Capítulo 4. El punto de quiebre.
Mikel sentía cierta inquietud, le
sucedía cada tanto cuando pasaba unos cuantos días sin ver a su hija. A todas
luces el deseo que sentía por ella sobrepasaba lo insano. Por suerte, Ainara
sentía ese mismo calor sobrehumano que los conectaba convirtiéndolos en una
combustión espontánea y perpetúa, como una especie de cuásar. No necesitaban
palabras para describir lo que sentían, solo una mirada bastaba para hacer una
declaración de hechos.
El juicio del día, resultó sin
variantes: un éxito rotundo para el bufete que le reportaría en una generosa
suma para su ya abultada cuenta bancaria. Durante la vista había estado
consultando constantemente el reloj de su muñeca hasta el punto de haber sido
apercibido incluso por el propio juez de instrucción. Lo que necesitaba Mikel
para desprenderse del hastío que le generaban los juzgados era el dulce cuerpo
de su niña debajo de él, gimiendo y corriéndose hasta exprimirle el coñito una
y otra vez. Nunca había conocido a una chica que lubricase y se corriera tanto
como su hija, parecía una fuente inagotable de flujo, que él exprimía a
conciencia y con sumo gusto. Por fin esa sería una tarde de sexo intenso,
sucio, sudoroso e incestuoso. Lo necesitaba como agua de mayo. Ya le parecía
estar sintiendo la angostura del culo de la adolescente alrededor de su verga.
-
Ainara, espera –Iban corrió hasta alcanzarla.
-
¿Qué quieres? -espetó ella molesta, no quería
perder el tiempo con el novio de su amiga.
Desde el día del desafortunado desliz ambos procuraban evitar quedarse solos así que no entendió el cambio de actitud del muchacho.
-
Quería
pedirte disculpas por lo de la otra vez –dijo desviando la mirada, avergonzado
–. No sé qué pasó esa noche, actué como el gilipollas más grande de todos. Ni
tú te merecías eso, y menos Eva. Yo le quiero de verdad.
-
Olvídalo, fue cosa del alcohol. Ya lo superé y
debes hacer lo mismo. Es un secreto que nos llevaremos a la tumba. Por el bien
de Eva, de la pandilla y de todo lo demás –le tendió la mano en son de paz.
-
Vale,
Gracias tía. Eres buena.
-
Nada,
solo soy práctica -se encogió de hombros.
Lo que Ainara no sospechaba era el
espectador que los observaba. Un dragón de ojos verdes cuyo aliento se
transformaba en fuego puro. La mente racional de Mikel protestó mientras era
consumida por su parte irracional, gritaba diciendo que solo eran dos amigos
hablando. Para su mala fortuna, ser racional no era su fuerte tratándose de SU
hija. El instinto posesivo que anidaba dentro de su pecho bramó. Si ya de por
sí se le hacía bastante complicado controlarse al ver las miradas lascivas de
los hombres hacia su niña, el hecho de que estuviese hablando con el maldito
niñato que le había arrebatado lo que le pertenecía a él y a su polla le
arrancó la poca cordura que le quedaba.
Era raro. A Mikel siempre le había
gustado presumir de tener a las tías más buenas colgadas del brazo, las exhibía
como trofeos. No es que no le gustara
presumir de su hija; con su menuda figurita no tenía nada que envidiar a las
plásticas mujeres de su pasado, tan sosas y secas de mente. Claro que le
gustaba presumir de Ainara, pero es que a la vez también deseaba arrancarle la
cabeza a cualquiera que pretendiese bajarle las braguitas con la mirada y eso
sucedía muy a menudo para su gusto. Maldijo a Lorena por no aparecer un mes
antes para evitar que aquel pusilánime con la cara llena de granos le pusiese
un dedo encima a su hija. Él se sabía dueño de ese cuerpo, sin embargo, no
podía desprenderse de esa ansiedad de volver a perder su felicidad y en este
caso el sentimiento era mucho más intenso que en el pasado.
Sus nudillos apretaban con tanta
fuerza el volante que no tenían color. Sus fosas nasales se dilataron como un
toro a punto de embestir. La gota que derramó el vaso fue ver cómo se tocaban. ¡Maldita
fuera su estampa si seguiría permitiendo ese encuentro!, aceleró a fondo el
motor del Maserati, los días que tenía juicio optaba por el elegante vehículo
deportivo y pisó a fondo. Tuvo que frenar de golpe para no llevarse a los
jóvenes, una de las ruedas se subió a la acera.
-
Pero…
¡¿qué mierda?! –le escuchó gritar al imbécil.
Se estiró y abrió la puerta del
copiloto; su hija lo miraba con ojos muy sorprendidos. Sin duda no lo esperaba.
-
Sube
–ladró.
-
¿Qué
haces aquí? –logró articular ella.
-
¡He dicho que subas!
-
¿Ainara
quién es este tipo? –escuchó decir a Iban, estaba tan sorprendida y a la vez un
poco atemorizada que se congeló.
-
No
me hagas bajar o será peor –gruñó con la voz ronca.
-
¡Oye,
tú…!
-
¡Tú te callas la boca! Ni una palabra de esto
o me encargaré de contarle ciertas cosas a tu novia. Eva se llamaba la cornuda,
¿no? –le vomitó a Iban antes de subirse.
Mikel aceleró nuevamente a fondo. No
hablaba, le era imposible articular palabra, tenía demasiada ira contenida como
para ser coherente. Ainara se sentía insegura, jamás a su lado se había sentido
así, tan… pequeña. El abogado conducía de forma errática, no le sorprendería
que lo detuviese la policía o se estrellasen contra una farola. Se fue de
bruces contra el salpicadero cuando el maduro dio un volantazo metiéndose en el
primer parking que estuvo a su alcance. Ella se encogió al ver su mirada de
loco.
-
¿Dónde
está tu colgante?
-
Aquí
–musitó sacándolo debajo de la camisa.
-
Siempre
visible –ladró.
El irritado lobo trabó las puertas
para que Ainara no pudiese escapar, podía ver su mirada de cervatillo,
aterrada. Se maldecía por hacerla sentir así, no podía controlarse.
-
Papi me estás asustando –musitó nerviosa.
Intentó tocar el brazo de su amante,
pero de un rápido movimiento él se deshizo de su toque y empezó darle golpes al
volante como un lunático.
-
¿Qué
mierda te pasa? -preguntó ella cada vez más asustada.
-
¿Qué
me pasa? ¡Primera y última vez que te veo hablando con ese hijo de puta! –
bramó.
-
¡Estás
loco! Estudio con él, está en mi pandilla. ¿Pero tú de qué vas?
-
¡Me
la suda tu pandilla! Lejos ¿entendido? Lejos de él siempre. ¡SIEMPRE!
-
¿Qué
te pasa, psicópata?
-
¡Que
no soporto la idea de que estés cerca de cualquier hombre! Y mucho menos de ese
niñato picha floja. ¡Eso pasa!
-
¿Es
eso? Es tu orgullo masculino herido. No puedo borrar lo que pasó con Iban, pero
ambos decidimos mirar a otro lado y superarlo. No soy un pedazo de carne al que
se le deba debatir su posesión.
-
¡Eres
mía! ¡Joder! –Mikel se abalanzó sobre ella dándole un beso cargado de furia,
Pudo sentir el cuerpo de su hija
tensándose bajo el suyo, pero eso no lo detuvo.
-
Voy
a follarte hasta que se me pase este cabreo y serás mi niña complaciente
recibiéndome con tus piernas bien abiertas.
-
¡Detente!
–suplicó la adolescente con la voz quedada, su labio lucía un poco hinchado por
el asalto-. Me estás acojonando Mikel.
Aquellas últimas cuatro palabras le
hicieron reaccionar. Fueron como un jarro de agua fría, era la primera vez que
su hija lo llamaba por su nombre. Tiró de autocontrol. Sé dijo a sí mismo que
ella no era una zorra, mucho menos una puta; que era la niña de sus ojos, su
hija. Jamás se perdonaría que ella le tuviese miedo y, en cambio, ahí estaba
mirándole con los ojos vidriosos a punto de entrar en pánico. Se apartó de ella
como si le quemara.
-
Disculpa.
No volverá a pasar.
-
¡Claro
que no volverá a pasar, psicópata!, ¡Estás enfermo! –exclamó ella molesta
entrando en modo de contraataque–. No puedes evitar que hable con hombres o que
me lleve con Iban. Vas a controlar tus putos celos o tendremos un problema. Yo
no soy una puta a la que puedas tratar así ¡¿Te enteras?! Soy más que tú novia,
soy tu hija y me vas a respetar como tal. Ahora vas a quitarle el seguro a la
puerta y hablaremos como dos personas civilizadas.
Mikel la miró estupefacto. Si bien
sabía que ella lo decía como parte del rol que interpretaban, ciertamente lo
encajó como un derechazo en la nariz. Ella tenía razón. A regañadientes quitó
el seguro, se podía ver la vena de su cuello tensa por el enfado que tenía.
-
No
tengo problemas con que seas posesivo. Es más, me gusta que lo seas, pero no
consentiré este tipo de inseguridades. Me faltas el respeto al insinuar que por
hablar con un tío me abriré de piernas –se cruzó de brazos visiblemente
enfadada.
-
No
dudo de ti princesa; no me fío de los hombres, eso es todo. Tú no entiendes lo
que tengo que padecer cada puto día, estás lejos de mí, eres bellísima, te
acechan sin que te des cuenta, te desnudan con la mirada. No puedo cuidarte si
no estoy a tu lado.
-
Lo
tuyo es patológico. No se puede razonar contigo -espetó frustrada-. Eres un
tozudo.
-
Me
da pavor perderte -confesó en un hilo de voz.
-
No
me iré, papi tonto. Casi nos atropellas.
-
Perdí
el norte al verte cerca de ese hijo de puta.
-
Ambos
decidimos que esa noche nunca pasó y por lo que a mí concierne mi primera fue
en el parking de la playa con un madurito arrebatador y discoloco.
-
Lo
mejor será que te cambies de instituto para que no te juntes con esa chusma -
sentenció él, obcecado por los celos-. Mañana me pondré a ello. Buscaré la
forma de correr con los gastos para que el imbécil de tu abuelo no sospeche
nada. Una beca… o algo así…
-
¡¿Que
me cambie de instituto porque has tenido un ataque de celos?!
-
Sí.
A uno privado. No habrá problemas, mi bufete representa a los mejores de la
zona…
-
¡Tú
deliras! ¡Vete a la mierda! -chilló la joven saliendo airada del coche-. ¡A LA
MIERDA! ¿Lo pillas? ¡Háztelo mirar, estás loco!
¡LOCO!
El portazo que dio estuvo a punto de
desencajar la puerta del lujoso vehículo italiano para luego correr en
dirección a ninguna parte.
Mikel no salía de su asombro. Según
su criterio había actuado correctamente, no había nada en su forma de actuar
que no tuviera lógica. En su trabajo, cuando detectaba un posible problema, lo
atajaba de raíz de la forma más rápida, minimizando los daños y con la mayor
discreción posible. Para él el origen de sus celos era la coincidencia en el
tiempo y en el espacio de su niña con el hijo de puta que le había emborrachado
para arrebatarle un himen que le pertenecía. Muy a su pesar, y aunque había
contemplado esa posibilidad, no podía hace desaparecer el tonto de Iban de la
faz de la tierra así que el siguiente paso lógico era sacar a su hija de su
alcance, tejer alrededor de ella una burbuja, convertirla en una especie de
testigo protegido. Obviamente era lo mejor, no alcanzaba a entender cómo la
terca de su hija no opinaba lo mismo. No había fisuras en su razonamiento. Ella
era una chica inteligente, él le haría ver lo equivocada que estaba.
Los siguientes días tras su primera
discusión importante ambos actuaron en concordancia a su personalidad. Ainara
como una adolescente prepotente que decidió ignorar la incontable cantidad de
llamadas y mensajes de su pareja y él rayando el acoso. Francamente ninguno
llevaba bien el distanciamiento, pero eran madera cortada del mismo árbol,
tozudos y orgullosos. Dar su brazo a torcer no entraba en los planes de ninguno
de los dos. Al tercer día el abogado optó por dejar el asedio. Le daría unos
cuantos días y luego se plantaría frente al instituto de su hija, se la
llevaría y la follaría salvajemente, con la misma intensidad que cuando ella le
pedía que la usara.
Por su parte Ainara lo llevaba mucho
peor que su amado letrado. Resuelta a darle una lección que nunca olvidase para
futuros acontecimientos se guardó las ansías locas de contestar a sus llamadas.
Claro que le alarmó cuando se detuvo, pero conocía muy bien a su hombre, él
nunca la dejaría; solo había armado una nueva estrategia para litigar entre
ambos. Debía ser más lista, mantenerse firme y no ceder.
Lamentablemente esa circunstancia
solo resultó la punta del iceberg para la chica esa fatídica semana de
principios de verano. Sus encuentros con Mikel no pasaron desapercibidos para
el hijo de puta de abuelo que no dejaba de preguntarle una y otra vez con quién
pasaba el tiempo. Incluso había tenido la sensación alguna vez que la seguían.
El resentimiento que anidaba hacia ese nefasto individuo crecía
exponencialmente con cada maltrato al cual se veía sometida. Lo más alarmante,
y que aún se guardaba para sí, eran las actitudes que nunca había notado y que
siempre estuvieron allí. Antes era una niña inocente y, aunque seguía siendo
una cría, a diario iba adquiriendo de su amante el conocimiento de la maldad
camuflada del resto del mundo.
Ainara trataba de mantener un bajo
perfil, actuaba inclusive de manera más condescendiente en su casa para evitar
que los castigos le impidiesen abrazar a su amante. Ella ya conocía cómo era el
deseo reflejado en el rostro de un hombre. Los ojos lujuriosos de su abuelo,
les causaban asco y temor a partes iguales, a diferencia de los de Mikel que
encendían su deseo. Esas caricias que desde niña pensaba inocentes no tenían ni
un ápice de luz, eran pura lujuria. Lo pillaba mirándola de más o incluso
rebuscando en el cesto de su ropa sucia; su amante no era el único culpable de
que su ajuar de ropa íntima fuese disminuyendo. Le miraba el escote de su
pijama, aprovechaba cualquier circunstancia para apoyar alguna de las manos en
sus muslos y, cada vez que se despedía de ella, le lanzaba un pequeño cachete
en el trasero mantenido la palma de su mano un par de segundos sobre él. Y eso
no era lo más alarmante, en su último enfrentamiento notó una despreciable
dureza en su parte baja al darle una hostia. La pobre chica no pensaba que su
suerte pudiese empeorar, hasta este día, que sin duda sería un punto de quiebre
en su vida.
Esa semana, cualquier trabajador de
Echevarría y Asociados procuraba practicar el olvidado arte de pasar
inadvertido, ser uno con el ambiente, mimetizarse y no llamar la atención.
Algunos aparentaban ser un mueble, otros una planta, incluso algún desdichado
probó en ser uno con la pared. Nadie en su sano juicio quería que los ojos del
lobo se posarán sobre su persona.
Mikel no se aguantaba ni a él mismo,
odiaba que ella tuviese tanto poder sobre él, y que llevara una semana de
apenas dormir no contribuía a mejorar su ya rancio humor. Así que esa mañana de
verano, cuando su hija se dignó a llamarle, decidió ser vengativo y pagarle con
la misma moneda. Activó el modo avión como una pequeña venganza pueril. No
podía desconectarse del todo así que siguió online, cortesía del wifi, donde su
hija no perdió el tiempo para continuar insistiendo.
El chat de WhatsApp empezó a vibrar,
un mensaje tras otro, aguardando una respuesta que no llegaba. Haciendo gala de
un autocontrol que no poseía, declinó por ir más allá y apagar el móvil.
Unas cuantas horas más tarde, y con
su ánimo más calmado, el abogado tomó su teléfono. En parte quería que ella le
suplicase tanto como él hizo. No le vendría mal a su hija desprenderse de esa
actitud caprichosa e infantil. La desazón le invadió al oír el primer mensaje.
Lo que escuchó le heló la sangre. Una serie interminable de audios cada vez más
angustiantes:
-
Papi… sé que estás enfadado y que
por eso no atiendes, pero por favor, te lo suplico. Contesta.
El siguiente audio venía un par de
minutos después:
-
Por favor, por favor, contesta. No
sé de qué vas, pero deja tu cabreo de un lado. Necesito tu ayuda. No voy de
farol.
Otro audio, escuchó como su voz se
quebraba.
-
Papi… desde ayer Eneko no se
aguanta, por lo visto perdió otra importante cartera de clientes y la ha tomado
contra mí. Por favor, necesito que me ayudes… contesta, contesta.
Aguantó la respiración. Se trataba
de otro estratégico cliente que él le había quitado, como parte de su plan para
destruir al viejo. El siguiente audio venía una hora después
-
Tengo miedo -musitó llorosa-. Por favor, basta, cualquier pareja discute.
Contesta, por favor.
-
¡Ainara abre la maldita puerta! -un golpe seco retumbó en la
habitación- Nire Biloba maitia, ¡no me
hagas enfadar!
-
Por favor, por favor, Mikel no me
hagas esto, por favor.
Mikel se puso de pie, nervioso,
impotente, culpable, temía escuchar los siguientes audios. Quería meterse
dentro del aparato y salvarla, pero esos audios formaban parte del pasado.
-
Vamos, nire tximeleta txikia.
-
No me dejes, ayúdame -los gritos del otro lado de la
puerta por parte del viejo no cesaban-. Dijiste
que me cuidarías, que nadie me lastimaría si estaba contigo. Cumple tu promesa.
No me dejes cuando más te necesito. No me abandones aitatxu.
Los siguientes audios se repetían en
una lenta agonía con el paso de los minutos. El tono violento por parte del
viejo no se detenía, por el contrario, iba a más. El último audio era de hacía
poco más de una hora. Tan inquietante que tuvo que reproducirlo dos veces para
captarlo del todo dado su casi estado de shock.
-
Yo… yo… te quiero. Pasé lo que pasé,
gracias, por tanto.
¡No! ¿Por qué se despedía? Algo se
le escapaba, puede que el abuso que sufriera era mucho más que el que le
confesaba, así eran las víctimas de maltrato, se guardaban todo hasta llegar a
un fatal desenlace. El crujido de una puerta rompió con las palabras de Ainara.
El audio seguía grabándose, su hija tenía la costumbre de desplazar el ícono de
la grabación hacia arriba para grabar sin presionar el botón constantemente,
afirmaba que esa función era más práctica, su mente lógica siempre apelaba por
las acciones que facilitaran su vida.
-
Aitite -le escuchó decir en un susurro, se
sentía tan aterrada. Se la imaginó tan indefensa y ardió por dentro.
-
No me gusta que hagas estas cosas
nire tximeleta txikia, ¡no me gusta que seas una zorra como tú madre! -gritó el viejo-. ¡No te eduqué para ser desobediente!
-
Por favor no he hecho nada.
-
Claro que lo has hecho, pequeña puta
desobediente
-ladró-. Ahora aprenderás lo que les pasa
a las perras que no obedecen a sus mayores.
-
Te lo suplico, no he hecho nada,
abuelo hago lo que me pides siempre -escuchó el sonido de algo deslizándose, probablemente un
cinturón-. ¡Por favor, no¡, ¡Por favor
abuelo, no lo hagas!
Hubo un interludio de apenas un par
de segundos donde el silencio más nítido y profundo que alguna vez escuchase lo
arropó por completo. El sonido del cuero estrellándose contra la piel de Ainara
se grabó como uno de los sonidos más desagradables que alguna vez hubiese
escuchado. Tuvo la necesidad de eliminar cualquier extensión de cuero de su
guardarropa.
Ese golpe precedió el quejido
lastimero de su hija. El siguiente medio minuto consistió en una sinfonía de
golpes, gritos, súplicas, el ir y venir de la correa, golpes secos, lo que
intuyó como un puño; quizás impactando contra el pequeño cuerpo de su chica.
Quería arrancarse los oídos para no escucharla gritar. El llanto desgarrador de
su hija lo hizo sentir mareado.
Quiso vomitar, cada grito le
desgarraba el alma. Dios, ¿Cómo pensó que no tenía corazón? Claro que lo tenía
y éste agonizaba ante el sufrimiento de su pequeña.
-
¡Abuela, por favor detenlo! -gritó la niña en medio de su
angustia. La respiración y el pulso del letrado se desbocaron.
El audio no duraba más que unos minutos,
pero parecían horas, un nuevo golpe rompió la cadencia
del momento, el viejo soltó una maldición. No entendía nada. Solo sintió la
respiración agitada de su hija ¿Corriendo? Y luego nada. El audio se cortaba.
¿Dónde estaba? ¿Estaría bien? ¿Qué le haría Eneko Axpe a su pequeña? Tuvo que
obligarse a no pensar en algo más allá del maltrato físico, no podría vivir con
la culpa de que ese maldito violara a Ainara por él no coger el puto móvil.
Los ojos de Mikel ardieron, rabia,
odio, asco y molestia hacia sí mismo. ¡Maldita sea! Era un adulto y había
actuado como un adolescente. Las manos le temblaban. ¿Qué hacer? Ellos eran una
unión de dos mundos completamente diferentes, donde a parte de su tórrida
relación no tenían mayores conexiones, no sabía a cuál de sus amigas podría
recurrir, si es que lo hacía.
Justo en el momento en el que iba a
llamarla, una serie de alaridos se hicieron sentir en el bufete, y su puerta se
abrió de golpe.
-
¡Señor
Echeverría! ¡Jefe! -gritó su secretaria que abrió la puerta de su despacho de
par en par, él parpadeó lentamente, tenía el cerebro espeso. Se preguntó qué
hacía la rubia irrumpiendo su momento de reflexión sin importarle las
consecuencias-. ¡Mikel! ¡Rápido! -gritó su secretaria llamándole por su nombre
de pila-. ¡Muévete, es tu hija! -la siguió mirando descolocado-. ¡Reacciona!
¡Joder! -se acercó a zarandearlo, no le importa si después de ello la despedía,
el momento lo ameritaba.
Finalmente, su cerebro hizo conexión
y la red neuronal comenzó a funcionar correctamente. Medio en automático se
desplazó. Su corazón se detuvo al verla, tenía las marcas de la correa sobre su
cuerpo, un corte en el labio, iba descalza, sus pequeños pies estaban destrozados.
Corrió mientras ella se desvanecía entre sus brazos.
-
Papi
-musitó antes de perder el conocimiento.
-
Tranquila
pequeña -dijo con la voz rota, le temblaban las manos al verla tan reducida-.
Te juro por mi vida que ese cabrón me las va a pagar. Nadie toca a mi hija sin
condenarse al infierno. Perdóname.
La abrazó con delicadeza, no quería
perjudicar su ya maltrecho cuerpo. Poco se percató de ser el centro de miradas
del bufete. Nadie podría creer que el gran Mikel Echeverría en verdad amase a
alguien, aunque era lógico. Cada vez que Ainara visitaba a su padre este
parecía nutrirse de su luz y hasta se convertía en un jefe menos intransigente.
-
Acabas
de cavar tu tumba, Eneko Axpe -tragó su bilis con dificultad-. María llama a mi
médico, la llevaré para que la atiendan.
-
Tome
fotos -le sugirió ella.
-
¿Qué
dices?
-
Sé
que si se tratasen de otras circunstancias es lo primero que haría como el gran
abogado que es, pero está rebasado.
-
Evidencia.
Si. Llama, por favor. Y… gracias.
Unos cuantos minutos más tarde iban de
camino a la Clínica IMQ Zorrotzaurre. Mikel no supo muy bien cómo se gestó el
grupo de rescate, pero Aitor manejaba su todoterreno, María iba de copiloto y
él, con su pequeña magullada en su regazo, ocupaban la parte trasera del
vehículo.
-
Dentro
de poco estará bien -comentó su médico de confianza-. Las heridas causadas se
hicieron con saña, pero se recuperará. Todavía es precipitado para sacar
conclusiones, te recomiendo buscar un buen psicólogo, puedo recomendarte a mi
esposa, se especializa en casos de abuso.
-
¿Abuso?
-su corazón se detuvo antes de desbocarse, casi hiperventilando-. ¿Quieres
decir…? Ella… la… no me digas que…
-
¿Abuso
sexual? -negó con la cabeza-. No. O la intención de su atacante no era esa, o
ella logró escapar a tiempo; tu hija tuvo suerte: no se aprecia actividad
sexual reciente. Ahora debería descansar y tú también. Nos vemos más tarde, me
pasaré a echarle un vistazo, no te preocupes, está en buenas manos.
El médico se despidió dejándolos con
un extraño sabor agridulce.
-
Mikel,
¿En verdad esa chica es tu hija?
-
Ainara
es mi todo. Es mi hija, es mi luz, es el único ser por el cual pretendo ser una
mejor persona. Pero ahora tú y yo nos encargaremos de Axpe. Ese hijo de la gran
puta no se va a ir de rositas.
-
Ahora
entiendo porque lo odias.
-
Esto
no es nada. Yo no era así, él me arrebató mi felicidad una vez y pretende
hacerlo otra vez. No lo voy a permitir. Lo aniquilaré.
-
Cuenta
con todo el bufete, Ainara es una niña preciosa; nadie se mete con uno de los
nuestros.
Ainara reaccionó unas horas más
tarde tras un largo sueño reparador. No reconoció el sitio donde estaba y el
pánico le invadió. Estaba en una cama King size, de sábanas oscuras, la paleta
de grises y madera oscura adornaba el cuarto de aire masculino. En efecto era
la habitación de un hombre, y no de cualquier hombre. Le invadió el fuerte olor
de la colonia Jean Paul Gaultier que usaba Mikel. Luego captó al hombretón
dormido al borde de la cama. Velando sus sueños como un guardián implacable.
Le dolió todo el cuerpo al moverse.
Su maldito abuelo se había desquitado de lo lindo con ella. Nunca había
experimentado tanto miedo como al sentir la perturbadora erección del viejo
mientras la azotaba a conciencia. Sabía de la existencia de ese tipo de
perversiones, pero nunca las había detectado en el patriarca de la familia. En
ese instante comprendió que tenía huir antes de que algo peor que unos golpes
aconteciera. No le importó correr descalza como una lunática por una buena
parte de Bilbao, hasta que una chica en un Uber la detuvo en una intersección y
se ofreció a llevarla a la policía o al hospital. Ainara, no dudó y suplicó que
la llevase con su querido abogado al que identificó como su padre para disipar
las dudas.
El resto del tiempo que transcurrió
entre su llegada al bufete y el despertar en ese lugar era un montón de
imágenes borrosas y rostros difusos. Creyó recordar estar entre los brazos de
su amante y poco más.
Lucía tan guapo, aun dormido no
dejaba de tener el entrecejo fruncido, puede que por la preocupación. Vio su
móvil en la mesita de noche, pasó de los mensajes y buscó el chat que le
interesaba “Hola. Voy a cobrarme el favor
que me debes…” tecleó antes de dejar el móvil de lado.
-
Papi
-susurró con cariño mientras sus deditos recorrían el rostro masculino con parsimonia-.
Despierta.
Una dulce voz arrastró a Mikel de
nuevo a la realidad, no comprendía como un ser insomne como él podía haberse
quedado dormido en semejante situación, puede que le vencieran las emociones de
ese día. Sus ojos se conectaron con los de su niña que a pesar de estar
magullada le sonreía con la misma dulzura de siempre.
-
Ainara
-musitó con la voz rota.
-
Hola…
-
Mi
niña -se incorporó metiéndose en la cama con ella, la abrazó con cuidado-. Mi
dulce niña, jamás me voy a perdonar que…
-
Lasai,
estoy bien -musitó queriendo calmarlo.
-
Perdóname
mi ángel, te fallé, no cumplí mi juramento.
Ainara sintió algo húmedo en su
hombro donde estaba encajado el rostro del abogado, el gran Mikel Echevarría
había llegado a su punto de quiebre y lloraba. Nunca pensó que volvería a
experimentar esa sensación de impotencia al ver que querían arrebatarle al amor
de su vida. Maite fue su primer amor y siempre la tendría en un pedestal, sin
embargo, no podía concebir vivir sin Ainara. Sobrevivió a duras penas a la
pérdida de su primer ángel, no toleraría una segunda experiencia de ese estilo.
Era la primera vez desde la muerte de sus padres, a sus tiernos cinco años que
lloraba. Ni siquiera con la muerte de Maite pudo soltar una lágrima y se odió
en parte por no ser capaz de llorar por la mujer que amaba. Su hija lo hacía
sentir tan vulnerable, tan suyo, que la sola idea de perderla le removía todo
por dentro.
-
Ya,
ya, tranquilo laztana, tranquilo papi -le susurró al oído-. Ya pasó y sé que la
próxima vez estarás plantado en primera línea para ser mi escudo.
-
No
habrá próxima vez. Lo mataré.
-
Eso
es muy fácil -terció ella divertida-. Ya nos ocuparemos de destruir a Eneko
Axpe. Pero primero, dejemos sentado un precedente. Tal como me has enseñado.
-
¿Qué
haces? -preguntó al verla coger el móvil.
-
Algo
-asintió satisfecha al ver la respuesta afirmativa, buscó el número y llamó,
colocándolo en altavoz.
-
Nire tximeleta txikia -dijo el viejo, se le sentía
nervioso.
-
Hola
abuelito. Es momento de que tengamos una conversación. Tú y yo haremos un
pequeño trato si quieres seguir conservando tu culo lejos de la cárcel, atiende
porque solo lo diré una vez -escupió con asco-. Esto es lo que va a pasar de
aquí en adelante. Será la última vez en tu puta vida que me levantas la mano. A
partir de ahora no tengo que rendirte cuentas, puedo ir y venir a donde me
plazca y como escuche el primer reproche llevaré la jugosa evidencia que me han
dado en el hospital para hundirte. No me importa si con eso me arruino, pero
está situación no se volverá a repetir.
-
Yo…
-
Cállate
hijo de puta, me quedaré en casa de Eva los siguientes días. Si te atreves a
llamarla a ella o a sus padres, iré a la policía y me encargaré de que te
pudras en la cárcel. Supongo que sabes lo que les hacen allí a los que abusan
de sus nietas. Ensuciaré tu nombre tanto que serás el entretenimiento de toda
la alta sociedad bizkaina, haré que aparezcas en cada puta red social que
existe, haré un suculento artículo para El Correo explicando cómo el respetable
abogado molía a golpes a su inocente nieta huérfana y para rematar la violaba.
-
No te atreverías -soltó acojonado.
-
¿Quieres
probarme? No tengo nada que perder y tú sí. Entonces, dime ¿he sido clara?
El silencio se hizo al otro lado del
celular. Tan solo era roto por una respiración trabajosa y arrítmica.
-
Sí.
-
Vale,
abuelito, me parece una resolución satisfactoria para este caso -colgó la
llamada sin esperar respuesta.
Mikel se quedó sin palabras, su
pequeña guerrera que en vez de recular sacaba la casta y enseñaba las uñas.
Jamás había sentido tan orgulloso como al ver a su hija chantajeando con lujo
de detalle a su viejo agresor. No pudo contenerse y la besó suavemente. Y por
más que ambos cuerpos clamaban hacer el amor, no la tocaría en ese estado. El
cuerpo de Ainara era su tesoro y lo cuidaría.
Tras una cena ligera, durmieron
abrazados. A Mikel la famosa posición de cucharita se le había hecho ridícula
hasta conocer a su hija, su pequeño cuerpo encajaba perfectamente con el suyo.
Se durmió susurrándole frases dulces, y tratando de aplacar el deseo de
arrancarle la cabeza a Axpe. Otra determinación se instaló en su mente, tenía
que sacar a Ainara de esa casa y para ello sería necesario confesarle el
secreto que celosamente guardaba; su parentesco. Pero, no esa noche, ya se
ocuparía de ello.
Los días que Mikel pasó con Ainara
en su piso, podrían calificarse como los más felices de su vida. Verla
recuperarse rápidamente le alivió el alma. Pero Mikel, siempre sería un lobo, a
pesar de estar domesticado, tampoco contribuía que la ropa de su hija consistiera
en sus camisetas o camisas sin nada debajo. Ese sentimiento posesivo afloró
para concordar con la parte racional de que esa era una forma mucho más
civilizada de marcarla como suya. Salvó un par de visitas de su socio y su
secretaria, disfrutaron existiendo en esa pequeña burbuja aislada. Dejando de
lado el infructuoso intento de cocinar por parte de ambos, y dicho sea el paso
de casi incendiar la cocina, esos días transcurrieron entre mimos y caricias
que a pesar de ser inocentes iban cargadas del erotismo que fluía entre ellos a
raudales.
Tras una semana de convivencia
algunas marcas aún se podían evidenciar en el cuerpo de Ainara, pero su
juventud jugaba a favor suyo y se recuperaba a pasos agigantados. Su mejora era
evidente, tanto en lo físico como en lo anímico y eso le permitía a Mikel
separarse de su pequeña princesa durante breves lapsos de tiempo ya fuera para
comprar algunos víveres o para hacer ejercicio.
Precisamente fue a la vuelta de una
de sus breves salidas cuando el adulto pudo cumplir su fantasía de ver a su
hija desnuda tocando Nuvole Bianchi de Ludovico Einaudi al piano. Estaba tan
concentrada en la pieza que ni siquiera escuchó el saludo de su anfitrión al
entrar. Él se quedó embobado ante la belleza combinada de la música y la intérprete.
Su cabello húmedo caía lánguidamente por su espalda. Una potente erección se
alzó inclemente. Decidió reprimir sus instintos y no romper la magia del
momento, ponerse cómodo y disfrutar del espectáculo sentado en su cómodo
sillón, con una copa de whisky en la mano, y nada más sobre su cuerpo que el
accesorio de cuero del cual colgaba una letra “A” tallada en madera barnizada y
una mariposa.
La tentación le pudo y, al terminar
la pieza, se acercó por detrás, tras coger el estuche con ese detalle que
llevaba tiempo pensando en cómo darle sin que se ofendiese o asustase.
-
Hay
algo que tengo que decirte, entiendo que pueda causarte una impresión inicial.
Pero no quiero que eso te haga pensar que no te doy el verdadero valor que
tienes para mí -comentó algo nervioso acariciándole los hombros.
-
Ya…
creo que sé por dónde van tus intenciones.
-
No,
no lo sabes.
-
Que
si, papi tonto. ¿Crees que no me he dado cuenta que llevas tiempo intentando
decirme que soy tu hija? Tu hija biológica, quiero decir.
Mikel quedó paralizado. Su cabeza
estuvo a punto de hacer cortocircuito. Llevaba días sin dormir pensando cómo
abordar el asunto sin que fuese algo traumático para ella y, por lo visto, no
solo lo sabía, sino que, al menos en apariencia, lo tenía perfectamente
asumido. Su pequeño tesoro no dejaba de sorprenderle.
-
¿Qué?
¿Cómo?
-
Me
encontré con Lorena una semana después de mi cumpleaños. Me descolocó bastante,
luego tuvo todo el sentido del mundo que te presentaras en La Kantera así, de
repente. Lo que ya me pareció más raro es que me entrases de la manera que lo
hiciste y que termináramos follando en tu coche. Conste que estoy encantada,
tenemos una conexión mucho más fuerte que el resto de padres e hijas o que una
pareja de novios. Solo te di el tiempo que necesitabas para confesarte. Has
tardado mucho. ¡Papi es tonto! -exclamó risueña.
-
¿Estamos
bien?
-
Claro,
papi. Pero estaremos mejor cuando pase a ser legalmente tú hija y el viejo
desaparezca de mi vida.
-
Ya
me ocuparé de ello, te lo prometo.
-
Lo
sé.
-
Ahora,
¿Qué traes ahí?
-
Ainara
Axpe, no, Ainara Echeverría -le susurró rodeándola con su cuerpo, apoyando
descaradamente su erección sobre la espalda de ella-, con esto te pido que seas
mía para siempre. Que compartas tu vida conmigo. Como mi mujer, mi amante, mi
amiga y sobre todo como mi hija.
Ella se dio media vuelta y él hincó
su rodilla abriendo el estuche, inquieto. Sabía que, bajo su apariencia de
dura, su hija en el fondo era una romántica y valoraba ese tipo de detalles. No
obstante, ella, juguetona, lo hizo sufrir unos tensos segundos antes de
obsequiarle una gran sonrisa.
-
¿Me
lo pones?
-
¿Eso
es un sí?
-
Siempre
te diré que sí, Mikel Echeverría.
-
Somos
más que un equipo; soy tu papi y tu mi niña. Oscuridad y luz. Un cuásar total.
Mikel cogió el objeto hasta
deslizarlo y asegurarlo, su polla palpitó al ver el collar alrededor del cuello
de su hija. De un rosa pastel, tenía finas incrustaciones de cristal
conformando unas letras en pedrería que con el nombre del padre. De la argolla en forma de corazón colgaba una
plaquita en la que se leía “propiedad de papi”. Ella cogió la seductora cadena
que unía al choker y se la entregó sellando su unión.
Ambos se incorporaron, pero él no
tanto, tuvo que inclinarse para atrapar la boca de su hija en un nuevo asalto.
Una de sus manos agarraba con firmeza la delicada correa y la otra se movía
serpenteante por todo su cuerpo. Entre besos y caricias lujuriosas Mikel
terminó tumbado sobre el sillón con su pequeña viciosa entre sus piernas. No
resistió la tentación de tirar un poco de la correa y tensar el choker, ella le
devolvió una mirada ardiente.
-
Abre
-ordenó el maduro.
Ella risueña sacó su inquieta
lengua, primero le dio unos golpecitos en la boca y cara con su miembro antes
de permitirle jugar con su polla. Su hija podría calificarse de adicta a darle
mamadas. Por lo que no tardó mucho en chupar con maestría engullendo su miembro
sin contemplación. La abstinencia era algo que los dos llevaban muy mal. Se
dejó llevar tanto que no previó una mala pasada por parte de su cuerpo,
propiciando una descarga de esperma tan rápida como copiosa en el interior de la
boca de su hija adolescente.
-
¡Joder!
-exclamó él frustrado al no haber sido capaz de contenerse.
No previó que la primera corrida por
su parte llegase tan rápido. El deseo, la calidez de la boca casi infantil, los
días de abstinencia y la erótica visión de su hija con el choker alrededor del
cuello le jugaron una mala pasada.
Ainara cogió toda la leche que pudo
sin tragar, solo que la cantidad y la potencia, logró que se escapara un poco,
y un par de hilillos bajaban por la comisura de sus labios. Esa mirada traviesa
anticipó a la adolescente que trepó seductora buscando la boca de su amante.
Mikel negó divertido, rendido al control que ella tenía sobre él. Lo besó
pasándole una buena parte de su lefa en un beso que sin lo obsceno del fluido
podría pasar por tierno gracias a la ternura con la que lo hacía su princesa.
-
Eres
mío papi -musitó ella mimosa.
-
Hace
tiempo me ganaste, mi niña. Supe que serías mi perdición desde el primer día
que te vi.
Permanecieron los dos intercambiando
besos, caricias, babas y otros fluidos hasta que el miembro viril de Mikel
revivió de sus cenizas como el Ave Fénix.
Aprovechando su corpulencia alzó a su hija en brazos a la vez que se
incorporaba.
-
¿A
dónde me llevas, papi? - Preguntó al ver que viaje en tan apuesta carroza no
tenía como destino el dormitorio principal como era su deseo.
Ansiaba tener el miembro viril de su
padre muy adentro siempre y más en ese momento, cuando las cortinas que
ocultaban la naturaleza de su relación habían caído. Quería consumar el incesto
una vez más y esta vez siendo ambos conscientes de ello.
Sus labios se vieron sellados por
otros igual o más ardientes que los suyos, dejó de pensar y se dispuso a volar.
En poco tiempo se vio depositada con suma delicadeza sobre el banco que
acompañaba al fastuoso piano. El terciopelo acarició las partes más íntimas de
su cuerpo, quedando barnizado por sus flujos que no dejaban de salir de coño
desde que inició la mamada. Cuando vio al adulto arrodillándose entre sus
piernas, abriéndolas de par en par y acercando la cara hacia su zona roja
adivinó sus intenciones. De forma inconsciente, antes de que lengua y sus
genitales fueran uno, se llevó el puño a la boca para que actuase de sordina,
como si hubiese necesidad de amortiguar sus jadeos tal y como hacía en casa de
su abuelo cuando se masturbaba en mitad de la noche. No funcionó. No funcionó
porque una cosa era darse placer con el temor constante a ser descubierta y
otra sentir cómo los dedos de su amante le abrían el sexo de par en par para
que su lengua dura, lúbrica y lujuriosa rebañase todos y cada uno de los restos
del flujo que rezumban de su entraña.
-
¡Ahhhhhhh!
-chilló de puro gusto.
Embriagada por las sensaciones que
le transmitía su coño devorado se dejó llevar y perdió el control de su cuerpo.
Se abrió de piernas hasta el infinito, cruzó los dedos de los pies de puro
placer y, al intentar facilitar las cosas a su amante, echó su cadera hacia
adelante y su cabeza se venció hacia atrás. El impacto de sus codos sobre el
teclado, provocaron un acorde disonante que llenó la sala de un rugido infernal
amortiguando el chapoteo provocado por la lengua en su ir y venir.
El estruendo alteró a Mikel que de
repente, dejó de chupar.
-
¡Joder
qué susto! ¿Acaso quieres matarme, princesita?
La chica, con el coño a punto de
nieve, no encajó bien ese receso.
-
¡Pero
sigueee! no te pares ahora, papi tonto.
Perdiendo los papeles y agarrando
del cabello a su padre lo llevó de nuevo por el buen camino. Necesitada por su
largo periodo de abstinencia, guío a la aspiradora bucal en su ir y venir por
su coñito y alrededores, instándole a atacar sus zonas más sensibles, buscando
maximizar todavía más su placer.
Mikel se dejó guiar. Sabía que, al
hacerlo al modo de su hija, la recompensa sería máxima. Y así fue. Tras unos
minutos de combate lujurioso entre una lengua adulta y un clítoris adolescente
aderezado con una infernal banda sonora desafinada al piano se produjo el
cataclismo. Mikel ya había visto lo que el acuoso coñito de su niña era capaz
de hacer. Tenía varios videos con ella tocándose hasta el final con la cara
desencajada y los ojos en blanco que lo atestiguaban. Incluso lo había sentido
estallar contra su vientre durante más de un coito, pero recibir el generoso
squirt de Ainara justo en la cara era algo extraordinario, escandaloso y, nunca
mejor dicho, impactante. Su pequeña princesita
tenía oculto en su bajo vientre el micro aspersor más caudaloso que jamás había
visto incluso tras su ir y venir por los más lujosos burdeles del país y varios
del extranjero. El primer chorro no sólo
le cegó, sino que le empapó la barba de gelatina y los siguientes le llenaron
la boca de un néctar ligeramente ácido, muy fluido y aromático que de inmediato
tragó, pero fue el último el que, sobre todo, más avergonzó a la joven: viajó
por el aire incluso por encima de la cabeza de su progenitor, cayendo hasta su
espalda y mojando el suelo.
-
¡Ay,
Dios! -exclamó la ninfa tapándose la cara, muerta de vergüenza, con la
respiración entrecortada y la cara ruborizada como las brasas.
El anfitrión miró asombrado la
cantidad de flujo derramado por el piso y sobre él mismo. Su hija no dejaba de
sorprenderle. Estaba firmemente convencido de que, conforme los encuentros
sexuales se iban sucediendo, la cantidad de jugo expulsado del estrecho coñito
de Ainara era mayor y eso lo volvía loco. Cada vez que veía esos chorritos en
potencia saliendo disparados del interior de su hija, su polla se tensaba y
clamaba por hundirse en ese pequeño hervidero acuoso de placer que ella poseía
entre sus piernas.
-
Hoy…
hoy ya no me ducho - dijo entre risas.
-
¡Cállate,
bobo! -protestó la otra fingiendo un enfado que no sentía.
-
¿Bobo?
¡Te vas a enterar, jovencita! -dijo en tono amenazante incorporándose con el
pene totalmente enhiesto.
De primeras la chica rió, aunque
pronto cambió el semblante. La mirada de Mikel era de todo menos amistosa.
Ainara se asustó, estaba irreconocible, jamás lo había visto así de excitado;
sin duda los días sin follar le habían pasado factura: parecía otro. Todavía se
alarmó más cuando, sin consensuarlo previamente, la colocó de rodillas sobre el
banco del piano de cara al instrumento, invitándola a inclinarse hacia
adelante, dejando de este modo expedito el camino hacia su culo. Al principio
pensó que tal vez deseaba penetrarla vaginalmente en esa postura, ya lo habían
hecho así varias veces. Enseguida notó presión en los albores de su esfínter,
estaba muy claro lo que sucedería después y no le gustó demasiado. Aun así, las
ganas de complacer le pudieron y, pese a estar muy nerviosa, se dispuso a
someterse a los deseos de su maduro amante, conocedora de la predilección de su
padre por gozar de las puertas traseras.
-
¡Papi…!
-murmuró en un tono muy débil mientras cerraba los puños intentando mal que
bien relajar su ojete.
Sabía que la sodomía iba a dolerle,
pero aun así no se resistió. Desde la celebración especial del día de su
cumpleaños el sexo anal era algo recurrente, deseado y gozado por ambos, pero
su cuerpo todavía presentaba secuelas de la paliza recibida y sin duda su
trasero era una de las partes más dañadas. Su abuelo se había despachado a
gusto con él. Además, su papi solía
estimularla previamente a la penetración lamiendo su ojete y embadurnándolo de
forma generosa con lubricantes circunstancia que en ese momento no pasó. Estaba
claro que, por primera vez, iba a encularla sin ningún tipo de aderezo ni
anestesia.
En un rapto de generosidad y amor
fue la propia Ainara la que, con la cara sobre las teclas para que su padre no
se percatase de su sufrimiento, se separó los glúteos y suplicó:
-
¡Métela
papi! ¡Dame fuerte! Lo necesitas.
El buen juicio de Mikel estaba
turbado por la lujuria. Su hija estaba en lo cierto, su polla necesitaba enterarse
muy dentro de ella, deseaba su culo. Era evidente que tenía una gran fijación
con ese agujerito, le había proporcionado varias tardes de intenso placer a su
verga.
Por otra parte, sus razonamientos de
lobo volvieron a tomar el mando. Fue solo un momento, tan solo un rapto de
locura, pero lo suficiente intenso como para, en cierta forma, culpar a Ainara
de lo sucedido por unos segundos. Si no hubiese sido tan cabezota, si le
hubiera hecho caso, si no hubiese dirigido la palabra nunca más al desgraciado
de Iban no se habrían enfadado y el hijo de puta de su abuelo no habría tenido
la oportunidad ni excusa para darle una paliza. Debía castigarla y darle un
escarmiento para que no se volviera a oponer a sus designios.
Cegado por estos oscuros
pensamientos agarró su miembro y lo enfiló hacia la entrada trasera que su
caprichosa princesita le estaba ofreciendo dispuesto a castigarla con extrema
dureza. Le iba a dar una lección que jamás olvidaría, así aprendería a no
desobedecerle jamás.
No pasó.
No pasó porque, justo antes de
consumar la sodomía, recobró la cordura y el amor paterno se adueñó de él. Vio
la realidad y no lo que su mente enferma le hacía creer: el mapa multicolor de
cardenales que su niña tenía dibujado en la espalda, los severos moratones en
sus nalgas y, sobre todo, el temblor en sus manos mientras separaba sus dañados
glúteos por propia iniciativa y se dijo que el castigo no tenía razón de ser.
Ainara no era más que una víctima, una víctima de su odioso abuelo, pero
también suya, un ser sin escrúpulos capaz de cualquier cosa con tal de consumar
su venganza. Ella era un ángel y él un demonio, ni más ni menos.
Ainara fue abriendo la boca de forma
paulatina conforme su vagina se iba dilatando al paso del cipote que la
llenaba. No esperaba ese giro en los acontecimientos y su coñito celebró el
cambio con una intensa contracción y el correspondiente chupito de babas, tan
caliente como copioso.
-
¡Aghhhg!
- chillo de puro gusto cuando la barra de carne comenzó a ir y venir en su
interior a un ritmo pausado y profundo, rozando y dilatando su pared vaginal,
elevándola en la escala de placer hasta el infinito y más allá.
-
¿Te
duele? ¿te hago daño?
-
¡No!,
¡Sigue…, no pares!
-
Vale,
pero si te duele… lo dejamos… ¿sí?
Ella no pudo articular palabra, se
limitó a asentir. Notó las manos de su padre acariciándola tiernamente, como si
temiese romperla. Ella le correspondió ronroneando y agradeciéndole la ternura recibida
abriéndose un poco más de piernas. Decidió confiar en él y darle todo el
control del coito cruzando las manos sobre su espalda. Sus pezones se tornaron
pétreos cuando las manos del hombretón la inmovilizaron de esta forma sin dejar
de follarla. Necesitaba correrse con ese majestuoso pene yendo y viniendo en su
interior con total impunidad, necesitaba sentirse de él y de nadie más.
Mikel, una vez pasado el mal
momento, se sintió pleno dentro de su hija. El dulce cuerpo de Ainara, con su
juventud y lozanía, tenía efectos contrapuestos en el suyo. Era capaz de
despertarle los deseos más lujuriosos y, al momento, los sentimientos más
nobles como en ese preciso instante. Olvidó su propio placer y regaló a su niña
un polvo pausado y cargado de calidez, amor y sensualidad. Múltiples caricias
acompañaron a la cópula, así como palabras dulces y piropos sobre su
cuerpo. Comprobó, halagado, que ella
volvía a temblar durante su ir y venir, pero esta vez la vibración se debía a
la sucesión de orgasmos que iban sucediéndose en su pequeño cuerpo y no al
temor por su integridad física. Sólo cuando notó que la vulva de la lolita
literalmente babeaba flujo de manera casi constante se permitió el lujo de
intensificar el ritmo, sin perder en ningún momento el control. A la hora de
correrse lo hizo muy adentro, muy profundo y de forma sorprendentemente
copiosa. Hasta conocer a Ainara tenía la creencia de que la corrida era más
copiosa cuando el coito era más salvaje y no era así ni mucho menos. La cálida
entraña de su princesita era capaz por sí sola y sin necesidad de posturas
forzadas de exprimirle los testículos hasta dejárselos secos como pasas.
-
Creí
que… ya sabes: ibas a… darme por detrás -le confesó la joven una vez terminadas
las hostilidades mientras la llevaba en brazos en dirección hacia jacuzzi.
-
No
era el momento. Soy un bruto, pero mejoro a ratos -repuso él dándole un piquito
en los labios-. No estabas receptiva, te hubiese hecho mucho daño. Papá debe
cuidar de su niña.
-
¡Sí!
- exclamó ella multiplicando los besos recibidos por cien-. ¡Qué bueno que te
diste cuenta a tiempo, papi! Pero… ¿sabes una cosa?
-
Dime.
La lolita se colgó literalmente del
cuello de su amante y le susurró al oído.
-
Que
ahora… sí lo estoy…
-
¡Joder,
en verdad que quieres matarme! - rió él enfilando el nuevo rumbo hacia su cama.
-
¡Tonto!
-chilló ella ruborizándose de nuevo.
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