Capítulo 3. El lobo domesticado.
Mikel le dio dos toques a la
pantalla, para que su colega con el cual debatía cómo abordar el siguiente caso
pensase que lo hacía para ver la hora cuando en realidad lo hacía para ver la
foto de Ainara. Debía dar crédito a esas lesbianas amigas de su pequeña, se lo
curraban con las fotografías sobre el skate. Ainara hacía equilibrio sobre las
dos ruedas traseras, una ligera sonrisa se adivinaba en su rostro, era feliz.
Los rayos del atardecer de la playa se mezclaban con el ambiente de La Kantera.
Sobre la camiseta de Iron Maiden, del álbum de Senjutsu, reposaba una
estilizada “M” que colgaba de una cadena de oro, un poco más gruesa que la del
regalo inicial que la marcaba como suya. Un intenso cosquilleo recorrió su
espalda. No se cansaba de ver aquella foto, pero en ese preciso momento le
apetecía más ver otras, esas que se guardaban en su carpeta codificada de su iPhone
en las que su chica se mostraba bastante más atrevida y ligera de ropa.
– Mikel –le dijo Aitor, su socio y
lo más parecido a un amigo que tenía –. ¡Mikel!
¿Estás bien?
– Sí, ¿por qué preguntas?
– Porque estás sonriendo –apuntó el
otro perplejo –. Llevamos diez años trabajando juntos y es la primera vez que
te veo sonreír sin nada sórdido de por medio.
– Buen punto –suspiró–. Me estoy haciendo viejo.
Para el par de meses que llevaban
de relación, se podría decir que vivían en una especie de burbuja idílica.
Tenían varios encuentros tórridos a lo largo de la semana, sin falta cada
madrugada ambos se despertaban hambrientos del otro, se lo montaban con una
videollamada y no paraban hasta estar satisfechos. Su hija puso su mundo patas
arriba. Tal como señalaba su colega, esos últimos meses se sentía tranquilo, el
odio que anidaba dentro de él parecía haber dado una tregua. Consideró la
aterradora posibilidad de estar enamorado.
Claro que en su momento se enganchó
a Maite, su fragilidad y dulzura le parecían enternecedoras. Sentía una gran
necesidad de ella, pero con Ainara ese sentimiento se veía repotenciado. El
hastío que le provocaba el mundo se veía minimizado con la sonrisa de su niña
iluminando su día y, por qué no decirlo, con su sensual cuerpo entre las manos.
Mikel había decidido poner en orden
su vida, y en general todo el tiempo libre que tenía giraba alrededor de su
hija. Se sentía como un lobo acechando alrededor de ella. Procuró mejorar su
alimentación, aumentar un poco el tiempo en el gimnasio; su niña flipaba con su
estado físico y eso le encantaba. A Ainara le fascinaba jugar con su cabello, despeinándolo
y darle algún que otro tironcito en la barba solo por picarle.
Si bien muchos de sus encuentros
eran explosivos, cargados de esa ansia febril que les acompañaba desde el
primer polvo, también podían pasar horas haciendo el amor o simplemente desnudos
en la cama. Se sentía tan cómodo, tan en paz que no se molestaba en pensar en
su venganza. No quería hacer nada que perjudicara a su hija, por lo que, de
momento, aparcaba esa idea y disfrutaba del momento. Por primera vez en su vida
era consciente de que estaba procrastinando y, si bien eso no le inquietaba por
sí mismo, no era menos cierto que la mera posibilidad de perder lo que había
conseguido en esos meses le provocaba insomnio. Ganar o perder en un juicio era
algo que, como abogado, asumía. En cambio, con Ainara era diferente. Como padre
temía litigar y perder; se sentía débil, cosa que no le había sucedido jamás
Dio por finalizada la reunión, los
detalles estaban más que perfilados y ganar el caso en cuestión no sería más
que un mero trámite. Su móvil vibró con una notificación, seguida de otra, y
otra. Desbloqueó el teléfono, en el fondo de pantalla relucía una selfie de
ambos, él se salía de su estereotipo de tipo de traje y vestía unos vaqueros
con una camiseta blanca, acompañada de una chupa de cuero. Ella llevaba una
sudadera de Zelda con unos vaqueros entallados. El encuadre de la fotografía lo
ocultaba, la tenía cogida por el culo, ella reía y se la veía realmente
hermosa. Ese día, lo había convencido de
ir de paseo y subir el funicular de Artxanda, terminaron comiendo unas
hamburguesas, nunca sospechó que disfrutaría tanto con algo tan simple. El mero
hecho de salir en una cita sin pretender un final sexual se le hizo novedoso e
interesante. Por algún extraño motivo, quería hacer todo con ella.
Detrás de esa apariencia de chica
skater despreocupada se escondía una mente despierta y culta. Los intereses de
su hija eran tan contradictorios que oscilaban entre conocimientos sobre arte
gótico hasta el anime de moda. Bien podía escuchar Avicii o Iron Maiden a todo
volumen o perderse en las notas de Mozart. Todo confluía en esa pequeña mente
exótica que lo envolvía y removía toda su vida. Sabía perfectamente que ella
llevaba las riendas de la relación, él solo mandaba cuando ella se bajaba las bragas
y cada vez menos. Por increíble que pareciera, él tan duro, animal y dominante,
gozaba siendo el oso de peluche tamaño King de su pequeña. Y ella con esa
sonrisa traviesa, sabía que lo dominaba por completo. Ella era quien le
permitía ir al siguiente nivel, descarriarse y también la que le paraba los
pies, además de la polla. Rompió su retahíla para abrir el chat. Como sucedía
habitualmente los mensajes se agolpaban en su bandeja de entrada:
-
¿Estás ocupado?
Quiero
verte.
Es que las cosas en
casa están tensas.
Eneko está
intransigente.
Salí y me apetece
quedar.
No sé, ir a algún
sitio.
O lo que sea.
Oh.
¡Contesta, papi tonto!
Disculpa, debes estar
haciendo esas cosas aburridas de abogado
- ¡Hey! -escribió
él cortando la diatriba; su pequeña tendía a ser un manojo de ansiedad y tocaba
pararle los pies para que se tranquilizara-. Estoy en trabajo ¿Quieres venir?
-
¿Puedo?
- Tengo
que terminar unos documentos, pero podemos ir al cine a ver una de esas
películas raras que te gustan.
-
Las películas
frikis no son raras, es que tú no tienes buen criterio cinéfilo.
- Me
obligaste a ver cinco películas de un tornado de tiburones y cada una más
inverosímil que la anterior.
No
puedes decirme que tengo mal criterio.
Hay que
haber fumado algo muy raro o comer alguna seta exótica para imaginar algo así y
ya no digo hacer cinco películas sobre eso.
-
¡Y lo mejor es
que todavía no terminamos de ver toda la saga!
- ¡Mátame de una vez!
-
Dramático.
- Te enviaré la dirección, cuando llegues…
di que vienes a ver a tu papi.
-
¡Estás loco!
- Anda, obedece a papi.
-
Loco.
- Por ti.
Intercambiaron una serie de
mensajes más, puede que estuviese tentando un poco su suerte, o no.
Técnicamente no había mentira en esa declaración. Ella era su hija. Ciertamente
Mikel había perdido el buen juicio cuando se trataba de Ainara, era peor que un
adolescente, aunque sin su polución nocturna ni la cara cubierta de acné.
Le inquietaba un poco la naturaleza
filial de su relación, no por quebrantar los cánones morales que tanto
aborrecía, sino por la reacción de su ángel, ¿Lo consideraría un monstruo al
enterarse de la verdad? No podía ocultarle eternamente el hecho de que por sus
venas corría la misma sangre. De momento dejaba esa opción en mora, luego se
ocuparía de resolver ese determinante asunto, el segundo por el que estaba
procrastinando, algo impropio de él.
-
María, dentro de un rato vendrá una chica. Le haces
pasar sin dilatación.
-
¿Una clienta?
-
No.
-
¿Una de sus… amigas?
-
No. Te pago para que hagas lo que te ordeno, no para
ser cotilla.
-
Disculpe señor. No quería importunarle.
-
Pues lo has hecho. Que no se vuelva a repetir o te
largarás a casa y no volverás más, ¿entendido?
-
Por … por supuesto, señor Echeverría.
La secretaria se volteó de
inmediato. Tras varios años en el puesto su jefe no había conseguido empatizar
con ella. La trataba basura como el primer día o incluso peor. Temblando,
recogió unos cuantos pañuelos de papel de su escritorio.
-
Si vas a llorar hazlo en el baño. Espanta a los
clientes. Aquí se viene llorada de casa, ya deberías saberlo María.
Mikel seguía siendo el ser
despreciable de siempre con todo el mundo a excepción de Ainara. Podría decirse
que, en su ámbito privado, iba rumbo a convertirse en un osito mimoso, un
auténtico desastre si llegaba a saberse públicamente. Los buenos abogados o
carecen de sentimientos o simplemente no lo son.
Ainara lo sacaba de su zona de
confort. Le encantaba tener a su pequeña sentada en su regazo besándola
suavemente, acariciando su cuerpo desnudo. Mientras jugueteaba con sus
minúsculos pezones, la escuchaba hablar de sus devaneos diarios, de sus amigos,
de sus asuntos del instituto. Cada tanto
se tensaba un poco al escucharle nombrar al picha floja de Iban, pero lo disimulaba
lo mejor posible. Una calidez que nunca experimentó se adueñaba de él siempre
que la tenía cerca, era como si se sintiese ¿Feliz?
Ainara quedó perpleja al ver el
edificio donde se hallaba el despacho de Mikel, era tan pijo como él. Soltó una
risita nerviosa, en parte se sentía incómoda por su vestimenta y, acostumbrada
a las Converse, los zapatos la estaban matando. Su intención era provocar al
estirado abogado, pero los tacones no eran lo suyo. Se sintió incómoda durante
el trayecto donde el taxista no dejaba de lanzar miradas furtivas a sus
esbeltas piernas. La falda era tan corta que se le subía bastante por encima de
las rodillas en esa postura. Probablemente el pakistaní quería verle las
braguitas y precisamente ese era el problema: que ni abriéndose de piernas de
par en par, como le gustaba a Mikel, el extranjero podría haber observado
prenda alguna debajo de la minifalda. Con tal de olvidar sus problemas en casa
Ainara estaba dispuesta a todo.
No fueron pocos los hombres y
alguna que otra mujer los que la desnudaron con la mirada a medida que caminaba
por el bufete. La ropa era tan ceñida que poco o nada dejaba a la imaginación
del observador con respecto a su atractiva figura. La ansiedad comenzó a hacer mella,
contrarrestando el valor con el cual salió de casa escapando de las garras del
tirano de su abuelo. Mientras más la oprimía, más se rebelaba; contar con el
apoyo de Mikel la insuflaba un valor que hasta ese momento desconocía poseer,
aunque en ese preciso momento le temblaban las piernas.
-
Tú debes ser la chica que está esperando el señor
Echeverría -le dijo una mujer con las escleróticas enrojecidas.
A pesar de no ser ya una jovencita
se adivinaba debajo de su vestimenta opaca una figura bastante agraciada y sus
carnosos labios minaron la autoestima de la joven. Recordó todas esas historias
eróticas que devoraba en las que jefe y secretaria tenían una historia
romántica y tórrida. Le costó un mundo vencer su instinto, ese que le decía que
no era buena idea estar allí, que no encajaba en aquel lugar. Aun así, la joven
hizo de tripas corazón y, con un hilito de voz y mucha vergüenza, se dirigió a
ella cumpliendo el descerebrado requerimiento de su amante:
-
Sí. Dígale que su… su… su princesa ya llegó -poco menos
que balbuceó con las mejillas encendidas.
Ainara tenía mucho genio, llevaba
el ser rebelde y decidida en los genes, salvo en las pocas ocasiones en las que
se sentía superada por los acontecimientos su manera de actuar se asemejaba más
a la de su apocada y prudente mamá.
-
Por supuesto. Sígame.
El señor Echeverría la está esperando.
Siguiendo a la rubia y sus
hipnóticas caderas tuvo que reconocer que la secretaria de su padre, más allá
de su actitud neutra y su vestimenta austera, tenía bastante atractivo. Sintió el azote de los celos. Posiblemente
esa zorra habría intentado bajarle los pantalones a su papi más de una vez. Se
la imaginó arrodillada entre las piernas de su amado y, de repente, quiso
arrancarle su melena teñida poco menos que a mordiscos: Mikel Echeverría era
enteramente suyo.
A Mikel casi se le cayó la quijada
al ver a la muñequita de pie al lado del escritorio de su secretaria a través
de la cristalera de su despacho. El rubor prendía su nívea piel. Llevaba un
vestido corto de aire veraniego con una tonalidad glauca a juego con sus ojos,
abotonado en su escote a la vez que entallado en la parte de arriba, ensalzando
de esta forma el seseante perfil de sus senos y su vientre plano. La parte de
la falda era más laxa lo que dejaba a la vista sus suculentos muslos
seductoramente por encima de las rodillas Completaba
su vestimenta turbadora con unos zapatos con tacón no muy excesivo, aunque lo
suficientemente pronunciado como para alzar su culito de una forma adorable.
Ni qué decir tiene que a Mikel su
hija le volvía loco aun vestida con un saco de patatas, pero tenía que
reconocer que ese cambio de look le resultaba muy favorecedor. Jamás lo
reconocería en público, Ainara era capaz de castigarle sin follar una semana si
se atrevía a criticar su forma habitual de vestir. Su excitación se vino abajo
al notarla incómoda al verla caminar. No
pudo esperar más y salió a su encuentro.
-
Kaixo… -dijo ella muy bajito.
-
Princesa -se acercó arropándola entre sus brazos. El
corazón le latía como el de un pequeño cervatillo asustado, pese a ello tiró de
experiencia en los juicios y disimuló sus sentimientos.
-
Buenas tardes, papi -logró decir más segura. Estar
entre sus brazos le infundía paz.
-
María, ella es mi hija; Ainara -comentó el maduro
cogiéndola de la cintura-. Si alguien nos molesta estás despedida.
La secretaria, tras la reprimenda
anterior, ni siquiera se le ocurrió respirar. La puerta del despacho del
letrado se cerró sin esperar respuesta y tras ella las cortinas interiores se
corrieron incomunicando a la dispar pareja del mundo exterior. Instantes
después y tras quitarse los zapatos torturadores Ainara observaba los detalles
del despacho de su amante mucho más entera. Poco a poco iba recobrando esa
seguridad intrínseca que la caracterizaba.
-
¿No te parece raro decir que eres mi padre?
-
Para nada. Y no estoy diciendo algo fuera de lo que
somos. Te dije que sería tu papi.
-
Ya… pero eres un padre muy raro… un papi que se folla a
su hijita…
-
¿Te disgusta esa idea?
-
No realmente -se encogió de hombros-. Sabes lo que
pienso de esas cosas moralistas. ¿No te acarreará problemas ir diciendo esa
mentira por ahí?
-
Soy abogado, la mentira es mi medio de vida. Además, no
me importa -la miró con un brillo extraño en su mirada, puede que esperanza-.
Eres mi hija y quiero que eso quede bien claro a cualquiera que quiera acercarse
a la luz que irradias -dijo confesándose sin hacerlo realmente.
-
¡Qué tonto eres!
-
Tonto me he quedado nada más verte.
-
¿Te gusta? Pensé que te apetecería verme con algo más…
ajustado -preguntó pícara sacando la lengua-. Se lo he pedido a Eva, a ella le
van más estas cosas pijas.
-
Te ves muy guapa de pija. Pero siempre te ves guapa. No
quiero que cambies para complacerme, la chica que me gusta es la de sudaderas
frikis y de bandas de rock, con sus vaqueros rasgados y esas horribles
Converse.
-
Mis Converse no tienen nada que envidiarles a tus
zapatos italianos, gracias. Eres tan pijo que seguro que meas Dior -soltó ella
para provocarle.
-
Tú sabrás, eres tú la que se mete mi pito en la boca,
no yo….
-
¡Guarro!
-
Lo sé y te encanta que lo sea -se acercó a ella por
detrás abrazándola, sus manos de pulpo se desviaron hacia la curva de sus
caderas y la otra comenzó a desabrocharle los botones en busca de sus tetitas
-. Eres mi princesita consentida. Me
gusta todo lo que te pones y te quitas para mí.
-
Compórtate papi, estamos en tu despacho -le regañó ella
sin hacer mención alguna de apartarle las manos de su cuerpo.
-
Tranquila, está insonorizado, un pequeño gesto de
discreción para con mis clientes. Beneficioso en este momento, odio que te
contengas.
-
Soy demasiado escandalosa. Tú también -bromeó dejándose
hacer, entornando los ojos al sentir las yemas de los dedos de su amante juguetear
con sus pezones-. Parecemos dos animales gruñendo y jadeando cuando… ya sabes.
-
¿Todavía te da vergüenza decirlo?
-
¿Hacemos el amor?
-
Más bien follamos como conejos.
-
Así me gusta papi, romántico hasta la médula - rió.
-
Me encanta que mi mujercita grite para mí y que te
corras diciendo “Papi” -murmuró mordiendo suavemente su lóbulo mientras buceaba
bajo el escote adolescente.
-
Papi guarro.
-
Nunca lo he negado, pequeña. Soy tu Papi guarro.
Ainara le dio un suave empujoncito
para apartarlo, cogió su mano entre sus delicadas manitas arrastrándolo frente
al sofá de cuero que se hallaba en una de las esquinas del despacho. Sobre el que solía compartir una que otra
copa con algunos clientes, aunque la mente posesiva de la joven lo imaginó como
cómplice mudo de los escarceos sexuales entre su hombre y su voluptuosa
secretaria. Desechó la idea de
utilizarlo, no quería ser segundo plato de nadie.
-
¡Oh… esa mirada…! - Mikel sufría una especie de
combustión espontánea cuando ella lo miraba así -. Creo que esa cabecita está
maquinando algo.
-
Siempre hablando de más, abogado…
-
No hay más preguntas, señoría.
Pensó que su pequeña amazona no
tardaría en montarlo como solía. Se equivocó ya que, cuando él hizo ademán de
sentarse ella se lo impidió. Se sintió algo decepcionado, más la opción le
resultó igual de apetecible.
-
Tu niña tiene ganas de ser mala… -susurró la joven.
Sus rodillas descansaron en la
mullida y suave alfombra, justo en medio de las piernas de adulto. Sus ágiles
manos manejaron con soltura el cinturón, ya desde su primer encuentro sexual en
el coche había demostrado bastante habilidad en el asunto de bucear en esa
bragueta. A ella también le gustaba
desnudarlo y recrearse la vista. Las puntas de sus dedos se pasearon sobre la
tela que aprisionaba a su juguete favorito. Le dio una lamida sobre la tela,
provocando al maduro, a Mikel no le iba bien contenerse y menos cuando ella le
daba una mamada. Follar su boca era un vicio para ambos.
Con esas manitas delicadas y un
poco de su colaboración le bajó los pantalones, se deshizo de los zapatos y lo
instó a quitarlos del todo; todavía no estaba muy convencida de que nadie iba a
interrumpirlos. Mikel la miraba
extasiado, no tenía muy claro de qué iba su pequeña, pero decidió seguirle la
corriente. Ainara tenía una mente muy activa e imaginativa, seguro que todo
aquello iba a tener un final feliz para él… de un modo u otro.
Con su polla erguida cual asta, le
costaba lo propio no follar su tierna boca. Pero sabía que ella estaba un poco
incómoda con la vestimenta así que optaría por ser un buen padre y dejarla
hacer.
-
Tú déjame a mí, ¿vale?
-
¿Qué tienes en mente diablilla?
-
Calla… me rompes la concentración. Y como me interrumpas
no meterás tu pajarito en mi culo por una semana -le amenazó.
El tipo obedeció, sabía que la
joven era de armas tomar. Cumplía siempre sus amenazas y a él no le gustaba esa
perspectiva.
-
Vale… tú mandas, princesa. Soy todo tuyo.
-
Eso es evidente -soltó una risita.
Ainara cogió el mástil con una de
sus manos, desde la misma base. Ya tenía la suficiente práctica como para saber
que lo aconsejable era comenzar a masturbarlo con suavidad cuando se lo
introducía en la boca. De rodillas, su lengua jugaba con la punta del miembro
viril, recogiendo las gotitas del pre seminal que brotaban de la punta.
Apretaba lo justo para sentir las venas del ariete, el pulso del hombre en las
yemas de sus dedos. Introdujo en su boquita poco más de la mitad de su polla, y
dio marcha atrás.
-
¡Eh! - protestó él al sentirse desatendido.
-
¡Cállate de una vez! Tú aquí no tienes ni voz ni voto.
Esto es algo entre ella y yo.
-
¡Uff! Me rindo. Haz lo que te dé la gana.
Ella rió antes de atender a su
objetivo, nuevamente comenzó a lamer, pero más abajo… un gruñido emergió de la
boca del abogado cuando introdujo en su boca uno de sus huevos y comenzó a
chuparlo con maestría. A Mikel la perspectiva cenital se le hizo muy erótica. Ainara,
entregada a la causa, parecía la mar de a gusto succionando uno y otro de sus
testículos de forma alternativa.
-
Con estos amiguitos también tengo algo pendiente… -
sentenció.
A Mikel se le escaparon varios
gemidos mientras la traviesa lengua de su hija iba y venía a lo largo de su
escroto. A fuerza de practicar había mejorado mucho desde la primera mamada en
el hotel. Ante todo, le maravillaba su afán por aprender y las ganas que le
ponía a todo, especialmente a lo relativo al sexo. En poco tiempo sus bonitas
bolas presentaban un aspecto aseado, saludable y brillante. Ainara siguió
arrodillada como una perrita y, con el miembro viril de su papi en la boca, intercambió
con él una mirada pícara, cargada de malicia.
-
¿Qué?
-
¡Date la vuelta! - Chilló la joven dejando de atender
la barra de carne que le dio la vida.
-
¿Pe… pero cómo?
-
Date la vuelta, papi.
-
¿Para qué?
-
Quiero probar algo.
La luz se hizo de repente en la
sobrepasada mente de adulto. Recordó la última conversación mantenida con su
hija tras su último polvo a cerca de ciertas prácticas sexuales algo exóticas;
sórdidas para algunos, adictivas para otros.
-
¿No pretenderás…?
-
¡Sí! Quiero hacerlo yo también. Si tú puedes y no te da
asco, yo igual.
Mikel intentó elaborar sobre la
marcha la mejor estrategia de defensa posible, aunque por el fulgor que
desprendía la mirada de la adolescente sabía que era del todo inútil. Cuando
Ainara se proponía algo, se hacía.
-
Por favor, ten cuidado.
-
¡Venga, gírate papi! -protestó la ninfa haciendo unos
divertidos e infantiloides pucheros.
Con más miedo que vergüenza el
prestigioso abogado se plegó a las exigencias de su niña y, tras adoptar la
postura requerida, puso el trasero a su disposición. La primera lamida en su
esfínter pudo considerarse un asalto en toda regla, quedó descolocado por
completo. Iba a comentar algo, pero le fue imposible ante la segunda arremetida
por parte de la lengua de su niña, infinitamente más intensa que la primera.
Una serie de emociones contradictorias lo agolparon. A pesar del amplio
espectro de sus devaneos sexuales era la primera vez que le comían el culo.
Su hija no se cortaba y por más que
sintiera un poco vulnerada su hombría un gruñido de satisfacción emergió de su
interior. La lengua punteaba con el esfínter, amenazando con traspasarlo. Ella
agradeció la pulcritud de aseo del abogado, aunque no se hubiera amedrentado de
no haber estado tan aseado; tenía la férrea decisión de meter la lengua en el
orto de su amado sí o sí.
-
Veo que te gusta papi -musitó con un aire aniñado
cuando los gemidos de Mikel comenzaron a alcanzar un volumen considerable.
A la joven le encantó verlo tan
azorado, incluso sonrojado por su ataque. Cuando el agujerito estuvo lo
suficientemente lubricado puso en marcha la segunda fase de su plan.
-
Ten cuidado -murmuró el flamante abogado cuando sintió
el húmedo apéndice dentro de sí.
-
Tranquilo, papi -apuntó ella una vez su curiosidad y
lujuria fueron satisfechas-. Seré buena.
Mientras su manita le regalaba una
suave paja a la polla de su papá se chupó el dedo índice. Las alarmas del letrado
se encendieron cuando Ainara escupió en el agujero como él solía hacer en la
situación inversa. No podía verlo, pero estaba seguro de que su cara presentaba
de nuevo la sonrisa de viciosa que ponía cuando le ofrecía su propio trasero
para que él la enculase. Su sospecha se vio confirmada de nuevo, cuando su hija
se arrodilló de nuevo frente a él
-
Niña mala ¿En qué estás pensando? -jadeó él.
-
Cállate y disfruta - ordenó la adolescente deslizando
su mano diestra en dirección a la puerta trasera del adulto.
-
No te atrevas
-
No seas quejica, según el artículo que leí en internet
por ahí está tu punto g…
-
A… Ainara ¿Qué… -sus palabras se vieron sofocadas al sentir la
invasión en su agujero y la boca de su pequeña succionando su polla.
Mikel era un hombre, un hombre de
pelo en pecho y jugar con su culo no entraba dentro de su espectro del placer.
No obstante, al sentir el dedito de su niña profanando su esfínter dejó de lado
todos sus prejuicios y se dejó hacer, disfrutando de la mejor mamada que
alguien le hubiese dado.
Los gruñidos que emergían del
maduro entusiasmaron a Ainara, sabía que él disfrutaría tanto como ella de esa
estimulación poco convencional. Movió el dedo buscando presionar el punto de
placer del letrado quien, por arte de magia, ya había dejado sus protestas y se
había abandonado a la lujuria del momento.
El delicado y largo dedo de la niña
no se cortó a la hora de estimular el ano masculino, se movía de aquí para allá
libremente dentro del intestino. A Mikel se le escapó un intenso suspiro tras
una arremetida sensiblemente más intensa que las demás. Había metido sus dedos
en tantos culos que estar al otro lado del charco seguía pareciéndole inaudito.
Acostumbrado a llevar las riendas durante el acto sexual nunca hubiese
permitido esa invasión por parte de su compañera de cama, ni siquiera de Maite,
pero era su niña la que lo dominaba. Lo que en principio iba a ser solo un
polvo vengativo lo tenía totalmente extasiado.
-
Te gusta, ¿eh? -preguntó ella con sorna sin dejar de
percutir con su dedito.
-
Pequeña diablilla. –Gruñó descolocado.
-
¿No se supone que soy tu angelito? -rió ella relamiéndose
de gusto por los primeros líquidos seminales que ya se mezclaban con sus babas
-
Como uses tu boca para otra cosa que no sea chupar
tendrás un castigo jovencita - ladró él con la voz ronca
-
Di que eres mío si quieres que continúe -le instó
retorciendo el dedo en su interior.
-
¡Ahgg! ¡Joder!
-
¡Dilo!
-
Soy tuyo Ainara.
-
Me perteneces, papi. Soy la mejor de todas, muchas
podrán haber tenido tu polla, pero ahora es mía y solo mía.
-
Si… eso no está en discusión.
-
Vale
Tras quedar satisfecha retomó su
ataque, su boca devoró cada centímetro de la verga sin concesiones. Meterla hasta
el fondo aún le provocaba alguna que otra molestia, pero su determinación era
firme: no se iba a detener ni, aunque le sobreviniese una traicionera arcada.
Vomitaría todo lo ingerido ese día si llegaba el caso, nada ni nadie iba a
impedir que la leche tibia de su amante terminase en su estómago en un futuro
muy muy próximo. Cuando estaba varios días sin probarla la echaba de menos y su
sabor y textura la volvían loca.
Mikel posó una de sus grandes manos
sobre la cabecita de su niña solo para acariciarle el cabello. Su hija había
entrado en modo posesivo y, por lo visto, necesitaba marcar territorio y eso se
estaba traduciendo en una mamada antológica: lúbrica, salvaje…, casi obscena.
La inquietante maniobra de Ainara en su orto lo tenía al borde de la locura.
Lejos de provocarle dolor elevaba a la enésima potencia las agradables
sensaciones que le reportaba su verga.
Mikel era un animal vestido de traje de Armani, los sonidos guturales no
dejaban de salir de su garganta.
-
¡Sale! -logró articular a duras penas-. ¡Joder!
La leche salió a borbotones, y
Ainara, preparada tras el aviso, la recogió toda en su boca como una niña
buena. Tensó su cuerpo, se estremeció, inclusive alguna que otra lágrima
involuntaria brotó de sus ojitos verdes, pero no dejó que ni una gota de néctar
masculino se escapase y cayese en el piso. Aguantó como una jabata durante toda
la descarga mientras los chorros de lefa chocaban contra su paladar. Al
separarse del miembro, una apenas imperceptible hebra de semen lo unía a sus
labios. Viciosa y sensual, todavía de rodillas y vestida como una pija miró a
su papá fijamente, esperando una orden que sin duda iba a llegar.
-
Eres increíble, mi vida. ¿La tienes toda?
Ella asintió.
-
Muéstrala.
Ainara abrió la boca para que él
viera la descarga acumulada. Imitando a las protagonistas de las historias que
leía comenzó a juguetear con su lengua. Lo que en otro tiempo le hubiese
parecido asqueroso le encharcó la vulva. Mikel la miraba como si fuese una
marciana y eso le llenaba de satisfacción y lujuria.
-
Eso es peque… traga la leche de papi -ordenó medio
desfallecido.
Con una gran sonrisa ella atendió
el mandato sin que se derramase ni una gota. Antes de que el letrado protestara
retiró el dedo profanador. Mikel hizo un gesto contrariado, realmente había
disfrutado con él dentro.
-
Me vas a volver loco -sentenció derrumbándose sobre el
sofá, acogiéndola en su regazo. Odiaba cuando alguna tela se interponía entre
ellos.
-
Compórtate papi -le dio un suave manotazo cuando
intentó meter la mano en busca de unas inexistentes braguitas encharcadas-.
Sino no llegaremos a la función.
-
Podemos ver la película otro día, quiero follarte en mi
escritorio. Quiero tu olor en él y así mientras esté trabajando, recordar cómo
te hice mía en este sitio.
-
No, hasta esta semana estará en salas. Así que serás un
buen papi y me llevarás al cine -soltó un gritito cuándo por fin él logró
meterle los dedos y darse cuenta de que iba sin nada debajo-. Lo del escritorio
lo anotaremos en la lista de pendientes -apuntó ruborizada.
-
¿Por qué no llevas bragas? -expresó con la voz ronca de
deseo.
-
Porque se me marcaban en el vestido -mintió, la verdad
es que esperaba un poco de acción en el cine.
-
Jovencita, esas piernas se mantendrán cerradas a menos
que yo te toque. Si alguien ve tu tesoro correrá sangre –dijo en tono
amenazante que ella tomó como broma y él no.
-
¡Papi tonto!
A pesar de sus reticencias, Mikel
logró sobar un poco a Ainara antes de abandonar su despacho y de paso
deleitarse con sus dulces labios. El sabor de su leche en la boca de su hija
tenía un punto inquietante que no impidió que la disfrutase como siempre.
Tampoco hasta ese momento había probado su propio esperma y no dudaba que
aquella diablilla, con su debilidad por los relatos calientes, se lo pediría
tarde o temprano. Su hija lo sacaba
constantemente fuera de su zona de confort. Con ella todo oscilaba entre lo
morboso y lo tierno. Tras adecentar su vestimenta, recomponer los peinados y
comprobar que ninguna mancha delatase lo ocurrido en el despacho los tortolitos
se dispusieron a seguir disfrutando del poco tiempo que disponían para estar
juntos.
En cuanto salieron del despacho en
dirección al ascensor la insistente secretaria les abordó.
-
Jefe, disculpe. Necesito que firme esto.
-
Ahora no tengo tiempo María. Mi hija y yo tenemos que
irnos…
Ainara notó cómo a la bella mujer
le temblaban las manos pese al tono conciliador y extrañamente amable utilizado
por él. Se la veía visiblemente intimidada por su jefe, pero aun así les había
interrumpido por lo que intuyó que el asunto era importante.
-
Parece importante, papi. Te espero junto al ascensor,
¿vale? -Ainara le lanzó una mirada condescendiente a la secretaria antes de
dirigirse hacia los elevadores contoneando el culito.
-
Espero que esto realmente no pueda esperar porque… -murmuró
él.
-
Es por el asunto de la duquesa…
-
¿La duquesa? ¿ya lo tienes todo listo? ¿Ella los ha
firmado?
-
Sí. Sí señor.
-
¡Estupendo! Déjame ver. Supongo que el notario…
-
Ya los ha revisado.
-
¿Y mi socio?
-
También. Las firmas están legitimadas, todo está
correcto. Sólo falta su firma y enviarle una copia a la administradora de la
duquesa y al bufete del señor Axpe para que el cambio de asistente legal sea un
hecho. La cuenta es suya, enhorabuena.
-
Ha sido cosa de todos. Muchas gracias, María.
Fiel a su costumbre el eficiente
abogado no estampaba su firma en ningún documento que no hubiese leído y
analizado por completo. Era concienzudo, implacable y desconfiado con todo el
mundo a excepción de con Ainara que lo tenía totalmente obnubilado.
La secretaria esperó pacientemente
a que él terminase. No cabía de su
asombro ante el cambio de actitud de su jefe, posiblemente había sido la
primera vez desde que lo conocía en la que compartía su éxito ya no sólo con el
resto de sus empleados sino simplemente con alguno de sus socios. No pudo por
menos fijarse en la atractiva jovencita que mordisqueaba su colgante junto al
ascensor, posiblemente la artífice del cambio. Realmente era preciosa. La forma
con la que Mikel la miraba mientras salían del despacho era una muestra
evidente de que el señor Echeverría tenía un punto blando. Al principio le
había parecido una más de sus conquistas, pero estaba claro que les unía otro
vínculo mucho más fuerte, posiblemente filial. Les encontró cierto parecido más
allá de los ojos y pensó que, tal vez, aquella hija perdida fuese lo que el
hombre necesitaba para dejar de comportarse como el ser más despreciable del
universo y convertirse en una persona normal.
Mientras esperaba Ainara seguía
paladeando el regusto de la simiente del adulto entre sus labios. Recordaba la
increíble sensación de atrapar su testículo entre los dientes y la forma
violenta con la que la polla había vertido todo su néctar en la entrada de su
garganta. Instintivamente cerró un poco
más las piernas e intentó pensar en otra cosa, notaba cómo su vulva se iba
reblandeciendo por momentos. Si seguía pensando en cosas sucias tendría que
aliviarse con su papá en el parking del edificio y no llegarían a tiempo al
cine.
-
Hola guapa, ¿necesitas ayuda? ¿buscas a alguien? -preguntó
una voz sacándola de la nube mientras una mano presionaba su hombro.
Ainara retrocedió instintivamente,
desde hacía unos días ella no toleraba el contacto físico masculino, solo el de
él. Mikel era un tipo lógico, de esos en los que la mente siempre va por
delante de sus exiguos sentimientos o mejor dicho de sus bajas pasiones. Sin
embargo, cualquier presencia masculina cerca de su hija le trastocaba los
sentidos. Ella lo sabía y guardaba las distancias con los hombres. Sin duda su problema era peor que con Maite,
su sentido de pertenencia con su hija le tenía la psique un tanto perturbada.
A menudo Mikel recordaba aquellos
años en los que le embargaron unos sentimientos algo parecidos, aunque sin la
misma intensidad. Maite era una llama constante, Ainara era una hoguera. Su
fuego, su pasión, su dulzura, su amor. Su hija tenía la mezcla perfecta, tenía
un genio endiablado y a la vez esa vertiente mimosa que a él le encantaba y que
solo salía a relucir a su lado. Esos ojitos verdes como aceitunas brillaban
emocionados cada vez que entraban en modo romántico y, por primera vez,
disfrutaba de ser un verdadero caballero en lugar de un viejo lobo y cortejarla
como si fuera un adolescente. Jamás admitiría que ella le obligaba a leer sus
estúpidos libros románticos y mucho menos que hasta les estaba cogiendo el
gustillo. Poder hablar de las cosas que le gustaban a su niña lo hacía sentir
feliz, en paz con el mundo y, lo que era mucho más importante, consigo mismo.
-
¿Me dejas invitarte algo?
-
Yo…
Ainara no lo vio venir, pero sí
pudo notar la mancha difusa que se abalanzó sobre ese abogado atrevido. Mikel
acorraló a su compañero contra la pared. Tomando por sorpresa a todos los
espectadores.
-
Te prohíbo que la veas -ladró perdiendo la compostura,
la vena de su sien se marcó. No permitiría que esas asquerosas manos tocaran a
su princesa. El único hijo de puta que podía de tocarla era él.
-
Mi…Mikel ¿Qué te pasa? Es solo una chica… -soltó una
risa nerviosa-. No sería la primera vez que compartimos una becaria...
-
No es una becaria, es mi hija, cabrón de mierda
-gruñó-. A mí niña nadie la ve de esa manera y se va de libre.
-
¿Tienes… tienes una hija? -exclamó asustado.
-
Mi vida privada no es tu asunto.
-
Papi suéltalo -le pidió Ainara, actuando como una niña
tan buena queriendo evitar un conflicto.
-
Te estaba mirando las piernas. Te comía con la mirada
el escote.
-
Si, lo sé, pero no puedes evitar que un hombre
cualquiera me mire de esa manera. Atraigo miradas de viejos verdes todo el
tiempo.
-
Última vez que usas un vestido tan corto jovencita.
-
Papi… vamos suéltalo.
-
Es…escucha a tu hija, Mikel.
-
¡Papá! ¡Suéltalo! -ordenó Ainara. Mikel la miró un
tanto perplejo, era la primera vez que se refería a él de esa forma.
Más de uno se había congregado como
insectos alrededor para ver la particular escena donde el imponente hombre
zarandeaba a su desgarbado asociado y la pequeña ninfa enfurruñada le hablaba
como nunca nadie se atrevería con el jefe. Era más que evidente que no iban de
farol, nadie estaría así de loco para hablarle en ese tono al gran Mikel
Echeverría sin terminar devorado por el lobo.
-
Joder, picapleitos tenías que ser -le riñó enfadada. No
era la primera vez que notaba esas actitudes de parte del abogado y aunque la
mayoría del tiempo se le hacía enternecedor, sabía que tenía que evitar que la
cagara-. Van dos de tres, suéltalo o me voy a enfadar y conoces las
consecuencias.
-
Estás de suerte, Aitor -a pesar de sus reticencias no
quería disgustar a Ainara, no le importó quedar como el mandando de esa
adolescente-. Como te pille cerca de mi niña y no la trates con el respeto que
se merece, estás acabado -gruñó antes de soltarlo.
-
¡Psicópata! -Murmuró ella visiblemente molesta por la
escenita.
La joven se retiró de la cara un
mechón rebelde para luego bajarse un poquito la falda y dirigirse de nuevo a su
otro interlocutor de forma resuelta:
-
Mucho gusto. Ya que nadie es tan amable de presentarme
como lo haría una persona civilizada lo haré yo: soy Ainara -se presentó
tendiéndole la mano-, la hija del matón aquí presente.
Mikel iba a protestar por la impertinencia,
pero al verla enfadada decidió guardarse su enojo, preferiblemente para
follarla contra alguna pared en cuanto tuviese ocasión.
-
Disculpa a mi papi, no lleva bien que sea una chica
guapa y que pervertidos como tú suelten las babas por mí. Es igual de
pervertido o incluso más así que sabe lo que un hombre piensa de mí nada más
verme -sentenció en aire burlón con la clara intención de chichar a su celoso amante.
-
Yo… perdón… no sabía que Mikel tuviese una hija tan…
tan bonita - repuso el otro recomponiéndose el nudo de la corbata. Después le
dio un rápido apretón de manos a Ainara, apenas rozando la suave piel; no
quería enfadar más a su socio. Discúlpame jovencita, no era mi intención hacer
que te sintieras incómoda. Ha sido un malentendido, creí que eras otra persona.
Por favor, acepta mis más sinceras disculpas.
-
Gracias. Disculpas aceptadas. No pasa nada. - repuso
ella con la mejor y más falsa de sus sonrisas.
En realidad, nada le apetecía más
que Mikel le cruzase la cara a aquel gilipollas. Pensaba en la multitud de
chicas recién licenciadas que habrían tenido que aguantar a babosos como aquel
para simplemente realizar prácticas no remuneradas en el prestigioso bufete de
su amante.
-
Aunque -prosiguió el acosador queriendo hacerse el
simpático-, ahora que lo dices… tienes los mismos ojos que él, aunque sin
ojeras.
-
Ya, muy gracioso -intervino Mikel.
El apunte del imbécil logró ponerlo
más nervioso; no era el lugar, ni el momento para que esas ideas se colaran en
la mente de Ainara. Decidió que, por una vez y sin que sirviera de precedente,
era mejor plegar velas y largarse de ahí cuanto antes.
-
Vamos, que no llegamos al cine - gruñó posando su mano
sobre el hombro de ella, conduciéndola a la salida rápidamente.
En cuanto la desigual pareja
abandonó el bufete se formaron los corrillos habituales de cuando algo
extraordinario ha ocurrido.
-
Te juro que si no lo veo con mis propios ojos no lo
creo -soltó uno de los abogados no asociados-. Mira tú que cojones los de esa
cría para hablarle así.
-
Al parecer el señor Echeverría tiene un lado que no
conocemos -rió alguien nervioso-. Sin duda es su hija, hace de él lo que
quiere. Lo he visto en otras ocasiones con un temperamento menos intenso y era
implacable. ¡El lobo ha sido domesticado por una chiquilla! ¡Increíble!
-
Como el jefe os escuche diciendo algo así, estaréis
despedidos antes de que suspiréis. ¡Volved al trabajo! -ordenó Aitor, el socio
zarandeado-. ¡Ah! María… estoy esperando a la nueva becaria. En cuanto llegue
la hace pasar a mi despacho y que nadie nos moleste en… un par de horas, ¿de
acuerdo?
-
Por supuesto, señor Hernández.
Ainara estaba molesta. Pensó en no
dirigirle la palabra a Mikel en toda la tarde, luego lo pensó mejor: no era
cuestión que por culpa de un baboso echasen a perder el poco tiempo que tenían
para estar juntos. Enseguida volvió a mostrarse cariñosa y él le correspondió
de igual modo.
-
Te he comprado algo…
-
Pero… ¿por qué? Ya hemos hablado de esto. Al viejo casi
le da algo cuando me vio con el colgante. Apenas me da dinero el muy tacaño, no
podré justificarlo…
-
Tranquila. No se trata de nada de eso. Está ahí, en el
asiento de atrás. Si no te gustan pues las devuelvo…
A Ainara le brillaban los ojos
mientras desenvolvía el paquete en cuestión. A pesar de las protestas tenía
curiosidad y en el fondo se sentía halagada por el regalo, independientemente
de la naturaleza del mismo o de su valor económico. Significaba que el insigne
abogado pensaba en ella cuando no estaban juntos y que, en cierto modo, la
quería para algo más que el sexo.
-
¡No me lo puedo creer! exhaló un gritito de emoción.
De entre mil cosas la joven jamás
hubiera adivinado un regalo como aquel por parte del abogado. Sabía que aquel tipo
de cosas no eran santo de su devoción, más de una alusión velada al respecto
había tenido que aguantar desde que estaban juntos.
-
¿Te gustan?
-
¡Síííííí! Me encantan las Converse ya lo sabes. Y más
negras, son muy chulas.
-
Espero haber acertado la talla.
-
Sí. Son perfectas.
Y sin poder reprimirse le dio un
sonoro beso en todos los morros que pilló por sorpresa al conductor.
-
¡Eh! Cuidado. No vayamos a tener un accidente…
-
Gracias, papi. Me gustan mucho.
-
¿Quieres ponértelas?
-
¿Ahora? ¿Con este vestido? No pegan mucho…
-
La que se va a pegar un buen golpe eres tú como sigas
andando con esos tacones. Se te ve preciosa laztana, pero como te tuerzas un
tobillo estarás un mes sin poder ir al skate y te volverás una gruñona
inaguantable.
-
Tonto. Aunque razón no te falta papi, estos zapatos
serán muy bonitos y muy pijos, pero me están matando.
-
Pues dale, mándalos a paseo y estrena el regalito de tu
papi. Sólo espero que tu abuelo no se dé cuenta y te vuelva a montar una
escena.
-
Para nada, él solo me grita y me grita sin motivo. No
se ha preocupado por mí en la vida, no creo que empiece ahora a hacerlo.
Le faltó tiempo a la adolescente
para mandar a paseo aquellos elementos de tortura y sustituirlos por las
cómodas zapatillas.
Lo que más desconcertó a Ainara de
todo lo ocurrido durante el día fue el cambio rotundo en la actitud del
abogado, al verla lejos de su socio, en el todoterreno e inclusive mientras
compraban la entrada o palomitas para esa tonta comedia romántica volvía actuar
como siempre que estaban juntos: relajado, atento y bromista.
-
¿Por qué eres diferente conmigo? -le dijo lanzándole
una palomita a la boca mientras esperaban el inicio de la película sentados en
la última fila de asientos.
-
Eres mi niña. Me haces sentir bien. Contigo todo es más
fácil -repuso el otro haciéndose con el copo esponjoso al vuelo-. Joder, eres
buena. No fallas una.
-
Es que eres un bocazas así que es muy fácil acertar.
Tienes un problema de celos patológicos. ¿Lo sabías?
-
¿Y? Tú también los tienes, ¿O crees que no me doy
cuenta como haces pucheros cuando alguna mujer se me queda viendo? El otro día
te me colgaste solo porque aquella rubia se nos acercó.
-
Zorra oxigenada, ni siquiera es rubia natural ¿Te
gustan rubias?
-
Sí, la verdad es que sí. ¡Aaauuu! Pero, ¿por qué me
pellizcas?
-
Por idiota. Ya sabía yo que te gustaba esa zorra.
-
No seas así, era por trabajo. Es la administradora de
una cuenta muy importante y hoy, por fin, puedo decir que es nuestra.
-
Ya, ya. Menudo putón.
-
Me gustas tú. Solo tú -musitó él en tono meloso rozando
sus labios con los de su hija, aprovechando la total ausencia de público.
-
Gracias, papi.
-
Había oído hablar de estas pequeñas salas de proyección
VIP para cincuenta personas -dijo en adulto despojándose de la americana-. Las
palomitas están bien, las butacas son muy amplias. Además, eso de que se puedan
subir los reposabrazos es súper cómodo para gente grande como yo, pero ahora explícame,
¿qué es esta mierda de película a la que me has traído? ¿tan mal te trato que
no me merezco algo mejor?
-
Lo sé, es malísima.
-
¿Y por qué la vamos a ver entonces? No te entiendo.
-
Porque lleva semanas en cartelera, no habrá casi nadie
en la sala -soltó despreocupada lanzándole un guiño justo cuando algún que otro
espectador hizo acto de presencia.
Al abogado no le costó mucho
deducir que la ausencia de ropa interior y la elección de la inefable película
tenían algo que ver. Era cierto que, hasta cierto punto, su princesa era una
chica pudorosa, pero no lo era menos que cada vez más a menudo lo sorprendía
con alguna ocurrencia sexual cortesía de su mente inquieta y despierta; la
espectacular mamada en su despacho era un claro ejemplo de eso. Nunca ninguna
mujer lo había satisfecho tanto, ámbito sexual incluido, sacándolo de su zona
de confort, volviendo su vida del revés.
Se moría de ganas por saber lo que aquella cabecita había elucubrado
como fin de fiesta para un día tan extraordinario. Estaba más que seguro que
iba a reportarle sensaciones más que agradables a su pito.
Mikel era perfectamente consciente
que el deseo era recíproco. Aun a esa distancia podía percibir el aroma
desprendido de la humedad del coñito de su pequeña, estaba claro que ella
también era adicta a él. En sus sesiones de sexo no lo dejaba descansar hasta
exprimirlo. Tenía un gran aguante por lo que la dureza previa a su primera
descarga lograba sacarle buena parte de su jugo. Otra parte era responsabilidad
de su boca y sus dedos, a ella le encantaba que la masturbara y sentir los
espasmos succionando sus dedos era indescriptible. Ainara ruborizada, sudada,
llena de flujos y semen era una obra de arte que nada tenía que envidiarle a
cualquier cuadro de Botticelli, sus gemidos superaban con creces cualquier
verso de Dante. Esa tarde solo le sirvió para confirmar lo que ya sospecha,
Mikel Echeverría bebía los vientos por Ainara Axpe. Estaba enamorado de su
propia hija, debía rendirse a la evidencia.
Tal como predijo Ainara en la sala
no habían más de cinco personas cuando se hizo la oscuridad. A excepción de un
tipo con aspecto de friki que ocupó una de las butacas situadas en la fila de
delante el resto se sentaron lejos de ellos. La chica, metódica como su padre
biológico, no había escogido esa película solo por esas circunstancias, sino
que también por una característica intrínseca a las comedias románticas: son
bastante ruidosas.
Al principio Mikel optó por hacerse
el desentendido mientras los interminables títulos de crédito se sucedían uno
tras otro. Le gustaba tomarle el pelo a su niña, ella era ansiosa en general y
no era muy diferente en cuanto al sexo se refería. Se cabreaba con facilidad si
no obtenía su polla cuando y como ella quería. En la cama era muy mandona y
demandante de sexo a su gusto. Si le sacaba su miembro antes de que se
corriera, hacia pucheros y reclamaba lo suyo con alguna que otra dentellada
como venganza hasta que la ensartaba de nuevo, clavándola contra el colchón
hasta hacerla estallar. En parte le recordaba a una versión humana de una
tamagotchi: adorable, pequeño y muy absorbente. Ainara requería de atención y
sexo constantemente y él estaba encantado de proporcionarle ambas cosas en
cuanto tenía ocasión.
Apenas desaparecieron las letras de
la pantalla se desataron las hostilidades. Fue la ninfa la que, alzando el
reposabrazos que los separaba, tomó la iniciativa. No aguantó ni un minuto
apoyada sobre el hombro de Mikel, fue ella misma la que agarró al adulto de la
nuca incitándole a besarla.
-
¿Pero no íbamos a ver la película? -preguntó entre
risas haciendo verdaderos esfuerzos por separarse de la muchacha.
-
¡Bésame tonto! -Ordenó su princesa y ya no bromeó más,
sabedor de que si utilizaba la lengua para algo más que para satisfacer a la
joven tenía todas las papeletas para meter la pata.
Ainara seguía besando a su amante
con el mismo ardor adolescente del primer día. Si bien ya había aprendido a
gestionar el intercambio de babas y la respiración, seguía buscando la lengua
de su oponente con insistencia y, cuando el encuentro entre ambas se producía,
saltaban chispas.
Mikel tampoco permaneció impasible
mientras besaba a su hija. Los botoncitos de la parte delantera de su vestido
ajustado eran una tentación demasiado grande como para no sucumbir ante ella.
Dirigió su mano hacia ellos como las moscas van a la miel y comenzó a
separarlos de los ojales. La tenue resistencia fue cayendo una tras otra hasta
dejar buena parte del pecho de la muchacha prácticamente al aire. Ansioso,
introdujo su mano con firmeza hasta hacerse con el seno de la ninfa por
completo. Jugueteó con el pezoncito hasta endurecerlo, pellizcando suavemente
la turgencia, haciendo círculos alrededor de la areola, embriagándose con su
candor y su firmeza.
-
¡Agg! - gimió ella. Por fortuna su lánguido quejido se
vio amortiguado por las insulsas risas de la película.
El tratamiento del otro seno fue
similar, más vehemente incluso y el suspiro consiguiente fue, en consecuencia,
de mayor intensidad. La enorme mano del adulto viajaba de un pecho a otro
impunemente, palpándolos con vehemencia, recreándose en ellos. La ninfa, lejos
de resistirse, arqueaba la espalda para facilitar el magreo y la garganta de la
joven exhaló un gruñido de protesta cuando el acoso a sus tetas cesó, deseaba
que aquella dulce tortura no terminase nunca.
-
¡Separa las piernas, princesa! Sabes que papi siempre
te prefiere así.
Las rodillas de la joven
reaccionaron de inmediato al requerimiento adoptando la posición solicitada. La
faldita de vuelo dio todo de sí, levantándose hasta la altura del ombligo y un
ligero frescor envolvió a la vulva que guardaba pero que ni en sueños podía
compensar el ardor que desprendía su interior.
El recorrido a lo largo del terso
muslo fue breve, su tacto era sumamente agradable pero no era el objetivo. Los
expertos dedos del adulto hicieron magia apenas se encontraron con el sexo de
la joven. Frenéticos, recorrieron la zona genital que tan bien conocían con
precisión cirujana. Al principio se centraron en el gracioso botoncito de
placer, pronto encontraron alojamiento en el interior de la vagina que lo
acompañaba y empezaron a entrar y salir de ella con un ritmo intenso y
arrasador. La extraordinaria facilidad para lubricar de la ninfa invitaba a
ello, eran como introducirlos en gelatina.
Ainara llenó sus pulmones de aire
al sentir su vulva dilatada por ese par de dedos juguetones que transitaban
libremente en su interior. Tuvo que taparse la boca a dos manos con todas sus
fuerzas para no lanzar en medio de la proyección el más salvaje de sus
alaridos. Ella misma se sorprendió de la reacción temprana de su cuerpo: su
primer orgasmo estaba cerca, muy cerca y se le antojaba que iba a ser igual o
más intenso que los arrancados en su entraña por el contundente rabo de su
amante cuando follaban a tumba abierta. Ya estaba a punto de implosionar
cuando, de improviso, se vio privada del orgasmo: Mikel no sólo dejó de
estimularla, sino que desocupó su entraña por completo dejando su coñito en
carne viva.
La joven no salía de su asombro,
notaba el latir de su corazón en su propio sexo y cómo sus jugos recorrían
lentamente las paredes de su vagina en dirección al exterior sin poder salir.
En la penumbra de la sala podía ver la cara divertida de Mikel lamiéndose los
dedos, esbozando su sonrisa de lobo. Lo miró con aire suplicante, él ni se
inmutó.
No entendía nada. Instintivamente
se dispuso a terminar con sus dedos lo empezado. Las manos del adulto se lo
impidieron asiendo las suyas con firmeza. Permaneció con las piernas abiertas
desnuda de cintura para abajo, derritiéndose viva, muriéndose de ganas por
dentro y sin poder correrse. La excitación crecía y crecía de forma exponencial
conforme el tiempo discurría hasta la consecución del orgasmo que no terminaba
de llegar.
-
¡Papi!... - Suplicó con un hilito de voz.
-
No. Todavía no, laztana…
-
¡Papi, papi! Por favor… papi.
-
¿Quieres que
papi te ayude?
-
¡Sí, por favor, papi!
Finalmente, Mikel se apiadó de su
ardiente hija plegándose a sus deseos. Mientras con una de sus manos separaba
los labios vaginales de la adolescente, con la otra procedía a penetrarla de
nuevo con los dedos. El combate fue tan intenso como breve: bastaron apenas una
docena de cuchilladas para que el sexo de Ainara estallase literalmente contra
la butaca que precedía a la suya. Del su coñito salió disparado un aromático
chorrito de flujo seguido de otros algo menos copiosos que formaron una pequeña
cascada que descendía lánguidamente por el respaldo hasta caer al piso.
-
¡Joder, qué potencia! -Murmuró Mikel haciendo enormes
esfuerzos por no estallar de la risa ante el soberbio espectáculo.
-
Pa… papi… papi… es tonto… -balbuceó su compañera de juegos
derramándose en su butaca completamente abierta de piernas mitad molesta, mitad
encantada con lo sucedido. Sin duda había sido uno de los orgasmos de su vida.
Satisfecho por su victoria el
abogado atacó de nuevo el bol de palomitas. Le agradaba el regusto del néctar
dejado en sus dedos por el explosivo coño de Ainara. Escuchaba su respiración
fuerte y de reojo observaba cómo seguían temblando sus rodillas.
No le sorprendió en absoluto notar
una vehemente opresión en su paquete pasados unos minutos. Sin duda su hija se
iba a tomar cumplida venganza de lo ocurrido. En menos que cantó un gallo su
cipote vio la escasa luz que emitía la pantalla del cine. La joven lo tocó lo
justo, aun así, mostraba una erección más que considerable.
Esta vez fue Mikel quien aguantó la
respiración cuando el apoyabrazos que separaba su asiento del de su joven
acompañante se elevó. A punto estuvo de tomarla por la nuca y propiciar de
nuevo el encuentro entre la boca juvenil y su ansioso falo, aunque optó por
dejarla hacer según su criterio y seguir viendo la película. Tal vez fue por eso
por lo que no la vio venir y, cuando ella se colocó encima suyo en dirección a
la pantalla, ya era tarde para reaccionar.
-
¡Pero qué cojones haces, laztana! ¡Nos van a ver! -gruñó
en voz baja.
-
¡Pues haberlo pensado antes de calentarme, cabrón! -repuso
ella riéndose en susurros-. Ahora te jodes…
Resuelta y decidida la ninfa agarró
el estoque por la base guiándolo hacia la entrada de su entraña. Lubricada por
la reciente corrida no vaciló ni un segundo a la hora de auto inmolarse. La
fila de los mancos fue testigo mudo de una ensartada tranquila, amorosa, muy
alejada de la cópula febril que solía estallar entre ambos. Lentamente fue llenándose
de carne hasta que notó que su cuerpo se acostumbraba al intruso y luego la
gravedad hizo el resto. Sin embargo, las
ganas de su mente no tuvieron correlación en su cuerpo, de inmediato sintió un
chasquido en su interior seguida de una punzada de placer tan breve como
intensa.
-
¡Ah! -Chilló de puro gusto precisamente en uno de los
pocos momentos en los que la estridente película enmudeció.
Ainara quedó inmóvil como una
estatua totalmente ensartada, alarmada ante el temor a ser descubiertos en
medio del coito. De inmediato realizó un rápido escaneo controlando a los
espectadores para, al menor movimiento, suspender la misión y volver a su
asiento. Por fortuna no encontró el menor indicio, todos seguían con la mirada
fija en la pantalla. Reconfortada, se ensartó de nuevo muy profundo. Práctica y
metódica, determinó que era mucho más prudente dejarse de estridencias y
sencillamente mover las caderas. Comenzó a mover la cadera muy despacito hacia
adelante, hacia atrás y también a los lados.
-
¡Joder! -balbuceó como un estúpido el adulto ebrio de
gusto.
La ninfa permaneció muda,
concentrada en la monta. Notó cómo las paredes de su vagina vibraban. Todo iba
bien pero el vicio le pudo: quería más. Le gustó tanto la primera arremetida
que quiso más. Se alzó levemente para de nuevo dejarse caer. Pese a que el
placer fue incluso superior al de la primera vez logró acallar su garganta
apretando la boca hasta marcar los dientes en sus labios. Repitió la maniobra
varias veces, con los ojos cerrados. A
ciegas, sintió que su amante volvía a jugar con sus pechos, abriéndole el
escote de par en par. Los pezones de la ninfa brillaban como la luna,
reflejando el fulgor de la pantalla y la lujuria que devoraba a ambos.
El segundo orgasmo experimentado
por Ainara fue menos estridente en las formas que el primero, pero mucho más
intenso en el fondo. Se corrió, se corrió mucho, incluso más que la primera
vez, en esta ocasión su pequeño aspersor en lugar de expulsar babas a diestro y
siniestro concentró el fuego en un solo punto que no era otro que el pantalón
de su papi tal y como era su deseo. Esta
vez fue la adolescente quien sonrió de forma maliciosa, se moría de ganas por
ver la cara del insolente abogado al ver la mancha en su entrepierna cuando la
deleznable película llegara a su fin y se hiciese la luz en la sala.
Sin embargo, la chica era
consciente de que su compañero de partida todavía no había alcanzado la meta.
Lo amaba por encima de todo y continuó meneándose. Además, Mikel era un amante
tan extraordinario que cabía la posibilidad de disfrutar de un nuevo orgasmo
antes de que él le rellenase el coño de semen.
No obstante, como el placer ya no era tan intenso, sus ojos se abrieron
dándose de bruces contra una desagradable realidad: el espectador con aspecto
de friki estaba mirándoles fijamente desde la fila de delante y, dado su
movimiento febril y compulsivo, no había que ser un genio par imaginar que
estaba masturbándose mientras los espiaba.
Ainara se alarmó. Si bien su
intención había sido cumplir su fantasía de tener sexo en un lugar público no
era menos cierto que no le agradaba lo más mínimo el hecho de haber sido
descubiertos y mucho menos el servir de motivación sexual para un pajillero
salido.
Su primer impulso fue dejarlo, le
invadió un asco tremendo. Se sintió sucia semidesnuda con las tetas al viento y
teniendo sexo delante de un extraño. Después se lo pensó mejor y siguió.
Recordó la escena que montó el impulsivo abogado en su bufete por un simple
coqueteo. Ni se le pasaba por la cabeza lo que era capaz de hacerle a aquel
chaval con la cara llena de granos y su físico apocado. Era capaz de abrirle la
cabeza o incluso de arrancarle la polla de cuajo.
La joven incrementó el ritmo para
que aquella situación incómoda terminase cuanto antes. Ya no disfrutaba del
coito, estaba cada vez más tensa, el coño comenzó a dolerle. Los nervios la
devoraban. Se dedicaba a vigilar al mirón para que no hiciese nada raro al
tiempo que utilizaba su pequeño cuerpo para entorpecer la visión perimetral de
su amante. El tipo malinterpretó las constantes miradas de la ninfa y se vino
arriba: perdió la vergüenza y se incorporó un poco, mostrando a Ainara su mano
acariciando a su miembro viril a la velocidad de la luz. Machacándosela como un
mandril, no tardó demasiado en eyacular sobre su otra mano y, tras ofrecérsela
a ella en la distancia, procedió a lamer su propia esencia de entre sus dedos
de forma ávida y obscena imitando un cunnilingus. Pese a hallarse en la penumbra a la
adolescente se le revolvió el estómago. En cuanto notó los chorros de esperma
barnizando las paredes de su vagina se levantó como un resorte, agarró a Mikel
de la mano y tiró de él en dirección a la salida directa a la calle, justo
hacia el lado contrario de donde se encontraba el asqueroso voyeur aun con el
coño rezumando semen.
-
¡Venga, vámonos! -suplicó en voz baja.
-
Pero… ¿y la película?
-
Es una mierda. ¡Vámonos!
-
Vale, vale. Deja que al menos me abroche la bragueta.
Además, tú también deberías hacer algo con eso - apuntó él señalando los
bultitos que emergían por el escote abierto de par en par de la muchacha.
-
Tienes razón. Ya me tapo, pero vámonos ya.
-
Joder parece que me he meado…
-
¡Date prisa papi! No me encuentro bien.
Mikel se alarmó y se sintió
culpable. Pensó que se había excedido a la hora de masturbar a su hija o de
rellenarla de rabo. A veces, cuando se excitaba demasiado, olvidaba la
verdadera edad de su joven amante.
-
¡Claro princesa, claro! Ya nos vamos. El aire fresco te
sentará bien.
Apenas salieron al bulevar de la
parte trasera del cine Ainara descargó el contenido de su estómago junto a una
palmera. Claro que le había encantado el subidón de adrenalina experimentado al
follar en un sitio público, pero de ahí a que un salido se masturbase a su
lado, imaginando a saber qué sueño húmedo con ellos como protagonistas había un
gran abismo. Su amante la miraba un tanto preocupado. Se le pasó por la cabeza
contarle lo sucedido, más prefirió callárselo: Mikel tendía a volverse muy
violento en ese tipo de circunstancias y era muy capaz de volver a la sala e
inflar a hostias a ese desgraciado. Jamás lo confesaría, pero se sentía
intimidada en esas situaciones, la forma de estallar del adulto le recordaba a
la mala leche de su abuelo. Desechó ese pensamiento, su pareja no tenía ni un
ápice de parecido al viejo zorro más allá de compartir con él profesión.
Se sintió más que aliviada cuando
una vez más el potente todoterreno bramaba por las afueras de Bilbao en
dirección a su casa.
-
Lo siento, llevo todo el día encontrándome mal. Algo de
lo que cené ayer me sentó mal y me ha estado fastidiando todo el día -mintió
resolutiva.
Estar lejos del mirón la hizo
sentir recompuesta. Mikel, todo dulzura, le acarició la cara.
-
Habérmelo dicho princesa -le dio un beso en su frente-.
No puedes ocultarme cuando no estás bien, soy tu papi; mi deber y mi
responsabilidad es garantizar tu bienestar.
-
Sí, papi. No lo volveré a hacer.
Al estacionar a unas cuantas calles
de su destino las palabras sobraron. Tras los besos, él tomó el móvil y el
silencio fue roto por una canción que había escuchado unos días atrás y que no
dejaba de revolotear en su cabeza. No era su estilo, su intérprete no era santo
de su devoción y, en otro tiempo, ni se hubiera detenido ni en su tonada ni en
su letra, pero en ese momento de su vida se identificaba con ella. La melodía
fluyó por el todoterreno y, para sorpresa de Ainara, él comenzó a cantar:
-
“Hoy le pido a
mis sueños, que te quiten la ropa. Que conviertan en besos todos mis intentos
de morderte la boca. Y aunque entiendo que tú, tú siempre tienes la última
palabra en esto del amor…”
-
¿Melendi?
Él asintió sin dejar de cantar.
-
¡Pero si tú lo odias…!
El estirado abogado se encogió de
hombros, siguió entonando según sus posibilidades.
Ella lo miró con los ojos
brillantes, el nudo de su garganta no le dejaba articular palabra. Él no era un
hombre mimoso, le costaba expresar sus sentimientos y ella lo sabía. Sin duda
se trataba de una declaración implícita expresada por medio de la canción.
Pensó que, tal vez, cabía la posibilidad de que el lobo fuese domesticado. Al
principio de su relación lo consideraba una fantasía, pero poco a poco sus
sueños se iban haciendo realidad.
Mikel Echeverría era el mejor en
casi todo, la realidad era que cantar se le daba fatal. A pesar de ello, las
mejillas de Ainara se ruborizaban más y más a medida que los versos fluían. Se
notaba que él ponía sentimiento en cada estrofa y eso era lo que contaba. Al finalizar la canción un último beso
cargado de sentimientos fue la firma final de esa sentencia definitiva.
El lobo amaba a su lobezna sin
tregua, ni retorno.
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