Capítulo 5. El zorro sale de la madriguera.
Hubo un antes y un después en la
vida de Ainara después de compartir la primera noche en el piso de su padre en
Abando, no podía tipificar su relación en conceptos preestablecidos, eran
simplemente ellos, fluyendo y siendo. A la par que crecía su necesidad por su
progenitor, lo hacían la amalgama de sentimientos que se desarrollaban entre
ambos. Ninguno tenía duda del amor que Mikel le profesaba, tanto como hombre y
como padre, ni de los sentimientos de ella hacia él.
Inicialmente su plan era aguardar a su mayoría de edad para fugarse junto a su Mikel del alma e iniciar una relación prácticamente marital. No quería verse enfrascada en una dura batalla legal cruel y descarnada. No dudaba de las dotes del letrado en su oficio, pero su abuelo tenía influencias muy sucias que podían perjudicar al bufete de su amado o incluso a él físicamente. Tenía mucho que pensar, lo más importante: abordar “el asunto de los tocamientos” con el tiento suficiente para que el abogado no perdiese los papeles y decidiera mancharse las manos de sangre. No dudaba que, si no le explicaba con la premura necesaria la forma, no tardaría en ver a su adorado padre tras las rejas por matar al cabrón de su abuelo. Hasta el momento seguía sin tener el valor de contarle las intenciones sexuales de Eneko hacia ella y pretendía desviar esa colisión de trenes lo máximo posible. Sabía que se trataba de un imposible y por más que las salidas nocturnas de Ainara y quedadas en “casa de Eva” ya eran una constante, no dejaba de inquietarle lo que pudiese desencadenarse.
Sin embargo, en ese momento se iba
a enfocar en algo mucho más inmediato: su inminente actuación como pianista en
la gala del Conservatorio. Los nervios aumentaban por el simple hecho de que
sería la primera vez que Mikel la viese en esas circunstancias y deseaba que su
padre se sintiese orgulloso de su talento. El abogado era un aficionado a la
música clásica y le encanta que ella tocase para él, aunque esta vez debería
hacerlo con la ropa puesta, con mucha más gente alrededor y sin final feliz… o
no.
–
¿Vas a ir? –preguntó en el chat.
– No me lo perdería por nada del mundo.
Quiero verte brillar.
–
Tienes que ser discreto, no es conveniente que Eneko te vea.
– No lo hará. Confía en mí.
–
Confió plenamente en ti, papi.
– ¿Qué pieza interpretarás?
–
Es una sorpresa.
Ambos siguieron en su conversación
propia de unos novios adolescentes que iba muy acorde con ella y desentonaba
completamente con él. Quién le hubiese dicho a Mikel Echeverría medio año atrás
su posición actual, como poco le hubiese dedicado una de sus más sórdidas
carcajadas.
*****
Mikel alisó con su mano la
americana eliminando la arruga inexistente, más que nada para aplacar el inicio
de ansiedad que empezaba a manifestarse. Se coló con discreción hasta ubicarse
en uno de los palcos privados más caros y exclusivos del auditorio, atalaya que
le permitía ver el escenario de forma discreta sin ser detectado desde la
platea. La corbata color azul santorini le daba un toque a su traje negro hecho
a medida. No controló la sonrisa al ver a la guapa pianista haciendo la pequeña
reverencia de rigor antes de sentarse frente al instrumento, el vestido era del
mismo color que su corbata y eso le encantó.
Su polla se tensó ligeramente
mientras observaba su rutina previa; tensión que se tornó en dureza cuando la
vio besar el colgante que pendía de su cuello y comenzó a acariciar las teclas.
Cuando tocaba, su hija ya no podía escuchar la melodía sin que su parte baja se
enarbolase. Nunca le había gustado tanto un instrumento antes, y recordar sus
intensas sesiones de sexo sobre su piano solo le hizo endurecerse un poco más.
Aprovechando su privilegiada posición en el teatro se acomodó discretamente su
miembro viril. El lobo estuvo a punto de tomar el control de sus actos, le
instigaba a hacer algo más irreverente pero la cordura se impuso y, tras
recomponer su postura, se limitó a escuchar con sumo deleite.
Ainara elevó levemente su mirada,
solo un segundo para conectar con los ojos verdes de su progenitor, una
discreta sonrisa se dibujó en su rostro antes de que la primera nota emergiera
del piano. Saliéndose de los compositores clásicos habituales decidió por
mostrar todo su talento con las piezas de Ludovico Einaudi. Las notas del piano
flotaron con soltura, envolviendo y embelesando a los presentes, el silencio
absoluto reinó, algunos contuvieron el aliento, simplemente hipnotizados por la
musa y su instrumento. Los cambios entre melodías se hacían con tal sutileza
que costaba distinguir el cambio entre ellas. Finalmente, la última tonada hizo
que Mikel se enderezara en su asiento; Nuvole Bianche. La primera canción que
tocó desnuda para él, con la que sellaron su relación incestuosa de forma
irremediable. Al finalizar, ella se llevó la mano al colgante, más que una
presentación, fue una declaración total. Ella era suya y él de ella, sin
remedio.
Todavía resonaba la estruendosa
ovación en el teatro cuando el móvil del bolsillo de Mikel vibró alertando de
un nuevo mensaje. Aprovechó que el nuevo intérprete se posicionaba en el
escenario para echar un último vistazo a su rival y escabullirse del palco.
Prácticamente voló por los pasillos rezando para que su incipiente erección
pasase desapercibida para el resto de los mortales. Atravesar el laxo control
de seguridad que separaba la zona exclusiva de los artistas no fue un reto para
él. Al chaval que intentó detenerle le tocó la lotería, probablemente tardaría
años en volver a ganar un billete rosa de una manera tan rápida y sencilla.
Para su desgracia el pasillo estaba atestado de gente. Montones de bailarinas
preadolescentes corrían de un lado para otro entre gritos, nervios y chillidos
perseguidas por sus madres transformadas en maquilladoras, peluqueras y
psicólogas. Ya comenzaba a desesperarse cuando sintió como una mano cogía su
americana y lo arrastraba a un pasillo lateral mucho menos concurrido.
-
Por aquí… papi tonto…
-
Hola, guapa -se inclinó y atrapó la boca de su hija en
un beso cargado de sensaciones.
Intentó no excederse, disfrazarlo
de un ósculo afectivo pero las ganas que tenía de ella eran tan grandes que
sucumbió: no se detuvo hasta que sus lenguas se encontraron, aunque fuese
brevemente.
-
Has estado
espectacular mi niña. Estás preciosa con
ese vestido tan sexy.
-
Me alegro que te haya gustado papi -comentó risueña
relamiéndose los labios-. No te rías de mí, sabes que no me gusta nada vestir
de esta manera.
-
No hay nada más erótico que ver a tu chica
interpretando la pieza con la que sueles follarla contra el piano -le dio un
suave tironcito a la cadena-. Eres increíble.
-
Lo sé -contestó un tanto altiva. Ainara echó una mirada
al pasillo, esos ojos brillantes le avisaron a Mikel que planeaba algo- y eso
que casi nunca me dejas terminar la pieza. Ansioso, que eres un ansioso. Aprovechemos el tiempo.
-
Princesa… ¿En qué estás pensando? Yo creía que íbamos a
irnos…
-
No podemos. Tengo que saludar al final de la última
actuación junto con el resto y después hay una especie de aperitivo solamente
para los alumnos y sus familias.
-
Vale, pero…
-
Además, hay cambio de planes. La abuela no está y al
viejo se le ha metido en la cabeza celebrarlo los dos solos. Quiere llevarme a
uno de esos sitios caros y aburridos, de esos en los que el nombre del plato es
diez veces más largo que lo que ponen dentro No coló esta vez lo de ir a dormir
a casa de Eva, ya lo siento.
-
Mierda…
-
¡Sí! ¡Yo también me muero de ganas, llevo toda la
semana ensayando y ensayando…
Con una sonrisita picara lo
arrastró por el pasillo hasta la zona de los solistas. Sin darle tiempo a
protestar lo arrastró hasta su camerino.
-
¡Mierda!
-
¿Qué pasa?
-
Que los camerinos no son individuales en este teatro
cutre. En cuanto acabe la boba del clarinete vendrá para aquí a colgarlo todo
en su insta.
Enseguida encontró una solución a
su problema.
-
¡Eso es!
Ansiosa y caliente, sin dejar meter
baza a su amante lo arrastró hacia el baño. Una vez dentro corrió el cerrojo,
se subió su ceñidísimo vestido para que diese algo más de sí, se sentó sobre el
W.C. y comenzó a manipular la bragueta de su papá con la mirada encendida.
-
¡¿Qué haces?!
-
¡Vaya pregunta, letrado!
-
¡Pero… aquí nos pueden descubrir!
-
¿Y? ¡Eso es lo que lo hace más interesante! -le pinchó
socarrona introduciendo su mano por el hueco.
-
¡Joder, sigue! -dijo él al notar el suave tacto de la
piel de la adolescente en su miembro viril-. ¡Estamos locos!
-
Cada día, más -confirmó ella sacando la polla medio
erecta de los pantalones-. Cómo extrañé tu polla papi, huelo tu esperma desde
aquí, me encanta lo cargado que estás.
-
Toda la lechita para mi princesa.
-
¡Siiii! Mía y de nadie más. Eres mío, Mikel Echeverría.
-
De eso no hay duda, Ainara Axpe.
Apremiada por las ganas y por la
posibilidad de ser descubierta Ainara no demoró el encuentro entre la verga
paterna y su boca complaciente. Ambas se conocían desde no hacía mucho y ya se
habían hecho muy buenas amigas. La adolescente conocía de memoria las
reacciones del pene que le dio la vida; qué cosas le gustaban mucho y qué cosas
le gustaban más y cuáles lo volvían loco. Se decantó desde un principio por
obsequiarle con estas últimas y fue a por todas. Poco menos que la deglutió
desde el principio, movió la cabeza de forma contundente, no frenética pero sí
rápida, succionando con vehemencia y gracia. No se detuvo en lamerle los huevos
ni en recorrer el estilete con su lengua en toda la extensión tal y como solía
hacer para despertar a su amante cuando compartían cama y fluidos de forma
relajada. Se dedicó en cuerpo y alma a trabajarse el extremo del cipote de
forma intensa, lúbrica y lujuriosa con sus labios y lengua.
Ainara tenía hambre y no
precisamente de canapés fríos y patatas fritas; hambre de semen, del semen de
su padre… de un semen que, en definitiva, le pertenecía. Quería sacarlo,
extraerlo, ordeñarlo; sentirlo en su boca, paladearlo, llenarse de él cuanto
antes y con la mayor cantidad posible. Si su esencia desaparecía de su paladar
lo añoraba. Deseaba deleitarse con su viscosa textura, embriagarse con su
aroma, excitarse con su sabor... Quería sentir el primer chorro caliente y
arrogante golpeando su paladar y después muchos más. Notar cómo su garganta se
iba anegando de semen oloroso y hormonado. Quería ser sucia, muy sucia, lo que
contrastaba con su delicado aspecto casi angelical de concertista adolescente,
apariencia que poco o nada tenía que ver con la realidad de su alma.
Deseaba mostrarle a su padre su
boca preñada de semen, su lengua navegando libremente en él y sus dientes
nacarados impregnados en lefa. Su vulva se encharcaba imaginando los verdes ojos
de su progenitor fijos en el interior de su boca pringada y nada le apetecía
más que escuchar la orden paterna instándola a tragar su simiente para así
liberar su boca y poder volver a por más. Se había enganchado al semen de su
padre, llevaba días sin probarlo y quería celebrar su éxito como concertista
con un chupito caliente de leche de su papá.
Más no pasó. De improviso alguien
entró al camerino y Ainara detuvo su maniobra de succión. Con sus labios
sellados con polla escuchó el ir y venir de alguien con respiración pesada por
la habitación contigua quieta como una estatua. Su pulso se aceleraba y más
todavía cuando notó que alguien se acercaba a su escondite y golpeaba la
puerta.
-
¿Ainara? ¿Estás ahí?
Mikel se alteró al escuchar la voz
de su rival al otro lado de la puerta. Tensó los músculos y apretó los puños.
Se le pasó por la cabeza abrirla, masacrarle ahí mismo y huir con su hija a un
sitio lejano, apartado del resto del mundo, con sus convencionalismos caducos y
contrarios al amor que se profesaban.
-
Sí, aitite - dijo Ainara dejando de mamar.
-
¿Estás bien?
-
Sí. He pasado muchos nervios.
-
Es normal. Lo has hecho bastante bien, con algunos
fallitos, pero bueno… supongo que no das para más. Estás muy distraída
últimamente.
Ainara tuvo que poco menos que
morder la polla de Mikel para que este contuviese sus instintos asesinos. Su
profesor de piano, sin duda su crítico más despiadado, le había reconocido que
su actuación había sido notable, que el piano y ella habían sido uno y que era,
con mucho, la mejor de las alumnas que había tenido en su carrera de docente,
incluida su malograda madre. Por lo visto a su abuelo no le parecía lo
suficiente, nunca estaba satisfecho con lo que Ainara hacía.
-
Lo siento abuelo. No me encuentro muy bien. Ya sabes…
cosas de chicas. Nos vemos dentro, quiero escuchar a mis compañeros.
-
Claro. No te demores. Ah y cuando termine toda esta
mierda nos vamos enseguida. Tengo ganas de llegar a casa… tu amona no está…y
tengo ganas… ya sabes lo que quiero decir.
A Ainara le saltaron todas las
alarmas. Esperaba que Mikel no atase cabos de manera precipitada así que repuso
con la mayor celeridad, incorporándose del suelo:
-
Voy enseguida, no te preocupes.
-
¿Qué ha querido decir con…?
Mikel no pudo iniciar el
interrogatorio, unos labios juveniles se sellaron a los suyos como si fuesen
uno mientras las manos de su hija guiaban a las suyas hasta un firme trasero,
ese del que nunca querían despegarse.
-
¡Pss! No pierdas el tiempo hablando y fóllame, papi…
-suplicó la ninfa entre beso y beso.
El abogado aceptó el aplazamiento
de la vista, más bien el acuerdo extrajudicial y se olvidó del viejo. Sus
prioridades eran otras, concretamente entrar en su hija cuanto antes y
arrasarlo todo: verla tocar su pieza favorita tenía esa consecuencia, un endurecimiento
extremo en cierta parte de su cuerpo y unas ganas locas de follarla. El efecto
que tenía Ainara sobre él era desmedido y si a eso se le sumaba esa pieza que
para él iba cargada del erotismo de su niña, conllevaba a que toda la sangre se
desviase a su miembro.
-
Si insistes -gruñó aprisionándola contra la pared.
Con la sangre a punto de bullir
amagó con alzar a la chica y empotrarla contra la pared utilizando su verga de
martillo percutor, pero se lo pensó mejor. Con la delicadeza propia de un loco
enamorado metió la mano bajo la falda ajustada en busca de la minúscula prenda
que salvaguardaba el secreto de su joven amante. No quería que nada se
interpusiese en su camino, quería penetrarla salvajemente, con el mismo ardor o
incluso más que con el que ella le había mamado poco antes de forma magistral.
-
¡Espera, espera! ¡Vas a…, vas a…!
Ainara no pudo terminar la frase.
El fino hilo de su tanga no aguantó el ímpetu del lobo. Notó como la prenda
caía lánguidamente alrededor de sus muslos y no pudo evitar echarse a reír
mientras era elevada como una pluma y abierta de piernas por las fuertes garras
preparándola para un ataque que pronto iba a masacrarla. Le encantaba cuando
Mikel perdía los papeles, cuando se transformaba en un animal ávido por
entregarse a sus instintos, en especial porque sólo si lo hacía con ella.
Cuando fijaba su odio en otras personas le daba miedo y si era mujer incluso
envidia… y celos... Siendo la presa que colmase sus instintos era feliz. Se
sentía querida y sobre todo deseada. Gustosa
ponía su cuerpo a disposición de su padre para que saciara sus oscuros deseos y
nada de lo que él le hiciese le producía daño. Se dejaba follar como a él le
apeteciese.
-
Eres un bruto… era nuevo -protestó haciendo pucheros al
tiempo que se elevaba la falda para abrirse mejor de piernas y facilitarle la
tarea a su desbocado amante.
-
Te compraré mil -expuso él bajándose los pantalones y colocando
la vulva de su niña justo en el extremo del cipote.
Ansioso, no esperó ni a nada ni a
nadie. Entró en el tierno cuerpo de su hija como cuchillo en mantequilla,
asiéndola firmemente por el trasero, con la mirada fija en la expresión de su
bello rostro: le encantaba ver cómo se iba descomponiendo de gusto conforme iba
entrando en ella.
-
E…ese… ese tanga
me gustaba… -jadeó Ainara a media voz, al tiempo de que su receptivo sexo
alojaba la polla que le dio la vida con facilidad- … mucho...
-
Me la suda…
-
Papi… papi tonto…
Ainara no protestó más, optó por
entregarse al placer y disfrutar de las intensas sensaciones que le transmitía
su coño, rindiéndose de forma incondicional ante su agresor. Se aferró a su
cuello como si fuese la última tabla del Titanic y puso a prueba tanto la
elasticidad de su cuerpo como la de su vestido abriéndose de piernas de par en
par. Deseaba sentirse cuanto antes rebosante del semen de su padre y olvidarse
de todo lo demás. Lo quería dentro y lo quería ya. Era suya y de nadie más.
Mikel no se reservó en absoluto, lo
dio todo y desde un principio. Cuando estaba alejado de Ainara, cuando pensaba
en ella por la noche, en la soledad de su cuarto, imaginaba encuentros
románticos con mil formas de amarla a cuál más amorosa y delicada. En cambio,
cuando sus cuerpos eran uno, todas aquellas buenas intenciones, todas aquellas
ensoñaciones de sexo idílico y pausado pasaban a un segundo plano y daban paso
a la pasión desenfrenada, el morbo y el deseo carnal que ambos sentían. No era
violento, ni rudo, pero sí intenso y sobre todo firme. Sólo ella sabía darle lo
que él necesitaba en cada momento de una manera incondicional, sin peros,
reservas ni limitaciones. Se abría a él de par en par y dejaba que usase su
delicado cuerpo con total impunidad. Y así, sin dejarse nada en la recámara se
folló a su pequeña princesa aquella tarde, aprovechando la frágil intimidad del
camerino, con los pantalones a la altura de los tobillos y un ritmo de cadera
que se iba acelerando por momentos.
Según el criterio de Mikel llevaban
demasiado tiempo sin hacerlo. Una semana sin notar el calor de su hija, una
larga semana de interminables ensayos y breves conversaciones a través del
teléfono. A pesar de sus ganas no temió
alcanzar el cénit antes que su pequeña, la vulva de Ainara gozaba de una
sensibilidad extrema y bastaron unos pocos arreones para que esta demostrase
tanto su gran capacidad lúbrica como su calentura. La ninfa se corrió según su costumbre, de una
forma copiosa y tremendamente explícita. Mikel notó las contracciones de la
estrecha vagina en su verga, supo que tenía permiso para todo y se desbocó. Le
ensartó a la joven una serie de pollazos en lo más profundo que arrancaron de
su joven garganta sensuales gruñidos de placer. Al llegar su momento, le apretó
los glúteos con fuerza y lo dio todo contra la joven. Ella aprisionó su labio
inferior entre sus dientes y cerró los
puños, consciente de que su costumbre de gritar llegar al orgasmo era poco
compatible con la escasa intimidad de aquel lugar. Se vino en ella como solía
hacerlo, de una forma febril, copiosa y sumamente placentera para ambos. Ella
se corrió de nuevo al notarse plena de lefa.
Después el mundo se detuvo.
Permanecieron los dos quietos como
estatuas de sal, paladeando cada uno los placeres experimentados por sus
respectivos cuerpos al relajarse. Instantes en los que fueron uno solo. Cuando la pasión dejó paso a la razón se
desacoplaron lentamente. Ambos sabían que cada segundo que pasaban en ese lugar
era arriesgar más de lo debido. Sus encuentros sexuales debían ser, como norma
general, tan intensos como breves.
-
Has estado espectacular -exclamó Mikel descolocado.
A veces le costaba un poco seguirle
el ritmo a su pequeña pero aquel día no fue así, había estado a la altura del
mejor de los amantes. Los días de abstinencia se le habían hecho muy duros.
-
Gracias -musitó sonrojada, intentó coger las maltrechas
braguitas del suelo, pero él lo impidió-. Déjame, las necesito, no traigo ni un
triste clínex para limpiarme, te has corrido demasiado. Estoy empapada.
-
No, estas me las quedo también.
-
¡Pero están rotas!
-
Me da igual. Las quiero todas, ya lo sabes.
-
¿Acaso quieres que vaya con esto así? -preguntó ella
mostrando su sexo literalmente bañado en semen y flujos vaginales.
-
Sí. Y ni se te ocurra limpiarte.
La joven abrió la boca con
intención de protestar, pero al ver la cara de determinación del lobo supo que
era inútil negociar. Una vez más a su sexo rebajaría su temperatura
directamente gracias al frescor de la noche.
-
Papi es malo…
-
Lo peor.
-
Tengo que volver junto a mi abuelo o volverá a
buscarme.
-
¿Cuándo volveremos a vernos?
-
No lo sé. El viejo está muy raro. Espero que, una vez
celebrado el concierto, me deje respirar y pueda quedar con mis amigas… y
contigo.
-
Ya estoy cansado de todo esto.
-
Hay que aguantar.
-
Laztana, no podemos pasar mucho más tiempo con esta
situación. Haremos una prueba de ADN y comenzaré los trámites para quitarle tu
custodia.
-
Me prometiste que tomaríamos juntos esa decisión, por
favor, vamos un paso a la vez.
-
Por ahora te doy la razón, pero que sepas que no voy a
seguir mucho más tiempo así, eres mía, tu lugar es a mi lado.
Tras un tórrido beso de despedida
Ainara recorrió el camino de vuelta a la platea lo más rápido que pudo. Si bien
era cierto que cada vez se desenvolvía mejor con los zapatos de tacón no lo era
menos que los fluidos que resbalaban por sus muslos, aunque le producían mucho
morbo, le incomodaban a la hora de caminar; le daba la sensación de haberse orinado
encima. Al sentarse al lado de su abuelo se alarmó mucho más. La sensación de
encharcamiento en su entrepierna era lo de menos, lo que más le preocupó fue
algo con lo que no contaba. Enseguida se vio envuelta en una fragancia que, si
bien le había sido desconocida hasta no hacía mucho, desde que conoció a Mikel
se le había hecho de lo más natural: trazas de flujo vaginal, sudor y esperma
mezclados con toneladas de deseo, pasión, lujuria y ganas de más. En
definitiva: olor a sexo, una fragancia ácida e inconfundible que brotaba de su
coño, resbalaba por sus muslos, impregnaba el asiento y se extendía varios
metros a su alrededor.
La joven rezó para que el fuerte
perfume de las estiradas damas que la rodeaban disimulasen el intenso
olor. Al mirar a su abuelo estaba claro
que al menos él no se había percatado de tal circunstancia y esto la tranquilizó.
Mas su tranquilidad duró poco.
Saltó hecha añicos cuando él, aprovechando la penumbra en la que se sumergía el
teatro durante cada actuación, llevó la mano hasta su pierna. No era la primera
vez que él viejo la tocaba de ese modo, aunque sí en público, su abuelo había
sido desde siempre muy efusivo con ella. El asunto es que ella nunca había
identificado aquellos tocamientos con algo sucio, pero desde un tiempo atrás,
desde que estaba con Mikel, ya no estaba cómoda con ellos, ya no los creía tan
inocentes.
El principal problema, residía en
su falta total de instinto de lucha en esa situación, en vez de protestar y
pelear como cuando le pegaba, al sentirse abusada de esa forma, su cuerpo le
jugaba una mala pasada y se quedaba completamente plantada, incapaz de moverse
y reaccionar de la forma esperada.
Ainara, avergonzada y a la vez paralizada,
no pudo evitar el magreo de su muslo ante el temor de que se montase un
escándalo. Ese miedo no era por el qué dirían de ella y de su abuelo por dichos
tocamientos poco apropiados sino por la reacción del lobo al conocerlos: estaba
segura de que Mikel sería capaz de asesinar al viejo con sus propias manos,
allí mismo, en medio de todo el mundo si le veía metiéndole mano. Por fortuna la actuación del grupo de cuerdas
terminó justo antes de que las yemas de los dedos de su aitite rozasen su sexo
rebosante de esperma.
En cuanto pudo abandonó su asiento
a toda prisa con la excusa de tener que reunirse con sus compañeros de
conservatorio para el saludo final. Su cara se descompuso al descubrir una
mancha sospechosa justo en el bulto de su abuelo. No era la primera vez que la
detectaba, solía aparecer de manera recurrente en el pantalón de su aitite
cuando, de niña, le hacía cosquillas bajo el pijama o le instaba a usar sus
rodillas como improvisados caballitos semi desnuda. Nunca le había dado la
menor importancia y si alguna vez le preguntó él le dijo que no era nada.
Entonces era demasiado pequeña para adivinar su origen, ahora al practicar sexo
con su padre le había abierto los ojos sobre algo evidente: su abuelo, aunque
de una forma sutil, velada y apenas perceptible, se excitaba tocándola desde
siempre. Sintió un asco tremendo y unas ganas de vomitar terribles y el poco
respeto o amor que había sentido por aquel hombre alguna vez se quedó en la
butaca de aquel teatro.
Tras el espectacular picoteo para
intérpretes y familia que siguió al saludo final de la actuación Aitana buscó a
una cómplice que le sirviese de excusa para no volver a su casa aquella noche.
Tenía un mal presentimiento, su abuelo no paraba de beber copa tras copa de
txakoli. Respiró aliviada cuando una de sus compañeras de conservatorio accedió
amablemente a sus plegarias, invitándola a pasar la noche juntas. No le caía
bien, presumía demasiado de su voluptuoso físico, pero en la guerra cualquier
hueco es trinchera.
-
Pero eso no va a poder ser, nire tximeleta txikia -
repuso su abuelo fulminándola con la más heladora de sus sonrisas al escuchar
su propuesta-. Tu abuela no llega hasta mañana. ¿Acaso quieres que tu viejo
aitite pase la noche solo?
-
Yo… yo creí que la amona ya estaría ya en casa… -balbuceó
Ainara cada vez más alarmada.
-
Cometí un error imperdonable. Saqué su billete de
vuelta con fecha de mañana. Esta noche dormirá en casa de su hermana. Estaremos
tú y yo solos. Tu amiguita tendrá que esperar a otro día. Es más -dijo
examinando descaradamente la generosa delantera de la otra muchacha-, puede
venir a casa cuando quiera.
-
E… entiendo.
Ainara se hizo pequeñita en el
asiento del copiloto del coche de su abuelo. Intentó sentarse lo más lejos
posible de él, pero la larga zarpa de su abuelo se hizo con su rodilla y muslo
de nuevo. Dada la excesiva ingesta de alcohol por parte del adulto estuvieron a
punto de tener varios accidentes lo que propició que, para su alivio, dejase de
tocarla.
-
Al fin solos… nire tximeleta txikia -murmuró viejo que
apestaba a alcohol, posando sus manos sobre la cadera de Ainara, instándola a
tomar asiento en el sofá de su salón.
Ella tragó saliva con dificultad y
ágilmente meció sus siseantes curvas para alejarlas lo antes posible de los
tentáculos de su abuelo.
-
Estoy cansada, aitite. Voy a acostarme.
-
¿Acostarte? ¿Tan pronto?
-
Si. He pasado muchos nervios. E… estoy muy, muy
cansada.
-
¡Pero has tenido un éxito tremendo! Todo el mundo lo ha
dicho, tu actuación ha sido la mejor. Hay que celebrarlo. He comprado una
botella de champagne francés. Es muy caro, te encantará…
-
Otro día de verdad. Cuando esté la amona… ¿vale?
-
Naaa. Esa bruja no dejará que pruebes el alcohol.
Todavía te ve como a una niña - dijo acercándose peligrosamente a Ainara,
acariciando su hombro desnudo primero y el comienzo de su escote palabra de
honor después-, y está claro que ya… ya no lo eres. Salta a la vista.
La joven comenzó a temblar. Toda su arrogancia, todo su carácter se
desvanecieron de un plumazo ante el temor que le infundía su abuelo. No era más
que una muchacha asustada, sola, en una habitación con un viejo borracho y, de
nuevo, erecto.
-
Venga… sé buena conmigo. ¿Por qué insistes en llevarme
siempre la contraria? Si fueras una buena chica te iría mejor, mucho mejor…
La mano de Eneko Axpe descendió
lentamente por el torso de su nieta hasta abarcar por completo uno de sus
pechos, el calor desprendido de su joven cuerpo se transmitió de forma
inmediata hasta las yemas de sus dedos, dado el escaso grosor de la tela que lo
cubría. Ainara dio un respingo y rehuyó el tocamiento. Se sentía sucia, sólo
Mikel podía tocarla de esa manera.
-
¡Eh! ¿Qué pasa?
-
Na…nada. Sólo que no me gusta que me toques así.
-
¿Que no te gusta? ¿Desde cuándo? Siempre lo he hecho y
nunca ha habido ningún problema. No te preocupes, soy tu aitite, no te haré
daño.
-
No, eso no está bien.
-
Ah, ¿No está bien? Pero la niña si puede dejarse follar
por quien sabe cuál niñato en los baños del camerino como si nada –exclamó
arrastrando las palabras por el alcohol-. ¡Eres igual de tu madre! ¡Una puta
zorra!
-
¡No metas a mi mamá en esto! –rebatió volviendo un poco
en sí.
-
¡Hice todo por vosotras! –atrapó la mano de Ainara y la
llevó a su polla endurecida, ella soltó un alarido, completamente aterrada-. ¿Y
cómo me pagasteis? Abriéndoos de piernas a cualquier hijo de puta. ¡Fallé a lo
grande con Maite! ¡Se supone que tú lo harías bien! ¡Y ni para eso vales!
Ambos comenzaron a
forcejear, el viejo intentaba bajarse los pantalones, sin soltar la mano de
Ainara, que cada vez veía peor su panorama, la polla del adulto se sentía
extremadamente erguida, lista para violarla. Por fortuna, su instinto de
supervivencia primó sobre ella y logró asestarle una patada al hombre, lo que
le permitió escurrirse y correr por el pasillo.
El viejo gruñía y
vociferaba, alcoholizado y fuera de sí. El alcohol había hecho aflorar sus
oscuras pretensiones. Ainara no perdió el tiempo y se encerró en la biblioteca.
Si bien sintió los golpes iniciales a la puerta, a los minutos su abuelo
desistió. Seguro se había quedado dormido, pasando la mona. Sin embargo, no era
estúpida, no saldría de ese sitio hasta que llegase su abuela, esperando que su
presencia y la sobriedad hicieran olvidarse de ese mal episodio.
Se acomodó en la
silla detrás del escritorio, por suerte le había dicho a su padre que no se
conectaría en la noche, eso le quitaba un poco de presión hasta el amanecer. Y
la llenó de un gran hastío. Sin mucho que hacer, comenzó a fisgonear por el
mueble, buscando algo interesante para pasar el tiempo y templar un poco sus
nervios. Afuera no se sentía ni el más mínimo movimiento.
Abrió uno de los
cajones, una gran cantidad de papeles con resoluciones del juzgado, cartas de
bufete y poco más. Siguió mirando hasta llegar al último de los cajones.
Frunció ligeramente el ceño. Ese era diferente al resto, no le llevó mucho
tiempo darse cuenta que tenía un doble fondo. Tocó los bordes, hasta que dio
con un pequeño pestillo, lo accionó y lo que había allí la dejó aún más extrañada.
Un fuerte olor a
semen llenó sus fosas nasales, se olía rancio, dentro solo se guardaban dos
objetos, unas bragas muy gastadas, medio rotas y llenas de semen seco y un
cuaderno, también salpicado de lefa. Le pudo la curiosidad, y cogió el
cuaderno. Estaba repleto, lleno con una pulcra caligrafía, estilizada y
moldeada.
Tras unos minutos
leyendo soltó el cuaderno como si la quemase, temblaba, las piezas del acertijo
terminaron de encajar. En sus manos tenía su boleto dorado, la clave para
destruir a su abuelo y poder vivir en paz con su padre, ante ella tenía el
diario del abuso continuado de Eneko Axpe a su madre. Volvió a coger el
cuaderno y saltó a las últimas páginas, con el pulso acelerado, sus ojos se
llenaron de lágrimas.
- Estoy segura que
no te suicidaste, mamá. Tranquila, te juro que este crimen no quedará impune.
Papá y yo haremos pagar al hijo de puta de Eneko –escupió con odio-, te lo
prometo.
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