Cazador de ninfas: Capítulo 1
-
¡Joder, mierda de pelos!
Rebeca
utilizaba el espejo para revisar su obra. Llevaba hora y media dentro del
cuarto de baño, acicalándose. Estaba muy nerviosa preparándose. Era martes y
después de su primer encuentro a solas en el almacén de sus padres necesitaba
estar radiante y bonita. Bonita para él. Afortunadamente estaba sola en casa,
como casi siempre, y podía disponer de ella a su antojo. Pasó la sobremesa
investigando por enésima vez los más recónditos recovecos del ordenador
paterno. No dejaba de pensar en el hombre que le había arrebatado el corazón y
al que tarde o temprano entregaría su inmaculado himen. Le rondó por la cabeza
invitarle, dejarse desvirgar en su propia cama, pero se lo pensó mejor. Era muy
arriesgado, demasiado arriesgado. Ni siquiera tenía planeado cómo abordarlo sin
que su madre se diera cuenta. Luego quizás él le sugiriera un paseo por un
parque o quizás algo más osado y después… después nada importaba. Estarían
juntos otra vez.
-
Listo, como a él le gusta. Limpio y
sin pelitos – murmuró mirando el reflejo de su coñito en el espejo.
Preparaba su cuerpo para entregar su más preciado tesoro a ser posible aquella misma tarde. Deseaba hacerlo con toda el alma. Meditaba ante su reflejo si aquel pequeño agujerito sería capaz de abarcar el pene del hombretón al que iba a ofrecérselo.
Rebeca
era una muchacha normalita, algo bajita y delgada. Una adolescente cuyo cuerpo
no se decidía a cambiar. Sus caderas eran prácticamente rectas, sin curvas, y
por pechos tenía un par de botoncitos que no abultaban más que un par de
mandarinas. No se parecía en nada a buena parte de sus otras compañeras de
instituto, que ya tenían sus delanteras bien desarrolladas y unos traseros de
escándalo que no paraban de mirar los chicos… y los profesores.
Ella
en cambio se había quedado a medio hacer, se estrujaba las tetas delante del
espejo, como invitándolas a crecer y crecer. Tal era su escaso desarrollo que
sus padres, algo preocupados, la habían llevado a un ginecólogo que le diagnosticó
un ligero desorden hormonal. Nada preocupante. Tan sólo debía tomar unas
pastillas anticonceptivas que le regularan el ciclo y pusieran orden dentro de
aquel cuerpecito a medio terminar. Nada que la misma naturaleza con un poco de
ayuda no pudiese resolver por sí misma.
La
anatomía de Rebeca en general no llamaba demasiado la atención, pero la belleza
de su rostro compensaba todas aquellas deficiencias. Era preciosa, un ángel
como su padre no se cansaba de repetir. Su cabello ondulado, de color marrón claro
se derramaba como una cascada por su espalda hasta casi acariciar su trasero.
Aquel par de ojos grandes y verdes se clavaban en las entrañas de todo aquel
que se veía reflejado en ellos. Su nariz era sublime, pero nada comparable con
sus labios carnosos y rosados que casi siempre permanecían entreabiertos
mostrando aquellas perlas luminosas que tenía por dientes. Sus pómulos
marcados, su cutis sin rastro de acné y aquel hoyito en la barbilla que tanto
encandilaba a su abuelo desde que era un bebé.
Divina,
pura, perfecta… bueno… casi. Como la perfección no existe en la vida, aquellos
ojitos eran tan celestiales como miopes, así que no le quedaba más remedio que
encarcelarlos detrás de unas horribles gafas a las que odiaba con toda su alma.
Su madre se negaba en redondo a que utilizase lentillas hasta haber concluido
su desarrollo. Además, para mayor desgracia suya, sus padres se habían empeñado
en colocarle aquella terrible ortodoncia. Un montón de hierros en su boca que
le molestaban y afeaban ligeramente su aspecto tan solo cuando sonreía cosa
que, para agrado de los que la rodeaban, ocurría continuamente.
-
Es por tu bien, mi vida. Verás cómo
dentro de unos años nos lo agradecerás. – le repetía una y otra vez su mamá.
-
Si tú lo dices. – respondía cabizbaja,
sumisa y obediente.
Obediente.
Muy obediente. Demasiado obediente para ser una chica de su edad, si bien
últimamente su madre le reprochaba cierto grado de rebeldía porque comenzaba a
cuestionar sus órdenes, sobre todo en temas de estética.
Pero
entonces nada de aquello importaba, se presentaba una tarde excitante. Iba a
encontrarse con Charly por tercera vez y eso era lo único que valía la pena en
ese momento.
-
¡La cámara! - gritó
Y
desnuda, correteó hacia su habitación en busca del artilugio electrónico. Al
momento estaba de vuelta, la manipuló con soltura y comenzó a fotografiarse en
cueros muy sonriente. Se sentó sobre la taza del inodoro, abriéndose el
conejito todavía virgen a escasos centímetros del objetivo. Mientras el flash
saltaba foto tras foto recordó cómo había conocido a tan maravilloso personaje,
aquella tarde de otoño en el comercio de sus padres y su posterior reencuentro
a los pocos días.
*****
-
¡Mamá, mamá!
Dijo
entrando en la tienda como un elefante en una cacharrería.
-
Mamá…
-
Está en la trastienda, con un
comercial…
-
¡Gracias Lola! – le contestó
amablemente a la dependienta.
Rebeca
se dirigió alegremente a donde le habían indicado. Estaba eufórica, la nota de
su último examen había sido extraordinaria. El despacho ni siquiera estaba
cerrado así que entró sin llamar.
-
¡Esto va a ser la bomba! ¡Mire qué
prendas, qué colores…! ¿Y la calidad? Usted es una experta y sabe que esto es
canela fina…
-
Sí, son bonitas… pero no sé si es lo
que la gente de por aquí les compraría a sus hijas…
-
¿Pero qué dice? En la capital me las
quitan de las manos…
-
No sé… Son un poco… atrevidas.
-
¿Atrevidas? ¿Me lo dice en serio? No
hace falta más que darse una vuelta por cualquier centro comercial un sábado
por la tarde y verá cientos de falditas como esta.
-
Bueno… eso es cierto.
-
¡Pues claro, mi vida! Además, esto
se combina muy bien… unos leggins, o leotardos gruesos…
Rebuscó
dentro de un par de bolsas de cuero muy ordenadas.
-
Como estos… ¿Lo ve?
-
Cierto – la madre de Rebeca empezaba
a dar su brazo a torcer.
-
Además, hablé con su marido y me
dijo que por él no había inconveniente pero que la última palabra en tejido
femenino era siempre suya, la experta.
Nieves
sonrió. Su marido… menuda pieza. Se escaqueaba siempre que podía de tomar una
decisión relacionada con nuevas líneas de ropa. Y mejor así, él era un lince
con las cuentas, pero con lo de las compras, un verdadero desastre.
-
Además, ya han sacado varios
anuncios en televisión y sabe qué, la ropa de la serie esa de la tele… esa de
los chavales en un colegio que pasan cosas rarísimas… es de esta marca.
-
¿Sí? – miraba Nieves incrédula.
Curada
de espantos, había oído todo tipo de razones para endosarle la mercancía por
parte de los comerciales.
-
¡Que sí! ¿No me crees verdad, reina?
Mira, mira….
Dicho
esto sacó una publicidad en la que, en efecto, varios de los chicos de la
famosa serie posaban con los uniformes y el logotipo de la marca en cuestión.
-
Lo que pasa es que como siempre esos
chavales van en uniforme… pues la empresa no le quiere dar demasiado bombo.
Creen que los adolescentes odian los uniformes y asociar la marca a uno podría
resultar perjudicial…
-
Entiendo… ¡Hola, Rebeca!
La
joven había permanecido en silencio un buen rato. Estaba embelesada observando
al interlocutor de su madre. Y eso que sólo le había visto la espalda. Era un
hombre enorme, muy elegante, vestido de traje. Sus manos eran grandes pero muy
cuidadas. Sus gestos eran delicados y trataba la ropa como si fuese de papel,
con sumo cuidado. Su voz era profunda y penetrante un poco ronca debido sin
duda a su hábito de fumador. Tenía un acento extraño que Rebeca no acertó a
distinguir.
-
¡Hola mamá!
-
¡Pero qué tenemos aquí! ¡Qué
mujercita tan guapa! - dijo el hombre sonriéndole amablemente.
Rebeca
bajó la vista y notó como sus mejillas se encendían. Le daba vergüenza que la
adulasen y más aquel señor tan atractivo, con aquellos ojos negros y aquel pelo
corto rizado.
Y
todavía se exaltó más cuando él le tendió la mano para que se la estrechase.
Quería que se la tragara la tierra cuando, temblorosa, estiró la suya.
-
¿Es vuestra hija? Es una ricura.
-
Rebeca te presento a…
-
Charly – intervino el hombre,
dándose cuenta de que la buena señora había olvidado su nombre –, me llamo
Charly.
Se
quedó muda. Abrió su boca, pero no pudo articular palabra. El comercial no
perdió el tiempo. Sacó una blusita de tirantes de su muestrario, se colocó
detrás de la lolita y la colocó sobre el torso de la muchacha.
-
¡Aguanta aquí, Rebeca! – le pidió
cortésmente mientras le recogía el cabello y se lo peinaba con las manos.
Dejó
caer graciosamente un par de mechones por la parte de delante de la improvisada
modelo.
–
¡Divina! Pero, madre mía, vaya par
de ojazos que tienes, bonita. Espera… - sin dejarle tiempo a reaccionar liberó
al par de luceros de su cárcel de cristal.
Rebeca
parpadeó unas cuantas veces hasta que sus ojos se acostumbraron a la ausencia
de lentes. No sabía qué hacer, estaba un poco asustada, pero a su vez excitada
y agradecida de los piropos de aquel hombre tan apuesto.
–
¿Qué me dice? No me dirá que esto es
demasiado provocativo…
–
No, no. – Nieves estaba encantada
viendo lo bien que se veía su niña con aquel trapito de vivos colores – pero lo
de las transparencias…
–
Eso se lleva con un top debajo –
intervino Rebeca casi sin pensar.
–
¿Lo ve? ¿A que ves maravillas como
esta en el instituto?
La
joven asintió. No pudo hablar frente a una pregunta directa de aquel adonis.
Estaba embargada por una extraña sensación que jamás antes había sentido.
Además, a su nariz llegó el sensual perfume del hombre, delicado y sutil. Nada
que ver con las lociones fuertes y desagradables que solía utilizar su padre.
Le había cogido cálidamente de los hombros, creyó que se desmayaba.
-
De acuerdo – cedió la señora – pero
lo de la lencería no me interesa.
-
Bueno – dudó un poco el hombre – la
lencería para adolescentes es un negocio en alza.
Sacó
de su maleta un pequeño conjunto de tanga y sujetador sin tirantes de encaje
morado, con algo de relleno, para realzar los pequeños pechos de la coqueta
adolescente que portara tan delicada prenda.
-
Como ya le dije la marca que
represento lleva más de veinte años en el mercado australiano. Allí las cosas
van más adelantadas que aquí, aunque nos estamos acercando a pasos agigantados.
La moda que viene sigue con los pantalones de talle bajo, con el tanga a la
vista. Y las transparencias se combinan más de lo que usted cree con corpiños o
sujetadores bonitos.
-
No, no – la mujer era reacia a
vender ese tipo de prendas.
-
Bueno, vamos a hacer un trato - la
vena comercial estaba muy arraigada en el hombre e insistió – yo le dejo unas
muestras sin cargo. Usted me firma un albarán como que se las dejo en depósito
y punto. Si dentro de un mes le queda una sola de estas prendas en stock, se
las regalo todas.
-
¿En serio?
-
Tú estás de testigo – le dijo el
gigantón a Rebeca – un mes… veinte conjuntos.
-
Sí.
-
¡De acuerdo! – Nieves estaba
exaltada, creía que aquel hombre no tenía ni idea de cuánto había metido la
pata.
-
Pues entonces todo dicho.
-
Tendrás que traerme el género
enseguida. Hay que ir pensando en la campaña de navidad… ¡Y no pienso poner
esos… tangas… en el escaparate!
-
Por supuesto – miró su agenda y
torció el gesto – estamos a martes… el lunes me voy a Canarias… ¿el domingo le
va bien?
-
¿Domingo?
-
Pues sí. Tengo que coger un avión y
hasta la semana siguiente no podré volver por aquí. Si vuelo el lunes suelo
pasar la noche anterior aquí, en un apartamento de un amigo. Me va de perlas y,
si no es mucha molestia…
-
Es que no podemos… el domingo
tenemos una comida de la asociación de comerciantes…
-
¿Y una empleada? Serán diez minutos,
son apenas una treintena de cajas… - dijo en tono melancólico – no es que sea
poco, por algo se empieza…
-
Más la lencería…
-
Sin contar con la lencería – río el
hombre - ¿de verdad que no hay nadie? Yo las llevo a donde haga falta.
-
Bueno… Rebeca no viene al almuerzo…-
dijo la madre no muy convencida.
-
Por mí no hay problema – dijo la
ninfa ansiosa de volver a ver a aquel hombre – el domingo no tengo planes.
Tengo un examen el lunes y pensaba quedarme a estudiar…
-
¡Pues estupendo! Me decís la
dirección, me dais un teléfono para llamarnos por si hay algún imprevisto y
punto. El domingo por la tarde tenéis el género.
-
Pues no sé si será buena idea.
-
Rebeca parece una chica muy seria.
Además de bonita se la ve responsable…
-
Podríamos dejarlas en el almacén –
dijo ella llena de gozo.
-
¿Dónde?
-
Tenemos un almacén en los bajos del
edificio donde vivimos, lo usamos para guardar el género que hay que devolver y
cosas así.
-
¡Perfecto!
-
Lo tendré que consultar con mi
marido.
-
Sin problemas, aquí tiene mi tarjeta
con mi número. Llameme con lo que sea.
Y
dicho esto comenzó a recoger sus cosas. Rebeca le tendió la camiseta, pero el
hombre la rechazó con una sonrisa.
-
Es para ti, y esto también – le dijo
dándole el conjunto morado – si a tu madre no le importa, por supuesto.
-
No creo que sea de su estilo – contestó
la mujer con cierto retintín – no hay quien la saque de los dichosos vaqueros
de pitillo y zapatillas planas…
-
Gracias – intervino la chica con
cierto mosqueo por el comentario impertinente de su madre.
Estaba
muy ufana. Nadie le había regalado nada tan bonito en su vida. Sus padres
todavía la veían como una niña.
-
Pues entonces, todo aclarado. No os
entretengo más – le dijo a la madre mientras le estrechaba la mano – entonces,
hasta el domingo Rebeca.
A
la muchacha le dio dos besos en la mejilla. Alucinada, no se lavó la cara hasta
dos días después.
-
Es guapo ¿verdad? – le dijo Nieves a
su pequeña en tono jocoso.
-
No sé – contestó la ninfa intentando
disimular su acaloramiento – supongo.
El
hombre se había marchado apenas un minuto antes.
-
¡Lástima que sea gay!
-
¿Gay?
-
Pero mi niña, ¿no te has dado
cuenta? Ese hombretón es… marica.
-
¡Mamá! - la chica pareció
mosquearse, se lo tomó como un insulto personal
-
Pero no te enfades. La mayoría de
los que pasan por aquí lo son. Tienen una sensibilidad especial por el buen
gusto. Son fantásticos vendedores.
-
¡No te creo!
-
Sí, mi vida, sí. Todas esas palabras… “divina”
o “estupendo” ¿las oíste alguna vez en boca de tu padre, o de sus amigotes?
-
Pues…
-
¡Pues no! Te lo aseguro. Llevo
muchos años trabajándome el género. Charly es marica. Los huelo en cuanto pasan
la puerta.
A
la pobre Rebeca se le partió el corazón. No podía ser que aquel hombre, el
hombre más maravilloso del mundo, prefiriese a los chicos en lugar de a ella.
No pudo contenerse, agarró las prendas que le había regalado y se marchó de la
tienda tan rápido como vino. No quería que su madre la viera así, llorando como
una niña tonta.
El domingo siguiente, Rebeca llevaba más de una hora
esperando en la calle embutida en una gabardina larga y blanca. No es que el hombre
llegase tarde a su cita, sino que la impaciencia le superaba y necesitaba que
le diese un poco de aire fresco. Además, cada vez que se quedaba sola en casa,
comenzaba a escribir obscenidades en su diario o a tocarse compulsivamente.
Antes del primer encuentro con Charly apenas lo hacía. No le gustaba demasiado
masturbarse, tan sólo muy de vez en cuando. Sin embargo, desde el martes
anterior, no dejaba de frotarse el clítoris como una loca. Dos, tres e incluso
cuatro veces al día y no tenía suficiente. No sabía lo que aquel moreno y su
penetrante aroma le habían hecho pero cada vez que pensaba en él se le
encharcaba la entrepierna. No obstante, tampoco se hacía muchas ilusiones.
Resonaban en su cabeza las palabras de su madre acerca de la orientación sexual
del morenazo. Se resistía a creerlas, pero todo indicaba que eran certeras.
Cinco
minutos después de la hora, aparcó frente a ella un enorme BMW negro, muy
elegante y de él se bajó sonriente el vendedor de ropa.
-
Hola Rebeca – le saludó con la mano
al tiempo que se acercaba – estás preciosa. Dame un beso.
Giró
la cara y la muchacha no se lo pensó. Fue un ósculo casto, de saludo, pero a
ella le pareció lo mejor y más excitante del mundo. Las hormonas parecían
querer salir a través de sus pezones enarbolados. El hombre vestía mucho más
informal que el día en que ella la conoció. Su aspecto era inclusive juvenil.
Con ropa ajustada e informal que dejaba entrever el musculoso cuerpo que
poseía. Rebeca se quedó embobada mirándolo.
-
¡Rebeca!
Tuvo
que insistir varias veces hasta que la ninfa reaccionó.
-
¿Dónde está el almacén? - le
preguntó sonriente.
-
A… ahí – señaló ella con el dedo.
-
Pues que suerte he tenido en
encontrar aparcamiento aquí mismo.
-
No… no ha sido suerte – contestó
ella – llevo una hora diciéndole a los conductores que el sitio estaba ocupado…
-
¡Una hora! ¿De verdad? – el hombre estaba muy sorprendido – eres muy amable.
Gracias.
En
diez minutos las cajas estaban dentro del almacén.
-
Pues es un buen sitio para guardar
el género – dijo Charly echando un vistazo al local.
Lo
cierto es que no era gran cosa, tenía un poco de todo. Estanterías, un espejo
enorme, una pequeña mesa de despacho y poco más. El hombre notó que el ambiente
del local no parecía tan frío como el de la calle. Sin duda la misma Rebeca se
habría encargado de encender las estufas eléctricas para que el ambiente fuese
más acogedor. La chica cerró la puerta tras de sí temblando. Desobedeció una
orden directa de su padre. El papá de la muchacha accedió a tan singular
encuentro con la condición de que su hija jamás permaneciese en el local más
tiempo de lo estrictamente necesario y que, por ningún concepto, cerrase la
puerta del mismo.
-
¿Qué es eso? – Preguntó Charly.
Rebeca
se quitó la gabardina sin que el hombre la viese y se acercó al enorme bulto
cubierto de plástico situado al fondo del garaje que él señalaba.
-
Es un sofá viejo. A mamá le daba
cosa tirarlo y lo guardaron aquí – dijo ella destapando el mueble de un tirón.
-
¡Te la has puesto! Te queda divina.
Ella
se volvió a sonrojar. Se había muerto de frío, pero quería que el hombre la
viese con la prenda que tan amablemente le había obsequiado. Coqueta, incluso
se había maquillado ligeramente, tomando prestado a su madre un poquito de
aquel perfume francés tan caro.
-
A ver… date la vuelta… monísima.
Pero quizás te combine mejor con...
-
Rebuscó entre las cajas que acababa
de traer y sacó de ellas una nueva prenda – esto.
-
No me gustan las minifaldas.
-
Pues a mí me encantan. Estarás
todavía más imponente.
-
¿Tú crees? ¿Puedo probarla?
-
Pues claro, para mí no hay problema.
Tengo toda la tarde libre.
Y
diciendo esto tendió la maravillosa telita a Rebeca. Esta se apresuró a
agarrarla, pero dudó un poco.
-
Tranquila princesa. Me daré la
vuelta. Tómate todo el tiempo del mundo – y diciendo esto se giró.
Rebeca se lo pensó poco. Aquella faldita era preciosa.
Combinaba de muerte con la camiseta.
Charly
oyó el tintineo del cinturón de los pantalones al caer contra el suelo. De
haberse girado hubiese visto a la ninfa en ropa interior. No lo hizo. Sabía que
aquello sólo acababa de comenzar. No era la primera vez que hacía aquello. De
hecho, era todo un experto. Más de un centenar de jovencitas habían sucumbido a
sus encantos. Rebeca era una más.
Quizás
con ella las cosas fuesen algo rápidas, normalmente pasaban varias citas hasta
que las adolescentes accedían a hacer algo más que pasear o cogerse de la mano.
A veces aquellas cosas sucedían. Donde menos lo esperaba saltaba la liebre.
Tenía la sospecha que la zorrita de ojos verdes y cara de ángel tenía mucho que
ofrecerle. Un diamante en bruto, o, mejor dicho, una esmeralda.
Sinceramente
el cazador de ninfas creía que aquella tarde no iba a ocurrir nada
extraordinario. Estaba un poco cansado. Aquella misma mañana había desvirgado a
una chica tanto o más apetecible que la mismísima Rebeca. Se la había puesto en
bandeja su hermanita a la que llevaba un año chuleando. Las parejas de hermanas
eran muy lucrativas. Las películas lésbicas entre chicas tenían muchos
seguidores y si al lesbianismo se le une un incesto, mejor que mejor. Aquellas
morenitas que se devoraban los coños hasta la extenuación eran como dos gotas
de agua, pero con un par de años de diferencia.
-
¡Ya estoy lista!
Charly
salió de sus pensamientos girándose. La lolita irradiaba felicidad con sus
mejillas coloradas como fresones.
-
¡Mi vida! Estás… divina. Te lo digo
en serio – dijo llevándose las manos a la cara – la modelo que lleva ese
conjunto en el catálogo no te llega ni a la suela del zapato. Estás… para
comerte.
Quizás
ahí el cazador de ninfas no estuvo muy correcto según el protocolo, pero lo
cierto es que Rebeca y su inexperiencia angelical se la estaba poniendo muy
pero que muy dura. Le gustaba aquella zorrita. Tenía justo lo que a él más le
gustaba. Una cara bonita y un cuerpo menudo, aunque lo suficientemente
desarrollado como para poder disfrutarla plenamente sin contemplaciones.
Agradaría sobradamente a sus más exigentes clientes. Aquel rostro angelical
daría mucho jugo delante de la cámara con una buena polla entre sus labios,
inundados de esperma. Rebeca bien aprovechada sería una fuente inacabable de
recursos. Tan sólo necesitaba un faro, un guía, una estrella a la que seguir. Y
ahí entraba en escena el bueno de Charly que le enseñaría encantado todo lo
necesario para convertirla en una fiera en la cama sin perder, eso sí, su
apariencia frágil y bucólica que pronto volvería locos a ricachones pervertidos
de medio mundo.
-
¿En serio? – la joven no había oído
o no había querido oír el comentario poco afortunado del hombre.
-
Te lo juro. Si tuviese el móvil aquí
te haría una fotografía. Estás preciosa.
-
¿De verdad? - ella se miró al enorme
espejo, realmente resplandecía con aquella fabulosa faldita que dejaba a la
vista buena parte de los muslos.
Se
había dejado las gafas en casa, no quería aparecer frente a Charly con aquellas
horripilantes lentes. El cazador analizó la cara de la chica. Era importante
conocer su reacción acerca de lo de la fotografía. Indicaría si podía continuar
insistiendo o no. Estaba indeciso, quizás su sexto sentido le hubiese fallado
esta vez.
-
Pruébate… pruébate este.
Rebeca
se fijó en la nueva prenda. Un mini pantaloncito vaquero y una blusita
vaporosa. Tenía alguna transparencia un poquito indiscreta en su pecho.
-
Vale – dijo sin poner mayor pega.
El
hombre se volvió a girar y ella se desvistió de nuevo. Ella se detuvo,
permaneció en ropa interior un instante, a escasos centímetros de él. Incluso
se acercó un poco más, inconscientemente. Por un lado, deseaba que el hombre la
viese y por el otro estaba muerta de vergüenza.
-
¿Ya?
-
¡Espera! – dijo ella vistiéndose
como un rayo – Estoy lista.
El
hombre se giró y ante sus ojos contempló la belleza pura de Rebeca.
-
Me quedo sin palabras, cada vez que
te veo… estás mucho más bonita.
-
¿En serio?
-
Te lo juro. Además, veo que también
te vestiste con el conjunto morado debajo. Acerté con la talla, ¿no?
-
¡S… sí!
Se
produjo un silencio incómodo que la ninfa rompió sin pensar demasiado en lo que
decía.
-
¿Quieres verlo?
-
Por supuesto. Si no te importa,
claro. – él estaba esperando el ofrecimiento.
Dejaba
que todo transcurriese de forma fluida, sin forzar la situación. Sabía cómo
tratar a las lolitas tontas que se dejaban engatusar con sus zalamerías. Por su
enorme experiencia se olía que Rebeca caería como una fruta madura sin apenas
ofrecer resistencia.
-
Me daré la vuelta, si quieres…
-
¡No, no! No hace falta.
Rebeca
no tuvo problemas en deshacerse de la camiseta. El problema le sobrevino cuando
intentó desabrocharse los botones del pantalón. Estaba tan alterada y sus manos
temblaban tanto que no acertaba con el ojal.
Charly
no pudo evitar una media sonrisa. Decidió forzar un poquito, su instinto le
decía que aquella putita pronto sería suya. Era una puerca, puro vicio, aunque
ni ella misma lo supiese todavía. Sólo así podría explicarse que se estuviese desnudando
delante de él sin apenas conocerse. Aquel cuerpecito tembloroso era una
auténtica mina de oro.
-
¡Espera, espera! No es necesario…
-
¡Si, si! – insistió, no quería que
tan extraordinario hombre pensase que era una tonta.
-
¿Quieres que te ayude? Ni siquiera
esperó respuesta.
-
Es mejor quitarse primero las
zapatillas…así.
Rebeca
se sintió como La Cenicienta al ver como su príncipe azul se agachaba ante
ella, le cogía del tobillo y descalzaba lentamente sus pies.
-
Después, los botones del vaquero...
son muy bonitos, te realzan la figura.
Él
acarició con ternura aquel suave costado, que dio un respingo eléctrico al
contacto con su mano. Rebeca no podía creer lo que estaba haciendo. A solas,
con el hombre más guapo del universo, dejándose desnudar e incluso tocar por
él.
Charly
se recreó un poquito. Quería que la muchacha no se alterase demasiado. Podía
asustarse y romper el hechizo. Al bajar aquella prenda azul llegó a su nariz el
efluvio intenso que tantas veces había paladeado. La jovencita aquella estaba a
punto. Su coñito suplicaba verga, su mente todavía en formación no tenía claro
lo que le estaba pasando. Intentó calmarse, controlarse y no cagarla. Alguna
vez le había ocurrido, aunque de su último fracaso hubiese pasado ya mucho
tiempo. No se cortó y miró todo lo que tenía que mirar. Incluso giró a la ninfa
para comprobar complacido la candidez de su culo tan solo oculto por una fina
porción de tela.
-
En verdad ni en mis mejores sueños
hubiese imaginado esto… estoy impresionado. Eres toda una mujer. Tu novio es un
chico con suerte.
-
No… no tengo novio – dijo
tartamudeando Rebeca.
-
¿En serio? Me parece increíble…
Tendrás que espantar a los chicos como si fuesen moscas… - intervino Charly
levantándose.
-
¡Ni de coña! – a la chica le entró
una risa floja, le vino bien para rebajar la tensión – Los chicos ni siquiera
me miran, soy un bicho raro…
-
¡Pero qué dices! Eres lo más bonito
del mundo.
-
¿De verdad?
-
¡Mira! – dijo él señalando al
espejo.
Rebeca
pudo ver su reflejo, se sintió bonita y deseable por primera vez en su vida.
-
¡Ponte esto… verás qué bien te ves!
-
¡Vale!
Charly
le tendió una nueva combinación de lencería rosa. El hombre no se volvió esta
vez. Tras unos instantes de indecisión Rebeca fingió no percatarse de tan
importante detalle y no se detuvo. Sin vacilar, desabrochó el sostén y liberó
sus pequeños senos delante del exultante comercial que la observaba como un
niño el escaparate de una pastelería. Las braguitas siguieron su mismo camino.
Como
queriendo quitar importancia a tan impúdica acción enseguida colocó sobre ella
las prendas que le habían ofrecido. Quizás entonces se sintió más incómoda que
completamente desnuda. Aquel conjunto era muy fino, casi transparente. A través
de la delicada seda su anatomía quedaba totalmente expuesta. Se miró al espejo y
comprobó sofocada cómo sus pezones endurecidos por la excitación se revelaban
con total nitidez, al igual que el vello de sus ingles.
Charly
ya no se aguantaba. Mandó definitivamente al diablo el manual y se lanzó a la
piscina.
-
¡Por favor Rebeca quítatelo… quiero
verte otra vez… quiero verte… desnuda! – le susurró al oído con su tono ronco y
sensual.
La
mente de Rebeca ordenaba a sus manos que permaneciesen quietas, pero estas no
le obedecían. Parecía como drogada, enajenada. Por mucho que el sentido común le
dictase que no era una buena idea, la humedad de su vulva tomó el control de
sus actos. Lentamente obedeció. En unos instantes volvía a mostrase en todo su
esplendor a un Charly que no podía ocultar su mirada de deseo.
-
¡Acércate!
Los
pies de la ninfa tampoco obedecían, en pocos segundos estaba junto a él.
Tiritaba y no de frío. Frío era lo último que sentía, estaba caliente, muy
caliente, ardiendo. Y su calentura no disminuyó lo más mínimo cuando el
gigantón le alzó el mentón, se acercó despacio, muy despacio, hasta juntar sus
labios con los suyos. Su primer y ansiado beso había llegado: con un hombre
adulto, al que apenas conocía y completamente desnuda.
Del interior de Rebeca salió una fuerza que no pudo
contener. Se abalanzó a por su primer amante como si le fuese la vida en ello.
Literalmente se colgó de su cuello y hubiese hecho falta la fuerza de diez
elefantes para obligarla a soltarlo. Notó el sabor a tabaco en su interior, no
le importó. Incluso le pareció el mejor aroma del mundo. Recibió en el interior
de su boca primeriza el músculo juguetón al que pronto aprendió a satisfacer,
mediante roces y succiones.
Enloqueció
cuando él le mordisqueó su lengua y la tensó ligeramente. Bebió la saliva del
macho como un recién nacido lo hace con la leche materna. Desbocada, quería
todo lo que él pudiese ofrecerle. Por su parte ella estaba dispuesta a
cualquier cosa. Le daría a Charly lo mejor de sí. Le entregaría todo, cuerpo,
alma incluso la vida si él se lo pedía. Lo daría todo.
Charly
tuvo que concentrarse. Aquello iba demasiado deprisa. Aunque estaba seguro de
que aquella preciosidad no hubiese puesto impedimento alguno a que la
desflorase en ese momento sabía que debía contenerse. No quería forzar a la
ninfa a hacer nada de lo que pudiese arrepentirse. No de momento. No hasta
tener algo con lo que poder jugar con ventaja. Tenía una regla de oro que jamás
le había fallado desde que se dedicaba a aquello. No se cepillaba a las ninfas
hasta haberlas fotografiado en pelotas, en posturas obscenas o masturbándose.
Así, si en el último momento antes del coito se arrepentían o después de
hacerlo les entraba algún remordimiento podía “convencerlas” forzando un poco
la máquina. No le gustaba hacerlo y tenía la impresión de que con Rebeca no le
iba a hacer falta, pero nunca se sabe, sabía que es bueno tener siempre un as
en la manga.
Tenía
que reconocer que aquella puerca y su ortodoncia le ponían cachondo así que
pensó en que nada le impediría pasar un buen rato con ella sin necesidad de
clavarle la polla hasta la empuñadura. Se moría por devorar el coñito de
aquella carita de ángel y cuerpo menudo.
Charly
se incorporó con Rebeca colgada de su cuello. Sus manos estrujaron las blancas
y tiernas nalgas de la lolita que se enroscaba en su cuerpo como la hiedra. La
alzó para facilitar que continuasen con el intercambio de salivas.
Pensó
en utilizar el sofá. Era un experto en aprovechar cada una de las situaciones
que se le presentaban y el mueble estaba allí que ni pintiparado. Montaba a las
adolescentes de mil y una formas y con Rebeca no sería diferente pero no
entonces. Posándola delicadamente cayó sobre ella con cuidado de no aplastarla,
no quería lastimarla.
Lo
que no deseaba Rebeca era despegarse un milímetro de tal extraordinario
hombretón. Succionaba y degustaba aquella lengua experta que tan buen rato le
estaba haciendo pasar. Había soñado que su primer beso sería con algún chico
guapo del instituto, hacerlo con aquel hombre de verdad había superado la mejor
de sus fantasías. Su mente estaba en blanco, no pensaba en nada, vivía el
momento y estaba feliz, muy feliz. Su mundo empezaba y finalizaba en aquel
sórdido almacén, entre cajas de cartón y recuerdos de su infancia.
Protestó
un poco la chica cuando su amante dejó de besarle, pero pronto comprobó que
aquellos lametones en su cuello tenían un efecto todavía más devastador en su
entrepierna. Comenzó a gimotear a cada dentellada. Y cuando sintió que a la par
aquellas manazas abarcaban sus pechitos, sobándoselos sin descanso ni
delicadeza, todavía suspiró más fuerte. Había jurado a su mejor amiga que jamás
dejaría tocarse las tetas por un chico y había roto su frágil promesa a la
primera de cambio. Notó un potente movimiento de succión en uno de ellos. La
boca del macho era tan grande o el seno tan pequeño que había sido engullido
completamente por él. El vello de la nuca se le erizó, aquello era maravilloso,
sencillamente maravilloso.
Entre
jadeos y espasmos entendió a las calientapollas de su clase, esas que andaban
con hombres que les triplicaban la edad: no hay lugar mejor para pasar la tarde
que entre las manos de un macho con experiencia.
Intuyó
que el próximo objetivo de su amante sería su rajita delantera así que, lejos
de amilanarse, se abrió de piernas todo lo que pudo. Le costó un poco ya que él
se encontraba sobre ella y era lo suficientemente grande como para entorpecer
su maniobra.
-
¡Esto… esto no… esto no está bien! –
murmuró Charly cuando su lengua comenzó a rozar el pequeño punto de placer.
-
¡S… sigue! ¡Sigue! – gimoteó Rebeca
suplicando para que aquella deliciosa tortura no cesase.
Charly
sonrió sin que aquella tonta se diera cuenta. Aquello estaba hecho. Rebeca
sería su nueva adquisición y, sin duda, una de las más rentables. Tenía el
vicio metido en el cuerpo y él sería el encargado de elevarlo a la enésima
potencia. Un pececito más en la pecera.
En
aquel momento Charly controlaba a media docena de ninfas como Rebeca por toda
España. No eran muchas, había llegado a “tutelar” a más de una veintena al
mismo tiempo, pero había sido una locura. Le fue imposible llegar a todo y a
punto estuvieron de pillarle los padres de una jovencita catalana que tenía un
culo de lo más complaciente. Al parecer la jodida zorrita ofreció sus
“servicios” por su cuenta al mejor amigo de su papi y aquel cabrón, lejos de
aprovecharse de tan impagable regalo, fue con el cuento al padre y a punto
estuvo de liarse la cosa. De no haber recibido un soplo de su contacto en la
policía ahora mismo estaría, en el mejor de los casos, en la cárcel o, con
mayor probabilidad, muerto en el fondo de algún pantano. Su jefe no se andaba
con rodeos, odiaba los cabos sueltos. Oleg era un hombre amable, pero podía ser
un asesino carente de escrúpulos si alguien metía la pata. Le había visto matar
con sus propias manos a hombres, mujeres incluso, y luego tomarse una cerveza
sin darle la menor importancia.
Charly
comprobó que no había perdido facultades. El tremendo suspiro de Rebeca bastaba
como prueba. Comía los coños como nadie. Mujeres de toda edad y condición se
derretían entre sus labios y esta vez no había sido una excepción. Rebeca
flotaba de puro placer. Movía su pelvis al compás de la lengua que la mataba de
gusto. Perdió la cuenta de las veces que había alcanzado el clímax, su vulva
parecía un manantial de jugos que no dejaba de manar. Estaba en trance, no quería que aquello
terminase nunca.
Una
musiquilla pegadiza rompió el embrujo, Charly no se lo esperaba y dejó de
chupar de golpe. Pero sin duda fue Rebeca la que más se alteró de los dos. Dio
un tremendo respingo y cerró las piernas con fuerza, como si el autor de la
llamada le hubiese descubierto haciendo algo muy sucio.
-
¡Mi madre!
-
¿Qué?
-
¡Mi madre! – repitió sofocada - ¡Me
llama mi madre!
Se
levantó de un salto en busca de su gabardina. De uno de los bolsillos sacó un
diminuto teléfono que no dejaba de sonar y zumbar.
-
¡Ho… hola mamá!
-
Si… sí. Todo ha ido bien. –
contestaba Rebeca a su interlocutora intentando recobrar el aliento.
-
El señor ya se ha marchado… hace un
momento.
-
Es... es que llegó un poco tarde.
No… no encontraba el sitio.
-
Ya sé… ya sé que no estoy en casa.
Estoy arre…- Charly no oía lo que la interlocutora decía, pero por el tono de
voz parecía alterada – me quedé un momento colocando… ¡Mamá, deja que te
explique!... escucha… me quedé ordenando las cajas…
-
Ahora mismo… ahora mismo acabo… ya
sé que mañana tengo un examen, mamá… si, mamá – Rebeca sonrió a Charly y le
sacó la lengua- no cerré la puerta, mamá… ha preguntado por ti, mamá… apenas he
hablado un minuto, mamá…
Permaneció
un rato callada escuchando a su progenitora asintiendo con la cabeza. No pudo
evitar una carcajada.
-
Sí, mamá… yo también creo que es
marica, mamá…
Charly
arqueó las cejas, aunque no se sorprendió demasiado. Su papel de comercial
meloso le había dado infinidad de satisfacciones. Atendió al gesto de la lolita
que divertida le señaló su pezoncito erecto y juguetón.
-
“Menuda zorrita” – pensó Charly al
tiempo que comenzaba a succionar tan precioso bultito – “En cuanto te me
vuelvas a poner a tiro voy a follarte hasta que te salga la leche por la boca.”
Quiso
castigarla un poquito y le mordisqueó ligeramente. Ella cerró los ojos, pero su
timbre de voz no se resintió.
-
Sí, mamá… yo también te quiero… un
beso a papi… en cinco minutos estoy arriba… a… adiós.
Y
colgó.
-
¡Auuuuuuu! ¡No me muerdas, joder!
-
Te lo mereces, por decir que soy
marica…
-
No te enfades, son tonterías de
mamá… ¿y el otro?
-
¿El otro?
-
El otro pezón… ¿es que no te gusta?
– dijo juguetona alzando su otro pechito.
Después
del correspondiente mordisquito en la zona deseada se afanaron ambos en
recogerlo todo. En un periquete ni rastro del tórrido encuentro. Antes de salir
a la calle, el último beso. La chica se sintió culpable cuando vio que el
hombre se sacaba un pelito púbico de la boca. Se juró a sí misma que jamás
volvería a suceder.
-
¿Volveré a verte?
-
Dentro de dos martes visitaré la
tienda…
-
¡Es mucho tiempo!
-
Es lo que hay, viajo mucho. Tengo
muchos asuntos. Mi vida es un asco…
-
¿Por qué?
-
Cosas de mayores
-
¡No soy una niña! ¡Puedes
contármelo!
-
Otro día, mejor otro día.
-
De acuerdo.
Ella
le acompañó a la puerta del coche.
-
Oye, ¿puedo hacerte una foto? Me
gustará ver tu cara cuando esté lejos de ti.
-
Creí que habías dicho que no tenías
móvil.
-
Me lo dejé aquí, en el coche.
-
¿Sí? Pues vaya… - hizo la chica
simulando pucheros - seguro que podrías haberme hecho fotos más interesantes
ahí dentro.
Rebeca
estaba eufórica, desinhibida, hablaba por los codos lo primero que se le venía
a la cabeza.
-
No seas mala.
-
Otro día.
-
Otro día. Nos vemos.
La
chica estaba encantada, ardía en deseos de contárselo todo a su amiga. Al subir
por el ascensor lo pensó mejor y prefirió ocultarle algunas cosas. Le diría
sólo lo del beso y lo de la ropa. Obviaría importantes detalles, como lo de que
se había desnudado delante de él y, por supuesto, que se había dejado comer el
coño por un desconocido como si fuese la zorra más facilona del instituto.
Apenas
entró por la puerta de su domicilio sonó de nuevo el teléfono. Su madre era de
lo más previsible. Escuchó con una mueca la excusa barata que justificó tal
llamada.
Era
una cuestión nimia, sin la menor importancia, algo que, perfectamente podría
haberle contado cuando llegase a casa. Sabía que su madre la llamaba para saber
si efectivamente estaba allí. Rebeca se mosqueó un poco. Jamás había hecho nada
para enfadar a sus padres seriamente así que no había motivo para que la
controlasen tanto. Había sido siempre una buena chica. Al menos hasta entonces.
Canturreando
se preparó un baño, necesitaba relajarse. Le hubiese sido imposible ponerse a
estudiar en aquel estado. Recordaba cada caricia, cada roce, cada beso como si
estuviesen ocurriendo en ese instante. Una vez limpia de pecado y tras la
correspondiente paja en la bañera se colocó sobre los libros, se le hizo muy
pero que muy difícil concentrarse. Sin embargo, era una chica lista, sabía que
debía seguir con su vida como si nada o sus padres sospecharían algo y le
alejarían para siempre del hombre de su vida.
El
cazador escribía en su ordenador tomando un café. Siguiendo el protocolo,
describió con pelos y señales todo lo ocurrido. Cada ninfa tenía una carpeta
con toda su información, sus gustos, sus manías, fotos, todo. Desde lo más
relevante hasta el más insignificante de los detalles. Le servirían para
sucesivos encuentros, para ganarse su confianza, para infundirles afecto, para
hacerles creer que eran algo importante para él cuando en realidad no eran sino
marionetas entre sus manos.
Al
final de cada informe unas cuantas líneas de opinión personal. Charly fue muy
claro, con una rotundidad meridiana. Un diamante con mayúsculas. Rebeca se
merecía un seguimiento integral, una puesta en escena de categoría. No había
que reparar en gastos. Aquella zorrita de ojos verdes y cara de ensueño
multiplicaría por un millón cada euro invertido en su caza. Envió por correo su
informe correspondientemente encriptado y al poco tiempo recibió una llamada.
-
Dime, Oleg. – dijo en ucranio.
-
Estás seguro del informe.
-
Sin ninguna duda.
-
Ven.
-
¿Ahora?
-
¡Pues claro!
-
Tengo un vuelo dentro de…
-
¡Me importa una mierda!
-
De acuerdo… - Charly sabía que
cuando Oleg ordenaba algo con tal vehemencia era por una causa más que
justificada.
-
Te espero.
-
Sólo una pregunta ¿está Sveta en
casa?
-
¡Tan cachondo te ha puesto esa
golfa! – dijo Oleg en tono jocoso.
-
La tengo dura como una piedra.
-
Veremos lo que se puede hacer.
Después
de una ducha, el hombre conocido como Charly se encontraba como nuevo. Sin duda
el maravilloso cuerpo de Sveta era lo mejor para desahogarse. Sumisa y
complaciente, la hija de su jefe sabía cómo hacer sentirse en la gloria a
cualquier hombre. Tumbada en la cama de su cuarto, dormía desnuda y satisfecha
entre peluches y fotos de cantantes de moda. El polvo con Charly había sido
inmejorable. Se notaba que el hombre se había puesto como una moto al acechar a
su nueva presa. Con la polla de Charly entrando y saliendo de su culo pensó la
joven que, independientemente de quién fuese aquella zorrita, debía ser
extraordinaria. Rara vez Oleg, su padre, modificaba los planes de los cazadores
de ninfas.
Cazador de ninfas: Capítulo 2
Después
de vestirse, una vez satisfechos sus más bajos instintos, Charly el cazador y
Oleg, su jefe, disfrutaban de un buen vodka en el despacho de este último. Eran
más de las doce de la noche. Frente a ellos, toda la información que disponían
de Rebeca, la última ninfa de su colección privada, la futura joya de la
corona.
-
Es muy guapa… aunque su cuerpo no se
aprecia en esta foto – musitó el jefe.
-
Me pareció un poco pronto como para
forzar la máquina. Es tan buena, tan frágil que me da miedo asustarla y se
ponga nerviosa. Lo de la foto y todo lo demás tendrá que esperar.
-
Entiendo – Oleg entendía que debían
ser pacientes.
-
No obstante, también te digo que
visto lo visto creo que no le hubiese importado lo más mínimo.
-
¿Y eso?
-
Ella misma se ofreció a posar para
mí la próxima vez que nos veamos. Se abrirá como un capullo de seda… ¡Es un
caramelito!
Oleg
no pudo menos que esbozar una sonrisa y apurar el vaso de vodka. Caliente, sin
mezclas, al estilo ucraniano, como hay que tomarlo.
-
¿Y cuándo será eso? – inquirió
llenando de nuevo el cristalino recipiente.
-
Según mi calendario, dentro de dos
semanas.
-
Bien. No hay que forzar la máquina.
No hay prisa.
-
Siempre y cuando se venda el género.
– dijo Charly recordando la promesa realizada a la madre de Rebeca.
-
Se venderá, yo me encargo.
-
Si los trapitos se acaban antes, es
posible que me llamen…
El
jefe se encogió de hombros.
-
Pues dices que hasta ese día te es
imposible…
-
Entiendo.
-
Necesitamos tiempo, conocer sus
hábitos, su entorno, a dónde va, con quién va… como de costumbre.
-
Lo sé, lo sé. – Charly conocía el
protocolo y aun así estaba inquieto por algo.
-
No te impacientes. Se ve que te ha
llegado, esa zorrita te pone. Sólo hay que ver cómo has tratado a mi hija hace
un rato ¡vaya enculada! ¡casi la partes!
No
pudo menos Charly que avergonzarse de su comportamiento para con Sveta allí, en
su propia casa, en su propia cama, con su padre mirando.
-
Me… me recuerda mucho a ella –
Charly bajó la mirada concentrándose en el remolino formado en su bebida.
-
¿A Nadia?
-
Sí… otro país, otra situación… pero
sus ojos… sus ojos me recuerdan a ella. Tiene los ojos de Nadia.
Oleg
posó su manaza sobre el hombro de su amigo y mirándole fijamente a los ojos
dijo sin titubear:
-
Seguro que no acabará igual.
Nosotros cuidamos de nuestras chicas ¿verdad?
-
Sí – Charly meneó la cabeza como
queriendo alejar sus peores augurios.
-
Ojalá Rebeca sea más cuidadosa
que…Nadia.
Nadia.
Pobre Nadia. Una de sus primeras presas, allá en Ucrania, su país natal. La
chica se enamoró del cazador ahora conocido como Charly hasta el punto de
abandonar su casa, sus hermanas, sus clases de ballet, su vida y largarse junto
a él hacia un futuro incierto de sexo, vejaciones, drogas y prostitución.
Conocedora de que su destino no era otro que un burdel de mala muerte no vaciló
un instante cuando escuchó la propuesta de su adorado proxeneta: dejarlo todo
para abrirse de piernas a diestro y siniestro a puteros de la peor calaña.
Estuvo dos años comerciando con su cuerpo, noche tras noche, a cambio de pasar
no más de tres o cuatro cochinas horas mensuales al lado de su amado y jamás su
boca emitió una queja, un reproche, una duda. Más bien al contrario, siempre
regalaba al hijo de puta que le había destrozado su vida la mejor sonrisa, una
deliciosa dulzura y, por supuesto, su cuerpo juvenil sediento de cariño y
colmado de abusos a cuál más despreciable y depravado.
Desgraciadamente
para todos, en un descuido imperdonable, Nadia se quedó embarazada demasiado
pronto y tuvo que retirarse. Mejor dicho, la retiraron.
Charly
por aquel entonces se encontraba intentando atrapar a un pececito demasiado
escurridizo y no le prestó la atención debida a su amor. Pagó muy caro su
descuido. No pudo ver a Nadia en varios meses. Sus superiores siempre buscaban
una excusa que le impedía visitar a la joven que le tenía robado el corazón.
Cuando se enteró de la feliz noticia y finalmente fue a verla, le dijeron que
ya no estaba, que se olvidase de ella, que no hiciese preguntas. Que actuase
como siempre, como un proxeneta profesional.
Años
después, con la claridad que da el paso del tiempo, comprendió que todos
aquellos inconvenientes, todas las trabas e impedimentos para encontrarse con
Nadia no habían sido una maldita casualidad. Estaba seguro de que lo sucedido
con su amada fue perfectamente planeado a sus espaldas. La mafia rusa jamás
dejaba nada a la improvisación. Nunca lo sabría con certeza y la duda le
atormentaría de por vida. Los moscovitas siempre tenían disponibles unas
cuantas chicas con incipientes tripitas para hacer las delicias a clientes
morbosos de generosas cuentas corrientes y mentes enfermizas. Al parecer Nadia
fue una más de tantas. Cuando su cuerpo mostró demasiadas secuelas por los
abusos como para hacerla pasar como una adolescente inocente pasó al siguiente
nivel. Una pieza más en la máquina de hacer dinero sucio. Una pieza
insignificante y, por tanto, totalmente prescindible.
Jamás
una sencilla orden se le hizo tan dura de cumplir al cazador, el amor de una
vida no puede borrarse de un plumazo. Desesperado, tenía la leve esperanza de
que el vástago engendrado en la muchacha fuese suyo, cosa poco probable dado a
la ingente cantidad de esperma que era vertido diariamente en el interior de la
desdichada Nadia por babosos viejos verdes, padres de familia o politicuchos
corruptos. No había noche que no pensase en ella… y en su hijo… o hija. Deseaba
desterrar de su cabeza los más funestos augurios. Trata de blancas, tráfico de
niños o aún peor, de órganos. Se sintió terriblemente responsable, pero jamás
tuvo el valor suficiente de apretar el gatillo del arma que diariamente,
borracho de alcohol, acercaba a su sien recordando a la preciosa Nadia y su
incierto destino.
Hundido,
Charly abandonó el país de fríos inviernos tras aquel trágico incidente. Juró
que jamás volvería a hacer nada parecido. Vagó de aquí para allá, escapando de
sus antiguos jefes, de su antigua vida, de sus remordimientos. Se puede huir de
todo menos de uno mismo
Intentó
rehacer su vida, a decir verdad, al final la cabra siempre tira al monte. En
mala hora se cruzó por casualidad con Oleg en un aeropuerto. Tras una breve
entrevista en la cafetería de la terminal, éste le captó para su nueva
organización en España. El trabajo, lo de siempre. Lo que había estado haciendo
durante años, aquello para lo que sin duda estaba mejor capacitado: cazar
ninfas.
La
filosofía de Oleg, el ex - agente ucraniano, era muy diferente a la de sus
anteriores jefes, Charly se reconcilió algo consigo mismo por ello. Nada de
violencia, ni golpes, ni malos tratos. Nada de burdeles de poca monta ni trata
de blancas con países árabes. Tan sólo unos pocos clientes selectos, con mucho
dinero e influencia. Fotos y películas porno, en ocasiones muy explícitas eso
sí, pero sin llegar a ciertos extremos. Disfrutaban de las muchachas durante un
tiempo y luego las soltaban. Jamás volvían a aparecer en sus vidas. Se
marchaban igual que habían llegado, en silencio, sin traumas. O al menos eso
quería creer. Las chicas participaban de los beneficios, con porcentajes
bastante generosos dadas las circunstancias. Hasta aquel entonces, ninguna de
las ninfas a las que había controlado Charly se había quejado más allá de
alguna pataleta tonta.
-
Bueno, ya que estamos, hazme un
informe completo. ¿Qué tal las zorritas de la mañana, las hermanitas?
-
Una delicia, la pequeña se abrió
como una cajita de bombones. ¡Qué afán en perder la virginidad! La mayor se
murió de envidia al verlo, pero… que se joda…
-
¿Llegará a tiempo para el americano?
-
Cualidades no le faltan, te lo
aseguro, pero no se puede disponer de ella. Hay que tener cuidado…
-
¿No está el padre en el ajo?
Pues
claro. Todo va según lo previsto. La mayor consiguió montárselo con él sin
problemas y más pronto que tarde caerá la pequeña pero la madre no sabe nada y
mejor que sea así. Si se entera podemos despedirnos de ese par de muñecas.
Tiene un genio de mil demonios y es peligrosa.
-
Entiendo. Entonces tendré que
buscarle una sustituta. – miró de reojo la foto de Rebeca.
Sin
duda era el sueño de su mejor cliente hecho carne.
-
¿Cuándo viene el americano? –
Intervino Charly intranquilo.
-
La semana que viene.
-
Imposible. Es demasiado pronto – ni
quería pensar lo que el petrolero tejano podría hacerle a su tierna Rebeca.
-
Lo sé. No le gustan vírgenes ni
inexpertas. Le gustan putas. Muy putas… cuanto más, mejor. Rebeca está muy
verde…
-
Me marcho. Tengo que coger el vuelo
para canarias. Las gemelas me reclaman, al parecer la abuela se ha pasado de
lista, uno de nuestros cebos consiguió que aceptara dinero por acostarse con
ellas.
-
Entiendo. No las sueltes. Son
buenas.
-
Tranquilo. Sé lo que me hago. Habrá
que darle un escarmiento a la vieja esa.
-
Nuestros clientes de allí están
encantados. Son tremendamente rentables.
Los
dos rieron. En ocasiones como aquella se aprovechaban de la extrema pobreza de
los tutores de las ninfas. Pero eran los casos menos frecuentes.
La
mayoría de los padres no tenían ni idea de lo que sus adoradas hijas podían
llegar a hacer en sus ratos libres por conseguir el último teléfono móvil, los
trapitos más monos o simplemente dinero fácil para drogarse.
Cuando
Charly se fue, Oleg quedó pensativo. Hizo algunas llamadas y aparcó, de
momento, el tema de Rebeca. El americano era su mejor cliente, pero muy
exigente. Debía disponer de alguna viciosilla durante veinticuatro horas, tal y
como exigía el contrato. Muy a su pesar sabía que esta vez no tenía otra
alternativa. Sveta se encargaría. Cumplía de sobra las estrictas condiciones
del tejano: Complaciente, su hija sin duda lo era. Bonita, muy bonita. Y zorra,
podía llegar a serlo como la que más. El origen de su reticencia surgía de la
delicada salud del americano. Con tres infartos y un marcapasos en su interior
dudaba seriamente de su capacidad de aguante. Si Sveta se lo cepillaba como
ella sabía… podía literalmente matarlo a polvos. No deseaba por nada del mundo
causarle semejante trauma a su pequeña.
Sveta ni siquiera se desperezó del todo cuando notó su vagina ocupada de nuevo. Estaba acostumbrada, más bien adiestrada, para saciar el deseo de su padre y sus amigotes a cualquier hora del día… o de la noche.
![]() |
A
la mañana siguiente, a la vez que tomaba un café, Oleg leía el primer informe
preliminar. Sus hombres no habían perdido el tiempo. Furtivamente habían
asaltado el archivo del instituto de Rebeca. Aquella alarma comercial no fue
ningún obstáculo. Repasó concienzudamente su expediente académico, los informes
de los profesores, la evolución psiquiátrica. Supo cuáles eran sus hábitos, sus
amigos, sus complejos y todo un rosario de detalles de su vida académica.
Después
de examinarlo, se dedicó a otros escritos que aparecían en la carpeta. La
historia clínica de Rebeca. Supo en un instante todo lo referente a su salud.
Desde un simple resfriado hasta aquel incidente de cuándo se cayó de la
bicicleta y se abrió la cabeza. Tan sólo le interesó lo referente a su conducta
y problemas hormonales. Penetrar en la débil protección del sistema informático
de su centro de salud no fue ningún problema.
Del
mismo modo, apenas media hora después de hacer su última llamada, una furgoneta
negra aparcó junto al edificio de la vivienda de los propietarios de una
coqueta tienda de ropa del centro. Un barrido informático y un programa
desarrollado por la KGB bastaron para hacerse un hueco en la red inalámbrica
del padre de la ninfa. Fotos, vídeos, historiales, correos electrónicos… todo
se analizó concienzudamente, reflejando en un par de páginas lo más relevante.
-
¡Vaya, vaya! – Sonrió Oleg al leer
aquel memorándum.
-
¿Qué pasa? – le dijo Sveta, entrando
desnuda en la cocina.
-
Nada, nada. Un nuevo pececito…
-
¿La de Charly?
-
Sí.
-
Tiene que ser extraordinaria, me
arde el trasero – contestó la rubia dándose golpecitos en la parte afectada.
-
Charly asegura que lo es – pero Oleg
apenas prestaba atención a la conversación con su hija.
La
sonrisa de hombre no tenía en principio nada que ver con la lolita, al menos
directamente. Según el informe de Charly la madre de la ninfa estaba convencida
de que el supuesto representante de prendas era homosexual. La muy ingenua
alardeaba de que los detectaba a la legua. No tendría tan buen olfato cuando
compartía cama con uno de ellos y ni siquiera se había dado cuenta. El papá de
la nena tenía un buen puñado de vídeos porno de transexuales e incluso chateaba
con varios de ellos casi a diario. También había fotos familiares. Nada sucio,
todo normalito. Tan sólo media docena de la Rebeca en un más que discreto
biquini, sin duda realizadas el anterior verano.
Oleg
miró una de ellas detenidamente. Un sonriente primer plano de uno de los
rostros más apetecibles que había visto en su vida.
-
Menuda carita tiene la puta. – se
dijo rascándose la entrepierna.
-
Es mona – le contestó su hija al
tiempo que se arrodillaba para realizar a su padre la primera felación del día.
Si
todo iba bien, Oleg pronto la regaría con un buen montón de esperma, o algo
peor. Él suspiró profundamente cuando la leche salió a escape libre contra el
paladar. Aun con el pene colgando, escaneó todo el informe, destruyó los
papeles y mandó todo a su experto. El doctor Méndez era el mejor, una ayuda
indispensable a la hora de planear la caza. La caza de Rebeca, la ninfa con
cara de ángel. Un ángel caído.
Antes
del mediodía el galeno le comunicó las primeras impresiones. Se trataba de una
joven muy ordenada y metódica. Seguro que tenía un diario. Conseguirlo sería de
gran ayuda.
El
jefe de seguridad de la urbanización más lujosa de la ciudad se puso en marcha.
La ninfa y su familia serían vigilados las veinticuatro horas del día sin que
ni siquiera lo sospechasen. Colocaron en sus coches emisores de señales
localizadoras. Frente a las puertas del negocio y de la vivienda familiar se
apostaron una cantidad considerable de esbirros que controlaban los movimientos
de todos los miembros de la familia de Rebeca.
Al
día siguiente Oleg recibió una llamada.
-
El pedido ha salido. Se dirige al
destino habitual.
-
¿Y los otros paquetes?
-
También, hace un momento. Todo
libre.
-
Es hora del desayuno. Tenéis diez
minutos.
-
A la orden.
Diez
minutos para aquellos tipos era un mundo. Abrieron la puerta de seguridad de la
casa como si fuese una lata de refrescos. Hicieron fotos y vídeos de la
vivienda. Pincharon el teléfono, pero no colocaron ni cámaras ni micrófonos. En
la primera visita tan sólo tanteaban el terreno. Como es natural se centraron
en la habitación de Rebeca. Registraron todo con sumo cuidado y, oculto debajo
del cajón de su armario, encontraron el librito con tapas rosadas y un gracioso
candado. Rápidamente uno de ellos procedió a fotografiarlo. En un periquete
dejaron todo tal y como estaba. Ni rastro de su incursión.
Al
llegar de nuevo a su furgoneta uno de ellos no pudo evitar una mueca de
desaprobación. Diez minutos y medio, sin duda la vida ociosa les estaba pasando
factura.
A
mitad de la mañana el organizador de todo el entramado ya tenía todo frente a
su mesa. Ojeaba la réplica del diario de la chica meneando la cabeza. No dejaba
de sorprenderse, el jodido doctor era un genio.
Rebeca,
aquel ángel obediente y dócil, aquella bendición de hija, ojito derecho de su
padre y orgullo de su madre tenía un lado oscuro, un ángulo sucio que nadie
hasta entonces había logrado descubrir. Hasta entonces, nunca mejor dicho.
Aquel aparente dechado de virtudes, que jamás había roto un plato ni levantado la
voz, expresando una brizna de rebeldía lo guardaba todo dentro y su válvula de
escape eran unas páginas rosas, escritas en letra redondilla, escondidas
torpemente en su cuarto.
Rebeca,
la dulce Rebeca evadía su mente con infinidad de fantasías, algunas inocentes
como enseñar las braguitas en el metro, pero otras algo más escabrosas y
sucias. Cosas de adolescentes, o quizás no tanto. Encuentros furtivos más o
menos indecorosos con hombres adultos a los que no conocía. Besar
apasionadamente al profesor de gimnasia, subirse al coche de un desconocido y
dejarse sobar, espiar a parejas haciendo el amor u otras cosas por el estilo.
Paradójicamente hacer todas aquellas cosas que luego públicamente tanto
criticaba. Incluso tenía un ranking con los nombres de los papás de sus amigas
que le parecían literalmente “más interesantes”. A Oleg le hizo especial gracia
esa expresión, a saber, qué significaría para aquella zorrita. El hombre puso
especial atención a los apuntes escritos a partir de la fecha del primer cunnilingus
de Charly. El cambio de tono fue mayúsculo. Las anotaciones eran más
atropelladas, casi compulsivas hablando de él en exclusiva, sin escribir su
nombre, como buen diario secreto. Las palabras intentaban burdamente expresar
las sensaciones que su cuerpo le transmitía al recordar la lengua del hombretón
lamer sus partes íntimas. Describió como pudo el ardor intenso que tan experto
apéndice le hizo sentir y cómo sus propios jugos abandonaban su cuerpo orgasmo
tras orgasmo.
Por
otro lado, el diario también dejaba patentes las dudas que la joven tenía sobre
sí misma, de su capacidad para satisfacer a aquel magnífico hombre y de cómo
competir con las otras hembras que revolotearían alrededor del comercial de
ronca voz y mirada penetrante.
Una
hora después Oleg charlaba del asunto con el doctor en su consulta.
-
¿Qué opina?
-
Hay pocos datos, de momento, pero…
-
Diga.
-
Creo que has dado con un premio
gordo.
-
¿En serio?
-
Sí. ¿Y dices que esta señorita se
dejó lamer el coñito? ¿En la primera cita?
-
En efecto. ¿Por qué?
-
Pues… porque este tipo de persona,
sobre todo mujeres, son muy metódicas y calculadoras. Piensan mucho, pero
actúan poco. Lobos por dentro, corderitos por fuera. Les cuesta mucho… dar el
primer paso. Pero cuando lo hacen…
-
Siga.
-
Espero dentro de poco poder disfrutar
de tan bonito animal.
-
Seguro. Continúe – Oleg se sentía
extrañamente impaciente, algo muy raro en él.
-
Después no paran. Son unas máquinas:
si se encaprichan de algo o de alguien, no se detienen ante nada. No les
importa ni lo que tengan que hacer o decir. Mienten como nadie, retuercen las
cosas en su beneficio. Roban, se prostituyen, se drogan… lo que sea. Tienen una
imagen en su cabeza, alguien que les haga sentir vivas. Y tu hombre se ha
cruzado en su camino y ha dado pábulo para consumar sus ensoñaciones. Le ha
puesto ojos y cara a aquel que le da un sentido a su vida. Será suya pase lo
que pase, la trate como la trate. He visto casos extremos, en el que la mujer
se deja incluso matar sin la menor oposición por hombres despreciables, tal es
su grado de… - sonrió ante la palabra tan poco técnica que iba a pronunciar –
“encoñamiento” o enamoramiento.
Oleg se retorció de gusto. Cada vez la cosa se ponía más
interesante.
-
Pero hay una cosa que deberás tener
en cuenta. Es muy importante que quede claro. Si tu hombre es demasiado blando,
con paseos de la mano, besos en la cara y todas esas chorradas va listo.
-
¿Perdón? – Oleg miró a su
interlocutor extrañado.
-
Necesitan mano dura, una persona que
las domine, las humille y las someta. Tenéis que ser más fuertes que ella, ir
un paso por delante. Si dejáis que tome las riendas, lo tenéis crudo. Son muy
inteligentes y sin nuevos retos llegará el momento que se aburrirá. Siempre
podrás extorsionarla con fotos, vídeos y todas esas zarandajas, ya no será lo
mismo. Tan sólo tendréis su cuerpo, pero no su alma. Además, sé que no es tu
estilo.
-
Mi estilo es obtener dinero. Y
entonces. ¿Qué debemos hacer?
Oleg
estaba un poco confuso. Su plan había saltado por los aires. Pensaba hacer
precisamente todo lo que el doctor le había desaconsejado. Hasta entonces
siempre le había funcionado. Jóvenes enamoradizas que poco a poco se sentían
atrapadas por las atenciones y gestos de sus cazadores. Sin darse cuenta se
iban adentrando en el sexo a través del amor. Y después eran prostituidas con
suma facilidad. Había mil formas de hacerlo. Rebeca era distinta, por lo visto.
-
Darle caña desde el primer día. Sin
tregua. No te digo que tu tipo la viole, eso no, pero de hacerlo… le
encantaría.
Ante
los ojos de experto, el diario reflejaba una Rebeca muy diferente a la de la
realidad, tan prudente y cohibida. El doctor parecía tenerlo muy claro.
-
No sé… - Oleg meneaba la cabeza.
-
Hazme caso. Si no te convences haz
una prueba. Graba la siguiente cita y luego hablamos. Verás como siempre será
ella la que intente llevar la iniciativa. Esa cabecita no para de pensar cosas
sucias. Y si dices que ya ha cruzado el umbral, que ya ha pasado de las
palabras a los hechos... seguro que os supera… te lo digo yo.
Oleg
no estaba nada convencido. Una lolita virgen, sin experiencia, no iba a
sorprender a Charly, uno de sus mejores hombres. Había intentado imaginar la
siguiente etapa de la caza, quizás algo de toqueteos, besos y, como mucho,
algunas fotos. En realidad, incluso todo aquello era demasiado para una segunda
cita, tal y como la estaba retratando el doctor Méndez parecía nada para tan
sorprendente muchacha. Resonaron en su cabeza las palabras del psicólogo y
psiquiatra:
-
Se lo follará en cuanto tenga la más
mínima ocasión. Exprimirá a tu cazador como si fuese un limón. Te lo aseguro.
Menuda suerte la del hijo de puta ese…
*****
Días más tarde Charly recibió la llamada de la madre de
Rebeca. Estaba encantada con las ventas. Siguiendo el plan, a pesar de la
insistencia de la buena señora no adelantó su encuentro con ella. Le contó a
Oleg la circunstancia y éste se sonrió.
-
¿Qué pasa?
-
Pues que ni siquiera he mandado a
mis chicas de compras.
-
¡No jodas! ¿A ver si nos hemos
equivocado de negocio?
-
No creo – dijo Oleg entre risas.
Charly
estaba sorprendido y contrariado. No se esperaba aquello. Ni rastro de Rebeca.
Llevaba un buen rato en la tienda y había anunciado su llegada con la
suficiente antelación como para que la chica lo supiese. Se centró en su papel
de comercial, profesional como siempre.
-
Te lo dije, un filón.
-
Cierto. – respondió la dueña del
negocio.
-
¿Y la lencería?
-
Me la quitaron de las manos.
-
¡Lo ves! Y eso que tan sólo eran… -
revisó sus notas – Veinte.
-
Diecinueve.
-
¿Perdón?
-
En el albarán ponía veinte, en
realidad tan sólo había diecinueve.
Charly
reaccionó rápido. Rebeca se habría quedado el conjunto rosa que tanto realzaba
su natural delicadeza.
-
Cierto. Con las prisas se me quedó
una caja en el coche…
-
Espero que tan sólo sea esta vez.
-
Por supuesto señora mía, por
supuesto.
-
Tendrá que traerme más género.
-
Pues… - miró de nuevo su agenda –
tendrá que ser otra vez el domingo.
-
¿El domingo? ¿Usted no descansa
nunca?
-
No. Hay que comer. Introducir una
nueva marca es difícil, aunque tenga la calidad que tiene esta. Y más en los
tiempos en los que estamos. Lo cierto es que libro los sábados. El domingo lo
dedico a preparar la semana y organizarme un poco. Si viajo el lunes en avión
prefiero hacer noche aquí.
-
Entiendo. Pero los domingos por la
tarde solemos ir los tres al cine.
-
No importa, cuando lleguen a casa,
me llaman y yo me acerco.
-
¿En serio?
-
No es molestia.
-
Muy amable.
Se
demoró en la visita hasta casi hacerse pesado, y un poco frustrado salió de la
tienda. Metió las maletas en el coche murmurando juramentos en su lengua
materna. Ya tenía el teléfono en la mano para contar las malas noticias a Oleg
cuando, de repente, se abrió la puerta del pasajero y unas bonitas piernas
entraron en el vehículo. Apareció la ninfa de rostro sublime embutida de nuevo
en su gabardinita larga.
-
¡Creí que no saldrías nunca!
-
¡Rebeca!
-
¡Arranca! – respondió – Si me pillan
aquí contigo, me matan.
Charly
obedeció y movió el coche. Sin rumbo fijo callejearon por la ciudad.
-
Ya pensé que no te vería. Estás muy
guapa.
-
¡No aguanto a mi madre! Está siempre
controlándome, como si fuese una niña…
-
Esas botas a juego con la gabardina
son muy bonitas…
-
La vieja casi me mata cuando gasté
el dinero que me dio mi abuela para el cumpleaños en ellas. Dice que tienen
mucho tacón… para mí – no fueron esas exactamente las palabras de su madre,
pero no quería reproducir el humillante comentario.
-
¿Dónde… te llevo?
-
Para un momento.
Una
vez estacionados abrió su pequeño bolsito y sacó una cámara de fotos.
-
¿Para mí? – Charly le sacó la
lengua, divertido.
-
¡No, tonto! Me la regaló mi otra
abuela. Para ti son las fotos.
Inconscientemente,
Charly manipuló el objeto y en la pantalla aparecieron unas instantáneas de la
jovencita.
-
Podríamos ir a un ciber y
descargarlas.
La
chica no pudo evitar la risa.
-
No creo que sea el lugar más
indicado.
-
¿Por qué? – pero cuando examinó el
contenido del aparatito asintió con la cabeza - Entiendo.
Charly
no dejaba de pasar una tras otra. Al principio eran de lo más normalitas, pero
poco a poco mostraban a una Rebeca cada vez más ligera de ropa. Falditas,
camisas y ropa de calle pronto dejaron paso a pijamas, bikinis y ropa interior.
En seguida sus incipientes senos entraron en escena y la desnudez integral no
se hizo de rogar. En ocasiones sus delicias se disimulaban detrás de algunos
objetos como flores, pañuelos y peluches, más en otras Rebeca aparecía desnuda
y sonriente. Feliz, muy feliz. Exultante de gozo al exhibirse ante el adulto.
Las
últimas doscientas traspasaban el umbral de lo erótico y se tornaban
sencillamente pornográficas. Mostraban a la ninfa desnuda en posiciones sexuales,
tocándose, masturbándose. Había varias jugueteando con su ano, sin llegar a
perforarlo, eso sí. Otras frotándose el clítoris de manera compulsiva. Planos
cortos de su sexo, senos y nalgas. Primeros planos de su sonriente cara
chupando el mango de un cepillo para el pelo, simulando una profunda felación.
El cazador excitado se detuvo en éstas, sencillamente impresionantes. Eran
capaces de ponérsela dura a un muerto.
Rebeca
miraba divertida la cara de Charly. Estaba nerviosa y a la vez orgullosa por su
hazaña. Había sorprendido al adulto, eso era lo que ella pretendía. Sabía que
tan extraordinario hombre tendría novia, estaría casado o quizás las dos cosas
al mismo tiempo. Tendría que ofrecerle algo jugoso para poder competir con
hembras más desarrolladas y estaba dispuesta a hacerlo. Le entregaría todo. Lo
habría hecho el primer día, de no ser por la inoportuna llamada de su mamá. Se
había enamorado de forma enfermiza de aquel hombre. Le amaba más que a su vida,
y si abrirse de piernas era lo que hacía falta para tenerle junto a ella, lo
haría sin titubear.
-
Tienes que descargarlas en algún
sitio… si no, no podré hacerme más.
-
¿Cuántas hay?
-
No sé. Todas las que cabían…
-
Tengo el portátil en casa de mi
amigo…
-
¿Está lejos?
-
No.
-
Pues vamos.
-
¿A qué hora…?
-
A las nueve, se supone que estoy en
casa de una amiga…
La
escena del ascensor fue un poco cómica. Aquella señora gorda les miraba de
reojo con claros gestos de desaprobación. Cada vez visitaban aquel picadero
mujeres más jóvenes. En cuanto pasaron el dintel se enroscaron el uno con el
otro. Los besos con ortodoncia son sin duda diferentes. Charly ya lo sabía de
otras ocasiones y tenía que reconocer que no le disgustaba la mezcla de metal
con lengua juvenil. Sorprendentemente fue Rebeca la que se despegó.
-
¡Las fotos! Descarga la cámara…
quiero que tengas mis fotos…
-
Si… claro…
-
Quiero que no te olvides de mí
cuando no estés conmigo.
-
¡Jamás podría olvidarte! – le
contestó él sinceramente acariciándole la nuca.
Él
conectó la cámara a su portátil. Se sintió nervioso como un colegial.
Aquella
situación, por muy acostumbrado que estuviese le superaba por momentos. Tan
absorto estaba en ver aquella instantánea con aquella carita suplicando guerra
que no se percató de que Rebeca se había colocado en frente suyo, detrás del ordenador.
-
¡Mira!
Charly
comprobó que la profecía del buen doctor se cumplía paso a paso, que la lolita
lo tenía todo calculado. El galeno había dado en el blanco con su diagnóstico.
Debajo de aquel ángel permanecía oculta una hembra caliente con actitudes muy
eróticas. Se desabrochó la gabardina y ante el anonadado hombretón aparecieron
las carnes blanquecinas y sabrosas de Rebeca. Solamente vestía un par de medias
hasta las ingles bajo las botas, en el resto de su cuerpo, nada excepto un
gracioso lacito en el vientre, como si fuese el detalle de algún regalo.
Excitada, le costaba respirar. Estaba entregando su más preciado tesoro al
hombre de sus sueños y eso para ella lo era todo.
Charly
se rehízo, Rebeca había mostrado cierto signo de debilidad. Ella tenía todo
calculado, ciertamente, pero en aquel punto con la prenda abierta y mostrándose
completamente a la mirada del atractivo gigantón le entraron las dudas. Charly
lo notó y decidió tomar la iniciativa. Darle caña desde el principio, ese era
el plan.
-
¿Lo has hecho con una de verdad?
-
¿A… a qué te refieres?
-
A eso – dijo señalando la pantalla.
Los
labios de la ninfa alojando un objeto duro hasta su garganta.
-
N… no. Jamás he… estado con… con
ningún chico.
-
Quieres ver la mía, ¿verdad?
Con
una media sonrisa, Charly se acariciaba el enorme bulto de la entrepierna.
Lugar que, por otra parte, la misma Rebeca no podía dejar de mirar muy turbada.
Muda de puro nervio, tan sólo pudo contestar asintiendo lentamente con la
cabeza.
-
Es muy grande - prosiguió el hombre
acentuando el manoseo sobre la tela que protegía al menos de momento su miembro
viril. - y está muy pero que muy dura. Y eso es por ti, mi princesa.
Compruébalo tú misma. Acércate.
Pero
Rebeca no se movió.
-
¡Ven… no seas tímida! – el hombre
usaba un tono meloso y condescendiente, un siseo que embaucó a Rebeca
irremisiblemente – te mueres por tocarla, no lo niegues.
La
curiosidad maridada con el deseo forma una combinación explosiva, más aún
cuando las hormonas adolescentes rebrincan en tu interior como un avispero en
pleno agosto. El bulto aquel estaba caliente, y pronto se dio cuenta de que con
una sola mano no era suficiente para examinar tan extensa ambrosía. Intentó
adivinar lo que sus ojos no podían ver. Aquella cosa dura y larga sin duda
sería el pene, y lo otro, algo más blando, los enormes testículos que adornaban
la verga. Rebeca tragó saliva e inconscientemente mordió su labio inferior,
gesto que no pasó inadvertido ni a Charly, ni al montón de cámaras ocultas que
infestaban aquella y el resto de las estancias del apartamento. La chica aun
sin reconocerlo claramente dada su total inexperiencia previa tenía hambre,
hambre de sexo, sed de verga o como se quiera expresar. Su vicio era más fuerte
que su frágil resistencia. No podía dejar de frotar, de abarcar con sus dedos
semejante tesoro. A sus fosas nasales llegó el aroma de los líquidos pre
seminales del macho, feromonas masculinas que enervaron más si cabe sus
entrañas. Le dolían los pezones, erectos como escarpias en aquel instante, un
simple roce sobre ellos bastaba para que su vulva destilase líquido a raudales.
Toda lubricación era poca si pretendía ensartarse semejante estoque. Y estaba
dispuesta a hacerlo. Nada ni nadie iba a impedírselo. De aquel piso saldría
estrenada, desvirgada y plenamente satisfecha. Era lo único que tenía para
intentar conservar a Charly. Su cuerpo. Como si aquello fuese poco, hubiese
pensado el resto de los mortales. Un cuerpo que entregaría una y mil veces para
mayor gloria del desgraciado cazador que se relamía de gusto al imaginar lo que
pronto sucedería.
-
¿Te gusta? ¿A que sí? ¿Es lo
suficientemente grande para ti, cielo? – Charly tuvo que aguantar la risa -
¿tendrás suficiente con lo que tiene Charly para ti?
-
S… ¡Sí!
-
Espera aquí, de rodillas….
La
chica torció un poco el gesto. Aquella pausa y que su amante le dejase allí
plantada no entraba en sus planes. Quizás fantaseó que el hombre la agarraba en
volandas, la postraba en un lecho de flores y la iniciaba con ternura. Sin
saber muy bien por qué se arrodilló de un golpe. Su miedo solamente era
superado por la curiosidad. Algo sucio dentro de ella le incitaba a obedecer
sin titubear a la voz de su amo.
Pero
Charly la dejó allí un tiempo, perdiéndose por alguna de las habitaciones de la
casa en busca de algo. Rebeca se vio reflejada en un espejo, enfadándose
consigo misma cuando frente a ella apareció una primeriza asustada y nerviosa,
semidesnuda e insegura. En un rapto de furia miró a su alrededor. Necesitaba
algo fálico, pero tan sólo dispuso de un rotulador un poco más grueso que los
demás. Aquello era mejor que nada. Comenzó a reproducir lo que había visto en
la computadora de su padre.
El
papá de la nena no puede decirse que fuese un genio buscando contraseñas. A
Rebeca no le sorprendió encontrar pornografía, los chicos de su clase se
vanagloriaban por ello, aunque sí el hecho de que fuesen “chicas” con enormes
falos las protagonistas de casi todas las películas. Incluso había dos o tres
filmes que no se andaban con eufemismos. Musculosos muchachos follando a todo
trapo entre sí. No le dio demasiadas vueltas, le traía sin cuidado la verdadera
orientación sexual de su padre. Quería aprender cosas que pudiesen agradar a su
hombre y le daba igual el sexo del que lamía aquellos enormes testículos con
veneración y maestría.
Apenas
el artilugio para escribir se alojó en su boca, reapareció Charly empuñando una
pequeña cámara de vídeo. No hacía falta, pero el varón quiso que la chica fuese
plenamente consciente de que su iniciación iba a ser inmortalizada para la
posteridad. Tenía que acostumbrarse a la cámara, aprender a coquetear y darlo
todo delante de ella. A Rebeca no le agradó demasiado la sorpresa, aunque lo
disimuló muy bien. En el fondo, no era más que una adolescente romántica que
jugaba con fuego, apunto de quemarse.
-
¡No, por favor! Luego no me importa,
pero la primera vez no…– le hubiese encantado suplicar, pero su cabecita evocó
la imagen en el espejo, frágil, insegura y asustada.
No
era así cómo quería que Charly la viese por lo que no dijo nada. Ella misma se
lo había buscado con la tontería aquella de hacerse fotos en pelota picada con
el coño abierto, pensó.
Charly
tampoco la habría escuchado. La cámara, Rebeca y un pene formarían a partir de
entonces un trío sexual indisoluble y tremendamente productivo así que le plantó
su paquete a un palmo de la cara, lanzó el dichoso rotulador hacia ningún
sitio. Continuó con el plan sin dejar de grabar en ningún momento:
-
Di tu nombre y edad, princesa...
-
Me llamo Rebeca y tengo…- oír su
propia voz le dio fuerzas para continuar tras obedecer.
-
¿Qué quieres ver?
Tras
unos segundos de tensa espera un hilo de voz brotó de sus labios
-
Tu… tu… tu p… pene.
-
¿Cómo has dicho? Perdona Rebeca, no
te he oído…
-
¡Tú pene! – contestó ella con algo más
de energía - ¡Quiero… ver tu… pene!
-
¿Y para qué? – la excitación de
Charly aumentaba por momentos tras el objetivo - ¿para qué quiere ver la nena
mi pene?
-
Para… chuparlo – murmuró la lolita
volviendo la cara muerta de vergüenza.
-
¿Perdón? Rebeca, mira a la cámara
cuando hables. Apenas te oigo.
-
¡Para
chuparlo, coño! – un poco de genio vino que ni pintado a la escena.
La
belleza del rostro de la lolita centelleaba rabiosa.
-
¿Vas a chuparme la polla? –Charly no
se anduvo con rodeos.
-
¡Sí! – el tono impaciente de la
chica crecía.
-
¿Sabes hacerlo?
-
¡Aprenderé!
-
¿En serio? ¿Y después qué? ¿Tendrás
suficiente con eso o querrás más?
-
¡Más!
-
¿Seguro? Supongo que después querrás
que… – Charly dudó en la palabra a utilizar - te… folle… ¿no?
Hacer
el amor sonaba un poco cursi. Palabras soeces daban un plus de intensidad a la
película. Tiernas lolitas esputando exabruptos por la boca durante la cópula
tenían un público muy fiel y tremendamente generoso.
-
¡No! – replicó Rebeca casi fuera de
sí.
El cazador se
sorprendió ante tal respuesta, pero sonrió al oír lo que seguía.
-
¡Te follaré yo a ti!
-
¿Seguro? – dijo él meneando la
cabeza en claro gesto de incredulidad.
-
¡Seguro!
-
¿Lo has hecho alguna vez? –
conocedor de la respuesta, Charly quiso dejar constancia la condición de doncella
de la muchacha.
-
Soy… virgen. Tú vas a ser… el
primero… ya me entiendes.
-
Al principio duele... Lo sabes, ¿no?
-
No me importa. Soy tuya…
-
Espera, espera. Repite eso
mirándome…
La
ninfa esperó un poco a que el hombre estuviera listo. Sin el menor atisbo de duda,
aquella dulzura de rostro refulgía frente al objetivo. Se despojó de la
gabardina que medio ocultaba su cuerpo. A la vista del cazador aparecieron de
nuevo aquellas dulces manzanitas y la rajita lampiña y dispuesta. El rabo de
Charly quería salir y arrasar con todo, pero debía aguantar un instante más.
-
Soy tuya. Puedes hacerme lo que
quieras.
-
No pararé ni, aunque me lo
supliques…
-
Me da igual…
-
Me gusta eyacular en la boca…
-
Hazlo...
-
Me encanta que se lo traguen todo...
-
Lo haré. Haré lo que me pidas… con
tal de que estés conmigo… te… te quiero. Y sé que tú también me quieres y que
jamás me harás daño.
Charly
se tomaba su tiempo. Sabía que aquel primer plano de la declaración de
intenciones de aquella puta inquieta era incluso más excitante que la consumación
de los actos.
-
¡Yo también te amo! Pero mujer no te
pongas tan seria, que estás muy guapa cuando te ríes.
Rebeca
corroboró tal afirmación regalando al objetivo una cálida y metálica sonrisa.
Los nervios iban disminuyendo poco a poco. Charly no quiso que el tono sexual
de la conversación bajase así que siguió con el interrogatorio.
-
¿Y tú chochito…? – prosiguió el
hombre relamiéndose descaradamente – todavía tengo su sabor en mi boca…
-
¡Para ti!
-
¿Y el culito?
-
¡También!
-
No te creo… eso no…
-
¿Qué no? – contestó ofendida.
Encantado
observó como la lolita, con un rápido giro le mostraba su ojete, que incluso
quería agrandar abriéndose ella misma los glúteos con fuerza. Charly jamás se
había visto en ninguna similar. Nunca le habían puesto en bandeja tan suculento
manjar a las primeras de cambio. El coito anal era el tercer o cuarto paso en
la carrera del sexo y ahí estaba Rebeca dispuesta a saltarse la lista con tal
de satisfacerle. Agarrando a la chica con sus manos, notó cómo temblaba de
miedo y la acarició tiernamente, intentando serenarla en lo posible. Le
corrigió la postura dejándola si cabe más expuesta. Invirtió unos instantes en
sobarle la vulva sin piedad ninguna. En verdad parecía un geiser a punto de
explotar.
-
“Coñito juguetón, pronto serás mío”
– pensó – “Tío Charly pasará buenos ratos contigo.”
La
lolita se preparaba para lo peor sin atreverse a mirar. Notó como el hombre
lanzaba su camiseta al suelo. Oyó el ruido característico de los zapatos caer
seguidos de los pantalones. Sobre su cabeza voló un slip negro. Ya no había
vuelta atrás. Tragó saliva y cerró los ojos. Su iniciación era inminente. Había
llegado su hora.
-
¡Rebeca, mi preciosa Rebeca! – la
voz de Charly le relajaba - ¡Qué cuerpo tan delicioso tienes…! ¡Voy a hacerte
el amor como nadie te lo hará jamás! No olvidarás este momento nunca.
El
hombre observó con ternura el esfínter posterior inexplorado. Se sonrió un
poco. Aquel agujerito ni en sueños podría abarcar de momento su monumental
aparato. Eran necesarios litros de vaselina y multitud de maniobras
preparatorias para que la sodomización pudiese llevarse a cabo sin que
ocurriese una desgracia.
Charly
no tenía inconveniente en dar por el culo a las primerizas. El sexo anal era
algo imprescindible para el negocio. Todas las chicas tarde o temprano
terminaban poniendo el trasero a disposición del cliente, pero jamás había
visto uno tan apretado como el de aquella hembra temblorosa de ojos verdes.
Pensó en Oleg. Su jefe era un experto en iniciar a las y los jóvenes en aquella
variante del sexo. Un par de horas con él y la puta de Rebeca no pararía de
suplicar más y más rabo en su culito. No obstante, en aquel momento no tenía
tiempo, ya era tarde y la joven tendría que irse pronto a su casa. Fijó el
objetivo en el pequeño ojete y acercó su falo hasta tocarlo ligeramente. Se
trataba de un mero test de monta, quería ver la reacción de ella ante tal
estímulo.
Rebeca
superó la prueba. Charly, encantado, notó como la chica misma balanceaba su
cuerpo hacia detrás, intentando inútilmente que aquel cipote penetrase en su
interior. No cejó en su empeño de auto inmolarse hasta que Charly le acarició
el costado y le dijo, mimoso.
-
Tranquila, princesa. Mejor otro día…
-
¡No, no! – contestó algo frustrada –
Soy tuya… métela …por ahí… si es lo que quieres.
-
No cielo, no…
-
¡Por favor…! – Rebeca suplicaba para
que Charly le rompiese el traserito.
-
Es demasiado grande… quizás otro
día… con más tiempo… probemos algo…
Y presionó el hoyito con su dedo meñique. Notó el rechazo de
la amante, su menudo cuerpo reaccionó frente a la agresión, pero pronto la
mente tomó el mando y aguantó el envite. Charly ronroneó complacido al sacarlo
lentamente:
-
Muy bien… muy bien… Ahora, otro.
-
Co… como quieras…
Uno
tras otro los dedos de la enorme mano de Charly traspasaron sucesivamente la
frontera inexplorada de Rebeca. Ella apretaba los puños y no podía evitar que
de sus labios partiesen gemidos de dolor contenido, que se vieron acrecentados
cuando sintió el pulgar del hombre retorcerse en su intestino. Los ojos se
humedecieron e incluso alguna lágrima escapó de su maravilloso nido. Aun así,
hacía movimientos para hacer la penetración más profunda. Su dolor no importaba
si así cumplía los deseos de un Charly que no cabía dentro de sí de gozo.
-
¡Date la vuelta! Tu boca tiene algo
pendiente para mí…
Como
un perrito, obedeció. Por primera vez se encontró frente a frente con su
verdugo. Aquel pedazo de carne que le daría la vida durante los meses
siguientes a la vez que la mataría de gusto y placer.
Charly
manipuló la cámara, no se perdió un ápice de la reacción del rostro juvenil.
Miedo y curiosidad a partes iguales, sin duda era la cara más bella de cuantas
ninfas había desflorado. Al parecer el tamaño y longitud de la verga cumplían
ampliamente las expectativas de la lolita. Con la boca entreabierta Rebeca
esperaba impaciente, más lo que el cazador introdujo en ella fueron de nuevo
los dedos que tan candorosamente había alojado en su trasero.
-
¡Limpialos, princesa!
Sin
atisbo de duda o amago de renuncio la esclava actuó como su amo le ordenaba.
Acompañaba la succión con ligeros roces de lengua. A Charly le satisfizo mucho,
tanto que pensó en cómo sería de placentero aquel movimiento en su polla. No se
demoró más y agarrando su estoque lo acercó esta vez sí, irremisiblemente a la
abertura que los carnosos labios de Rebeca formaban.
Igual
que un polluelo estira el cuello en busca del alimento proporcionado por su
madre se lanzó Rebeca hacia el rabo de Charly. Ella ya no pensaba en nada, tan
sólo actuaba guiada por sus instintos, experimentando nuevas sensaciones con
cada centímetro de verga que se adentraba en su cavidad.
A
Charly le hubiese resultado más cómodo dejar la cámara a un lado y concentrarse
en la mamada de la novata, pero pensó acertadamente que aquellas tomas y
primeros planos valían un buen puñado de euros.
-
¡Abre
los ojos! – intervino cuando notó que los párpados de la putita se cerraban al
sentir aquel palo en su boca - ¡No dejes de mirar a la cámara! ¡Eso es…
princesa… eso es! ¡Hummmm, qué gusto!
Estas
palabras animaron a Rebeca a aplicarse con mayor ímpetu. No lo estaba haciendo
mal, al fin y al cabo. Recordó lo aprendido en la película de maricones. Era
tan sólo cuestión de práctica, de metérsela bien dentro y no dejar de succionar
rápidamente.
El
placer de Charly creció exponencialmente. Ciertamente, la mamada era mejorable
pero no le quitó nada de mérito a los movimientos orales de Rebeca que, aunque
toscos, sin duda resultaban de lo más efectivos. Su pene endurecido como el
acero bastaba como muestra.
-
¿Te gusta? – preguntó inocentemente
dándose un respiro.
-
Lo haces divino…
-
¿En serio?
-
¿Te cansas?
-
¡No, no! – replicó ella rápidamente
volviendo a la tarea asignada.
-
¡Uf! – se le escapó del alma a
Charly en una de las arremetidas de la muchacha.
Ella
sonrió para adentro, complacida, y paladeó los primeros efluvios que emanaron
de su hombre. Los tragó con ganas, ansiosa como estaba de saborear la esencia
masculina y volvió a darle brillo a la herramienta. Notó que en efecto cada vez
lo hacía mejor, más rápido y profundo. Practicar y practicar, lo que ella
pensaba.
Charly
de vez en cuando se giraba un poco, haciendo que en la mejilla de Rebeca
apareciese un considerable bulto. Quedaba espectacular en el objetivo. Si por
él hubiese sido aquel tratamiento se habría prolongado toda la vida. Pero no le
quedaba tiempo. En apenas una hora u hora y media a lo sumo, la muchacha debía
estar en su casa. Y todavía quedaba lo mejor. Estrenarla. Pensó en quizás
dejarlo para otro día, pero ella, como leyéndole el pensamiento, dejó de
paladear el estoque y dijo:
-
¡Túmbate en el suelo! Te dije que te
follaría… y lo voy a hacer, por mi madre… ¡deprisa, hombre! ¡Pareces bobo!
Y
sin darle tiempo a reaccionar le arrancó la cámara de la mano y de un salto se
puso en pie. Él intentó protestar, pero enseguida obtuvo una explicación.
-
Tranquilo. Hazme caso… ¡Tendrás tu
peliculita…!
Rebeca
se encontraba cada vez más cómoda, allí desnuda con un hombre al que apenas
conocía. Ciertamente el vicio lo llevaba en la sangre, digna heredera de su
padre.
Charly
tan sólo iba a puntualizar que estarían más cómodos en la cama, más no dijo
nada. Dejó que la lolita evolucionase por sí misma. Ella colocó la cámara con
sumo cuidado y comprobó el encuadre. Se veía el majestuoso falo que iba a
desvirgarla, unos enormes cojones repletos de esperma y dejó sitio para que se
viese su propio cuerpo cabalgando encima. Había visto la escena miles de veces.
Travestidos enculados a diestro y siniestro, jinetes montando a sus
cabalgaduras a ritmos frenéticos, sudorosos y sonrientes.
Igual
que una joven leona se colocó en posición de ataque, dándole una majestuosa
visión de su trasero a Charly. Apartó el cabello de su cara, para que no
quedase ninguna duda de su identidad y buscó afanosamente con sus manos la
rabiosa verga que tanto ansiaba, colocándola en las inmediaciones de su sexo.
Respiró con fuerza antes de continuar.
-
¿Li… listo?
-
¡Sí! – le contestó él dándole una
palmada en el culo.
-
Soy tuya, sólo tuya y te lo voy a
demostrar…
Devoró
a la cámara con su mirada. Su rostro mostró esa fabulosa mezcla de inocencia y
sensualidad que pronto le haría famosa dentro del reducido y selecto grupo de
clientes de Oleg.
-
Me llamo Rebeca…
Y
tras repetir su nombre completo y edad, de un golpe seco se dejó caer,
rompiendo su himen de forma irremisible. Ella misma se arrebató la honra.
Charly no fue más que un mero instrumento. Ni ensayando mil veces hubiesen
obtenido una toma mejor.
-
¡Haaaaaaahhhhhh!
La
adolescente notó cómo algo en su interior se quebraba, una puñalada en sus
entrañas. Aquel dolor significaba el fin de una etapa y el comienzo de otra. Un
paso que no tenía retorno. La anterior Rebeca quedaba atrás y en aquel preciso
instante nacía una nueva. No sabía si mejor o peor pero distinta. Seguro. La
chica se tomó unos segundos de respiro, intentando que su cuerpo se adaptase en
lo posible al intruso y continuó con su declaración de amor:
-
¡Soy tuya…hazme… hazme lo que…
quieras! ¡Te amo! ¡Te necesito! ¡Si me dejas… me muero!
Comenzó
la danza del vientre a un ritmo progresivamente más rápido. Los gemidos
brotaban de su boca cada vez más fuerte. La señora que se encontró con la
singular pareja en el ascensor veía la tele sentada plácidamente en su sofá.
Buscó el mando a distancia y le subió el volumen unos cuantos decibelios más.
Los gritos de Rebeca no le dejaban escuchar la telenovela que tanto le gustaba.
-
¡Pedazo de puerca, qué suerte
tienes! – murmuró.
Charly
era un consumado amante. Le había costado un poco contenerse, la excitación del
cortejo sin duda era lo que más le satisfacía. Una vez iniciada la cópula
controló la situación como un profesional. Se dejó hacer. Rebeca disfrutaba y
eso sin duda se reflejaba en la película. No hay nada mejor que una joven
hembra buscando su orgasmo, olvidándose de la cámara y follando por placer,
pensaba Charly. Él se centraba en detalles aparentemente livianos. Ojalá
hubiera sangrado lo suficiente. A los clientes les gustaba bastante aquel
morboso detalle, el observar el pene barnizado de rojo entrando y saliendo de
las entrañas de las recién iniciadas. No quiso estropear el momento a la ninfa,
confió en la naturaleza y se dejó montar.
Notó
que la potrilla se tensaba. Ya lo había hecho un par de veces antes pero el
aumento del volumen de los chillidos y la profundidad del último envite le
indicaron que su primer gran orgasmo vaginal había llegado. Rebeca se destapó
como una gran amazona, aguantó buena parte de la verga en su interior sin
demasiada dificultad. Y gritona. Aquel detalle que puede parecer una gilipollez
era de lo más adecuado a la hora de realizar películas porno. No fingía, el
sonido gutural le salía del alma y eso era de lo más estimulante. Se iban a
forrar con aquella estúpida. Le sacó de sus pensamientos un extraño comentario
de la ninfa.
-
¡Córrete, joder! - no pudo evitar
murmurar Rebeca.
Se
sentía frustrada, lo estaba dando todo y no conseguía sacarle el jugo a tan
maravillosa fruta. No estaba cansada, gozaba como una perra, pero quería darle
a su amante al menos parte del placer que ella misma estaba experimentando.
Charly se percató de ello y decidió que había llegado el momento.
-
¡Quítate… voy… a…!
-
¡Hazlo dentro…! ¡No la saques, por
Dios!
-
¡No! – dijo él elevándola como si
fuese una pluma.
-
¡En la boca! - dijo ella recordando
las palabras de Charly.
-
¡Eso es!
Al
tiempo que el hombre rescataba la cámara sin tan siquiera desmontar el trípode,
ella se colocaba de rodillas, sentada sobre sus talones, esperando la descarga
con ansiedad.
-
¡Me llamo Rebeca, voy a beber semen…
por primera vez… ¡- exclamó la lolita muy nerviosa.
Charly
comenzó a masturbarse frenéticamente con su polla a escasos centímetros de la
carita de ángel. Ella acercó su mano, como queriendo ayudarle, pero él se la
apartó. No era el momento.
-
¡Tú sólo abre la boca! Y no te lo
tragues todo en seguida, juguetea con la leche…
Ella
asintió. Las películas de su padre le habían mostrado lo que Charly le
intentaba explicar. Aquellos maricones se regocijaban con la untura grumosa que
paladeaban con gusto. Incluso se besaban entre sí, haciendo que alguno de ellos
se tragase su propia esencia. Eufórica, abrió la boca todo lo que pudo, ante la
cámara apareció la ortodoncia que tanto odiaba. Pronto el brillo metálico se
vio sofocado por la sustancia blanquecina que el hombre destilaba, inundándolo
todo. Ojos, mejillas, labios, pelo… todo. Todo se anegó gracias a la tremenda
corrida de Charly.
Una
buena porción de lefa se alojó en la garganta de Rebeca que, aplicada, de
momento no tragó. Hizo gárgaras con ella y la mostró sin reservas a la cámara.
Sus ganas de complacer superaban las de vomitar, al menos por el momento. Charly
murmuró algo en su idioma natal, cada vez que llegaba a su clímax se acordaba
de la malograda Nadia. Rebeca permaneció inmóvil, la sustancia viscosa recorría
su rostro y caía al suelo formando diminutos charcos. Albergó febril la polla
de nuevo y una parte del esperma que guardaba celosamente se deslizó por la
comisura de sus labios. Notó una nueva descarga, mucho menos copiosa, en el
interior de su boca. Esta vez no esperó a que nada ni nadie se la arrebatasen y
la trasladó a su estómago como si fuese el más suculento de los manjares. Su
ansiado bautismo de leche había llegado.
Charly
estaba impresionado. Sencillamente inmejorable. En una sola toma, aquella
primeriza había logrado lo que muchas actrices porno consumadas ni habían
rozado, una corrida facial perfecta. Sin duda su genética y las ganas ayudaban
mucho.
-
¿Lo… lo he hecho bien?
Charly
la miró condescendiente. Con el rostro pringoso y el pelo embadurnado de semen
y todavía tenía dudas acerca de su tremendo potencial.
-
Muy bien, cielo, muy bien. – dijo
Charly una vez repuesto su aliento.
-
¿De verdad? ¿Mejor que tu mujer?
-
¿Mujer?
-
Estás casado, ¿no?
-
¿Te importaría?
-
No – dijo muy segura.
No
le importaba ser la otra, la amante. Lo tenía asumido. Era imposible que tan
imponente macho no tuviera una o varias concubinas.
-
Vamos a la ducha, allí te lo cuento.
Date prisa, no querrás llegar tarde.
-
Da igual…
-
De eso nada. Te quiero y me
importas. Sé que lo nuestro es difícil, pero puede irnos bien…
-
¿Sí?
-
Siempre que no nos descubran. Y no
se lo cuentes a nadie. – sabía por su diario que la chica tenía una amiga a la
cual contaba algunas cosas.
-
¡Lo juro!
-
Si alguien se entera….
-
¡Lo juro por lo que más quiero… lo
juro por ti!
Bajo el chorro del
agua la diferencia de tamaño entre ellos se hizo patente. Charly soltó su historia,
la de siempre, para no equivocarse.
-
Estoy separado, aunque no
divorciado. ¿Comprendes la diferencia?
-
Sí.
-
Sigo viviendo con mi mujer por un
simple formalismo, hace tiempo que no estamos realmente juntos…
-
¿Cuánto?
-
Unos tres años. Hace tres años que
no hago el amor con mi mujer…
-
¿Y con otras?
-
¡No seas tan curiosa! – le contestó
atacándole el costado con un dedo.
Ella
se retorció como una anguila, sus pechitos temblaban graciosamente bajo el
líquido elemento.
-
Lo de antes lo digo en serio.
Podemos seguir viéndonos. Quiero que sigamos viéndonos, solo tienes que ser muy
precavida. Si tus padres se enteran no comprenderían lo nuestro. Dirían que soy
muy mayor para ti y gilipolleces por el estilo. Debes seguir siendo una buena
estudiante…
-
¿Cómo sabes que lo soy?
El
hombre se percató a partir de entonces que debía andarse con sumo cuidado con
aquella zorrita. Era muy lista.
-
¡Porque todas las gafotas son unas
cerebritos!
-
¡Oye! – protestó ella golpeándole el
hombro - ¡No me digas eso!
-
Si tus padres sospechan algo….
-
No se enterarán…
-
No seas ilusa. Sabrán que te has
enamorado…
-
Inventaré algo… ¡Ya veré! ¡Pasan de
mí!
-
¿Seguro?
-
Seguro… ¡Date prisa, que llegaré
tarde!
A
Rebeca le costó poco vestirse, de hecho, siguió desnuda debajo de su gabardina.
Al salir a la calle se acurrucó todo lo que pudo en el regazo de Charly
buscando protección. Llovía a cántaros, lo que le vino que ni pintado en el
caso de tener que justificar la humedad en su cabello. Ya en el coche, Charly
se quedó con las ganas de preguntarle cómo demonios se le había ocurrido el
numerito del striptease. Tal acto de exhibicionismo no era propio de una mujer
de su edad sin experiencia. La chica irradiaba felicidad después del primer
polvo de su vida. Se removía compulsivamente en el asiento del copiloto, frotándose
las manos. Todavía no se creía lo que había hecho.
-
Tenemos un problema. – dijo ella al
entrar en el coche.
-
¿Cuál?
-
Mis padres controlan mi teléfono,
tan solo puedo llamar o recibir llamadas a unos pocos contactos…
-
No importa, dime tu número. Mañana a
las cinco de la tarde te llamo.
Nada convencida complació a su amado. En un descuido le
agarró la mano llevándola de nuevo a su sexo. Quería seguir jugando.
-
¡Rebeca!
-
Te echaré de menos…
-
¡No te pases!
-
¡Me gusta que me toques…!
Y
de esta forma pararon en un semáforo. Era tarde, casi la hora del toque de
queda y la putita quería más. Él se mosqueó un poco, decidió darle su merecido.
Tensar la cuerda y dejar las cosas claras.
-
¿Eres de verdad mía?
-
¡Sí!
-
¿Mía al cien por cien… sin
condiciones…?
-
¡Ponme a prueba! – contestó ella
sacándole la lengua, pedorreta incluida.
Charly
se lo tomó al pie de la letra. No iba a dejar que aquella putita le tomase el
pelo.
-
¡Eh, buen hombre! – dijo de
improviso bajando la ventanilla del acompañante y dirigiéndose a un indigente que
vendía pañuelos de papel. – Deme un paquete, por favor.
-
En seguida señor.
Rebeca
no sabía por qué de tal acción. Tenían prisa y aquello no venía a cuento. El
mugriento magrebí alcanzó el paquetito blanco, pasándolo a través de la
ventanilla del acompañante.
-
¿Cuánto es?
-
Un… dos euros. – el precio creció al
ver el lujo dentro del vehículo.
-
Perfecto. Cóbrese – con un
inesperado movimiento, descubrió el pecho de la acompañante que quedó a merced
del intruso – Rápido, tiene hasta que el semáforo se ponga verde. Ella no dirá
nada. ¿Verdad?
La
chica hizo ademán de protegerse, pero Charly le fulminó con la mirada.
-
¿Verdad?
Rebeca
no pudo contestar, se limitó a negar con la cabeza. No comprendía aquella
reacción de Charly. El hombre reaccionó en seguida, dejó caer el resto de su
mercancía sobre la calzada y casi inmediatamente comenzó a amasarle las tetas a
la lolita que miraba a Charly aterrada. Se dejó sobar ante la impasibilidad de
su recién estrenado amante. Hasta que el coche de detrás no comenzó su concierto
de claxon, el conductor no reinició la marcha. El musulmán tuvo el tiempo justo
para no verse arrastrado, recogió sus cosas y rápidamente se acercó a sus
compañeros para contarles lo sucedido.
-
¿Quieres que lo haga otra vez? –
Charly quizás se hubiese pasado con la chica, aunque su tono de voz no lo
demostró.
Rebeca
se cubrió y agachando la cabeza murmuró algo.
-
No te oigo.
-
Digo… - estaba a punto de llorar –
digo que lo que quieras… lo que quieras…
No
pudo menos Charly que emocionarse ante tal muestra de sumisión. Le acarició la
cabeza y la besó en la frente. El vehículo cruzó raudo las calles encharcadas
de la ciudad en dirección a la casa de Rebeca.
Continuará…
Kamataruk.
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