"MATICES" por ALTAIS

 Me gustan los pequeños secretos, las complicidades que pertenecen solo a dos. Con el paso del tiempo he ido comprendiendo los pequeños matices que retazo a retazo van formando cada una de las características de mi lobo. Siempre recuerdo ciertos versos de uno de mis artistas favoritos y los traslado a mi cotidianidad, “Y lo peor es que yo te conozco tanto que podría recordarte quién eres por si lo olvidas, y lo peor del caso es que de ti sé tanto que podría dictar clases intensivas de tu vida”.

Ekaitz es un hacha, es gruñón por naturaleza, y bastante hosco, en contraparte es extremadamente sociable cuando le apetece. Al principio de nuestra relación predispuse que solo era sexo, y al menos al comienzo así lo percibía. También es cierto que ambos tenemos una necesidad sexual desbordada que hace que nos busquemos como dos depredadores sedientos de sus presas. Sin embargo, no pasó mucho tiempo en demostrarme que hay un lado del que solo yo puedo gozar. Es mío de tantas formas y todas ellas son igual de relevantes que no puedo evitar sentirme un tanto vanidosa por tener un vínculo así de especial con alguien. ¿A fin de cuentas no es lo que muchos anhelan?

El pelar su duro exterior consistió en un esfuerzo de mi parte, quería hacerme imprescindible y sé que lo logré. Más allá del deseo sé que hay sentimientos profundos y verdaderos. Soy un desastre para casi todo, dicen que los genios son caóticos y dado mi alto coeficiente intelectual puedo dar aval de dicho postulado. Ekaitz afirma ser un mal hombre, pero se ha convertido en una fuerza del bien en mi vida así que, aunque la gran mayoría pueda catalogarlo como tal, conozco al hombre detrás de la máscara y se quién es en realidad. 

Honor a la verdad, no todo es color rosa, nuestros caracteres explosivos tienden a colisionar, pero no hay nada que unos cuantos pucheros no puedan solucionar. Nos enfadamos y arreglamos con tal facilidad que hace parecer los conflictos como nimiedades, con la salvedad de que después de ellos nos sentamos a hablar, dejamos claro el origen del problema y en su medida evitamos que se repita. Creo que por eso funcionamos, es la relación más sana que he tenido. 

– Princesa… –aparta la mirada del televisor donde estamos viendo el partido y dirige su mirada hacia mí, hoy no es un incendio, es una hoguera tranquila que me llama–. Estas muy lejos. 

Es algo que suele decirme en dos casos particulares; el primero cuando mi mente se desconecta de mi entorno, cosa que sucede cada tanto, mi capacidad de abstracción reside en una mente acribillada por años de Caos y la segunda, cuando quiere salvar las distancias físicas. Le dedico una sonrisa y me acerco hasta sentarme en su regazo. 

– Estás nerviosa –musita dándome un beso en la frente, adoro cuando lo hace.

– Me siento un tanto desbordada.

– Tranquila, papi no te dejará caer. Eres mi responsabilidad.

– Soy un desastre.

– ¡Alto! –dice y me da un suave azotito en mi nalga–. No permito que nadie hable mal de mi niña, ni siquiera ella misma. 

– Sí papi –oculto mi rostro en su pecho. Su cercanía me calma. Tiene algo que me transmite paz, es la seguridad de que por más que el mundo a mi alrededor se derrumbe, sus brazos me cobijaran y evitarán que el frío se apodere de mi cuerpo. 

– Eres mi niña, mi tesoro, mi princesita, mi lobezna, mi consentida, mi amante, mi paz, mi saquito de pucheros, mi editora, mi amiga. Mi dolorcito de cabeza, mi todo. La mejor –susurra al tiempo que deposita suaves besos sobre mis labios–. Vas a mejorar, no te dejaré caer. 

– Te quiero hasta que las estrellas caigan del cielo.

– Papi más. 

Mi mente anula todo lo que no sea nuestro pequeño espacio en el universo, me gusta esa sensación de intimidad, de tocarle, de sentir como nuestros cuerpos se unen en esa perfecta armonía. En como el calor va ganando terreno. Es algo que va más allá del sexo, es una sublime intimidad. 

Somos dos seres en extremo sexuales, por lo que nuestros encuentros suelen estar caracterizados por supernovas, somos la explosión de dos cuerpos que colisionan liberando toda su energía y no se detienen hasta consumir todo su combustible. A pesar de ello, hay momentos donde va más allá de la intensidad de dos lobos devorándose. Hay veces en las que solo somos Amaia y Ekaitz… fluyendo. 

Su gran mano sujeta con delicadeza mi mentón, y frota su nariz contra la mía antes de atrapar mis labios entre los suyos. Me acomodo en su regazo cambiando mi postura hasta quedar en horcajadas. La respiración se acelera ligeramente, se hace más profunda. El calor aumenta y la ropa comienza a estorbar.

Lo que más me turba es la intensidad de sus ojos que se quedan prendados de mí, y si bien su mirada sigue conservando ese leve estupor que le acompaña desde la primera vez que me vio desnuda, sus manos por el contrario se deslizan inquietas; atrayendo mis caderas, permitiendo que nuestros sexos se aproximen una vez más. Tengo la plena convicción de que nacieron para estar juntos, la sensación de placer que experimento cada vez que su miembro irrumpe en mi húmedo coño no tiene comparación. El sentido de pertenencia mutuo nos avala para tanto placer. 

Nuestras bocas siguen protagonizando su eterna lucha, mis manos se traban alrededor de su cuello, mis caderas se rozan con más descaro, mis mejillas se sonrojan. Con un pequeño mordisco tiro suavemente de su labio inferior. Compartimos una risa cargada de electricidad, de deseo. ¿Será ilegal querer tanto a alguien? 

Me levanta sin mucha dificultad y vamos dejando un reguero de ropa de camino a nuestra habitación, nos toma un poco de tiempo llegar a ella, cada tanto alguna prenda cae en un nuevo asalto contra las paredes. Al llegar a la cama solo resisten mis bragas rosadas con esos largos calcetines blancos que casi me llegan a las rodillas. Terminan de desaparecer con una rapidez que asombraría al mismísimo The Flash. 

La sensación de su cuerpo sobre el mío, de sus manos atrapando mis senos, de sus dedos estimulando mis pezones me va transportando a otro nivel, uno más etéreo, donde no existe nada más que la certeza del nirvana me aguarda. Mis gemidos apenas se escuchan, son amortiguados por su boca que prosigue su asalto, ya un poco más relajado. 

– Eres preciosa, princesita –me susurra al oído. 

Y yo tengo la mente tan embotonada por el placer que solo puedo asentir con una tonta sonrisa. Instintivamente separo mis piernas, existe algo primitivo en exponer tu sexo, es una mezcla de entrega y de vulnerabilidad. No me siento para nada vulnerada, pero sí muy entregada a mi lobo. Su boca desciende para atacar mi cuello, roza sus dientes contra mi piel y mis uñas ligeramente clavadas en su espalda le indican que puede seguir. Cuando nuestras miradas se cruzan solo confirman lo que desde un principio el universo dejó claro, que nos pertenecemos. Puede que no lo pilláramos al principio, pero este es un camino de un solo sentido. Una sola dirección donde la comunión de nuestras pieles es un hecho tangible y verídico. 

Nuevamente son sus manos las que me traen a la realidad y a la vez me elevan fuera de mí más pragmático raciocinio, sus dedos acariciando mi clítoris, estimulándole, es demasiado para mí. No necesito mucho para derramarme en su mano, y en un acto de puro deseo lleva esa mano con mis tibios flujos y me los da a beber, luego los bebe de mis labios. Tienen un sabor un tanto dulzón, es curioso como ciertos alimentos influyen en esos aspectos.

Y seguimos bebiéndonos, nos servimos de nuestros cuerpos para saciarnos, solo que es como tomar arena, es imposible satisfacer la sed. La firmeza de su masculinidad abriendo mi interior me arranca un placentero gemido, se supone que individuos como nosotros no merecemos el cielo, pero estoy casi segura que estar en ese sitio es algo casi tan sublime como esa sensación de unión de nuestros sexos fundiéndose.

Su ritmo varía de rapidez, acompasado de estocadas profundas, siento los pliegues de mi sexo abriéndose, la humedad de mi coño mojando el ariete que me penetra sin intención de detenerse. Mis piernas se cierran alrededor de sus caderas y un nuevo orgasmo se impone succionando su miembro, mi cuerpo tiembla ante la intensidad del mismo. Me cuesta un poco gestionar tanto placer y con su mástil aun moviéndose solo me arrastra de nuevo al placer. 

La intensidad aumenta, veo como unas cuantas venas se marcan y como su ceño se frunce ligeramente, está realmente concentrado en nosotros, en el placer compartido. Observando mis reacciones, se lo que necesita y también que se lo daré. Se pega un poco más a mí persiguiendo su objetivo, que nuestros cuerpos se rocen con ímpetu. Sus caderas atacan a las mías y mi botón del placer responde ante el asedio. 

Tras un par de profundas estocadas puedo sentir la descarga de su miembro en mi interior, es mucha la simiente que se riega en mí, y mis paredes tiemblan en un devastador orgasmo que me derrumba por completo. 

– Todo tuyo, mi niña –me dice desfallecido cuando las últimas gotas terminan de llenarme. 

En definitiva, son muchos los matices que nos forman, nuestros cuerpos rendidos y medio dormidos por el placer se dejan llevar por Morfeo. Y seguir soñando, porque, a fin de cuentas. Estamos viviendo nuestro sueño. 

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