"CAZADOR DE NINFAS" por Kamataruk (1 de 3)

Cazador de ninfas: Capítulo 1

 

-                 ¡Joder, mierda de pelos!

Rebeca utilizaba el espejo para revisar su obra. Llevaba hora y media dentro del cuarto de baño, acicalándose. Estaba muy nerviosa preparándose. Era martes y después de su primer encuentro a solas en el almacén de sus padres necesitaba estar radiante y bonita. Bonita para él. Afortunadamente estaba sola en casa, como casi siempre, y podía disponer de ella a su antojo. Pasó la sobremesa investigando por enésima vez los más recónditos recovecos del ordenador paterno. No dejaba de pensar en el hombre que le había arrebatado el corazón y al que tarde o temprano entregaría su inmaculado himen. Le rondó por la cabeza invitarle, dejarse desvirgar en su propia cama, pero se lo pensó mejor. Era muy arriesgado, demasiado arriesgado. Ni siquiera tenía planeado cómo abordarlo sin que su madre se diera cuenta. Luego quizás él le sugiriera un paseo por un parque o quizás algo más osado y después… después nada importaba. Estarían juntos otra vez.

-                 Listo, como a él le gusta. Limpio y sin pelitos – murmuró mirando el reflejo de su coñito en el espejo.

Preparaba su cuerpo para entregar su más preciado tesoro a ser posible aquella misma tarde. Deseaba hacerlo con toda el alma. Meditaba ante su reflejo si aquel pequeño agujerito sería capaz de abarcar el pene del hombretón al que iba a ofrecérselo.

Rebeca era una muchacha normalita, algo bajita y delgada. Una adolescente cuyo cuerpo no se decidía a cambiar. Sus caderas eran prácticamente rectas, sin curvas, y por pechos tenía un par de botoncitos que no abultaban más que un par de mandarinas. No se parecía en nada a buena parte de sus otras compañeras de instituto, que ya tenían sus delanteras bien desarrolladas y unos traseros de escándalo que no paraban de mirar los chicos… y los profesores.

Ella en cambio se había quedado a medio hacer, se estrujaba las tetas delante del espejo, como invitándolas a crecer y crecer. Tal era su escaso desarrollo que sus padres, algo preocupados, la habían llevado a un ginecólogo que le diagnosticó un ligero desorden hormonal. Nada preocupante. Tan sólo debía tomar unas pastillas anticonceptivas que le regularan el ciclo y pusieran orden dentro de aquel cuerpecito a medio terminar. Nada que la misma naturaleza con un poco de ayuda no pudiese resolver por sí misma.

La anatomía de Rebeca en general no llamaba demasiado la atención, pero la belleza de su rostro compensaba todas aquellas deficiencias. Era preciosa, un ángel como su padre no se cansaba de repetir. Su cabello ondulado, de color marrón claro se derramaba como una cascada por su espalda hasta casi acariciar su trasero. Aquel par de ojos grandes y verdes se clavaban en las entrañas de todo aquel que se veía reflejado en ellos. Su nariz era sublime, pero nada comparable con sus labios carnosos y rosados que casi siempre permanecían entreabiertos mostrando aquellas perlas luminosas que tenía por dientes. Sus pómulos marcados, su cutis sin rastro de acné y aquel hoyito en la barbilla que tanto encandilaba a su abuelo desde que era un bebé.

Divina, pura, perfecta… bueno… casi. Como la perfección no existe en la vida, aquellos ojitos eran tan celestiales como miopes, así que no le quedaba más remedio que encarcelarlos detrás de unas horribles gafas a las que odiaba con toda su alma. Su madre se negaba en redondo a que utilizase lentillas hasta haber concluido su desarrollo. Además, para mayor desgracia suya, sus padres se habían empeñado en colocarle aquella terrible ortodoncia. Un montón de hierros en su boca que le molestaban y afeaban ligeramente su aspecto tan solo cuando sonreía cosa que, para agrado de los que la rodeaban, ocurría continuamente.

-                 Es por tu bien, mi vida. Verás cómo dentro de unos años nos lo agradecerás. – le repetía una y otra vez su mamá.

-                 Si tú lo dices. – respondía cabizbaja, sumisa y obediente.

Obediente. Muy obediente. Demasiado obediente para ser una chica de su edad, si bien últimamente su madre le reprochaba cierto grado de rebeldía porque comenzaba a cuestionar sus órdenes, sobre todo en temas de estética.

Pero entonces nada de aquello importaba, se presentaba una tarde excitante. Iba a encontrarse con Charly por tercera vez y eso era lo único que valía la pena en ese momento.

-                 ¡La cámara! - gritó

Y desnuda, correteó hacia su habitación en busca del artilugio electrónico. Al momento estaba de vuelta, la manipuló con soltura y comenzó a fotografiarse en cueros muy sonriente. Se sentó sobre la taza del inodoro, abriéndose el conejito todavía virgen a escasos centímetros del objetivo. Mientras el flash saltaba foto tras foto recordó cómo había conocido a tan maravilloso personaje, aquella tarde de otoño en el comercio de sus padres y su posterior reencuentro a los pocos días.

*****

-                 ¡Mamá, mamá!

Dijo entrando en la tienda como un elefante en una cacharrería.

-                 Mamá…

-                 Está en la trastienda, con un comercial…

-                 ¡Gracias Lola! – le contestó amablemente a la dependienta.

Rebeca se dirigió alegremente a donde le habían indicado. Estaba eufórica, la nota de su último examen había sido extraordinaria. El despacho ni siquiera estaba cerrado así que entró sin llamar.

-                 ¡Esto va a ser la bomba! ¡Mire qué prendas, qué colores…! ¿Y la calidad? Usted es una experta y sabe que esto es canela fina…

-                 Sí, son bonitas… pero no sé si es lo que la gente de por aquí les compraría a sus hijas…

-                 ¿Pero qué dice? En la capital me las quitan de las manos…

-                 No sé… Son un poco… atrevidas.

-                 ¿Atrevidas? ¿Me lo dice en serio? No hace falta más que darse una vuelta por cualquier centro comercial un sábado por la tarde y verá cientos de falditas como esta.

-                 Bueno… eso es cierto.

-                 ¡Pues claro, mi vida! Además, esto se combina muy bien… unos leggins, o leotardos gruesos…

Rebuscó dentro de un par de bolsas de cuero muy ordenadas.

-                 Como estos… ¿Lo ve?

-                 Cierto – la madre de Rebeca empezaba a dar su brazo a torcer.

-                 Además, hablé con su marido y me dijo que por él no había inconveniente pero que la última palabra en tejido femenino era siempre suya, la experta.

Nieves sonrió. Su marido… menuda pieza. Se escaqueaba siempre que podía de tomar una decisión relacionada con nuevas líneas de ropa. Y mejor así, él era un lince con las cuentas, pero con lo de las compras, un verdadero desastre.

-                 Además, ya han sacado varios anuncios en televisión y sabe qué, la ropa de la serie esa de la tele… esa de los chavales en un colegio que pasan cosas rarísimas… es de esta marca.

-                 ¿Sí? – miraba Nieves incrédula.

Curada de espantos, había oído todo tipo de razones para endosarle la mercancía por parte de los comerciales.

-                 ¡Que sí! ¿No me crees verdad, reina? Mira, mira….

Dicho esto sacó una publicidad en la que, en efecto, varios de los chicos de la famosa serie posaban con los uniformes y el logotipo de la marca en cuestión.

-                 Lo que pasa es que como siempre esos chavales van en uniforme… pues la empresa no le quiere dar demasiado bombo. Creen que los adolescentes odian los uniformes y asociar la marca a uno podría resultar perjudicial…

-                 Entiendo… ¡Hola, Rebeca!

La joven había permanecido en silencio un buen rato. Estaba embelesada observando al interlocutor de su madre. Y eso que sólo le había visto la espalda. Era un hombre enorme, muy elegante, vestido de traje. Sus manos eran grandes pero muy cuidadas. Sus gestos eran delicados y trataba la ropa como si fuese de papel, con sumo cuidado. Su voz era profunda y penetrante un poco ronca debido sin duda a su hábito de fumador. Tenía un acento extraño que Rebeca no acertó a distinguir.

-                 ¡Hola mamá!

-                 ¡Pero qué tenemos aquí! ¡Qué mujercita tan guapa! - dijo el hombre sonriéndole amablemente.

Rebeca bajó la vista y notó como sus mejillas se encendían. Le daba vergüenza que la adulasen y más aquel señor tan atractivo, con aquellos ojos negros y aquel pelo corto rizado.

Y todavía se exaltó más cuando él le tendió la mano para que se la estrechase. Quería que se la tragara la tierra cuando, temblorosa, estiró la suya.

-                 ¿Es vuestra hija? Es una ricura.

-                 Rebeca te presento a…

-                 Charly – intervino el hombre, dándose cuenta de que la buena señora había olvidado su nombre –, me llamo Charly.

Se quedó muda. Abrió su boca, pero no pudo articular palabra. El comercial no perdió el tiempo. Sacó una blusita de tirantes de su muestrario, se colocó detrás de la lolita y la colocó sobre el torso de la muchacha.

-                 ¡Aguanta aquí, Rebeca! – le pidió cortésmente mientras le recogía el cabello y se lo peinaba con las manos.

Dejó caer graciosamente un par de mechones por la parte de delante de la improvisada modelo.

                ¡Divina! Pero, madre mía, vaya par de ojazos que tienes, bonita. Espera… - sin dejarle tiempo a reaccionar liberó al par de luceros de su cárcel de cristal.

Rebeca parpadeó unas cuantas veces hasta que sus ojos se acostumbraron a la ausencia de lentes. No sabía qué hacer, estaba un poco asustada, pero a su vez excitada y agradecida de los piropos de aquel hombre tan apuesto.

                ¿Qué me dice? No me dirá que esto es demasiado provocativo…

                No, no. – Nieves estaba encantada viendo lo bien que se veía su niña con aquel trapito de vivos colores – pero lo de las transparencias…

                Eso se lleva con un top debajo – intervino Rebeca casi sin pensar.

                ¿Lo ve? ¿A que ves maravillas como esta en el instituto?

La joven asintió. No pudo hablar frente a una pregunta directa de aquel adonis. Estaba embargada por una extraña sensación que jamás antes había sentido. Además, a su nariz llegó el sensual perfume del hombre, delicado y sutil. Nada que ver con las lociones fuertes y desagradables que solía utilizar su padre. Le había cogido cálidamente de los hombros, creyó que se desmayaba.

-                 De acuerdo – cedió la señora – pero lo de la lencería no me interesa.

-                 Bueno – dudó un poco el hombre – la lencería para adolescentes es un negocio en alza.

Sacó de su maleta un pequeño conjunto de tanga y sujetador sin tirantes de encaje morado, con algo de relleno, para realzar los pequeños pechos de la coqueta adolescente que portara tan delicada prenda.

-                 Como ya le dije la marca que represento lleva más de veinte años en el mercado australiano. Allí las cosas van más adelantadas que aquí, aunque nos estamos acercando a pasos agigantados. La moda que viene sigue con los pantalones de talle bajo, con el tanga a la vista. Y las transparencias se combinan más de lo que usted cree con corpiños o sujetadores bonitos.

-                 No, no – la mujer era reacia a vender ese tipo de prendas.

-                 Bueno, vamos a hacer un trato - la vena comercial estaba muy arraigada en el hombre e insistió – yo le dejo unas muestras sin cargo. Usted me firma un albarán como que se las dejo en depósito y punto. Si dentro de un mes le queda una sola de estas prendas en stock, se las regalo todas.

-                 ¿En serio?

-                 Tú estás de testigo – le dijo el gigantón a Rebeca – un mes… veinte conjuntos.

-                 Sí.

-                 ¡De acuerdo! – Nieves estaba exaltada, creía que aquel hombre no tenía ni idea de cuánto había metido la pata.

-                 Pues entonces todo dicho.

-                 Tendrás que traerme el género enseguida. Hay que ir pensando en la campaña de navidad… ¡Y no pienso poner esos… tangas… en el escaparate!

-                 Por supuesto – miró su agenda y torció el gesto – estamos a martes… el lunes me voy a Canarias… ¿el domingo le va bien?

-                 ¿Domingo?

-                 Pues sí. Tengo que coger un avión y hasta la semana siguiente no podré volver por aquí. Si vuelo el lunes suelo pasar la noche anterior aquí, en un apartamento de un amigo. Me va de perlas y, si no es mucha molestia…

-                 Es que no podemos… el domingo tenemos una comida de la asociación de comerciantes…

-                 ¿Y una empleada? Serán diez minutos, son apenas una treintena de cajas… - dijo en tono melancólico – no es que sea poco, por algo se empieza…

-                 Más la lencería…

-                 Sin contar con la lencería – río el hombre - ¿de verdad que no hay nadie? Yo las llevo a donde haga falta.

-                 Bueno… Rebeca no viene al almuerzo…- dijo la madre no muy convencida.

-                 Por mí no hay problema – dijo la ninfa ansiosa de volver a ver a aquel hombre – el domingo no tengo planes. Tengo un examen el lunes y pensaba quedarme a estudiar…

-                 ¡Pues estupendo! Me decís la dirección, me dais un teléfono para llamarnos por si hay algún imprevisto y punto. El domingo por la tarde tenéis el género.

-                 Pues no sé si será buena idea.

-                 Rebeca parece una chica muy seria. Además de bonita se la ve responsable…

-                 Podríamos dejarlas en el almacén – dijo ella llena de gozo.

-                 ¿Dónde?

-                 Tenemos un almacén en los bajos del edificio donde vivimos, lo usamos para guardar el género que hay que devolver y cosas así.

-                 ¡Perfecto!

-                 Lo tendré que consultar con mi marido.

-                 Sin problemas, aquí tiene mi tarjeta con mi número. Llameme con lo que sea.

Y dicho esto comenzó a recoger sus cosas. Rebeca le tendió la camiseta, pero el hombre la rechazó con una sonrisa.

-                 Es para ti, y esto también – le dijo dándole el conjunto morado – si a tu madre no le importa, por supuesto.

-                 No creo que sea de su estilo – contestó la mujer con cierto retintín – no hay quien la saque de los dichosos vaqueros de pitillo y zapatillas planas…

-                 Gracias – intervino la chica con cierto mosqueo por el comentario impertinente de su madre.

Estaba muy ufana. Nadie le había regalado nada tan bonito en su vida. Sus padres todavía la veían como una niña.

-                 Pues entonces, todo aclarado. No os entretengo más – le dijo a la madre mientras le estrechaba la mano – entonces, hasta el domingo Rebeca.

A la muchacha le dio dos besos en la mejilla. Alucinada, no se lavó la cara hasta dos días después.

-                 Es guapo ¿verdad? – le dijo Nieves a su pequeña en tono jocoso.

-                 No sé – contestó la ninfa intentando disimular su acaloramiento – supongo.

El hombre se había marchado apenas un minuto antes.

-                 ¡Lástima que sea gay!

-                 ¿Gay?

-                 Pero mi niña, ¿no te has dado cuenta? Ese hombretón es… marica.

-                 ¡Mamá! - la chica pareció mosquearse, se lo tomó como un insulto personal

-                 Pero no te enfades. La mayoría de los que pasan por aquí lo son. Tienen una sensibilidad especial por el buen gusto. Son fantásticos vendedores.

-                 ¡No te creo!

-                  Sí, mi vida, sí. Todas esas palabras… “divina” o “estupendo” ¿las oíste alguna vez en boca de tu padre, o de sus amigotes?

-                 Pues…

-                 ¡Pues no! Te lo aseguro. Llevo muchos años trabajándome el género. Charly es marica. Los huelo en cuanto pasan la puerta.

A la pobre Rebeca se le partió el corazón. No podía ser que aquel hombre, el hombre más maravilloso del mundo, prefiriese a los chicos en lugar de a ella. No pudo contenerse, agarró las prendas que le había regalado y se marchó de la tienda tan rápido como vino. No quería que su madre la viera así, llorando como una niña tonta.

El domingo siguiente, Rebeca llevaba más de una hora esperando en la calle embutida en una gabardina larga y blanca. No es que el hombre llegase tarde a su cita, sino que la impaciencia le superaba y necesitaba que le diese un poco de aire fresco. Además, cada vez que se quedaba sola en casa, comenzaba a escribir obscenidades en su diario o a tocarse compulsivamente. Antes del primer encuentro con Charly apenas lo hacía. No le gustaba demasiado masturbarse, tan sólo muy de vez en cuando. Sin embargo, desde el martes anterior, no dejaba de frotarse el clítoris como una loca. Dos, tres e incluso cuatro veces al día y no tenía suficiente. No sabía lo que aquel moreno y su penetrante aroma le habían hecho pero cada vez que pensaba en él se le encharcaba la entrepierna. No obstante, tampoco se hacía muchas ilusiones. Resonaban en su cabeza las palabras de su madre acerca de la orientación sexual del morenazo. Se resistía a creerlas, pero todo indicaba que eran certeras.

Cinco minutos después de la hora, aparcó frente a ella un enorme BMW negro, muy elegante y de él se bajó sonriente el vendedor de ropa.

-                 Hola Rebeca – le saludó con la mano al tiempo que se acercaba – estás preciosa. Dame un beso.

Giró la cara y la muchacha no se lo pensó. Fue un ósculo casto, de saludo, pero a ella le pareció lo mejor y más excitante del mundo. Las hormonas parecían querer salir a través de sus pezones enarbolados. El hombre vestía mucho más informal que el día en que ella la conoció. Su aspecto era inclusive juvenil. Con ropa ajustada e informal que dejaba entrever el musculoso cuerpo que poseía. Rebeca se quedó embobada mirándolo.

-                 ¡Rebeca!

Tuvo que insistir varias veces hasta que la ninfa reaccionó.

-                 ¿Dónde está el almacén? - le preguntó sonriente.

-                 A… ahí – señaló ella con el dedo.

-                 Pues que suerte he tenido en encontrar aparcamiento aquí mismo.

-                 No… no ha sido suerte – contestó ella – llevo una hora diciéndole a los conductores que el sitio estaba ocupado…

-                 ¡Una hora!    ¿De verdad? – el hombre estaba muy sorprendido – eres muy amable. Gracias.

En diez minutos las cajas estaban dentro del almacén.

-                 Pues es un buen sitio para guardar el género – dijo Charly echando un vistazo al local.

Lo cierto es que no era gran cosa, tenía un poco de todo. Estanterías, un espejo enorme, una pequeña mesa de despacho y poco más. El hombre notó que el ambiente del local no parecía tan frío como el de la calle. Sin duda la misma Rebeca se habría encargado de encender las estufas eléctricas para que el ambiente fuese más acogedor. La chica cerró la puerta tras de sí temblando. Desobedeció una orden directa de su padre. El papá de la muchacha accedió a tan singular encuentro con la condición de que su hija jamás permaneciese en el local más tiempo de lo estrictamente necesario y que, por ningún concepto, cerrase la puerta del mismo.

-                 ¿Qué es eso? – Preguntó Charly.

Rebeca se quitó la gabardina sin que el hombre la viese y se acercó al enorme bulto cubierto de plástico situado al fondo del garaje que él señalaba.

-                 Es un sofá viejo. A mamá le daba cosa tirarlo y lo guardaron aquí – dijo ella destapando el mueble de un tirón.

-                 ¡Te la has puesto! Te queda divina.

Ella se volvió a sonrojar. Se había muerto de frío, pero quería que el hombre la viese con la prenda que tan amablemente le había obsequiado. Coqueta, incluso se había maquillado ligeramente, tomando prestado a su madre un poquito de aquel perfume francés tan caro.

-                 A ver… date la vuelta… monísima. Pero quizás te combine mejor con...

-                 Rebuscó entre las cajas que acababa de traer y sacó de ellas una nueva prenda – esto.

-                 No me gustan las minifaldas.

-                 Pues a mí me encantan. Estarás todavía más imponente.

-                 ¿Tú crees? ¿Puedo probarla?

-                 Pues claro, para mí no hay problema. Tengo toda la tarde libre.

Y diciendo esto tendió la maravillosa telita a Rebeca. Esta se apresuró a agarrarla, pero dudó un poco.

-                 Tranquila princesa. Me daré la vuelta. Tómate todo el tiempo del mundo – y diciendo esto se giró.

Rebeca se lo pensó poco. Aquella faldita era preciosa. Combinaba de muerte con la camiseta.

Charly oyó el tintineo del cinturón de los pantalones al caer contra el suelo. De haberse girado hubiese visto a la ninfa en ropa interior. No lo hizo. Sabía que aquello sólo acababa de comenzar. No era la primera vez que hacía aquello. De hecho, era todo un experto. Más de un centenar de jovencitas habían sucumbido a sus encantos. Rebeca era una más.

Quizás con ella las cosas fuesen algo rápidas, normalmente pasaban varias citas hasta que las adolescentes accedían a hacer algo más que pasear o cogerse de la mano. A veces aquellas cosas sucedían. Donde menos lo esperaba saltaba la liebre. Tenía la sospecha que la zorrita de ojos verdes y cara de ángel tenía mucho que ofrecerle. Un diamante en bruto, o, mejor dicho, una esmeralda.

Sinceramente el cazador de ninfas creía que aquella tarde no iba a ocurrir nada extraordinario. Estaba un poco cansado. Aquella misma mañana había desvirgado a una chica tanto o más apetecible que la mismísima Rebeca. Se la había puesto en bandeja su hermanita a la que llevaba un año chuleando. Las parejas de hermanas eran muy lucrativas. Las películas lésbicas entre chicas tenían muchos seguidores y si al lesbianismo se le une un incesto, mejor que mejor. Aquellas morenitas que se devoraban los coños hasta la extenuación eran como dos gotas de agua, pero con un par de años de diferencia.

-                 ¡Ya estoy lista!

Charly salió de sus pensamientos girándose. La lolita irradiaba felicidad con sus mejillas coloradas como fresones.

-                 ¡Mi vida! Estás… divina. Te lo digo en serio – dijo llevándose las manos a la cara – la modelo que lleva ese conjunto en el catálogo no te llega ni a la suela del zapato. Estás… para comerte.

Quizás ahí el cazador de ninfas no estuvo muy correcto según el protocolo, pero lo cierto es que Rebeca y su inexperiencia angelical se la estaba poniendo muy pero que muy dura. Le gustaba aquella zorrita. Tenía justo lo que a él más le gustaba. Una cara bonita y un cuerpo menudo, aunque lo suficientemente desarrollado como para poder disfrutarla plenamente sin contemplaciones. Agradaría sobradamente a sus más exigentes clientes. Aquel rostro angelical daría mucho jugo delante de la cámara con una buena polla entre sus labios, inundados de esperma. Rebeca bien aprovechada sería una fuente inacabable de recursos. Tan sólo necesitaba un faro, un guía, una estrella a la que seguir. Y ahí entraba en escena el bueno de Charly que le enseñaría encantado todo lo necesario para convertirla en una fiera en la cama sin perder, eso sí, su apariencia frágil y bucólica que pronto volvería locos a ricachones pervertidos de medio mundo.

-                 ¿En serio? – la joven no había oído o no había querido oír el comentario poco afortunado del hombre.

-                 Te lo juro. Si tuviese el móvil aquí te haría una fotografía. Estás preciosa.

-                 ¿De verdad? - ella se miró al enorme espejo, realmente resplandecía con aquella fabulosa faldita que dejaba a la vista buena parte de los muslos.

Se había dejado las gafas en casa, no quería aparecer frente a Charly con aquellas horripilantes lentes. El cazador analizó la cara de la chica. Era importante conocer su reacción acerca de lo de la fotografía. Indicaría si podía continuar insistiendo o no. Estaba indeciso, quizás su sexto sentido le hubiese fallado esta vez.

-                 Pruébate… pruébate este.

Rebeca se fijó en la nueva prenda. Un mini pantaloncito vaquero y una blusita vaporosa. Tenía alguna transparencia un poquito indiscreta en su pecho.

-                 Vale – dijo sin poner mayor pega.

El hombre se volvió a girar y ella se desvistió de nuevo. Ella se detuvo, permaneció en ropa interior un instante, a escasos centímetros de él. Incluso se acercó un poco más, inconscientemente. Por un lado, deseaba que el hombre la viese y por el otro estaba muerta de vergüenza.

-                 ¿Ya?

-                 ¡Espera! – dijo ella vistiéndose como un rayo – Estoy lista.

El hombre se giró y ante sus ojos contempló la belleza pura de Rebeca.

-                 Me quedo sin palabras, cada vez que te veo… estás mucho más bonita.

-                 ¿En serio?

-                 Te lo juro. Además, veo que también te vestiste con el conjunto morado debajo. Acerté con la talla, ¿no?

-                 ¡S… sí!

Se produjo un silencio incómodo que la ninfa rompió sin pensar demasiado en lo que decía.

-                 ¿Quieres verlo?

-                 Por supuesto. Si no te importa, claro. – él estaba esperando el ofrecimiento.

Dejaba que todo transcurriese de forma fluida, sin forzar la situación. Sabía cómo tratar a las lolitas tontas que se dejaban engatusar con sus zalamerías. Por su enorme experiencia se olía que Rebeca caería como una fruta madura sin apenas ofrecer resistencia.

-                 Me daré la vuelta, si quieres…

-                 ¡No, no! No hace falta.

Rebeca no tuvo problemas en deshacerse de la camiseta. El problema le sobrevino cuando intentó desabrocharse los botones del pantalón. Estaba tan alterada y sus manos temblaban tanto que no acertaba con el ojal.

Charly no pudo evitar una media sonrisa. Decidió forzar un poquito, su instinto le decía que aquella putita pronto sería suya. Era una puerca, puro vicio, aunque ni ella misma lo supiese todavía. Sólo así podría explicarse que se estuviese desnudando delante de él sin apenas conocerse. Aquel cuerpecito tembloroso era una auténtica mina de oro.

-                 ¡Espera, espera! No es necesario…

-                 ¡Si, si! – insistió, no quería que tan extraordinario hombre pensase que era una tonta.

-                 ¿Quieres que te ayude? Ni siquiera esperó respuesta.

-                 Es mejor quitarse primero las zapatillas…así.

Rebeca se sintió como La Cenicienta al ver como su príncipe azul se agachaba ante ella, le cogía del tobillo y descalzaba lentamente sus pies.

-                 Después, los botones del vaquero... son muy bonitos, te realzan la figura.

Él acarició con ternura aquel suave costado, que dio un respingo eléctrico al contacto con su mano. Rebeca no podía creer lo que estaba haciendo. A solas, con el hombre más guapo del universo, dejándose desnudar e incluso tocar por él.

Charly se recreó un poquito. Quería que la muchacha no se alterase demasiado. Podía asustarse y romper el hechizo. Al bajar aquella prenda azul llegó a su nariz el efluvio intenso que tantas veces había paladeado. La jovencita aquella estaba a punto. Su coñito suplicaba verga, su mente todavía en formación no tenía claro lo que le estaba pasando. Intentó calmarse, controlarse y no cagarla. Alguna vez le había ocurrido, aunque de su último fracaso hubiese pasado ya mucho tiempo. No se cortó y miró todo lo que tenía que mirar. Incluso giró a la ninfa para comprobar complacido la candidez de su culo tan solo oculto por una fina porción de tela.

-                 En verdad ni en mis mejores sueños hubiese imaginado esto… estoy impresionado. Eres toda una mujer. Tu novio es un chico con suerte.

-                 No… no tengo novio – dijo tartamudeando Rebeca.

-                 ¿En serio? Me parece increíble… Tendrás que espantar a los chicos como si fuesen moscas… - intervino Charly levantándose.

-                 ¡Ni de coña! – a la chica le entró una risa floja, le vino bien para rebajar la tensión – Los chicos ni siquiera me miran, soy un bicho raro…

-                 ¡Pero qué dices! Eres lo más bonito del mundo.

-                 ¿De verdad?

-                 ¡Mira! – dijo él señalando al espejo.

Rebeca pudo ver su reflejo, se sintió bonita y deseable por primera vez en su vida.

-                 ¡Ponte esto… verás qué bien te ves!

-                 ¡Vale!

Charly le tendió una nueva combinación de lencería rosa. El hombre no se volvió esta vez. Tras unos instantes de indecisión Rebeca fingió no percatarse de tan importante detalle y no se detuvo. Sin vacilar, desabrochó el sostén y liberó sus pequeños senos delante del exultante comercial que la observaba como un niño el escaparate de una pastelería. Las braguitas siguieron su mismo camino.

Como queriendo quitar importancia a tan impúdica acción enseguida colocó sobre ella las prendas que le habían ofrecido. Quizás entonces se sintió más incómoda que completamente desnuda. Aquel conjunto era muy fino, casi transparente. A través de la delicada seda su anatomía quedaba totalmente expuesta. Se miró al espejo y comprobó sofocada cómo sus pezones endurecidos por la excitación se revelaban con total nitidez, al igual que el vello de sus ingles.

Charly ya no se aguantaba. Mandó definitivamente al diablo el manual y se lanzó a la piscina.

-              ¡Por favor Rebeca quítatelo… quiero verte otra vez… quiero verte… desnuda! – le susurró al oído con su tono ronco y sensual.

La mente de Rebeca ordenaba a sus manos que permaneciesen quietas, pero estas no le obedecían. Parecía como drogada, enajenada. Por mucho que el sentido común le dictase que no era una buena idea, la humedad de su vulva tomó el control de sus actos. Lentamente obedeció. En unos instantes volvía a mostrase en todo su esplendor a un Charly que no podía ocultar su mirada de deseo.

-              ¡Acércate!

Los pies de la ninfa tampoco obedecían, en pocos segundos estaba junto a él. Tiritaba y no de frío. Frío era lo último que sentía, estaba caliente, muy caliente, ardiendo. Y su calentura no disminuyó lo más mínimo cuando el gigantón le alzó el mentón, se acercó despacio, muy despacio, hasta juntar sus labios con los suyos. Su primer y ansiado beso había llegado: con un hombre adulto, al que apenas conocía y completamente desnuda.

Del interior de Rebeca salió una fuerza que no pudo contener. Se abalanzó a por su primer amante como si le fuese la vida en ello. Literalmente se colgó de su cuello y hubiese hecho falta la fuerza de diez elefantes para obligarla a soltarlo. Notó el sabor a tabaco en su interior, no le importó. Incluso le pareció el mejor aroma del mundo. Recibió en el interior de su boca primeriza el músculo juguetón al que pronto aprendió a satisfacer, mediante roces y succiones.

Enloqueció cuando él le mordisqueó su lengua y la tensó ligeramente. Bebió la saliva del macho como un recién nacido lo hace con la leche materna. Desbocada, quería todo lo que él pudiese ofrecerle. Por su parte ella estaba dispuesta a cualquier cosa. Le daría a Charly lo mejor de sí. Le entregaría todo, cuerpo, alma incluso la vida si él se lo pedía. Lo daría todo.

Charly tuvo que concentrarse. Aquello iba demasiado deprisa. Aunque estaba seguro de que aquella preciosidad no hubiese puesto impedimento alguno a que la desflorase en ese momento sabía que debía contenerse. No quería forzar a la ninfa a hacer nada de lo que pudiese arrepentirse. No de momento. No hasta tener algo con lo que poder jugar con ventaja. Tenía una regla de oro que jamás le había fallado desde que se dedicaba a aquello. No se cepillaba a las ninfas hasta haberlas fotografiado en pelotas, en posturas obscenas o masturbándose. Así, si en el último momento antes del coito se arrepentían o después de hacerlo les entraba algún remordimiento podía “convencerlas” forzando un poco la máquina. No le gustaba hacerlo y tenía la impresión de que con Rebeca no le iba a hacer falta, pero nunca se sabe, sabía que es bueno tener siempre un as en la manga.

Tenía que reconocer que aquella puerca y su ortodoncia le ponían cachondo así que pensó en que nada le impediría pasar un buen rato con ella sin necesidad de clavarle la polla hasta la empuñadura. Se moría por devorar el coñito de aquella carita de ángel y cuerpo menudo.

Charly se incorporó con Rebeca colgada de su cuello. Sus manos estrujaron las blancas y tiernas nalgas de la lolita que se enroscaba en su cuerpo como la hiedra. La alzó para facilitar que continuasen con el intercambio de salivas.

Pensó en utilizar el sofá. Era un experto en aprovechar cada una de las situaciones que se le presentaban y el mueble estaba allí que ni pintiparado. Montaba a las adolescentes de mil y una formas y con Rebeca no sería diferente pero no entonces. Posándola delicadamente cayó sobre ella con cuidado de no aplastarla, no quería lastimarla.

Lo que no deseaba Rebeca era despegarse un milímetro de tal extraordinario hombretón. Succionaba y degustaba aquella lengua experta que tan buen rato le estaba haciendo pasar. Había soñado que su primer beso sería con algún chico guapo del instituto, hacerlo con aquel hombre de verdad había superado la mejor de sus fantasías. Su mente estaba en blanco, no pensaba en nada, vivía el momento y estaba feliz, muy feliz. Su mundo empezaba y finalizaba en aquel sórdido almacén, entre cajas de cartón y recuerdos de su infancia.

Protestó un poco la chica cuando su amante dejó de besarle, pero pronto comprobó que aquellos lametones en su cuello tenían un efecto todavía más devastador en su entrepierna. Comenzó a gimotear a cada dentellada. Y cuando sintió que a la par aquellas manazas abarcaban sus pechitos, sobándoselos sin descanso ni delicadeza, todavía suspiró más fuerte. Había jurado a su mejor amiga que jamás dejaría tocarse las tetas por un chico y había roto su frágil promesa a la primera de cambio. Notó un potente movimiento de succión en uno de ellos. La boca del macho era tan grande o el seno tan pequeño que había sido engullido completamente por él. El vello de la nuca se le erizó, aquello era maravilloso, sencillamente maravilloso.

Entre jadeos y espasmos entendió a las calientapollas de su clase, esas que andaban con hombres que les triplicaban la edad: no hay lugar mejor para pasar la tarde que entre las manos de un macho con experiencia.

Intuyó que el próximo objetivo de su amante sería su rajita delantera así que, lejos de amilanarse, se abrió de piernas todo lo que pudo. Le costó un poco ya que él se encontraba sobre ella y era lo suficientemente grande como para entorpecer su maniobra.

-              ¡Esto… esto no… esto no está bien! – murmuró Charly cuando su lengua comenzó a rozar el pequeño punto de placer.

-              ¡S… sigue! ¡Sigue! – gimoteó Rebeca suplicando para que aquella deliciosa tortura no cesase.

Charly sonrió sin que aquella tonta se diera cuenta. Aquello estaba hecho. Rebeca sería su nueva adquisición y, sin duda, una de las más rentables. Tenía el vicio metido en el cuerpo y él sería el encargado de elevarlo a la enésima potencia. Un pececito más en la pecera.

En aquel momento Charly controlaba a media docena de ninfas como Rebeca por toda España. No eran muchas, había llegado a “tutelar” a más de una veintena al mismo tiempo, pero había sido una locura. Le fue imposible llegar a todo y a punto estuvieron de pillarle los padres de una jovencita catalana que tenía un culo de lo más complaciente. Al parecer la jodida zorrita ofreció sus “servicios” por su cuenta al mejor amigo de su papi y aquel cabrón, lejos de aprovecharse de tan impagable regalo, fue con el cuento al padre y a punto estuvo de liarse la cosa. De no haber recibido un soplo de su contacto en la policía ahora mismo estaría, en el mejor de los casos, en la cárcel o, con mayor probabilidad, muerto en el fondo de algún pantano. Su jefe no se andaba con rodeos, odiaba los cabos sueltos. Oleg era un hombre amable, pero podía ser un asesino carente de escrúpulos si alguien metía la pata. Le había visto matar con sus propias manos a hombres, mujeres incluso, y luego tomarse una cerveza sin darle la menor importancia.

Charly comprobó que no había perdido facultades. El tremendo suspiro de Rebeca bastaba como prueba. Comía los coños como nadie. Mujeres de toda edad y condición se derretían entre sus labios y esta vez no había sido una excepción. Rebeca flotaba de puro placer. Movía su pelvis al compás de la lengua que la mataba de gusto. Perdió la cuenta de las veces que había alcanzado el clímax, su vulva parecía un manantial de jugos que no dejaba de manar.  Estaba en trance, no quería que aquello terminase nunca.

Una musiquilla pegadiza rompió el embrujo, Charly no se lo esperaba y dejó de chupar de golpe. Pero sin duda fue Rebeca la que más se alteró de los dos. Dio un tremendo respingo y cerró las piernas con fuerza, como si el autor de la llamada le hubiese descubierto haciendo algo muy sucio.

-              ¡Mi madre!

-              ¿Qué?

-              ¡Mi madre! – repitió sofocada - ¡Me llama mi madre!

Se levantó de un salto en busca de su gabardina. De uno de los bolsillos sacó un diminuto teléfono que no dejaba de sonar y zumbar.

-              ¡Ho… hola mamá!

-              Si… sí. Todo ha ido bien. – contestaba Rebeca a su interlocutora intentando recobrar el aliento.

-              El señor ya se ha marchado… hace un momento.

-              Es... es que llegó un poco tarde. No… no encontraba el sitio.

-              Ya sé… ya sé que no estoy en casa. Estoy arre…- Charly no oía lo que la interlocutora decía, pero por el tono de voz parecía alterada – me quedé un momento colocando… ¡Mamá, deja que te explique!... escucha… me quedé ordenando las cajas…

-              Ahora mismo… ahora mismo acabo… ya sé que mañana tengo un examen, mamá… si, mamá – Rebeca sonrió a Charly y le sacó la lengua- no cerré la puerta, mamá… ha preguntado por ti, mamá… apenas he hablado un minuto, mamá…

Permaneció un rato callada escuchando a su progenitora asintiendo con la cabeza. No pudo evitar una carcajada.

-              Sí, mamá… yo también creo que es marica, mamá…

Charly arqueó las cejas, aunque no se sorprendió demasiado. Su papel de comercial meloso le había dado infinidad de satisfacciones. Atendió al gesto de la lolita que divertida le señaló su pezoncito erecto y juguetón.

-              “Menuda zorrita” – pensó Charly al tiempo que comenzaba a succionar tan precioso bultito – “En cuanto te me vuelvas a poner a tiro voy a follarte hasta que te salga la leche por la boca.”

Quiso castigarla un poquito y le mordisqueó ligeramente. Ella cerró los ojos, pero su timbre de voz no se resintió.

-              Sí, mamá… yo también te quiero… un beso a papi… en cinco minutos estoy arriba… a… adiós.

Y colgó.

-              ¡Auuuuuuu! ¡No me muerdas, joder!

-              Te lo mereces, por decir que soy marica…

-              No te enfades, son tonterías de mamá… ¿y el otro?

-              ¿El otro?

-              El otro pezón… ¿es que no te gusta? – dijo juguetona alzando su otro pechito.

Después del correspondiente mordisquito en la zona deseada se afanaron ambos en recogerlo todo. En un periquete ni rastro del tórrido encuentro. Antes de salir a la calle, el último beso. La chica se sintió culpable cuando vio que el hombre se sacaba un pelito púbico de la boca. Se juró a sí misma que jamás volvería a suceder.

-              ¿Volveré a verte?

-              Dentro de dos martes visitaré la tienda…

-              ¡Es mucho tiempo!

-              Es lo que hay, viajo mucho. Tengo muchos asuntos. Mi vida es un asco…

-              ¿Por qué?

-              Cosas de mayores

-              ¡No soy una niña! ¡Puedes contármelo!

-              Otro día, mejor otro día.

-              De acuerdo.

Ella le acompañó a la puerta del coche.

-              Oye, ¿puedo hacerte una foto? Me gustará ver tu cara cuando esté lejos de ti.

-              Creí que habías dicho que no tenías móvil.

-              Me lo dejé aquí, en el coche.

-              ¿Sí? Pues vaya… - hizo la chica simulando pucheros - seguro que podrías haberme hecho fotos más interesantes ahí dentro.

Rebeca estaba eufórica, desinhibida, hablaba por los codos lo primero que se le venía a la cabeza.

-              No seas mala.

-              Otro día.

-              Otro día. Nos vemos.

La chica estaba encantada, ardía en deseos de contárselo todo a su amiga. Al subir por el ascensor lo pensó mejor y prefirió ocultarle algunas cosas. Le diría sólo lo del beso y lo de la ropa. Obviaría importantes detalles, como lo de que se había desnudado delante de él y, por supuesto, que se había dejado comer el coño por un desconocido como si fuese la zorra más facilona del instituto.

Apenas entró por la puerta de su domicilio sonó de nuevo el teléfono. Su madre era de lo más previsible. Escuchó con una mueca la excusa barata que justificó tal llamada.

Era una cuestión nimia, sin la menor importancia, algo que, perfectamente podría haberle contado cuando llegase a casa. Sabía que su madre la llamaba para saber si efectivamente estaba allí. Rebeca se mosqueó un poco. Jamás había hecho nada para enfadar a sus padres seriamente así que no había motivo para que la controlasen tanto. Había sido siempre una buena chica. Al menos hasta entonces.

Canturreando se preparó un baño, necesitaba relajarse. Le hubiese sido imposible ponerse a estudiar en aquel estado. Recordaba cada caricia, cada roce, cada beso como si estuviesen ocurriendo en ese instante. Una vez limpia de pecado y tras la correspondiente paja en la bañera se colocó sobre los libros, se le hizo muy pero que muy difícil concentrarse. Sin embargo, era una chica lista, sabía que debía seguir con su vida como si nada o sus padres sospecharían algo y le alejarían para siempre del hombre de su vida.

El cazador escribía en su ordenador tomando un café. Siguiendo el protocolo, describió con pelos y señales todo lo ocurrido. Cada ninfa tenía una carpeta con toda su información, sus gustos, sus manías, fotos, todo. Desde lo más relevante hasta el más insignificante de los detalles. Le servirían para sucesivos encuentros, para ganarse su confianza, para infundirles afecto, para hacerles creer que eran algo importante para él cuando en realidad no eran sino marionetas entre sus manos.

Al final de cada informe unas cuantas líneas de opinión personal. Charly fue muy claro, con una rotundidad meridiana. Un diamante con mayúsculas. Rebeca se merecía un seguimiento integral, una puesta en escena de categoría. No había que reparar en gastos. Aquella zorrita de ojos verdes y cara de ensueño multiplicaría por un millón cada euro invertido en su caza. Envió por correo su informe correspondientemente encriptado y al poco tiempo recibió una llamada.

-              Dime, Oleg. – dijo en ucranio.

-              Estás seguro del informe.

-              Sin ninguna duda.

-              Ven.

-              ¿Ahora?

-              ¡Pues claro!

-              Tengo un vuelo dentro de…

-              ¡Me importa una mierda!

-              De acuerdo… - Charly sabía que cuando Oleg ordenaba algo con tal vehemencia era por una causa más que justificada.

-              Te espero.

-              Sólo una pregunta ¿está Sveta en casa?

-              ¡Tan cachondo te ha puesto esa golfa! – dijo Oleg en tono jocoso.

-              La tengo dura como una piedra.

-              Veremos lo que se puede hacer.

Después de una ducha, el hombre conocido como Charly se encontraba como nuevo. Sin duda el maravilloso cuerpo de Sveta era lo mejor para desahogarse. Sumisa y complaciente, la hija de su jefe sabía cómo hacer sentirse en la gloria a cualquier hombre. Tumbada en la cama de su cuarto, dormía desnuda y satisfecha entre peluches y fotos de cantantes de moda. El polvo con Charly había sido inmejorable. Se notaba que el hombre se había puesto como una moto al acechar a su nueva presa. Con la polla de Charly entrando y saliendo de su culo pensó la joven que, independientemente de quién fuese aquella zorrita, debía ser extraordinaria. Rara vez Oleg, su padre, modificaba los planes de los cazadores de ninfas.


 

Cazador de ninfas: Capítulo 2

Después de vestirse, una vez satisfechos sus más bajos instintos, Charly el cazador y Oleg, su jefe, disfrutaban de un buen vodka en el despacho de este último. Eran más de las doce de la noche. Frente a ellos, toda la información que disponían de Rebeca, la última ninfa de su colección privada, la futura joya de la corona.

-                 Es muy guapa… aunque su cuerpo no se aprecia en esta foto – musitó el jefe.

-                 Me pareció un poco pronto como para forzar la máquina. Es tan buena, tan frágil que me da miedo asustarla y se ponga nerviosa. Lo de la foto y todo lo demás tendrá que esperar.

-                 Entiendo – Oleg entendía que debían ser pacientes.

-                 No obstante, también te digo que visto lo visto creo que no le hubiese importado lo más mínimo.

-                 ¿Y eso?

-                 Ella misma se ofreció a posar para mí la próxima vez que nos veamos. Se abrirá como un capullo de seda… ¡Es un caramelito!

Oleg no pudo menos que esbozar una sonrisa y apurar el vaso de vodka. Caliente, sin mezclas, al estilo ucraniano, como hay que tomarlo.

-              ¿Y cuándo será eso? – inquirió llenando de nuevo el cristalino recipiente.

-              Según mi calendario, dentro de dos semanas.

-              Bien. No hay que forzar la máquina. No hay prisa.

-              Siempre y cuando se venda el género. – dijo Charly recordando la promesa realizada a la madre de Rebeca.

-              Se venderá, yo me encargo.

-              Si los trapitos se acaban antes, es posible que me llamen…

El jefe se encogió de hombros.

-              Pues dices que hasta ese día te es imposible…

-              Entiendo.

-              Necesitamos tiempo, conocer sus hábitos, su entorno, a dónde va, con quién va… como de costumbre.

-              Lo sé, lo sé. – Charly conocía el protocolo y aun así estaba inquieto por algo.

-              No te impacientes. Se ve que te ha llegado, esa zorrita te pone. Sólo hay que ver cómo has tratado a mi hija hace un rato ¡vaya enculada! ¡casi la partes!

No pudo menos Charly que avergonzarse de su comportamiento para con Sveta allí, en su propia casa, en su propia cama, con su padre mirando.

-              Me… me recuerda mucho a ella – Charly bajó la mirada concentrándose en el remolino formado en su bebida.

-              ¿A Nadia?

-              Sí… otro país, otra situación… pero sus ojos… sus ojos me recuerdan a ella. Tiene los ojos de Nadia.

Oleg posó su manaza sobre el hombro de su amigo y mirándole fijamente a los ojos dijo sin titubear:

-              Seguro que no acabará igual. Nosotros cuidamos de nuestras chicas ¿verdad?

-              Sí – Charly meneó la cabeza como queriendo alejar sus peores augurios.

-              Ojalá Rebeca sea más cuidadosa que…Nadia.

Nadia. Pobre Nadia. Una de sus primeras presas, allá en Ucrania, su país natal. La chica se enamoró del cazador ahora conocido como Charly hasta el punto de abandonar su casa, sus hermanas, sus clases de ballet, su vida y largarse junto a él hacia un futuro incierto de sexo, vejaciones, drogas y prostitución. Conocedora de que su destino no era otro que un burdel de mala muerte no vaciló un instante cuando escuchó la propuesta de su adorado proxeneta: dejarlo todo para abrirse de piernas a diestro y siniestro a puteros de la peor calaña. Estuvo dos años comerciando con su cuerpo, noche tras noche, a cambio de pasar no más de tres o cuatro cochinas horas mensuales al lado de su amado y jamás su boca emitió una queja, un reproche, una duda. Más bien al contrario, siempre regalaba al hijo de puta que le había destrozado su vida la mejor sonrisa, una deliciosa dulzura y, por supuesto, su cuerpo juvenil sediento de cariño y colmado de abusos a cuál más despreciable y depravado.

Desgraciadamente para todos, en un descuido imperdonable, Nadia se quedó embarazada demasiado pronto y tuvo que retirarse. Mejor dicho, la retiraron.

Charly por aquel entonces se encontraba intentando atrapar a un pececito demasiado escurridizo y no le prestó la atención debida a su amor. Pagó muy caro su descuido. No pudo ver a Nadia en varios meses. Sus superiores siempre buscaban una excusa que le impedía visitar a la joven que le tenía robado el corazón. Cuando se enteró de la feliz noticia y finalmente fue a verla, le dijeron que ya no estaba, que se olvidase de ella, que no hiciese preguntas. Que actuase como siempre, como un proxeneta profesional.

Años después, con la claridad que da el paso del tiempo, comprendió que todos aquellos inconvenientes, todas las trabas e impedimentos para encontrarse con Nadia no habían sido una maldita casualidad. Estaba seguro de que lo sucedido con su amada fue perfectamente planeado a sus espaldas. La mafia rusa jamás dejaba nada a la improvisación. Nunca lo sabría con certeza y la duda le atormentaría de por vida. Los moscovitas siempre tenían disponibles unas cuantas chicas con incipientes tripitas para hacer las delicias a clientes morbosos de generosas cuentas corrientes y mentes enfermizas. Al parecer Nadia fue una más de tantas. Cuando su cuerpo mostró demasiadas secuelas por los abusos como para hacerla pasar como una adolescente inocente pasó al siguiente nivel. Una pieza más en la máquina de hacer dinero sucio. Una pieza insignificante y, por tanto, totalmente prescindible.

Jamás una sencilla orden se le hizo tan dura de cumplir al cazador, el amor de una vida no puede borrarse de un plumazo. Desesperado, tenía la leve esperanza de que el vástago engendrado en la muchacha fuese suyo, cosa poco probable dado a la ingente cantidad de esperma que era vertido diariamente en el interior de la desdichada Nadia por babosos viejos verdes, padres de familia o politicuchos corruptos. No había noche que no pensase en ella… y en su hijo… o hija. Deseaba desterrar de su cabeza los más funestos augurios. Trata de blancas, tráfico de niños o aún peor, de órganos. Se sintió terriblemente responsable, pero jamás tuvo el valor suficiente de apretar el gatillo del arma que diariamente, borracho de alcohol, acercaba a su sien recordando a la preciosa Nadia y su incierto destino.

Hundido, Charly abandonó el país de fríos inviernos tras aquel trágico incidente. Juró que jamás volvería a hacer nada parecido. Vagó de aquí para allá, escapando de sus antiguos jefes, de su antigua vida, de sus remordimientos. Se puede huir de todo menos de uno mismo

Intentó rehacer su vida, a decir verdad, al final la cabra siempre tira al monte. En mala hora se cruzó por casualidad con Oleg en un aeropuerto. Tras una breve entrevista en la cafetería de la terminal, éste le captó para su nueva organización en España. El trabajo, lo de siempre. Lo que había estado haciendo durante años, aquello para lo que sin duda estaba mejor capacitado: cazar ninfas.

La filosofía de Oleg, el ex - agente ucraniano, era muy diferente a la de sus anteriores jefes, Charly se reconcilió algo consigo mismo por ello. Nada de violencia, ni golpes, ni malos tratos. Nada de burdeles de poca monta ni trata de blancas con países árabes. Tan sólo unos pocos clientes selectos, con mucho dinero e influencia. Fotos y películas porno, en ocasiones muy explícitas eso sí, pero sin llegar a ciertos extremos. Disfrutaban de las muchachas durante un tiempo y luego las soltaban. Jamás volvían a aparecer en sus vidas. Se marchaban igual que habían llegado, en silencio, sin traumas. O al menos eso quería creer. Las chicas participaban de los beneficios, con porcentajes bastante generosos dadas las circunstancias. Hasta aquel entonces, ninguna de las ninfas a las que había controlado Charly se había quejado más allá de alguna pataleta tonta.

-              Bueno, ya que estamos, hazme un informe completo. ¿Qué tal las zorritas de la mañana, las hermanitas?

-              Una delicia, la pequeña se abrió como una cajita de bombones. ¡Qué afán en perder la virginidad! La mayor se murió de envidia al verlo, pero… que se joda…

-              ¿Llegará a tiempo para el americano?

-              Cualidades no le faltan, te lo aseguro, pero no se puede disponer de ella. Hay que tener cuidado…

-              ¿No está el padre en el ajo?

Pues claro. Todo va según lo previsto. La mayor consiguió montárselo con él sin problemas y más pronto que tarde caerá la pequeña pero la madre no sabe nada y mejor que sea así. Si se entera podemos despedirnos de ese par de muñecas. Tiene un genio de mil demonios y es peligrosa.

-              Entiendo. Entonces tendré que buscarle una sustituta. – miró de reojo la foto de Rebeca.

Sin duda era el sueño de su mejor cliente hecho carne.

-              ¿Cuándo viene el americano? – Intervino Charly intranquilo.

-              La semana que viene.

-              Imposible. Es demasiado pronto – ni quería pensar lo que el petrolero tejano podría hacerle a su tierna Rebeca.

-              Lo sé. No le gustan vírgenes ni inexpertas. Le gustan putas. Muy putas… cuanto más, mejor. Rebeca está muy verde…

-              Me marcho. Tengo que coger el vuelo para canarias. Las gemelas me reclaman, al parecer la abuela se ha pasado de lista, uno de nuestros cebos consiguió que aceptara dinero por acostarse con ellas.

-              Entiendo. No las sueltes. Son buenas.

-              Tranquilo. Sé lo que me hago. Habrá que darle un escarmiento a la vieja esa.

-              Nuestros clientes de allí están encantados. Son tremendamente rentables.

Los dos rieron. En ocasiones como aquella se aprovechaban de la extrema pobreza de los tutores de las ninfas. Pero eran los casos menos frecuentes.

La mayoría de los padres no tenían ni idea de lo que sus adoradas hijas podían llegar a hacer en sus ratos libres por conseguir el último teléfono móvil, los trapitos más monos o simplemente dinero fácil para drogarse.

Cuando Charly se fue, Oleg quedó pensativo. Hizo algunas llamadas y aparcó, de momento, el tema de Rebeca. El americano era su mejor cliente, pero muy exigente. Debía disponer de alguna viciosilla durante veinticuatro horas, tal y como exigía el contrato. Muy a su pesar sabía que esta vez no tenía otra alternativa. Sveta se encargaría. Cumplía de sobra las estrictas condiciones del tejano: Complaciente, su hija sin duda lo era. Bonita, muy bonita. Y zorra, podía llegar a serlo como la que más. El origen de su reticencia surgía de la delicada salud del americano. Con tres infartos y un marcapasos en su interior dudaba seriamente de su capacidad de aguante. Si Sveta se lo cepillaba como ella sabía… podía literalmente matarlo a polvos. No deseaba por nada del mundo causarle semejante trauma a su pequeña.

Sveta ni siquiera se desperezó del todo cuando notó su vagina ocupada de nuevo. Estaba acostumbrada, más bien adiestrada, para saciar el deseo de su padre y sus amigotes a cualquier hora del día… o de la noche.


A la mañana siguiente, a la vez que tomaba un café, Oleg leía el primer informe preliminar. Sus hombres no habían perdido el tiempo. Furtivamente habían asaltado el archivo del instituto de Rebeca. Aquella alarma comercial no fue ningún obstáculo. Repasó concienzudamente su expediente académico, los informes de los profesores, la evolución psiquiátrica. Supo cuáles eran sus hábitos, sus amigos, sus complejos y todo un rosario de detalles de su vida académica.

Después de examinarlo, se dedicó a otros escritos que aparecían en la carpeta. La historia clínica de Rebeca. Supo en un instante todo lo referente a su salud. Desde un simple resfriado hasta aquel incidente de cuándo se cayó de la bicicleta y se abrió la cabeza. Tan sólo le interesó lo referente a su conducta y problemas hormonales. Penetrar en la débil protección del sistema informático de su centro de salud no fue ningún problema.

Del mismo modo, apenas media hora después de hacer su última llamada, una furgoneta negra aparcó junto al edificio de la vivienda de los propietarios de una coqueta tienda de ropa del centro. Un barrido informático y un programa desarrollado por la KGB bastaron para hacerse un hueco en la red inalámbrica del padre de la ninfa. Fotos, vídeos, historiales, correos electrónicos… todo se analizó concienzudamente, reflejando en un par de páginas lo más relevante.

-                 ¡Vaya, vaya! – Sonrió Oleg al leer aquel memorándum.

-                 ¿Qué pasa? – le dijo Sveta, entrando desnuda en la cocina.

-                 Nada, nada. Un nuevo pececito…

-                 ¿La de Charly?

-                 Sí.

-                 Tiene que ser extraordinaria, me arde el trasero – contestó la rubia dándose golpecitos en la parte afectada.

-                 Charly asegura que lo es – pero Oleg apenas prestaba atención a la conversación con su hija.

La sonrisa de hombre no tenía en principio nada que ver con la lolita, al menos directamente. Según el informe de Charly la madre de la ninfa estaba convencida de que el supuesto representante de prendas era homosexual. La muy ingenua alardeaba de que los detectaba a la legua. No tendría tan buen olfato cuando compartía cama con uno de ellos y ni siquiera se había dado cuenta. El papá de la nena tenía un buen puñado de vídeos porno de transexuales e incluso chateaba con varios de ellos casi a diario. También había fotos familiares. Nada sucio, todo normalito. Tan sólo media docena de la Rebeca en un más que discreto biquini, sin duda realizadas el anterior verano.

Oleg miró una de ellas detenidamente. Un sonriente primer plano de uno de los rostros más apetecibles que había visto en su vida.

-                 Menuda carita tiene la puta. – se dijo rascándose la entrepierna.

-                 Es mona – le contestó su hija al tiempo que se arrodillaba para realizar a su padre la primera felación del día.

Si todo iba bien, Oleg pronto la regaría con un buen montón de esperma, o algo peor. Él suspiró profundamente cuando la leche salió a escape libre contra el paladar. Aun con el pene colgando, escaneó todo el informe, destruyó los papeles y mandó todo a su experto. El doctor Méndez era el mejor, una ayuda indispensable a la hora de planear la caza. La caza de Rebeca, la ninfa con cara de ángel. Un ángel caído.

Antes del mediodía el galeno le comunicó las primeras impresiones. Se trataba de una joven muy ordenada y metódica. Seguro que tenía un diario. Conseguirlo sería de gran ayuda.

El jefe de seguridad de la urbanización más lujosa de la ciudad se puso en marcha. La ninfa y su familia serían vigilados las veinticuatro horas del día sin que ni siquiera lo sospechasen. Colocaron en sus coches emisores de señales localizadoras. Frente a las puertas del negocio y de la vivienda familiar se apostaron una cantidad considerable de esbirros que controlaban los movimientos de todos los miembros de la familia de Rebeca.

Al día siguiente Oleg recibió una llamada.

-                 El pedido ha salido. Se dirige al destino habitual.

-                 ¿Y los otros paquetes?

-                 También, hace un momento. Todo libre.

-                 Es hora del desayuno. Tenéis diez minutos.

-                 A la orden.

Diez minutos para aquellos tipos era un mundo. Abrieron la puerta de seguridad de la casa como si fuese una lata de refrescos. Hicieron fotos y vídeos de la vivienda. Pincharon el teléfono, pero no colocaron ni cámaras ni micrófonos. En la primera visita tan sólo tanteaban el terreno. Como es natural se centraron en la habitación de Rebeca. Registraron todo con sumo cuidado y, oculto debajo del cajón de su armario, encontraron el librito con tapas rosadas y un gracioso candado. Rápidamente uno de ellos procedió a fotografiarlo. En un periquete dejaron todo tal y como estaba. Ni rastro de su incursión.

Al llegar de nuevo a su furgoneta uno de ellos no pudo evitar una mueca de desaprobación. Diez minutos y medio, sin duda la vida ociosa les estaba pasando factura.

A mitad de la mañana el organizador de todo el entramado ya tenía todo frente a su mesa. Ojeaba la réplica del diario de la chica meneando la cabeza. No dejaba de sorprenderse, el jodido doctor era un genio.

Rebeca, aquel ángel obediente y dócil, aquella bendición de hija, ojito derecho de su padre y orgullo de su madre tenía un lado oscuro, un ángulo sucio que nadie hasta entonces había logrado descubrir. Hasta entonces, nunca mejor dicho. Aquel aparente dechado de virtudes, que jamás había roto un plato ni levantado la voz, expresando una brizna de rebeldía lo guardaba todo dentro y su válvula de escape eran unas páginas rosas, escritas en letra redondilla, escondidas torpemente en su cuarto.

Rebeca, la dulce Rebeca evadía su mente con infinidad de fantasías, algunas inocentes como enseñar las braguitas en el metro, pero otras algo más escabrosas y sucias. Cosas de adolescentes, o quizás no tanto. Encuentros furtivos más o menos indecorosos con hombres adultos a los que no conocía. Besar apasionadamente al profesor de gimnasia, subirse al coche de un desconocido y dejarse sobar, espiar a parejas haciendo el amor u otras cosas por el estilo. Paradójicamente hacer todas aquellas cosas que luego públicamente tanto criticaba. Incluso tenía un ranking con los nombres de los papás de sus amigas que le parecían literalmente “más interesantes”. A Oleg le hizo especial gracia esa expresión, a saber, qué significaría para aquella zorrita. El hombre puso especial atención a los apuntes escritos a partir de la fecha del primer cunnilingus de Charly. El cambio de tono fue mayúsculo. Las anotaciones eran más atropelladas, casi compulsivas hablando de él en exclusiva, sin escribir su nombre, como buen diario secreto. Las palabras intentaban burdamente expresar las sensaciones que su cuerpo le transmitía al recordar la lengua del hombretón lamer sus partes íntimas. Describió como pudo el ardor intenso que tan experto apéndice le hizo sentir y cómo sus propios jugos abandonaban su cuerpo orgasmo tras orgasmo.

Por otro lado, el diario también dejaba patentes las dudas que la joven tenía sobre sí misma, de su capacidad para satisfacer a aquel magnífico hombre y de cómo competir con las otras hembras que revolotearían alrededor del comercial de ronca voz y mirada penetrante.

Una hora después Oleg charlaba del asunto con el doctor en su consulta.

-                 ¿Qué opina?

-                 Hay pocos datos, de momento, pero…

-                 Diga.

-                 Creo que has dado con un premio gordo.

-                 ¿En serio?

-                 Sí. ¿Y dices que esta señorita se dejó lamer el coñito? ¿En la primera cita?

-                 En efecto. ¿Por qué?

-                 Pues… porque este tipo de persona, sobre todo mujeres, son muy metódicas y calculadoras. Piensan mucho, pero actúan poco. Lobos por dentro, corderitos por fuera. Les cuesta mucho… dar el primer paso. Pero cuando lo hacen…

-                 Siga.

-                 Espero dentro de poco poder disfrutar de tan bonito animal.

-                 Seguro. Continúe – Oleg se sentía extrañamente impaciente, algo muy raro en él.

-                 Después no paran. Son unas máquinas: si se encaprichan de algo o de alguien, no se detienen ante nada. No les importa ni lo que tengan que hacer o decir. Mienten como nadie, retuercen las cosas en su beneficio. Roban, se prostituyen, se drogan… lo que sea. Tienen una imagen en su cabeza, alguien que les haga sentir vivas. Y tu hombre se ha cruzado en su camino y ha dado pábulo para consumar sus ensoñaciones. Le ha puesto ojos y cara a aquel que le da un sentido a su vida. Será suya pase lo que pase, la trate como la trate. He visto casos extremos, en el que la mujer se deja incluso matar sin la menor oposición por hombres despreciables, tal es su grado de… - sonrió ante la palabra tan poco técnica que iba a pronunciar – “encoñamiento” o enamoramiento.

Oleg se retorció de gusto. Cada vez la cosa se ponía más interesante.

-                 Pero hay una cosa que deberás tener en cuenta. Es muy importante que quede claro. Si tu hombre es demasiado blando, con paseos de la mano, besos en la cara y todas esas chorradas va listo.

-                 ¿Perdón? – Oleg miró a su interlocutor extrañado.

-                 Necesitan mano dura, una persona que las domine, las humille y las someta. Tenéis que ser más fuertes que ella, ir un paso por delante. Si dejáis que tome las riendas, lo tenéis crudo. Son muy inteligentes y sin nuevos retos llegará el momento que se aburrirá. Siempre podrás extorsionarla con fotos, vídeos y todas esas zarandajas, ya no será lo mismo. Tan sólo tendréis su cuerpo, pero no su alma. Además, sé que no es tu estilo.

-                 Mi estilo es obtener dinero. Y entonces. ¿Qué debemos hacer?

Oleg estaba un poco confuso. Su plan había saltado por los aires. Pensaba hacer precisamente todo lo que el doctor le había desaconsejado. Hasta entonces siempre le había funcionado. Jóvenes enamoradizas que poco a poco se sentían atrapadas por las atenciones y gestos de sus cazadores. Sin darse cuenta se iban adentrando en el sexo a través del amor. Y después eran prostituidas con suma facilidad. Había mil formas de hacerlo. Rebeca era distinta, por lo visto.

-                 Darle caña desde el primer día. Sin tregua. No te digo que tu tipo la viole, eso no, pero de hacerlo… le encantaría.

Ante los ojos de experto, el diario reflejaba una Rebeca muy diferente a la de la realidad, tan prudente y cohibida. El doctor parecía tenerlo muy claro.

-                 No sé… - Oleg meneaba la cabeza.

-                 Hazme caso. Si no te convences haz una prueba. Graba la siguiente cita y luego hablamos. Verás como siempre será ella la que intente llevar la iniciativa. Esa cabecita no para de pensar cosas sucias. Y si dices que ya ha cruzado el umbral, que ya ha pasado de las palabras a los hechos... seguro que os supera… te lo digo yo.

Oleg no estaba nada convencido. Una lolita virgen, sin experiencia, no iba a sorprender a Charly, uno de sus mejores hombres. Había intentado imaginar la siguiente etapa de la caza, quizás algo de toqueteos, besos y, como mucho, algunas fotos. En realidad, incluso todo aquello era demasiado para una segunda cita, tal y como la estaba retratando el doctor Méndez parecía nada para tan sorprendente muchacha. Resonaron en su cabeza las palabras del psicólogo y psiquiatra:

-                 Se lo follará en cuanto tenga la más mínima ocasión. Exprimirá a tu cazador como si fuese un limón. Te lo aseguro. Menuda suerte la del hijo de puta ese…

*****

Días más tarde Charly recibió la llamada de la madre de Rebeca. Estaba encantada con las ventas. Siguiendo el plan, a pesar de la insistencia de la buena señora no adelantó su encuentro con ella. Le contó a Oleg la circunstancia y éste se sonrió.

-                 ¿Qué pasa?

-                 Pues que ni siquiera he mandado a mis chicas de compras.

-                 ¡No jodas! ¿A ver si nos hemos equivocado de negocio?

-                 No creo – dijo Oleg entre risas.

Charly estaba sorprendido y contrariado. No se esperaba aquello. Ni rastro de Rebeca. Llevaba un buen rato en la tienda y había anunciado su llegada con la suficiente antelación como para que la chica lo supiese. Se centró en su papel de comercial, profesional como siempre.

-                 Te lo dije, un filón.

-                 Cierto. – respondió la dueña del negocio.

-                 ¿Y la lencería?

-                 Me la quitaron de las manos.

-                 ¡Lo ves! Y eso que tan sólo eran… - revisó sus notas – Veinte.

-                 Diecinueve.

-                 ¿Perdón?

-                 En el albarán ponía veinte, en realidad tan sólo había diecinueve.

Charly reaccionó rápido. Rebeca se habría quedado el conjunto rosa que tanto realzaba su natural delicadeza.

-                 Cierto. Con las prisas se me quedó una caja en el coche…

-                 Espero que tan sólo sea esta vez.

-                 Por supuesto señora mía, por supuesto.

-                 Tendrá que traerme más género.

-                 Pues… - miró de nuevo su agenda – tendrá que ser otra vez el domingo.

-                 ¿El domingo? ¿Usted no descansa nunca?

-                 No. Hay que comer. Introducir una nueva marca es difícil, aunque tenga la calidad que tiene esta. Y más en los tiempos en los que estamos. Lo cierto es que libro los sábados. El domingo lo dedico a preparar la semana y organizarme un poco. Si viajo el lunes en avión prefiero hacer noche aquí.

-                 Entiendo. Pero los domingos por la tarde solemos ir los tres al cine.

-                 No importa, cuando lleguen a casa, me llaman y yo me acerco.

-                 ¿En serio?

-                 No es molestia.

-                 Muy amable.

Se demoró en la visita hasta casi hacerse pesado, y un poco frustrado salió de la tienda. Metió las maletas en el coche murmurando juramentos en su lengua materna. Ya tenía el teléfono en la mano para contar las malas noticias a Oleg cuando, de repente, se abrió la puerta del pasajero y unas bonitas piernas entraron en el vehículo. Apareció la ninfa de rostro sublime embutida de nuevo en su gabardinita larga.

-                 ¡Creí que no saldrías nunca!

-                 ¡Rebeca!

-                 ¡Arranca! – respondió – Si me pillan aquí contigo, me matan.

Charly obedeció y movió el coche. Sin rumbo fijo callejearon por la ciudad.

-                 Ya pensé que no te vería. Estás muy guapa.

-                 ¡No aguanto a mi madre! Está siempre controlándome, como si fuese una niña…

-                 Esas botas a juego con la gabardina son muy bonitas…

-                 La vieja casi me mata cuando gasté el dinero que me dio mi abuela para el cumpleaños en ellas. Dice que tienen mucho tacón… para mí – no fueron esas exactamente las palabras de su madre, pero no quería reproducir el humillante comentario.

-                 ¿Dónde… te llevo?

-                 Para un momento.

Una vez estacionados abrió su pequeño bolsito y sacó una cámara de fotos.

-                 ¿Para mí? – Charly le sacó la lengua, divertido.

-                 ¡No, tonto! Me la regaló mi otra abuela. Para ti son las fotos.

Inconscientemente, Charly manipuló el objeto y en la pantalla aparecieron unas instantáneas de la jovencita.

-                 Podríamos ir a un ciber y descargarlas.

La chica no pudo evitar la risa.

-                 No creo que sea el lugar más indicado.

-                 ¿Por qué? – pero cuando examinó el contenido del aparatito asintió con la cabeza - Entiendo.

Charly no dejaba de pasar una tras otra. Al principio eran de lo más normalitas, pero poco a poco mostraban a una Rebeca cada vez más ligera de ropa. Falditas, camisas y ropa de calle pronto dejaron paso a pijamas, bikinis y ropa interior. En seguida sus incipientes senos entraron en escena y la desnudez integral no se hizo de rogar. En ocasiones sus delicias se disimulaban detrás de algunos objetos como flores, pañuelos y peluches, más en otras Rebeca aparecía desnuda y sonriente. Feliz, muy feliz. Exultante de gozo al exhibirse ante el adulto.

Las últimas doscientas traspasaban el umbral de lo erótico y se tornaban sencillamente pornográficas. Mostraban a la ninfa desnuda en posiciones sexuales, tocándose, masturbándose. Había varias jugueteando con su ano, sin llegar a perforarlo, eso sí. Otras frotándose el clítoris de manera compulsiva. Planos cortos de su sexo, senos y nalgas. Primeros planos de su sonriente cara chupando el mango de un cepillo para el pelo, simulando una profunda felación. El cazador excitado se detuvo en éstas, sencillamente impresionantes. Eran capaces de ponérsela dura a un muerto.

Rebeca miraba divertida la cara de Charly. Estaba nerviosa y a la vez orgullosa por su hazaña. Había sorprendido al adulto, eso era lo que ella pretendía. Sabía que tan extraordinario hombre tendría novia, estaría casado o quizás las dos cosas al mismo tiempo. Tendría que ofrecerle algo jugoso para poder competir con hembras más desarrolladas y estaba dispuesta a hacerlo. Le entregaría todo. Lo habría hecho el primer día, de no ser por la inoportuna llamada de su mamá. Se había enamorado de forma enfermiza de aquel hombre. Le amaba más que a su vida, y si abrirse de piernas era lo que hacía falta para tenerle junto a ella, lo haría sin titubear.

-                 Tienes que descargarlas en algún sitio… si no, no podré hacerme más.

-                 ¿Cuántas hay?

-                 No sé. Todas las que cabían…

-                 Tengo el portátil en casa de mi amigo…

-                 ¿Está lejos?

-                 No.

-                 Pues vamos.

-                 ¿A qué hora…?

-                 A las nueve, se supone que estoy en casa de una amiga…

La escena del ascensor fue un poco cómica. Aquella señora gorda les miraba de reojo con claros gestos de desaprobación. Cada vez visitaban aquel picadero mujeres más jóvenes. En cuanto pasaron el dintel se enroscaron el uno con el otro. Los besos con ortodoncia son sin duda diferentes. Charly ya lo sabía de otras ocasiones y tenía que reconocer que no le disgustaba la mezcla de metal con lengua juvenil. Sorprendentemente fue Rebeca la que se despegó.

-                 ¡Las fotos! Descarga la cámara… quiero que tengas mis fotos…

-                 Si… claro…

-                 Quiero que no te olvides de mí cuando no estés conmigo.

-                 ¡Jamás podría olvidarte! – le contestó él sinceramente acariciándole la nuca.

Él conectó la cámara a su portátil. Se sintió nervioso como un colegial.

Aquella situación, por muy acostumbrado que estuviese le superaba por momentos. Tan absorto estaba en ver aquella instantánea con aquella carita suplicando guerra que no se percató de que Rebeca se había colocado en frente suyo, detrás del ordenador.

-                 ¡Mira!

Charly comprobó que la profecía del buen doctor se cumplía paso a paso, que la lolita lo tenía todo calculado. El galeno había dado en el blanco con su diagnóstico. Debajo de aquel ángel permanecía oculta una hembra caliente con actitudes muy eróticas. Se desabrochó la gabardina y ante el anonadado hombretón aparecieron las carnes blanquecinas y sabrosas de Rebeca. Solamente vestía un par de medias hasta las ingles bajo las botas, en el resto de su cuerpo, nada excepto un gracioso lacito en el vientre, como si fuese el detalle de algún regalo. Excitada, le costaba respirar. Estaba entregando su más preciado tesoro al hombre de sus sueños y eso para ella lo era todo.

Charly se rehízo, Rebeca había mostrado cierto signo de debilidad. Ella tenía todo calculado, ciertamente, pero en aquel punto con la prenda abierta y mostrándose completamente a la mirada del atractivo gigantón le entraron las dudas. Charly lo notó y decidió tomar la iniciativa. Darle caña desde el principio, ese era el plan.

-                 ¿Lo has hecho con una de verdad?

-                 ¿A… a qué te refieres?

-                 A eso – dijo señalando la pantalla.

Los labios de la ninfa alojando un objeto duro hasta su garganta.

-                 N… no. Jamás he… estado con… con ningún chico.

-                 Quieres ver la mía, ¿verdad?

Con una media sonrisa, Charly se acariciaba el enorme bulto de la entrepierna. Lugar que, por otra parte, la misma Rebeca no podía dejar de mirar muy turbada. Muda de puro nervio, tan sólo pudo contestar asintiendo lentamente con la cabeza.

-                 Es muy grande - prosiguió el hombre acentuando el manoseo sobre la tela que protegía al menos de momento su miembro viril. - y está muy pero que muy dura. Y eso es por ti, mi princesa. Compruébalo tú misma. Acércate.

Pero Rebeca no se movió.

-                 ¡Ven… no seas tímida! – el hombre usaba un tono meloso y condescendiente, un siseo que embaucó a Rebeca irremisiblemente – te mueres por tocarla, no lo niegues.

La curiosidad maridada con el deseo forma una combinación explosiva, más aún cuando las hormonas adolescentes rebrincan en tu interior como un avispero en pleno agosto. El bulto aquel estaba caliente, y pronto se dio cuenta de que con una sola mano no era suficiente para examinar tan extensa ambrosía. Intentó adivinar lo que sus ojos no podían ver. Aquella cosa dura y larga sin duda sería el pene, y lo otro, algo más blando, los enormes testículos que adornaban la verga. Rebeca tragó saliva e inconscientemente mordió su labio inferior, gesto que no pasó inadvertido ni a Charly, ni al montón de cámaras ocultas que infestaban aquella y el resto de las estancias del apartamento. La chica aun sin reconocerlo claramente dada su total inexperiencia previa tenía hambre, hambre de sexo, sed de verga o como se quiera expresar. Su vicio era más fuerte que su frágil resistencia. No podía dejar de frotar, de abarcar con sus dedos semejante tesoro. A sus fosas nasales llegó el aroma de los líquidos pre seminales del macho, feromonas masculinas que enervaron más si cabe sus entrañas. Le dolían los pezones, erectos como escarpias en aquel instante, un simple roce sobre ellos bastaba para que su vulva destilase líquido a raudales. Toda lubricación era poca si pretendía ensartarse semejante estoque. Y estaba dispuesta a hacerlo. Nada ni nadie iba a impedírselo. De aquel piso saldría estrenada, desvirgada y plenamente satisfecha. Era lo único que tenía para intentar conservar a Charly. Su cuerpo. Como si aquello fuese poco, hubiese pensado el resto de los mortales. Un cuerpo que entregaría una y mil veces para mayor gloria del desgraciado cazador que se relamía de gusto al imaginar lo que pronto sucedería.

-                 ¿Te gusta? ¿A que sí? ¿Es lo suficientemente grande para ti, cielo? – Charly tuvo que aguantar la risa - ¿tendrás suficiente con lo que tiene Charly para ti?

-                 S… ¡Sí!

-                 Espera aquí, de rodillas….

La chica torció un poco el gesto. Aquella pausa y que su amante le dejase allí plantada no entraba en sus planes. Quizás fantaseó que el hombre la agarraba en volandas, la postraba en un lecho de flores y la iniciaba con ternura. Sin saber muy bien por qué se arrodilló de un golpe. Su miedo solamente era superado por la curiosidad. Algo sucio dentro de ella le incitaba a obedecer sin titubear a la voz de su amo.

Pero Charly la dejó allí un tiempo, perdiéndose por alguna de las habitaciones de la casa en busca de algo. Rebeca se vio reflejada en un espejo, enfadándose consigo misma cuando frente a ella apareció una primeriza asustada y nerviosa, semidesnuda e insegura. En un rapto de furia miró a su alrededor. Necesitaba algo fálico, pero tan sólo dispuso de un rotulador un poco más grueso que los demás. Aquello era mejor que nada. Comenzó a reproducir lo que había visto en la computadora de su padre.

El papá de la nena no puede decirse que fuese un genio buscando contraseñas. A Rebeca no le sorprendió encontrar pornografía, los chicos de su clase se vanagloriaban por ello, aunque sí el hecho de que fuesen “chicas” con enormes falos las protagonistas de casi todas las películas. Incluso había dos o tres filmes que no se andaban con eufemismos. Musculosos muchachos follando a todo trapo entre sí. No le dio demasiadas vueltas, le traía sin cuidado la verdadera orientación sexual de su padre. Quería aprender cosas que pudiesen agradar a su hombre y le daba igual el sexo del que lamía aquellos enormes testículos con veneración y maestría.

Apenas el artilugio para escribir se alojó en su boca, reapareció Charly empuñando una pequeña cámara de vídeo. No hacía falta, pero el varón quiso que la chica fuese plenamente consciente de que su iniciación iba a ser inmortalizada para la posteridad. Tenía que acostumbrarse a la cámara, aprender a coquetear y darlo todo delante de ella. A Rebeca no le agradó demasiado la sorpresa, aunque lo disimuló muy bien. En el fondo, no era más que una adolescente romántica que jugaba con fuego, apunto de quemarse.

-                 ¡No, por favor! Luego no me importa, pero la primera vez no…– le hubiese encantado suplicar, pero su cabecita evocó la imagen en el espejo, frágil, insegura y asustada.

No era así cómo quería que Charly la viese por lo que no dijo nada. Ella misma se lo había buscado con la tontería aquella de hacerse fotos en pelota picada con el coño abierto, pensó.

Charly tampoco la habría escuchado. La cámara, Rebeca y un pene formarían a partir de entonces un trío sexual indisoluble y tremendamente productivo así que le plantó su paquete a un palmo de la cara, lanzó el dichoso rotulador hacia ningún sitio. Continuó con el plan sin dejar de grabar en ningún momento:

-                 Di tu nombre y edad, princesa...

-                 Me llamo Rebeca y tengo…- oír su propia voz le dio fuerzas para continuar tras obedecer.

-                 ¿Qué quieres ver?

Tras unos segundos de tensa espera un hilo de voz brotó de sus labios

-                 Tu… tu… tu p… pene.

-                 ¿Cómo has dicho? Perdona Rebeca, no te he oído…

-                 ¡Tú pene! – contestó ella con algo más de energía - ¡Quiero… ver tu… pene!

-                 ¿Y para qué? – la excitación de Charly aumentaba por momentos tras el objetivo - ¿para qué quiere ver la nena mi pene?

-                 Para… chuparlo – murmuró la lolita volviendo la cara muerta de vergüenza.

-                 ¿Perdón? Rebeca, mira a la cámara cuando hables. Apenas te oigo.

-                   ¡Para chuparlo, coño! – un poco de genio vino que ni pintado a la escena.

La belleza del rostro de la lolita centelleaba rabiosa.

-                 ¿Vas a chuparme la polla? –Charly no se anduvo con rodeos.

-                 ¡Sí! – el tono impaciente de la chica crecía.

-                 ¿Sabes hacerlo?

-                 ¡Aprenderé!

-                 ¿En serio? ¿Y después qué? ¿Tendrás suficiente con eso o querrás más?

-                 ¡Más!

-                 ¿Seguro? Supongo que después querrás que… – Charly dudó en la palabra a utilizar - te… folle… ¿no?

Hacer el amor sonaba un poco cursi. Palabras soeces daban un plus de intensidad a la película. Tiernas lolitas esputando exabruptos por la boca durante la cópula tenían un público muy fiel y tremendamente generoso.

-                 ¡No! – replicó Rebeca casi fuera de sí.

 El cazador se sorprendió ante tal respuesta, pero sonrió al oír lo que seguía.

-                 ¡Te follaré yo a ti!

-                 ¿Seguro? – dijo él meneando la cabeza en claro gesto de incredulidad.

-                 ¡Seguro!

-                 ¿Lo has hecho alguna vez? – conocedor de la respuesta, Charly quiso dejar constancia la condición de doncella de la muchacha.

-                 Soy… virgen. Tú vas a ser… el primero… ya me entiendes.

-                 Al principio duele... Lo sabes, ¿no?

-                 No me importa. Soy tuya…

-                 Espera, espera. Repite eso mirándome…

La ninfa esperó un poco a que el hombre estuviera listo. Sin el menor atisbo de duda, aquella dulzura de rostro refulgía frente al objetivo. Se despojó de la gabardina que medio ocultaba su cuerpo. A la vista del cazador aparecieron de nuevo aquellas dulces manzanitas y la rajita lampiña y dispuesta. El rabo de Charly quería salir y arrasar con todo, pero debía aguantar un instante más.

-                 Soy tuya. Puedes hacerme lo que quieras.

-                 No pararé ni, aunque me lo supliques…

-                 Me da igual…

-                 Me gusta eyacular en la boca…

-                 Hazlo...

-                 Me encanta que se lo traguen todo...

-                 Lo haré. Haré lo que me pidas… con tal de que estés conmigo… te… te quiero. Y sé que tú también me quieres y que jamás me harás daño.

Charly se tomaba su tiempo. Sabía que aquel primer plano de la declaración de intenciones de aquella puta inquieta era incluso más excitante que la consumación de los actos.

-                 ¡Yo también te amo! Pero mujer no te pongas tan seria, que estás muy guapa cuando te ríes.

Rebeca corroboró tal afirmación regalando al objetivo una cálida y metálica sonrisa. Los nervios iban disminuyendo poco a poco. Charly no quiso que el tono sexual de la conversación bajase así que siguió con el interrogatorio.

-                 ¿Y tú chochito…? – prosiguió el hombre relamiéndose descaradamente – todavía tengo su sabor en mi boca…

-                 ¡Para ti!

-                 ¿Y el culito?

-                 ¡También!

-                 No te creo… eso no…

-                 ¿Qué no? – contestó ofendida.

Encantado observó como la lolita, con un rápido giro le mostraba su ojete, que incluso quería agrandar abriéndose ella misma los glúteos con fuerza. Charly jamás se había visto en ninguna similar. Nunca le habían puesto en bandeja tan suculento manjar a las primeras de cambio. El coito anal era el tercer o cuarto paso en la carrera del sexo y ahí estaba Rebeca dispuesta a saltarse la lista con tal de satisfacerle. Agarrando a la chica con sus manos, notó cómo temblaba de miedo y la acarició tiernamente, intentando serenarla en lo posible. Le corrigió la postura dejándola si cabe más expuesta. Invirtió unos instantes en sobarle la vulva sin piedad ninguna. En verdad parecía un geiser a punto de explotar.

-                 “Coñito juguetón, pronto serás mío” – pensó – “Tío Charly pasará buenos ratos contigo.”

La lolita se preparaba para lo peor sin atreverse a mirar. Notó como el hombre lanzaba su camiseta al suelo. Oyó el ruido característico de los zapatos caer seguidos de los pantalones. Sobre su cabeza voló un slip negro. Ya no había vuelta atrás. Tragó saliva y cerró los ojos. Su iniciación era inminente. Había llegado su hora.

-                 ¡Rebeca, mi preciosa Rebeca! – la voz de Charly le relajaba - ¡Qué cuerpo tan delicioso tienes…! ¡Voy a hacerte el amor como nadie te lo hará jamás! No olvidarás este momento nunca.

El hombre observó con ternura el esfínter posterior inexplorado. Se sonrió un poco. Aquel agujerito ni en sueños podría abarcar de momento su monumental aparato. Eran necesarios litros de vaselina y multitud de maniobras preparatorias para que la sodomización pudiese llevarse a cabo sin que ocurriese una desgracia.

Charly no tenía inconveniente en dar por el culo a las primerizas. El sexo anal era algo imprescindible para el negocio. Todas las chicas tarde o temprano terminaban poniendo el trasero a disposición del cliente, pero jamás había visto uno tan apretado como el de aquella hembra temblorosa de ojos verdes. Pensó en Oleg. Su jefe era un experto en iniciar a las y los jóvenes en aquella variante del sexo. Un par de horas con él y la puta de Rebeca no pararía de suplicar más y más rabo en su culito. No obstante, en aquel momento no tenía tiempo, ya era tarde y la joven tendría que irse pronto a su casa. Fijó el objetivo en el pequeño ojete y acercó su falo hasta tocarlo ligeramente. Se trataba de un mero test de monta, quería ver la reacción de ella ante tal estímulo.

Rebeca superó la prueba. Charly, encantado, notó como la chica misma balanceaba su cuerpo hacia detrás, intentando inútilmente que aquel cipote penetrase en su interior. No cejó en su empeño de auto inmolarse hasta que Charly le acarició el costado y le dijo, mimoso.

-                 Tranquila, princesa. Mejor otro día…

-                 ¡No, no! – contestó algo frustrada – Soy tuya… métela …por ahí… si es lo que quieres.

-                 No cielo, no…

-                 ¡Por favor…! – Rebeca suplicaba para que Charly le rompiese el traserito.

-                 Es demasiado grande… quizás otro día… con más tiempo… probemos algo…

Y presionó el hoyito con su dedo meñique. Notó el rechazo de la amante, su menudo cuerpo reaccionó frente a la agresión, pero pronto la mente tomó el mando y aguantó el envite. Charly ronroneó complacido al sacarlo lentamente:

-                 Muy bien… muy bien… Ahora, otro.

-                 Co… como quieras…

Uno tras otro los dedos de la enorme mano de Charly traspasaron sucesivamente la frontera inexplorada de Rebeca. Ella apretaba los puños y no podía evitar que de sus labios partiesen gemidos de dolor contenido, que se vieron acrecentados cuando sintió el pulgar del hombre retorcerse en su intestino. Los ojos se humedecieron e incluso alguna lágrima escapó de su maravilloso nido. Aun así, hacía movimientos para hacer la penetración más profunda. Su dolor no importaba si así cumplía los deseos de un Charly que no cabía dentro de sí de gozo.

-                 ¡Date la vuelta! Tu boca tiene algo pendiente para mí…

Como un perrito, obedeció. Por primera vez se encontró frente a frente con su verdugo. Aquel pedazo de carne que le daría la vida durante los meses siguientes a la vez que la mataría de gusto y placer.

Charly manipuló la cámara, no se perdió un ápice de la reacción del rostro juvenil. Miedo y curiosidad a partes iguales, sin duda era la cara más bella de cuantas ninfas había desflorado. Al parecer el tamaño y longitud de la verga cumplían ampliamente las expectativas de la lolita. Con la boca entreabierta Rebeca esperaba impaciente, más lo que el cazador introdujo en ella fueron de nuevo los dedos que tan candorosamente había alojado en su trasero.

-                 ¡Limpialos, princesa!

Sin atisbo de duda o amago de renuncio la esclava actuó como su amo le ordenaba. Acompañaba la succión con ligeros roces de lengua. A Charly le satisfizo mucho, tanto que pensó en cómo sería de placentero aquel movimiento en su polla. No se demoró más y agarrando su estoque lo acercó esta vez sí, irremisiblemente a la abertura que los carnosos labios de Rebeca formaban.

 

Igual que un polluelo estira el cuello en busca del alimento proporcionado por su madre se lanzó Rebeca hacia el rabo de Charly. Ella ya no pensaba en nada, tan sólo actuaba guiada por sus instintos, experimentando nuevas sensaciones con cada centímetro de verga que se adentraba en su cavidad.

A Charly le hubiese resultado más cómodo dejar la cámara a un lado y concentrarse en la mamada de la novata, pero pensó acertadamente que aquellas tomas y primeros planos valían un buen puñado de euros.

-                           ¡Abre los ojos! – intervino cuando notó que los párpados de la putita se cerraban al sentir aquel palo en su boca - ¡No dejes de mirar a la cámara! ¡Eso es… princesa… eso es! ¡Hummmm, qué gusto!

Estas palabras animaron a Rebeca a aplicarse con mayor ímpetu. No lo estaba haciendo mal, al fin y al cabo. Recordó lo aprendido en la película de maricones. Era tan sólo cuestión de práctica, de metérsela bien dentro y no dejar de succionar rápidamente.

El placer de Charly creció exponencialmente. Ciertamente, la mamada era mejorable pero no le quitó nada de mérito a los movimientos orales de Rebeca que, aunque toscos, sin duda resultaban de lo más efectivos. Su pene endurecido como el acero bastaba como muestra.

-                 ¿Te gusta? – preguntó inocentemente dándose un respiro.

-                 Lo haces divino…

-                 ¿En serio?

-                 ¿Te cansas?

-                 ¡No, no! – replicó ella rápidamente volviendo a la tarea asignada.

-                 ¡Uf! – se le escapó del alma a Charly en una de las arremetidas de la muchacha.

Ella sonrió para adentro, complacida, y paladeó los primeros efluvios que emanaron de su hombre. Los tragó con ganas, ansiosa como estaba de saborear la esencia masculina y volvió a darle brillo a la herramienta. Notó que en efecto cada vez lo hacía mejor, más rápido y profundo. Practicar y practicar, lo que ella pensaba.

Charly de vez en cuando se giraba un poco, haciendo que en la mejilla de Rebeca apareciese un considerable bulto. Quedaba espectacular en el objetivo. Si por él hubiese sido aquel tratamiento se habría prolongado toda la vida. Pero no le quedaba tiempo. En apenas una hora u hora y media a lo sumo, la muchacha debía estar en su casa. Y todavía quedaba lo mejor. Estrenarla. Pensó en quizás dejarlo para otro día, pero ella, como leyéndole el pensamiento, dejó de paladear el estoque y dijo:

-                 ¡Túmbate en el suelo! Te dije que te follaría… y lo voy a hacer, por mi madre… ¡deprisa, hombre! ¡Pareces bobo!

Y sin darle tiempo a reaccionar le arrancó la cámara de la mano y de un salto se puso en pie. Él intentó protestar, pero enseguida obtuvo una explicación.

-                 Tranquilo. Hazme caso… ¡Tendrás tu peliculita…!

Rebeca se encontraba cada vez más cómoda, allí desnuda con un hombre al que apenas conocía. Ciertamente el vicio lo llevaba en la sangre, digna heredera de su padre.

Charly tan sólo iba a puntualizar que estarían más cómodos en la cama, más no dijo nada. Dejó que la lolita evolucionase por sí misma. Ella colocó la cámara con sumo cuidado y comprobó el encuadre. Se veía el majestuoso falo que iba a desvirgarla, unos enormes cojones repletos de esperma y dejó sitio para que se viese su propio cuerpo cabalgando encima. Había visto la escena miles de veces. Travestidos enculados a diestro y siniestro, jinetes montando a sus cabalgaduras a ritmos frenéticos, sudorosos y sonrientes.

Igual que una joven leona se colocó en posición de ataque, dándole una majestuosa visión de su trasero a Charly. Apartó el cabello de su cara, para que no quedase ninguna duda de su identidad y buscó afanosamente con sus manos la rabiosa verga que tanto ansiaba, colocándola en las inmediaciones de su sexo. Respiró con fuerza antes de continuar.

-                 ¿Li… listo?

-                 ¡Sí! – le contestó él dándole una palmada en el culo.

-                 Soy tuya, sólo tuya y te lo voy a demostrar…

Devoró a la cámara con su mirada. Su rostro mostró esa fabulosa mezcla de inocencia y sensualidad que pronto le haría famosa dentro del reducido y selecto grupo de clientes de Oleg.

-                 Me llamo Rebeca…

Y tras repetir su nombre completo y edad, de un golpe seco se dejó caer, rompiendo su himen de forma irremisible. Ella misma se arrebató la honra. Charly no fue más que un mero instrumento. Ni ensayando mil veces hubiesen obtenido una toma mejor.

-                 ¡Haaaaaaahhhhhh!

La adolescente notó cómo algo en su interior se quebraba, una puñalada en sus entrañas. Aquel dolor significaba el fin de una etapa y el comienzo de otra. Un paso que no tenía retorno. La anterior Rebeca quedaba atrás y en aquel preciso instante nacía una nueva. No sabía si mejor o peor pero distinta. Seguro. La chica se tomó unos segundos de respiro, intentando que su cuerpo se adaptase en lo posible al intruso y continuó con su declaración de amor:

-                 ¡Soy tuya…hazme… hazme lo que… quieras! ¡Te amo! ¡Te necesito! ¡Si me dejas… me muero!

Comenzó la danza del vientre a un ritmo progresivamente más rápido. Los gemidos brotaban de su boca cada vez más fuerte. La señora que se encontró con la singular pareja en el ascensor veía la tele sentada plácidamente en su sofá. Buscó el mando a distancia y le subió el volumen unos cuantos decibelios más. Los gritos de Rebeca no le dejaban escuchar la telenovela que tanto le gustaba.

-                 ¡Pedazo de puerca, qué suerte tienes! – murmuró.

Charly era un consumado amante. Le había costado un poco contenerse, la excitación del cortejo sin duda era lo que más le satisfacía. Una vez iniciada la cópula controló la situación como un profesional. Se dejó hacer. Rebeca disfrutaba y eso sin duda se reflejaba en la película. No hay nada mejor que una joven hembra buscando su orgasmo, olvidándose de la cámara y follando por placer, pensaba Charly. Él se centraba en detalles aparentemente livianos. Ojalá hubiera sangrado lo suficiente. A los clientes les gustaba bastante aquel morboso detalle, el observar el pene barnizado de rojo entrando y saliendo de las entrañas de las recién iniciadas. No quiso estropear el momento a la ninfa, confió en la naturaleza y se dejó montar.

Notó que la potrilla se tensaba. Ya lo había hecho un par de veces antes pero el aumento del volumen de los chillidos y la profundidad del último envite le indicaron que su primer gran orgasmo vaginal había llegado. Rebeca se destapó como una gran amazona, aguantó buena parte de la verga en su interior sin demasiada dificultad. Y gritona. Aquel detalle que puede parecer una gilipollez era de lo más adecuado a la hora de realizar películas porno. No fingía, el sonido gutural le salía del alma y eso era de lo más estimulante. Se iban a forrar con aquella estúpida. Le sacó de sus pensamientos un extraño comentario de la ninfa.

-                 ¡Córrete, joder! - no pudo evitar murmurar Rebeca.

Se sentía frustrada, lo estaba dando todo y no conseguía sacarle el jugo a tan maravillosa fruta. No estaba cansada, gozaba como una perra, pero quería darle a su amante al menos parte del placer que ella misma estaba experimentando. Charly se percató de ello y decidió que había llegado el momento.

-                 ¡Quítate… voy… a…!

-                 ¡Hazlo dentro…! ¡No la saques, por Dios!

-                 ¡No! – dijo él elevándola como si fuese una pluma.

-                 ¡En la boca! - dijo ella recordando las palabras de Charly.

-                 ¡Eso es!

Al tiempo que el hombre rescataba la cámara sin tan siquiera desmontar el trípode, ella se colocaba de rodillas, sentada sobre sus talones, esperando la descarga con ansiedad.

-                 ¡Me llamo Rebeca, voy a beber semen… por primera vez… ¡- exclamó la lolita muy nerviosa.

Charly comenzó a masturbarse frenéticamente con su polla a escasos centímetros de la carita de ángel. Ella acercó su mano, como queriendo ayudarle, pero él se la apartó. No era el momento.

-                 ¡Tú sólo abre la boca! Y no te lo tragues todo en seguida, juguetea con la leche…

Ella asintió. Las películas de su padre le habían mostrado lo que Charly le intentaba explicar. Aquellos maricones se regocijaban con la untura grumosa que paladeaban con gusto. Incluso se besaban entre sí, haciendo que alguno de ellos se tragase su propia esencia. Eufórica, abrió la boca todo lo que pudo, ante la cámara apareció la ortodoncia que tanto odiaba. Pronto el brillo metálico se vio sofocado por la sustancia blanquecina que el hombre destilaba, inundándolo todo. Ojos, mejillas, labios, pelo… todo. Todo se anegó gracias a la tremenda corrida de Charly.

Una buena porción de lefa se alojó en la garganta de Rebeca que, aplicada, de momento no tragó. Hizo gárgaras con ella y la mostró sin reservas a la cámara. Sus ganas de complacer superaban las de vomitar, al menos por el momento. Charly murmuró algo en su idioma natal, cada vez que llegaba a su clímax se acordaba de la malograda Nadia. Rebeca permaneció inmóvil, la sustancia viscosa recorría su rostro y caía al suelo formando diminutos charcos. Albergó febril la polla de nuevo y una parte del esperma que guardaba celosamente se deslizó por la comisura de sus labios. Notó una nueva descarga, mucho menos copiosa, en el interior de su boca. Esta vez no esperó a que nada ni nadie se la arrebatasen y la trasladó a su estómago como si fuese el más suculento de los manjares. Su ansiado bautismo de leche había llegado.

Charly estaba impresionado. Sencillamente inmejorable. En una sola toma, aquella primeriza había logrado lo que muchas actrices porno consumadas ni habían rozado, una corrida facial perfecta. Sin duda su genética y las ganas ayudaban mucho.

-                 ¿Lo… lo he hecho bien?

Charly la miró condescendiente. Con el rostro pringoso y el pelo embadurnado de semen y todavía tenía dudas acerca de su tremendo potencial.

-                 Muy bien, cielo, muy bien. – dijo Charly una vez repuesto su aliento.

-                 ¿De verdad? ¿Mejor que tu mujer?

-                 ¿Mujer?

-                 Estás casado, ¿no?

-                 ¿Te importaría?

-                 No – dijo muy segura.

No le importaba ser la otra, la amante. Lo tenía asumido. Era imposible que tan imponente macho no tuviera una o varias concubinas.

-                 Vamos a la ducha, allí te lo cuento. Date prisa, no querrás llegar tarde.

-                 Da igual…

-                 De eso nada. Te quiero y me importas. Sé que lo nuestro es difícil, pero puede irnos bien…

-                 ¿Sí?

-                 Siempre que no nos descubran. Y no se lo cuentes a nadie. – sabía por su diario que la chica tenía una amiga a la cual contaba algunas cosas.

-                 ¡Lo juro!

-                 Si alguien se entera….

-                 ¡Lo juro por lo que más quiero… lo juro por ti!

 Bajo el chorro del agua la diferencia de tamaño entre ellos se hizo patente. Charly soltó su historia, la de siempre, para no equivocarse.

-                 Estoy separado, aunque no divorciado. ¿Comprendes la diferencia?

-                 Sí.

-                 Sigo viviendo con mi mujer por un simple formalismo, hace tiempo que no estamos realmente juntos…

-                 ¿Cuánto?

-                 Unos tres años. Hace tres años que no hago el amor con mi mujer…

-                 ¿Y con otras?

-                 ¡No seas tan curiosa! – le contestó atacándole el costado con un dedo.

Ella se retorció como una anguila, sus pechitos temblaban graciosamente bajo el líquido elemento.

-                 Lo de antes lo digo en serio. Podemos seguir viéndonos. Quiero que sigamos viéndonos, solo tienes que ser muy precavida. Si tus padres se enteran no comprenderían lo nuestro. Dirían que soy muy mayor para ti y gilipolleces por el estilo. Debes seguir siendo una buena estudiante…

-                 ¿Cómo sabes que lo soy?

El hombre se percató a partir de entonces que debía andarse con sumo cuidado con aquella zorrita. Era muy lista.

-                 ¡Porque todas las gafotas son unas cerebritos!

-                 ¡Oye! – protestó ella golpeándole el hombro - ¡No me digas eso!

-                 Si tus padres sospechan algo….

-                 No se enterarán…

-                 No seas ilusa. Sabrán que te has enamorado…

-                 Inventaré algo… ¡Ya veré! ¡Pasan de mí!

-                 ¿Seguro?

-                 Seguro… ¡Date prisa, que llegaré tarde!

A Rebeca le costó poco vestirse, de hecho, siguió desnuda debajo de su gabardina. Al salir a la calle se acurrucó todo lo que pudo en el regazo de Charly buscando protección. Llovía a cántaros, lo que le vino que ni pintado en el caso de tener que justificar la humedad en su cabello. Ya en el coche, Charly se quedó con las ganas de preguntarle cómo demonios se le había ocurrido el numerito del striptease. Tal acto de exhibicionismo no era propio de una mujer de su edad sin experiencia. La chica irradiaba felicidad después del primer polvo de su vida. Se removía compulsivamente en el asiento del copiloto, frotándose las manos. Todavía no se creía lo que había hecho.

-                 Tenemos un problema. – dijo ella al entrar en el coche.

-                 ¿Cuál?

-                 Mis padres controlan mi teléfono, tan solo puedo llamar o recibir llamadas a unos pocos contactos…

-                 No importa, dime tu número. Mañana a las cinco de la tarde te llamo.

Nada convencida complació a su amado. En un descuido le agarró la mano llevándola de nuevo a su sexo. Quería seguir jugando.

-                 ¡Rebeca!

-                 Te echaré de menos…

-                 ¡No te pases!

-                 ¡Me gusta que me toques…!

Y de esta forma pararon en un semáforo. Era tarde, casi la hora del toque de queda y la putita quería más. Él se mosqueó un poco, decidió darle su merecido. Tensar la cuerda y dejar las cosas claras.

-                 ¿Eres de verdad mía?

-                 ¡Sí!

-                 ¿Mía al cien por cien… sin condiciones…?

-                 ¡Ponme a prueba! – contestó ella sacándole la lengua, pedorreta incluida.

Charly se lo tomó al pie de la letra. No iba a dejar que aquella putita le tomase el pelo.

-                 ¡Eh, buen hombre! – dijo de improviso bajando la ventanilla del acompañante y dirigiéndose a un indigente que vendía pañuelos de papel. – Deme un paquete, por favor.

-                 En seguida señor.

Rebeca no sabía por qué de tal acción. Tenían prisa y aquello no venía a cuento. El mugriento magrebí alcanzó el paquetito blanco, pasándolo a través de la ventanilla del acompañante.

-                 ¿Cuánto es?

-                 Un… dos euros. – el precio creció al ver el lujo dentro del vehículo.

-                 Perfecto. Cóbrese – con un inesperado movimiento, descubrió el pecho de la acompañante que quedó a merced del intruso – Rápido, tiene hasta que el semáforo se ponga verde. Ella no dirá nada. ¿Verdad?

La chica hizo ademán de protegerse, pero Charly le fulminó con la mirada.

-                 ¿Verdad?

Rebeca no pudo contestar, se limitó a negar con la cabeza. No comprendía aquella reacción de Charly. El hombre reaccionó en seguida, dejó caer el resto de su mercancía sobre la calzada y casi inmediatamente comenzó a amasarle las tetas a la lolita que miraba a Charly aterrada. Se dejó sobar ante la impasibilidad de su recién estrenado amante. Hasta que el coche de detrás no comenzó su concierto de claxon, el conductor no reinició la marcha. El musulmán tuvo el tiempo justo para no verse arrastrado, recogió sus cosas y rápidamente se acercó a sus compañeros para contarles lo sucedido.

-                 ¿Quieres que lo haga otra vez? – Charly quizás se hubiese pasado con la chica, aunque su tono de voz no lo demostró.

Rebeca se cubrió y agachando la cabeza murmuró algo.

-                 No te oigo.

-                 Digo… - estaba a punto de llorar – digo que lo que quieras… lo que quieras…

No pudo menos Charly que emocionarse ante tal muestra de sumisión. Le acarició la cabeza y la besó en la frente. El vehículo cruzó raudo las calles encharcadas de la ciudad en dirección a la casa de Rebeca.

Continuará…

Kamataruk.

 

 

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