Capítulo 2. ¡Feliz cumpleaños, princesa!
Ainara tenía la cabeza en las
nubes, tanto que sus abuelos la reprendieron durante la cena por no estar con
los pies sobre la tierra, le era imposible dejar de pensar en Mikel. El estado
maltrecho de su coño también le recordaba cómo se tragó centímetro a centímetro
aquel descomunal cipote, para su propia sorpresa. Siempre se había creído una
chica de vagina estrecha. Aunque, en honor a la verdad, dudaba que ese
increíble suceso se repitiera. No dejaba de pensar que ese abogado tendría
mejores chicas que follarse que a ella. Quería guardar las esperanzas para un
próximo encuentro, sin embargo, era consciente de que ese madurito solo había
aprovechado su oportunidad de enterrar su fierro en ella, una adolescente
impresionable que no dudó en abrirse de piernas ante su imponente figura y su
verborrea seductora.
Miraba el móvil, ningún mensaje, como las doscientas veces anteriores. Ni siquiera tenía su número, no se lo pidió de vuelta, por lo que sería imposible propiciar un nuevo encuentro por su parte. El desánimo creció en ella conforme el tiempo iba transcurriendo hasta convencerse de que su recién estrenado amante pasaba de ella. Se repitió una y mil veces que no era el tipo de chica que pudiese cumplir las expectativas de un tipo como aquel, había sido un polvo fácil y nada más. Nunca nada de lo que hacía parecía suficiente para satisfacer los altos estándares de su abuelo y eso hacía mella en su autoestima. A veces comprendía porque su madre había decidido terminar con su vida, con una presión como la que se veía sometida a diario, una mente frágil se vendría abajo con suma facilidad en aquel ambiente competitivo y hostil.
En la noche, tumbada en su cama
seguía sin creer en su temeraria forma de actuar. Notaba su vagina más
ensanchada que nunca, y, a pesar de la molestia inicial, no pudo evitar
acariciar su botoncito rememorando lo sucedido. Ciertamente no llegó a correrse
debido al ligero dolor de su vientre, pero el escozor no le impidió al menos
tocarse de forma placentera hasta que se quedó dormida.
*****
En un piso de lujo en Abando, Mikel
analizaba lo sucedido ese día. Dudaba de cómo proceder. Le invadía una serie de
sentimientos contradictorios. Su venganza estaba en marcha y a la vez había
sido uno de los mejores polvos de su vida, pero … ¿qué clase de padre se
follaba a su propia hija y más de una forma tan intensa el día de su primer
encuentro? Sentía algo parecido a la culpa, sin llegar del todo a ella. En
cualquier caso, se sentía extraño, débil; tener escrúpulos no era propio de él.
Tan afectado estaba que, hasta
sopesó la posibilidad de actuar como un padre responsable y no utilizar a
Ainara para consumar su venganza. Al fin y al cabo, el viejo zorro estaba en
las últimas y que cayese de su trono era cuestión de tiempo. Cavilando sobre esa posibilidad estaba cuando
tropezó con algo oculto en el bolsillo de su pantalón. Con la emoción del
momento había olvidado el pequeño trofeo trufado de flujo vaginal y motivos
infantiles arrebatado a su hija. El abogado que llevaba dentro le decía que
debía deshacerse de aquellas braguitas casi infantiles ya que, al fin y al
cabo, eran la prueba de un delito; que podía tener problemas si alguien las
encontraba en su poder.
Pero el tacto húmedo de la prenda
entre sus dedos supuso demasiada tentación. Su nariz se perdió en medio de la
suave tela, absorbiendo el aroma íntimo de su hija, impregnándose de él,
embriagándose hasta la extenuación con su esencia. No era suficiente de Ainara,
quería más de ella y, antes de darse cuenta, se masturbaba frenéticamente con
las braguitas de su niña rodeando su pene.
El orgasmo le alcanzó evocando la firmeza de su culo, la angostura de su
sexo y sus grititos de placer al ser azotada. Al ver la mancha de esperma
creciendo a lo largo y ancho de la minúscula prenda supo que su suerte estaba
echada: seguiría adelante a toda costa. Si bien la venganza iba perdiendo
fuerza en su motivación final de poseerla la atracción carnal hacia la joven
crecía por momentos.
Unos minutos más tarde movió unos
cuantos hilos para concretar su idea.
– …
– No me importa lo que cueste, lo
quiero para mañana en la mañana. Sí, sí, no, no me vale. Haz lo que te ordené y
más te vale no quedar mal –dijo antes de cortar la llamada.
Si había algo que irritaba a Mikel
era que le llevasen la contraria. Intentó en vano calmarse y llamó a su
secretaria. Tan poco empático como de costumbre, se saltó el protocolo de los
saludos y le ordenó tener a primera hora una reserva en el Gran Hotel Domine
Bilbao. Habitualmente el establecimiento estaba siempre lleno los fines de
semana y realizar una reserva con tan poca antelación era poco menos que
imposible, pero su bufete de abogados era más poderoso por lo que ayudaba a
ocultar que por ganar juicios y el gerente del regio establecimiento hostelero
le debía más de un favor por su desaforada pasión por los jovenzuelos.
Después de cortar con esa última
llamada, pasó sus dedos por las mordidas que su pequeña gatita salvaje le había
infringido. Su polla volvió a tensarse al recordar la deliciosa figurita de su
niña clavándose su mástil… tan salvaje, tan ocurrente, tan suya.
Miró por enésima vez su expediente,
concretamente la foto robada del vestuario del instituto. Apenas se le
distinguía parte del trasero emergiendo majestuoso bajo la toalla el inicio de
uno de sus senos. No podía dejar de
mirarla, la tenía grabada a fuego en su retina. Se recostó en su sillón de
cuero y se tocó de nuevo. Esa chiquilla de mirada altiva y coqueta le haría perder
la cordura. Sentía esa misma necesidad que con Maite, pero con un contrapunto.
Ainara era verdaderamente suya, era su hija, y nadie podría arrebatársela. No
podrían repetir el pasado con ella, porque su intención era quedarse con su
pequeña. Ya luego se encargaría de gestionar asuntos como su parentesco. ¡Cómo
disfrutaría de ello! Carecer de escrúpulos se mezclaba con la bestia posesiva
dormida que amenazaba con resurgir y cuyo objetivo era la guapa chica de ojos
verdes. El corazón que creyó muerto volvió a latir con intensidad.
*****
La mañana resultó completamente
decepcionante para Ainara, la bandeja de WhatsApp amaneció llena, pero pasó de
todos los mensajes. El único mensaje que le interesaba brillaba por su
ausencia. Se maldijo por ser tan cría y pensar que aquel tío hablaba en serio,
sintió que la veía como alguien especial y, obviamente, no fue así. “Supéralo
Ainara, para él sólo has sido un coño más que olvidar. Tiburones como ese
tienen en lista de contactos a un montón de tías que están infinitamente más
buenas que tú con las que follar. Olvídate de él”.
Ajeno al conflicto emocional de su
hija, Mikel llevaba una mañana movida. Para su satisfacción el encargo llegó
con la puntualidad que siempre esperaba para con cada uno de los trámites que
realizaba. Con un rápido repaso de sus opciones, optó por la más osada, estaba
seguro que la sangre de su sangre no iba a decepcionarle.
Decir que Ainara torció el gesto
después de la felicitación por parte de sus abuelos sería quedarse corto. Ese
maldito vestido era de esos súper caros con sus encajes y tul; tan
asquerosamente rosado y pijo que le entraron ganas de vomitar sobre él. Por
poco le da un ataque cuando su abuela amagó con colocarlo sobre ella. Le
pidieron, mejor dicho, ordenaron que lo usase para esa tarde. Teóricamente
irían a casa del viejo perro, el mote que Ainara usaba para referirse a Koldo,
uno de esos viejos babosos, amigo de su abuelo, a cuya opulenta mansión la
arrastraban a veces para que tocase el piano para esos viejos asquerosos y no
le quedaba más opción. En esta ocasión no sabía que era peor, si la expectativa
de ir, o la fiesta sorpresa que se ocultaba tras la falsa invitación.
Se guardó las ganas de gritar, y
asintió en silencio. Solo les dijo que pasaría una hora a La Kantera, pues
había quedado con sus amigos. Una mentira piadosa para ganar tiempo, necesitaba
reflexionar y, probablemente, llorar en soledad. Cogió el skate y casi salió
corriendo de su casa, no paró hasta llegar a las inmediaciones del skate park.
Soltó muy despacio el aliento al llegar al parking de la playa, rememorando el
día anterior. Justo cuando se encaminaba a la pista, su móvil vibró, un mensaje
en WhatsApp, su pulsó se desbocó. Número desconocido. Le temblaron los dedos al
abrir el chat.
– ¿Está mono el vestido?
¿Preparada para tu encantadora fiesta?
– Serás cabrón
–contestó de vuelta, soltando la tensión acumulada por la espera.
– Jajaja. Te veo en el parking del centro comercial La Artea.
– ¿A qué hora?
– Ya. Estoy esperándote.
La tabla de skate pareció tener
vida propia y se le escapó de entre los dedos, cayendo al piso violentamente.
– No estoy arreglada.
– ¿Llevas unas lindas braguitas como las de ayer?
– Sí, qué vergüenza…
– ¿Vergüenza? ¿Por qué? Para mí son perfectas, no necesitas nada más.
No tardes, princesa.
–
No pensé que escribirías.
Se maldijo por haber perdido la
esperanza tan temprano; otra vez la pillaría con el coño peludo.
– Te lo dije Ainara, conmigo es todo o nada.
Soy un capullo, pero por algún motivo no me apetece serlo contigo.
Ainara recogió la tabla a la velocidad
del rayo y la abrazó. Notó cómo los pezones se le erizaban por momentos.
– Vale. Nos vemos dentro de poco.
La adolescente no lo pensó mucho y
ante el escenario que se dibujaba ante ella optó por, si no la mejor, la más
satisfactoria de las opciones. Echó a correr hacia el sitio del encuentro
decidida a pasar el mejor cumpleaños de su vida.
Mikel se reclinó en el asiento del
piloto, en la parte trasera donde había disfrutado del cuerpo de su hija
descansaba un objeto de suma importancia de ahí en adelante. No le bastaba que
Ainara fuera suya en cuerpo, lo quería todo. Su yo posesivo, quería una entrega
total.
Una que otra mancha de flujo aún se
podía adivinar en el asiento trasero junto al regalo. Su pequeña lubricaba
mucho, como una cascada de caldo lujurioso. Su polla vibró cuando sus ojos se
pasearon con la delicada figura de aquel angelito que llegó prácticamente
corriendo. La chica presentaba las mejillas sonrojadas y el aliento
entrecortado. Sus ojos parecían brillar de una manera especial al observar al
imponente todoterreno que la esperaba; una deliciosa mezcla de ansiedad y
pudor.
Ainara no podía creerlo, la nube
que la había elevado el día anterior volvía a llevarla a lo más alto. Tuvo que
obligarse a no correr justo antes de llegar a su destino, no quería dejar
entrever a aquel prepotente, lo caliente que estaba. Caminó con un paso un
tanto tambaleante por la excitación y el corazón en la garganta. La puerta del
copiloto se abrió invitándola a precipitarse de nuevo al averno. Se coló en el
vehículo con una falsa seguridad que se desplomó al cruzar miradas con el
abogado. Que imponente era, volvió a sentirse insignificante y prescindible. Un
granito de arena en la inmensidad de la playa.
Antes de que pudiese decir algo,
sus labios se vieron atrapados por los del maduro, y las pocas dudas que su
cabecita aún albergaba por lo que iba a suceder aquel día se disiparon como la
espuma. Cerró los ojos, se sumergió de nuevo en esa boca y su mente se quedó en
blanco. El tipo la besaba de una forma dulce y firme al mismo tiempo, le comía
la boca y a la vez la dejaba respirar al tiempo que le acariciaba el costado.
Lo hacía de maravilla, tanto que aquellos primeros arrebatos ya la hicieron
temblar y humedecerse. Quedó boquiabierta como un pececito de colores cuando se
vio privada de semejante delicia. Esperaba más, pero Mikel tenía otros planes:
– ¡Feliz cumpleaños, princesa!
–dijo él de repente, sin poder ocultar la satisfacción que le provocaba ver a
la joven tan descolocada–. ¿Todo bien?
Ainara solo pudo asentir, abrumada
como cada vez que sentía ese otro cuerpo tan cerca al suyo.
– Hola –dijo, parecía un tanto
cohibida, pero solo por un segundo. Arrojó el skate a la parte trasera al
tiempo que su cuerpo tomó el mando y se lanzó sobre él pretendiendo obsequiarle
con otro beso igual de apasionado que el recibido, colocando a la vez la palma
de su mano sobre el bulto que emergía del pantalón del adulto. No estaba
dispuesta a quedar como una niña tonta y pensó que, un poco de iniciativa por
su parte, sería bien recibida por él.
– Eh. Tranquila gatita –la detuvo
él apartando la mano con suavidad, entre divertido y halagado ante el ardiente
arrebato de su hija.
– Yo pensé… como ayer…
– Admito que ayer nos ganaron las
prisas, pero no pretendo pasar la tarde follando en el coche, es poco práctico…
y sobre todo incómodo. Tengo un dolor enorme en el hombro, apenas puedo moverlo
–dijo él guiñando un ojo al tiempo que le sacaba la lengua.
– Lo… lo siento –musitó la
adolescente apartando la mirada preñada de rubor.
– Está todo planeado –continuó él
dándole un suave beso a modo de perdón–. Mi princesa merece lo mejor y más en
este día tan especial. No todos los días se cumplen quince años.
– Ya te dije que no era tu
princesa.
Ainara repitió la frase pronunciada
en día anterior, pero por alguna razón, ya no se escuchó tan convincente en su
cabeza.
– Lo serás.
Ella le regaló una tímida sonrisa,
se sentía tan excitada y a la vez tan nerviosa por inminencia de volver a
dejarse llevar por el placer que ni siquiera se percató de las dos pequeñas
bolsas que ocupaban el asiento de atrás hasta la segunda vista, una del
supermercado del centro comercial y otra de una joyería realmente cara.
– ¿Qué llevas en esa bolsa?
– ¿En esta?
– Sí.
– Tu regalo. Pero por mucho que
insistas no voy a dártelo ahora. Esperaré a que estés totalmente desnuda para
mí.
– Vaya, qué galante –rió ella ante
la ocurrencia meneando la cabeza–. ¿Y en esa otra? La de plástico tan cutre.
– Oh, nada importante. Algunas
cosas de aseo y lubricante.
– ¿Lubricante? –Ainara se sintió un
poco ofendida, había demostrado con creces el día anterior que, pese a ser
exultantemente joven, era capaz de insertarse una buena porción del generoso
rabo de aquel presuntuoso–. No creo que a mi coño le haga falta. Lubrico
bastante, por si no te diste cuenta ayer.
– Sin duda, la mancha que dejaste
en mi americana así lo atestigua. Tuve que tirarla, no había forma humana de
limpiar todo eso.
La chica sonrió. No sabía qué le
atraía más de aquel sinvergüenza: su imponente físico o su manera de tratarla.
– Te lo mereciste, por capullo.
– Cierto. Aunque te acercas el
lubricante no es para tu delicioso coñito, pequeña.
– ¿Ah no? Y entonces…
– Es para tu culo…
Ainara abrió la boca, pero no fue
capaz de pronunciar una respuesta ocurrente. Azorada, se estremeció en el
asiento del copiloto, hundiéndose en el cuero, reconociendo su derrota. Estuvo
callada sin decir nada, con la mirada perdida en la carretera y unas ganas
locas de llegar a su destino.
Mientras el coche enfilaba el
camino hacia su nidito de amor a Mikel le encantó ver el gesto temeroso y
expectante a la vez de su hija. Estaba seguro de que su joven mente intentaba
adivinar cómo iba a ser capaz de albergar ese monumental cipote en su pequeño
esfínter. Sin saber muy bien el motivo pensó en su primer amante y no para
bien. Lo odiaba por haberle arrebatado algo que, sin duda, le pertenecía. Al
menos aquel niñato de polla mediocre no había profanado con su despreciable
miembro la puerta trasera de su niña. Intuía su identidad, pero no estaba muy
seguro. Ya tendría tiempo de averiguarla y pasar cuentas con él.
La armonía de Mazurka No. 38 en F
sharp Minor Op. 59 No. 3 de Chopin envolvía el interior del vehículo. Mikel se
sorprendió un poco al notar los ágiles y largos dedos de su hija repicar contra
su muslo siguiendo las notas; la música clásica no pegaba nada con su estilo
skater.
– ¿Tocas?
– Desde los cuatro años, ha sido la
única de las imposiciones de mis abuelos que me gusta realmente. El piano tiene
algo mágico, me tranquiliza –admitió con la mirada perdida a través de la
ventana–. Mi madre también tocaba, aunque según comentan lo hago mejor que
ella. Había ciertas notas que no alcanzaba y eso disgustaba al cabrón de mi
abuelo, lo sé porque tengo por profesor al mismo dinosaurio.
— Ya veo.
Mikel se concentró en la vía. Era
cierto, Maite odiaba el piano, y por más que en alguna ocasión le pidió que
tocase para él, ella se negó tajantemente. Por lo visto su hija tenía gustos
tan diametralmente opuestos que se le hacía la mar de encantadora
– Algún día tendrás que tocar algo
para mí, si es desnuda mejor.
– Guarro –ella soltó una risita
distendiendo el ambiente.
– Si, pero te vislumbro sentada en
mi piano, desnuda, tocando para mí, mientras me relajo con una copa y es una
visión muy excitante.
– ¿Tienes un piano? –sus ojitos
brillaron emocionados–. ¿Tú tocas?
– ¡Qué va! Es más decorativo que
nada. Si hago alguna reunión contrato a alguna pianista sexy para que nos
alegre la velada.
– Ah, como el viejo perro –torció
el gesto disgustada al recordar a aquel viejo verde. El brillo en sus ojos se
apagó, el letrado tomó nota de esa actitud para ocasiones futuras.
— ¿Quién?
— Un amigo de mi abuelo, tiene una
forma asquerosa de mirarme; me obligan a tocar en sus reuniones y no deja de
mirarme el trasero. Se supone que dentro de poco deberíamos estar yendo a su
casa.
– Si… tu abuelo… –suspiró, no
quería amargarse el día pensando en aquel hijo de puta–. Olvidémonos de ello,
ya casi llegamos.
– ¡No me jodas! –exclamó al ver
dónde estacionaban–. ¿El Domine? ¿En serio?
– Por supuesto, lo mejor para la
cumpleañera.
Detuvieron el coche delante del
lujoso establecimiento hotelero. Una vez hubo dado las llaves al aparcacoches,
Mikel anduvo deprisa guiando a su joven acompañante por la cadera en dirección
al recepcionista. Siempre cabía la posibilidad de encontrarse con alguien
conocido y no quería que nada ni nadie interfiriese en sus planes. El tipo exhibió la mejor de sus sonrisas,
aunque no pudo disimular cierta incomodidad al recibir a la singular pareja, en
especial a Ainara y su vestimenta nada acorde con las buenas formas del local.
– Buenas tardes, señor. Me temo que
está todo completo.
– Tengo una reserva a nombre de
Mikel Echeverría, de Echeverría y Asociados.
– Sí, claro. Por supuesto, aquí
está. Una de las mejores suites nada menos. Tuvo suerte, no suele haber
cancelaciones a estas alturas del año ¿Ese es su equipaje? ¿Nada más?
– Así es. Nada más –Mikel apretó
los puños.
Había cometido un error impropio de
él. No obstante, como buen abogado, nada en su rostro dejó entrever la rabia
que corría por su interior.
– Se quedarán sólo una noche,
entiendo.
– Por favor, si no le importa… mi
hija y yo estamos un poco cansados. Ha sido un viaje muy largo. Necesitamos
descansar.
– ¿Su…hija?
– Sí. Así es. ¿Algún problema?
– No, no. Ninguno. Faltaría
más. La habitación ya está pagada. Solo
tienen que rellenar el impreso con sus nombres y presentar algún tipo de
documento que acredite su identidad.
– Por supuesto –dijo Mikel
presentando su documentación sacada de su billetera.
– La de la chica también, si no le
importa.
El gigante rubio lanzó una mirada
heladora a su impertinente interlocutor.
– Mi hija tiene quince años.
– Entiendo, pero…
– No tiene obligación de
documentarse todavía.
– Sí, pero…
– Mi bufete lleva los asuntos de
este establecimiento desde hace muchos años…
– Debe entender que…
– … no obstante, por fortuna para
usted, tengo algo que solventará el problema.
El avispado abogado eligió uno de
los billetes más grandes que tenía en la cartera y lo cubrió discretamente bajo
su pasaporte. Al recepcionista se le pusieron los ojos en blanco al contemplar
el trozo de papel con tintes morados, exactamente igual que Ainara que no
entendía nada. Rápidamente lo hizo desaparecer en el interior de su chaqueta.
– Por supuesto, señor. No hay
ningún problema –el tipo, muy motivado, actuó diligente. En un par de minutos
Mikel tenía en su poder la tarjeta de su suite.
– ¿Les apetece comer algo antes de
subir a la habitación? Su…hija parece hambrienta.
– No. Tomaremos algo del servicio
de habitaciones, si es posible.
Ainara sintió la necesidad de hacer
algo para cortar de raíz aquel diálogo de besugos. Tenía hambre, pero la
extensa carta del restaurante del hotel no incluía el tipo de carne que a ella
le apetecía meterse en el cuerpo.
– Papi, estoy agotada –musito
mimosa colgándose del brazo de su acompañante–. Necesito ir a la cama cuanto
antes, ha sido un viaje muy largo.
Esta vez fue Mikel el que se quedó
paralizado. Escuchar aquel diminutivo cariñoso por primera vez de los labios de
su única hija le conmovió, pese a ser parte de una pantomima y nada más. Por
fortuna para él un suave tirón en su brazo le sacó del trance.
— Si nos disculpa…
—
Por supuesto, por supuesto. Ahí en el fondo están los ascensores. Su
suite está en el ático. Que disfruten de su estancia.
Entraron en el elevador, por suerte
sin tener que lidiar con terceros, no pudieron evitar estallar a reír.
– ¡Qué tipo tan intenso!
– Un gilipollas, eso es lo que es.
– ¿Así que ahora soy tu hija
oficialmente?
– ¿Te molesta? –Ainara siguió la
broma y guío la enorme mano del adulto alrededor de sus caderas.
– Para nada, papi –contestó ella
poniéndose de puntillas para darle un piquito cariñoso a su recién estrenado
progenitor.
Él respondió de inmediato
palpándole el culo con vehemencia. Su propietaria venció a su instinto natural
de apartarse y se dejó tocar. Hasta conocer a Mikel siempre había rechazado el
contacto físico con los chicos, aunque tenía que reconocer que el calorcito que
la mano provocaba en su trasero era de lo más agradable. Inevitablemente
recordó los cachetes del día anterior y tragó saliva. No tenía claro si deseaba
o no que se repitiesen.
– ¿A qué ha venido lo del dinero?
No lo entiendo. ¡Quinientos euros! ¿Por qué?
Mikel suspiró.
– Ese tipo cree que eres una puta.
– ¿Una puta? –Preguntó ella
alarmada mirándose al espejo; según su criterio, nada en su vestimenta le hacía
parecer una de esas mujeres. Los
vaqueros rasgados, la sudadera de Mago de Oz y los converses un tanto gastados
no cumplían con aquel precepto.
– No llevamos equipaje y por eso
adivinó que venimos a follar y nada más, un error imperdonable por mi parte. En
sitios como este no está bien visto hacer ese tipo de cosas, no es bueno para
la reputación del negocio. En teoría es ilegal, pero es un hecho que los
hoteles de lujo de todo el mundo comparten la información de los registros de
los clientes. Quien paga, quien no paga, quien es problemático y hasta quién
roba toallas o qué tipo de bebidas suelen usar del mini bar. En teoría es una
estrategia de marketing para dar un mejor servicio, más personalizado, más
exclusivo; la realidad es bien distinta. Suena sexista, pero existe una lista
negra de mujeres que se registran con diferentes acompañantes masculinos.
Cuando detectan a una de esas chicas les invitan amablemente a abandonar el
establecimiento y a no volver jamás. Por eso te pidió la documentación
expresamente, para saber si eres una prostituta o no y echarte a patadas de
aquí si procede.
La adolescente se sintió mal de
repente. Le molestaba ser tan inexperta en todo, saber tan pocas cosas de la
vida.
– Entiendo.
Ainara abrió los ojos de par en
par, como una chiquilla corrió por toda la suite, el piso de madera, la paleta
de colores combinadas entre grises, la gran cama king size en medio de la
habitación y tras la puerta de madera se ocultaba un baño de lo más chic. No
miró demasiado la parte de los sofás o la gran televisión empotrada en la
pared. Tenía de todo, bañera, ducha, ¡Hasta lavabos dobles! Mikel se apoyó en
la estantería que conectaba la suite, viéndola ir de acá para allá. Su rostro
tan iluminado le pellizcó el corazón, la venganza iba perdiendo fuerza como
motivación principal para cortejarla. Finalmente se asomó para ver la vista del
Guggenheim desde la ventana. Se acercó a él abrazándole, lo tomó desprevenido.
– Gracias por librarme de esa
odiosa fiesta, papi –le dijo la chica con una gran sonrisa continuando con lo
que ella creía una broma.
– De nada, princesa. Bueno, es
momento de que empiece la celebración. Fuera ropa, hijita; desnúdate para mí.
Ainara no pudo aguantarle la mirada
a ese par de ojos verdes que la acribillaban. No estaba acostumbrada a ese tipo
de situaciones y se paralizó.
– ¿A qué esperas?
– No sé. Me da cosa que me mires.
– Pequeña, tu cuerpo es mi regalo, desenvuélvelo
para mí.
– ¿No se supone que la que
cumpleaños soy yo? –le chinchó sacándole la lengua.
Mikel se aproximó a ella frunciendo
el ceño y blandiendo sus manos como si fuesen las garras de un lobo feroz:
– ¡Grrrr! Si me obligas a hacerlo
Caperucita te la arrancaré a mordiscos si hace falta; se interpone en mi
objetivo y eso me molesta. Sabes que hablo totalmente en serio y supongo que la
necesitarás cuando tengas que volver a casa, ¿verdad?
Ainara chilló entre risas y corrió
hacia el baño, pensando que tendría un tiempo para retomar el valor del día
anterior y desnudarse como él quería. Se sobresaltó un poco al ver al hombretón
entrar detrás de ella, con la bolsa de plástico entre las manos.
– ¿Qué es lo que haces?
– Quiero ver cómo lo haces.
– Pero, ¿qué dices?
– Lo que oyes. No te preocupes, soy
tu papi, no hay problema con que te quites la ropa delante de mí.
– Eres increíblemente cochino, ¿Lo
sabías, papi?
– Ni te lo imaginas.
Ainara, tras encogerse de hombros,
se rindió. Respiró profundamente un par de veces y dejó caer la ropa sin mucho
tiento, muerta de vergüenza. Optó por hacerlo deprisa para no pensarlo
demasiado. Las tetitas lucieron imponentes como dos pequeños y turgentes
pastelitos de nata, con unos delicados pezones coronándolos. Al principio
intentó disimularlas con cierta torpeza con su cabello, pero poco a poco el
deseo venció al pudor y desistió. Las braguitas con diseño de osito presentaban
una mancha de humedad poco compatible con el recato e incluso, en un momento
dado, se arqueó sutilmente para proporcionarle al adulto una mejor perspectiva
de sus areolas excitadas.
En un arrebato de pasión él la
cogió de la cintura, atrapándola contra la pared. Su dureza se clavó en su
coñito dejándole muy claro cuál era su intención. Nuevamente la tela con motivos infantiles
cumplía un molesto propósito interponiéndose en la pasión existente entre
ellos. Con un rápido movimiento el adulto le bajó las braguitas con muchas
ganas, dejándoselas a la altura de los tobillos.
– ¡¿Qué haces, loco?!
– Estás también me las voy a quedar
–dijo señalando la prenda que rozaba el suelo.
– ¡Me vas a dejar sin bragas! –se
quejó divertida.
– Sin ropa te ves todavía mejor
–alegó él con una gran sonrisa.
–
Nunca había conocido a alguien tan puerco.
– Eso es porque nunca habías estado
con un hombre de verdad.
– Ya, ya… eso será.
Ágilmente la joven se hizo con su
ropa interior con la firme intención de lazárselas a la cara, pero él anduvo
rápido de reflejos y las atrapó al vuelo.
– Sal, voy a hacer pis –la súplica
se tornó indignación al ver que él no se movía–. ¿De verdad vas a quedarte ahí
de pie… mirando cómo meo?
– Así es. ¿Algún problema?
– Pues sí, si me miras así no creo
que salga nada. Me da vergüenza.
– Pues no parecías muy avergonzada
ayer mientras me cabalgabas en el coche.
– ¡Cabrón! –chilló ella sentándose
en la taza–. Por favor… papi. Por lo menos date la vuelta, porfis.
Mikel meneó la cabeza con intención
de seguir en sus trece, finalmente, cedió.
– Venga, vale. Pero sólo porque es tu cumpleaños.
Ainara se sintió aliviada tras esa
pírrica victoria. No obstante, volvió a tensionarse al descubrir la mueca
divertida de su amante a través del espejo.
– Eres tonto papi –rió ante la
ocurrencia.
El agudo oído de Mikel captó el
primer chorrito entrecortado que salía y se dio media vuelta pillándola en
plena faena.
– Separa las piernas, quiero verlo.
– Eres… eres… malo.
– Soy lo peor. Ábrelas.
A pesar de morirse de vergüenza Ainara se dejó
hacer y permitió que Mikel la viera haciendo pis.
– Pues sí que tenías ganas.
– Son… son los nervios.
–No cierres jamás las piernas
cuando estés desnuda delante de mí, me gusta verte así. Tranquila princesa,
papi siempre cuidará de ti.
El abogado se desnudó sin prisa,
con la confianza que da el saberse vencedor de antemano, tenía un as escondido
que sabía que gustaba mucho a su hija. Los ojos de la lolita se clavaron en el
fibroso cuerpo, turbándose ante su aspecto tan masculino y cuidado. El bulto
que se dibujaba en el bóxer le recordó el monumental rabo que allí yacía. En
ningún momento se le ocurrió cerrar las piernas, lo que le dio tiempo al hombre
de agacharse, estiró su mano y jugueteó con el vello púbico humedecido por la
orina.
– Yo, esto… no me dio tiempo de
arreglarme ahí abajo… no pensé que… bueno que en verdad me escribirías.
– Ya aprenderás que papi jamás
incumple sus promesas. Y, por cierto, a partir de hoy, ese coñito deberá estar
impoluto y siempre dispuesto para mí.
– ¿No te cansas de ser un capullo?
– No, hay que serlo si quieres ser
un buen abogado.
– ¿Lo eres?
– El mejor.
– Mi abuelo piensa igual de sí
mismo.
– ¡Ya le gustaría a ese vejestorio
llegarme a la suela de los zapatos!
Furioso por la mención al hombre
que más odiaba en este mundo alzó a la muchacha y la depositó sobre el mármol
junto al lavabo. Invirtió un par de segundos en serenarse, no quería que su
furia contenida estropease todo.
– Deja que papi te haga su primer
regalo Ainara, hoy es el día de mi niña y será tratada como la princesa que es
–dijo al fin saliendo del baño después de darle un besito en la frente.
Se quedó un momento abierta de piernas con su
trasero desnudo apoyado en el frío mármol.
El volvió enseguida. Sacó el tubo de lubricante y otros bártulos de aseo
que Ainara no identificó.
– ¿Qué es eso?
– Una navaja de afeitar y espuma,
¿por?
– ¿Una navaja? Estamos en el siglo
veintiuno. Sabes que existen unas maquinillas diseñadas para eso, ¿verdad?
– Si, pero no son tan divertidas
como estas.
Ainara se le abrieron los ojos como
platos al ver a su compañero blandiendo el cortante utensilio.
– Estás loco. Puedes cortarme el
coño con esa cosa.
– Tranquila, confía en papi. Además,
tengo un buen seguro médico.
– A veces te comportas como un
auténtico gilipollas, papi.
El adulto se comportó como
corresponde durante la maniobra de afeitado, consciente de que ese no era el
momento para hacer bromas. Un paso en falso y podía mutilar a su joven amante.
En primer lugar, utilizó una de las toallas para asearle el sexo. Ella se
estremeció a cada roce y a pesar de que la vergüenza le embargaba se dejó
hacer. No se reconocía, siempre había sido una chica empoderada y rebelde, le
desconcertaba el poder que ese canalla tenía sobre ella. La excitaba hasta
hacerla desesperar y a la vez le infundía paz y una extraña confianza, esa que
se tiene en alguien al que se conoce desde siempre.
Parsimoniosamente Mikel enjabonó la
ingle de su hija y comenzó a rasurarla sin mayor dilación. Ainara dio un
respingo al sentir la fría cuchilla a escasos milímetros de su sexo, pero,
entregada y sumisa, ni protestó ni cerró las piernas ni un milímetro. Al
contrario, el ir y venir de los dedos del adulto por las inmediaciones de su
zona roja le robó algún que otro vergonzante gemido cada vez que le tocaba ahí
abajo. Cada tanto un dedo rebelde rozaba su clítoris haciendo que su vagina
supurase pequeñas gotitas de flujo que se fundía con la espuma.
– Tranquila, ya está –apuntó Mikel
limpiando los restos de jabón de las inmediaciones del coño que, en breves
instantes, iba a follar–. ¿Todo bien?
– S.. sí - jadeó ella separando un
poco más sus rodillas, abriendo su sexo con ambas manos, invitando expresamente
a su consumado amante a entrar en su cuerpo y arrasarlo todo. Todavía no tenía
el valor suficiente como para mirarle a la cara mientras hacía un gesto tan
obsceno, pero no por eso dejó de separar sus pliegues con ganas.
Mikel clavó la mirada en el
agujerito brillante, sonrosado e impoluto presentado a su entera disposición.
Si bien era cierto que el día anterior se retuvo, en ese momento no era dueño
de sí mismo, esa extraña necesidad de poseerla le nublaba el juicio.
– ¡A la mierda! –murmuró liberando
su polla de la ropa interior–. ¡No puedo más!
– Cállate y hazlo de una vez –se
quejó la otra en medio de un gemido al sentir el ariete erecto en las
inmediaciones de su coño –, no te atrevas a sacar tu polla de mi si no me he
corrido.
– Como ordene mi pequeña
princesita.
–
No… no soy tu…
Mikel perdió los papeles. Agarró el
pequeño cuerpo de su hija y lo atrajo para sí, colocándolo justo en el borde
del mármol. Enfiló su ariete y entró dentro de ella sin pedir permiso, con la
urgencia dan las ganas, sin mesura ni cuidado. A pesar de lo mojada que estaba,
la estrecha cueva opuso un poco de resistencia. Él la aniquiló de un plumazo;
Mikel desatado no era de los que hacía prisioneros, ni siquiera con una niña de
quince años.
Ainara soltó un gritito al ser
penetrada, lo sentía dentro; notaba cómo el cuerpo extraño iba abriéndose paso
dentro de ella, ensanchando su entraña, desordenando su vientre, arrasando con
todo. El punzante dolor inicial dio paso al calor, un placer tan intenso que su
mente no podía pensar en nada. Sin vello que se interpusiera en su visión, sus
ojos le obsequiaron con un primer plano de su coño imberbe succionando la
majestuosa polla del maduro.
El ritmo fue febril e intenso desde
prácticamente la primera embestida. Ainara se tapó la boca cuando comenzó a
chillar. Él, furioso y encabritado con ella por haber nombrado a su abuelo, la
tomó por ambas muñecas con una de sus manos, cruzándolas por su espalda,
atrayéndola hacia sí más todavía, penetrándola más fuerte, follándola duro, muy
duro. Ella, orgullosa, apretó los labios con todas sus fuerzas, no quería darle
el gusto de oírla gritar. Desesperada, quiso morderle de nuevo, pero él la vio
venir y repelió su ataque tirándole del cabello hacia atrás. Como el día
anterior, el dolor intensificó las sensaciones transmitidas por su sexo, lo que
terminó de desarmarla por completo.
– ¡Ahgg!
– ¡No te cortes, quiero oírte
chillar! –le ordenó.
– ¡Que te den! – jadeó ella saciada
de polla con la mirada fija en el techo, antes de que sus palabras se viesen
ahogadas por su propio alarido de puro placer.
Mikel hizo magia con sus caderas. Cuando
entró con soltura en ella y estuvo seguro de haber aniquilado su resistencia la
liberó. Ainara permaneció abierta en canal, con los brazos caídos a la espalda
y la mirada sumergida en un torbellino de sensaciones cada cuál más placentera.
Fue un inicio de follada intensa, rápida, desgarradora; poco o nada amorosa por
eso le sorprendió en el momento en el que la besó, casi con ternura. Pasado el
estado febril inicial y mientras se devoraban las bocas el ritmo, aunque
potente se tornó más consistente, menos eufórico y más suave. El primer orgasmo
de ella succionó con tal intensidad el miembro del letrado que en medio de una
maldición lo dejó ir todo dentro de su hija. Derrotado y satisfecho se dejó
caer sobre el inodoro mientras Ainara permanecía quieta con los ojos cerrados,
saboreando su orgasmo y, en cierta medida, su victoria.
Absortó por la imagen que tenía
delante el implacable abogado se quedó prendado de la sensualidad de la ninfa
abierta para él. Contempló cómo el semen caía lánguidamente del coño sonrosado
y formaba primero un charquito en el mármol y luego caía hasta el suelo. De
haber sido una prostituta le hubiese ordenado que lo limpiase con su lengua, en
cambio estaba tan bella que prefirió verla gotear.
A pesar de la comprometedora
situación Ainara no se cerró de piernas. En un primer momento no lo hizo por
complacer a su amante sino porque, literalmente, no tuvo fuerzas para hacerlo.
Había quedado exhausta; sólo por ese primer polvo ya valía la pena el tremendo
castigo que el tirano de su abuelo sin duda le iba a imponer cuando volviese a
casa. Después, cuando las piernas volvieron en sí, no las cerró sencillamente
porque no le apetecía hacerlo, quería exhibirse. Sentía el rubor de sus
mejillas, la dilatación de su sexo, pero a su vez, el estar expuesta ante la
mirada de su fastuoso amante la reconfortaba de un modo extraño. Siempre había
sido muy pudorosa y, en cambio, ante él tenía unas ganas locas de mostrarse tal
vez en agradecimiento al placer que él le había regalado.
– E.. Eres tremenda… hija. –Sentenció
Mikel cuando pudo articular de nuevo una palabra de forma coherente.
– Pues anda que tú… papi. –repuso
la otra a media voz, tras tragar saliva.
Tras unos momentos de tregua Mikel
se levantó de un salto y volvió a examinar muy de cerca el angosto agujerito
preñado de lefa.
– A partir de ahora, lo
mantendremos así –le dio una palmadita al encharcado agujero.
– Pervertido –ella le regaló una
sonrisa sin cerrar las piernas, esa que le hizo lucir tan adorable con esos
pómulos ruborizados.
– Me refería a la depilación. ¿Te
duele? –preguntó rozando suavemente la parte interior de los muslos, haciendo
dibujitos con el flujo y el esperma.
– Un poco. Más me dolía ayer.
– Ayer fui un poco brusco.
– Estuvo genial.
– Se suponía que no eras virgen,
por eso no tuve cuidado.
– Y no lo era, pero digamos que
Iban está mucho peor armado que tú.
– Ah… ese es el nombre del desliz
–murmuró concentrándose en la abertura, no era el lugar ni el momento para
dejarse llevar por la bestia posesiva de su interior que ya deseaba arrancarle
los brazos al desconocido aquel.
– Sí, es uno de los chicos que nos
rodeaba ayer. El chico de Eva, la que nos puso a parir – apuntó ella mientras
repasaba la marca que le hizo con los dientes.
– ¿El que le tocó el culo?
–
Ese.
–
Es muy poquita cosa, ¿no?
– Un bobo, eso es lo que es.
–
Sin duda. Tomemos una ducha antes de llamar al servicio de habitaciones.
Supongo que tendrás hambre, hijita.
– ¡Siii…! - chilló ella recibiendo
la propuesta con entusiasmo, aunque en seguida cambió el semblante–. No es
necesario que sigas haciéndolo, ¿sabes?
– ¿A qué te refieres?
–
Al rollo ese de padre e hija.
– ¿Te molesta?
–
No. Es sólo que nunca conocí a mi padre.
Mikel tragó saliva y miró frente a
frente a la joven. Probablemente la chica pensaría que estaba bromeando, pero
bien sabían los dioses que él lo dijo totalmente en serio. Incluso estuvo a
punto de quebrarse su voz.
– Yo seré tu papi a partir de
ahora. Cuidaré de ti y nadie volverá a hacerte daño, ¿vale?
– Vale –contestó ella muy turbada
mientras un juguetón cosquilleo le recorría la espalda.
– Vale… ¿qué?
– ¡Vale, papi!
Permanecieron los dos conectados
por la mirada durante un tiempo.
– ¡Venga, a la ducha! –espetó Mikel
ayudándola a incorporarse primero, dándole un cachete en el culo después,
rompiendo la magia.
Ainara reaccionó con una amplia
sonrisa. La idea de la ducha le pareció muy buena. Todavía sentía rara la
sensación de tener el coño lleno de leche. No era lo mismo que sus flujos, era
un moco mucho más viscoso. Entró en la enorme bañera que tenía la suite, pero
utilizó únicamente la ducha para comenzar a asearse. Tenía hambre ya eran más
de las tres de la tarde.
Mikel invirtió unos momentos en
recrear su vista con el cuerpo de la ninfa. El delicado conjunto le resultaba
adorable, aunque enseguida se centró en su objetivo. Le dolían los huevos de la
excitación, estrenar un culo siempre tenía su morbo. La primera descarga había
estado bien, pero era simplemente un anticipo de lo que pretendía. No podía
negar su fijación por el sexo anal, solía exigírselo a sus amantes y esa vez no
iba a ser una excepción. Más allá del puro disfrute físico, ver cómo se retorcían
de dolor al sentir su mástil rasgando el esfínter le provocaba un gran placer.
Pero aquella niña no era una zorra cualquiera, era su niña y, aunque plan
inicial de todo aquello era hacer sufrir a su abuelo en su cabeza no dejaba de
crecer ese sentimiento de protección hacia ella.
La acompañó a la ducha, donde la
relajante agua comenzó a caer sobre sus cabezas. Tomó jabón y, entre mimos y
caricias, comenzó a enjabonar el cuerpo en formación por completo. Todo en ella
era suave, turgente, natural y libidinoso, nada de siliconas ni tramposas
cirugías de las mujeres de pago.
Al adulto le provocaba gran
satisfacción el cómo la chica se dejaba hacer; también escuchar algún que otro
gemido que se escapaba de su garganta cuando sus manos se colaban en sus zonas
íntimas y la frotaban en lugares poco castos.
El juego de seducción que
desplegaron se explayó entre los besos, las risas nerviosas y los toqueteos
impúdicos. La química resultaba notoria, evidente y natural. Ni siquiera con
Maite se había sentido tan cómodo. En medio de sus toqueteos Ainara sujetó su
polla, examinándola con sus ojos, comprobando su textura. Una sonrisa se dibujó
en esa cara de niña traviesa, era más que evidente que le gustó el tacto del
pene y los testículos del adulto.
– Siempre he pensado que era una
cochinada.
– ¿A qué te refieres? ¿Al sexo?
– No, bueno sí. No me refiero a eso
exactamente.
Mikel rió.
– ¿Qué estás pensando, princesa?
– A veces Eva se lo hace a Iban…
delante de mí. Sabe que me da un asco
tremendo, la muy cabrona sólo quiere presumir de chico y que me ponga colorada.
– ¿A qué te refieres?
– Ya sabes… al sexo oral.
– ¡¿Nunca has chupado una polla?!
La joven dio un saltito de pura
rabia por ser tan inexperta.
– ¡Joder, vas a pensar que has
ligado con una niña tonta!
– Increíble. Y yo que creía que
eras una lolita devoradora de hombres cuando me entraste.
– ¡Eh, no te rías de mí, capullo! –gruñó
la joven asestando su mejor golpe en el hombro marcado de su acompañante.
Él, para no hacerle el feo, fingió
dolor.
– ¿Quieres probar?
– No sé. Por un lado, me da cosa…
–
… pero por otro sientes curiosidad, ¿correcto?
– Todas las chicas se lo hacen a
sus novios, tampoco hay que hacer un drama… y yo quiero hacértelo a ti.
– No es necesario si no quieres.
– Lo sé –repuso ella venciendo su
pudor.
La diferencia de altura entre ambos
era tan grande que apenas tuvo que agachar el cuello y poco más. Dio un par de
besitos en la punta de la verga y se la metió entre los labios no sin ciertas
reservas. Estaba caliente, sabía a jabón y a limpio, eso ayudó–. Tranquila, no
te la metas muy adentro. ¿Vale?
Ella asintió sin dejar de chupar.
Notó cómo el miembro viril mutaba de textura, se endurecía más según iba
evolucionando dentro de su boca; eso le infundió valor. No lo estaba haciendo
tan mal pese a ser su primera mamada. Se
la sacaba de vez en cuando para darse un respiro y luego volvía a la carga. Se
sintió cómoda chupando. Entendió por qué le fascinaba tanto a Eva hacerlo. Era
muy excitante, para nada sucio. Notó cierto cambio en el sabor, el amargor del
jabón dio paso a otro tipo de acidez que todavía le agradó más.
– Acaricia los testículos con
suavidad. Eso, lo estás haciendo muy bien, princesa –dijo Mikel con la voz
turbada por el placer, tener su polla en la boca de su hija terminó siendo una
de las imágenes más eróticas que hubiese presenciado en su vida–. Puedes
sacarla y lamerla de vez en cuando o darles besitos a los huevos también.
Ainara estuvo un rato chupando
polla bajo la supervisión de Mikel, que le decía qué hacer en cada momento para
proporcionar el mayor placer a ambos. Ella seguía confusa, sorprendida consigo
misma. Normalmente solía ser independiente y reaccionaria ante cualquier tipo
de mandato y más de una persona de sexo contrario en cambio el seguir las
indicaciones de aquel tipo le excitaba de una manera irracional y no podía ni
quería dejar de hacerlo. Entregada, se emocionó tanto que se la metió hasta el
fondo por lo que le sobrevino una arcada traicionera que no esperaba.
– Eh…cuidado. No quieras ir tan
deprisa. Ya es suficiente, ya es suficiente.
– Pero quiero seguir… quiero…ya
sabes…probarlo. Quiero probar tu semen ¡Por Dios, no me puedo creer que haya
dicho eso!
– Y lo harás. Te vas a hartar de
beber semen de papá, no lo dudes, pero para ser la primera vez es más que
suficiente, ¿vale? Hey, no pongas esa carita. Es una de las mejores mamadas que
me han dado. Deja que papi haga algo que desea hacer desde que llegamos.
–
De acuerdo, lo que tú digas. ¿Qué es lo que vas a hacerme?
– Tranquila, no seas ansiosa.
–
Vale.
Con el ánimo recompuesto, Ainara se
incorporó ayudada por su amante. Intrigada dejó que la colocase contra la pared
de azulejos de la ducha para inclinarla ligeramente después. No fue capaz de
evitar un respingo cuando él, con suma delicadeza, abrió sus nalgas ayudándose
de sus manos y repasó toda la abertura trasera con su lengua. Con la cara del
adulto pegada a su culo recordó la conversación mantenida en el vehículo que la
llevó hasta allí y volvió a cerrar los puños a modo de protesta.
– Ya sé lo que quiere el cochino de
papi: el culito de su princesita.
Mikel sonrió sin dejar de lamer.
Con Maite el anal era un tema complicado, solo lo intentaron una vez y ni
siquiera pudo penetrarla. Por los gemidos que emitía la pequeña ninfa al
acariciar su esfínter supo que la historia no se repetiría y que su polla se
enterraría en aquel agujero sin excesivos problemas. Ainara era puro fuego y la
manera de aguantar la postura mientras le comía el culo resultaba de lo más
prometedora.
–
Por favor no me hagas daño –suplicó cuando la lengua juguetona dejó de
recorrer su ojete.
– Relájate –murmuró el adulto
incorporándose.
Se colocó detrás de su hija y, tras
embadurnarse generosamente el dedo corazón con jabón, lo enfiló entre sus
tiernos glúteos.
–
Me va a doler… lo sé.
–
Puede, aunque sé que después te va a encantar. Confía en mí.
– ¿Que confíe en ti? ¡Pero si te
conocí ayer!
– Ya –repuso él sin poder contener
su risa–. Mi intención es hacer que te guste, no soy ningún violador.
En contra de su costumbre el
despiadado abogado actuó con dulzura. Fue firme a la hora de atacar el orto
primerizo y a la vez cuidadoso. No era el primer ano que estrenaba, aunque sí
el más tierno y delicado de todos ellos. Suavemente introdujo no más que la
primera falange en tan angosta abertura, dilatándola con suavidad y luego
volvió a por más lubricante extendiéndolo por el interior.
– ¿Todo bien?
– Sí. Sigue.
Repitió la maniobra varias veces,
incrementando la proporción de dedo insertado hasta que la naturaleza siguió su
curso y la lujuria y las ganas de experimentar de Ainara vencieron su miedo; en
dedo del adulto se enterró completamente en el culo de su hija
– Se siente raro –se quejó la ninfa
mientras su ano era dilatado - da la sensación de que me voy a hacer… cacas.
– Dale tiempo, te acostumbrarás
conforme lo vayamos haciendo más veces.
– ¿Más veces? –preguntó con voz
entrecortada la ninfa–. ¿Volveremos a
vernos entonces?
– Por supuesto, soy tu papi. Te
dije que cuidaría siempre de ti, mi niña.
– Cre… creí que te largarías cuando
lo tuvieses todo de mí.
– Ni lo sueñes. Eres mía.
Un segundo dedo ayudado por un
chorrito jabón amenazó la entrada del culito de la adolescente. Instintivamente
separó un poco las piernas, arqueando las caderas a la vez.
–¿Qué tal? –dijo él besándola
tiernamente en el cuello mientras dos de sus apéndices reptaban por el ano
juvenil.
– Duele –insistió la joven–, pero
me gusta.
Los dedos de Mikel comenzaron un
lento movimiento, dilatando con suavidad el agujero. Una serie de gemidos
inconexos brotaban de la boca de Ainara. Se retorcía cada tanto ante aquella
profanación, al principio rechazándola, después soportándola y, finalmente,
buscándola.
El abogado se incorporó, aún con
sus dedos muy dentro del culo, se pegó a ella para que sintiera su erección a
un costado. La mano libre se posó sobre el coñito imberbe, tan terso y suave,
perfecto, sin rastro de vello, le dio una suave palmadita que causó un respingó
en ella. Dos de sus dedos se introdujeron sin mayor dificultad en él y en medio
de la ducha, bañados por esa delicada lluvia tibia, el cuerpo de la jovencita
se tensó dejando escapar el segundo y prometedor orgasmo de la jornada.
Tuvo que sujetar a su hija cuyas
piernas flaquearon ante el gatillazo, rápido, intenso. Un orgasmo un tanto corto,
pero satisfactorio provocado por cuatro dedos expertos en un cuerpo ávido por
aprender.
– ¡Joder, joder, joder! –gritó
Ainara golpeando con fuerza el azulejo mientras su coño destilaba lujuria de
nuevo.
No entendía lo que le pasaba. Cada
nuevo orgasmo, en lugar de saciarla, le impulsaba a buscar el siguiente con
mayor desesperación.
Mikel dejó de estimularle la vulva
y se centró en su otro orificio. Rotó con delicadeza los dos dedos enterrados
en su culo antes de retirarlos. Quería comprobar lo que ya sabía: que su hija
era puro vicio y que había heredado su pasión por el sexo. Lentamente comenzó a
sacarlos y Ainara, lejos de permitírselo, fue balanceando su cuerpo hacia atrás
para que la estimulación anal no cejase.
Cuando logró desenterrarlos, tras el gruñido de protesta de su hija,
presionó ligeramente el esfínter anal y fue la propia ninfa la que se auto
inmoló sin necesidad de darle indicación alguna.
– ¡Ahg! –Gimió ella de puro gusto
mientras se enculaba y su siguiente pregunta más pareció una súplica–, ¿vas a
meterla por ahí ahora?
– No –respondió dejando de
estimularla –El jabón está bien para un par de dedos, pero para soportar mi
pene necesitarás algo más de ayuda.
– Lo que tú digas… papi –repuso
ella dándole un piquito.
Mikel suspiró. Le costó un mundo no
dar rienda suelta al animal que llevaba dentro. La vio tan indefensa que quizás
su instinto paterno salió a relucir aplacando un poco a la bestia. Cerró la
ducha, le devolvió el besito y la cogió entre sus brazos llevándola a la cama.
Tan menuda, ella se dejó hacer, flojita, dispuesta y entregada.
Ainara vio el móvil. Un montón de
mensajes, alguno de sus amigos, la mayoría de su abuelo. Decidió apagarlo y
dedicar la tarde a disfrutar de su cuerpo y de el de su amante. Ya se
enfrentaría al viejo gruñón cuando tuviese que volver a casa.
Pidieron comida. Tuvieron la
precaución de pedir la comanda en la puerta con la excusa de que ella dormía.
No querían interrupciones ni vestirse. Almorzaron sobre la alfombra entre besos
y caricias. Mikel con albornoz, ella sin nada; cada vez se le hacía más cómoda
su desnudez. Le gustaba cómo él la miraba y la acariciaba de vez en cuando en
zonas poco castas. No dejaba de reír cuando él le pasaba por el sexo algún que
otro caro manjar y luego se lo comía. Después de comer probaron el champagne.
Ella tan sólo un sorbito, no quería emborracharse y olvidar detalles de lo que
iba sucediendo. Sin duda era el mejor cumpleaños de su vida.
Mikel cogió el estuche que tenía un
delicado lazo dorado envolviéndolo. Le inquietaba un poco la reacción que
pudiese tener la ninfa con respecto a tan particular regalo. La idea la tomó
prestada de uno de los relatos de cabecera que ella solía leer, pisaba sobre
seguro. Nunca llegó a pensar algo parecido, ni con Maite, pero por algún motivo
le había parecido adecuado proponérselo a ella. Con su cuerpo desnudo ante él,
se veía tan entregada, tan suya, tan a gusto que se auto convenció de que nada
podía salir mal.
– Quiero que esto quede claro, soy
un tipo un tanto particular. Entiendo si lo rechazas. Conmigo es todo o nada,
Ainara. Te quiero para mí. Solo para mí.
– No es como que tengas competencia
–bromeó ella–, no suelo llamar la atención. Sólo me entran los frikis o los
viejos babosos amigos de mi abuelo.
– Si lo aceptas, tu coño va a ser
solo mío.
Ella rió divertida.
– Que romántico estás hecho –le
susurró robándole el enésimo beso.
– Lo sé, ni yo mismo me reconozco –apuntó
él devolviéndoselo.
–Anda, dame. Que no tenemos todo el
día –tiró del estuche y lo desenvolvió se quedó sin palabras.
Sobre el terciopelo rojo descansaba
un collar con un colgante, de oro, se adivinaba a primera vista. Cruzó una
mirada con él, parecía un tanto… intimidado, no el tipo seguro que la
descolocaba.
– ¡¿Pero tú de qué vas?! –le gritó
dándole un golpe en el hombro.
– Disculpa, no debí dártelo tan
pronto – apuntó él muy nervioso, quiso arrebatárselo.
– Deja, es mi regalo –se burló ella
sacando la lengua–. Mira que eres tontito. Un capullo egocéntrico pero tontito.
Me encanta. Que sepas que también buscaré algo para marcarte –le dijo con una
sonrisita altiva.
– Perfecto. No me importa, aunque
bien que me marcaste ayer –apuntó señalando al sitio de la mordida.
– ¡Uf, no me lo recuerdes! Me pasé
bastante.
– Creo que sobreviviré.
–¿Me lo pones?
Con cuidado, y con una gran tensión
en su polla hizo a un lado la cabellera medio mojada de la chica para colocarle
la fina cadena de oro. Una vistosa y elegante “M” quedó reposando un poco más
arriba de la unión de sus senos. Un gruñido de satisfacción hizo vibrar el
pecho del letrado. Ainara se intimidó un
poco al notar el cambio en la mirada del abogado, sus ojos se oscurecieron, y
unas gotas de pre seminal decoraban la punta del mástil que volvía a asediarla
amenazante.
– ¿Te gusta?
– Mucho.
Antes de que pudiera decir algo
más, la arrastró a la cama, tumbándola boca arriba. Ainara se estremeció. Era
tan imponente, su cuerpo sobre ella la cubría por completo. Su boca sufrió un nuevo asalto de aquella
lengua experta. Las manos del abogado se dirigieron a las suaves tetitas,
amasándolas con total descaro. Pellizcó ligeramente los pezones, erizándolos al
momento. Ella buscó corresponderle, pero sus manitas solo alcanzaban a pasearse
por el pecho tonificado del adulto. Mikel
continuó su ataque, el cuello era el siguiente objetivo, apenas tuvo
resistencia. Lo lamió y succionó, quería marcarla, necesitaba marcarla.
– ¡Agg! –Jadeó la joven encajando
la dentellada sin resistirse. Su vulva se desperezó al momento ante el ataque.
La bestia clamaba para que cada ser
de la tierra supiera que ella era suya. Necesitaba sus gemidos, sin duda se
volvería adicto a ellos. Tan suaves, tersos y escandalosos. A su niña no le iba
bien contenerse, mucho mejor, la quería a tope, deseosa de él. Sus gemidos,
solo suyos. Succionó con todas sus fuerzas, inclusive amagó con endosarle un
inicio de dentellada. Ella permaneció inmóvil, entregada; totalmente sometida a
él, deleitándose con su propio dolor.
Él se incorporó sobre ella que,
lejos de rehuir el combate, se volvió a colocar en posición receptiva,
separándose otra vez las piernas, invitándole a entrar en ella. Pero él la
giró, colocándola a cuatro patas contra el cabecero de la cama. Ella comprendió
qué pretendía. El miedo se coló por su interior, a la vez que las ansias por
seguir. El grato recuerdo de lo sucedido en la ducha era reciente pero aun así
las dudas propias de la primera vez la embargaron.
– Por favor papi, no me hagas daño
–suplicó de nuevo asimilando que la virginidad de su ano sería historia en
pocos minutos.
Mikel no contestó. Tenía algo más
importante que hacer. Cogió el lubricante echando una buena cantidad en las
inmediaciones del agujero, todavía algo dilatado por su estimulación durante la
ducha y otro tanto a lo largo de su polla.
Invirtió unos segundos en examinar
el delicado agujerito a disfrutar. Contuvo su instinto de ensartarla como una
aceituna sin el menor escrúpulo, la chica no tenía la culpa de que su abuelo
fuese un hijo de la gran puta. Despejó esa idea de su mente anotándola para el
futuro, cuando el sexo anal entre ellos fuese habitual. Optó por hacerlo bien o
por lo menos de la forma menos dolorosa posible. Introdujo un dedo hasta el
fondo aprovechando el efecto del gel para después realizar lentos movimientos
circulares, dilatando el estrecho agujero, frotando las paredes del intestino con
suavidad. Tras sacar el dedo, enfiló su ariete justo en la entrada del orificio
y presionó sin violencia, pero sí con decisión.
–
Despacio, por favor –suplicó Ainara–, es mi primera vez por ahí.
–
Lo sé, esta virginidad si es enteramente mía –apuntó el adulto acompañando a
sus palabras con un ligero masaje en la zona lumbar de la chica intentando
tranquilizarla–. Relájate, princesa. Papi lo hará con cuidado. Separa un
poquito más las rodillas, no mucho.
–
Va… vale. Confío en ti, papi.
A pesar de la lubricación, al
maduro le costó un poco ensartar la punta, sintió a su pequeña tensándose al
tiempo que un gruñido era acallado por la almohada que mordía. Justo cuando la
parte más gruesa de su glande atravesaba el esfínter anal de su hija detuvo su
avance consciente de que eso iba a resultarle doloroso en un primer momento
pero que, a la larga, facilitaría las cosas. De inmediato sintió las intensas
contracciones del orto primerizo constriñendo su verga, intentando en vano
liberarse, regalándole un placer infinito con cada compresión. Las uñas de
Ainara se clavaron en la almohada y el gruñido creció en intensidad, a pesar de
ello la joven no rehuyó el combate; ni intentó zafarse ni suplicó clemencia:
aguantó el dolor y se abandonó a la voluntad del adulto ciegamente.
–
Ya casi está… un poco más. Ya casi está.
Mikel decidió terminar con la
maniobra dilatación enterrado los primeros centímetros de su polla, complacido
de que aquel agujero iba cediendo lento pero seguro sin rasgarse. Dadas las
dimensiones de su miembro viril cabía la posibilidad de que esto sucediese si
no se andaba con cuidado.
–
¿Qué tal?
–
Mu… mucho mejor –reconoció ella, comprobando que ya había pasado lo peor.
–
Tócate. Si estimulas tu sexo te será más llevadero, Confía en mí.
– De acuerdo.
Ainara
obedeció al hombre, sus dedos se dedicaron a estrujar su coñito, con cada
centímetro aumentaba la intensidad de su masturbación y el placer que sentía en
el coño amortiguaba la molestia en su culo. Ciertamente, una vez pasado el
primer mal trago, tener un buen rabo rellenando su intestino no era tan
doloroso como pensaba, inclusive podía decir que le comenzaba a resultar
placentero dada su afinidad natural hacia el dolor. Conforme la enculada iba desarrollándose
ella misma se animó a mecerse ligeramente para propiciar la penetración. Su
esfínter parecía dispuesto a tragar si no todo sí buena parte del miembro del
adulto. De improviso notó un chasquido en su vientre, se asustó y quedó
totalmente paralizada:
– Ahhh…
papi… detente un momento… es… mucho
– Tranquila, respira. Ya la tienes toda
adentro.
– ¡¿Si?!
–
Completamente.
Mikel
no se movió, la sensación que le transmitía su pito era indescriptible. Se
inclinó un poco para facilitar la maniobra percutora, enterrándose más en ella
provocando que, de nuevo, ella buscase su almohada para acallar sus chillidos.
–
¿Lista?
Ainara
no contestó, se limitó a asentir con la cabeza pegada a la tela. Mikel respiró
hondo y empezó un lento y profundo saca-mete. Ella se retorcía debajo del
letrado, mordió la almohada con más fuerza mientras gemía o más bien chillaba
por la invasión. El culo le ardía, era doloroso y a la vez tan placentero. Para
su sorpresa su vulva no había dejado de segregar jugos desde la primera
enculada. No pensó que podría mojarse tanto con esa sensación extraña en el
orto. Con todo, lo experimentado no fue nada en comparación con lo que sintió
tras recibir una sonora palmada en los glúteos tras una profunda ensartada. El
tono del chillido cambió tras los siguientes golpes, el dolor no sólo desapareció,
sino que fue devorado por el intenso orgasmo.
La
joven se contorsionó y clavó sus pupilas felinas en las de su padre:
–
¡Dame! ¡Más fuerte! –pidió desesperada.
– ¿Segura?
– Papi,
dame más. ¡Dame otra vez! ¡Joder!
El
cerebro de Mikel hizo corto y su miembro volvió a tomar posesión de él. La
embestida ganó potencia, intensidad a la vez que los azotes, aunque en ningún
momento perdió el control. Se dejaba ir y venir, no le sorprendió ver las
caderas de su hija meneándose, imitando el vaivén, cada vez más coloradas por
los golpes. Se veía tan sucia y encantadora, con una polla enterrada en el culo
y su rostro sudoroso de nuevo adherido a una almohada incapaz de ahogar sus
gritos.
Temiendo
marcarla dejó de azotarla y, haciendo caso omiso de la súplica de su hija, con
su mano libre la sujetó por las muñecas, inmovilizándola por la espalda. Su
cipote aumentó más el ritmo hasta convertirse en un polvo duro y potente. Una
enculada si bien no salvaje sí bastante contundente y más al tratarse de una
primeriza.
Enterró
su ariete ardiente sin contenerse, los chillidos y convulsiones de Ainara
elevaban el calor interno que le recorría todo el cuerpo. Tras una estocada
algo más intensa ella giró su rostro y pudo ver las lagrimitas que recorrían sus
pómulos, le dedicó una sensual sonrisa antes de soltar un gran alarido de
placer y algo de dolor, su coño se contraída preso del placer y su esfínter
succionó la polla del abogado con tal intensidad que Mikel no pudo aguantarlo mucho
más, el primer chorro salió disparado a la par de sus últimos espasmos. La
leche salió a borbotones, no recordaba muchas corridas igual de apoteósicas. Se
derrumbó sobre el cuerpo de su pequeña, ambos casi inertes por el placer
experimentado, enganchados el uno al otro.
Le
tomó un minuto el poder quitarse encima de ella. Se sentía tan satisfecho,
exhausto, seco. La pequeña criatura que yacía inerte en posición fetal a su
lado con los ojos cerrados y el cabello revuelto le provocó un sentimiento
nuevo. Sintió la tremenda necesidad de abrazarla, de protegerla, de arroparla.
Tenía la mente espesa, no quería dormirse, dormir no era una de sus constantes.
Sin embargo, con ella entre sus brazos, acariciando sus tetitas, sintió tal paz
que cayó rendido.
A
Ainara le tomó unos minutos serenarse, de su ano todavía escurría el viscoso
líquido. Entre las manos del adulto pensó que tendría que adaptarse a esas
sensaciones que iba conociendo de la mano del letrado. Iba a preguntarle algo,
antes de darse cuenta de que dormía plácidamente. Optó por darle un respiro,
con sumo cuidado se dio media vuelta para observarlo. Con sus facciones
relajadas era inclusive más guapo. Descubrió que esa barba con ese cabello se
le hacían muy atractivos. Sus deditos recorrieron con tiento el marcado
abdomen. Que hombre tan sexy. No entendía cómo quería conformarse con ella, que
se sentía tan poca cosa. Llevó la mano al colgante, por algún motivo no dudaba
que mantendría su palabra de pertenecerse mutuamente.
Se
relajó a su lado, por mera curiosidad encendió el móvil, el pobre aparato
titilaba ante la marea de mensajes y llamadas por parte de todos, en especial
de su abuelo.
– So
capullo, que te den –espetó por lo bajo lanzando el móvil al otro lado de la
cama.
Pasó
los siguientes minutos explorando a consciencia el cuerpo de su “papi”, tenía
una cicatriz pequeña en su pierna izquierda, por encima de la rodilla, quizás
producto de alguna trastada infantil. Pronto sus cavilaciones se desviaron al
miembro morcillón que descansaba entre las piernas del maduro, a pesar de estar
dormido tenía un buen tamaño, aun así, le parecía más contundente la triste
pollita de Iban. Rió divertida ante la comparación, quería saborearla otra vez.
Una serie de movimientos en su
parte baja trajeron al abogado de regreso del mundo de los sueños. La imagen
que captaron sus ojos medio abiertos le excitó y enterneció a la vez. Su
angelito sin alas se había colado entre sus piernas, tenía el ceño ligeramente
fruncido, y los ojitos brillantes rebozando de una curiosidad casi infantil.
Examinaba el miembro paterno con delicadeza e intriga. Llevó el miembro dormido
a su boca, aprendiendo unas lecciones básicas de anatomía masculina. Sus ojos
se abrieron un poco al notar como se endurecía rápidamente en su cálida boca.
Mikel llevó una de sus manos sobre la cabecita de su pequeña, guiándola con
tiento en su segunda mamada.
– Creo
que puedo acostumbrarme a esto, me gusta –dijo ella dándose un respiro, con las
mejillas encendidas, contemplando el cipote a escasos centímetros de su rostro.
– Si,
yo también. Vamos, ya tendrás tiempo para eso. Quiero abrazarte un rato.
Ainara le dedicó una dulce sonrisa
y se subió sobre él, Mikel la rodeó con sus brazos y le dio un casto beso en la
frente.
– No
lo hacía a usted un mimoso, señor letrado.
– Sí,
es un desastre, mi hijita me está convirtiendo en un blando, pero eso no puede
saberse, tengo una reputación de tipo duro que mantener.
–
¿Sabes? –Ainara apoyó su cabeza sobre el pecho de él, un tanto melancólica–. Es
la primera vez que tengo un papá.
– ¿No
conociste a tus padres?
– Mi
mamá murió cuando yo era pequeña. Se… se suicidó.
Mikel
atrajo para sí el cuerpo que se estremecía sobre él. Tuvo que hacer gala de sus
mejores galas de abogado sin corazón para que su voz pareciese medianamente
firme.
– De
verdad que lo siento.
El
silencio se hizo entre los dos.
–
¿Y… tu padre? –soltó el aire despacio, mientras acariciaba su espalda.
–
Según Eneko, quiero decir, según mi respetable abuelo –expresó con sorna– mi
padre era un mal tipo. Le llevaba unos
cuantos años, como diez o más a mi madre. Por lo que entendí. trabajaba para
él, o algo así. No lo tengo claro. Es más, o menos lo que he podido sacarle a
él y a la mojigata de mi abuela. Sea como fuere, se valió de la diferencia de
edad para seducir a mi mamá. La envolvió con su palabrería hasta meterse en sus
bragas. Dicen que la drogó y la violó y
de ese abuso salí yo.
El
adulto hizo un esfuerzo sobrehumano para no empezar a despotricar hacia el
hombre que le había arruinado la vida.
– ¿Tú
le crees?
– Antes
jamás hubiese dudado de su palabra. No lo sé. Hace un par de años tuve la
oportunidad de hablar con una amiga de mi madre, me dijo que no me fiara de mis
abuelos, que muchas cosas no pasaron como ellos afirmaban. Quise volver a
contactarla, se supone que es mi madrina. Pero mi abuelo se encargó de que no
volviera a acercarse a mí. Supongo que utilizó alguna de esas tretas que
utilizan los abogados.
– No
me agrada tu abuelo.
– Ya,
a mí tampoco. A veces… a veces pienso que si hizo lo que hizo fue por mi culpa.
Que si yo no hubiese nacido ella seguiría viva.
–
Dudo mucho que eso sea así –apuntó él regalándole una andanada de besitos en la
frente.
– Pensarás
que soy una niña tonta –murmuró recogiendo una lágrima rebelde de su mejilla.
–
Ainara –elevó la cabeza de su joven amante y sus ojos se conectaron. Por mucho
que su intención inicial era otra no fue capaz de mantenerse indiferente ante
lo que ella había pasado, era como si… le importara de verdad–. No eres un
juego para mí, te prometo que no voy a dejarte. Tienes mi número y puedes
escribirme sin importar la hora, si no te contesto inmediatamente no es que
pase de ti, es porque estaré liado con el trabajo o algún asunto. Soy tu papi,
te voy a cuidar y te voy a proteger de quién sea. No dejaré que nadie te
lastime. ¿Vale?
–
Tonto –otra lagrimita se escapó de sus ojos–. Gracias por darme el mejor
cumpleaños de todos, Papi.
– El
mejor cumpleaños de todos hasta la fecha. No pienso ir a ningún lado, mi pequeño
y triste angelito sin alas. Eres mía y soy tuyo. No lo olvides, nunca.
– Vale.
Ainara
se sintió reconfortada por aquellas palabras. Quiso creer, necesitó creer que
eran ciertas. Se sintió alegre y triste
al mismo tiempo. Alegre por ser importante para alguien y triste porque esta
persona fuese prácticamente un desconocido al que acababa de conocer y no
alguien de su entorno más cercano, de su propia familia o círculo de amigos.
Quiso agradecérselo y sólo se le ocurrió una manera de hacerlo, dándole lo poco
que disponía verdaderamente suyo.
– ¿Qué…
qué estás haciendo?
– ¡Pss!
No digas nada más y calla.
– ¿Si?
– ¡Calla,
joder!
Ainara
se incorporó dando la espalda a su progenitor y tras acariciarla polla hasta
endurecerla a su gusto, se dejó caer lentamente sobre ella. La penetración fue
de todo menos sencilla, el parón había hecho mella en su lubricación, pero no
cejó en su empeño hasta que se llenó de rabo por completo. Con la boca
desencajada, los ojos entornados y, mucha determinación fue incrementando el
ritmo de la monta paulatinamente hasta hacerlo frenético.
A
Mikel le resultó difícil decidir qué le resultaba más morboso: ver cómo la
ninfa luchaba contra su cuerpo por introducirse un centímetro más de polla o
los escandalosos gritos que brotaban de su boca en cada arremetida. El trasero
enrojecido subiendo y bajando frente se convirtió en una diana imposible de
obviar y cuando comenzaron los azotes la lujosa cama de la suite crujió como
nunca lo había hecho y los alaridos de la fémina resonaron por todo el hotel.
Con todo lo más impresionante
estaba por llegar cuando, poco antes de llegar a su cénit se vio descabalgado
por la joven amazona. Ainara parecía otra, sudorosa y embriagada por la
lujuria; poco menos que se abalanzó contra la polla, jalándosela hasta la
garganta de un solo golpe. Se adhirió a ella como una anaconda y no dejó de
mamarla hasta que obtuvo lo que andaba buscando: una más que considerable
ración de semen caliente y viscoso recién ordeñado que trasladó hasta su
estómago sin asco ninguno.
– Está rico –dijo muy sonriente
mirando a los ojos del más que extasiado Mikel mientras saboreaba los últimos
restos de esperma.
Ya eran casi las once de la noche
cuando salieron de su habitación tomados de la mano y más que satisfechos. Al
llegar al Hall, se toparon de nuevo con el molesto recepcionista que
inmediatamente les abordó con cara de muy pocos amigos.
– Disculpe, señor Echeverría.
–Sí,
dígame… –Mikel hizo una lectura rápida al letrero identificativo que aquel
impertinente lucía sobre su uniforme– … Paco. ¿Qué se le ofrece?
– El teléfono no ha
parado de sonar en toda la tarde con las quejas de los clientes. He estado a
punto de llamar a la policía. Su… –el hombrecillo clavó la más despectiva de sus
miradas en la adolescente– su hija, si es que lo es, y usted no son bienvenidos
en este establecimiento. Este es un sitio serio. Les sugiero que otra vez que
quiera… aliviarse con alguna putilla lo haga en algún motel de carretera o algo
así pero no vuelva a aparecer por aquí, ¿entendido?
Ainara quiso morirse de la
vergüenza. El recepcionista fue de todo menos discreto. Fueron varias las
personas que oyeron la reprimenda.
Mikel en cambio ni se alteró. Se
limitó a sacar su teléfono móvil, consultar su agenda y llamar:
– ¿Koldo? ¡Hola, qué tal! Soy Mikel, ¿cómo te va? ¿Qué tal los chavales?
Me alegro. Na, tranquilo. Todo va bien, sólo tengo un pequeño problema sin
importancia. Verás, he estado alojado en el Dómine…
– ¡Pe…
pe… perdón, señor...! - Al recepcionista le cambió la cara al adivinar quién
era el interlocutor del cliente al que acababa de reprobar.
– No…
tranquilo, no te he dicho nada porque sé que andas muy liado los fines de
semana. Nada, nada… una tontería. Aquí hay un chico muy majo en la recepción.
Un tal Paco… ¿lo conoces? Sí, yo también creo que es un gilipollas y apenas le
conozco.
– Pe…
perdón, yo no...
– Pues el bueno de
Paco acaba de decirle putilla a mi hija delante de todo el mundo y nos ha
echado de tu hotel. ¿Qué te parece? ¿Qué dices? ¿quieres que te lo pase? Lo
tengo aquí mismo, meándose en los pantalones –dijo guiñando un ojo a Ainara que
lo miraba como si fuese un marciano–. Toma… Paquito… es tu jefe que quiere
decirte un par de cosas. Yo de ti iría pensando en actualizar el currículo.
Ainara no pudo distinguir qué es lo
que aquel desgraciado escuchó a través del celular, sólo el tono airado del
interlocutor ausente y cómo le iba cambiando la cara al hombrecillo conforme la
bronca le iba cayendo. Cuando la conversación terminó le tendió de vuelta el
teléfono móvil a su legítimo dueño que lo miraba muy divertido.
– Lo… lo siento mucho.
– Perdona,
no te he escuchado. ¿Qué has dicho?
– Que…
que siento mucho haberle faltado el respeto, señor.
– ¡Ah!
No te preocupes, a mí me da lo mismo. Soy abogado, y estoy acostumbrado a que
los desgraciados a los que estoy a punto de demandar y arruinarles la vida me
insulten. Es con ella con la que tienes que bajarte los pantalones, no conmigo,
campeón.
– Yo…
lo siento mucho, señorita.
– Tran... tranquilo.
No pasa nada.
Fue la chica la que poco menos
arrastró al adulto fuera de allí. Había sido el mejor cumpleaños de su vida y
ni iba a dejar que un incidente menor como aquel se lo amargase.
– ¿De verdad van a echarle? –Preguntó Ainara cuando el todoterreno de
cristales tintados volaba en dirección a su casa.
– ¿A
Paquito? Sin duda. No se puede ser más metepatas…
– Me
sabe mal.
– Tranquila.
Se lo ha buscado.
– Pero
puede que tenga mujer… e hijos.
– ¿Y?
– Pues
que no quiero que pierda su trabajo por algo tan estúpido. ¿No puedes hacer
algo? Por favor… papi. Es mi cumpleaños, no quiero tener ese cargo en la
conciencia.
– Bueno… como quieras
–consintió él marcando el teléfono de su compañero de pádel.
Pasadas las once de la noche Ainara
se despidió del letrado, la dejó a un par de calles de su casa, cerciorándose
de que no hubiese ojos sobre ellos, a esa hora sería complicado, no estaba de
más ser precavidos.
– Princesa, escribe o llama si lo necesitas, no importa la hora –le
recordó.
– Lo haré, papi
–soltó ella risueña.
Tras un par de besos de despedida,
cogió el skate y se bajó del todoterreno, sus ligeras pisadas resonaron por el
par de calles que la separaban de su casa. Notó que el vehículo no arrancó
hasta verla llegar a la puerta.
Suponía el enfado por parte de sus
abuelos, lo que no esperó fue ver esos ojos de basilisco en el viejo. Tenía las
venas marcadas en la sien, que se notaban mucho más por las entradas de su ya
prominente calva.
–
Eres tan zorra como tu madre –le soltó el viejo nada más entrar. Lo siguiente
que sintió fue la hostia que le dio de lleno partiendo su labio.
No
pudo reaccionar, ni hablar, era la primera vez que el viejo le levantaba la
mano. Su skate dio a parar chocando contra el suelo.
– ¡¿Dónde
estabas metida biloba?! ¡¿a quién te metiste en las bragas?! –espetó fuera de
sí.
–
¿De qué hablas aitite? –logró articular a duras penas.
Se
abalanzó sobre ella dándole otra cachetada, la cadena con el colgante.
– ¿Qué
es eso?
–
Era de mi madre –mintió–. El otro día hurgué entre las cajas donde se guardan
sus cosas y lo encontré. Quise usarlo por ella.
–
¡Zorra mentirosa! –sujetó la fina cadena jalando de ella hasta que se rompió.
–
¡¿Qué mierda te pasa?! –exclamó armándose de valor. No le importa si la molía a
golpes, cogió la letra entre su mano, en un puño, no la soltaría por nada del
mundo. En ese momento odió a su abuelo con todas sus fuerzas.
– Dame
tu puto móvil, a ver a qué cabrón estás mandándole fotos en pelotas. Debí
imaginarlo, eres igual de puta que Maite. ¡Os abrís de piernas a cualquiera!
¡Eres una zorra!
Una
llama de ira despertó en el fondo de su interior. Él era un ser despreciable. A
ella le daba igual que le llamase lo que le diese la gana, pero… ¿cómo se
atrevía a hablar así de su madre? A regañadientes le tendió el móvil, no era la
primera vez que se lo revisaba. Por suerte ella no tenía ni un pelo de
estúpida. Se había encargado de borrar los mensajes de Mikel y guardar su
contacto con el nombre de una chica. Le lanzó una mirada de odio a la impersonal
figura de su abuela, siempre sumisa, puta mojigata.
– ¡A
TU CUARTO! ¡Y NADA DE SALIR CON ESA PUTA TABLA EN UNA SEMANA!
A
Ainara le ardía la cara, aunque no tanto como el orgullo. Esperó a que sus
abuelos durmieran y, aprovechando la tenue luz de su mesilla de noche, decidió
masturbarse de manera sucia y explícita para después tomarse un montón de fotos
obscenas con el coño rezumando babas.
– “¿Esto
es lo que no querías que tu nietecita hiciese, ¿verdad, cabrón? ¡Pues jódete!”
–pensó.
Cada
foto era más atrevida, tanto que tomó un rotulador y escribió el nombre de
Mikel sobre sus tetas y se abrió el coño encharcado todo lo que pudo delante
del objetivo.
A
las 4 am el móvil de Mikel empezó a sonar con insistencia, para un ser insomne
como él no le pilló desprevenido. Una serie de fotos se desplegaron en el chat.
El contacto guardado como “Mi Princesa” le llenó rápidamente la galería con su
menuda figura desnuda, tocándose para él.
– Que
grata manera de despertarme.
– Lo siento, no quería interrumpir tu sueño
– No
pasa nada, duermo poco
– Vale
– ¿Todo
bien?
– ¿Podrías conseguir otra cadena para el
colgante? Una más resistente
– ¿Qué
pasó?
– Mi abuelo no se tomó bien mi ausencia.
– ¿Te
hizo algo?
– …
– ¿Qué
te hizo?
– ¿Prometes no volverte loco?
– Ainara…
– No
podré salir de casa esta semana, estoy castigada y más que nada no quiere que
se vean las hostias que me metió en la cara.
– Kabenzotz!!
¡¡Lo voy a matar!!
– Prometiste no volverte loco.
– No,
no lo hice.
– Está bien, no me arrepiento.
– Es
mi culpa, ese hijo de puta te lastimó por mi culpa.
– No
pasa nada, solo han sido unas hostias.
Más me
dolió que se dañara mi regalo.
– Eso
tiene solución.
Tendremos
cuidado.
Si vuelve a levantar un dedo se enterará de lo
que es bueno.
Nadie
toca lo que es mío y mucho menos para dañarlo.
¿Entendido?
– Entendido.
– Eres
arrebatadora sin ropa.
– Quiero que me veas.
– Llama, princesa.
Una Ainara ruborizada se desplegó
en la pantalla del móvil del abogado. No importaba que prácticamente estuviese
seco por las corridas de las horas anteriores. El solo ver la menuda figura de
su hija le tensó la polla en busca de guerra. Por otra parte, verla magullada
le enfureció a más no poder.
– Hola –dijo ella bajito.
– Hola, princesa. Si vuelve a levantarte la
mano habrá consecuencias.
–
No quiero hablar de eso –desvió la mirada–. Es complicado.
– Ya hablaremos, pero no me llamaste para
eso. Que linda es mi niña.
– Lo
siento, nunca he hecho esto.
– Tranquila, ¿No sientes que la ropa te estorba? -ella asintió con
timidez-. Desnúdate para papi. Hazlo lentamente.
Los ojos de su hija brillaron,
traviesos. Una sonrisita se dibujó en su rostro. La camiseta voló al otro de la
cama, envalentonada por tener los ojos de su amante mirándola se volvió más
coqueta y atrevida. Desnudándose con delicadeza, pureza y a la vez una gran
sensualidad.
– Eso es, que delicia mi niña.
Abre las piernas, ofréceme tu coñito.
Es mío. Toda tu eres mía.
– Si papi.
Al tiempo que ella separó sus
piernas, Mikel sujetó su fierro ardiente en una de sus manos, recreándose con
la figura de su ninfa. Los pequeños pezones se alzaban como puntas de
diamantes. Recordó la suavidad de los turgentes senos en su boca unas horas
atrás y gruñó de satisfacción. Ninguno de los dos se detuvo hasta alcanzar un
nuevo orgasmo. Verla así con las piernas abiertas, tan vulnerable, lo excitó de
sobremanera y ella al saberse observada se corrió con tal intensidad que
alcanzó una nueva cota de placer desconocida.
– Dios que vergüenza me hice pis.
– No… no fue eso -expresó anonadado-. Has
tenido un squirt. Oh pequeña, eres una cajita de sorpresas gratificantes.
Necesito que me bañes con uno de esos. Gracias por tocarte para mí.
–
Buenas noches papi… –murmuró medio adormilada.
– Hasta luego, princesa.
Ainara estaba a punto de dormirse
cuando una pregunta la asaltó de repente ¿Cómo sabía que estaba cumpliendo
quince años? “Nunca mencioné mi edad” pensó. Sinceramente estaba tan relajada
por tantos orgasmos que decidió no darle importancia.
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