"JUAN SIN MIEDO" por "ALTAIS"

Juan es un hombre normal, cuya vida de un giro una tarde al usar el ordenador de su hija.

Juan llevaba un día de mierda, últimamente su jefe no le daba respiro y luego de un fallo en una cotización la empresa pasaba una temporada regular en la que trataban de salvar el error lo mejor posible. Y que su novia le acabara de dejar solo aumentaba su mal humor, si no estuviera tan enfado casi podría decir que estaba deprimido.


Llegó a casa cansado, después de drenar su energía nadando unos cuantos largos en la piscina se sentía un poco más recompuesto. Al entrar en la sala vio a esa extraña criatura con la que convivía desde hacía unos años, su hija; Lorea. Esta tenía unos grandes cascos puestos de un estridente morado, las luces en las orejas de gato mareaban un poco a simple vista, tecleaba con agilidad en su portátil.

Decir que se llevaban bien sería pecar de exceso, convivían y punto. Su hija era una chica callada, muy reservada, nunca podía entender lo que pasaba por aquella cabecita. Su única hija, producto de un matrimonio fallido. El divorcio con su ex mujer fue sencillo, ambos lo tenían claro. Se encargó de ser un padre presente después de la ruptura, cumplió en la medida de lo posible. Cierto día, cuando Lorea tenía unos quince años, se plantó en su casa con maleta en mano y nunca más se fue. Según pudo descubrir con el tiempo, la chica no quería compartir techo con la nueva pareja de su madre y sus hermanastras, por lo que, resolutiva como siempre, optó por el hogar paterno.

Juan pronto notó los beneficios de la compañía femenina en casa, no es que fuese machista, solo que, dada su apretada agenda laboral, dejaba todas las tareas del hogar para el fin de semana. Aunque Lorea no le dio tiempo para ello, la ropa comenzó a aparecer limpia, doblada y almidonada, la casa impoluta y en muchas ocasiones un plato de comida le esperaba en el microondas. Del resto, sus conversaciones se limitaban a banalidades de la casa como la lista de la compra.

Lo único es que cada tanto su hija le pedía puntuales cantidades de dinero, era imposible negarse, era una santa, obtenía puros sobresalientes, poco salía y era la perfecta ama de casa. No tenía del todo claro en que gastaba el dinero, no lucía ropa extravagante, ni un maquillaje excesivo. Solo uno que otro chisme tecnológico como esos casos. En realidad, no le importaba en que gastase el dinero, más no dejaba de provocarle curiosidad.

Se quedó contemplándola unos segundos, su hija era bastante guapa, no era demasiado alta, su larga melena lacia de un intenso color chocolate caía sobre su espalda casi hasta la cadera. Esos pizpiretos ojos grises, cortesía suya, lucían un tanto disgustados, mientras contemplaban la pantalla, esta mordía sus carnosos labios, como buscando alguna respuesta. Solo un minuto después elevó la mirada para encontrarse con la suya, su hija se sobresaltó al verle, ciertamente solía llegar un poco más tarde.

– ¡Jo! ¿Qué haces ahí parado? ¡Me has dado un susto de muerte, papá! –exclamó ella, cerrando la portátil casi de golpe.

– L-Lo siento, no era mi intención, ¿quieres pizza para cenar?

– V-Vale…

Notó a la chica azorada, pero no quiso indagar en el por qué, caviló la idea de que la hubiese pillado in fraganti en alguna situación comprometedora. La cena trascurrió sin ningún cambio. A partir de ese día, Juan comenzó a mirar de reojo a su hija, a analizar sus movimientos, ciertamente pasaba muchas horas metida en la portátil, y por lo que se veía, era escribiendo, así que supuso que chateaba con alguien, puede que algún novio, seguía pareciéndole raro, la juventud de estos tiempos optaba por el móvil para esas comunicaciones.

Por primera vez en años en verdad estaba viendo a la joven con quien convivía. Descubrió esas pequeñas sutilezas de sus movimientos y por algún extraño motivo, se sintió atraído. Descartó esa sensación atribuyéndosela a llevar una temporada aliviándose solo con pajas.

La tarde en la que todo cambió fue un atípico viernes, en el que Lorea no estaba en casa, de alguna milagrosa manera, su madre le había convencido de irse de viaje de fin de semana para visitar a su abuela en el pueblo. Juan se sentía inquieto, y llevado por una curiosidad casi felina se adentró a un sitio de la casa que jamás pisaba; la habitación de su hija.

Como era de esperarse, la cama estaba perfectamente plisada, sin una arruga. Se sentó en el escritorio donde descansaban una pequeña agenda, un par de libros de anatomía y la portátil. Cogió la agenda y se sorprendió un poco al ver todas las claves de acceso de su hija pulcramente apuntadas. Eran bastante complejas, no se extrañó que las tuviera guardadas. Tragó con dificultad al ver también la de la laptop.

Debatió consigo mismo durante largos minutos, hasta que, vencido por su deseo de conocer más a su hija, optó por violar la privacidad de esta e iniciar sesión en el aparato. A primera vista no había nada inusual, los típicos programas en la pantalla de fondo, lo verdaderamente particular comenzó cuando esculcó en el disco duro.

Una de las carpetas le llamó la atención, más que nada por el nombre; “Juan Sin Miedo”, con un par de clicks se adentró en la misma, casi se sintió abrumado por la gran cantidad de archivos Word que habían almacenados en ella, además de dos carpetas, las dejó de lado inicialmente. Ordenados solo por fecha, se posó sobre uno al azar, al abrirlo se llevó la sorpresa de que se trataba de un relato, ¡un relato erótico!, y no cualquier tipo de relato… uno incestuoso. No podía creer que su Lorea escribiese ese tipo de cosas. Lejos de sentirse molesto, notó un ligero endurecimiento en su frente sur.

Pasó la siguiente hora saltando entre los diferentes archivos, en general llevaban la misma temática, incesto, padre e hija. Algunos eran relatos muy cursis y otros muy guarros. Uno de los archivos, el único que no tenía fecha por título sino “pendientes” era un cronograma de publicación, ¡Lorea no solo escribía, sino que también subía ese contenido a un sitio!

Su siguiente acción consistió en abrir el navegador, no fue difícil dar con el sitio, el blog estaba fijado en los marcadores. “Juan Sin Miedo: tu sitio de relatos prohibidos” rezaba en la presentación de la página. Notó una gran actividad, era una página muy bien hecha, en la que la administradora, es decir, su hija, subía contenido en colaboración con otros autores.

Se recordó de las carpetas que se resguardaban en esa parte del disco duro, dio una mirada en la primera y se alegró de estar sentado, sino se habría ido para atrás. Era una carpeta llena de fotos y vídeos… de él… ¿Cuándo?, ¿cómo? ¡La pequeña espía tenía un par de cámaras ocultas en su habitación y su baño! Tenía muchos vídeos guardados, generalmente de él desnudo, haciéndose una paja, inclusive otros tantos en los que se veía follando con su ex novia.

La otra carpeta guardaba otros vídeos, unos mucho más congraciantes con su vista. Todos iniciaban más o menos de la misma manera, la chica acomodaba el móvil en la cama, el menudo cuerpecito de su hija se movía sensualmente frente a la pantalla, después desplegaba un variopinto grupo de juguetes sexuales que introducía por sus orificios, y tal como en sus relatos, algunos videos eran suaves, tiernos, y en otros se empleaba a fondo, follándose con dureza. Lo que más le excito y le hizo masturbarse como un maniático fue el escuchar entre sus delicados gemidos unos cuantos “papi” y “Juan”. Saberse el objeto del deseo de su pequeña le hizo perder un poco el norte.

Juan era un hombre metódico, por lo que además de pasar el fin de semana masturbándose a la salud de su hija, también maquinó todo el plan que le haría meterse en aquel coñito, que, para su perversión, comenzó a considerar de su propiedad.

Tras el retorno de su hija a casa, actuó como si nada. Hasta mitad de semana en la que procedió a ejecutar su plan. Sabiendo que la cámara contaba con un par de pequeños audífonos perfectamente escondidos, sonrió para sus adentros antes de hacer su puesta en escena. Esa tarde robó unas braguitas de su hija del cesto de la ropa sucia, lo ideal para su puesta en escena.  

*

Sí, Lorea era perfectamente consciente de que estaba obsesionada con su padre, no podía especificar el momento en el que desarrolló esa particular obsesión, solo que ese deseo febril traspasaba lo insano. Es por ello que mantenía las distancias. Para tratar de contener el deseo que sentía hacía él. Pocas no eran las noches en las que se colaba en su habitación para verle dormir y de dicho sea el paso, masturbarse al verle descansar.

Encendió su portátil después de llegar de clases para ver la grabación de la tarde, se preocupó un poco al verle tan intranquilo. Este caminaba de un lado a otro de su habitación completamente desbocado.

– ¡Mierda! ¡Ya no aguanto más! –le escuchó ladrar a través de la cámara.

Se quedó petrificada al ver lo que llevaba en su mano, una braga, y no era cualquier braga, era la que había tirado al cesto de la ropa sucia esa mañana. Su padre se desnudó sin delicadeza, tenía una gran erección. Este llevó las braguitas a su rostro, olfateándolas.

¡No puede ser! Gritó en su interior. Dios, que mojada estaba. Casi a la par de su padre, metió la mano en su encharcado coño, jamás había estado tan excitada. Extasiada vio como Juan envolvía su polla con la braguita y se la cascaba con fuerza. Sus dedos se metieron en su coño lo más profundo que pudo, no era suficiente. Pausó el vídeo para coger uno de sus consoladores, se deshizo de sus pantalones de un tirón.

Lorea soltó un gemido de satisfacción al meter el juguete en su coño, casi se corrió al introducirlo de golpe. Retomó el video y con este trabajo manual. Se penetró con dureza, necesitaba darse con todo. La imagen de su padre masturbándose con ella como protagonista de sus fantasías, superaba cualquiera de sus relatos.

Cada vez aumentaba el ritmo en el que el juguete entraba en su agujero, tuvo que morderse el cachete para no gemir. Casi lo tenía, en el vídeo su padre acaba de correrse gimiendo su nombre, eso la catapultó al éxtasis del placer.

– Lorea… –le escuchó a Juan decir a través de la puerta, no podía hablar, estaba corriéndose en un intenso orgasmo–. ¿Lorea, cariño? –insistió su padre–. ¿Hija, estás bien?

– S-Sí –logró articular a duras penas.

– ¿Seguro?

– ¡Sí! L-Lo siento… Me dormí…

– ¡Ah! Pedí pizza para cenar, ¿quieres?

– Sí, papá –musitó aún con el consolador dentro de su coño.

– Te espero en la cocina.

A Lorea le tomó unos minutos reponerse, sin embargo, la dureza de sus pezones la delataba. Se sentó frente a su padre que ya comía desenfadado. Ambos intercambiaron por primera vez una mirada, este le sonrió, no sabía cómo, pero haría que su padre la follase.

*

Juan decidió participar de ese tira y afloja con su hija, pronto el hastío que le rodeaba últimamente se vio empequeñecido por la sensualidad que irradiaba de Lorea. Desde aquella noche en el que pudo oler los flujos de su retoño después de que esta se masturbase viéndole, establecieron un particular juego de seducción.

Poco a poco, dentro de su timidez, su pequeña comenzó a ser más descarada, era cambios minúsculos; el ir un poco más ligera de ropa, miradas furtivas. El ir entablando conversaciones más sustanciales. Ella ajena del trasfondo de su deseo, creía llevar la batuta, los dos se rondaban, midiéndose, cediendo poco a poco. Así empezaron los rozamientos casuales. 

El padre y la hija que escasamente se tocaban en el pasado, descubrieron un nuevo morbo en los arrimones “accidentales”. Lorea se fue soltando y mostrándose más cariñosa con él, y este se mostró más comprensivo. Se sintió satisfecho al conocer a la jovencita sobre quien, a pesar de llevar su misma sangre, poco registro de valor guardaba.

Juan dio un paso más hacia su objetivo al trasladar sus pajas a la noche, valiéndose de las delgadas paredes que separaban ambas habitaciones permitiéndole a Lorea deleitarse con el vigor paterno. Quería que le quedase claro que ahora ella era la protagonista de sus más obscenas fantasías. En más de una ocasión imaginaba como sería perforar ese coqueto culito que se meneaba delante de él incitándole a cometer los actos más impuros que un padre puede imaginar con su progenie. 

La verdadera cuestión que le quitaba un poco el sueño, era como lanzarse, por más que leyese las inverosímiles escenas propias de los relatos eróticos, sabía que, a efectos prácticos, esas situaciones rocambolescas eran poco creíbles en la realidad. Tendría que idearlo un poco para que cuajase…

*

Lorea se trepaba por las paredes, esa noche, mientras lavaba los cacharros después de la cena, su padre se ofreció a ayudarla. La rodeó quedando detrás de ella y mientras ella lavaba él escurría y secaba. Hasta ahí nada fuera de lo normal, salvo que Juan rozaba cada tanto sus cuerpos y llegado cierto punto, una más que notable erección se encajó entre sus nalgas.

Ella se dejó hacer, complaciente, el beso de buenas noches, una recién estrenada costumbre entre ambos, fue igual de descarado que el resto de la velada. Casi en la comisura de los labios, lo que la dejó visiblemente excitada y frustrada. No sabía por qué Juan no se atrevía a dar el paso definitivo y su paciencia estaba llegando a un peligroso límite, su coño pedía una polla, y no cualquier polla sino la que le había dado la vida.

A esas alturas del partido, no era un secreto que se deseaban, pero que ninguno se atrevía a lanzarse de lleno en la piscina. Puede que su padre, por más soez que se estuviese convirtiendo, aún guardase algún repto de moralidad, o que supusiese que ella le rechazaría.

Ella también barajaba las distintas posibilidades, no soportaría mucho más tiempo. Ese estado de excitación constante le estaba fastidiando un poco la psique. Tanto era así, que, desde hacía unos días, usaba las braguitas sucias llenas de la simiente de su padre. Primero las lamía, buscando atrapar el sabor del semen que le dio la vida y luego se aseguraba de que su coño estuviese en contacto con ellas.

Lorea sentía que ardía por dentro, quizás eso fue la que la impulsó esa noche, no lo pensó demasiado. Salió de su habitación vistiendo solo las braguitas manchadas y una camiseta cortita, ideal para esa calurosa noche. Evidentemente estaba pensando con su coño.

*

Juan se sobresaltó al ver la menuda figurita semidesnuda adentrándose en su habitación. Su mirada se cruzó con la de su hija, tenía los ojos oscurecidos por el deseo. Sus pezones se marcaban sobre la fina tela y las braguitas se avistaban humedecidas por los flujos de aquel apetecible coño.

– ¿Ya te aburriste de jugar, pequeña? –lo que más le excitó ver, fue sus mejillas sonrojadas por el deseo.

– Eres malo…

– Para nada. En dado caso la promotora de este desenlace eres tú.

– ¿Yo?

– Pienso que en vez de “Juan Sin Miedo” debería ser “Lorea se atreve” –una petulante sonrisa se dibujó en su rostro. Ante el estupor de su hija se incorporó, hasta quedar frente a ella, casi tan cerca que su erección se rozaba con el cuerpo de Lorea.

– Eres un cabrón –murmuró medio molesta, se sentía medio estafada al saber que su padre conocía su secreto, pero lo que más podía sobre ella era el deseo. No lo pensó dos veces para apretar el miembro de su padre, se sentía caliente, duro, y además olía, podía percibir el olor a semen.

– ¿Qué necesitas? Sé clara –Juan tenía la mirada fija sobre Lorea que seguía apretando su miembro, casi abstraída.

– Necesito a papi dentro de mí, necesito que me haga suya, y… necesito que se calme conmigo.

– Sé más explícita –le ordenó.

– Necesito que papi me folle.

– Más.

– Necesito que papi entre en mí, hasta el fondo.

–¿Quieres ser el juguete de papi?

– Quiero ser lo que papi necesita.

– Eres un ángel –pasó su mano por detrás del cuello de Lorea–. ¿De quién eres?

– Soy tuya –soltó un gemido al sentir la lengua de su padre lamiendo su cuello.

– Papi te quiere –murmuró antes de clavar un poco los dientes–. Te quiero en tetas.

– Si papi –se deshizo de la camiseta dejando que sus pechos, de un tamaño mediano saliesen a relucir.

Juan se lanzó a por ellos, sobándolos sin mucha delicadeza. Se llevó uno de los pezones al a boca, succionándole para luego morderle un poco.

La pasión se desató entre Juan y Lorea como la crecida de un río, sus bocas se buscaron casi con desesperación, la chica se colgó del cuello de su padre y este pellizco su respingón culito, ella mordió el labio inferior paterno, sin duda seguían provocándose.

Juan empujó a Lorea contra la pared y de un tirón le bajó las braguitas.

– Manos sobre la pared, abre las piernas –le indicó cegado por placer.

– Sí.

– ¿Sí, papi?

– Sí, papi.

Lorea adoptó la postura indicada y sintió algo de vergüenza cuando las manos de su padre abrieron las nalgas. Dio un saltito de impresión al sentir la lengua de Juan invadiendo su cavidad anal. Pronto su progenitor se servía de un banquete de culo y coño juvenil, regalándose a la jovencita el mejor oral que alguna vez hubiese experimentado.

Juan se deleitó con el sabor de ese coñito, los labios vaginales se le antojaban demasiado apetecibles, se hundió de lleno, saboreando el néctar de su hija que fluía como sin parar. Lo anhelaba, llevaba semanas obcecado con beber de esa fuente del placer. No le costó mucho alcanzar el objetivo. Con un tierno gritito Lorea se corrió de una forma casi escandalosa y su padre se bebió hasta el último chorrito que manaba de ella.

Lorea lejos de quedarse impávida, tomo aliento para recuperarse de la espectacular comida de coño, se dio media vuelta y evitando una próxima orden paterna, al verlo incorporarse lo empujó para que se sentase en la cama. Se lanzó entre sus piernas, la polla que le dio la vida salió revotando de su escondite dándole un golpecito en la cara, sin apartar la vista del hombre devoró centímetro a centímetro el mástil hasta llegar a la base. La erótica imagen por poco hizo que Juan se corriese sin remedio, por suerte logró contenerse. Quería disfrutar de esa experiencia lo máximo posible.

La succión por parte de Lorea era increíble, pero lo que más le ponía era la cara de vicio y devoción con la que chupaba la polla paterna. Juan no lo resistió más y la cogió por la cabeza, no tuvo contemplación, lo necesitaba, lo deseaba. Enterró su cipote hasta el fondo, provocándole una peligrosa arcada a su pequeña. Se folló esa boquita viciosa con ganas, entre las arcadas de Lorea, sus ojos llorosos y a la vez suplicantes para que no se detuviese. Soltando un gran gruñido se corrió, descargando el semen de un par de días en la boca de su en apariencia inocente angelito, haciendo gala de sus buenas dotes en el sexo, esta se tragó hasta la última gota. Lucía gloriosa, exultante, feliz.

– Gracias papi –dijo con una gran sonrisa después de su ración de leche.

Lorea se lanzó nuevamente hacia su padre, haciéndole caer en la cama, y ella se sentó a horcajadas sobre él. Sus bocas se buscaban, uno que otro azote iba y venía sobre el culito de la chica. Por su parte, esta le mordía y rasguñaba, drenando el deseo contenido.

En medio de los salvajes toqueteos el miembro de Juan volvió a cobrar vida, estimulado por el roce del suave coñito de su pequeña. Lorea al notar la nueva erección, cogió la polla y como buena amazona, se dejó caer, enterrándose hasta el último centímetro. Su monta fue vigorosa, sus tetas saltaban perdiéndose entre las lamidas y mordisquitos del maduro.

Juan que si bien estaba disfrutando de la monta decidió darle un poco más de ímpetu, cogió el menudo cuerpo de la jovencita y le dio vuelta, quedando sobre ella. La arrastró para que sus piernas quedaran sobre sus hombros, se dejó ir con una violenta copula, abriendo las piernas de la chica lo máximo que la anatomía le permitiese, la quería abierta para él, perdiendo la cuenta de los orgasmos provocados.

Lorea se perdió en su placer, dejándose hacer, nunca pensó que el sexo pudiese ser aún más placentero. En un determinado punto, Juan le dio la vuelta quedando con su culito en un perfecto primer plano. Nuevamente sintió el frescor en su esfínter al separar las nalgas. Luego, la saliva de su padre derramándose y un furtivo dedo adentrándose para prepararla.

Su ano no opuso mayor resistencia, cedió ante la invasión primero del dedo y después del miembro viril que se clavó lento y seguro. El gemido de placer mutuo al sentir la unión lasciva no se hizo esperar. Juan apoyó sus brazos a los costados de Lorea y la penetró con la misma dureza que tenía ese polvo.

Continuó con la penetración anal, causando grititos de extremo placer y algo de dolor. El ano apretaba su polla de una forma delirante. Lo mejor vino con el siguiente orgasmo de su hija, tan potente e intenso que le hizo dejarse ir hasta descargarse otra vez dentro de su hija.

Ambos cayeron derrotados en la cama, bañados en sudor, con sus cuerpos un tanto masacrados por la dureza del polvo. A pesar de ello, se notaba la satisfacción en el rostro de los dos. Juan se acercó a Lorea y le plantó un dulce beso en la frente.

Poco más pudieron hacer esa noche, a la mañana siguiente Juan despertó deleitándose con la figura de aquel angelito perverso que tenía como hija, y con el cual aún tenía una cuenta pendiente. Distando de la noche pasada, la despertó con tiernas caricias y entre besos le hizo el amor de una forma íntima y entregada. No se detuvieron hasta que se corrió, esta vez en el coño de su pequeña. Sin duda sería una relación con muchos matices por descubrir.

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