"MIKEL Y AINARA VII -FINAL" por "ALTAIS"

 Capítulo 7. La puerta del infierno.

Una de las cosas que más disfrutaba Mikel Echeverría era tener a su pequeña desnuda en su cama. Su nívea piel destacaba sobre las sábanas oscuras. Y su ego masculino se hinchaba al verla ronroneando por sus caricias. Ella descansaba boca abajo, mientras su mano se paseaba perezosa por su espalda, bajando hasta sus muslos y colándose entre ellos para meterse furtivamente en su coñito. Un plug anal con una delicada piedra rosada resaltaba en el culito de su niña. Le había costado un poco acostumbrarse a él, al principio, entonces lo echaba de menos cuando no lo tenía muy adentro.

-          He hablado con la detective privado -murmuró el adulto enterrando uno de sus dedos en lo más profundo de la húmeda hendidura de la joven -, Eneko es un hijo de puta con una neurona funcional, se ha encargado de cubrir muy bien su rastro todos estos años. Me desespera un poco no encontrar un hilo del cual tirar para hundirlo.

-          ¿Y… si lo encuentras… puedes acabar con él? -preguntó su hija separando levemente los muslos.

-          Tiene que ser algo contundente, de serlo no tendría escapatoria, he afianzado las amistades con las personas pertinentes para que no pueda librarse.

-          Da… daremos con algo, siempre hay un talón de Aquiles -susurró Ainara pensando en la habitación cerrada en su casa a la vez que permanecía con los ojos entornados, concentrándose en su vulva en los albores de su punto de ebullición-. Luego veremos qué podemos hacer.

Se deshizo de la idea que se grabó en su mente después de leer el diario de su madre. Solo evocarla le producía náuseas, pero, por muchas vueltas que le daba al asunto, encontraba esa única alternativa para atrapar a su abuelo. Esclarecer lo sucedido con su madre le daría fuerzas para llevar a cabo su plan, pero aun así se sentía fatal, sobre todo por Mikel. Su despreciable abuelo le había destrozado la vida y todavía era necesario un agravio más, bajar un peldaño hacia el infierno, revolcarse en el fango para obtener la venganza y emerger victoriosos. Aun antes de consumarlo se sentía sucia, muy sucia y sabía que había una única forma en que su cerebro se purificase y volviera al equilibrio era a través de su cuerpo y en eso estaba: pidiendo el perdón al lobo aun antes de haber cometido la falta.

-          Tienes razón. No perdamos el tiempo pensando en ese cabrón -gruñó chupando las falanges pringadas con el hunto íntimo de su hija-. ¡Qué guapa es mi niña!

-          Vamos papi, usa tu boca para algo más productivo que hablar -chinchó ella con objeto de provocar al lado más salvaje del adulto.

Una ronca risa emergió del pecho de Mikel, que no perdió el tiempo para ocupar su boca con la tersa piel de su hija. Optó por dejar la correa al lobo y actuar como un padre amoroso. Llevaba días notando a Ainara rara, ausente a pesar de su compañía. Obviando su naturaleza receptividad, la sentía tensa, y no quería preguntarle el motivo para no crear un nuevo conflicto por una supuesta desconfianza.

Suaves besos iban y venían por la espalda de Ainara que soltó un gritito al sentir una sutil mordida en su nalga derecha. Él repitió la acción en la otra carne, ambas merecían la misma atención. La reacción fue idéntica.

-          Eres malo -musitó la joven.

Muy motivada por los tocamientos previos elevó las caderas, su padre gruñó antes de acomodarse. El chochito de su princesa era un plato que debía disfrutarse en toda regla. A Mikel le enloquecía la facilidad con la que ella lubricaba. Era alucinante como con un par de lamidas, se estimularán sus terminaciones y el flujo manara a raudales de su cueva delantera.

-          Tranquila, princesita -le parecía tan tierno y a su vez le excitaba tanto cuando meneaba sus caderas para aumentar la intensidad de sus lamidas.

El adulto se tomó unos segundos para contemplar el sexo de la adolescente, ese que tan buenos momentos les había proporcionado a ambos hasta entonces. Receptivo, brillaba como el lucero del alba y se presentaba ante él palpitante y liberado de cualquier atisbo de vello. Con suma delicadeza separó los labios vaginales de la muchacha y, sin necesidad de más estímulo, del pequeño agujerito brotó un minúsculo hilito de babas que cayó lánguidamente, marcando la sábana. Al menos el cuerpo de Ainara sí estaba por la labor pese a que su mente estuviese lejos de allí.

-          ¡Uhmm! - gimoteó la joven aferrándose a la almohada con los ojos entornados.

Añoraba el poder morder su braguita húmeda en ese momento. Clavó sus dientes en la almohada como alternativa contorsionando todavía más su pequeño cuerpo, exponiendo la integridad de su sexo a su padre, declarando su total predisposición para la cópula intensa y consumar una vez más el incesto de manera salvaje. Quería hacerlo de ese modo, deseaba que su padre la liberase por unos momentos de su mala conciencia, que fuese rudo con ella, que la castigase, pegase incluso. Iba a traicionar el vínculo más sagrado, ese que les uniría de por vida y sentía la imperiosa necesidad de expiar el pecado que, por pura necesidad, iba a cometer. 

Mikel no se precipitó. Pese a ello tuvo que luchar mucho contra su propia naturaleza, a duras penas venció la tentación del lobo que era ensartarla por el coño hasta los huevos duramente hasta colmarlo de leche. Era algo que tarde o temprano terminaría pasando, cuando ambos compartían cama la pasión se desataba, prefirió pegar su nariz al hilito de flujo que titilaba del delicado clítoris. Sorbió con deleite los primeros efluvios, eran para él la más adictiva de las drogas, estaba enganchado a ese néctar y, como buena droga, cuanto más consumía de él mayor era el deseo de repetir.

Los gemidos de Ainara iban envolviendo la habitación, esa mezcla de gemidos aniñados le enloquecía a más no poder. Luego alteraba con esos grititos escandalosos que endurecían más su ya potente erección. Se debatía entre seguir deleitando su boca con el sabor de su niña, o ceder a su constante necesidad de poseerla. Nunca era suficiente de su cuerpo, nunca se sentía del todo satisfecho, cada orgasmo no representaba un final, sino el preludio de uno nuevo. Ella era una adicción difícil de controlar. Y no se limitaba a su necesidad sexual, todo de Ainara le reconfortaba su oscuro espíritu. Solo ella calmaba al lobo, lo había domesticado y no podía concebir otra mujer que no fuese ella. Cada parte de su cuerpo estaba prendada de su hija.

Con algo de pesar se desprendió del coñito, Ainara tenía la respiración acelerada, con la boca entreabierta, despeinada. Le gustaba ese primer plano de su culo, pequeño y respingón. No lo consideró mucho más y enfiló su ariete para irrumpir en la prieta hendidura de su hija. Tan caliente y húmeda. Fue un poco lobo y hundió su miembro de una sola estocada, rápida y profunda. El gritito de satisfacción por parte de su niña solo le sirvió de aliento.

Colocó una almohada debajo de las caderas de su pequeña para encontrar la posición idónea, repitió la acción una media docena de veces, siempre acompasado por los grititos de placer de la adolescente. Sujetó las caderas de ella antes de emplearse en una cúpula más intensa, un tanto animal. Quería montarla, poseerla, llenar de su semen. Necesitaba regarla con su simiente, solo eso aplacaba la intranquilidad que tendía a surgir en su interior. Ver ese coñito rebosante de su esencia le confería paz.

-          ¡Papi! -chilló Ainara viéndose sobrepasada por la profundidad de las embestidas de su padre. Tanto que unas lagrimillas de placer se escapaban de sus ojos, necesitaba que sentirte completamente rellena de él. Nunca era suficiente para estar tranquila y menos con aquellos oscuros pensamientos rondando por su cabeza. 

-          ¡Aguanta! -gruñó Mikel antes de acelerar el ritmo. Era profundo, tanto que el sonido de sus pieles chocando opacaba un poco el de sus alaridos de placer.

Condujo sus manos hacia el culito de su pequeña para abrirlo, se veía tan sensual y atractivo con ese coqueto plug enterrado que, además, servía para hacer más estrecho el ya prieto coño de Ainara.

Las gotas de sudor resbalaban de su frente y de su pecho cayendo sobre la espalda de su niña, cambió el ritmo a unas estocadas profundas, casi maliciosas que arrancaban más grititos de placer de su juvenil presa.

-          Ya -ladró como la orden que Ainara llevaba esperando para dejarse embargar por el placer.

Su coño literalmente soltó un chorro violento y potente que se vio entremezclado con la semilla de su padre derramándose en su interior, caliente, viscosa, olorosa. El olor del semen de Mikel tenía algo que le excitaba de sobremanera. Quizás se debía al hecho de saber que ella provenía de esa misma simiente.

Mikel dejó caer un poco su peso sobre ella, llenándola con el último latigazo de su polla, su respiración acelerada se vio entrecortada por una risa un tanto perversa, le dio un par de besos en el cuello antes de salirse de su interior, ambos quedaron completamente laxos.

Con el ruido de la ducha de fondo y la gran cantidad de leche brotando de su coño, Ainara cayó en cuenta de algo muy importante. Se sentó de golpe y cogió su móvil. Dio con la app que le interesaba y comenzó a hilar los acontecimientos, con la presión del concierto, el descubrimiento del diario de su madre, llevaba prácticamente un mes sin tomar las anticonceptivas y para acabar estaba en el día más fértil de su ciclo.

Dos sensaciones se instalaron en su mente, la primera la ilusión, estaba segura que a su padre le encantaría tener una familia, una verdadera, disfrutar de ver crecer una criatura. Ser un verdadero padre. Y por otra, la determinación de acabar con Eneko para no tener el mismo final que su madre.

*****

La determinación de Ainara por vengarse de su abuelo solo crecía con el paso de los días. Las ansias de venganza nacían en la boca del estómago, y sabía que si quería obtener pruebas debía hacerse con el material de la habitación oculta. Si lograba acceder a ella y encontrar las pruebas que necesitaba podría dárselas a su padre para que destruyese a Eneko Axpe.

Tenía claro el procedimiento, le costó lo propio prepararse psicológicamente para lo que tendría que afrontar. Sabía que no tenía más opciones, no dejaba de ser menos fácil por eso.

Los días posteriores a su decisión, comenzó su plan de acción, a veces toca sacrificarse por el bien mayor.

Unas ojeras producto de su insomnio continuando le restaban un poco de su brillo, no por ello dejaba de ser menos arrebatadora. Trató de deshacerse del temblor en sus manos, y de ralentizar su respiración. Aplicó la técnica de relajación que empleaba justo antes de lanzarse a toda velocidad sobre su skate. Dominar el miedo era una de las premisas de su deporte, solo que en esta ocasión no se trataba de una pirueta, sino de birlar al asesino de su madre, al violador con el que llevaba tantos años conviviendo y quien en su más tierna infancia quiso. Ahora solo acumulaba odio y la bilis que luchaba por salir.

-          Aitite -tocó con cuidado la puerta del despacho antes de introducirse, como una novilla directo al matadero.

-          Nire tximeleta txikia -el viejo la observó con cierta expectación.

Hacía mucho que la chica no visitaba esas paredes de forma voluntaria. De una temporada para acá ni siquiera le pedía dinero, lo cual solo le demostraba que era igual de zorra que su madre. La devoró con la mirada sin recato, estaba la mar de atractiva con la melena suelta y su pijamita corto de dos piezas con tirantes sobre su piel. La etérea prenda dejaba más que adivinar la perfecta figura de su nieta y más que entrever sus delicados pezones. El viejo se recostó en su sillón visiblemente complacido por la inesperada visita y la espectacular vista.

-          Yo… he venido a pedirte disculpas - Ainara se acercó lentamente hasta colocarse a su lado, apoyó su culo ligeramente sobre el escritorio, dándole un muy buen primer plano de sus tetas en formación y de sus piernas desnudas bajo el pantaloncito del pijama que prácticamente se incrustó en su sexo gracias a la ausencia de ropa interior.

El viejo tuvo que aclararse la garganta antes de proseguir con la conversación.

-          ¿Y eso?

-          Me he dado cuenta de que no he sido una buena nieta con vosotros. Me tratáis como a una hija, os habéis esforzado en darme un buen techo y una excelente educación. Es momento de que empiece a madurar y ser un poco más agradecida.

Ainara intentaba con todas sus fuerzas que su tono de voz resultase de lo más natural. Le costaba mantener la compostura estando tan cerca del monstruo. Aun así no pudo evitar un leve respingo cuando sintió la palma de la mano de su abuelo acariciando su muslo, piel con piel.

-          Ya era hora de que te dieses cuenta. Todo lo que hacemos amona y yo es por tu bien. Es nuestra obligación y más después de que tu madre se quitase la vida de una forma tan poco cristiana. Dios se apiade de ella por haber cometido semejante locura. Sé que la echas de menos…

-          Sí - repuso Ainara reprimiendo sus ganas locas de salir corriendo o más bien de arrancarle los ojos a tan funesto personaje.

El viejo, reconfortado por sus palabras y envalentonado por la pasividad de la joven, rellenó su mano con el interior del muslo juvenil. Su candor y tersura le hicieron recordar tiempos pasados, momentos dulces y gozosos compartidos con la malograda Maite. Dada la naturaleza díscola de su nieta ya casi había perdido la esperanza de repetirlos con Ainara así que el inesperado cambio de actitud de la joven le pareció extraño, más fue incapaz de rechazarla. Normalmente huía de él y rechazaba todo contacto físico en cambio en ese momento se dejaba tocar por algún motivo que se le escapaba y eso era un regalo caído del cielo, algo imposible de rechazar. En su locura la sintió receptiva a sus caricias, confundió el nerviosismo por calentura y creyó oler el fluido vaginal de la chica rezumando de su sexo.

-          Yo también la echo de menos - musitó él apretando ligeramente la pierna de su nieta, aproximándose cada vez más a zonas comprometidas de su anatomía -. Tu madre y yo éramos más que padre e hija. Mucho más.

-          ¿Qué… qué quieres decir, aitite?

-          Pues eso. Que tu mamá y yo teníamos una relación muy especial - susurró el adulto deslizando su mano hasta casi tocar la ingle de una Ainara cada vez más nerviosa-, mucho más profunda e íntima que la de cualquier papá con su hija.

Ainara se veía obligada a hacer un esfuerzo sobrehumano para no estallar. Desde su atalaya podía divisar claramente la erección del viejo mentiras le metía mano de forma más o menos velada y su asquerosa manera de relamerse. El espinazo se le erizó de puro asco, permaneció inmóvil dejándose acariciar de aquella forma tan poco apropiada entre un abuelo y su nieta.

Respiró hondo y su acción fue interpretada como propia de la excitación. Cuando sintió la manaza del baboso palpando su coño sobre el pantaloncito del pijama ya no pudo más y, de la manera más delicada que pudo, tomó ambas manos de su abuelo con las suyas para, de este modo, mantenerlas alejadas de su coño todo lo posible. Ese era una zona exclusiva de Mikel y su intención era hacer todo lo posible para preservarla, sacrificar que fuera con tal de que su coño quedase libre de mancha.

-          Abuelo… yo quería pedirte algo…

La expresión de Eneko cambió de forma radical. Expresó su rabia soltando las manos de su nieta como si estas estuviesen electrificadas. Sus pupilas irradiaban un desprecio total hacia ella.

-          Vaya, ya sabía yo que querrías algo… eres como todas las chicas de tu edad, ¡unas interesadas!

-          ¡No, no! - dijo la joven atrapándolas de nuevo y llevándolas hasta su pecho a modo de súplica…

Quiso vomitar al sentir el dorso de aquellas manos asesinas rozar sus pezones, sentía un asco infinito, pero estaba decidida a llevar el plan hasta el final y no dudó.

-          …, es algo para el instituto.

-          ¿El... instituto?

-          Sí. Necesito una cosa para la actuación de fin de curso.

-          ¿Qué necesitas? ¿Dinero? - preguntó él cada vez menos enfadado gracias al candor que transmitía el cuerpecito de su nieta a través de la fina gasa que lo cubría.

-          No, no es eso.

-          ¿Entonces?

-          Ne… necesito un uniforme.

-          ¿Un uniforme?

El adulto no salía de su asombro. La petición le pilló totalmente desprevenido. Pensaba que las necesidades de su nieta serían monetarias o de algún que otro artilugio electrónico. Estaba harto de escuchar cómo sus amigos ricachones hacían regalitos caros a sus hijas caprichosas. No esperaba que su necesidad fuese algo tan económico y de su gusto.

-          Sí, así es. Un uniforme escolar. Antes, cuando mamá iba al instituto, los usaban, pero ahora ya no. Lo necesito para un baile y hay que llevarlo para el ensayo general y lo olvidé.

-          ¿Bailar tú? ¿Qué hay del piano?

-          Ya ves. La profesora me tiene manía, no me deja tocar el piano, dice que tengo que hacer cosas diferentes. Salir de la zona de confort creo que lo llama…

-          Sí. Entiendo, pero…

-          Y eso no es todo…

-          ¿Qué quieres decir?

-          Que lo necesito para mañana. Sí, ya sé lo que vas a decirme: que es tarde y que debería haberlo pensado antes, pero con el tema de los exámenes lo olvidé por completo, la profe me suspenderá si no lo llevo… y mis notas se resentirán si quiero entrar en la facultad de derecho como tú quieres.... es una zorra…

-          ¡Ainara!

-          Perdón. Sé que sólo tú puedes conseguirme uno a estas horas, la abuela no está esta noche. Tienes amigos que te deben favores y todo eso. Seguro que alguno puede ayudarte.  Haré lo que quieras a cambio Aitite, lo que quieras…

El hombre sonrió para sus adentros. Sabía perfectamente cómo solucionar el nimio problema de su nieta. No tenía que pedir favor alguno, lo que ella quería apenas estaba a unos metros de donde se encontraban. Como buen fetichista conservaba multitud de prendas de su hija, incluidos varios uniformes. La suerte estaba de su lado, hacía pocos días que había recogido un par del tinte, normalmente estaban manchados de esperma u otros fluidos ya que solía pedir a las jóvenes prostitutas que contrataba que se los pusieran durante el coito.  Todavía seguía fantaseando con Maite, pero cada vez el nombre de Ainara era tomado prestado por alguna de aquellas putas más a menudo.

Pese a tener la situación totalmente controlada Eneko Aspe, como buen abogado, quiso aprovechar su situación ventajosa.

-          ¡Uhmmm! No sé, déjame pensar… - murmuró mientras rozaba de forma vehemente los pechos de la adolescente con los nudillos.

-          ¡Por favor! ¡por favor! ¡por favor! -conforme Ainara fue repitiendo la súplica fue aflojando la opresión que imprimía a las manos de su abuelo, facilitando de este modo los tocamientos.

-          Es que domingo… y muy tarde…

-          ¡Por favor, aitite! - chilló dando saltitos Ainara, provocando que sus tetas rebotasen contra los dedos que la sobaban de una manera cada vez más explícita-. Haré lo que sea, lo que sea que me pidas…

-          Tal vez pueda ayudarte… si eres buena chica.

-          ¿En serio? Muchas gracias, de verdad. Lo seré, lo seré…

Sabiéndose ganador el adulto dejó a un lado el poco recato que le quedaba y palpó abiertamente los pechos de la joven sobre el pijama, recreándose en los pezones y las sensuales areolas que se remarcaban a través de la tela, sopesándolos de manera torpe y poco delicada.

-          Eres preciosa. Me recuerdas tanto a tu madre…

Ainara quedó muda y se dejó tocar.  Aguantó lo que pudo, llegó un momento en el que se vio superada por el recuerdo de su mamá y de Mikel. No podía más, estuvo a punto de romper a llorar. Desesperada optó por incorporarse de un golpe.

-          ¿Nos vamos a por él?

-          ¿A por él? -gruñó el viejo al verse privado de sus ansiados juguetes.

-          S.. sí. A por el uniforme. Voy a vestirme…

Eneko esbozó una sonrisa. Como abogado experto, no era de los que dejaba escapar una presa cuando la tenía entre las garras. Cerró el paso de la joven en su huida y lanzó de nuevo sus garras sobre las prominencias de su nieta.

-          Tranquila. No hace falta que vayamos a ningún sitio - apuntó el adulto reanudando sus toqueteos sin el menor pudor…

-          ¿N…no?

A Ainara le temblaba todo y le dolían los pezones. Los toscos tocamientos de su abuelo eran lo opuesto a las caricias de Mikel. No podía dejar de pensar en él mientras aquellas manazas apretaban sus pechos con nula delicadeza. La estancia se inundó de un hedor ácido y fétido, sin duda proveniente del flujo pre seminal que ya brotaba del cipote del viejo, se le revolvió el estómago.

-          Tu aitite tiene todo lo que necesitas.

-          ¿A… aquí?

-          Sí.

-          ¿En serio?

-          Así es. Ahí al lado.

-          ¿En serio que tienes un uniforme de mi talla?

-          En efecto.

-          Pe… pero…

-          Tienes que prometerme que vas a ser buena.

-          Lo… lo prometo.

-          Tengo uno de tu madre.

-          ¡De mamá!

-          Seguro que te ves preciosa con él…

El adulto, no conforme con meter mano a las tetas de la joven, dirigió una de sus manazas hacia el trasero que tantas veces había mirado embobado. Manchó su ropa interior todavía más al comprobar su dureza. Estaba muy claro que su nieta por fin se mostraba receptiva, que fuese a cambio de algo material era irrelevante.  Con el candor de la joven entre sus dedos se relamía de gusto por lo que iba a suceder aquella noche.

-          ¿Qui… quieres que me lo pruebe para ti, aitite?

-          ¿Lo harías?

-          Claro.

-           Voy a buscarlo.

-          Vale

Ainara sintió un gran alivio cuando el baboso pervertido echó mano de la llave que pendía de su cuello y se separó de ella. A punto estuvieron de salírsele los ojos de las órbitas intentando escudriñar hasta el último detalle que escondía la puerta de la habitación de los horrores. Creyó adivinar la presencia del ordenador del que hablaba su mamá e incluso distinguió alguna que otra fotografía en la pared, iluminación era escasa y no pudo distinguir más detalles. Para su desgracia estaba muy claro que su abuelo estaba ansioso por volver a estar a su lado, no pasó ni un minuto cuando volvió a aparecer muy sonriente con lo que parecía un uniforme escolar envuelto en una funda de plástico transparente. Estaba tan satisfecho por lo que iba a suceder olvidó cerrar la puerta por completo a su vuelta, circunstancia que no pasó desapercibida a una Ainara siempre alerta.

-          Creo que este te irá bien. Es que llevaban antes en tu instituto.

-          Es… es muy bonito.

-          Sí. No sé por qué han dejado de llevarlos, desde que es mixto y admiten chicos el nivel académico ha degenerado bastante, hay demasiadas distracciones. Toma, póntelo. Cámbiate aquí mismo…

-          ¿A… aquí?

-          Tranquila, soy tu abuelo, he visto cómo te quitabas la ropa muchas veces.

Ainara dudó.

-          . Dijiste que harías cualquier cosa por él. Si no quieres hacerlo, lo guardo…

-          ¡No, no! No pasa nada. Lo haré, lo haré.

Molesta por su inesperado pudor infantil poco menos que quiso arrebatarle la prenda a su abuelo, él la vio venir y la detuvo:

-          Espera, espera… tendrás que quitarte el pijama primero, ¿no?

-          Cla… claro.

Ainara, muerta de vergüenza, no dejaba de pensar en lo que pensaría de ella su padre si la viese en aquel momento, a punto de traicionar su vínculo. Se volteó y dejó deslizar los tirantes de su camisa más allá de sus hombros, despojándose de la prenda con urgencia, quería que todo aquello pasase muy rápido. Se cuidó mucho de tapar su busto con su larga cabellera y, no contenta con eso, ocultó sus pezones con uno de sus antebrazos antes de girarse lo mínimo posible. No quería parecer demasiado fácil, su abuelo no era tonto y tenía que esforzarse para que mordiese el anzuelo. Hasta ahora todo había ido según lo planeado, el tema es que cada vez tenía más dudas sobre su capacidad de llevarlo a cabo.

-          ¿Me pasas la camisa, por favor abuelo?

-          Claro, pero mejor quítate lo de abajo primero. - Repuso él sin cortarse lo más mínimo.

-          No… no llevo ropa interior.

-          Tranquila. A mí no me molesta verte así. No sé si te acuerdas, pero de niña te bañaba yo algunas veces.

Tras clavarse las uñas para infundirse valor la jovencita obedeció. Su majestuoso trasero no tardó en emerger bajo la tela conforme esta descendía alrededor de los muslos. Temblaba como una magdalena.

-          ¡Perdóname, papi! -susurró mientras se inclinaba lentamente hacia adelante con la excusa de quitarse el pantaloncito, dejando una explícita panorámica al abusador tanto de su culo como de los albores de su vulva.

El viejo se frotó la entrepierna en un gesto para nada decoroso con las pupilas fijas en la entrada trasera de su nieta. Le molestaba la polla y esperaba que el suculento cuerpecito de su nieta pronto calmaría su dolor.

-          Retiro lo dicho: eres mucho más hermosa que tu mamá. - Apostilló.

-          Gra… gracias, abuelo. ¿Me pasas la camisa, por favor?

-          Claro. Aquí lo tienes, nire tximeleta txikia.

Un escalofrío envolvió el cuerpo de Ainara al colocarse la camisa blanca con el logotipo de su instituto. Intentó sin éxito no pensar en las innumerables veces que su mamá habría estado solamente con ella puesta delante de su despreciable abuelo. Ahora era ella misma la que estaba ocupando su lugar por primera y última vez. El nerviosismo le jugaba una mala pasada, los botones parecía tener vida propia y le costó un mundo salir victoriosa en su pelea contra los ojales, especialmente los que debían tapar su busto.

-          ¿Me das la falda?

-          Por supuesto.

La joven se sintió mejor al cubrir su trasero pese a que su abuelo, de forma consciente o no, había elegido un uniforme bastante corto de talla que a duras penas lograba tapar unos pocos centímetros de sus piernas. Lo que debería ser una casta falda tableada dos dedos por encima de las rodillas se había transformado en una minifalda a cuadros propia de una seductora lolita. Aun con eso, cualquier cosa era mejor que aparecer desnuda frente a aquellos ojos inyectados de lujuria que la devoraban de forma tan poco adecuada para un abuelo.

-          ¿Qué tal me queda?

-          Preciosa, pero falta una cosa.

-          ¿Qué?

-          La corbata.

Ainara tragó saliva. Recordó que fue un objeto como aquel el que utilizó su mamá para quitarse la vida. Tembló todavía más.

-          Nunca me he puesto una - se excusó.

-          Tranquila, yo te la coloco. A Maite se lo hacía constantemente. Tu mamá y yo hacíamos de todo. Lo pasábamos muy bien juntos, ya lo creo.

Las alarmas comenzaron a sonar en la mente de Ainara cuando su abuelo se acercó con la alargada prenda entre sus manos. Con el pulso acelerado aguantó como pudo las evoluciones del más que probable asesino de su mamá alrededor de su cuello. Un gemido de desesperación brotó de su garganta al sentir la opresión final, algo más vehemente que las anteriores. Los nervios y la tensión más la opresión física le impedían respirar con fluidez.

El adulto interpretó el gemido de manera opuesta a la realidad e incluso apretó algo más la prenda al cuello de la muchacha.

-          También a ti te gusta esto, ¿eh? Sé que lo del uniforme es una excusa y que todo eso de portarte mal lo haces para llamar mi atención.

-          Me, estás ahogando, aitite…

El viejo frunció el ceño.

-           Tranquila, esto hay que llevarlo muy ceñido. ¿Confías en mí Ainara?

-          Claro. - mintió ella lo mejor que pudo.

-          Sabes que yo nunca te haría daño, ¿verdad? -murmuró el adulto tirando todavía más de la corbata, aproximando la cara de su nieta a la suya.

-          Sí.

-          ¿Vas a ser buena a partir de ahora? Ya ves que tu abuelo cuida de ti y te soluciona los problemas.

-          Sí. Te lo agradezco mucho aitite.

-          Sabes que te he sacado del apuro y que esto no saldrá gratis, ¿Cierto, pequeña?

La joven calló.

-          Tendrás que ser complaciente conmigo como lo era tu mamá - susurró con voz ronca distorsionando la verdad de manera malévola, como buen abogado-. ¿Entiendes lo que quiero decir?

-          N…no….

-          Eres su hija, tendrás que ocupar su lugar. Es tu deber.

-          ¿Su… lugar?

-          Sí.

La respiración de Ainara se aceleró cuando él sujetó su mentón, sintió el aliento un tanto alcoholizado del viejo y quiso vomitar. Se sentía tan culpable, lo que más le dolía era exponerse de esa manera y ensuciar su cuerpo, un cuerpo que debía ser sólo para Mikel. Pese a temerlo el beso la tomó de improviso, le costó la vida relajar la mandíbula, abrir su boca y dejarse hacer.

La adolescente hizo gala de su autocontrol a pesar del pánico que la embargaba, la lengua de su abuelo invadió su cavidad bucal con una emoción que rayaba la lujuria. Se vio obligada a tragarse las babas que él le pasaba en cada arremetida, le supieron amargas como la hiel. No conforme con eso, esas asquerosas manos de pulpo le magreaban tanto el culo como el resto de su anatomía con rudeza, olvidando el decoro debido dado parentesco existente entre ambos.

El pánico que Ainara sentía se vio momentáneamente aliviado al separarse. Poco duró la tregua. Descubrió un brillo cargado de malicia en los ojos del viejo que confundía agitación por excitación, rabia por calentura y ligeros espasmos nerviosos con lujuria contenida. Muy a su pesar reconoció que eso significaba que estaba en el camino correcto, que debía seguir con su actuación hasta las últimas consecuencias y consumar el incesto no deseado si era necesario.

-          Te gusta hacerme enfadar sólo para llamar la atención y tenerme para ti sola, como hacía tu madre. A partir de ahora serás una buena chica, como lo fue ella cuando se dio cuenta de lo que le convenía. 

Embriagado en su propio desvarío y sin la menor consideración agarró a Ainara por los hombros con firmeza, obligándola a hincarse de rodillas. Esos pocos segundos de bajada para él se convirtieron en tortuosas horas para ella. Su suerte estaba echada.

Decidida a llevar todo aquello hasta las últimas consecuencias la adolescente quedó a la altura del miembro del adulto, marcado claramente en el pantalón, bajo la mancha húmeda que delataba su estado de excitación.

La chica odiaba el maldito cinturón, el mismo que, en ese instante, su abuelo desabrochaba con parsimonia, ese con el cual la había azotado multitud de veces. Sus temblores se hicieron más evidentes, no sabía cómo contenerlos.

Eneko Axpe se relamía de gusto, disfrutaba con el miedo infundido, se nutría de este, actuaba sin prisa, como hacía con la malograda Maite en su día. Abrió el botón del pantalón dejándolo caer hasta sus tobillos de forma violenta. Al no llevar ropa interior su virilidad salió a la luz en todo su esplendor. Agarró a la chica de la nuca al tiempo que con su mano libre sujetó el cipote y se lo puso entre los labios.

-          Ábrela.

Ainara agradeció las grandes dimensiones del pene paterno, ante ella se presentaba una polla mediocre en comparación a él. Temió que el pánico se adueñase de ella, su parte racional tomó el mando: si quería obtener las pruebas para hundir a Aspe debía sacrificarse, se lo debía a su madre, a Mikel y a ella misma. Abrió su suave boca y dejó que el miembro del violador mancillara su cuerpo sin oponer resistencia. Su boca se impregnó de las babas que salpicaban al falo, ungüentos que habían comenzado a brotar espontáneamente aun antes del encuentro sexual.

Tragando su rabia Ainara cerró los ojos para aguantar las ganas de llorar y se centró en su labor. Pensó en succionar, lamer… jugar con su lengua a tumba abierta, sin hacer prisioneros. Tenía suficiente experiencia adquirida gracias a las incontables sesiones de oral dadas a su amado padre y aquella polla decrépita no tenía aspecto de ser muy resistente. Luego cambió de opinión y prefirió ser torpe de forma premeditada para no despertar sospechas. Lo último que quería era un interrogatorio feroz por parte de su abuelo acerca de su experiencia en el sexo. Rozó un par de veces el pito con los dientes adrede lo que hizo saltar las alarmas del viejo que se retorció inquieto:

-          ¡Eh… tranquila! Se nota que es tu primera vez, tienes que tener cuidado.

Ainara asintió sin ni siquiera sacar la polla de entre los labios, detalle que volvió loco al viejo pervertido.

Pese a todo el combate fue breve, tras un par de estocadas más el viejo descargó con gran intensidad en su boca. A diferencia de la leche de su padre está era mucho más amarga, agria, desagradable. Tocó rápidamente su ojo para que él no pillara la lagrimita culpable que se le escapaba, soldando sus labios al cipote para que no se derramara ni una gota de esperma.

-          Bien hecho. No dejes que se derrame y trágalo.

La chica volvió a asentir, ingiriendo aquella desagradable simiente, mientras su abuelo la observaba con excitación y satisfacción el movimiento de la garganta.

Eneko se subió el pantalón y se sentó en su sillón del despacho dándose un respiro mientras analizaba la situación. Su nieta parecía bastante dispuesta al sexo, a diferencia de Maite que siempre había hecho todo a disgusto. Ese era un detalle importante pero que no tenía por qué saberse. 

El abuelo se recostó, se sentía poderoso y eso le gustaba. Su nieta estaba preciosa arrodillada, con el uniforme escolar descompuesto y los labios todavía húmedos. No podía apartar la mirada de la corbata que todavía se ceñía alrededor de su delicado cuello, de hecho, le sobraba todo lo demás. Como a su madre la consideraba algo suyo y quería poseerla por completo desde hacía bastante tiempo, desde siempre en realidad. El sexo oral había sido un buen primer paso, pero quería más. Podría haberlo obtenido por la fuerza, tal y como hizo con Maite, pero ya no era joven y dudaba de su capacidad física para forzar a su nieta. Debía ser listo y utilizar otra estrategia, como hacía en el juzgado.

Su nieta siempre se había presentado como muy orgullosa y poco dada a los caprichos propios de las chicas de su edad y hasta ese momento tenía serias dudas de poder ganarse sus favores a cambio de cosas materiales pero ante el inesperado éxito obtenido con el asunto del uniforme el viejo decidió probar suerte por ahí.  Más allá de un regalo caro tenía un as en la manga, algo que combinaba valor económico con sentimental que tal vez había llegado el momento de utilizar.  En su mundo la información era poder y cada pequeño detalle contaba a la hora de ganar un pleito.

Ainara, por su parte, fingía paladear el esperma cuando en realidad trataba de manejar su mala conciencia, esa que la acompañaría para siempre a partir de entonces. Se sentía sucia. Aun con todo sabía que lo peor estaba por llegar. Era la hora de pasar a la segunda fase, tomar la iniciativa y utilizar sus armas de incipiente mujer para seducir a su abuelo y llevárselo a la cama. Si jugaba bien sus cartas ni siquiera le iba a hacer falta hacerse con la dichosa llave, sólo tenía que apartar al perro guardián de la puerta y escabullirse de su vigilancia cuando estuviese exhausto de sexo. Estaba dispuesta a todo por vengar a su madre. Ya estaba a punto de incorporarse cuando la ronca voz de su abuelo rompió el silencio reinante en la sala:

-          Tu abuela me comentó que tu tabla se había roto.

La joven se detuvo en seco. Pensó que tal vez su abuelo no era tan listo como pretendía ser y que había mordido el anzuelo. Era infinitamente mejor para su plan que él creyera llevar la iniciativa, eso le hacía bajar la guardia y ser previsible.

-          Así es - apuntó ella intuyendo las intenciones del adulto.

-          De verdad que lo siento - mintió él sin el menor sonrojo -, sé que le tenías aprecio a ese trasto.

-          Sí.

-          Le pediste dinero, pero ella no te lo dio. ¿Cierto?

-          Dijo que era mucho dinero.

-          ¿Cuánto le pediste a esa vieja gruñona?

-          Pues… unos seiscientos o así.

-          ¡Seiscientos euros! Eso es mucho dinero, tximeleta.

-          Lo sé. Las tablas buenas no son baratas.

-          Yo te los daré.

-          ¡En serio, aitite!

-          Sí. Siempre que no se lo digas a tu amona… y que seas amable conmigo.

Ainara se removió de pura rabia. Su opinión sobre su abuelo empeoraba por momentos. Era consciente de lo que su abuelo consideraba como “ser amable”. No sólo era capaz de abusar de su única nieta, sino que, además, pretendía comprarla con regalos, tratarla como a la más vulgar de las prostitutas. A punto estuvo de saltar como una loba y arrancarle los ojos ahí mismo, ganas no le faltaron. Por el contrario, mantuvo la cabeza fría, actuando de forma serena, clavando sus pupilas inmaculadas en las del monstruo para terminar preguntando con tono incrédulo:

-          ¿Amable?

-          Así es.

-          ¿Qué quieres que haga?

-          Que dejes de buscarme las cosquillas todo el tiempo, que seas más cariñosa conmigo y que me enseñes ahora ese baile tan importante que has ensayado.

-          Vale, no hay problema - repuso la adolescente incorporándose de un salto-.

-          … desnuda?

Ainara fingió sorpresa. De sobra sabía las intenciones del viejo desde hacía tiempo, desde que comenzó a leer el diario oculto de su madre era consciente de que deseaba poseerla. Aun así, par

-          ¿Quieres tu tabla nueva?

-          ¡Sí!

-          Hemos quedado que serías complaciente conmigo, ¿cierto?

-          De… acuerdo.

-          ¡Venga ya! - Rió el viejo con ese tono de abogado insolente que utilizaba para machacar a los testigos de la parte contraria cuando los interrogaba-. ¡Me la has chupado por un simple uniforme, ahora no te hagas la estrecha!  Adelante, no seas tímida conmigo, te irá mucho mejor si no lo eres, créeme. Sé que no hay música, eso es lo menos importante en este momento. Venga… gánate tu tabla.

Ainara mal que bien tragó su bilis y comenzó a moverse. Primero lo hizo lento para poder despojarse del uniforme frente a la odiosa mirada de su abuelo. La faldita y la camisa fueron cayendo al piso dejando a la luz su menudo y apetitoso cuerpo delante de él, esta vez sin prenda alguna que disimular su desnudez.

-          Eres preciosa.

Cuando se dispuso a despojarse de la corbata el viejo intervino:

-          Eso no. Estás mucho más bonita con eso puesto, te lo digo yo.

-          Como quieras.

-          Da…date la vuelta -ordenó él babeando de gusto -.

-          ¿Así?

-          ¡Sí! ¡Qué culito tienes laztana! Es tremendo. Tu mamá nunca quiso jugar conmigo por ahí.

Muy a su pesar, la joven cada vez tenía más claro que iba a ser necesario llegar hasta el final con su abuelo, romper su juramento, sumergirse en el lodo y darlo todo. Sin embargo, el comentario insolente le dio cierta esperanza a la joven, tal vez había una forma de dejarlo satisfecho sin tener que traicionar el vínculo más sagrado con su padre, sin mancillar su sexo.

Decidió jugar fuerte y el baile más o menos anodino se transformó en una sucesión de movimientos cada vez más sensuales y explícitos con su puerta trasera como primera bailarina. Incluso llegó a separarse levemente los glúteos al bailar, dejando a la vista del pervertido su oscuro objeto del deseo.

Eneko Aspe se removía cada vez más inquieto en su asiento, carraspeando y salivando considerablemente, con los ojos fijos en esa parte de su nieta, esa que siempre le vedó su madre. Su verga se reivindicaba de nuevo. No iba a hacer nada malo, simplemente tomar lo que era suyo.

Ainara se acercó. Cuando la mano de Eneko se posó sobre su culo y el viejo se incorporó, empujándola contra el escritorio supo que el momento había llegado. Una amalgama de sensaciones, se agolparon en su interior al escuchar de nuevo el sonido de una cremallera. Más que miedo, sentía la más pura repulsión hacia sí misma. Aquel tacto lascivo que impunemente rozaba sus partes más íntimas buscó despertar su espíritu guerrero. Su respiración se aceleró, internamente gritaba, luchando por contener sus lágrimas, no le daría el gusto de verla llorar, sabía que debía continuar con su papel:

-          ¡No… no me hagas daño, aitite!

-          Tranquila - repuso él riéndose para sus adentros.

 

Su mano acarició con malicia el muslo juvenil, abriéndolo para observar su objetivo con mayor nitidez.  Ainara agradeció el estar de espaldas durante la maniobra, no podría vivir con esa mirada en sus recuerdos. Nunca había sentido una sensación tan desagradable dentro de ella, su corazón parecía librar una contienda con su caja torácica, como si quisiera salirse y no volver a habitar ese cuerpo.

La primera grieta de su mente se hizo sentir cuando unos dedos malditos recorrieron su coño y se detuvieron para pellizcar su clítoris. Se quiso morir en ese instante. Creyó que las fuerzas le fallaban, nunca pensó que podría sentirse así de rota, pero ese solo era el movimiento previo a su propia destrucción. Se retorció y no de placer, al sentir la punta de uno de los apéndices entrando en su coño. Una vez más su acción fue mal interpretada.

-          Te gusta, ¿eh?

La joven se limitó a asentir, no quería que su tono de voz la traicionase ni escuchar su propia mentira. Por fortuna el dedo no profundizó demasiado, solo lo justo para empaparse de sus flujos. Ainara no estaba excitada, era su coño el que vivía constantemente húmedo. Lo que su abuelo confundía con excitación no era otra cosa que su estado natural. El dedo húmedo se dirigió al culo, la chica apretó los glúteos en el momento oportuno para mostrar una falsa resistencia propia de las primerizas en el sexo anal.

El viejo no se molestó mucho en prepararla, apoyó el cipote en el esfínter de la adolescente que soltó un gritito no de dolor físico sino emocional cuando notó que su cuerpo se abría lentamente. Era consciente de que con esa estocada certera había vendido su alma al diablo. Se sentía tan sucia, tan rota, tan herida por dentro que apenas notaba la barra de carne horadando milímetro a milímetro su intestino.

-          ¡Joder! -murmuró el adulto cuando la punta de su verga traspasó la barrera adentrándose en un mundo nuevo que él creía inexplorado.

-          ¡Ahg! -gruñó la joven conocedora de los gustos sexuales de su abuelo-. ¡Sácala, me duele mucho!

Ainara fingió resistirse, comenzó a menearse incrementando de forma consciente el placer que su orto proporcionaba al falo agresor.

-          ¡Cállate, puta! -Gritó él incrementando el ritmo de la enculada a cada arremetida.

Pese a estar ensartada e inmovilizada por la lujuria de su abuelo la joven no perdió en ningún momento el norte. Gracias a las largas tardes en casa de su papá el sexo anal no tenía secretos para ella y en su caso la información también era poder. Es por eso por lo que tomó todo el aire que le fue posible justo antes de que su abuelo tirase traicioneramente de la corbata que ceñía a su cuello tras varios empujones más que violentos.

-          ¡No… no! -balbuceó luchando por zafarse de la prenda que presionaba su glotis.

Tras unos momentos de lucha el cuerpo de Ainara quedó inerte sobre la madera. El viejo, satisfecho, dejó de tirar y dedicó todos sus esfuerzos a follarse analmente a su nieta expuesta y desmayada.  El coito fue breve, la excitación era mucha; en pocos minutos la veterana verga expulsó todo el ardor que llevaba dentro en lo más profundo del intestino de la joven.

-          ¡Eres tan zorra como tu madre! -Bramó una vez satisfecho el instinto, regodeándose de la cascada de esperma que salía del trasero de la ninfa sin sentido.

A punto estaba de recoger la herramienta cuando Eneko Axpe se lo pensó mejor. La noche había sido fantástica pero las cosas son siempre susceptibles de mejorar. Ya no era joven y carecía del vigor suficiente para gozar del tercer agujero de su nieta, aun así, había algo más que podía hacer.

A Ainara le costó un mundo seguir haciéndose la dormida mientras un chorro de orina chocaba contra su cuerpo, su tormento le fue más llevadero al comprobar que su abuelo abandonaba la estancia.

La joven permaneció en esa posición el tiempo que consideró prudencial. Cuando se armó de valor se incorporó. Caminó en puntillas, hasta ver al viejo roncando sobre la cama, la botella de whisky destapada era indicio de que el viejo se había tomado al menos un par de copas y aunado al esfuerzo físico, dormía como un tronco. Le llevó un par de minutos, unas cuantas maldiciones y el terror anidado en sus dedos el poder arrancarle la llave del cuello.

 

Las piernas le temblaban cuando se detuvo en frente de la puerta, esa puerta prohibida, desde que tenía uso de razón estaba cerrada a cal y canto, hasta entonces. Nunca la había visto abierta, por obvios motivos el viejo no se atrevía a abrirla en presencia de terceros. Hubo un antes y un después en su vida al atravesar el dintel de aquella cámara de los horrores.

 

La estancia encajaba con lo descrito en el diario con pelos y señales. Era como si el tiempo se hubiese detenido allí adentro. 

Dos paredes del cuarto estaban llenas de fotos. En una de ellas identificó de inmediato a su madre en mil y una posturas sexuales a cuál más explícita y sucia. Pese a que esperaba algo parecido no pudo evitar que sus ojos se humedecieran, lo que de verdad la alarmó fue lo que descubrió en la otra: fotos dormida sobre el sofá, en bikini o incluso en la ducha, tomadas de forma furtiva… de ella. 

Su primera reacción instintiva fue cogerlas y largarse de allí corriendo hacia la comisaría. Tragó saliva, se secó las lágrimas y aclaró sus ideas: aquellas fotos eran un punto importante pero no mostraban lo importante: al autor de las mismas. Podían haber sido tomadas por cualquiera y un buen abogado podría desmontar cualquier acusación basada en ellas. Ainara era consciente de que no eran suficientes.

La joven fijó su mirada en el ordenador. Tenía la certeza de que lo que buscaba estaba escondido en lo más recóndito de las tripas de esa vetusta computadora, aislada del resto del mundo. Rápida como una anguila y apremiada por los ronquidos de su abuelo se sentó delante de él y fue cuando apareció la primera dificultad: el acceso al aparato estaba cifrado.

Ainara superó el primer amago de desaliento recordando unas charlas de ciberseguridad en su instituto. Les dieron unas pautas del tipo de contraseñas que solían utilizar las personas mayores y decidió probar suerte. Tras unos pocos intentos su mirada se iluminó. Una vez más su mamá le había echado una mano desde el más allá ya que la fecha de su cumpleaños fue la que le proporcionó acceso al rincón más oscuro de Eneko Axpe.

-          Gracias mamá. -murmuró.

Comenzó a navegar por el interior del disco duro del ordenador. Montones y montones de carpetas de lo que Ainara intuyó que serían informaciones confidenciales y trapos sucios de los asuntos del prestigioso abogado. Aun así, no le costó demasiado encontrar un apartado dedicado a asuntos personales que constaba de dos partes bien diferenciadas: “AINARA” y “MAITE”.

Venció la tentación por descubrir lo que ese monstruo tenía de ella, en su cabeza no cabía nada más que el buscar algo que aclarase la muerte de su madre. Por suerte su abuelo era un hombre pragmático, todos los videos estaban ordenados según el sistema japonés, el inverso al convencional, por lo que le fue muy sencillo encontrar el último de ellos.

Ainara tragó saliva, respiró profundamente y abrió el archivo, tuvo la precaución de bajar el volumen para no despertar a su abuelo que seguía estando en manos de Morfeo.

Le costó décimas de segundo identificar esa misma estancia y el camastro que se encontraba a su lado. Pasaron unos minutos hasta que apareció Eneko Aspe bastante más joven con su hija Maite entre sus brazos. Ambos estaban desnudos, la erección de él era más que evidente. Después de tirarla sobre el camastro con poca delicadeza el adulto procedió a amarrar a la adolescente al cabecero con sendas esposas, eliminando de este modo cualquier posibilidad de defensa por su parte. La chica no se resistía, pero tampoco hacía nada para facilitar la tarea. Tampoco dijo nada cuando él le pasó la correa del cinturón alrededor del cuello ni cuando la amordazó, parecía resignada a su suerte. La estimulación previa al coito por parte del adulto hacia la muchacha fue nula. Simplemente se colocó sobre ella y, aprovechando su superioridad física, la abrió de piernas y sin mayor preámbulo la violó.

A Ainara se le hizo muy duro aguantarle la mirada a su madre que, impasible, clavaba sus pupilas en el objetivo de la cámara mientras su abuelo se retorcía sobre ella buscando su propio placer.  Aquel animal la trató como si, en lugar de su única hija, fuera una extraña o más bien un objeto inanimado dada la nula colaboración por parte de su compañera de cama. Aquella actitud poco cooperativa pareció enervar al adulto que buscó algo de acción tirando de la correa con fuerza. Maite comenzó a convulsionar y a mover la cabeza, suplicando con los ojos y abriendo la boca en busca de un aire que no llegaba debido a la mordaza y, sobre todo, al cuero que comprimía su garganta. Sus movimientos, espasmos más bien, agradaron a Eneko, provocándole placer en su verga, y tuvieron un efecto contrario al deseado: el tipo siguió apretando y apretando la correa mientras meneaba la cadera de forma salvaje. Tan obcecado estaba por correrse, prolongó tanto la asfixia, que no se percató de que, cuando lo hizo, se derramó en el interior de un cuerpo inerte, carente de vida: el de su propia hija Maite. 

Cierto es que el hombre intentó reanimarla, pero ya era tarde. El último fragmento de la película mostraba a Eneko Aspe con la cara descompuesta aproximándose a la cámara y la grabación terminó de forma brusca.

Ainara quedó en shock unos minutos. No olvidaría jamás la cara de su madre muerta con la mirada perdida y a su abuelo follándose lo que ya era un cadáver.

Epílogo.

A Mikel Echeverría muchas situaciones le causaban hastío y más cuando se relacionaban con su trabajo. Salvo que en esa particular ocasión le causaba un gran regocijo el atravesar las puertas del centro penitenciario de Basauri. Pasó las pesquisas de rigor y tras compartir un café rancio con el alcaide de la prisión, logró, con un poco de persuasión monetaria que arrastrasen a ese despejo humano a esa igual de deplorable oficina. Sin duda tendría que darse un par de duchas para desprenderse de ese aroma agrio. Mientras pasaba por todo ese acto protocolario se le era difícil de olvidar aquella noche.

*****

El par de minutos que le tomó a Ainara el coger el pendrive de su habitación y el regresar a ese sitio maldito se le hicieron interminables. Los segundos que tardó la copia de esa escena del crimen se le hicieron los segundos más largos de su vida. Para su fortuna se desarrolló sin problemas, inclusive se tomó la osadía de copiar otros cuantos vídeos como prueba del abuso continuado.

A pesar de temblar, se movía producto de la adrenalina, cerró la puerta tras cerciorarse de que no dejaba nada que levantase sospechas al viejo, la parte más aterradora fue la de devolver la llave, casi le dio un infarto al ver a su abuelo balbuceando producto de su estado alcoholizado.

Corrió a su habitación, pensó en vestirse y salir corriendo, pero el innegable olor a semen rancio la delataría. A pesar de ir en contra de su instinto de supervivencia y más que nada, segura de que el viejo no despertaría, se dio una ducha militar para deshacerse del nauseabundo olor. Solo en ese momento se permitió flaquear, y llorar como la cría que apenas iba dejando de ser. Cogió el móvil al vuelo y tras un par de tonos una voz atendió a su llamado nocturno.

Ainara corrió, como llevaba haciendo buena parte de esa noche, pero en esta ocasión, hacia la puerta de la casa. Se detuvo justo delante de la biblioteca y decidió tener a la osadía por bandera una vez más.

– ¡Vamos, vamos, arranca! –le dijo a su padre casi en un grito–. No puede encontrarme. ¿Seguro que tu amigo nos recibirá a primera hora?

– Ainara… ¿Qué es ese cuaderno?

– Es un diario… –desvió la mirada mientras el coche entraba en la carretera– de mamá.

– Ainara…

– No preguntes, por favor, no lo hagas –le suplicó con un nudo en la garganta.

– Diga lo que diga, un diario no es prueba suficiente para hundir a Axpe –Mikel apretó el volante con fuerza.

– Tengo pruebas tangibles para acabar con Eneko ¿Estás seguro que el Intendente y el subcomisario nos recibirán?

– Cuenta con ello. Me deben un par de favores y no se llevan demasiado bien con el cabrón de Eneko.

 

Las horas faltantes para que el sol emergiese se sintieron asfixiantes, en parte por la insistencia de Mikel y su propia reticencia a soltar prenda. Se plantó de par en par, no permitiría que su padre viese el contenido de esas letras y mucho menos aquella desgraciada escena del crimen.

– ¿Qué haces aquí? –le preguntó Mikel malhumorado a su socio al llegar a la Ertzaintza.

– Yo lo llamé –intervino Ainara.

– No entiendo –espetó medio encolerizado.

– ¿Confías en mí? –le instó ella.

– Ainara…

– Te quiero fuera de este caso. No quiero que veas o leas nada –suspiró sin dar un paso atrás, decidida en su determinación.

– Es mi venganza, no puedes entrometerte en ella –murmuró malhumorado.

– ¡Esto va más allá de tu venganza! Es justicia para mi madre. No serás objetivo, estas pruebas me queman las manos, es horrible, y no voy a permitir que intervengas. No me importa lo que me costó obtenerlas, las destruiré si no es Aitor el que me representa.

– No me jodas –gruñó el letrado.

– Será a mi modo, o no será.

– No te creas que te saldrá gratis, luego ajustaremos cuentas –la miró fijamente antes de dar su brazo a torcer.

– Sin duda la niña ha salido a ti –le chinchó su colega, este calló ante la mirada asesina del lobo–. ¿Vamos?

– Vamos –Ainara esperó a estar dentro del edificio antes de entregarle las pruebas al socio de su padre–. ¿Aprecias a mi padre?

– Eso ni lo dudes. ¿Por qué preguntas?

– Mikel es tozudo, lo sé porque soy calcada a él, prométeme que no permitirás que vea esto.

– Tienes mi palabra.

– Genial, si consigues terminar el juicio sin que el lobo meta el hocico te presentaré a una de mis amigas que le van los maduritos –dijo guiñándole un ojo.

– Tenemos un trato señorita Axpe.

– Echeverría –le corrigió–. Soy Ainara Echeverría.

– Hundamos a ese hijo de puta, señorita Echeverría –sentenció antes de entrar a aquella decisiva reunión.

*****

Una amplia sonrisa se dibujó en el rostro de Mikel Echeverría que había ocupado la silla del alcaide, quien prudentemente se había retirado para contar el fajo de billetes otorgado, si bien seguía molestándole el hecho de no haber encerrado él mismo a su rival, esta visita le servía de mucho consuelo. El viejo zorro lucía destruido, consumido, mucho más viejo y desgastado. Un par de guardas hundieron a Eneko que comenzó a vociferar insultos hacía su persona, lo dejó hacer un par de minutos, hasta que una profunda carcajada cargada de la máxima satisfacción acalló los quejidos lastimeros del zorro caído en desgracia.

– Kaixo, viejo –su sonrisa se ensanchó aún más–. Por lo visto la prisión no te ha sentado demasiado bien. Te ves asqueroso, como un perro sarnoso. ¿Sabes? Tú y yo somos unos hijos de puta, pudimos parecernos, pero hubo un par de marcadas diferencias entre nosotros. La primera, soy mucho más inteligente, vamos soy un puto genio. Y, por otro lado, yo si logré mi objetivo.

Metió su mano en el bolsillo de la americana, colocó una fotografía sobre el escritorio, era un primer plano de una joven, no se veía el rostro, solo su gran sonrisa, sus senos lucían más hinchados, de piernas muy abiertas, un coñito sonrojado por el ataque previo, sobre una tripita de unos cuatro meses una gran descarga de semen. El fotógrafo tiraba suavemente del choker en donde se leía el nombre del letrado. Una foto tan íntima, una declaración final.

– Yo si logré que mi hija me adorase, me entregase su cuerpo y más aún, porte mi prole en sus entrañas. Así que sí, soy un hijo de puta con suerte.

Antes de que el viejo pudiese replicar, se guardó la fotografía y ordenó que se lo llevasen. El último clavo en el ataúd de su venganza terminaba de clavarse. Por fin era libre. Salió de la prisión sin volver la vista atrás. A las afueras, el motor del gran todoterreno ronroneaba, una guapa Ainara bajó el vidrio desde el asiento del piloto.

– ¿Qué haces mi niña?

– Me prometiste que en cuanto tuviese el carnet podría conducir.

– Mi vida, eres demasiado inquieta, como te descuides nos estrellamos y que me aspen si dejo que tú o el bebé corran peligro.

– Dramático, que conste que la que lleva el volante soy yo, pero te lo cedo ocasionalmente –apuntó divertida, mientras bajó cambiando de asiento.

– Por supuesto princesa.

De camino a casa, le subieron la música a tope, Mikel llevó la mano a la tripita de Ainara mientras cantaban a todo pulmón El Corazón me Arde de Andrés Suarez. Con toda la vida por delante.

Fin.

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