella de nuevo en volandas. Con las lenguas enroscadas el tiempo se paró. Las manos de él se internaron bajo el elástico pantalón. Rebeca se moría de gusto cada vez que sentía su culo firmemente estrujado por las contundentes manos de Charly.

-                 Ci… cinco minutos – suspiraba entrecortadamente la ninfa.

-                 Cinco – Charly atacó el cuello, sin duda el punto vulnerable de la muchacha.

-                 ¡Ahhhhggggg!

-                 ¡Vamos a hacerlo!

-                 ¡Siiiiiii!

La débil resistencia había cedido. Deseaba el sexo tanto o más que el hombre. Necesitaba sentir a su amado en su interior. No había nada más importante en el mundo. Llenarse de él.

-                 ¡No, ahí no!

-                 ¿Es la de tu abuelo?

-                 ¡Sí! Vamos a esa otra…

-                 ¡Ni hablar…!

Cuando el anciano vio entrar a su única nieta en las manos de aquel hombretón se alteró mucho. En un primer momento medio adormilado no entendía nada y luego pensó aterrado que la estaban violando. No obstante, al ver la actitud de su princesita pronto se percató de lo erróneo de su impresión. Era ella misma la que buscaba frenética la boca del macho, se aferraba a él como si le fuese la vida. Aquella no era el ángel que conocía. Era el mismo cuerpo, sin duda se la habían cambiado. No podía ser que su pequeña Rebeca estuviese haciendo aquello. Tan buena y obediente, y ahora… ahora dándose caña delante suya con un hijo de puta que bien podría ser su padre.

Charly sentó a Rebeca en la cama. Acercó lo que pudo la silla de ruedas del anciano, de manera que nieta y abuelo se quedasen frente a frente. La chica no tenía el valor suficiente como para mirarle a la cara.

Charly se quitó una especie de maletín cilíndrico que llevaba a la espalda. De su interior sacó dos trípodes que colocó convenientemente en la habitación.

-                 Vayámonos a otro lado. No me parece bien hacerlo delante de él… hay un montón de habitaciones…

-                 ¿De quién eres? – contestó Charly sacando sus cámaras para colocarlas estratégicamente en la habitación.

-                 Tuya, pero…

-                 Si quieres, me voy…

-                 ¡No, no! ¡No te vayas, por favor!

-                 ¿Seguro? ¿Serás buena?

-                 Si – contestó resignada la ninfa – seré buena.

Una vez todo listo, cámara en ristre, Charly empezó con la sesión.

-                 Preséntate.

-                 Hola. Me llamo Rebeca.

El ritual se repetiría siempre con cada nueva grabación: saludo, nombre y edad.

-                 Perfecto. ¿Y…de quién eres? ¿A quién perteneces?

-                 Y soy tuya.

-                 ¿Y este señor?

-                 Este señor… es… es mi abuelo. – por primera vez tuvo arrestos de mirarle fijamente.

-                 Bien. Muestra a tu abuelito de lo que eres capaz.

-                 No…, no te entiendo…- su mente quería negar lo que sus oídos escucharon.

-                 Enséñale lo crecidita que está su nieta. No te hagas la estrecha.

Estaba súper incómoda, pero siguió con el juego. Se desabrochó la chaqueta del chándal con cierto pudor.

-                 Mientras tanto dile lo que va a pasar en un rato. Cuéntale lo que va a pasar aquí, en su casa, en su cama.

Ella suspiró. El anciano estaba cada vez más alterado.

-                 Voy… vamos a hacer el amor… con Charly.

-                 ¿Hacer el amor? ¡Venga, sé un poco más clara!

-                 Charly es mi amante, mi novio. Va a… follarme… aquí, en… en tu cama.

-                 Venga, sigue. Detalles, el señor quiere detalles.

-                 ¡Ya es suficiente!

-                 Sigue o no volverás a verme…

Apostar fuerte, la doctrina del doctor Méndez surtió efecto. La simple sugerencia de que Charly saliese de su vida hizo reaccionar a Rebeca. De su interior salió una energía que ella misma desconocía.

-                 Le chuparé… la polla, ¿entiendes? Y luego me abriré de piernas para que me la meta hasta que se canse… no te preocupes por mí, no es la primera vez que lo hago. Me gusta tener sexo con él, soy feliz así.

El abuelo creyó hasta ese momento que todo era una broma macabra. Pero se desengañó cuando su nieta se desvistió completamente hasta quedarse en cueros, dispuesta y expectante ante su inminente monta.

-                 Me permito una pequeña corrección. No vea el culito que tiene su pequeña putita. Me muero de ganas por estrenarlo… ¡Explícaselo, mujer!

-                 Mi culo es virgen – dijo tras tragar saliva y ser consciente de lo que le esperaba – y él va a….

-                 ¡Voy a darle por el culo hasta que reviente! Va a gritar como una loca. Primero de dolor, luego de gusto. Le destrozaré el trasero y usted… díselo… dile lo que puede hacer para impedirlo.

Rebeca volvió a fijar su mirada en los llorosos ojos del padre de su padre.

-                 Nada. No puedes hacer nada. – ella misma se sorprendió de sus palabras – me… me la va a meter por detrás… y ni tú ni nadie podrá impedirlo. Le amo y soy suya. Sólo suya.

Era cruel. Cruel con una de las personas que más le amaba en este mundo. En ese momento le daba todo igual. Charly era el centro de su universo.

-                 ¡Estupendo! Vamos al tema, bájame los pantalones y que comience el espectáculo. Se nota que tu abuelo está impaciente.

Desinhibida, la hembra se abalanzó sobre su diana. Ya no le importaba nada más que lo que ocultaba aquel tejano. Como si no hubiese hecho otra cosa en su vida desabrochó los botones de un tirón y ante ella apareció la ropa interior abultada. Una débil barrera que no iba a detenerla.

-                 ¡Uf, no vea cómo la chupa su nietecita! – comentaba Charly a su interlocutor mudo unos instantes después – Cada día lo hace mejor. Mire qué ganas le pone…

Se aseguraba el muy cabrón que ni las cámaras ni el anciano se perdiesen detalle de la felación. Rebeca estaba sedienta de verga, rezumaba vicio por cada poro de su piel, los deseos de Charly eran los suyos. Estaba dispuesta a cualquier cosa por aquel hombre. El rítmico movimiento y el chapoteo entre sus labios tenían para ella un efecto hipnótico. Notó un tirón en sus cabellos, permaneció expectante y sumisa. Su boca ahora desocupada suplicaba que su castigo continuase.

-                 Mírela. Es una preciosidad… - dijo el hombre colocando su anzuelo a escasos centímetros de aquellos ansiosos labios adolescentes.

Atacó la verga como si le fuese la vida. Le traía sin cuidado la presencia de su “yayo”. Se la metió hasta lo más profundo que su pequeño cuerpo le permitía. Ahora el mundo se reducía a ella y su amante. Nada más. Estaba extasiada, el sabor a su hombre le embriagaba. Quería todo de él.

-                 ¡Dios mío, Rebeca! ¿dónde aprendiste eso?

Ella lamía el pene desde su base hasta la punta. Humedecía su lengua para que el placer se acrecentara y sorbía cualquier atisbo de líquido preseminal que coronaba tan tremendo capullo. No tenía tiempo para contestar a Charly, sus acciones lo hacían por ella. El movimiento de la cabeza era frenético, trabajándose el miembro viril por todos los ángulos posibles.

-                 ¡Repite eso… que tu abuelito lo vea otra vez!

Rebeca se volvió a meter en la boca el testículo de su amo. Para asegurarse de que el viejo lo viese repitió la maniobra varias veces, alternando uno y otro huevo y se tomó su tiempo, recreándose. La depilación integral del macho hacía que aquello no resultase tan desagradable. Los cojones quedaron limpios y brillantes, como a la cera.

-                 ¡Menuda enculada te estás ganando! ¡Y hablando de culos…!

 

Se giró dejando a disposición de Rebeca su trasero. La chica dudaba, incluso negó con la cabeza ligeramente.

-                 ¿Qué no? ¡Venga, no seas tímida! Demuéstrale a tu abuelito de lo que eres capaz….

Ni siquiera se había tomado la molestia de ducharse. Quería poner a prueba a Rebeca todo lo posible. Con firmeza le agarró de la nuca hasta que notó como su esfínter era lubricado por la lengua de la lolita. Sencillamente maravilloso.

-                 Muy bien, Rebeca. Métela un poquito más… así, así… ahora más rápido.

No pudo menos que emitir un gruñidito. Otro punto para aquella zorrita. Normalmente se tardaba meses en llegar a tan sórdida práctica sexual. Tras unas breves, pero intensas incursiones ella no aguantó más. Tuvo que taparse la boca con la mano para evitar vomitar hasta la primera papilla. De sus ojos divinos brotaban enormes lágrimas de puro asco. Enfadada consigo misma no pudo menos que pedir perdón.

-                 Lo… lo siento…yo…

Él demostró algo de misericordia y la abrazó tiernamente.

-                 No te preocupes. Lo has hecho muy bien. – para reforzar su comentario le besó en la frente – Otro día lo harás mejor, ¿verdad?

-                 ¡S… sí, Charly! – dijo ella intentando sonreír ante la nueva oportunidad que su amo le proporcionaba.

-                 ¿Quieres que lo dejemos por hoy?

El anciano emitió un sonido secundando la moción.

-                 ¡No, no! ¡No te vayas! – replicó ella recobrando algo de energía, buscaba en su mente algo que ofrecer para que su amante estuviera con ella más tiempo –Todavía falta… que me la metas por detrás…

El viejo quiso morirse cuando escuchó aquello. Charly en cambio no cabía dentro de sí.

-                 ¡Explícaselo a él! Parece que no está conforme…

La pequeña lolita se enjugó las lágrimas producidas al contener su vómito y miró fijamente al patriarca de la familia.

-                 Abuelo. Abuelo, mírame y escucha. Quiero que Charly me ¿sodomice? ¿se dice así, ¿verdad?

-                 Sí. O dar por el culo.

-                 Me dé por el culo si es lo que le apetece. Le amo y él me ama… por él soy capaz de cualquier cosa – y se giró hacia el destinatario de tal confesión – cualquier cosa.

Hizo una pausa y continuó.

 

-                 Lo que sea.

Charly la besó fervientemente, era lo menos que podía hacer después de aquella rendición incondicional. Pronto haría aprecio a tan bonitas palabras, prostituyendo a su autora a su antojo. Eso era lo que él quería, hacerla puta y ganar dinero. Mucho dinero.

-                 ¡Es hora de que ese culito deje de pasar hambre! – le susurró.

-                 ¡Siiiiii! – replicó ella inconsciente del tremendo sufrimiento que iba a tener que soportar.

Charly se desnudó por completo. Le entraron dudas de la posición a adoptar. Cambió la distribución de las cámaras mientras pensaba. No sabía qué era mejor, dar un primer plano de la enculada al abuelete o dejar que viese la cara de dolor de la zorra de su nieta al ser taladrada. Se decidió por esta segunda opción. Durante la cópula ya cambiaría a la lolita de postura para que el viejo fuese testigo de la cantidad de rabo que el pequeño cuerpo de la mujercita era capaz de albergar. Aquello iba a ser glorioso. Pasaría a los anales del porno. Nunca mejor dicho.

De su chaqueta el hombre sacó un pequeño tubito. Lubricante vaginal o mejor dicho en aquel caso, anal. Colocó a la perdida en posición, a cuatro patas, con su culito en pompa.

-                 ¡Dile de lo que serás capaz de hacer por mí! Quiero que le mires mientras te la meto… por aquí. – y sin más preámbulos comenzó a chupar en oscuro agujerito.

A él no le daba ningún reparo. Un traserito virgen era lo que más le apetecía en aquel momento. Su lengua aplicó un tratamiento intensivo. Charly notó que algo había cambiado, la zorrita seguramente habría tomado clases particulares. Aquella barrerita parecía mucho menos infranqueable que la otra tarde.

-                 Pero Rebeca, ¿qué ha pasado aquí?

-                 ¿A… a qué te refieres? – contestó ella entre suspiro y suspiro.

-                 Esto no estaba así la última vez que lo vi… ¡Por aquí ha pasado alguien… o algo!

-                 ¡Quería estar lista para ti!

-                 ¿Qué te metiste? ¡Contesta, cochina mía!

-                 Un… - las maniobras de Charly surgían el efecto deseado – un pene de plástico. Todas las tardes.

-                 ¿Un consolador? ¿De dónde lo sacaste? ¿De tu mami?

-                 De papá – la chica recordó la extrañeza que le supuso encontrar tan oscuro tesoro entre las cosas de su progenitor, junto con revistas gays y películas del mismo corte sexual.

Tragó saliva y volviendo a clavar sus ojos claros en los de su abuelo confesó:

-                 A… abuelo. Mi padre…, tu hijo…, es gay…maricón… ya sabes.

Esa supuesta revelación fue lo único de toda la tarde que no resultó una sorpresa para el anciano impedido. Lo que le aterrorizó fue que su nieta fuese conocedora del secreto mejor guardado de la familia.

-                 Ufffff! – Rebeca vibraba de gusto – Eso… eso está… de puta madre…

Entre succión y succión él le recordó su tarea pendiente.

-                 ¡Cuéntale…!

-                 ¡Ahhhggg! – a la chica le costaba hablar – Seré su amante….

-                 ¡Qué más!

-                 ¡Se… seré... seré su esclava!

-                 ¡Sigue…!

Ella agachó la cabeza como buscando aire. Jamás hubiese imaginado que una lengua en su ojete le pudiese proporcionar tantas sensaciones increíbles. Tampoco tenía muy claro lo que el hombre quería que dijese, su mente estaba obnubilada por el placer.

-                 ¡No.… no sé qué más…!

-                 ¡Puta! ¡Dile que serás mi puta…!

Alzó la cabeza y cruzó de nuevo la mirada con la de su abuelo. Sin el menor atisbo de duda o remordimiento le soltó a la cara lo que su amante deseaba.

-                 ¡Siiiii! ¡Seré puta! - un estallido de placer le quebró las entrañas al sentir el falo de Charly entrar sin oposición en su vagina - ¡Tu puta! ¡La puta de Charly…!

El candor de su vientre anulaba cualquier mínimo atisbo de raciocinio. A cada entrada y salida del falo se desvanecía una porción de la inocencia infantil que todavía le quedaba. Ya no veía nada. Ni a su abuelo que no cesaba de llorar, ni las cámaras que no se perdían detalle del encuentro sexual, ni al resto de los muebles de la habitación. Aquel torpedeo constante le nublaba la vista y la razón. No dejaría que nada ni nadie pudiesen interponerse entre ella y el placer que sentía en aquel instante. Haría lo imposible por repetirlo cuantas más veces mejor, e incluso aumentarlo si fuese posible. Su primer orgasmo llegó acompañado de un grito más escandaloso que los anteriores. El primero de la tarde… y no sería el último.

Charly se centró un instante en la cópula. Como era de esperar, la chiquilla estaba tan caliente que no tuvo problemas en recibir la verga como se merecía. Comprobó con sumo gusto que aquella zorra no dejaba de gritar como si la estuviesen poco menos que matando. Matando de gusto.

-                 “Menuda puerca estás hecha” – pensó – “¡follar así delante de tu abuelo! Apuesto que hasta disfrutarás cuando te encule.”

Y puso lo que él llamaba el “piloto automático”. Era un ritmo de cópula constante y profundo, que proporcionaba a la hembra un orgasmo tras otro y le permitía a él aguantar incluso más de una hora de coito continuo. Era una máquina. Al fin y al cabo, era su trabajo. Hembras de todas las edades y condición se enamoraban tanto de él como de su forma de hacer el amor.

 Buscó en los alrededores de la chica el tubito lubricante y sin prisas vertió la mitad de su contenido en el trasero sin curvas de la pequeña. Notó un cierto espasmo en el anciano, sin duda no le gustaba nada lo que le iba a suceder a su querida nieta.

El cazador le sonrió maliciosamente, elevando el dedo corazón para que no quedasen dudas de la fechoría que se aproximaba. Reventar como si fuese un globito de agua aquel divino trasero. Lo perforó sin demasiados miramientos, la chica al principio rechazó el envite.

-                 ¡Aaaayyyyyyy! ¡Me… haces… daño! – se había jurado a sí misma que no iba a protestar por mucho que le doliese, pero no dejaba de ser una primeriza.

Charly ni se inmutó. Incluso introdujo más todavía su dedo en el culito de la ninfa. Lo retorcía como un sacacorchos, metiéndolo y sacándolo lentamente o de manera frenética. Con su pene notaba las maniobras de su dedo en el interior de la joven. A menudo notaba una fuerte presión proporcionada por el esfínter agredido, aquel movimiento tendría efectos devastadores en las pollas que pronto ocuparían aquel divino agujerito. Cuando le apeteció dejó de hurgar en el intestino de Rebeca. Esta lo agradeció con un suspiro. Sin embargo, ambos tenían claro que no era una rendición, tan sólo una tregua.

-                 ¡Tendrás que poner el culo si de verdad quieres ser mi puta! ¿Lo harás?

-                 ¡Sssssiiiii!

-                 ¿Lo harás? ¿Dejarás que te rompa el trasero cuándo quiera?

-                 ¡Hazlo!, ¡sigue!

-                 ¿Pondrás el trasero a quien yo te lo pida? ¿Serás mi puta? ¿Mi pequeña puta…?

-                 ¡Siiiii, métemela, joder!

Charly no cabía en sí cuando observó las manos abriéndose ella misma firmemente los glúteos.

-                 “¡Qué ricura!” – pensó – “¡Y qué sacrificios hay que hacer para llevar un poco de pan a casa!”

Sonriendo por su propia ocurrencia, extendió en su falo el resto de sustancia lubricante. Lo tenía duro como una piedra, debía ser así para consumar la sodomía. Mostró su verga a la cámara para que no quedasen dudas del tamaño de la misma. La iba a destrozar. Tan sólo deseaba que gritase más de lo de costumbre. Eso vendía, y mucho.

Rebeca sudaba, el sexo la dominaba. Cuando notó la presión en su ano giró la cabeza, buscó con la mirada a su amado, en espera de algo sin saber muy bien qué. Clemencia o castigo.

-                 ¡Mírale, quiero que vea tu cara cuando te la ensarte!

Charly aferró su estilete firmemente, con contundencia lo apretó contra el agujerito. A pesar de su entrenamiento reciente, este no cedía. Se empleó a fondo.

-                 ¡Ahhhhhhggg! – Gritó la ninfa al notar una terrible punzada en su trasero.

-                 ¡Ya falta poco, pequeña! ¡Falta poco! – mintió el despreciable sujeto.

Apenas su verga había cruzado el umbral de aquella divina entrada, pero si algo tenía claro es que aquella tarde se la iba a clavar hasta los mismísimos huevos a tan suculenta zorrita. Se cortó de empalarla de un golpe. Estaba tan salida, tan excitada, que incluso cabía la remota posibilidad de que le hubiese gustado. Quería que sufriera y que su dolor se mostrase en la película. Su miembro entraba lentamente y de manera exponencial crecían los lamentos de Rebeca. Era escandaloso y, aunque sabía de buena tinta que los vecinos no estaban en casa, el volumen de la puerca aquella era tan elevado que podría ser peligroso. Tenía que hacer algo. Algo que disminuyese el grado de los bramidos pero que no restase morbo a la situación.

-                 ¡Para…! ¡Para! – Rebeca se rindió, buscando una tregua que, al menos de momento, llegó.

Charly miró a su lado. Pensó un instante en meterle las braguitas en la boca, aquello era muy erótico y también muy visto. Se le ocurrió una variante mucho mejor.

-                 ¡Uf… cómo dolía! No… no podía aguantarlo más.

Él no le hizo como suele decirse, ni puto caso. No tenía ni la más mínima intención de dejar su trabajo a medias, tan sólo era un pequeño compás de espera, necesitaba una nueva herramienta para continuar con su fechoría. Se cortó de contestarle que en Tenerife un par de gemelitas de su edad eran capaces de aguantar completamente aquella polla en su ano y que incluso se peleaban acaloradamente por ser la primera en ser sodomizada, que participaban en orgías salvajes en las que sus culitos eran la mayor atracción y que le hacían ganar muchísimo dinero haciéndolo. Pronto ella también lo haría. Muy pronto. Dinero a raudales.

-                 ¡Métemela por el coñito, por detrás me haces daño…!

No acabó la frase. Su boca se llenó en un instante de una tela negra. Al principio no supo de qué se trataba, pero cuando notó su sabor supo que el slip de Charly se encontraba entre sus dientes. Discretamente el hombre lo había mostrado a la cámara para que no quedase ninguna duda de su origen y lo introdujo en el interior de la ninfa para que dejase de gritar de momento. La encularía salvajemente y sin duda la pequeña rabiaría.

Rebeca intentó cambiar de postura, pero el hombre no la dejó. Esto la intranquilizó un poco, inocentemente había pensado que su tortura había concluido. En seguida se percató de su error, notó de nuevo su culo ultrajado. Esta vez Charly no fue tan delicado. Su excitación iba en aumento, haciéndole ser más rudo en sus movimientos. Rebeca agradeció tener algo entre sus dientes que morder. No le importaba que el sabor de la prenda fuese de lo más desagradable. Le estaba partiendo en dos. Incluso ella notó algún que otro chasquido en su interior. Su intestino se reorganizaba para poder dar cobijo a semejante culebra. El dolor era tremendo.

-                 ¡Menudo culito tiene su nietecita! Apretadito, apretadito… no vea cómo me está poniendo.

Por supuesto que lo veía. El abuelo lo veía todo. Su corazón quedó destrozado en mil pedazos al comprobar horrorizado el tremendo monstruo en el que su nieta se había convertido. Una ninfómana ávida de sexo que era capaz de todo con tal de satisfacer a aquel hijo de puta. Todavía se sintió más inútil, no tenía forma de contar a nadie lo que estaba sucediendo. Por enésima vez desde su apoplejía deseó estar muerto.

-                 ¿La sientes? Está toda dentro… Te gusta ¿Eh?

Rebeca paró de morder la prenda interior, dejándola caer. Necesitaba todo el aire que pudiese entrar en sus pulmones. Había logrado su propósito, colmarse de Charly hasta no poder más.

-                 ¡No… no pares! – aquel dolor se tornaba cada vez más adictivo.

-                 ¿Parar? ¡Apenas he comenzado…!

El traqueteo comenzó de manera paulatina, sin demasiada intensidad, gustándose, sintiendo el cálido abrazo del cuerpo de la lolita.

-                 ¡Oooouuuu! – no cesaba de aullar la cabalgadura.

-                 ¡Calla, princesa! – dijo acompañando el improperio con una sonora palmada en el culo perforado.

La ninfa no acertaba a expresar sus sentimientos con palabras. No le hacía falta, la manera de contorsionarse para facilitar la monta lo decían todo. Charly no se extrañó lo más mínimo ante la actitud de Rebeca. Se veía venir, le sobraba vicio por los cuatro costados. Sería una puta fantástica, aunque, por lo poco que conocía a Oleg, le daba la sensación de que el futuro de la nueva ninfa estaría más bien ligado a la no menos lucrativa profesión de actriz porno juvenil. La cámara le adoraba y ella… ella no parecía tener muchos reparos a mostrar sus recién adquiridas habilidades frente al objetivo. Una golfa, eso era Rebeca una auténtica golfa.

Decidió cambiarle de postura, desmontándola un instante.

-                 ¡Mostremos a tu abuelito tus progresos! – y sin más le giró de manera que su traserito quedase al alcance de la vista del sufrido espectador.

Rebeca se dejaba llevar, estaba gozando y sufriendo a un tiempo. Su cuerpo quería más, su culo necesitaba ser de nuevo el objetivo de las atenciones de su amo. Necesitaba sentir el golpeteo de los testículos en los muslos, señal inequívoca de que la polla de su amante se encontraba en su sitio natural, que no era otro que el interior de su cuerpo. Pronto sintió una nueva cachetada en el trasero y que sus carnes se abrían de nuevo tras el paso del pene de Charly. Notó cómo su cuerpo agradecía aquel sublime tratamiento, su vagina no dejaba de producir fluidos a pesar de ser la otra cavidad la que se encontraba totalmente saciada. Bajo su vulva comenzó a formarse un charquito húmedo, tal era la cantidad de líquido que brotaba de sus entrañas, recorría sus muslos y se depositaba sobre la cama. .

-                 ¿Lo ve? Es muy buena estudiante… el primer día y la lección aprendida…

-                 ¡Más… más fuerte!

Espoleado por la insistencia de la golfilla, Charly se dejó de cháchara y concentró su cabeza en la cópula. Decidió aumentar el ritmo a pesar de las funestas consecuencias que aquello podría tener en aquel cuerpo en construcción. Su ritmo se aceleró considerablemente. Lo dio todo de sí y la diferencia de tamaño de los cuerpos se hizo más evidente.

Rebeca se vio superada, refugió su cabeza entre sus brazos. Llegó a morder con todas sus fuerzas el colchón de la cama. A cuatro patas no podía hacer otra cosa, aguantar el envite lo mejor posible. Pensó que se moría. Inocente, creyó que con soportar el suave ritmo que hasta entonces el amo había marcado era suficiente. Sin embargo, la violencia con la que Charly trataba a su cuerpo la despertó de su sueño. Gritaba todo lo que su cuerpecito podía, intentaba con ello que su sufrimiento fuese más llevadero. Resultó en vano, y más todavía cuando el macho intensificó todavía más la sodomización. Tal era el grado de dolor que su cuerpo se derrumbó ante la desmesura de las penetraciones. De bruces sobre sufrió lo indecible al sentir sus entrañas hervir por tan inhumano suplicio. Perdió la noción de lo que sucedía y todo le empezó a parecer borroso justo en el instante en que Charly acompañó su eyaculación con un sonoro bramido. Por su costado comenzó a resbalar el esperma, el macho le había duchado literalmente la espalda con su simiente.

Como buen conocedor de su oficio, el hombre sabía perfectamente que, si bien resultaba mucho más placentero correrse en el trasero de la lolita, no hay película pornográfica que se precie que no tenga la correspondiente escena de la chica cubierta de esperma. Seguramente hubiese quedado mejor hacerlo en la cara, pero su calentura era tal que literalmente se le escapó el tiro, se corrió antes de poder preparar a la ninfa. Rebeca era capaz de sacar lo peor de sí, aquella chica de larga cabellera, ojos verdes y cara de ángel le volvía loco. Aunque pronto tendría que compartirla con decenas de hombres, se juró a sí mismo que disfrutaría de cada segundo que pasase a solas con la lolita.

La empalada lloraba como una magdalena. Charly, eufórico mostraba a la cámara el resultado de su fechoría. Un ojete destrozado, abierto de par en par rezumando mierda y sangre, mucha sangre. Todavía introdujo en él su pene varias veces, gustándose. Ella ni tenía fuerzas para quejarse, continuaba con sus sollozos, destrozada por el dolor, pero feliz. Muy feliz.


 

Cazador de ninfas: Capítulo 4

 

La escena era de lo más surrealista. El abuelo de la ninfa, un anciano impedido, dormitaba sobre la silla de ruedas. Las emociones de la tarde habían sido muchas y, agotado, se abrazó a Morfeo con la vana ilusión de que todo lo sucedido ante sus ojos no hubiese sido más que un mal sueño. Junto a él, en su propia cama, la dispar pareja de amantes ya había saciado sus instintos. Yacían desnudos acurrucados uno junto al otro. Charly besaba de vez en cuando la orejita de Rebeca que, mimosa, se dejaba acariciar por el hombretón. Le hacía cosquillas el roce sobre sus pezones, pero la agradable sensación no mitigaba el escozor que la tremenda enculada le había dejado.

-                 ¿Cuándo volveré a verte?

-                 No lo sé… la cosa está complicada.

-                 ¿Por qué? ¿No te ha gustado? ¿No lo he hecho bien? La próxima vez lo haré mejor… Rebeca volvía a alterarse.

-                 No. No es eso, princesa. Ha sido delicioso

-                 ¿Entonces? ¿Tu mujer…?

-                 No, mi vida no. Ya te dije que ella no es el problema…

-                 Pues no lo entiendo…

-                 Cosas de mayores…

-                 ¡Oye, que no soy una cría! – Replicó la chica un poco enfadada.

-                 De negocios, quería decir. A la vista está que no eres una niña. Perdona.

-                 ¿Y qué pasa? Puedes contármelo…

-                 El negocio está mal. La crisis, las ventas, los cobros, todo es una mierda.

-                 Hablaré con mis padres, verás cómo te piden un montón de ropa.

-                 No, Rebeca, no. Aquí no hay problema.          Tus padres son muy competentes y formales. Ojalá todos mis clientes fueran igual.

La chica calló. Un espasmo recorrió su cuerpo. Aquello le sonaba a despedida. No se imaginaba la vida sin Charly.

-                 ¡Iré contigo! ¡Me escaparé de casa! ¡Vayámonos lejos! A tu país, si lo deseas…

-                 No, cielo. Tus padres te quieren. Tú les quieres. No es justo.

-                 ¡Haré lo que haga falta! ¡Lo que sea! – Rebeca suplicaba de nuevo – ¡No me dejes… me moriría!

Charly la besó en la frente. Todo iba según lo planeado. Como quitarle un caramelo a un niño. Sólo faltaba el golpe de gracia.

-                 Debo dinero. Hay que abonar el género por adelantado. Hice un par de compras y hay clientes que no me pagan desde hace tiempo…

-                 ¡Tengo euros en mi cuenta! – Rebeca buscaba una salida a la situación a toda cosa

-                 Me las arreglaré para sacarlo…

-                 No, cielo, no! Es mucho dinero… mucho. Ni en sueños podrías tener tanto… Mi jefe no es tan generoso como tú.

Rebeca ya no hablaba, se limitó a temblar desesperada, negando con la cabeza. Presentía que lo que seguía no iba a gustarle.

-                 Pero quizás haya una cosa que sí puedas hacer…

Los ojos de Rebeca recuperaron el brillo perdido. De un salto se sentó en la cama mirando ilusionada a Charly.

-                 ¿Yo? ¡Dímelo! ¡Lo que sea!

-                 ¡Dios mío! ¡No sé lo que estoy haciendo!

-                 ¡Venga! ¡Habla! – la chica estaba impaciente de conocer cómo podía ayudar a su amor.

-                 No, no – reforzaba sus palabras con el movimiento de su cabeza – Es demasiado…

-                 ¡Por favor! – Rebeca agarró la mano de Charly apretándola contra su pecho desnudo - ¡Por favor! ¡Lo que me pidas, lo haré!

Charly no tuvo arrestos para aguantarle la mirada, en verdad era lo más bonito que había visto.

-                 Mi… jefe vio una foto tuya.

Un silencio incómodo que pronto el cazador finalizó recorrió la estancia.

-                 Esa tan bonita, la del conjunto rosa… - se apresuró a puntualizar al notar un ligero rechazo en la mirada de Rebeca – no las otras en las que sales… desnuda. La utilicé de salvapantallas en mi ordenador privado y pensé que nadie la vería…

Rebeca se sentía un poco traicionada y halagada a la vez. Charly debía quererla de veras si utilizaba su foto de aquella manera.

-                 Quiere… conocerte.

-                 ¿A mí? ¿Sólo es eso? – sonrió la ninfa nerviosamente – pues no hay problema. Quedamos los tres en cualquier cafetería y charlamos….

-                 No Rebeca, no – le cortó Charly poniéndole un dedo sobre los labios para que callase – quiere conocerte… íntimamente.

Y ahí lo dejó el cazador. Podía haber insistido, o decirlo más sutilmente, pero ese no era el plan. Quería que Rebeca diese por sí misma el siguiente paso, que fuese plenamente consciente de su nueva condición. Debía asumir, interiorizar plenamente su papel. Su papel de puta que era ofrecida a otro hombre por Charly, su chulo.

La mente enamoradiza de la chica no podía aceptar aquello, era demasiado duro así que procesó la información a su manera. Tras un primer instante de incertidumbre pronto se dijo que quizás no fuese para tanto. Si la manera de poder seguir con su amado era mantener relaciones sexuales con otro hombre sólo una vez el sacrificio bien valía la pena. Era algo insignificante comparado con lo obtenido a cambio. Después estarían los dos juntos para siempre. Aclarándose la garganta, con un hilito de voz susurró.

-                 De acuerdo...

-                 ¿Cómo? – Charly quería asegurarse.

-                 Que lo haré.

Charly se incorporó sobre ella y mirándola fijamente a los ojos continuó.

-                 ¿Estás segura?

-                 Lo haré por ti – dijo Rebeca con toda la ternura del mundo – por… nosotros. Pero no te vayas de mi lado. Dime cuanto me quieres…

-                 ¡No sabes cuánto te amo!

-                 ¿De verdad?

-                 ¡Sí!

Al tiempo que hablaba en cazador se volvió a colocar en posición. Sobre Rebeca la proximidad de los cuerpos resaltaba todavía más la diferencia de tamaños entre el macho y la joven hembra.

-                 ¡Júramelo! – susurró la chica al oído de su amante, abriendo sus piernas hasta el infinito.

-                 ¡Lo juro! – contestó él al tiempo que su mayor apéndice anidaba en el interior de la ninfa.

Esa vez Charly se lo curró. Si ya de por sí era un excelso amante, aquel polvo superó ampliamente la media. Encima de Rebeca la elevó al séptimo cielo. Con cada penetración, profunda y contundente la adolescente creía morir. Morir de gusto. La tarde de sexo merecía un colofón como aquel en el que la ninfa lograse un orgasmo casi continuo gracias al saber hacer del hombretón del norte.

Algo desperezó al abuelo. Abrió de nuevo sus ojos y observó aterrado que lo que creía un mal sueño, una pesadilla, era cierto. Los gritos de placer de su nieta le habían despertado. Ahí estaba ella, sobre su cama, fornicando de nuevo. Con la boca abierta buscando aire se abría de piernas cual vulgar ramera. El cuerpo brillante por el sudor apenas se intuía bajo aquella montaña de músculos. En pleno éxtasis clavaba las uñas en la espalda de aquel hijo de puta que le había arrebatado el alma y colmaba sus oscuras necesidades.

El anciano estaba furioso. Pero no con ella. Su nietecita no tenía culpa de nada. La culpa era de él, de su hijo. Un desviado, un pervertido, un enfermo, un marica. De un ser tan despreciable, ¿Qué se podía esperar? Que engendrase una pecadora como aquella jovencita que se retorcía de gusto delante suyo. Tenía que haberlo matado el día que lo descubrió en la cama con su mejor “amigo”. En lugar de eso le buscó un matrimonio de conveniencia con la hija de un advenedizo dispuesto a sacrificar la felicidad de su primogénita a cambio de una posición relevante dentro de la burguesía de la ciudad. Parecía que todo iba bien, que el maricón de su hijo se había curado, más aún después del nacimiento de Rebeca. A la vista estaba que no era cierto. Tan sólo bastaba observar la actitud de su nieta copulando cual perra en celo delante de sus narices. Estaba enferma, como su padre. Al cesar los gritos y gemidos volvió a dormirse. Estaba agotado de tanto sufrir.

-                 ¿Y cuándo será? – preguntó la ninfa cuando el rapto de pasión pasó.

-                 No lo sé… por favor no hablemos más de ello.

Rebeca notó el tono compungido de Charly así que desvió la conversación hacia otros derroteros más alegres.

-                 ¿Y qué tal lo hago?

-                 ¿El qué? – la pregunta descolocó al hombre.

-                 ¡Qué va a ser! ¡Follar! – recordó la palabra que él había empleado.

Rebeca a horcajadas sobre Charly, jugueteaba con sus manos recorriendo cada centímetro del rostro del maduro comercial. Él acariciaba los muslos de la lolita. Definitivamente la carne fresca era lo mejor del mundo. La chica lo había agotado.

-                 ¿Qué clase de pregunta es esa?

-                 ¿Lo hago mejor que tu mujer?

-                 ¡Pues claro, tonta! ¡Le pones ganas! ¡Muchas ganas! Y sobre todo… amor.

-                 ¿Crees que lo haré lo suficientemente bien para tu jefe?

-                 ¡Rebeca! – espetó él fingiendo enfado – por favor no me lo pongas más difícil. Ya es lo suficientemente duro tener que compartirte…

-                 ¡Perdón, perdón! – replicó ella llevándose las manos a la boca – no volveré a decir nada sobre… ya sabes.

Charly la abrazó cálidamente. Rebeca era impresionante. En lugar de preocuparse por ella temía no estar a la altura de las expectativas de un mal nacido en la cama.

-                 Lo haces todo muy bien – dijo Charly jugueteando con el largo cabello de la joven – bueno, quizás…

-                 ¿Qué? – Rebeca se sintió un poco confusa.

-                 Nada, nada.

-                 ¡Venga dime, porfa…! Quiero aprender.

-                 Con la boca….

-                 ¿La boca? ¿Lo hago mal con la boca?

-                 No, no. No es eso. Tan sólo te falta un poquito de práctica, nada más.

Algo herida en su orgullo, la ninfa reptó hacia el flácido pene disponible. Ya estaba a punto de comenzar con la clase práctica cuando Charly la detuvo.

-                 No princesa, no. Hoy ya no puedo más. Tendrás que hacerlo por tu cuenta.

-                 Lo haré con él…

-                 ¿Estás segura?

-                 ¡Que sí!

-                 ¿No lleva sonda?

-                 No. Sólo pañal. Tú graba y dime cómo tengo que hacerlo.

Charly se quedó con las ganas de preguntarle si no le daba asco. Evidentemente no le interesaba hacerlo. Nervioso, manipulaba una de las cámaras. Aquello superaba la mejor de sus expectativas. Mejoraba cualquier plan pergeñado por su jefe y el jodido médico.

-                 Me llamo Rebeca. Este señor es mi abuelo…

-                 ¡La edad! – recordó Charly

-                 ¡Perdón! - tras decir sus años continuó – Decía que este señor es mi abuelo y me va a ayudar en la lección de hoy. Mamar… polla.

Tras no pocos esfuerzos logró bajar el pantalón del pijama hasta las rodillas del anciano. A la nariz de Charly llegó un nauseabundo hedor cuando Rebeca sacó los cierres del enorme pañal del viejo paralizado. El olor a heces y orina no detuvo a la decidida alumna que viendo su objetivo próximo no se anduvo por las ramas. El pene de su abuelo no era más que un pellejo arrugado, enrojecido por el roce de la piel con la piel. La chica no parecía consciente de lo que hacía. Para ella no era más que una especie de clase particular. Algunas prostitutas ni aun cobrando hacían aquello. Apartándose el cabello de la cara, acarició el prepucio con la yema de sus dedos. Cuidadosa, apartó los pliegues hasta que la punta del capullo vio la luz. Era regordete, aunque inerte. De momento.

-                 ¡No lo hagas! – gritaba el viejo para sus adentros - ¡Por dios Rebeca, no lo hagas! Eso no….

Pero ya era tarde. Su nieta, su adorada nieta, la misma con la que pasaba las largas tardes de primavera jugueteando en el parque, le estaba comiendo la polla. Sin prisa, gustándose delante de la cámara que empuñaba un anonadado Charly. Desarmado, el patriarca de la familia no podía sino aguantar el suplicio estoicamente. Paradojas de la vida aquella era su primera felación de su vida. Él y su esposa eran un matrimonio a la antigua. Sexo diario como dios manda. En la cama, por la noche y con la luz apagada. Tan sólo la pequeña variante de quién estaba encima de quién y nada más. Y coito vaginal, por supuesto. Nada de otras asquerosidades inmorales como las que Rebeca llevaba practicando toda la tarde.

-                 ¿Qué tal?

-                 Divino. Quizás deberías lamer un poco más por fuera y no te la metieses tan adentro.

-                 ¿Así?

-                 Mejor. Así evitas las arcadas.

-                 Me molestan los pelos. Debería hacerme una coleta…

-                 Está bien así. ¡Parece que a tu abuelo le gusta!

-                 Mmmmmmmmm – asintió Rebeca sin sacar la verga de su boca.

Muy a su pesar el viejo también se había dado cuenta. Su polla, como la de todos los hombres, tenía poder de decisión propio. Siempre había sido un hombre muy entero. Hasta el incidente de su ictus, cumplía todos los días con el deber matrimonial sin necesidad de fármacos ni estimulantes artificiales. De hecho, la parálisis le sobrevino haciendo el amor con su esposa un sábado por la noche. Haría poco más de un año de eso. Desde entonces, nada. Un vegetal inerte y ahora un muñeco sexual para su nieta. Al contrario de lo que pudiera parecer al ver la excitación de su pene no le gustaba aquello. Quería morirse de veras. Intentó buscar consuelo en la oración, fue inútil. Lo que quedaba de hombre en él emergió erecto quizás por última vez en su vida.

No le costó demasiado a Rebeca obtener su recompensa. Abrió la boca delante del objetivo para mostrar a este una manchita albina sobre la lengua. Después la paladeó como si nada. Acababa de comerle el rabo a su abuelo y a ella tan sólo le preocupaba su nota.

-                 ¿Qué tal?

-                 Perfecto. Y justo a tiempo. Se me acaban las baterías.

-                 ¿Por qué no usas el móvil?

-                 La calidad es penosa.

-                 Tienes que irte. Mi papá llegará en cualquier momento y yo todavía tengo que arreglar esto.

Charly no estaba intranquilo por eso. Todos los miembros de la familia eran férreamente controlados. Cualquier movimiento de aproximación hacia la casa le hubiese sido comunicado vía telefónica en tiempo y forma.

-                 Eres un ángel ¿Te lo habían dicho?

-                 Sí – contestó ella un poco culpable.

Precisamente la última persona a la que le había lamido la verga, se lo repetía constantemente y ella se lo había pagado así, humillándole. Charly la notó retraída y quiso consolarla de algún modo.

-                 No estés triste. Creo que le ha gustado…

-                 ¿Tú crees?

-                 Seguro.

-                 ¿Me quieres?

-                 Te quiero.

Y así abrazados permanecieron un instante que ninguno de los dos deseó acabase nunca. Fue Charly el que rompió el hechizo. Se vistió como un rayo ante la atenta mirada de las otras dos personas de la habitación. Al acercarse a Rebeca para despedirse recordó un detalle de los planes de su jefe para con la ninfa. Acogió su bello rostro entre las manos besándola tiernamente por última vez aquella jornada.

-                 Eres preciosa. Adiós, pequeña. Te llamaré para quedar un día de estos.

-                 ¿Cuándo? – replicó ansiosa de volver a estar con él.

-                 Pronto. La semana que viene… espero.

-                 Que sea lo antes posible. No te has ido… y ya te echo de menos.

-                 Adiós Rebeca. Adiós abuelo, un placer conocerle.

 Pero antes de irse dijo algo que no dejó de rondar la cabeza de Rebeca los días siguientes.

-                 Por cierto ¿Sabes lo que es un peinado “Bob”?

*****


-                 Date prisa. El taxi te espera

-                 Ya voy, ya voy…

-                 Deberías estar preparada. Sabías que vendría a esta hora.

-                 Sí, papá. No seas pesado.

-                 Dale un beso a tu madre de mi parte.

-                 Se lo daré.

-                 ¿Qué tal ha pasado la tarde el abuelo?

-                 Bien – Rebeca cada vez mentía mejor – apenas ha respirado.

-                 Y tú ¿Has estudiado mucho?

-                 Mucho.

-                 ¿Teoría o práctica?

-                 Práctica. – sonrió imperceptiblemente la chica.

-                 ¿Y qué tal?

-                 Todavía me falta. Yo bajo la basura. Hasta mañana, papi.

-                 Adiós, mi vida -le dijo el padre besándola en la frente - ¡Ah! Se me olvidaba. A la abuela le ha vuelto a salir un imprevisto. Tendremos que cuidar al yayo hasta el viernes. No te importa pasar aquí las tardes, ¿verdad? Yo haré el turno de noche…

-                 No… no me importa – una leve y casi imperceptible sonrisa se instaló en los labios de la chica – Me vendrá bien… necesito practicar mucho.

-                 ¡No sé cómo dice mamá que te estás volviendo rebelde! – replicó el padre eufórico – ¡Eres la mejor hija del mundo!

-                 ¡Ay! Suéltame, no seas pesado – protestó Rebeca librándose del abrazo del oso.

Bajó las escaleras de dos en dos y tiró la basura en un contenedor cercano. La enorme bolsa de plástico albergaba la ropa de cama, era imposible limpiarla de tantos restos orgánicos que la adornaban. Además, estaba relativamente contenta. Por fin iba a poder agradecerle a Charly todas sus atenciones.

Apenas la puerta se cerró, Gabriel, el papá de Rebeca, se lanzó en busca del teléfono móvil. Ni siquiera se tomó la molestia de ir a ver a su padre. ¿Para qué? Ya ni se hablaban antes de caer enfermo así que no tenía mucho sentido intentarlo ahora que el anciano estaba totalmente incapacitado. Estaba sobreexcitado, apenas acertaba con los números.

-                 ¿Iván? – poco menos que gritó al interlocutor cuando a los pocos segundos oyó su voz.

Esperó la respuesta del interlocutor

-                 Soy yo. Ya puedes venir. No hay moros en la costa.

-                 ¡Que no hay nadie! – gritó un poco enfadado al ver que su expresión no había sido comprendida.

-                 Seguro… - tras un breve lapso continuó - ¡Trae el disfraz! Ya sabes, los vecinos…

Gabriel se preparó. Tuvo que ir al baño de nuevo. El enema hacía su efecto. Estaba nervioso como un colegial. Hacía tiempo que se relacionaba vía Internet con chicos como Iván, pero era la primera vez que tenía contacto físico con alguno. Se habían citado varias veces en un sórdido local pero aquella noche iba a ser la primera en la que compartiría cama con el joven rubio que le quitaba el sueño. No sabía por qué narices aquel adonis se había fijado en un tipo maduro tan convencional como él.

Media hora más tarde un repartidor de pizzas llamaba a una puerta. Nadie reparó en su llegada al lugar en taxi en lugar de en ciclomotor, ni que tardó varias horas en realizar la entrega. Lo que Gabriel se metió al cuerpo aquella noche no fue masa italiana sino salchicha rusa, ucraniana más bien. Y en la casa de sus padres. Miel sobre hojuelas. Incluso se le pasó por la cabeza montárselo con el muchacho delante de su padre, pero se contuvo. Lo odiaba, pero no a tal extremo. Había que estar muy enfermo para hacerlo de ese modo.


 

Cazador de ninfas: Capítulo 5

 

-                 ¡Rebeca! ¡Chica, pareces atontada! ¿Qué te pasa?

En medio de clase de matemáticas otra vez la mente de la joven volaba lejos de allí. Gracias a Dios su amiga la sacó del trance durante un examen. Afortunadamente para ella, el nivel del resto de sus compañeros era tan bajo que no le costaba mucho aprobar. Quizás sus notas no alcanzasen la brillantez de antaño, pero lograba alcanzar los objetivos sin agobios y más aún en aquella asignatura que se le daba tan bien. Sacudió la cabeza, sonrió a la interlocutora, resolviendo con soltura el último ejercicio. Le había sobrado tiempo. Perfecto.

-                 Los que acabéis podéis salir al patio. ¡No permanezcan en los pasillos, que molestáis al resto de vuestros compañeros…! - gritó la profesora.

 Nada que objetar. Rebeca se levantó como un rayo ante la mirada de odio de varios de sus compañeros, aquellos a los que se les hacía imposible tan siquiera entender el enunciado de los problemas. Entregó el examen con una sonrisa y se acercó de nuevo a su pupitre. Al recoger los bártulos dudó un poco.

-                 Tres… - murmuró - ¡Mejor cuatro! Hoy me apetece algo fuerte…

Y diciendo esto agarró ese número de rotuladores bastante gruesos que guardaba en su estuche. Abandonó la sala jugueteando con el útil de dibujo negro entre sus labios. Todavía tenía el sabor característico, algo lógico si se tiene en cuenta que no habían pasado ni dos horas después del primer descanso de la mañana. Sabía a mierda. Su mierda. Y pronto tendría ese mismo sabor, aunque más reciente

En el baño de la última planta, aquella que apenas se utilizaba para algunas clases especiales, se encontraba poco después Rebeca, sentada sobre una taza. Frente a ella, la máquina de retratar que le había regalado su abuela, hacía su función de manera automática ya que los móviles estaban prohibidos en el centro. Su postura no era cómoda. Tres de los rotuladores ya los tenía clavados hasta bien entrado el coño y se peleaba con el cuarto para introducirlo en su ano malherido. Charly, su amado Charly no dejaba que esta parte de su cuerpo se restableciese completamente. Apenas su estado comenzaba a mejorar otra nueva sesión de sexo sodomita, febril y compulsivo la destrozaba de nuevo por dentro. A Charly le gustaba encularla, era evidente. Ella tampoco se resistía demasiado, cualquier sacrificio era poco con tal de complacerle. Últimamente la afición de su amado por aquella variante se había vuelto obsesiva. Le daba por el culo a la menor ocasión, sin apenas preámbulo.

Rebeca no lo sabía, pero su hombre se limitaba a cumplir órdenes. Preparaba a la ninfa para su primera película en la que el sexo anal sería imprescindible. La versión porno de una obra de culto de los noventa. Un largometraje de acción trufado de escenas de sexo con la lolita principalmente por la puerta de atrás. Un encargo para Oleg de un importante cargo político japonés.

Con los cuatro apéndices ocupando su sitio natural que no era otro que el interior de su cuerpo Rebeca evocó al bueno de Charly, imaginando que era él quien la penetraba. Daría la vida por aquel gigantón que además de guapo y atento era un dios en la cama. No es que la ninfa hubiese tenido otra experiencia con el sexo contrario, pero bastaba escuchar las estúpidas conversaciones de sus compañeras de instituto para darse cuenta de que lo que aquel macho le hacía sentir ni en sueños se parecía a las memeces que no paraba de oír. Los chicos de su edad eran unos salidos, infestados de hormonas que apenas entraban en faena, se corrían como monos y que no paraban de contar sus logros a todo aquel que se paraba a escucharles.

Rebeca, teóricamente al menos, estaba castigada sin poder pisar la calle desde dos semanas antes, pero ni aun así habían dejado de verse con su amor prohibido. Disfrazado de la forma más variopinta se metía en su casa y por añadidura en sus bragas sin que nadie se diera cuenta. Pasaron un par de tardes de lo más animadas en la casa de los Cifuentes. La chica se comportó como la anfitriona perfecta, dio lo mejor de sí al huésped que la encandilaba.

El primer encuentro fue todo magia, besos, caricias y risas aderezados con sexo tierno. Por la puerta trasera como no podía ser de otra forma, pero muy dulce. Juguetearon por toda la casa desnudos, como dos adolescentes enamorados. Rebeca enseño a Charly todo su vestuario para mayor gloria del maduro cazador que instruía a su protegida en el delicado arte del posado erótico. Estaba deliciosa semidesnuda mirando pícaramente el objetivo metiéndose uno o varios dedos por el culito.

Todavía le dolían las muñecas a Rebeca debido a las esposas que él le colocó la segunda tarde. La chica notó el cambio de actitud apenas su amante cruzó el umbral de su casa. Incluso se asustó al principio al sentirse agarrada por el cabello y lanzada de bruces contra la cama de sus padres. Con los ojos inyectados en sangre Charly parecía otro, Rebeca ni se atrevió a preguntar qué narices le pasaba y se dejó hacer. El cazador se ensañó con ella, utilizando todo tipo de juguetes, cuerdas, cintas y otros aderezos al cepillarse a la chica de manera salvaje. En primer lugar, la inmovilizó completamente, taladrándola a placer furiosamente. Como animal desbocado buscó su propio orgasmo sin importarle un pimiento los sufrimientos de la muchacha. Frenético, casi violento, introducía su pene totalmente por los agujeros puestos dócilmente a su disposición, en especial el ano, donde se recreaba hasta el éxtasis. La chica sangró por primera vez durante el coito, pero aquello no detuvo a su amante a la hora de seguir sodomizándola hasta la extenuación, como queriendo partirla en dos. Incluso le dejó los dedos marcados en los glúteos de tan fuerte que le agarraba una y otra vez en salva sea la parte. De haber podido Rebeca hubiese gritado a rabiar, pero aquella especie de mordaza y su bolita bermellona incrustada entre sus dientes impedían que los vecinos de tres manzanas a la redonda se escandalizasen por sus aullidos. Jamás la cama en la que ella fue engendrada había experimentado antes un encuentro sexual tan tórrido y sucio.

Paradojas de la vida, la primera tarde en su casa apenas era un vago recuerdo en la mente de Rebeca. En cambio, recreaba al detalle cada una de las sensaciones experimentadas cuando Charly la trató poco menos que como a una muñeca hinchable. Soñaba con la mezcolanza de miedo, sudor y olor a sexo, con aquellas manazas que estrujaban sus tetas como queriendo arrancarlas, con las palabras obscenas que el macho le susurraba mientras la follaba. Mojó sus braguitas cuando evocaba el sabor del semen mezclado con su propia sangre recién brotado de sus entrañas. Caliente, sucio, nauseabundo, delicioso. Simplemente evocando aquel recuerdo la vagina de la muchacha comenzaba a supurar y los pezones amenazaban con salir disparados de su pecho. El semen de Charly resbalando por sus labios, pura ambrosía.

En el lavabo la chica estaba a punto de acabar. Con el intruso en su orto completamente clavado, se metió caña a dos manos con los tubitos de su vulva. Al explotar, ahogó su clímax con una mano al tiempo que los tres rotuladores rodaron por el suelo a diestro y siniestro, brillantes, como embadurnados en gelatina y sangre. Una paja sublime. Lo mejor para liberar la tensión del examen. Nada de tilas ni otras chorradas que siempre le aconsejaba su madre.

Su madre. Rebeca pensaba ciertamente que su madre era gilipollas. Se había enfadado con ella por una tontería. Retorciendo el cuarto útil de escribir en su ano para sacarlo con suavidad todavía recordaba la escena que les había montado a ella y a su padre:

-                 ¡Has visto lo que ha hecho tu hija!

-                 ¿Qué? – Repicó Gabriel a su exaltada esposa

-                 ¿Qué? ¿Estás ciego?¡Mira su cabello!

El hombre guardó silencio y se encogió de hombros, táctica habitual para cuando no se sabe por dónde te van a llegar los golpes.

-                 ¡Mamá! Es mi pelo. Yo…

-                 ¡A callar, jovencita! ¡Dice que tú le diste permiso!

-                 Bueno… - por su bien Gabriel intentó recordar la situación – me pidió dinero para ir a la peluquería y creo recordar que me dijo algo acerca de cortarse el cabello… ¿Las puntas?

El tono dubitativo de su voz no inspiraba nada de confianza.

-                 ¿Las puntas? ¿A ti te parece que se ha cortado las puntas? - Agarró a una enfurruñada Rebeca colocándola enfrente de su progenitor.

Fue entonces cuando el hombre se percató de la fechoría. La interminable cabellera de su princesa se había transformado en una especie de casquete de pelo liso, que se ondulaba hacia adentro al llegar a la mandíbula y al cuello, dejando al aire su nuca rapada. El hombre se sorprendió un tanto pero cuando sus ojos se cruzaron con los de su única hija de su boca salió un comentario que la madre no esperaba.

-                 Pues le sienta bien… - dijo inocentemente.

Aquello fue la gota que colmó el vaso. Nieves estalló como un volcán.

-                 ¡Que le sienta bien! ¡Bien! ¡Siempre me haces lo mismo! ¡Nunca me das la razón a mí…!

Gabriel quiso que se le tragara la tierra. Su mujer era una hembra de las de verdad, educada y católica. Pero cuando se enfurecía sacaba el genio de la lavandera que llevaba dentro y por aquella boca podían salir las mayores pestes. Padre e hija aguantaron estoicamente el ir y venir de la madre soltando improperios de aquí para allá. Terminó su retahíla de reproches con el consabido:

-                 ¡Estás castigada hasta que las ranas tengan pelo! ¡Y tú! – dijo amenazando con el dedo a su marido - ¡Tú y yo ya hablaremos!

 El tradicional portazo puso fin a la discusión. Más bien al monólogo, porque la señora no había dejado meter baza a los otros dos miembros de la familia en los diez minutos que llevaba hablando sola. Gabriel había intentado hablar, pero al contemplar cómo Rebeca negaba con la cabeza se lo pensó mejor. El silencio es una virtud que nos empeñamos en no utilizar cuando es necesario.

Unos instantes después, con todo más calmado, fue la hija la que susurró:

-                 Papi…

-                 ¿Qué? – respondió el padre en el mismo tono.

-                 ¿Cuánto crees que tardarán las ranas en tener pelo?

-                 ¡Uf! No sé. Una semana, por lo menos…

-                 Creo que serán dos…

Tuvieron que ponerse la mano en la boca para que la madre enfurecida no oyese sus risas. Pero como una madre es una madre, leyéndoles el pensamiento, atronó de nuevo una enérgica voz desde el interior del dormitorio.

-                 ¡Rebeca! ¡A la cama inmediatamente! ¡Ya!

-                 ¡Voy!

Ya se encaminaba a su cárcel cuando su padre le cogió de la mano y guiñándole le dijo:

-                 Estás muy guapa.

-                 Gracias, papá.

Rebeca se echó a dormir reconfortada por las cálidas palabras de su padre. Le importaba un pimiento su orientación sexual. Era un buen hombre y le quería mucho.

El timbre de fin de clase sacó a Rebeca del trance y de sus recuerdos. Debía darse prisa, recogerlo todo, limpiar los bártulos y volver a su pupitre para las tres últimas horas de instituto de la semana.

-                 ¿Dónde estabas? – le dijo su amiga un poco mosqueada al verla llegar sonriendo.

-                 En el baño…

-                 ¡Un cuarto de hora!

-                 ¡Sí, pesada! – contestó Rebeca un poco mosqueada – ya sabes. Tengo… eso.

-                 ¡Vale, vale! – dijo la otra con una sonrisa en son de paz – ya me he dado cuenta de que te mueves bastante en la silla. ¿Te duele?

-                 Un poco.

 Pero un zumbido interrumpió tan trascendente charla. La megafonía del centro iba a actuar. Algo corriente una o dos veces por semana. Mucho gamberro en aquel instituto concertado.

-                 Señorita Rebeca Cifuentes – dijo una voz femenina – Rebeca Cifuentes acuda al despacho de la Directora.

Se le cambió el color a la ninfa. Nunca antes su nombre había sonado por aquellos altavoces. Si te llamaban no solía ser por nada bueno. O estabas en un lío o había pasado algo grave. Temblorosa salió la joven por la puerta de su clase. Medio ida su mente pensó en el abuelo. No podía ser cierto. Todavía no. Todos decían que incluso había mejorado desde que ella le cuidaba. Cuando se acercó al despacho estaba hecha un flan, pero al percatarse del rostro sonriente de la directora respiró hondo.

-                 ¡Discúlpame Rebeca! ¡No te asustes, no pasa nada! No me acordaba de lo de tu abuelo.

La chica se derrumbó, comenzó a llorar como una magdalena en el regazo de la directora que no sabía qué decir para disculpar su falta de tacto.

-                 ¡Perdóname, pequeña! No pasa nada. Al contrario… es una gran noticia.

-                 ¿Gran… no… noticia?

-                 ¡Te han seleccionado! ¡No sabía que habías mandado la solicitud!

-                 ¿Solicitud? Pero… - Rebeca miraba a su mentora estupefacta.

Ya estaba a punto de hablar más de la cuenta cuando de repente el interlocutor de la directora se giró. El respingo que dio Rebeca no fue nada apropiado para una teórica actriz como ella. A punto estuvo de delatar al hombre que le miraba sonriente tras unas gafas de culo de vaso. Como las gafas de Clark Kent resultaban un disfraz poco menos que cómico.

-                 ¡Así que esta es la chica! ¡Rebeca Cifuentes, supongo!

-                 Rebeca, te presento al señor Spizs….

-                 ¡No se moleste! Puede llamarme Günter.

-                 ¡Te han seleccionado para el campus de la Olimpiada Matemática! ¡No es increíble! Yo también fui cuando tenía tu edad – la directora daba saltitos como si le hubiese tocado la lotería.

Estaba emocionada. Pensaba que todos sus alumnos eran unos lerdos y jamás imaginó que aquella mocosa alcanzase el nivel mínimo para tan selecta prueba. Si bien era cierto que era la mejor en aquella asignatura tampoco parecía una lumbrera. Pero en medio de tanta mediocridad no iba a ser ella la que cortase las alas la única oveja que despuntaba del rebaño.

Rebeca alucinaba. No sabía si reír o llorar. Lo más lógico hubiese sido salir corriendo y no parar, pero la dulce voz de su amante la embaucó de nuevo.

-                 Estoy aquí para una prueba preliminar.

-                  Pero ella no estará preparada… así… sin avisar.

-                 No se preocupe. Es tan sólo un mero test de personalidad. El cálculo infinitesimal y el álgebra de Boole los dejaremos para otro momento.

-                 Pe… pero… - la mujer quería meter baza.

-                 Se trata de ver el grado de adaptación de… Rebeca – incluso se hizo el despistado simulando no recordar el nombre de la ninfa – Interesa conocer la implicación de la concursante, su capacidad de respuesta ante situaciones no controladas y su nivel de concentración en un ambiente no habitual.

-                 Entiendo – mintió la Directora.

-                 Ni se imagina la cantidad de chicos y chicas… genios superdotados que fracasan en este tipo de competiciones. Son tremendamente capaces de solucionar infinidad de cuestiones mucho más complicadas, pero en su entorno, en su casa o con los suyos, no en un pabellón lleno de gente mirándoles.

-                 Claro, claro…

-                 Hay que saber mucha matemática, pero también controlar los nervios y actuar bajo presión. Por eso Rebeca es perfecta – dijo mirando a la muchacha con la mejor de sus sonrisas – según su inscripción le gusta matemáticas y teatro. Curiosa combinación, jovencita.

-                 Gra… gracias – acertó a decir la una Rebeca desconcertada.

-                 ¡Bien! No perdamos más tiempo… ¿dónde está su despacho?

-                 ¿Despacho?

-                 No querrá que hagamos la prueba aquí mismo…

-                 No, claro.

-                 Necesitamos un lugar tranquilo, en el que no seamos molestados en digamos… una hora. Nada de teléfonos ni interrupciones… esto es muy serio, señora mía.

-                 Por supuesto.

Y sin mayor dilación el supuesto representante del comité selector para la Olimpiada Matemática y una alucinada Rebeca, entraron en el susodicho despacho dejando a la señora y a la secretaria que le acompañaba con un palmo de narices, mirando una puerta cerrada.

-                 ¡Es… tas… lo… co! – decía en voz baja la ninfa entre beso y beso.

-                 ¡Me moría por verte! – le contestó el otro levantándola entre sus manos como una pluma.

-                 ¡Pero… aquí!

-                 ¡No podía más!

-                 ¡No sigas…! ¡Quieto!

En verdad intentó resistirse, pero cuando Rebeca sintió en su boca la lengua juguetona de Charly, se vino abajo su voluntad. Ya ni intentaba zafarse. A su nariz llegó aquel aroma que le erizaba el espinazo. Tabaco negro, vodka sin mezcla y loción de afeitado a partes iguales. Demoledor.

Los dedos del hombre ya acariciaban la piel de la muchacha. Era perfecto conocedor del instrumento que llevaba entre manos. Sabía qué tecla tocar, dónde atacar y qué hacer para que la ninfa se derritiese como la mantequilla. Al poco tiempo, Rebeca ardía como una tea, suplicaba por la manguera de Charly para apagar su fuego interno. El hombre se dio cuenta:

-                 “¡Qué pedazo de zorra estás hecha!” – pensó.

En un momento dado él abarcó la cara de la joven con sus manazas.

-                 Ciertamente he venido a examinarte. – dijo en voz muy baja.

-                 No comprendo. – contestó ella en el mismo tono.

-                 ¿Has practicado mucho? – dijo él haciendo un bulto con la lengua en la mejilla.

Se le iluminó la cara a la chavala al comprender de qué se trataba.

-                 ¡Ayer estuve con el abuelo toda la tarde a solas! - y continuó entre risas ahogadas - ¡Todavía me duele un poquito el cuello!

-                 Al final voy a ponerme celoso de ese viejo

-                 ¡Tonto! Pues te parecerá mentira, pero todos dicen que está mejorando una barbaridad…

-                 Venga… al asunto – dijo el hombre dejando un poco de espacio entre él y la pequeña ninfa.

-                 Vale… ¡Pero cierra la puerta con llave, por Dios! Esto es una locura…

-                 ¡No entrará nadie!

-                 ¡Por favor!

El cazador frunció el ceño, pero no era cuestión de discutir y perder el tiempo. Se acercó a la puerta y manipuló la cerradura durante un rato. Aprovechando el viaje, sacó de su cartera su inseparable cámara de vídeo. Rebeca no se sorprendió en absoluto.

-                 ¡Desnúdate!

-                 ¡Ni hablar!

-                 Tú querías que cerrase la puerta, yo quiero que me la chupes en pelotas. Una por otra.

Rebeca sonrió al tiempo que comenzaba a desabrocharse la camisa. Era arriesgado, por otra parte, no quería manchar su uniforme. Habría sido imposible justificar las manchas en su camisa inmaculada. No obstante, recordó el pequeño inconveniente.

-                 ¡En bragas! Tengo la regla. – intervino con una mueca.

Charly miró al techo resignado al tiempo que se bajaba la bragueta liberando a su pene dispuesto para la evaluación. Para disgusto de la chica, él se recostó de espaldas a la ventana. Desde fuera nada se vería de lo sucedido en el interior del edificio al tiempo que ante él aparecería una espectacular visión panorámica del patio de recreo.

-                 ¡Ahí no!

-                 ¡Rebeca, no me jodas!

-                 ¡Te odio!

Pero no le odiaba. Le amaba. De no ser así no podía explicarse tanta sumisión incondicional.

-                 Me llamo Rebeca y tengo… - enunció la retahíla acostumbrada.

-                 ¿Dónde estamos?

-                 En el despacho de la directora de mi instituto.

-                 Perfecto…

En efecto. Las intensas horas de prácticas habían obrado el milagro. La perfección hecha carne era la lengua de Rebeca. Había aprendido. Mucho. Se trabajaba los bajos del hombre como la más vieja puta de las Ramblas. Atacaba al miembro cuando debía y le daba un respiro justo en el momento exacto. Charly creyó que se moría al comprobar en sus propias carnes los progresos de la chica. Incluso se escapó de su boca algún que otro suspiro que la ninfa tomó como un halago, dándole alas para seguir con su buen hacer.

 Rebeca quería, necesitaba su ración de semen y aceleró al máximo. Sin usar para nada las manos engullía el rabo del semental a velocidad de vértigo. Su nuevo peinado, más corto y funcional que el de siempre se movía acompasado a la felación. La glotis de la ninfa se hinchaba. Parecía a punto de reventar ante tal afrenta. Pero era tan sólo una percepción. Aceptaba el desafío con soltura. Incluso unas cuantas veces se dilató lo suficiente como para dejar pasar la punta del glande de su amante. Cada vez lo hacía con mayor frecuencia y facilidad.

A Charly se le iba la vida cada vez que aquella metálica boquita hacía el vacío en la punta de su estoque. Parecía querer absorberlo como un diminuto agujero negro. La aspiradora de Rebeca pronto sería legendaria. Las mayores fortunas del mundo, jefes de gobierno y altos cargos eclesiásticos darían buena fe de ello. Y con unas pocas lecciones los coños no tendrían tampoco secretos que ocultar a la ninfa. Señoras de las más altas casas reales pulirían sus clítoris con los cálidos labios de la putita hispana. Con aquella cara y sus habilidades innatas en trabajos orales tendría las puertas abiertas a las más exclusivas orgías. Por si fuera poco, sus otros dos agujeritos no se quedaban atrás, en especial el ano, que ofrecía cada vez más gustosa a su por ahora único amante.

Protestó la ninfa cuando se vio izada del suelo, volteada contra la mesa y con las piernas abiertas.

-                 ¡Córrete ya! ¡En la boca! No seas malo…

Lo estaba pasando bien pero lógicamente temía ser descubierta en tan comprometedora postura. En realidad, creía no ser capaz de contener los gritos de placer al ser enculada. De ser así los descubrirían en una posición de lo más comprometida para ambos.

-                  No te resistas. Será peor.

Él se tomó su tiempo. Incluso examinó a conciencia las partes pudorosas dispuestas para el asalto. Apartó las braguitas a un lado y tiró ligeramente del hilito blanco que emergía de aquel chochito. No le hubiese importado arrancar el tampón y sustituirlo por su polla a punto de estallar. A estas alturas de la vida un poco de sangre no le asustaba. Pero no era el momento ni el lugar adecuado así que se centró en el otro agujero. Con un par de lametones bastaron para saber que la puerta trasera estaba disponible y en perfecto estado de revista.

Rebeca se relajó sobre la mesa de su directora. Por fortuna era una mujer muy ordenada y la mayor parte del mueble estaba libre de papeles u otros obstáculos. Cerró los ojos y esperó el suplicio. Se mordió el antebrazo aun antes de notar como nuevamente sus carnes se abrían ante el ímpetu de Charly.

Podría decirse que aquella vez la sodomización fue suave sobre todo comparada con otras veces. Lenta a la vez que profunda, dándole tiempo a la muchacha a procesar la verga en su interior sin demasiados agobios. De vez en cuando el hombre se detenía, con su arma enterrada en lo más recóndito de la muchacha y lanzaba casi imperceptibles sacudidas que provocaban gemiditos de gusto a su compañera. Afortunadamente para sus propósitos el último tiempo de recreo había comenzado así que la algarabía del patio amortiguaba en parte tales demostraciones de placer. Mientras sus compañeras deambulaban de aquí para allá, Rebeca era enculada inmisericorde en el despacho de la directora. Su mejor amiga se estaría preguntando qué pasaba y allí estaba ella, disfrutando del sexo del que tanto renegaba en público. Cada día amaba más a Charly. Y a su polla más.

 El cazador en cambio calculaba cada movimiento milimétricamente. Sin perder de vista el reloj que le indicaba que pronto tendría que acabar la función, inmortalizaba el encuentro sexual con todo detalle. De vez en cuando tomaba una panorámica del despacho, e incluso del juego de las otras muchachas que, ajenas a los acontecimientos seguían con su vida en el patio.

-                 “¿Quién sabe?” - pensó Charly – “quizás haya algún que otro pececito interesante.”

Pero sabía que no era ese el modo de actuar de Oleg, el jefe. Su organización se extendía por toda España y buena parte de Europa, raramente coincidían más de una presa en la misma ciudad. Tenía varios cazadores de todo tipo que ni siquiera se conocían entre sí. Cuestión de seguridad. Jamás repetían instituto y de poder ser, de barrio. Pocas chicas, sin embargo, de calidad suprema. Como aquella en cuyo culo estaba a punto de correrse como un mandril. Con infinito esfuerzo logró evitarlo. Sacó la verga en el momento justo. Rebeca, entrenadísima en tales menesteres, olvidó su dolor y se abalanzó de rodillas a recibir su ración casi diaria. Abría la boca como un pez en un acuario.

-                 ¡Toma!

-                 ¿Para qué quiero eso?

-                 ¡Para que no se manche la moqueta!

Rebeca reconoció que el hombre pensaba en todo. Agarró el portarretratos con una mano y lo colocó horizontalmente bajo su barbilla. No pudo ser más oportuna. En aquel preciso instante un torrente de leche masculina arremetió contra su paladar con una virulencia desmedida. En efecto su cavidad bucal no dio abasto. A pesar de estar avisada no supo cómo contener la avalancha. Una parte de la simiente se escapó de entre sus labios derramándose sobre el cristal. Esta vez ni jugueteó con el fluido. Tal era su cantidad que tuvo que tragarlo como pudo. Sabía que inmediatamente otra descarga estallaría menos abundante pero igual de contundente. Hasta tres eyaculaciones más siguieron a la primera. Rebeca estaba sorprendida al tiempo que feliz. Sorprendida ante la potencia de su amante y feliz por ser ella el motivo de tan impresionante corrida. No dejó de sorber hasta que el vigoroso rabo perdió fuelle. Derrotado pero satisfecho.

-                 ¡Límpialo!

-                 ¿Más? – miraba ella incrédula el miembro reluciente.

-                 La foto… ¡No pretenderás dejarla así!

Fue entonces cuando la ninfa tomó conciencia de la naturaleza del objeto que tenía en la mano. En ella la directora, su marido y sus dos hijas sonreían ufanos en una pose bastante forzada. Bueno, al menos en teoría. Lo cierto es que apenas se distinguían las figuras bajo el baño de semen que las inundaba.

Charly se contorsionó de gusto al contemplar absorto como Rebeca se recreaba en la tarea encomendada. Lo dejó impoluto, como si nada hubiese ocurrido. Sin dejar de mirar a la cámara, como toda una profesional.

-                 ¡Venga, vístete! ¡Deprisa!

Cinco minutos antes de la hora señalada se abrió la puerta del despacho. Toallitas húmedas, un poquito de maquillaje y aquí no ha pasado nada. Rebeca comprobó escandalizada que el hijo de puta de Charly no había cerrado con llave, había sido tan solo una estratagema más. Pero tuvo que comerse la rabia del mismo modo que había hecho con la polla de su amante y limitarse a sonreír a las palabras que este le regaló.

-                 Enhorabuena, señora mía. Tiene usted una pupila estupenda

-                 ¿De veras? – se le escapó a la directora-  Estoooo ¡Sí, claro! Rebeca es la mejor de mis alumnas.

-                 Puede estar usted segura de ello. Recibirán respuesta del Comité de Selección, pero en confianza le digo que, en lo que a mí respecta, es la mejor de cuantos aspirantes he entrevistado.

-                 ¿Y cuándo…?

-                 Paciencia. Hay algunos candidatos a los que todavía mis compañeros y yo tenemos que evaluar. En principio, si todo va bien, hay una concentración previa del equipo en el puente de principios de diciembre. Este año es una semana completa en Málaga. Un lujo. Como comprenderá se utilizan periodos no lectivos para no interferir en los estudios de los muchachos…

-                 Entiendo.

-                 Por supuesto necesitaremos el consentimiento parental…

-                 Y luego está lo del profesor de apoyo…

-                 ¿Profesor de apoyo? – dijo Charly un tanto descolocado.

-                 Desde luego. Sé de buena tinta que eso no ha cambiado desde hace años. No está permitida la presencia de padres, en cambio es imprescindible que un profesor del centro o en su defecto personal administrativo acompañe y vele por la salud de la alumna. En este caso, de Rebeca.

-                 Bueno… - los planes de Oleg, el jefe de Charly, se tambaleaban por momentos.

-                 ¿Qué tal tú, Ana? – dijo la directora a su secretaria.

La interpelada estaba tan superada por los acontecimientos que no supo qué decir.

-                 Al fin y al cabo, las matemáticas eran… son tu especialidad. Me consta que el resto de profesores tienen sus planes para esas fechas. En cambio, tú…

No prosiguió por pura cortesía. Sabía que su secretaria carecía de cualquier tipo de vida social. Amargada en sus años de docencia efectiva, se había refugiado en un puesto administrativo intranscendente con tal de no volver a situarse delante de aquellos monstruos que el resto de sus compañeros llamaban alumnos.

-                 Bueno...- intervino Charly al quite, recobrando la compostura – quizás estemos vendiendo la piel del oso antes de cazarlo.

-                 Po… por supuesto – intervino la directora algo avergonzada por su desmedido entusiasmo.

-                 Bien, me marcho. Señoras, un gusto. Rebeca – hizo una especie de reverencia a la muchacha – Todo un placer conocerte.

-                 A… adiós.

Rebeca no se lo creía. Le daba vueltas a la cabeza camino de su clase. Charly estaba loco. ¿Cómo podía habérselas ingeniado para colarse en el instituto de aquella manera? ¿Y ella? Ella estaba peor que él. Montárselo en el despacho con aquella bruja cuarentona y la lesbiana de su secretaria al otro lado de la puerta. Así como otras veces había estado a punto de perder los nervios en aquella ocasión le dio por sonreír. Charly arriesgaba mucho por ella, y eso en el fondo le gustaba.

 En el autobús de vuelta a casa, su amiga la avasalló a preguntas.

-                 ¿Y de qué iba el test? – fue una de ellas.

-                 Era uno de esos raros – contestó la otra lolita con aire distraído- uno de manchas…

-                 ¡Manchas!

-                 Sí. Fotos con manchas.

 

 

 

 


 

Cazador de ninfas: Capítulo 6

 

-                 ¡Me cago en mi suerte! ¡Una profesora de apoyo…! ¡Tan bien que iba todo y al final…!

-                 ¡Tranquilo! – Oleg consolaba a un iracundo Charly – Ya se nos ocurrirá algo.

-                 Es mejor dejarlo. Diremos que no ha sido seleccionada y punto…

Pero Oleg no estaba de acuerdo. Y no porque no pensase que la opción sugerida no fuese la mejor, sino porque las generosas cinco cifras limpias de polvo y paja que le reportarían el encargo de la película de Rebeca, bien valían un esfuerzo suplementario.

-                 Buscaremos una alternativa. No hay que precipitarse. Tenemos tiempo. ¿Y cómo dices que se llama la carabina?

-                 ¿Quién?

Oleg sonrió. Su esbirro todavía no conocía el idioma de Cervantes tan bien como él.

-                 La mujer que acompañará a tu Rebeca.

-                 Es una tal Ana – contestó con desgana Charly – Treinta y tantos. Tiene cara de amargada. Si por lo menos hubiese sido un hombre podríamos…

-                 Todo el mundo tiene un punto débil. Dinero, drogas, sexo… todos a un tiempo… ¿Quién sabe?

-                 Pero te recuerdo que para rodar los exteriores de la película necesitaremos tres o cuatro días. Sabes que al americano le gusta hacerlo todo a lo grande. Eso sin contar que lo del previo del concurso matemático no es más que una patraña…

-                 No te preocupes por eso ahora. Ya habrá tiempo. Hoy es el día.

-                 ¿El día?

-                 Tu princesita tiene la tarde disponible ¿no?

-                 Pues… sí. He quedado con ella para…

-                 Cambio de planes. Esa putita hoy es mía.

-                 Pe… pero no puede ser. Hay que preparar el terreno. Decírselo con algo más de tiempo…

-                 No me toques los cojones. Le dijiste que tu jefe quería follarla ¿no?

-                 No con esas palabras, pero sí.

-                  Y ella estaba de acuerdo.

-                 Pues… sí. Pero…

-                 ¡Charly, me estoy cansando de tanto “pero”! – Oleg lejos de enfadarse dijo con una media sonrisa - ¿Y no será que la quieres sólo para ti? No te estarás encaprichando de esa putita, amigo mío.

-                 ¡No, no! Para nada – Charly tuvo que apartar la mirada – Esta tarde. Sin problemas. ¿A dónde la llevo?

-                 Vuestro nidito de amor será de lo más oportuno.

Después de contarle el plan y verlo marchar, Oleg se detuvo unos segundos. Había algo que le preocupaba. Otro cabo suelto. Revisó de nuevo sus últimos informes y negó con la cabeza. Los cabos sueltos o se atan o se cortan. Una vez tomada la decisión se dispuso a disfrutar de una buena tarde de sexo. No obstante, había que aprovechar el tiempo. Rebeca se desenvolvía sin problemas con un pene, pero todavía no había catado las delicias de un coño babeante. Necesitaba una tercera persona para iniciarla en el sexo lésbico. Y sabía quién podía ayudarle en tales menesteres. Abrió la puerta de la habitación de Sveta. Lo que allí vio le sorprendió bastante.

-                 ¿Qué?

-                 Pe… perdonad.

-                 Joder, papá. Llama primero. Estoy con Katrina

-                 Lo… lo siento.

-                 No te preocupes. – Dijo sonriente, la impresionante amiga de su hija- ya estoy terminando.

-                 No es eso. En esta casa es imposible un poco de intimidad…

-                 Ya he dicho que lo siento así que no me toques más los cojones. – Oleg dejó claro quién mandaba allí. – Precisamente venía a hablar con tu amiga. ¿Estarás disponible esta tarde?

-                 Para ti, siempre. Ya lo sabes… - contestó la rubia que de un saltito levantó su casi metro ochenta de altura y se arregló coquetamente la larga cabellera.

-                 ¡Zorra! – murmuró una Sveta mosqueada al ver cómo su amiga se ofrecía tan descaradamente.

-                 Un par de horas. Sobre las seis…

-                 ¿Carne o pescado?

-                 Pescado – contestó el mafioso con una media sonrisa.

-                 ¿Fresco?

-                 Muy fresco. Casi a estrenar…

-                 ¡Hummm! Me estoy mojando con sólo pensarlo…

-                 ¡Bueno vale ya! Ya habéis quedado, ¿no? Pues largo de aquí que todavía no hemos terminado. – Sveta estaba enojada por no ser ella la elegida aquella vez.

-                 Hasta luego Oleg.

-                 Adiós.

Oleg meneaba la cabeza mientras recorría el pasillo de su casa. Todavía estaba un poco descolocado por lo visto en la habitación de la melliza. De haberse encontrado a las dos rubias enzarzadas comiéndose los coños o viendo alguna película del porno más extremo tal y como solían hacer no le hubiese dado la menor importancia. Pero pillarles estudiando no era nada habitual. Era la primera vez que las veía vestidas y juntas en aquella estancia… desde hacía años. De tarde en tarde solía acompañarlas, Katrina era una tea con piernas de seda y garganta profunda pero cada día era más evidente que él no era suficiente para satisfacer a aquel par de putitas. La edad no perdona.

*****

-                 ¡No va a largarse nunca! – pensaba Rebeca tumbada en la cama.

Su padre se acicalaba en el cuarto de baño. Teóricamente no era más que una reunión de trabajo con un director de banco, pero ya llevaba casi una hora de preparativos. Rebeca sabía que toda aquella parafernalia no era por ese motivo. Tenía un amante. Ella lo sabía porque había estado curioseando en el correo electrónico de su progenitor. Sólo sabía de él que se llamaba Iván y que teóricamente era rubio y muy guapo. Ya se había encontrado con su padre unas cuantas veces y por los detalles sabía que habían intimado. Y mucho.

Rebeca se alegraba por él. Quién era ella para condenar un amor secreto, bonito y correspondido. Nadie. Y mucho menos cuando ella estaba en la misma situación con un hombre que prácticamente le triplicaba la edad y le traía loca.

La ninfa había recibido un mensaje a su teléfono. No dejaba de sorprenderse de que Charly le enviase aquellas frases que luego, misteriosamente, desaparecían de su celular como por arte de magia. Tenía que preguntarle un montón de cosas que luego se le olvidaban al mirarle a los ojos y sentir sus manos sobre la piel. Aquella ristra de letras le recordó poco tiempo atrás, cuando recibió el primero de aquellos misteriosos mensajes. Fue en el cine, cuando todavía estaba arrestada por cortarse el pelo al gusto de Charly. Afortunadamente para ella sus padres eran animales de costumbres fijas así que el domingo por la tarde los tres miembros de la familia solían ir al cine. Ni siguiera durante el castigo fueron infieles a tal ritual.

La chica mascaba chicle, aburrida como una ostra. La película era un auténtico coñazo e incluso tuvo que golpear a su padre un par de veces en el codo para que dejase de roncar. Después de una buena comida, el meterse en un lugar oscuro por más de dos horas se paga muy caro. De repente notó cómo su bolsito zumbaba entre sus piernas. Se había limitado a bajar el sonido del teléfono móvil pero no esperaba recibir ninguna llamada a aquellas horas.

-                 Será esa pelma otra vez. – Dijo pensando en una de sus amigas.

Pero un escalofrío le heló el pescuezo al leer el escueto mensaje. Se tragó la goma de mascar del susto.

-                 Cinco minutos. Lavabo para minusválidos. Te sienta muy bien esa falda rosa. Espero que no lleves bragas. Estoy muy cachondo. Ch.

Comenzó a temblar. Charly, su Charly estaba allí. Indiscreta comenzó a mirar de un lado para otro. Movía las piernas nerviosamente, señal de que los líquidos comenzaban a humidificar su coñito.

-                 ¿Qué te pasa? – dijo su madre molesta porque a ella la película le estaba encantando.

-                 Na… nada. Tengo que ir al baño.

-                 ¡Qué pesada eres, nena!

Rebeca salió de la sala. Como una zombi preguntó al único acomodador del multicine por el lavabo en cuestión. Era el más alejado de todos. De lo más práctico si vas en silla de ruedas, pensó con sorna.

Plantada frente a la puerta dudó. Aquello no podía seguir así. Estaba encoñada de aquel tipo. Iba a hacerlo de nuevo, como en el instituto, como en casa de sus abuelos, como en su propia cama, rodeada de peluches y recuerdos de su infancia. Miró a ambos lados y al comprobar que nadie le veía se quitó las braguitas a una velocidad pasmosa guardándolas en su puño como si fuesen de oro. Estaban húmedas, su coño reaccionaba con antelación a lo que iba a suceder en un instante. No tenía demasiado tiempo, sus padres pronto la echarían de menos.

Apenas traspasó el dintel una fuerza descomunal agarró su mano con furia. Ni siquiera un saludo, una caricia, un abrazo. De inmediato, verga. Charly la alzó como una pluma, sentándola en la pila, abriéndole las piernas con rudeza, atravesándola con su estoque. Esta vez ella misma se metió las bragas en la boca consciente de que en aquella situación su tendencia natural al jadeo estridente podía representar un verdadero problema. Necesitaba ambas manos para apretarse lo más posible al semental que la llenaba. Un polvo rápido en toda regla. A saco, sin tiempo que perder, en un lugar en el que podían ser descubiertos, excitante a más no poder.

La ninfa ya se había corrido incluso antes de ser penetrada, apenas aquellas manazas apretujaron sus glúteos, abriéndolos de par en par. Tembló cual gelatina al notar su esfínter traspasado y el enorme dedo corazón de Charly haciendo de las suyas en su intestino. Casi se desencajaba las caderas de tan adentro que deseaba sentirle.

-                 Hola, putita – El diario de Rebeca dejaba bien a las claras lo cachonda que le ponía a su dueña que le susurrasen guarradas al oído – Estás caliente como una perra… Charly está aquí para consolarte… Tu culito está sucio… Como a mí me gusta…

Abducida por el nuevo orgasmo Rebeca abrió la boca. Su prenda íntima resbaló por su piel cayendo al suelo, cosa que no le importó lo más mínimo porque la lengua de Charly pronto ocupó su lugar baboseándola con pasión, hurgando en cada recoveco, quitándole el aire. Pero fue el pene y su actuación estelar el que la hizo vibrar. La barra de carne arrancó jugos por doquier a base de penetraciones violentas, secas y vertiginosas. A cada embestida sentía cómo se le escapaba la vida.

 Se sintió llena de semen casi al mismo tiempo que alcanzaba el sumun. Las posteriores penetraciones, contundentes y parsimoniosas, le quitaron el aliento y el ardor de su ano no hacía más que elevar a la enésima potencia su cenit. No supo a ciencia cierta cuántos de los dedos de su amante se alojaban en su culo.

-                 ¿Cómo te llamas? – espetó Charly, agarrándola del cabello y retorciendo sus dedos con extrema violencia en el interior de la ninfa.

-                 ¡Rebeca!

-                 ¿De quién eres?

-                 ¡De Charly!

-                 ¿Qué eres?

-                 ¡Puta! ¡Tú putaaaa! – la chica recordaba la lección, repasada una y mil veces mentalmente durante día y noche. - ¡Soy la puta de Charly!

-                 ¿Con quién follarás?

-                 ¡Con quien quiera Charly…!

-                 ¿Cuándo follarás?

-                 ¡Cuando quiera Charly!

-                 ¿Cómo follarás?

-                 ¡Como… quiera… Charly!

La segunda descarga dejó en nada a la primera. Rebeca creyó partirse en dos pero el nuevo orgasmo actuó como un bálsamo. Cerró los ojos, se sintió feliz. Tras unos segundos recobrando el aliento el hombretón le besó en la frente, recogió su premio en forma de ropa interior juvenil y en un susurro le dijo:

-                 ¡Te llamaré! Toma esto… compra palomitas… te quiero… has estado estupenda…

Rebeca salió con las piernas temblando, el pulso acelerado y respirando apresuradamente. Algo compungida y avergonzada avanzó por el pasillo sintiendo el burbujeo del esperma resbalando por sus muslos. Había cambiado unas bragas por un billete de cien euros. No sabía exactamente qué significaba aquello, tal vez un pago o simplemente un regalo. Enamorada y positiva pronto se decantó por lo segundo. Charly pensaba en todo, las palomitas eran la excusa perfecta para justificar su retraso.

Al pedir los copos blanquecinos se puso roja de vergüenza. Como muchas adolescentes que se inician en el sexo creía que en el rostro llevaba escrito una especie de cartel en el que rezase: Recién follada.

Sus padres no le prestaron la menor atención al volver a ocupar su asiento. Papá dormía plácidamente y mami lloraba cual magdalena al sentir como propio el sufrimiento de la protagonista de la película. Al sentarse Rebeca sintió un chapoteo en sus bajos. El néctar de su hombre pringándolo todo. Un desperdicio para alguien que adoraba a aquel desgraciado. Aprovechando la oscuridad de la sala, aderezó los copos de maíz con tan nutritivo complemento. Pidió al cielo que ninguna parte de la prenda sonrosada delatase su reciente encuentro sexual al deshacerse la penumbra de la sala.

Al dirigirse hacia el coche su madre reflexionó en voz alta. Confesó sus dudas acerca de que aquella película fuese la más apropiada para los castos ojos de su hija. Durante la trama la pareja protagonista hacía el amor apasionadamente en un campo de margaritas. Nada explícito. Nada sucio. Toda ternura.

Rebeca se hizo la despistada ante tal muestra de candidez maternal. Aquella ñoñería de historia para viejas nada tenía que enseñarle. Sabía mejor que nadie las indescriptibles sensaciones que una buena verga y un semental maduro y desbocado podían proporcionar. Aquella misma tarde, sin ir más lejos y sin que sus padres ni tan siquiera lo sospechasen, había echado un polvo de antología.

-                 ¡Cielo, me voy! – Rebeca volvió a la realidad al grito de su padre.

Alterada sacó a toda prisa su mano de debajo del chándal. Inconscientemente había comenzado a tocarse al recordar aquel instante sublime entre Charly y ella. Si su padre hubiese abierto la puerta la habría pillado haciéndose un dedo Seguramente no le habría dicho nada, a diferencia de su madre, que hubiese hecho un drama de una cosa tan natural como placentera.

-                 Adiós papi. Que te vaya bien.

-                 Seguro, pequeña, seguro.

Nada más oír el portazo Rebeca saltó como un resorte. Debía prepararse. Tenía una cita importante. Había llegado el día en el que demostraría a Charly lo mucho que le quería. Pasar de las palabras a los hechos, ni más ni menos. Iba a conocer a su asqueroso jefe y entregarse a él sin tapujos. La chica era joven pero no tenía un pelo de tonta. Era perfectamente consciente de lo que aquello significaba. Iba ni más ni menos que a prostituirse. Iba a ser puta. Puta por amor, pero puta, al fin y al cabo.

En el instituto corrían historias sobre chicas que mamaban la polla por una pastilla, que se dejaban sobar las tetas a cambio de algún porro o que se abrían de piernas por un sobresaliente. Eso estaba a la orden del día y nadie se escandalizaba. Pero también de vez en cuando se rumoreaba de alguna chavala que ponía el culo por dinero en alguna casa de citas. Y no contenta con eso, ofrecían gustosa las ganancias a tipos de la peor calaña por los que bebían los vientos. Verdad o no, la leyenda urbana estigmatizaba de por vida a la muchacha en cuestión.

Hasta entonces Rebeca no había comprendido aquel comportamiento. Ahora, al experimentar una devoción tan profunda por Charly, no podía estar más de acuerdo con ellas. Si por amor se entrega la vida, el cuerpo es una insignificancia. A los ojos de la ninfa no había otra forma de mantener a Charly a su lado, haría lo que él le pidiese. Se tiraría a su mismísimo padre si aquel hombretón de manos firmes se lo ordenaba, aunque fuese un marica perdido. No obstante, dada la infinidad de discusiones que el comerciante mantenía por teléfono, tenía la sospecha de que su jefe iba a ser el primero de una larga lista, pero eso a ella le tenía sin cuidado. Había aprendido a disfrutar de aquella enfermiza relación día a día. Si su amor era feliz compartiéndola con otros a cambio de Dios sabe qué, ella también lo sería. Gozosa, se abriría el culo a dos manos si con ello colmaba los deseos de su hombre.

Pero antes de todo eso, de entregarse a otros machos, tenía una cosa que hacer: probar en sus carnes el nuevo consolador anal de su papi. Más largo, más grueso y con estrías. Un vicio.

Una hora después Rebeca estaba casi lista. En un primer momento pensó en asistir a la cita en chándal o con ropa de lo más vulgar. No obstante, reflexionó y se dijo a sí misma que lo mejor era dejar la mejor de las impresiones al jefe de Charly. Se entregaría a él en cuerpo y alma, tal y como su amado le había pedido.

Le costó un mundo colocarse los pendientes. Estaba excitada. No por follar con un hombre desconocido sino por serle de utilidad al ser más especial del mundo. Sus reticencias no eran nada comparado con la felicidad de su amante. No era tonta, sabía en qué se convertía si tenía sexo con un desconocido a cambio de algo. No le importaba, se prostituiría no sólo una vez sino mil si era necesario. Tan convencida estaba de ello que se tomó aquel primer encuentro sexual con un extraño como una reválida, un examen para saber si estaba preparada o no para dar el salto al vacío. Lo iba a dejar seco, le haría la polla trizas.

Para su encuentro eligió unos pantaloncitos cortos de pana color marrón oscuro bastante ceñidos, que le hacían un “culito delicioso” a palabras del propio Charly durante una tórrida sesión de fotos. Bajo ellos, unos pantis gruesos del mismo color que disimulaban de manera convincente su delgadez y para sus pies los botines de cuero negro que a su madre tanto le gustaban. No se puso bragas, pensó que aquel detalle escabroso agradaría al pervertido que iba a poseerla. Además, estaba un poco escasa de ropa interior. Charly y su vena fetichista tenían bastante culpa en eso. Para la parte superior una camisa de manga larga y sobre ella el chaleco a juego con el pantalón.

Había pensado hacerle el mismo striptease que tanto excitó a su novio para acabar del mismo modo, follándoselo tan sólo con los botines y el chaleco sobre el sillón de cuero. Rebeca había aprendido mucho. Sabía que excitando previamente al macho el tiempo de cópula puede resultar ínfimo. De tanto abrirse de piernas para su amado Charly se había convertido en una maquinita de follar.

Se maquilló ligeramente. Brillo en los labios y poco más. Parecía una adolescente vestida para acompañar a su madre a alguna aburrida reunión de cotillas. Al acabar su obra se miró al espejo torciendo el gesto. Tenía ganas de que sus pechos se decidiesen a crecer de una vez. En un rapto de rebeldía se desabrochó un botón más de su escote. Dado su poco volumen pectoral el cambio apenas fue apreciable pero ese minúsculo gesto le dio un ligero sorbo de autoestima y fuerzas para su inminente sacrificio.

Diez minutos antes de lo acordado Rebeca ya estaba en su sitio. Charly era un reloj con el tema de la puntualidad y no quería hacerle esperar. Como de costumbre se metió a toda velocidad en el coche oscuro que serpenteó por la ciudad hacia su nido de amor.

-                 E… estás muy callado.

-                 No estoy de humor.

-                 Entiendo…

-                 Perdona, Rebeca. Estás muy guapa.

-                 Gracias.

-                 ¿A las nueve?

-                 Como siempre.

Hicieron el resto del trayecto en silencio. Rebeca tuvo que morderse la lengua. Quería saber más detalles sobre el hombre que iba a follarla, pero no dijo nada. También se cortó de preguntar acerca de los gustos sexuales del individuo. Lo imaginaba viejo, gordo y calvo, con unas manos grandes y sudorosas. El tamaño de su glande seguramente sería diminuto. Un pene fofo y rugoso, torcido de tanto masturbarse, mugriento y carente de vigor.

-                 No… supongo que se habrá duchado – murmuró entre dientes la chica

-                 ¿Qué dices?

-                 Nada, nada – replicó Rebeca con la mirada perdida y su mente dispuesta de nuevo a echar a volar.

La mente de la joven no dejaba de volar intentando imaginar los morbosos gustos del jefe de Charly. Más allá del sexo convencional tal vez le hiciese lamer el trasero, un oscuro agujero rodeado de carnes sebosas y pelo abundante, muy diferente del culo pétreo de su amado. Aquella era una práctica sexual muy recurrente en sus últimos encuentros furtivos con el adulto y tal vez podría tratarse de una especie de entrenamiento. Al principio le dio un poco de asco, pero al escuchar los gemidos de placer de Charly cuando la punta de su lengua entraba y salía de aquel dichoso agujero se aplicó con mayor ahínco a la tarea. Llegaba incluso a aplastar su nariz completamente para que su lengua se adentrase en la madriguera todo lo humanamente posible. Si lo hacía bien, como era costumbre, su hombre le obsequiaba con un enorme lingotazo de esperma que quitaba de un plumazo el sabor a mierda de su boca.

-                 Ya hemos llegado.

-                 Dame un beso.

Se besaron durante un par de minutos. Jamás lo había hecho en plena calle de forma tan apasionada pero aquel día era algo especial. Después de aquella tarde habría un antes y un después en su relación.

-                  Ve. Te está esperando...

-                 ¿Y tú?

-                 Estaré aquí… en el coche. – negó con la cabeza Charly.

-                 ¿No… no me acompañas?

-                 No.

-                 Hasta… hasta luego.

Rebeca respiró hondo antes de abandonar el vehículo. Al subir por el ascensor se miró al espejo, sin gustarle lo más mínimo lo que el cristal reflejaba. Se le veía asustada e insegura, como una novata; nada apetecible para un hombre maduro y, presumiblemente avezado en el sexo como el jefe de Charly. Mosqueada consigo misma, detuvo el elevador en medio de dos pisos. Aquello no funcionaba. Sacó del bolso varios objetos para maquillarse de nuevo. Labios color fucsia, sombra de ojos oscura, las puñeteras gafas en el bolso y los dichosos botones de la camisa desabrochados. Todos, prácticamente enseñando su limitada pero fresca mercancía, como las putas que había visto en las carreteras secundarias de las afueras de la ciudad cuando iba en el coche con su papá.

Una vez terminada la transformación su aspecto ya era otra cosa, parecía una putita, una lolita algo más atractiva y descarada. Tan sólo deseó que la cotilla de la vecina no pudiese verla, por nada del mundo quería volver a sentir sobre ella aquella mirada de reprobación con la que solía obsequiarla cada vez que se cruzaba con ella en el ascensor.

Decidida, se dirigió a la puerta de su nido de amor convertido en cadalso por una tarde. Cualquier otro día hubiese corrido hacia ella, pero esta vez era diferente. No era Charly el que la esperaba tras ella, con sus caricias, besos y sexo desenfrenado sino un perfecto desconocido del que no sabía absolutamente nada.

Sorprendida por encontrarse la puerta tan sólo entornada le alarmó bastante el hecho de que, tras cerrarla, el interruptor no actuase bajo su mano. Instintivamente intentó salir de nuevo de la vivienda, pero un potente chorro de luz y una voz dominante la detuvieron.

-                 Pasa y desnúdate… Rebeca -.

-                 Yo… no…

Por un instante, el miedo superó el deseo de cumplir con lo acordado. Breve momento de dudas y remordimientos propios de una jovencita inexperta que estaba en un lugar equivocado. Sin duda estaba muy nerviosa hasta el punto de que su mente le gastaba malas jugadas, le había parecido que la voz que la invitaba a quedarse no era de un cincuentón asqueroso… sino de una hembra.

Rebeca comenzó a hiperventilar protegiéndose con la mano de la luz, intentando en vano ver más allá del foco que le cegaba. Una maniobra inútil. Cada vez sentía su corazón cabalgar desbocado dentro de su pecho.

-                  Desnúdate…- repitió la voz en un tono amenazante-.

Esta vez lo había oído perfectamente. La voz era de una chica. Una chica joven. Esto descolocó todavía más a la ninfa.

-                 Pero…

-                 ¡Desnúdate, zorra! ¿Y espero que seas tan buena en la cama como dice Charly! Ese cabrón nos debe muchísimo dinero.

Escuchar aquel nombre y el verdadero motivo de su visita obró el milagro. Sin saber muy bien el porqué, poco a poco las prendas que cubrían el diminuto cuerpo de la lolita fueron cayendo al suelo con parsimonia. Había ensayado un baile sensual, tocándose y mostrándose dispuesta a todo. Un espectáculo que hubiese hecho saltar la banca a la bragueta de cualquier hombre. Pero nada de lo que tenía planeado tenía sentido. Todo había saltado por los aires al escuchar la voz femenina ordenándola. No se le había ocurrido pensar que el jefe de Charly fuese una mujer. No tenía ni idea de qué hacer, aun así, en su desespero, intentó buscar una estrategia alternativa. Cerró los ojos recordando varias películas lésbicas que había visto por internet. Tragando saliva comenzó a mover la lengua dentro de su boca de forma inconsciente.

-                 Eres mona. Date la vuelta… No querrás que me enfade, ¿verdad?

Si Rebeca ya era callada de por sí, en aquella situación parecía muda.

-                 ¡Hummm! Bonito trasero, sí señor. Charly tiene buen gusto… ¿Tienes hambre?

-                 No… - Contestó Rebeca con un hálito de voz.

-                 ¿Qué dices?

-                 ¡No, no tengo hambre…!

-                 Me importa una mierda… me lo vas a comer… todo… Rebequita…

Katrina estaba en su salsa. Tenía unos pocos años más que Rebeca, un físico infinitamente más espectacular y, sobre todo, muchísima más experiencia en mil y una variantes del sexo. Todo aquello para ella no era sino un juego, un divertimento, un pasatiempo. Ver a la otra muchacha temblando de miedo le excitaba. Dominarla, obligarla, someterla y sin ni siquiera utilizar la fuerza. Tan sólo utilizando un arma tan estúpida como letal, el amor. El amor sin fisuras que Rebeca sentía por su cazador, Charly. Un amor que le había llevado hasta allí e iba a arrastrarla hacia un destino funesto: vergas de todo tipo, tamaño y color, pero con una característica común. Pollas pertenecientes a tipos con dinero. Mucho, muchísimo dinero.

En lo más recóndito de su ser, Katrina no podía por menos que envidiar a Rebeca. Acostumbrada a enloquecer a los hombres tan sólo con hacerles morritos no podía entender cómo una chica podía perder la cabeza de aquel modo simplemente por un hombre. La ucraniana no sentía nada por ellos, si acaso desprecio. Todo se reducía a sexo, sin sentimientos ni ataduras. A veces simplemente como divertimento y otras como pago a cambio de cosas mundanas. Las experiencias en su país natal le habían endurecido de tal modo el corazón que utilizaba su cuerpo como un medio para obtener algo. Llegaba hasta el final con quién y cuántas veces hiciese falta. Por bagatelas, caprichitos o nimiedades se dejaba bajar las bragas. A veces por una simple camiseta de marca conocida que tiraba a la basura al llegar a casa, porque allí no le había parecido tan fantástica como al verla en el escaparate de la tienda.

La ucraniana por primera vez dejó de apuntar a su presa, enfocando el haz de luz hacia ella misma. Abierta de piernas, sentada en una silla, las botas negras de mosquetero relucían tanto como su vulva libre de vello. El corpiño a juego dejaba a la vista sus bonitos y algo menudos senos. Expresó nítidamente sus deseos al colocar las piernas sobre los reposabrazos, dejando el campo libre de su sexo a la nueva compañera de juegos. Toquecitos leves con la punta de su fusta en la zona indicada dejaban la cosa clara.

-                 ¡Seguro que lo haces de vicio! – Dijo al ver como Rebeca se arrodillaba para cumplir sus deseos.

Instantes después, Katrina respiraba profundamente. Oleg no se había equivocado en nada. Una vez más la realidad, tozuda como ella sola, confirmaba las teorías del avezado proxeneta.

-                 “Las chicas tímidas, las mosquitas muertas, las más vergonzosas son sin lugar a dudas las mejores comedoras de coños del universo.” - sentenciaba una y otra vez.

Katrina ya había vivido la escena decenas de veces con aquel tipo de chicas, se la sabía de memoria. Al principio se hacen las huidizas. Niñas esquivas y aparentemente inseguras, se ruborizan ante el ofrecimiento de la otra fémina. Aparentan resistirse, claro, pero más por pudor que por otra cosa. Es una reticencia social que se diluye al respirar el aroma de los jugos y que se torna en un vago recuerdo al contacto con alguna zona húmeda.

Rebeca no se limitaba a utilizar su lengua a la velocidad del rayo, sino que, ayudada por sus manos, parecía querer entrar completamente en un vientre ajeno. Alternaba de forma compulsiva una serie de leves roces entre la punta de su lengua contra el clítoris de Katrina con lametones largos y pausados, casi dentelladas que recogían todos y cada una de las mieles de tan prolífica fuente.

Cientos, quizás miles de lenguas ya habían recorrido el mismo camino que la de Rebeca en aquel instante, pero la ninfa de Charly nada tenía que envidiar a sus predecesoras. Jugueteaba con los pliegues a velocidad de vértigo y no hacía ascos a cuantos líquidos de diferentes colores y texturas que rezumaban del coño que, de forma tan sorpresiva, había sido puesto a su disposición aquella tarde.

Rebeca no pensaba. De haberlo hecho sin duda habría salido corriendo para no volver hacia los brazos de su mamá. Sólo actuaba. Sólo lamía. Sólo chupaba. No se le daba nada mal a tenor de los suspiros que poco a poco brotaban de los labios de Katrina. Por un instante ni se acordó de Charly, su única meta era conseguir de aquella rajita una porción extra de licor ácido, adictivo como el néctar de las flores para una abeja. Cada vez ponía más ímpetu, cada vez lo hacía con más ganas, cada vez estaba más excitada, libando como una mariposa. Sin prisa, pero sin pausa iba aprendiendo cosas nuevas. Nuevas reacciones de un cuerpo teóricamente igual al suyo, pero infinitamente, al menos para ella, más atractivo y experto.

Mas su ansia desbocada tuvo consecuencias. Los dientes se cerraron demasiado rápido, con inusitada fuerza, apretando en un lugar delicado. Fue un acto involuntario, fruto de su inexperiencia, de su ardor y ganas por exprimirle todo el jugo a aquella fruta lampiña que el destino había puesto entre sus labios.

Al sentir la inesperada dentellada, Katrina dio un respingo. El gesto alarmó a Rebeca que, asustada, dejó de lamer casi de inmediato. Un tremendo estirón de pelo le confirmó y unos cuantos juramentos en un idioma extraño le confirmaron que algo no iba bien. Por primera vez estuvo frente a frente con la dueña del primer coño que trabajó en su vida. Un rostro muy bello, de rasgos bálticos, con ojos azules. Unos ojos que le miraban inyectados en odio. Unos ojos que, de haber podido, la hubiesen fulminado en aquel preciso instante.

-                 ¡Hija de puta!

-                 ¡Pe… perdón!

-                 ¡Me has mordido!

-                 ¡Lo… lo siento! Yo… no…

-                 ¡Serás guarra!

-                 No… quería…

Katrina estaba furiosa. No por el mordisco, que cosas mucho más fuertes le habían pasado en sus tórridos y alocados encuentros sexuales, sino porque estaba a puntito de lograr uno de los orgasmos más intensos de su vida y aquel pequeño contratiempo lo había impedido por la torpeza de aquella niña estúpida. Apretó con fuerza la fusta con su mano izquierda, haciendo un enorme esfuerzo por no descargar su furia contra la cara de Rebeca. Un rostro que, con la sombra de ojos y el pintalabios corridos no presentaba el mejor de los aspectos para la mayoría de los mortales. Sin embargo, para Katrina temblando de pavor se le antojaba todavía más deliciosa.

La rubia no pudo menos que sorprenderse. ¿Cómo era posible que aquella estúpida apocada fuese tan endemoniadamente buena? ¿Cómo aquella personita con cara de no haber roto un plato, a punto de echarse a llorar y muerta de miedo moviese la lengua de tal forma?

Comprendió en aquel instante el porqué de la excitación tanto de Charly como de Oleg. Rebeca era una entre un millón. Un auténtico filón. El premio gordo de la lotería. Había visto unas cuantas grabaciones con Charly empalándola por el culo hasta los huevos, sinceramente tampoco le había parecido nada extraordinario. Una carita mona y un cuerpo elástico. Chillona como una cerda y sumisa como un cachorrillo. Hasta ese momento no se había percatado de lo extraordinaria que era aquella ninfa inocente. Nadie le había hecho un trabajo tan sublime desde sus años en el orfanato. Nadie, ni su querida amiga Sveta.

Aunque el afecto que sentía por la chica iba en aumento, un mordisco era un mordisco. No podía consentir tal afrenta. Agarrándola de nuevo por el cabello, apretó de nuevo su cara contra su vulva mientras se machacaba frenéticamente el clítoris:

-                 Muy bien, Rebeca… muy bien… pero has sido mala - dijo la rubia con la voz entrecortada por el placer -. Tendré que castigarte.

Rebeca no entendió muy bien a qué se refería aquella chica, pero en seguida se dio cuenta de que no lo iba a pasar muy bien. Sus sospechas se vieron confirmadas cuando un contundente chorro de líquido amarillento y olor profundo comenzó a derramarse contra su rostro.

-                 ¡Ábrela…!

Katrina se corrió de gusto al tiempo que descargaba su vejiga. El ruido característico de líquido cayendo dentro de un recipiente hueco les indicaba bien a las claras que no estaba errando el tiro. Oleg le había advertido seriamente para que no llegase a tales extremos, pero una vez más, su subconsciente le había traicionado. Metida en faena cada vez le era más difícil controlarse. Sexualizada desde muy niña en su orfanato vivía por y para el sexo en sus más variadas y controversiales facetas.

-                 ¡Traga!

Cerró los ojos, mordiéndose el labio y escuchó el casi imperceptible sonido de una garganta. Instantes después, sin ni tan siquiera ordenarlo, notó de nuevo su botón lamido con dulzura. Ni cuando volvió a orinarse dejó de sentir aquel cosquilleo. Se rindió a la ninfa de Charly con sumo placer hasta que su vagina no dio más de sí.

Rebeca, por su parte, estaba tan entregada a la causa que no pensaba, sólo movía la lengua de aquí para allá por instinto: ni pestañeó cuando su compañera de juegos la usó como váter humano; ni se inmutó cuando le tiró del cabello con fuerza, obligándola a levantarse; ni pestañeó cuando le coloco un choker tan ceñido a su cuello que apenas le dejaba respirar. Tampoco dijo nada al sentir un par de pequeñas pezoneras doradas en sus pechos, auténticas pirañas de dientes puntiagudos y afilados que mordieron sus tetitas sin piedad, tirando de ella hasta colocarla delante de una robusta puerta de madera noble.

-                 ¡Vamos, zorrita! Alguien importante para Charly nos está esperando. Ese tipo de ahí es el que pone la pasta para su negocio. No le gustan las chicas tímidas y prefiere la puerta trasera a la delantera, supongo que me comprendes. Está bastante molesto con tu hombre y te aseguro que le partirá las piernas si no se queda satisfecho contigo.

 Aquella declaración de intenciones alarmó a Rebeca hasta límites insospechados. Con la cara pringada de jugos femeninos, lágrimas y babas su pulso comenzó a acelerarse más y más. Su desbordante imaginación le jugó una mala pasada y le mostró a un Charly destrozado y mutilado debido a sus deudas impagadas. Lejos de arrugarse o venirse abajo la simple posibilidad de serle de utilidad a su amante le infundió una energía y un valor impropio de ella de tal forma que no esperó a que la dominatrix rubia le abriese la puerta, fue ella misma la que accionó el picaporte y traspasó el dintel dispuesto a todo.

-                 ¡Vaya, vaya! Parece que tienes prisa por saldar la deuda - rio Katrina, echándose una cámara al hombro, ante la determinación de la preadolescente.

Rebeca ni la escuchó. Incluso pasó por alto el grupo de cámaras que enfocaban directamente a la enorme cama situada en el centro de la habitación. Sólo tenía ojos para el hombretón semi desnudo que se encontraba boca arriba sobre ella, atado de pies y manos, con el rostro cubierto por una máscara integral de cuero negro y su apretado miembro viril ceñido bajo un slip del mismo color y material.

Haciendo buenas las predicciones del doctor Méndez lo que aconteció durante los siguientes minutos dejó sin palabras tanto a Katrina como a Oleg.

A la primera le maravilló la actitud de Rebeca frente a las cámaras, su manera de mirar con lascivia al objetivo que ella dirigía con aquella verga de considerables dimensiones clavada en el culo hasta la empuñadura, más propia de una adiestrada ex compañera de su orfanato ucraniano que de una preadolescente española en su primera escena porno más o menos profesional.

Al segundo le volvió loco su manera lúbrica y desinhibida de mamarlo con rabia en cuanto le arrancó el tanga; la actitud felina de la niña al colocarse sobre él y dirigir la punta de su capullo hasta la entrada de su minúsculo orto; sus jadeos bufidos y grititos mientras pugnaba con su pequeño cuerpo hasta que logró auto inmolarse por completo con la verga erecta del adulto; la estrechez del intestino de la lolita y esa forma mágica y sorprendentemente eficaz con la que movía el culo completamente empalada, abriendo de par en par sus piernas para poder dar la mejor visión posible de la enculada y los chillidos brotaron de sus labios cuando él ya no pudo contenerse más y se lo echó todo muy adentro, entre espasmos y movimientos bruscos de cadera.

 Cuando todo terminó se vistió muy deprisa, como avergonzándose de su manera de actuar. Consternada, no por lo que había hecho sino por cómo se había desarrollado todo, dejó aquel lugar con el culito todavía en carne viva y supurando esperma. Bajó las escaleras de dos en dos y saltó exultante de alegría al interior del coche de Charly sin importarle lo más mínimo la pertinaz lluvia que caía sobre ella.  Una vez dentro no dejaba de parlotear explicando lo que había pasado y lo contenta que estaba de haber zanjado la cuenta de su amado hasta que cayó en la cuenta de que éste, lejos de compartir su alegría, seguía con su actitud taciturna y triste.

-                 ¿Qué… qué pasa, Charly? ¿No… no lo he hecho bien? ¿Crees que a tu jefe no le gustó?

-                 No… no es eso, pequeña. Seguro que mi jefe se ha quedado encantado con todo lo que le has hecho, te lo aseguro.

-                 E… entonces… ¿cuál es el problema? ¿por qué no estás contento?

Él demoró la respuesta consciente de que la espera jugaba a su favor.

-                 Estoy muy contento de lo que has hecho por mí, Rebeca. El asunto es…

-                 ¡Venga, dime…!

-                 El asunto es que sé que lo que has hecho hoy es mucho, algo extraordinario, pero…

-                 ¿... pero…?…

-                 … insuficiente. No sólo debo dinero a mi jefe. Los negocios no son sencillos, a veces las cosas no salen como a uno le gustaría…

A Rebeca se le encogió el corazón al ver a Charly tan consternado. Le partía el alma verlo tan roto por dentro por algo tan despreciable como el dinero. Su devoción hacia él crecía exponencialmente cada día que pasaba con él y nada ni nadie le iban a impedir cristalizar su amor y, mucho menos, unos cochinos euros.

-                 No… no te preocupes Charly, yo me encargo.

-                 ¿Seguro?

-                 Seguro.

-                 ¿No te importa?

-                 Haré lo que sea para ayudarte, ya lo sabes.

-                 ¿T… todo?

-                 Todo - repuso la joven de inmediato sin vacilar - Soy tu puta… ¿recuerdas?

El cazador no pudo por menos que estremecerse al escuchar aquello. A pesar de haber interpretado aquel papel infinidad de veces esta vez era diferente. Rebeca le recordaba cada vez más a su querida Nadia: su determinación, su entrega incondicional y, por qué no decirlo, sus ganas de follar eran similares a los de su amor platónico desaparecido entre la maraña de las mafias. Deseaba con todas sus fuerzas que esta vez Oleg cumpliese su palabra. Su maltrecho corazón no podría resistir que se repitiese la historia con aquella jovencita española.

Sin poder articular palabra el adulto puso en marcha el vehículo. Inconscientemente quería alejar a la niña lo más posible de su jefe y de la ninfómana de Katrina. Oleg jamás le había fallado, pero algo dentro de él le decía que no debía bajar la guardia.

 Continuará...

Kamataruk


 

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