"MIKEL Y AINARA IV" por "ALTAIS"

 Capítulo 4. El punto de quiebre.

 

Mikel sentía cierta inquietud, le sucedía cada tanto cuando pasaba unos cuantos días sin ver a su hija. A todas luces el deseo que sentía por ella sobrepasaba lo insano. Por suerte, Ainara sentía ese mismo calor sobrehumano que los conectaba convirtiéndolos en una combustión espontánea y perpetúa, como una especie de cuásar. No necesitaban palabras para describir lo que sentían, solo una mirada bastaba para hacer una declaración de hechos.

 

El juicio del día, resultó sin variantes: un éxito rotundo para el bufete que le reportaría en una generosa suma para su ya abultada cuenta bancaria. Durante la vista había estado consultando constantemente el reloj de su muñeca hasta el punto de haber sido apercibido incluso por el propio juez de instrucción. Lo que necesitaba Mikel para desprenderse del hastío que le generaban los juzgados era el dulce cuerpo de su niña debajo de él, gimiendo y corriéndose hasta exprimirle el coñito una y otra vez. Nunca había conocido a una chica que lubricase y se corriera tanto como su hija, parecía una fuente inagotable de flujo, que él exprimía a conciencia y con sumo gusto. Por fin esa sería una tarde de sexo intenso, sucio, sudoroso e incestuoso. Lo necesitaba como agua de mayo. Ya le parecía estar sintiendo la angostura del culo de la adolescente alrededor de su verga.

 

-           Ainara, espera –Iban corrió hasta alcanzarla.

-           ¿Qué quieres? -espetó ella molesta, no quería perder el tiempo con el novio de su amiga.

Desde el día del desafortunado desliz ambos procuraban evitar quedarse solos así que no entendió el cambio de actitud del muchacho.

 

-          Quería pedirte disculpas por lo de la otra vez –dijo desviando la mirada, avergonzado –. No sé qué pasó esa noche, actué como el gilipollas más grande de todos. Ni tú te merecías eso, y menos Eva. Yo le quiero de verdad.

-           Olvídalo, fue cosa del alcohol. Ya lo superé y debes hacer lo mismo. Es un secreto que nos llevaremos a la tumba. Por el bien de Eva, de la pandilla y de todo lo demás –le tendió la mano en son de paz.

-          Vale, Gracias tía. Eres buena.

-          Nada, solo soy práctica -se encogió de hombros.

 

Lo que Ainara no sospechaba era el espectador que los observaba. Un dragón de ojos verdes cuyo aliento se transformaba en fuego puro. La mente racional de Mikel protestó mientras era consumida por su parte irracional, gritaba diciendo que solo eran dos amigos hablando. Para su mala fortuna, ser racional no era su fuerte tratándose de SU hija. El instinto posesivo que anidaba dentro de su pecho bramó. Si ya de por sí se le hacía bastante complicado controlarse al ver las miradas lascivas de los hombres hacia su niña, el hecho de que estuviese hablando con el maldito niñato que le había arrebatado lo que le pertenecía a él y a su polla le arrancó la poca cordura que le quedaba.

 

Era raro. A Mikel siempre le había gustado presumir de tener a las tías más buenas colgadas del brazo, las exhibía como trofeos.  No es que no le gustara presumir de su hija; con su menuda figurita no tenía nada que envidiar a las plásticas mujeres de su pasado, tan sosas y secas de mente. Claro que le gustaba presumir de Ainara, pero es que a la vez también deseaba arrancarle la cabeza a cualquiera que pretendiese bajarle las braguitas con la mirada y eso sucedía muy a menudo para su gusto. Maldijo a Lorena por no aparecer un mes antes para evitar que aquel pusilánime con la cara llena de granos le pusiese un dedo encima a su hija. Él se sabía dueño de ese cuerpo, sin embargo, no podía desprenderse de esa ansiedad de volver a perder su felicidad y en este caso el sentimiento era mucho más intenso que en el pasado.

 

Sus nudillos apretaban con tanta fuerza el volante que no tenían color. Sus fosas nasales se dilataron como un toro a punto de embestir. La gota que derramó el vaso fue ver cómo se tocaban. ¡Maldita fuera su estampa si seguiría permitiendo ese encuentro!, aceleró a fondo el motor del Maserati, los días que tenía juicio optaba por el elegante vehículo deportivo y pisó a fondo. Tuvo que frenar de golpe para no llevarse a los jóvenes, una de las ruedas se subió a la acera.

-          Pero… ¡¿qué mierda?! –le escuchó gritar al imbécil.

Se estiró y abrió la puerta del copiloto; su hija lo miraba con ojos muy sorprendidos. Sin duda no lo esperaba.

-          Sube –ladró.

-          ¿Qué haces aquí? –logró articular ella.

-           ¡He dicho que subas!

-          ¿Ainara quién es este tipo? –escuchó decir a Iban, estaba tan sorprendida y a la vez un poco atemorizada que se congeló.

-          No me hagas bajar o será peor –gruñó con la voz ronca.

-          ¡Oye, tú…!

-           ¡Tú te callas la boca! Ni una palabra de esto o me encargaré de contarle ciertas cosas a tu novia. Eva se llamaba la cornuda, ¿no?  –le vomitó a Iban antes de subirse.

 

Mikel aceleró nuevamente a fondo. No hablaba, le era imposible articular palabra, tenía demasiada ira contenida como para ser coherente. Ainara se sentía insegura, jamás a su lado se había sentido así, tan… pequeña. El abogado conducía de forma errática, no le sorprendería que lo detuviese la policía o se estrellasen contra una farola. Se fue de bruces contra el salpicadero cuando el maduro dio un volantazo metiéndose en el primer parking que estuvo a su alcance. Ella se encogió al ver su mirada de loco.

 

-          ¿Dónde está tu colgante?

-          Aquí –musitó sacándolo debajo de la camisa.

-          Siempre visible –ladró.

El irritado lobo trabó las puertas para que Ainara no pudiese escapar, podía ver su mirada de cervatillo, aterrada. Se maldecía por hacerla sentir así, no podía controlarse.

-           Papi me estás asustando –musitó nerviosa.

Intentó tocar el brazo de su amante, pero de un rápido movimiento él se deshizo de su toque y empezó darle golpes al volante como un lunático.

-          ¿Qué mierda te pasa? -preguntó ella cada vez más asustada.

-          ¿Qué me pasa? ¡Primera y última vez que te veo hablando con ese hijo de puta! – bramó.

-          ¡Estás loco! Estudio con él, está en mi pandilla. ¿Pero tú de qué vas?

-          ¡Me la suda tu pandilla! Lejos ¿entendido? Lejos de él siempre. ¡SIEMPRE!

-          ¿Qué te pasa, psicópata?

-          ¡Que no soporto la idea de que estés cerca de cualquier hombre! Y mucho menos de ese niñato picha floja. ¡Eso pasa!

-          ¿Es eso? Es tu orgullo masculino herido. No puedo borrar lo que pasó con Iban, pero ambos decidimos mirar a otro lado y superarlo. No soy un pedazo de carne al que se le deba debatir su posesión.

-          ¡Eres mía! ¡Joder! –Mikel se abalanzó sobre ella dándole un beso cargado de furia,

Pudo sentir el cuerpo de su hija tensándose bajo el suyo, pero eso no lo detuvo.

-          Voy a follarte hasta que se me pase este cabreo y serás mi niña complaciente recibiéndome con tus piernas bien abiertas.

-          ¡Detente! –suplicó la adolescente con la voz quedada, su labio lucía un poco hinchado por el asalto-. Me estás acojonando Mikel.

 

Aquellas últimas cuatro palabras le hicieron reaccionar. Fueron como un jarro de agua fría, era la primera vez que su hija lo llamaba por su nombre. Tiró de autocontrol. Sé dijo a sí mismo que ella no era una zorra, mucho menos una puta; que era la niña de sus ojos, su hija. Jamás se perdonaría que ella le tuviese miedo y, en cambio, ahí estaba mirándole con los ojos vidriosos a punto de entrar en pánico. Se apartó de ella como si le quemara.

 

-          Disculpa. No volverá a pasar.

-          ¡Claro que no volverá a pasar, psicópata!, ¡Estás enfermo! –exclamó ella molesta entrando en modo de contraataque–. No puedes evitar que hable con hombres o que me lleve con Iban. Vas a controlar tus putos celos o tendremos un problema. Yo no soy una puta a la que puedas tratar así ¡¿Te enteras?! Soy más que tú novia, soy tu hija y me vas a respetar como tal. Ahora vas a quitarle el seguro a la puerta y hablaremos como dos personas civilizadas. 

 

Mikel la miró estupefacto. Si bien sabía que ella lo decía como parte del rol que interpretaban, ciertamente lo encajó como un derechazo en la nariz. Ella tenía razón. A regañadientes quitó el seguro, se podía ver la vena de su cuello tensa por el enfado que tenía.

-          No tengo problemas con que seas posesivo. Es más, me gusta que lo seas, pero no consentiré este tipo de inseguridades. Me faltas el respeto al insinuar que por hablar con un tío me abriré de piernas –se cruzó de brazos visiblemente enfadada.

-          No dudo de ti princesa; no me fío de los hombres, eso es todo. Tú no entiendes lo que tengo que padecer cada puto día, estás lejos de mí, eres bellísima, te acechan sin que te des cuenta, te desnudan con la mirada. No puedo cuidarte si no estoy a tu lado.

-          Lo tuyo es patológico. No se puede razonar contigo -espetó frustrada-. Eres un tozudo.

-          Me da pavor perderte -confesó en un hilo de voz.

-          No me iré, papi tonto. Casi nos atropellas.

-          Perdí el norte al verte cerca de ese hijo de puta.

-          Ambos decidimos que esa noche nunca pasó y por lo que a mí concierne mi primera fue en el parking de la playa con un madurito arrebatador y discoloco.

-          Lo mejor será que te cambies de instituto para que no te juntes con esa chusma - sentenció él, obcecado por los celos-. Mañana me pondré a ello. Buscaré la forma de correr con los gastos para que el imbécil de tu abuelo no sospeche nada. Una beca… o algo así…

-          ¡¿Que me cambie de instituto porque has tenido un ataque de celos?!

-          Sí. A uno privado. No habrá problemas, mi bufete representa a los mejores de la zona…

-          ¡Tú deliras! ¡Vete a la mierda! -chilló la joven saliendo airada del coche-. ¡A LA MIERDA! ¿Lo pillas? ¡Háztelo mirar, estás loco!  ¡LOCO!

El portazo que dio estuvo a punto de desencajar la puerta del lujoso vehículo italiano para luego correr en dirección a ninguna parte.

 

Mikel no salía de su asombro. Según su criterio había actuado correctamente, no había nada en su forma de actuar que no tuviera lógica. En su trabajo, cuando detectaba un posible problema, lo atajaba de raíz de la forma más rápida, minimizando los daños y con la mayor discreción posible. Para él el origen de sus celos era la coincidencia en el tiempo y en el espacio de su niña con el hijo de puta que le había emborrachado para arrebatarle un himen que le pertenecía. Muy a su pesar, y aunque había contemplado esa posibilidad, no podía hace desaparecer el tonto de Iban de la faz de la tierra así que el siguiente paso lógico era sacar a su hija de su alcance, tejer alrededor de ella una burbuja, convertirla en una especie de testigo protegido. Obviamente era lo mejor, no alcanzaba a entender cómo la terca de su hija no opinaba lo mismo. No había fisuras en su razonamiento. Ella era una chica inteligente, él le haría ver lo equivocada que estaba.

 

Los siguientes días tras su primera discusión importante ambos actuaron en concordancia a su personalidad. Ainara como una adolescente prepotente que decidió ignorar la incontable cantidad de llamadas y mensajes de su pareja y él rayando el acoso. Francamente ninguno llevaba bien el distanciamiento, pero eran madera cortada del mismo árbol, tozudos y orgullosos. Dar su brazo a torcer no entraba en los planes de ninguno de los dos. Al tercer día el abogado optó por dejar el asedio. Le daría unos cuantos días y luego se plantaría frente al instituto de su hija, se la llevaría y la follaría salvajemente, con la misma intensidad que cuando ella le pedía que la usara.

 

Por su parte Ainara lo llevaba mucho peor que su amado letrado. Resuelta a darle una lección que nunca olvidase para futuros acontecimientos se guardó las ansías locas de contestar a sus llamadas. Claro que le alarmó cuando se detuvo, pero conocía muy bien a su hombre, él nunca la dejaría; solo había armado una nueva estrategia para litigar entre ambos. Debía ser más lista, mantenerse firme y no ceder.

 

Lamentablemente esa circunstancia solo resultó la punta del iceberg para la chica esa fatídica semana de principios de verano. Sus encuentros con Mikel no pasaron desapercibidos para el hijo de puta de abuelo que no dejaba de preguntarle una y otra vez con quién pasaba el tiempo. Incluso había tenido la sensación alguna vez que la seguían. El resentimiento que anidaba hacia ese nefasto individuo crecía exponencialmente con cada maltrato al cual se veía sometida. Lo más alarmante, y que aún se guardaba para sí, eran las actitudes que nunca había notado y que siempre estuvieron allí. Antes era una niña inocente y, aunque seguía siendo una cría, a diario iba adquiriendo de su amante el conocimiento de la maldad camuflada del resto del mundo.

Ainara trataba de mantener un bajo perfil, actuaba inclusive de manera más condescendiente en su casa para evitar que los castigos le impidiesen abrazar a su amante. Ella ya conocía cómo era el deseo reflejado en el rostro de un hombre. Los ojos lujuriosos de su abuelo, les causaban asco y temor a partes iguales, a diferencia de los de Mikel que encendían su deseo. Esas caricias que desde niña pensaba inocentes no tenían ni un ápice de luz, eran pura lujuria. Lo pillaba mirándola de más o incluso rebuscando en el cesto de su ropa sucia; su amante no era el único culpable de que su ajuar de ropa íntima fuese disminuyendo. Le miraba el escote de su pijama, aprovechaba cualquier circunstancia para apoyar alguna de las manos en sus muslos y, cada vez que se despedía de ella, le lanzaba un pequeño cachete en el trasero mantenido la palma de su mano un par de segundos sobre él. Y eso no era lo más alarmante, en su último enfrentamiento notó una despreciable dureza en su parte baja al darle una hostia. La pobre chica no pensaba que su suerte pudiese empeorar, hasta este día, que sin duda sería un punto de quiebre en su vida.

 

Esa semana, cualquier trabajador de Echevarría y Asociados procuraba practicar el olvidado arte de pasar inadvertido, ser uno con el ambiente, mimetizarse y no llamar la atención. Algunos aparentaban ser un mueble, otros una planta, incluso algún desdichado probó en ser uno con la pared. Nadie en su sano juicio quería que los ojos del lobo se posarán sobre su persona.

 

Mikel no se aguantaba ni a él mismo, odiaba que ella tuviese tanto poder sobre él, y que llevara una semana de apenas dormir no contribuía a mejorar su ya rancio humor. Así que esa mañana de verano, cuando su hija se dignó a llamarle, decidió ser vengativo y pagarle con la misma moneda. Activó el modo avión como una pequeña venganza pueril. No podía desconectarse del todo así que siguió online, cortesía del wifi, donde su hija no perdió el tiempo para continuar insistiendo.

 

El chat de WhatsApp empezó a vibrar, un mensaje tras otro, aguardando una respuesta que no llegaba. Haciendo gala de un autocontrol que no poseía, declinó por ir más allá y apagar el móvil.

Unas cuantas horas más tarde, y con su ánimo más calmado, el abogado tomó su teléfono. En parte quería que ella le suplicase tanto como él hizo. No le vendría mal a su hija desprenderse de esa actitud caprichosa e infantil. La desazón le invadió al oír el primer mensaje. Lo que escuchó le heló la sangre. Una serie interminable de audios cada vez más angustiantes:

-          Papi… sé que estás enfadado y que por eso no atiendes, pero por favor, te lo suplico. Contesta.

El siguiente audio venía un par de minutos después:

-          Por favor, por favor, contesta. No sé de qué vas, pero deja tu cabreo de un lado. Necesito tu ayuda. No voy de farol.

Otro audio, escuchó como su voz se quebraba.

-          Papi… desde ayer Eneko no se aguanta, por lo visto perdió otra importante cartera de clientes y la ha tomado contra mí. Por favor, necesito que me ayudes… contesta, contesta.

Aguantó la respiración. Se trataba de otro estratégico cliente que él le había quitado, como parte de su plan para destruir al viejo. El siguiente audio venía una hora después

-          Tengo miedo -musitó llorosa-. Por favor, basta, cualquier pareja discute. Contesta, por favor.

-          ¡Ainara abre la maldita puerta! -un golpe seco retumbó en la habitación- Nire Biloba maitia, ¡no me hagas enfadar!

-          Por favor, por favor, Mikel no me hagas esto, por favor.

Mikel se puso de pie, nervioso, impotente, culpable, temía escuchar los siguientes audios. Quería meterse dentro del aparato y salvarla, pero esos audios formaban parte del pasado.

-          Vamos, nire tximeleta txikia.

-          No me dejes, ayúdame -los gritos del otro lado de la puerta por parte del viejo no cesaban-. Dijiste que me cuidarías, que nadie me lastimaría si estaba contigo. Cumple tu promesa. No me dejes cuando más te necesito. No me abandones aitatxu.

 

Los siguientes audios se repetían en una lenta agonía con el paso de los minutos. El tono violento por parte del viejo no se detenía, por el contrario, iba a más. El último audio era de hacía poco más de una hora. Tan inquietante que tuvo que reproducirlo dos veces para captarlo del todo dado su casi estado de shock.

-          Yo… yo… te quiero. Pasé lo que pasé, gracias, por tanto.

 

¡No! ¿Por qué se despedía? Algo se le escapaba, puede que el abuso que sufriera era mucho más que el que le confesaba, así eran las víctimas de maltrato, se guardaban todo hasta llegar a un fatal desenlace. El crujido de una puerta rompió con las palabras de Ainara. El audio seguía grabándose, su hija tenía la costumbre de desplazar el ícono de la grabación hacia arriba para grabar sin presionar el botón constantemente, afirmaba que esa función era más práctica, su mente lógica siempre apelaba por las acciones que facilitaran su vida.

-          Aitite -le escuchó decir en un susurro, se sentía tan aterrada. Se la imaginó tan indefensa y ardió por dentro.

-          No me gusta que hagas estas cosas nire tximeleta txikia, ¡no me gusta que seas una zorra como tú madre! -gritó el viejo-. ¡No te eduqué para ser desobediente!

-          Por favor no he hecho nada.

-          Claro que lo has hecho, pequeña puta desobediente -ladró-. Ahora aprenderás lo que les pasa a las perras que no obedecen a sus mayores.

-          Te lo suplico, no he hecho nada, abuelo hago lo que me pides siempre -escuchó el sonido de algo deslizándose, probablemente un cinturón-. ¡Por favor, no¡, ¡Por favor abuelo, no lo hagas!

 

Hubo un interludio de apenas un par de segundos donde el silencio más nítido y profundo que alguna vez escuchase lo arropó por completo. El sonido del cuero estrellándose contra la piel de Ainara se grabó como uno de los sonidos más desagradables que alguna vez hubiese escuchado. Tuvo la necesidad de eliminar cualquier extensión de cuero de su guardarropa.

Ese golpe precedió el quejido lastimero de su hija. El siguiente medio minuto consistió en una sinfonía de golpes, gritos, súplicas, el ir y venir de la correa, golpes secos, lo que intuyó como un puño; quizás impactando contra el pequeño cuerpo de su chica. Quería arrancarse los oídos para no escucharla gritar. El llanto desgarrador de su hija lo hizo sentir mareado.

Quiso vomitar, cada grito le desgarraba el alma. Dios, ¿Cómo pensó que no tenía corazón? Claro que lo tenía y éste agonizaba ante el sufrimiento de su pequeña.

-          ¡Abuela, por favor detenlo! -gritó la niña en medio de su angustia. La respiración y el pulso del letrado se desbocaron.

 

El audio no duraba más que unos minutos, pero parecían horas, un nuevo golpe rompió la cadencia del momento, el viejo soltó una maldición. No entendía nada. Solo sintió la respiración agitada de su hija ¿Corriendo? Y luego nada. El audio se cortaba. ¿Dónde estaba? ¿Estaría bien? ¿Qué le haría Eneko Axpe a su pequeña? Tuvo que obligarse a no pensar en algo más allá del maltrato físico, no podría vivir con la culpa de que ese maldito violara a Ainara por él no coger el puto móvil.

 

Los ojos de Mikel ardieron, rabia, odio, asco y molestia hacia sí mismo. ¡Maldita sea! Era un adulto y había actuado como un adolescente. Las manos le temblaban. ¿Qué hacer? Ellos eran una unión de dos mundos completamente diferentes, donde a parte de su tórrida relación no tenían mayores conexiones, no sabía a cuál de sus amigas podría recurrir, si es que lo hacía.

 

Justo en el momento en el que iba a llamarla, una serie de alaridos se hicieron sentir en el bufete, y su puerta se abrió de golpe.

-          ¡Señor Echeverría! ¡Jefe! -gritó su secretaria que abrió la puerta de su despacho de par en par, él parpadeó lentamente, tenía el cerebro espeso. Se preguntó qué hacía la rubia irrumpiendo su momento de reflexión sin importarle las consecuencias-. ¡Mikel! ¡Rápido! -gritó su secretaria llamándole por su nombre de pila-. ¡Muévete, es tu hija! -la siguió mirando descolocado-. ¡Reacciona! ¡Joder! -se acercó a zarandearlo, no le importa si después de ello la despedía, el momento lo ameritaba.

 

Finalmente, su cerebro hizo conexión y la red neuronal comenzó a funcionar correctamente. Medio en automático se desplazó. Su corazón se detuvo al verla, tenía las marcas de la correa sobre su cuerpo, un corte en el labio, iba descalza, sus pequeños pies estaban destrozados. Corrió mientras ella se desvanecía entre sus brazos.

-          Papi -musitó antes de perder el conocimiento.

-          Tranquila pequeña -dijo con la voz rota, le temblaban las manos al verla tan reducida-. Te juro por mi vida que ese cabrón me las va a pagar. Nadie toca a mi hija sin condenarse al infierno. Perdóname.

La abrazó con delicadeza, no quería perjudicar su ya maltrecho cuerpo. Poco se percató de ser el centro de miradas del bufete. Nadie podría creer que el gran Mikel Echeverría en verdad amase a alguien, aunque era lógico. Cada vez que Ainara visitaba a su padre este parecía nutrirse de su luz y hasta se convertía en un jefe menos intransigente.

 

-          Acabas de cavar tu tumba, Eneko Axpe -tragó su bilis con dificultad-. María llama a mi médico, la llevaré para que la atiendan.

-          Tome fotos -le sugirió ella.

-          ¿Qué dices?

-          Sé que si se tratasen de otras circunstancias es lo primero que haría como el gran abogado que es, pero está rebasado.

-          Evidencia. Si. Llama, por favor. Y… gracias.

 

Unos cuantos minutos más tarde iban de camino a la Clínica IMQ Zorrotzaurre. Mikel no supo muy bien cómo se gestó el grupo de rescate, pero Aitor manejaba su todoterreno, María iba de copiloto y él, con su pequeña magullada en su regazo, ocupaban la parte trasera del vehículo.

 

-          Dentro de poco estará bien -comentó su médico de confianza-. Las heridas causadas se hicieron con saña, pero se recuperará. Todavía es precipitado para sacar conclusiones, te recomiendo buscar un buen psicólogo, puedo recomendarte a mi esposa, se especializa en casos de abuso.

-          ¿Abuso? -su corazón se detuvo antes de desbocarse, casi hiperventilando-. ¿Quieres decir…? Ella… la… no me digas que…

-          ¿Abuso sexual? -negó con la cabeza-. No. O la intención de su atacante no era esa, o ella logró escapar a tiempo; tu hija tuvo suerte: no se aprecia actividad sexual reciente. Ahora debería descansar y tú también. Nos vemos más tarde, me pasaré a echarle un vistazo, no te preocupes, está en buenas manos.

El médico se despidió dejándolos con un extraño sabor agridulce.

-          Mikel, ¿En verdad esa chica es tu hija?

-          Ainara es mi todo. Es mi hija, es mi luz, es el único ser por el cual pretendo ser una mejor persona. Pero ahora tú y yo nos encargaremos de Axpe. Ese hijo de la gran puta no se va a ir de rositas.

-          Ahora entiendo porque lo odias.

-          Esto no es nada. Yo no era así, él me arrebató mi felicidad una vez y pretende hacerlo otra vez. No lo voy a permitir. Lo aniquilaré.

-          Cuenta con todo el bufete, Ainara es una niña preciosa; nadie se mete con uno de los nuestros.

 

Ainara reaccionó unas horas más tarde tras un largo sueño reparador. No reconoció el sitio donde estaba y el pánico le invadió. Estaba en una cama King size, de sábanas oscuras, la paleta de grises y madera oscura adornaba el cuarto de aire masculino. En efecto era la habitación de un hombre, y no de cualquier hombre. Le invadió el fuerte olor de la colonia Jean Paul Gaultier que usaba Mikel. Luego captó al hombretón dormido al borde de la cama. Velando sus sueños como un guardián implacable.

 

Le dolió todo el cuerpo al moverse. Su maldito abuelo se había desquitado de lo lindo con ella. Nunca había experimentado tanto miedo como al sentir la perturbadora erección del viejo mientras la azotaba a conciencia. Sabía de la existencia de ese tipo de perversiones, pero nunca las había detectado en el patriarca de la familia. En ese instante comprendió que tenía huir antes de que algo peor que unos golpes aconteciera. No le importó correr descalza como una lunática por una buena parte de Bilbao, hasta que una chica en un Uber la detuvo en una intersección y se ofreció a llevarla a la policía o al hospital. Ainara, no dudó y suplicó que la llevase con su querido abogado al que identificó como su padre para disipar las dudas.

El resto del tiempo que transcurrió entre su llegada al bufete y el despertar en ese lugar era un montón de imágenes borrosas y rostros difusos. Creyó recordar estar entre los brazos de su amante y poco más.

 

Lucía tan guapo, aun dormido no dejaba de tener el entrecejo fruncido, puede que por la preocupación. Vio su móvil en la mesita de noche, pasó de los mensajes y buscó el chat que le interesaba “Hola. Voy a cobrarme el favor que me debes…” tecleó antes de dejar el móvil de lado.

-          Papi -susurró con cariño mientras sus deditos recorrían el rostro masculino con parsimonia-. Despierta.

Una dulce voz arrastró a Mikel de nuevo a la realidad, no comprendía como un ser insomne como él podía haberse quedado dormido en semejante situación, puede que le vencieran las emociones de ese día. Sus ojos se conectaron con los de su niña que a pesar de estar magullada le sonreía con la misma dulzura de siempre.

-          Ainara -musitó con la voz rota.

-          Hola…

-          Mi niña -se incorporó metiéndose en la cama con ella, la abrazó con cuidado-. Mi dulce niña, jamás me voy a perdonar que…

-          Lasai, estoy bien -musitó queriendo calmarlo.

-          Perdóname mi ángel, te fallé, no cumplí mi juramento.

 

Ainara sintió algo húmedo en su hombro donde estaba encajado el rostro del abogado, el gran Mikel Echevarría había llegado a su punto de quiebre y lloraba. Nunca pensó que volvería a experimentar esa sensación de impotencia al ver que querían arrebatarle al amor de su vida. Maite fue su primer amor y siempre la tendría en un pedestal, sin embargo, no podía concebir vivir sin Ainara. Sobrevivió a duras penas a la pérdida de su primer ángel, no toleraría una segunda experiencia de ese estilo. Era la primera vez desde la muerte de sus padres, a sus tiernos cinco años que lloraba. Ni siquiera con la muerte de Maite pudo soltar una lágrima y se odió en parte por no ser capaz de llorar por la mujer que amaba. Su hija lo hacía sentir tan vulnerable, tan suyo, que la sola idea de perderla le removía todo por dentro.

 

-          Ya, ya, tranquilo laztana, tranquilo papi -le susurró al oído-. Ya pasó y sé que la próxima vez estarás plantado en primera línea para ser mi escudo.

-          No habrá próxima vez. Lo mataré.

-          Eso es muy fácil -terció ella divertida-. Ya nos ocuparemos de destruir a Eneko Axpe. Pero primero, dejemos sentado un precedente. Tal como me has enseñado.

-          ¿Qué haces? -preguntó al verla coger el móvil.

-          Algo -asintió satisfecha al ver la respuesta afirmativa, buscó el número y llamó, colocándolo en altavoz.

-          Nire tximeleta txikia -dijo el viejo, se le sentía nervioso.

-          Hola abuelito. Es momento de que tengamos una conversación. Tú y yo haremos un pequeño trato si quieres seguir conservando tu culo lejos de la cárcel, atiende porque solo lo diré una vez -escupió con asco-. Esto es lo que va a pasar de aquí en adelante. Será la última vez en tu puta vida que me levantas la mano. A partir de ahora no tengo que rendirte cuentas, puedo ir y venir a donde me plazca y como escuche el primer reproche llevaré la jugosa evidencia que me han dado en el hospital para hundirte. No me importa si con eso me arruino, pero está situación no se volverá a repetir.

-          Yo…

-          Cállate hijo de puta, me quedaré en casa de Eva los siguientes días. Si te atreves a llamarla a ella o a sus padres, iré a la policía y me encargaré de que te pudras en la cárcel. Supongo que sabes lo que les hacen allí a los que abusan de sus nietas. Ensuciaré tu nombre tanto que serás el entretenimiento de toda la alta sociedad bizkaina, haré que aparezcas en cada puta red social que existe, haré un suculento artículo para El Correo explicando cómo el respetable abogado molía a golpes a su inocente nieta huérfana y para rematar la violaba.

-          No te atreverías -soltó acojonado.

-          ¿Quieres probarme? No tengo nada que perder y tú sí. Entonces, dime ¿he sido clara?

El silencio se hizo al otro lado del celular. Tan solo era roto por una respiración trabajosa y arrítmica.

-          .

-          Vale, abuelito, me parece una resolución satisfactoria para este caso -colgó la llamada sin esperar respuesta.

 

Mikel se quedó sin palabras, su pequeña guerrera que en vez de recular sacaba la casta y enseñaba las uñas. Jamás había sentido tan orgulloso como al ver a su hija chantajeando con lujo de detalle a su viejo agresor. No pudo contenerse y la besó suavemente. Y por más que ambos cuerpos clamaban hacer el amor, no la tocaría en ese estado. El cuerpo de Ainara era su tesoro y lo cuidaría.

Tras una cena ligera, durmieron abrazados. A Mikel la famosa posición de cucharita se le había hecho ridícula hasta conocer a su hija, su pequeño cuerpo encajaba perfectamente con el suyo. Se durmió susurrándole frases dulces, y tratando de aplacar el deseo de arrancarle la cabeza a Axpe. Otra determinación se instaló en su mente, tenía que sacar a Ainara de esa casa y para ello sería necesario confesarle el secreto que celosamente guardaba; su parentesco. Pero, no esa noche, ya se ocuparía de ello.

 

Los días que Mikel pasó con Ainara en su piso, podrían calificarse como los más felices de su vida. Verla recuperarse rápidamente le alivió el alma. Pero Mikel, siempre sería un lobo, a pesar de estar domesticado, tampoco contribuía que la ropa de su hija consistiera en sus camisetas o camisas sin nada debajo. Ese sentimiento posesivo afloró para concordar con la parte racional de que esa era una forma mucho más civilizada de marcarla como suya. Salvó un par de visitas de su socio y su secretaria, disfrutaron existiendo en esa pequeña burbuja aislada. Dejando de lado el infructuoso intento de cocinar por parte de ambos, y dicho sea el paso de casi incendiar la cocina, esos días transcurrieron entre mimos y caricias que a pesar de ser inocentes iban cargadas del erotismo que fluía entre ellos a raudales.

Tras una semana de convivencia algunas marcas aún se podían evidenciar en el cuerpo de Ainara, pero su juventud jugaba a favor suyo y se recuperaba a pasos agigantados. Su mejora era evidente, tanto en lo físico como en lo anímico y eso le permitía a Mikel separarse de su pequeña princesa durante breves lapsos de tiempo ya fuera para comprar algunos víveres o para hacer ejercicio.

 

Precisamente fue a la vuelta de una de sus breves salidas cuando el adulto pudo cumplir su fantasía de ver a su hija desnuda tocando Nuvole Bianchi de Ludovico Einaudi al piano. Estaba tan concentrada en la pieza que ni siquiera escuchó el saludo de su anfitrión al entrar. Él se quedó embobado ante la belleza combinada de la música y la intérprete. Su cabello húmedo caía lánguidamente por su espalda. Una potente erección se alzó inclemente. Decidió reprimir sus instintos y no romper la magia del momento, ponerse cómodo y disfrutar del espectáculo sentado en su cómodo sillón, con una copa de whisky en la mano, y nada más sobre su cuerpo que el accesorio de cuero del cual colgaba una letra “A” tallada en madera barnizada y una mariposa.

 

La tentación le pudo y, al terminar la pieza, se acercó por detrás, tras coger el estuche con ese detalle que llevaba tiempo pensando en cómo darle sin que se ofendiese o asustase.

-          Hay algo que tengo que decirte, entiendo que pueda causarte una impresión inicial. Pero no quiero que eso te haga pensar que no te doy el verdadero valor que tienes para mí -comentó algo nervioso acariciándole los hombros.

-          Ya… creo que sé por dónde van tus intenciones.

-          No, no lo sabes.

-          Que si, papi tonto. ¿Crees que no me he dado cuenta que llevas tiempo intentando decirme que soy tu hija? Tu hija biológica, quiero decir.

 

Mikel quedó paralizado. Su cabeza estuvo a punto de hacer cortocircuito. Llevaba días sin dormir pensando cómo abordar el asunto sin que fuese algo traumático para ella y, por lo visto, no solo lo sabía, sino que, al menos en apariencia, lo tenía perfectamente asumido. Su pequeño tesoro no dejaba de sorprenderle.

-          ¿Qué? ¿Cómo?

-          Me encontré con Lorena una semana después de mi cumpleaños. Me descolocó bastante, luego tuvo todo el sentido del mundo que te presentaras en La Kantera así, de repente. Lo que ya me pareció más raro es que me entrases de la manera que lo hiciste y que termináramos follando en tu coche. Conste que estoy encantada, tenemos una conexión mucho más fuerte que el resto de padres e hijas o que una pareja de novios. Solo te di el tiempo que necesitabas para confesarte. Has tardado mucho. ¡Papi es tonto! -exclamó risueña.

-          ¿Estamos bien?

-          Claro, papi. Pero estaremos mejor cuando pase a ser legalmente tú hija y el viejo desaparezca de mi vida.

-          Ya me ocuparé de ello, te lo prometo.

-          Lo sé.

-          Ahora, ¿Qué traes ahí?

-          Ainara Axpe, no, Ainara Echeverría -le susurró rodeándola con su cuerpo, apoyando descaradamente su erección sobre la espalda de ella-, con esto te pido que seas mía para siempre. Que compartas tu vida conmigo. Como mi mujer, mi amante, mi amiga y sobre todo como mi hija.

 

Ella se dio media vuelta y él hincó su rodilla abriendo el estuche, inquieto. Sabía que, bajo su apariencia de dura, su hija en el fondo era una romántica y valoraba ese tipo de detalles. No obstante, ella, juguetona, lo hizo sufrir unos tensos segundos antes de obsequiarle una gran sonrisa.

-          ¿Me lo pones?

-          ¿Eso es un sí?

-          Siempre te diré que sí, Mikel Echeverría.

-          Somos más que un equipo; soy tu papi y tu mi niña. Oscuridad y luz. Un cuásar total.

 

Mikel cogió el objeto hasta deslizarlo y asegurarlo, su polla palpitó al ver el collar alrededor del cuello de su hija. De un rosa pastel, tenía finas incrustaciones de cristal conformando unas letras en pedrería que con el nombre del padre.  De la argolla en forma de corazón colgaba una plaquita en la que se leía “propiedad de papi”. Ella cogió la seductora cadena que unía al choker y se la entregó sellando su unión.

 

Ambos se incorporaron, pero él no tanto, tuvo que inclinarse para atrapar la boca de su hija en un nuevo asalto. Una de sus manos agarraba con firmeza la delicada correa y la otra se movía serpenteante por todo su cuerpo. Entre besos y caricias lujuriosas Mikel terminó tumbado sobre el sillón con su pequeña viciosa entre sus piernas. No resistió la tentación de tirar un poco de la correa y tensar el choker, ella le devolvió una mirada ardiente.

-          Abre -ordenó el maduro.

 

Ella risueña sacó su inquieta lengua, primero le dio unos golpecitos en la boca y cara con su miembro antes de permitirle jugar con su polla. Su hija podría calificarse de adicta a darle mamadas. Por lo que no tardó mucho en chupar con maestría engullendo su miembro sin contemplación. La abstinencia era algo que los dos llevaban muy mal. Se dejó llevar tanto que no previó una mala pasada por parte de su cuerpo, propiciando una descarga de esperma tan rápida como copiosa en el interior de la boca de su hija adolescente.

 

-          ¡Joder! -exclamó él frustrado al no haber sido capaz de contenerse.

No previó que la primera corrida por su parte llegase tan rápido. El deseo, la calidez de la boca casi infantil, los días de abstinencia y la erótica visión de su hija con el choker alrededor del cuello le jugaron una mala pasada.

 

Ainara cogió toda la leche que pudo sin tragar, solo que la cantidad y la potencia, logró que se escapara un poco, y un par de hilillos bajaban por la comisura de sus labios. Esa mirada traviesa anticipó a la adolescente que trepó seductora buscando la boca de su amante. Mikel negó divertido, rendido al control que ella tenía sobre él. Lo besó pasándole una buena parte de su lefa en un beso que sin lo obsceno del fluido podría pasar por tierno gracias a la ternura con la que lo hacía su princesa.

-          Eres mío papi -musitó ella mimosa.

-          Hace tiempo me ganaste, mi niña. Supe que serías mi perdición desde el primer día que te vi.

 

Permanecieron los dos intercambiando besos, caricias, babas y otros fluidos hasta que el miembro viril de Mikel revivió de sus cenizas como el Ave Fénix.  Aprovechando su corpulencia alzó a su hija en brazos a la vez que se incorporaba.

-          ¿A dónde me llevas, papi? - Preguntó al ver que viaje en tan apuesta carroza no tenía como destino el dormitorio principal como era su deseo.

 

Ansiaba tener el miembro viril de su padre muy adentro siempre y más en ese momento, cuando las cortinas que ocultaban la naturaleza de su relación habían caído. Quería consumar el incesto una vez más y esta vez siendo ambos conscientes de ello.

Sus labios se vieron sellados por otros igual o más ardientes que los suyos, dejó de pensar y se dispuso a volar. En poco tiempo se vio depositada con suma delicadeza sobre el banco que acompañaba al fastuoso piano. El terciopelo acarició las partes más íntimas de su cuerpo, quedando barnizado por sus flujos que no dejaban de salir de coño desde que inició la mamada. Cuando vio al adulto arrodillándose entre sus piernas, abriéndolas de par en par y acercando la cara hacia su zona roja adivinó sus intenciones. De forma inconsciente, antes de que lengua y sus genitales fueran uno, se llevó el puño a la boca para que actuase de sordina, como si hubiese necesidad de amortiguar sus jadeos tal y como hacía en casa de su abuelo cuando se masturbaba en mitad de la noche. No funcionó. No funcionó porque una cosa era darse placer con el temor constante a ser descubierta y otra sentir cómo los dedos de su amante le abrían el sexo de par en par para que su lengua dura, lúbrica y lujuriosa rebañase todos y cada uno de los restos del flujo que rezumban de su entraña.

 

-          ¡Ahhhhhhh! -chilló de puro gusto.

Embriagada por las sensaciones que le transmitía su coño devorado se dejó llevar y perdió el control de su cuerpo. Se abrió de piernas hasta el infinito, cruzó los dedos de los pies de puro placer y, al intentar facilitar las cosas a su amante, echó su cadera hacia adelante y su cabeza se venció hacia atrás. El impacto de sus codos sobre el teclado, provocaron un acorde disonante que llenó la sala de un rugido infernal amortiguando el chapoteo provocado por la lengua en su ir y venir.

 

El estruendo alteró a Mikel que de repente, dejó de chupar.

-          ¡Joder qué susto! ¿Acaso quieres matarme, princesita?

La chica, con el coño a punto de nieve, no encajó bien ese receso.

-          ¡Pero sigueee! no te pares ahora, papi tonto.

 

Perdiendo los papeles y agarrando del cabello a su padre lo llevó de nuevo por el buen camino. Necesitada por su largo periodo de abstinencia, guío a la aspiradora bucal en su ir y venir por su coñito y alrededores, instándole a atacar sus zonas más sensibles, buscando maximizar todavía más su placer.

 

Mikel se dejó guiar. Sabía que, al hacerlo al modo de su hija, la recompensa sería máxima. Y así fue. Tras unos minutos de combate lujurioso entre una lengua adulta y un clítoris adolescente aderezado con una infernal banda sonora desafinada al piano se produjo el cataclismo. Mikel ya había visto lo que el acuoso coñito de su niña era capaz de hacer. Tenía varios videos con ella tocándose hasta el final con la cara desencajada y los ojos en blanco que lo atestiguaban. Incluso lo había sentido estallar contra su vientre durante más de un coito, pero recibir el generoso squirt de Ainara justo en la cara era algo extraordinario, escandaloso y, nunca mejor dicho, impactante.  Su pequeña princesita tenía oculto en su bajo vientre el micro aspersor más caudaloso que jamás había visto incluso tras su ir y venir por los más lujosos burdeles del país y varios del extranjero.  El primer chorro no sólo le cegó, sino que le empapó la barba de gelatina y los siguientes le llenaron la boca de un néctar ligeramente ácido, muy fluido y aromático que de inmediato tragó, pero fue el último el que, sobre todo, más avergonzó a la joven: viajó por el aire incluso por encima de la cabeza de su progenitor, cayendo hasta su espalda y mojando el suelo.

 

-          ¡Ay, Dios! -exclamó la ninfa tapándose la cara, muerta de vergüenza, con la respiración entrecortada y la cara ruborizada como las brasas.

El anfitrión miró asombrado la cantidad de flujo derramado por el piso y sobre él mismo. Su hija no dejaba de sorprenderle. Estaba firmemente convencido de que, conforme los encuentros sexuales se iban sucediendo, la cantidad de jugo expulsado del estrecho coñito de Ainara era mayor y eso lo volvía loco. Cada vez que veía esos chorritos en potencia saliendo disparados del interior de su hija, su polla se tensaba y clamaba por hundirse en ese pequeño hervidero acuoso de placer que ella poseía entre sus piernas.

 

-          Hoy… hoy ya no me ducho - dijo entre risas.

-          ¡Cállate, bobo! -protestó la otra fingiendo un enfado que no sentía.

-          ¿Bobo? ¡Te vas a enterar, jovencita! -dijo en tono amenazante incorporándose con el pene totalmente enhiesto.

 

De primeras la chica rió, aunque pronto cambió el semblante. La mirada de Mikel era de todo menos amistosa. Ainara se asustó, estaba irreconocible, jamás lo había visto así de excitado; sin duda los días sin follar le habían pasado factura: parecía otro. Todavía se alarmó más cuando, sin consensuarlo previamente, la colocó de rodillas sobre el banco del piano de cara al instrumento, invitándola a inclinarse hacia adelante, dejando de este modo expedito el camino hacia su culo. Al principio pensó que tal vez deseaba penetrarla vaginalmente en esa postura, ya lo habían hecho así varias veces. Enseguida notó presión en los albores de su esfínter, estaba muy claro lo que sucedería después y no le gustó demasiado. Aun así, las ganas de complacer le pudieron y, pese a estar muy nerviosa, se dispuso a someterse a los deseos de su maduro amante, conocedora de la predilección de su padre por gozar de las puertas traseras.

 

-          ¡Papi…! -murmuró en un tono muy débil mientras cerraba los puños intentando mal que bien relajar su ojete.

 

Sabía que la sodomía iba a dolerle, pero aun así no se resistió. Desde la celebración especial del día de su cumpleaños el sexo anal era algo recurrente, deseado y gozado por ambos, pero su cuerpo todavía presentaba secuelas de la paliza recibida y sin duda su trasero era una de las partes más dañadas. Su abuelo se había despachado a gusto con él.  Además, su papi solía estimularla previamente a la penetración lamiendo su ojete y embadurnándolo de forma generosa con lubricantes circunstancia que en ese momento no pasó. Estaba claro que, por primera vez, iba a encularla sin ningún tipo de aderezo ni anestesia.

 

En un rapto de generosidad y amor fue la propia Ainara la que, con la cara sobre las teclas para que su padre no se percatase de su sufrimiento, se separó los glúteos y suplicó:

-          ¡Métela papi! ¡Dame fuerte! Lo necesitas.

 

El buen juicio de Mikel estaba turbado por la lujuria. Su hija estaba en lo cierto, su polla necesitaba enterarse muy dentro de ella, deseaba su culo. Era evidente que tenía una gran fijación con ese agujerito, le había proporcionado varias tardes de intenso placer a su verga.

 

Por otra parte, sus razonamientos de lobo volvieron a tomar el mando. Fue solo un momento, tan solo un rapto de locura, pero lo suficiente intenso como para, en cierta forma, culpar a Ainara de lo sucedido por unos segundos. Si no hubiese sido tan cabezota, si le hubiera hecho caso, si no hubiese dirigido la palabra nunca más al desgraciado de Iban no se habrían enfadado y el hijo de puta de su abuelo no habría tenido la oportunidad ni excusa para darle una paliza. Debía castigarla y darle un escarmiento para que no se volviera a oponer a sus designios.

 

Cegado por estos oscuros pensamientos agarró su miembro y lo enfiló hacia la entrada trasera que su caprichosa princesita le estaba ofreciendo dispuesto a castigarla con extrema dureza. Le iba a dar una lección que jamás olvidaría, así aprendería a no desobedecerle jamás.

 

No pasó.

 

No pasó porque, justo antes de consumar la sodomía, recobró la cordura y el amor paterno se adueñó de él. Vio la realidad y no lo que su mente enferma le hacía creer: el mapa multicolor de cardenales que su niña tenía dibujado en la espalda, los severos moratones en sus nalgas y, sobre todo, el temblor en sus manos mientras separaba sus dañados glúteos por propia iniciativa y se dijo que el castigo no tenía razón de ser. Ainara no era más que una víctima, una víctima de su odioso abuelo, pero también suya, un ser sin escrúpulos capaz de cualquier cosa con tal de consumar su venganza. Ella era un ángel y él un demonio, ni más ni menos.

 

Ainara fue abriendo la boca de forma paulatina conforme su vagina se iba dilatando al paso del cipote que la llenaba. No esperaba ese giro en los acontecimientos y su coñito celebró el cambio con una intensa contracción y el correspondiente chupito de babas, tan caliente como copioso.

-          ¡Aghhhg! - chillo de puro gusto cuando la barra de carne comenzó a ir y venir en su interior a un ritmo pausado y profundo, rozando y dilatando su pared vaginal, elevándola en la escala de placer hasta el infinito y más allá.

-          ¿Te duele? ¿te hago daño?

-          ¡No!, ¡Sigue…, no pares!

-          Vale, pero si te duele… lo dejamos… ¿sí?

 

Ella no pudo articular palabra, se limitó a asentir. Notó las manos de su padre acariciándola tiernamente, como si temiese romperla. Ella le correspondió ronroneando y agradeciéndole la ternura recibida abriéndose un poco más de piernas. Decidió confiar en él y darle todo el control del coito cruzando las manos sobre su espalda. Sus pezones se tornaron pétreos cuando las manos del hombretón la inmovilizaron de esta forma sin dejar de follarla. Necesitaba correrse con ese majestuoso pene yendo y viniendo en su interior con total impunidad, necesitaba sentirse de él y de nadie más.

 

Mikel, una vez pasado el mal momento, se sintió pleno dentro de su hija. El dulce cuerpo de Ainara, con su juventud y lozanía, tenía efectos contrapuestos en el suyo. Era capaz de despertarle los deseos más lujuriosos y, al momento, los sentimientos más nobles como en ese preciso instante. Olvidó su propio placer y regaló a su niña un polvo pausado y cargado de calidez, amor y sensualidad. Múltiples caricias acompañaron a la cópula, así como palabras dulces y piropos sobre su cuerpo.  Comprobó, halagado, que ella volvía a temblar durante su ir y venir, pero esta vez la vibración se debía a la sucesión de orgasmos que iban sucediéndose en su pequeño cuerpo y no al temor por su integridad física. Sólo cuando notó que la vulva de la lolita literalmente babeaba flujo de manera casi constante se permitió el lujo de intensificar el ritmo, sin perder en ningún momento el control. A la hora de correrse lo hizo muy adentro, muy profundo y de forma sorprendentemente copiosa. Hasta conocer a Ainara tenía la creencia de que la corrida era más copiosa cuando el coito era más salvaje y no era así ni mucho menos. La cálida entraña de su princesita era capaz por sí sola y sin necesidad de posturas forzadas de exprimirle los testículos hasta dejárselos secos como pasas.

 

-          Creí que… ya sabes: ibas a… darme por detrás -le confesó la joven una vez terminadas las hostilidades mientras la llevaba en brazos en dirección hacia jacuzzi.

-          No era el momento. Soy un bruto, pero mejoro a ratos -repuso él dándole un piquito en los labios-. No estabas receptiva, te hubiese hecho mucho daño. Papá debe cuidar de su niña.

-          ¡Sí! - exclamó ella multiplicando los besos recibidos por cien-. ¡Qué bueno que te diste cuenta a tiempo, papi! Pero… ¿sabes una cosa?

-          Dime.

La lolita se colgó literalmente del cuello de su amante y le susurró al oído.

-          Que ahora… sí lo estoy…

-          ¡Joder, en verdad que quieres matarme! - rió él enfilando el nuevo rumbo hacia su cama.

-          ¡Tonto! -chilló ella ruborizándose de nuevo.

 

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