"SOLO PARA ÉL" por ALTAIS

 Se veía tan bella, tan menudita, sin duda el rosa se estaba convirtiendo en su nuevo color favorito. No pudo resistir el impulso de coger el móvil y tomarle unas cuantas fotos, se veía tan dulce e indefensa, así… atada y expuesta, solo para él. Desconocía el DDlg hasta que llegó a su vida, tenía en su haber experiencia como Amo, pero esa nueva faceta de “Daddy” le tenía fascinado. Tal vez era un rol mucho más comprometido y ya lo tenía claro al aceptar ser lo que ella necesitaba, por su parte obtuvo más de lo que creyó merecer.

Era jodidamente perfecta con el culito empinado, esperándolo. La mordaza de chupete era un toque que alimentaba su perversión a más no poder. El plug en el que se leía “Daddy’s good Girl” solo le endurecía más su miembro. Sus muñecas lucían perfectas atrapadas en esas esposas rosadas. ¿Lo mejor? Que ese pequeño terremoto hormonado era solo suyo.

Era complicado encontrar una excusa para castigarle, su princesa era una chica muy buena y en especial complaciente. Sin embargo, no dejaba de ser un tanto imprudente. Se había asegurado que la muñeca lesionada no tuviera tanta presión por parte de la acolchada esposa.

– Eres una niña traviesa –afirmó con la voz ronca–. Mira que pasearte en la tabla con la muñeca chunga. Sé que los sermones no sirven para los lobos, así que es mejor una demostración –le dio un azote al culito que tomó por sorpresa a Amaia haciéndole soltar un gritito acallado por la particular mordaza–. Tu cuerpo es mío, pequeña. Debes cuidarlo.

Ekaitz cogió la cadena que se unía al choker y tiró levemente de este. Paseó su mano libre sobre el culito de su chica, durito y respingón, que suave y tierno era. Soltó otro azote, no lo pensó mucho y comenzó a azotar el culito, alternando entre las nalgas. Poco a poco esa piel canela clarita de Amaia se fue enrojeciendo, tenía una facilidad para tornarse roja, por eso nunca podía ocultarle cuando lloraba, que dulce y entregada se veía con sus grititos amortiguados por ese erótico chupete.

Su gran mano marcaba perfectamente todo el cachete, y sentía como ella se removía, queriendo huir de la azotina. Optó por ser malo, luego se encargaría de mimarla, pero ahora necesitaba ser duro. Necesitaba dominarla, si bien tenía bien claro que jamás la consideraría su esclava, debía poseerla y someterla como su princesa complaciente que era. Era su niña y debía follarla duro, desde que la había conocido, las demás no existían, en especial porque su cuerpo tenía la capacidad de calmarle, de apaciguar al lobo, algo que ninguna otra había conseguido.

Comenzó a alternar los azotes con sus dedos jugueteando con el depilado coñito. Sonrió antes de dirigir el siguiente azote directo al botoncito de placer de la chica. Esta se arqueó y meneó las caderas, soltó alguna queja ininteligible. Sus dos grandes dedos resbalaron por el interior del chochito con facilidad, estaba muy mojada.

– Tienes prohibido correrte hasta que te lo permita. Tu orgasmo es mío, y solo yo puedo decidir cuándo me lo das –le recordó con esa voz ronca, estaba muy excitado. Tuvo que retroceder un poco y darse un minuto mientras se desvestía, estaba demasiado cachondo, no quería perder el control y lastimarla. Algo dentro de él, le vaticinaba que no iba a parar, tenía suerte de que Amaia fuese tan complaciente y a pesar de follarla con esa dureza casi extrema ella siempre terminaba mimosa, apretada contra su pecho.

La folló con sus dedos, estos entraban y salían muy rápido. Cogió la cadena que unía las esposas y tiró de ellas obligándola a incorporarse, arrodillada en la cama se situó detrás y reacomodó sus dedos para follarla con mayor comodidad, los flujos de Amaia bajaban por sus piernas y tenían perdida su mano. Ella se tensó ligeramente al introducir un tercer dedo. Su pequeña era tan estrecha que debía dilatarla bien para no lastimarla con algo más contundente que sus falanges, en general trataba de contenerse, pero no podía parar, el lobo la necesitaba para calmarse.

– ¡No! –gruñó al sentir las primeras contracciones alrededor de sus dedos–. Nada de correrte, no te lo permito.

Escuchó el puchero, ella volteó un poco y vio el ceño fruncido en ese angelical rostro de muñeca, Amaia no encajaba bien que la privara de su orgasmo cuando tenía muchas ganas, pero jamás se corría sin su permiso. Las babas caían por su mentón y bajaban por esos senos, su chica no era de senos grandes, pero esos apetecibles melocotones no tenían que envidiarle nada a nadie. Los pezones, marrón clarito lucían muy empitonados.

– Me encanta esto –acarició la mordaza–, pero necesito usar tu boca.

La retiró casi con delicadeza, se lo debía tomar con calma, nunca se perdonaría ver el miedo en los ojos de su princesa por su culpa. Con cuidado la incorporó y dejó que se arrodillara entre sus piernas. Esta le obsequió una reluciente sonrisa que le aceleró el corazón, que guapa se veía esperando por su polla.

– Papi… dámela… es mía –protestó casi enfurruñada, no podía tener quejas de su pequeña, le encantaba chupar, tenía una boquita viciosa que no se detenía hasta deslecharlo por completo.

– No creo que sea tuya, pequeña –dijo más que nada por chincharle.

– ¡Es mía! –sus ojitos marrones parecían bullir, enseguida se un par de lagrimillas amenazaban con brotar de ellos. Dios, como le excitaba su dependencia y esa necesidad de pertenencia mutua.

– Tranquila –la miró con severidad, por lo que ya amenazaba con uno de sus pucheros–. Princesita protestona, claro que es tuya. Como papi guarro. Come.

Amaia no se hizo esperar y devoró el miembro del maduro con especial deseo, estaba muy mojada, excitada, le encantaba sentirse dominada y tener ese mástil, el poder paladearlo, le causaba un especial placer. Pero el sentir la mano de su amante sujetando su cabeza con firmeza le hacía rendirse, sin presentar la mínima oposición. Tragó su miembro hasta provocarle una ligera arcada. A veces le sucedía, metérsela hasta el fondo tiene su punto de destreza y deseo. Ekaitz no se conformaría con menos que una buena follada.

Ekaitz aceleró un poco sus movimientos, su mano se perdía entre los lacios mechones de la jovencita, que delicia para sus ojos el ver como enterraba todo su cipote en aquella boquita de niña buena. Su chica tenía un aspecto de ángel, pero era casi tan viciosa como él, puede que con el paso del tiempo la hubiese arrastrado al lado oscuro. No le importaba, era perfecta y muy suya.  

La boquita luchaba por mamar al tiempo que él la follaba sin contemplaciones. Su respiración acelerada, los ojitos lagrimeando, la lengua afuera que buscaba lamer en cada oportunidad. Con una sugerente mirada le indicó lo que quería, desvió su objetivo a sus huevos. Desde que la tenía era más que evidente que producía más semen, debía cumplir como el guarro que era y rellenarla a conciencia.

– Abre –le ordenó separándose un poco, antes de reemplazar la boca por su mano, con un ritmo contundente dirigió su venidero orgasmo a esa carita de chica inocente, no tardó en quedar manchado por su simiente.

El primer chorro dio directo en el rostro, los siguientes se distribuyeron entre su boca y los finales terminaron cayendo sobre ese par de tetitas que le volvían loco. Ella estaba sonrojada, sonriente, se veía exquisita con su semen goteando y lo que más le ponía era como buscaba con su lengua rescatar cada gota.

– Vamos –con su polla medio dura todavía, la cogió aupándola para que quedase a horcajadas sobre él–. Mi niña se ha ganado hacer lo que tanto le gusta –le susurró, sintiendo el estremecimiento de su cuerpo.

Amaia se acomodó con la polla de su maduro justo debajo de su clítoris, pocas cosas le excitaban como esa, ciertamente no era demasiado complicado hacer que se corriera, pero flipaba con ciertas acciones que la hacían convulsionar sintiendo el máximo placer. Frotar su botón contra el miembro de Ekaitz era una de las que más disfrutaba. Apoyo su pecho contra el del hombre, gimiendo bajito, dejándose llevar por el placer.

La sensación era abrumadora, el sentir como la carne se volvía a endurecer, el roce de las pieles, la presión de su cuerpo sobre el de él, podía sentirlo, como los espasmos cada vez eran más intensos, como esa sensación eléctrica le recorría por completo. Sus pezones se endurecieron más aún, tanto que le dolieron, entonces buscó su mirada, él le sonreía soberbio.

– Papi… por favor –logró articular a duras penas.

– Vamos princesita, sácalo, es mío –le dijo antes de atrapar su boca y comenzar un breve, pero intenso forcejeo de lenguas.

A Ekaitz le fascinaba ese orgasmo, ella echó su cabeza hacia atrás, tuvo que cogerla para que no perdiera el equilibrio, pudo sentir el orgasmo sobre su miembro, los temblores en el cuerpo de su chica y los grititos escandalosos que brotaban de ella. Curiosamente, fue un orgasmo bastante largo, coronándose con un ligero chorrito de sus flujos. Ella se dejó caer, casi devastada por la intensidad de su corrida. Una lánguida sonrisa se vislumbraba en su rostro. Tenía la respiración desbocada, el cuerpo sudado, simplemente preciosa. Con cuidado, soltó las esposas y la depositó sobre la cama. Se aseguró de masajear un poco las muñecas y cerciorarse de que todo estaba bien.

Solo quedaba un detalle, su polla pedía guerra, y debía vaciarse otra vez. Caviló la posibilidad de profanar el culito, pero reculó recordando que este seguía bastante sensible luego del último asalto, ese cuerpito menudo se había presentado en su trabajo y aprovechando que estaban solos en la oficina no tuvo más opción que empotrarla contra su escritorio. Amaia tenía ese poder que le llevaba a cometer las locuras más imprudentes, la pequeña diablilla le provocaba constantemente.

– Lo siento pequeña, sé que tu coñito está súper sensible, pero papi tiene que usarlo.

Ekaitz debía admitir lo mucho que le excitaba ver esa mezcla de placer y dolor en el rostro de Amaia, era un deseo primitivo, casi visceral, pero su polla pegó un latigazo al ver esa carita luchando con esa amalgama de sensaciones. Pellizcó suavemente uno de los pezones, arrancándole un gritito.

Abrió las piernas de la chica y de un golpe seco le enterró la polla, esta se retorció debo de él. Retrocedió y volvió a penetrarla, no se preocupó en ser delicado. Los gimoteos de su pequeña solo le hacían perder más el norte, el choque de sus cuerpos, el verla retorcerse debajo de él, casi pidiendo clemencia solo le ponía más duro. Separó más las piernas aumentando el ritmo de su penetración.

Las manos de Amaia se posaron sobre su pecho buscando detener un poco la dureza con la que le penetraba, pero solo un instante. Después sus manos se trabaron detrás de su cuello, lo atrajo hasta que con un lascivo beso le devoró la boca.

Por su parte, una de sus manos se aferró a uno de sus senos y la otra la tomó por la cadera, un par de orgasmos habían succionado su polla cortesía de ese pietro coñito. Encajaban perfectamente, no importaba cuanto lo usase, siempre estaba apretada, solo para él. No lo pudo aguantar mucho más y entre los nuevos espasmos de ella, se derramó en lo más profundo de su útero, regándola con su semilla.

Cayó rendido sobre el menudo cuerpecito, más que satisfecho. Casi sintió algo de culpa al sacar su miembro de la húmeda cueva, los labios estaban hinchados y rojos. Amaia se dejó hacer como una muñequita de trapo, cuando le limpió el coñito, esta se quejó un poquito volviendo a sus típicos pucheros. Luego se metió en la cama, tendría que darle muchos mimos, pero no se arrepentía de usarla, a fin de cuentas, era suya.

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