Mikel y Ainara
Sinopsis:
Mikel es un exitoso abogado que vive una solitaria existencia marcado por la
sombra del pasado, hasta que un día una confesión pondrá su mundo de cabeza.
Ainara es una chica atrevida y de espíritu rebelde que está cansada de ser
siempre lo que el mundo espera de ella, quiere sentirse tan libre como cuando
monta sobre su skate. ¿Qué pasará cuando sus mundos colisionen?
Capítulo
1. La Kantera.
Mikel
miraba a la nada, ciertamente tenía su mirada fija en aquella mujer, aunque no
la veía en realidad. Podría resultar inquietante ante un espectador externo,
para los dos que eran partícipes de ese acto, poco tenía de extraño. La mujer
que se removía incómoda al otro lado del escritorio, parecía dudar si su
confesión tenía algún peso; quizás debió hablar antes, sólo ahora que era madre
comprendía que no podía seguir callando aquel secreto que no le pertenecía,
pero que tenía gran peso en la vida de otras dos personas. Evidentemente
cambiaba todo, al menos para él. En la oficina más opulenta de Echeverría y
Asociados, Mikel procesaba la información de los últimos dieciséis años. ¿Cómo
era posible? Quizás era su culpa por no querer mirar al pasado y reabrir viejas
heridas.
—¿Estás
segura de lo que dices? —clavó su mirada hacia esa mujer; Lorena, la que alguna
vez fue la mejor amiga de su primera y única novia; Maite.
—No
jugaría con algo como esto —extendió su móvil para que pudiese cogerlo—. Esta
es Ainara, mi ahijada. Tu hija.
—¿Por qué apareces después de tantos años? Mentiría si no dijera que lo sospeché cuando regresé a la ciudad… lo cierto es que una parte de mí siempre lo supuso. Nunca me creí esa historia del inglés que esparcieron. Se me hizo más fácil mirar a otro lado que asumir que esa niña era producto de mi relación con Maite —musitó él conteniendo el aliento. Cogió el móvil con tanta fuerza que los nudillos se le tornaron blancos—. Se parece a ella —tragó con dificultad—. Pero tiene mis ojos.
—
Seamos sinceros, cuando se trataba de Maite nunca destacaste como un tipo
racional. No tenías las herramientas, ella era una adolescente, tú un adulto;
hubieras terminado en la cárcel. Esos diez años de diferencia entre vosotros
pesaron mucho por aquel entonces. Hace un año me convertí en madre, un
accidente del cual no me arrepiento, a pesar de todo lo que me acarreó. Con la
llegada de mi hijo comprendí que no podía seguir callando, era demasiado para
mí conciencia. Ahora que tengo un vínculo como este, me era imposible seguir
como si nada. Me costó un poco reunir el valor para venir a verte. Disculpa.
—Mi
hija, una hija mía y de Maite —murmuró meneando la cabeza—. Me destrozó el
enterarme de su muerte. Una parte de mi murió con ella. Fue demasiado para mí,
por eso pretendí cortar todo nexo, incluyendo a la chica. Puedo decirte que
estoy muy cabreado con los hijos de puta de sus perfectos padres —soltó con
ironía—. Me apartaron primero del amor de mi vida y, por lo que dices, después
de mi hija. Bueno, también tuve parte en ello por no insistir. Una hija que no he podido ver crecer solo porque
ese par de cabrones decidieron que no tenía derechos sobre ella —expresó
siguiendo el guion por el cual regía su vida, realmente ser padre no hubo sido
una de sus prioridades, lo que le podía era el cabreo de que Eneko Axpe se la
volviera a hacer.
—Maite
nunca superó vuestra separación forzada y mucho menos cuando descubrió que
estaba embarazada. Se aferró a esa criatura, quisieron convencerla de abortar;
por suerte no lo hizo. Intentó ser fuerte, es solo que le pudo más la tristeza
y dos años después del nacimiento de vuestra hija… —bajó la mirada sin fuerzas
para continuar— hizo lo que hizo.
—
Sí, ya sé. Faltaba tan poco para ser libre, no debió de dudar en que vendría a
por ella —confesó en un instante de flaqueza del cual se recuperó, enderezando
su postura.
—
Han querido hacer de Ainara una segunda Maite, pero no van muy bien que
digamos. Sí, es cierto que es una chica dulce y amorosa, pero tiene garra.
Mucho espíritu y una mala leche muy similar a la tuya. Una de sus aficiones es
el skate. Mientras más crece más se rebela ante ellos. Tiene tu esencia, eso es
lo que más les molesta a sus abuelos, que no se deja doblegar.
—Se
ve delicada en la foto, no la veo muy guerrera. Parece una buena chica.
—
Y lo es, pero también es más tozuda que una mula. Nunca le fueron las muñecas,
prefería jugar al balón y pelear. Generalmente pasa las tardes en algún skate
park con su pandilla. Está hecha todo un chicazo.
—
Curioso.
—¿Qué
harás Mikel?
Él
se dio tiempo y optó por no contestar. Actuaba de manera fría y calculadora
tanto en su ámbito profesional y, personal y sabía que, ante un giro inesperado
de los acontecimientos, el tomar decisiones precipitadas y, sobre todo,
anunciarlas a gente no adecuada no reportaba ventaja alguna.
—No
lo sé, estoy muy confundido ahora —contestó con frialdad, aunque luego recuperó
su pose profesional—. Sé que nunca fui santo de tu devoción. Muchas gracias, de
verdad.
—Os
lo debía a ambos, por el amor que tuvisteis.
Cuando
Mikel se quedó solo, un millón de dudas asaltaron su mente, él no miraba al
pasado, no podía. Era demasiado doloroso recordar esa época, cuando aún tenía
sentimientos y sueños, recién graduado como una gran promesa en el mundo de los
letrados, obteniendo el puesto de abogado Junior de un importante bufete vizcaíno,
y conociendo a su adorable Maite, la hija de su jefe. A ninguno de los dos le
importó la diferencia de edad, era tan dulce que le robó el corazón. Casi
perdió la cordura al verse obligado a dejarla. En realidad, no pensaba hacerlo,
quería esperar a que llegase a la mayoría de edad para llevarla consigo, pero
no pudo. El viejo zorro, al enterarse de su relación, se encargó de que nadie
le diese trabajo en quinientos kilómetros a la redonda. Cuando él se labró un
futuro lejos y volvió a por ella ya fue tarde.
Murió
siendo tan joven y con tanto por dar, solo unas semanas los separaron de una
vida tan diferente y posiblemente feliz. El mundo es una cloaca, los demonios
son condenados a andar y los ángeles como ella se elevaban hasta la eternidad.
Quizás ese hecho funesto fue el desencadenante que lo convertiría en uno de los
mejores e inescrupulosos abogados del país.
Lorena
no le había dado mayores datos, tampoco se los pidió. No le merecía ningún
respeto, al fin y al cabo, había sido cómplice guardando el silencio tanto
tiempo. Solo le comentó que la chica pasaba muchas horas de la semana en La
Kantera, el que podría catalogarse como el skate park más icónico de la ciudad.
Podía recordar que ya tenía su fama en sus tiempos de juventud. Tenía la foto grabada
en su retina. Casi idéntica, salvo que esbozaba esa misma sonrisa medio
vanidosa suya, esos detalles curiosos de la genética, ¿Qué hacer?
Su
instinto paternal siempre había sido nulo, lo consideraba una pérdida de
tiempo, una distracción totalmente imprescindible que no proporcionaba ventaja
alguna en la vida. Había conocido excelentes abogados que se echaron a perder
debido a sus obligaciones familiares. Se disipaban en bobadas y no se centraban
en lo importante: ganar el juicio y machacar al rival.
En
ese primer momento la chica no le inspiraba sentimiento alguno más allá de
recordarle físicamente a su único y verdadero amor, al único punto débil que
había tenido en su vida. Le podía la rabia, quería vengarse de ese par de hijos
de puta por haberle arrebatado lo que era suyo. Pobre como una rata desde su
infancia, tenía el instinto posesivo insertado hasta la médula. Luchaba por lo
que consideraba suyo desde siempre y en todas las batallas había salido
victorioso… excepto… con Maite. Su recién descubierta hija le suponía una vida
extra, una segunda oportunidad, un cabo suelto que le iba a permitir revertir
la situación con la persona que más odiaba en su vida.
Prácticamente
en lo laboral ya había acabado con el ilustre Eneko Axpe. Uno a uno le fue
arrebatando a sus clientes de referencia, derrotándolo en los juicios,
boicoteando sus posibles alianzas, arruinando sus negocios, siempre desde las
sombras, el viejo batallaba con un enemigo invisible. Él aguardaba desde las
sombras para dar la estocada final y revelarse como el artífice de su caída. Al
viejo zorro sólo le quedaba el recuerdo de una gloria pasada, algunos
contactos… y una bonita nieta que, en realidad, también era suya.
—
No me pase más llamadas y anula mis citas de lo que resta del día —ordenó a su
secretaria por el intercomunicador. Ser cordial lo reservaba para ganarse a los
clientes.
Tenía
mucho que pensar, en su hija y en sus abuelos.
A saber, qué mentiras le habrían metido a la niña en su cabeza, su niña.
Dio un manotazo a su escritorio, tuvo que soltar el aire muy despacio. Los
destruiría y como venganza se quedaría con Ainara, sería la guinda del pastel.
Él era un hombre de letras, si bien el derecho de lo familiar no era su
especialidad, uno de sus socios era reconocido como de los mejores.
—
No… eso no. Eso sería demasiado fácil… y demasiado lento.
Tenía
que elaborar otra estrategia mucho más osada y radical. ¿Qué le gustaría además
del skate? La adolescencia es una época rara, de inquietudes y necesidades,
sensaciones a descubrir.
Mientras
escrutaba la fotografía intentando pensar volvieron a su mente una amalgama de
recuerdos de Maite, casi todos agradables a excepción del triste final: a él le
echaron del trabajo y a ella la mandaron lejos, al extranjero; ni siquiera
pudieron despedirse. Tuvo que sacudir su cabeza para centrarse en su nuevo objetivo,
en realidad poco o nada sabía de lo que su hija podía tener en la cabeza.
—
Mi hija… —murmuró. Una extraña calidez llenó su pecho al pronunciar esas dos
palabras. Mikel tuvo que serenarse, por muy cabreado que estuviese no quería
hacer nada que perjudicase a su objetivo.
Sacó
su móvil, Lorena le había enviado la foto de su pequeña. No era muy alta,
probablemente poco más de uno sesenta, tenía el cabello castaño oscuro y el
mismo rostro angelical de su madre, un cuerpo en formación que prometía moldearse
de forma sublime. Sonrió, era calcada a Maite, solo que esos ojitos traviesos
que sonreían en la foto eran los suyos. Además, según le había comentado la
mujer, tenía ese espíritu indomable de él. Su novia siempre fue dulce y
tranquila, y por más que en apariencia se parecieran, algo dentro de él le
decía que el parecido acababa en lo físico.
Como
buen abogado, se daría a la labor de investigar un poco, así que abrió el
Google Maps con destino a La Kantera, puede que con algo de suerte pudiese
espiar un poco a Ainara. Luego lo pensó mejor, no podía dejarse llevar por sus
impulsos. Su gabinete tenía gente que se ocupaba de ese tipo de cosas,
detectives privados con pocos o ningún escrúpulo que eran capaces de buscar
toda la información referente a cualquier persona, trapos sucios incluidos.
Obvió a su desabrida secretaria y llamó directamente a la mejor de todos ellos.
Sus métodos eran tan cuestionables como efectivos.
Un
suplemento en la minuta al tratarse de una menor fue suficiente: en unos días
tenía el dossier de su hija encima de la mesa. Fotos recientes, sus costumbres,
sus amigos, sus escasas andanzas por las redes sociales, su expediente
académico y hasta la marca de las píldoras anticonceptivas que utilizaba
encerrados en un pequeño pen drive.
—
¿Está todo?
—
Todo.
—
¿No hay más copias?
—
¿Por quién me tomas?
—
¿Algo que reseñar? ¿chicos? ¿chicas?
—
Nada que destacar. Digamos que es bastante… aburrida. No sé qué puede tener de
interesante para ti más allá de ser nieta de quién es. Ni siquiera ve porno más
que de forma esporádica, aunque…
—
Aunque… ¿qué?
—
Lee novelas, novelas eróticas, ya sabes…
—
¿En serio?
—
Sí. De esas en las que las jovencitas se lían con hombres maduros atractivos
—rió—. Nada sucias, muy romanticonas. Aburridísimas, vaya.
—
Entiendo.
—¿Algo
más? —preguntó la detective jugueteando con el último botón de su camisa con la
mirada fija en la entrepierna del abogado—, sabes que eso te lo hago gratis.
Mikel
sonrió. Sabía que los métodos de la detective para obtener información incluían
meter en sus bragas a quien fuese necesario y, aunque más de una vez había
caído en la tentación, en ese momento tenía otras prioridades.
—Pues
mira, sí. Ahora que lo dices necesito un trabajito especial…
A
la mujer se le encendió la mirada. Ya estaba a punto de arrodillarse cuando él
la detuvo.
—Es
tentador y de lo más agradable eso que propones, pero me estaba refiriendo a
otra cosa.
—Oh…
vaya —dijo la mujer quitándose los zapatos haciendo caso omiso del rechazo a su
proposición.
—Necesito
conocer todos los trapos sucios de este señor —dijo Mikel señalando a un hombre
que aparecía junto a Ainara en unas fotografías en la playa, uno o dos años
atrás.
—¿Del
abuelo de esa muchacha?
—Así
es.
—No
habrá problemas. ¿Y si no los hay? —Rió ella gateando por la moqueta.
—¿De
verdad tengo que contestar a eso?
—Por
supuesto que no —repuso la mujer manipulando la bragueta del letrado.
Mientras
su barra de carne iba y venía por el interior de la boca de la rubia recordó a
la malograda Maite. Tan modosa, tan adorable, tan vergonzosa en público y tan
ardiente e intrépida en lo privado. Dando placer oral era infinitamente mejor
que la detective privada, tenía un talento innato para las mamadas, si no
hubiese conocido como lo hizo podría haber pensado que esas destrezas le
denotaban una gran experiencia, ah, pero solo él pudo disfrutar de las mieles
de su amada. Aunque, cuando se corrió, no era en la boca del amor de su
juventud en la que pensaba sino en la de la adolescente de la foto que jugaba
ajena a todo sobre la arena de la playa.
******
—
¿Vienes a jugar?
Ainara
frunció el ceño. Sabía que en la propuesta había gato encerrado. Si sus dos
amigas pretendían encerrarse toda la tarde en la habitación de Amaia no era
precisamente para jugar a Free Fire. Sabía muy bien cómo terminaban aquellas
sesiones de juegos, con sus amigas lesbianas montándoselo y haciéndole veladas
propuestas para unirse a ellas. Ainara adoraba a sus amigas pese a no compartir
con ellas sus gustos sexuales. Tenía fama de frígida, lo que sucedía es que sus
preferencias iban por otros derroteros más tradicionales.
Todos
creían que la virginidad de Ainara, a sus casi quince años, seguía intacta,
cosa que no era así. Se había encamado una vez semanas antes con Iban, el novio
de Eva, la cuarta mosquetera y, teóricamente, su mejor amiga.
No
sabía cómo había sucedido, pero terminó con el chaval encima suyo después de
una noche de juegos de rol y alcohol mientras Eva dormía plácidamente la mona
sobre la alfombra. Fue un polvo
mediocre, tal vez lastrado por los nervios de la primera vez, la culpa por
estar haciendo algo mal y el temor a ser descubierta en pleno acto sexual por su
mejor amiga. La joven no disfrutó tanto como el muchacho que lo dio todo hasta
llenarle el coño de lefa sin tan siquiera darle el más mínimo gesto de cariño
durante el coito.
Por
el bien de su amistad prefería quedar como una chica asexual en lugar de que se
supiese la traición a su amiga del alma. Había sido un desliz, un paso en
falso, un momento de debilidad provocado por el alcohol, la calentura y nada
más. Un error funesto que podía llevarse por delante una amistad franca e
incondicional labrada a través de los años con su amiga del alma. Así que el día previo a su decimoquinto
aniversario la morena de dulces facciones se dirigió sola y apesadumbrada hacia
su lugar preferido en su Getxo natal: el skate park de la Kantera.
*****
Molesta
con el mundo, con el idiota de Iban y sobre todo consigo misma se lanzó a hacer
trucos apenas llegó, no le apetecía pensar sino simplemente sentir el frescor
de la brisa que recorría la playa cercana esa tarde de finales de abril. El
lugar estaba extrañamente desierto. Normalmente varios grupos de skaters se
lanzaban por la pista uno tras otro en busca de la pirueta imposible, ese día
no era así, a pesar de haber quedado con sus amigos, no se veía rastro de ellos.
Tan
ensimismada estaba Ainara desplegando su técnica que al principio no se percató
de la presencia de un espectador que la estaba observando. Cuando lo descubrió
no pudo apartar la mirada de él.
—
Ya está ese idiota allí otra vez… ¿qué narices querrá? —musitó para sí sin
dejar de observar al desconocido que llevaba unos días rondando por la Kantera
a la hora que ella y sus amigos iban a rodar. Se paseaba de un lado para otro
hablando por teléfono —Está cañón el muy cabrón.
La
vestimenta del hombretón de casi uno noventa de altura era, cuanto menos,
anacrónica. Su traje de chaqueta hecho a medida, su corbata de seda azul marino
y sus mocasines de marca italiana no estaban hechos para aquel lugar plagado de
polvo, grafitis y latas vacías de bebidas energéticas.
Decir
que aquel espectador la había impactado sería quedarse corto, algo en su
presencia imponía; quizás se trataba porque parecía tan fuera del entorno o a
uno de los personajes de las historias que leía. Era un tío guapo, eso
resultaba innegable, tenía un rostro enmarcado en una pulcra barba tan rubia
como su cabellera, a esa distancia pudo atisbar una que otra cana que le
otorgaba un aspecto mucho más interesante. Bien sabían las estrellas lo mucho
que le encantaban ese tipo de hombres, ella no era frígida, existía en un
constante estado de ebullición, sólo se limitaba por las ideas un tanto
arcaicas inculcadas por sus igual de arcaicos abuelos.
Mientras
sus compañeras de instituto suspiraban por los chicos de los cursos superiores
ella lo hacía por ese tipo de hombres, aunque le daba mucha vergüenza
reconocerlo y lo sucedido con el novio de su amiga no había hecho más que
reafirmarse en sus convicciones. Los chicos de su edad eran unos perfectos
gilipollas. Prefería tener fama de chica
estrecha que confesar su atracción hacia los hombres como el hombretón aquel a
sus amigas y ser objeto de burlas por parte de ellas de por vida.
Ainara
fantaseaba con hombres maduros, serenos, seguros de sí mismos. No lo hacía muy
a menudo, pero cuando se tocaba, lo hacía imaginando ser acariciada por manos
grandes y firmes como las de aquel desconocido.
Pese a eso, más allá de sus lecturas, jamás había pasado de una que otra
miradita lánguida al papá de alguna de sus amigas o su vecino del tercer piso
con el que coincidía de vez en cuando en el ascensor. Tenía fama bien ganada de
ser algo tímida con los hombres y, para una vez que se había lanzado, había
cometido un error garrafal con el novio de su mejor amiga.
Sin
embargo, ese día el cabreo monumental era tal que decidió hacer algo que nunca
había hecho y quizás nunca se atrevería a volver a hacer. Aupó el skate con un
pequeño empujón de su pie para cogerlo debajo de su brazo y se aproximó al
misterioso hombre respirando muy despacio para templar sus nervios dispuesta a
lanzar una ficha:
—Kaixo!
¿Estás perdido? —el hombre frunció el entrecejo, como si la estudiase.
Ainara
se estremeció. De cerca el desconocido era condenadamente guapo, decidió
cambiar de idioma, tenía pinta de extranjero, uno de esos exitosos hombres de
negocios que rondaban los cuarenta, ¡si hasta olía delicioso! —. Do
you speak Spanish? Do you need an address? you seem lost.
—Lasai,
soy tan vasco como tú. ¿Sé te da bien el inglés? —Mikel se reprendió, qué clase
de pregunta estúpida era esa, se veía que lo dominaba. No pensó que su primer
encuentro con su hija fuese a salir de esa particular manera, se le veía tan
segura y tan guapa que su cerebro hizo un breve, pero intenso cortocircuito.
—Me
gustan los idiomas —se encogió de hombros— y soy inglesa de nacimiento. Insisto
pareces perdido, este no es un sitio para un tipo como tú.
—¿Y
qué se supone que soy?
—Un
pijo —apuntó ella con una sonrisita—. ¿O eres un skater frustrado? ¿Quieres
revivir tus tiempos de gloria?
—Vaya,
ya te has referido a mí de varias formas despectivas en apenas unas frases,
eres una pequeña descarada —una sonrisa lobuna se esbozó en su rostro—. Lo
cierto es que no, jamás en mi vida me había interesado por el skateboarding
hasta estas últimas semanas.
—¿Crisis
de los cuarenta?
—Hala,
otro apelativo descalificativo y tendré que darte unos azotes, jovencita—.
Mikel frunció el ceño.
—No
creo que sea necesario —repuso Ainara. Un tenue rubor se extendió por el rostro
de la chica que inocentemente se humedeció el labio inferior obteniendo un
aspecto que iba entre lo arrebatadoramente sexy y lo tiernamente inocente.
Desvió la mirada un tanto azorada. Ni siquiera tenía que estar hablando con ese
hombre, pero algo dentro de ella le invitaba a seguir plantada, cerca de él.
Como una especie de tensión y atracción irresistible hacia lo prohibido. Sus
amigas alucinarían si la estuviesen viendo actuar así, de una forma tan poco
acorde con su aparente personalidad prudente y retraída.
Ainara
echó una mirada alrededor, la playa Arrigunaga no era la mejor de Bizkaia,
tenía ciertas zonas rojas por la contaminación por lo que no era la preferida
por los bañistas, y en esa tarde casi fría de abril, pocos eran los skaters que
se animaban a pasarse por ahí. Una notificación de su móvil la sacó un poco de
su cavilación, el imponente hombre seguía escrutándola con los ojos, como si
quisiera adentrarse dentro de su cabeza. Bajó la mirada y lo que vio terminó de
acrecentar su cabreo: una publicación en Instagram de Iban y Eva que rayaba en
lo cursi, celebrando su primer año de novios “por muchos años más juntos”
firmaban al final del reel.
—
Estúpido gilipollas —espetó.
—
¿Te refieres a mí?
—
No, para nada. Disculpa. Hice una estupidez hace poco con un idiota, que ni
siquiera me gusta —admitió pesarosa—. No pienses mal, no soy una fresca. Fue un
calentón por el alcohol y nada más. Empinar el codo en definitiva no es lo mío.
—
No te conozco, pero en estos pocos minutos no me has parecido nada de eso. Se
ve que, además de ser muy bonita, eres una chica muy responsable.
—
¿Lo dices en serio?
—Claro,
lo que deja adivinar esa ropa un tanto holgada es una figurita de lo más
apetecible. No me extraña lo de tu amigo; cualquier tío perdería la cabeza
contigo.
—
Tonto, me refería a lo otro, pero gracias —rió ella con las mejillas cada vez
más enrojecidas.
— De nada ¿Cómo te llamas, princesa?
—
Ainara, aunque no soy la princesa de nadie…
—
Además de guapa, tienes carácter. Interesante.
Mikel
hizo un barrido de pies a cabeza a su bella interlocutora. Sin duda era un pequeño
bombón como su madre, incluso más hermosa.
Pero más allá de eso le sorprendió en el cuerpo a cuerpo. Se sintió a
gusto conversando con ella de forma distendida. Tenía la creencia de que las
adolescentes de su edad eran unas bobas que apenas podían articular un par de
frases seguidas sin mirar al móvil. Intuyó que interactuar con Ainara iba a ser
interesante, más allá de engatusarla para llevársela a la cama como era su
plan.
Sabía
que no estaba bien encariñarse con ella. En realidad, no tenía planes más allá
de arrebatársela a sus abuelos y quedársela para sí como si fuese un botín de
guerra y poco más. En teoría no era más que un medio para causarles dolor a
esos cabrones, pero le recordaba tanto a Maite, la única persona a la que había
demostrado tener humanidad que su buen juicio se nublaba. Él nunca había tenido
a nadie realmente, ni antes ni después de ella. La malograda madre de aquel
angelito sin alas había sido el primer y único amor de su vida. Habían conectado desde el primer día y sentía
esa misma sensación con la chica pese a haber intercambiado con ella unas pocas
palabras y eso le turbó. No estaba en sus planes tomarle aprecio, teóricamente
sus sentimientos deberían traerle sin cuidado.
Un
pequeño corpúsculo del corazón de Mikel quería ser amable y comedido con ella
como tributo a Maite, pero el rencor que nublaba su mente en ese momento era
infinitamente más fuerte, se ciñó al plan establecido, sería implacable como en
un juicio:
—
Tengo la certeza de que eres mucho más hermosa bajo ese montón de ropa tan poco
favorecedora.
—
Si… es posible —replicó Ainara haciendo una mueca—, aunque nadie me lo ha dicho
hasta ahora para intentar ligarme, prefieren decirme que tengo un buen culo. Se
te da fatal mentir para entrarle a las jovencitas, te lo digo en serio.
La
chica quiso morirse ¿Cómo se le ocurría decir eso? Estaba quedando como una
tonta, el madurito la estaba poniendo muy nerviosa. Ese calor propio de sus
sesiones masturbatorias evocando las historias que leía se estaba extendiendo
por su vientre bajando hasta su sexo. Las historias románticas que solía leer
revoloteaban como un martillo pilón en su cabeza, el enigmático maduro de metro
noventa y porte altivo que la desnudaba con la mirada parecía como salido de
ellas.
Ainara
se retorció el dedo meñique, como hacía desde muy pequeña cada vez que estaba a
punto de hacer alguna trastada o desobedecer las absurdas normas de su abuelo.
Quería intentarlo, algo dentro de ella le decía que era el momento, era su
oportunidad de dejar la fama de frígida atrás. Por algún motivo le nacía ser
rebelde y dejarse llevar con cualquiera que se le antojase interesante. Era una
oportunidad de oro, un tipo anónimo que le producía una extraña atracción con
su aire de suficiencia, su imponente físico y esa forma sucia de mirarla. Sus
ojos se dirigieron a la ya notable erección del desconocido, que poco o nada
hacía por disimularla, lo que terminó de dinamitar la tenue resistencia que su
pudor y su vergüenza oponían a lo prohibido. No podía dejar de mirar el bulto
que la tenía hipnotizada, jamás había visto algo parecido en la vida real, solo
en los vídeos que ocasionalmente veía, no pensaba que existieran tipos comunes
con esas dimensiones. Notó que su boca se humedecía, no tanto como otra parte
oculta y caliente de su cuerpo. Jamás había experimentado algo así y menos con
alguien a quien acababa de conocer.
—¿Qué
miras?
—
¡No, nada! —respondió ella apartando la vista de inmediato.
Las
piernas le temblaban tras haber sido descubierta actuando de una manera tan
poco adecuada para una chica de su edad.
Mikel
no quiso ensañarse con ella, esbozó una ligera sonrisa y no insistió. Cada vez
le gustaba más aquel juego. Sexy, altiva, arrogante y a la vez indecisa y
nerviosa como la adolescente que era. Aun así, decidió asestar el golpe de
gracia, ponerla a prueba, darle la oportunidad de demostrarle de qué pasta
estaba hecha.
La
chica se estremeció cuando el tipo le cerró el paso de improviso. Pudo huir,
pero sus pies quedaron inmóviles. Se zambulló en lo más profundo de unos ojos
casi tan verdes como los suyos.
—Ainara
—el gigante la sujetó ligeramente por su barbilla, obligándola a aguantarle la
mirada como sucedía en los relatos románticos.
Ese
contacto tanto físico como visual la abrasó, el deseo le iba supurando por cada
poro de su piel. A él, en cambio, le supuso un esfuerzo algo más de lo
esperado. Utilizaba esa mirada seductora sin el menor escrúpulo durante los
juicios con las integrantes femeninas del jurado, pero con aquella muchacha
había sido algo más intenso de lo normal.
—
Está claro que tú has venido a hablarme por algo y ambos sabemos qué es. Iré a
mi coche, está en el estacionamiento, solo tú tienes el poder de decisión. Si
no vienes puedes estar tranquila, no volveré a molestarte, pero si lo haces que
sepas que conmigo no va a ser igual que con los niñatos que se hacen pajas
pensando en tu culo.
Mikel
se dio media vuelta con el pulso acelerado y la garganta seca. El anzuelo
estaba echado, solo era cuestión de ser paciente y recoger el sedal en el
momento justo para que el pececito quedase preso. Comenzó a andar hacia el
parking y se acomodó ligeramente la erección, su hija era aún más preciosa en
persona que en la foto; el silencio reinaba en La Kantera, precediendo el
inmediato futuro.
Como
abogado Mikel era un animal despiadado y frío, capaz de todo para lograr sus
objetivos. Los escrúpulos se los guardaba en la cartera antes de entrar a
juicio, justo al lado de su visa platino y a la hora de consumar su venganza no
iba a ser distinto. Era consciente de que el riesgo asumido no era
excesivo: había hecho una proposición
deshonesta a una niña de quince años, catorce en realidad que, para más
escándalo, era sangre de su sangre, aunque eso era un detalle menor al que no
le daba importancia, pero sin ningún testigo cercano que hubiese creado
problemas. Era su palabra contra la suya.
Aun así, el preludio de un remordimiento traducido a cosquilleo en su
espalda le resultaba incómodo, la chica era físicamente idéntica a su madre y
deshacerse de uno de los pocos recuerdos agradables de su memoria no era tan
sencillo como creía.
Además,
estaba lo otro, el sexo. Maite, pese a su timidez y ternura natural, fue capaz
de despertar en Mikel un tremendo deseo sexual que lo llevaba a excitarse y
perder los papeles de una manera animal cuando la tenía cerca, que solo calmaba
follando con ella a la menor ocasión. Su pasión le había llevado incluso a
consumar el acto sexual en la casa del viejo Eneko, con el insigne matrimonio
durmiendo al otro lado del tabique. Con Ainara había ocurrido algo similar, se
la había puesto muy dura al momento. Apenas habían bastado unas pocas frases
para hacer aflorar todos aquellos sentimientos animales que creía enterrados
por siempre jamás, y por algún motivo que no llegaba a comprender, con más
intensidad incluso que con su malograda madre. Pensó que jamás una venganza le
iba a proporcionar mayor placer.
El
adulto sintió unas ligeras pisadas siguiéndole de cerca, la poca cordura que le
quedaba se desplomó, el resto de su sangre abandonó el cerebro y se le fue a la
polla. Su sonrisa de lobo se ensanchó, la conexión sexual con Maite había sido
brutal desde el primer momento y por lo visto ese deseo carnal, ese deseo
febril, esas ganas de más se habían reproducido con su propia hija sin apenas
haber interactuado con ella. Ainara, más allá de su aspecto frágil y modoso,
era puro fuego; prácticamente la reencarnación de su mamá solo que, con unos
ojos todavía más espectaculares, cortesía suya.
Las
luces del todo terreno negro de gama alta parpadearon desactivando la alarma.
La mente de Ainara se debatía entre el temor, la excitación y la ansiedad. Pensó que estaba un poco loca por seguir como
una perrita a ese hombre imponente que, de solo verlo, le había hecho temblar las
piernas. Se aferraba a su skate como si la vida le dependiera de ello mientras
su mente no dejaba de bullir.
—
“¿Y si me secuestra?” — pensó—. “¡Estás
pensando con el coño y no con la cabeza, Ainara! ¡Debiste haberte depilado! ¡Si
el aitite se entera, me mata! ¡Todo eso no me cabe ni en sueños…!”
El
hombre abrió en primer lugar la puerta del copiloto, se desprendió de la
americana colocándola con sumo cuidado sobre el asiento. Después repitió la
maniobra con la trasera del enorme coche e ingresó sin mirar atrás. Ainara
tragó con dificultad, echó una mirada alrededor del estacionamiento. Ni un alma
y, sin embargo, ahí estaba el morbo de estar en un sitio público con el hombre
de sus sueños haciendo cosas indebidas.
—
“¡Estás chalada!” —murmuró ella para sí sin ser capaz de dar media vuelta como
dictaba su cabeza.
La humedad de su sexo narcotizó su mala
conciencia. Subió al vehículo tras el rubio y el silencio pareció reinar entre
ambos sentados uno junto al otro.
—Pedazo
de coche —solo atinó a decir protegiendo su cuerpo con su skate—. ¿Hombre de
negocios?
—Abogado.
—Ah,
picapleitos. Mi abuelo dice que el mejor merece estar colgado y eso que es uno
de los vuestros.
Mikel
soltó una risotada y se inclinó hacia ella, le arrancó la tabla colocándola en
el asiento del copiloto, junto a su americana. Sabía que debía mostrarse ante
ella seguro, dominante; sacarla constantemente de su zona de confort.
—
Tu abuelo es un tipo inteligente. Estoy totalmente de acuerdo con él. No somos
de fiar…
La
joven, despojada de su escudo, se estremeció con el adulto invadiendo su
espacio vital. Acostumbrada a lidiar con chicos con acné se sintió
infinitamente pequeña al lado de un hombre de verdad. Su cuerpo se tensó, sus
ojos no dejaban de seguir aquellas manos en su ir y venir, intentando anticipar
sus movimientos. Unas manos firmes, cuidadas; verdaderos tentáculos que se
aproximaban a ella amenazadores y luego se alejaban provocándole frustración.
Ainara
temió que, aprovechando su más que evidente superioridad física, el gigante
rubio le arrancase la ropa ahí mismo, haciéndola jirones, para después violarla
salvajemente sobre el lujoso cuero del vehículo importado, estrangularla
fríamente para finalmente echar sus despojos a la ría. Paradójicamente también
pensó que, al verla de cerca, pasaría de ella y que la echaría de allí sin ni
siquiera besarla. Ambas situaciones le angustiaban.
La
adolescente meneó la cabeza intentando de este modo desterrar sus malos
pensamientos y en lugar de huir como pedía a gritos su cerebro permaneció
quieta, clavándose las uñas discretamente en la palma de la mano para, a través
del dolor, ahuyentar sus demonios y ocultar su inexperiencia en aquel tipo de
situaciones.
—Eres
un pequeño ángel —susurró Mikel acariciando el rostro de su hija.
Tal
vez frase estuviera sacada de alguna de las novelas que había leído para enamorarla,
aunque le era imposible dejar de mirarla, había superado en belleza a su madre,
era una delicia de niña. Tan frágil, tan adorable y a la vez sensual y
deseable. Su polla dio un respingo, disfrutaría tanto entrando en ella.
Al
sentir el roce en su piel el vello de la chica se erizó y por mucho que lo
intentó, no pudo evitar retorcerse de forma nerviosa en su asiento.
Mikel
se inclinó, sujetando el mentón de su hija, pudo notar su respiración
acelerada. Respiró profundamente, su nariz se embriagó del aroma de miedo,
sudor y deseo de su pequeña. Su pene se tornó pétreo, tenía que controlar sus
impulsos para no asustarla, tenía que andarse con cuidado. No era el momento
para desatar al lobo.
—
Yo… yo no suelo hacer esto —balbuceó Ainara intentando mal que bien templar sus
nervios sobrepasada por los acontecimientos —, me refiero a que no soy de esas
que lo hacen con todo el mundo, es la primera vez que…
El
adulto atrapó la joven boca entre la suya, al principio suavemente y fue
subiendo la intensidad hasta que ella cedió, una torpe lengua buscando
corresponder la intensidad de sus emociones.
Ainara
retrocedió ante el ímpetu de su amante, cayendo de espaldas sobre el enorme
asiento trasero del todoterreno. Su
mente bullía en sensaciones contradictorias mientras se dejaba hacer. Su
pasividad se debía al calor que se extendía por su entrepierna y a sus ganas de
rebelarse ante las expectativas de los demás. Nunca había estado tan mojada sin
tocamiento previo, quizás aquella lengua experta que buscaba a la suya
dejándola sin aliento tenía mucha culpa de eso.
—¿Todo
bien? —preguntó el maduro dando un respiro a la joven, viendo cómo se removía
en el asiento y con un hilito adorable de saliva cayendo por la comisura de sus
labios.
—
Joder, es que… es mi primer beso… no te conozco de nada, tienes la edad para
ser mi padre… y …
No
pudo continuar, unos labios veteranos volvieron a soldarse a los suyos,
cortando de raíz la estéril explicación no solicitada. La joven se estremeció
en el asiento, se estaba derritiendo por dentro con aquel enorme cuerpo sobre
el suyo.
El
segundo beso fue incluso mejor que el primero. Los movimientos de la lengua que
rozaban la suya ya no le parecieron tan asfixiantes sino más bien adictivos y
muy excitantes. Aprendió rápidamente a respirar sin dejar de saborear las babas
de su instructor, a gozar de la lengua que la llenaba, a disfrutar de esos
labios carnosos que, de vez en cuando, tiraban de los suyos con suavidad.
—
¿Decías algo? —dijo Mikel tras el segundo asalto, acomodando su erección sin
disimular lo más mínimo, quería que ella notara el efecto que tenía sobre su
cuerpo. Sabía que eso la confundiría y excitaría a partes iguales.
—
No, no… nada… que sigas…
Esta
vez fue la propia Ainara la que prácticamente se abalanzó contra el rubio y lo
atrajo hacia sí agarrándolo de la corbata. Quería más de lo que él le daba y
que con tanto gusto disfrutaba. Intentó recordar las clases magistrales de sus
amigas lesbianas morreándose frente a ella, enseguida tiró de instinto y se
olvidó de todo que no fuese disfrutar del momento. El tipo besaba de puta madre
y no era cuestión de perder el tiempo hablando.
La
adolescente notó los músculos del gigante bajo la camisa, tensionados y duros,
aunque no tanto como la prominencia que presentaba en la entrepierna,
presionando la cara superior de su muslo. Ciertamente le inquietaba la
presencia del miembro viril del adulto tan próximo a su zona roja. Azorada,
intentó zafarse pensando que, de este modo, él se conformaría sólo con besarla,
pero, al moverse, consiguió el efecto contrario: que entre el generoso pene de
Mikel y su propia vulva sólo les separasen unas estúpidas, molestas y húmedas
prendas. Sintió una opresión en su sexo que en un primer momento la paralizó
para luego volverle loca. Tanto es así que su propia cadera fue la que,
siguiendo su criterio, empezó a moverse por sí sola. Entre una nube de besos la
vulva casi infantil buscó el bulto de su amante y se frotó como si su vida
dependiese de ello, sin pensar en nada más que en calmar su calentura.
No
podía detenerse, no podía dejar de besarlo, respiraba entrecortadamente
tragando la saliva de ambos en un erótico intercambio de lenguas. Él se separó
solo un poco para contemplar su rostro prendido, sus mejillas parecían arder.
Incluso pudo sentir el aliento de su niña sobre sus labios, le dedicó una
sonrisa que la tomó por sorpresa, quería morirse de la vergüenza. Sin embargo,
no retiró sus manitas que se colgaban del cuello del abogado.
Ainara
no podía parar, su cuerpo le exigía más. Desvió la mirada, prácticamente follándose
a sí misma contra el miembro de aquel hombre desconocido. El movimiento era
repetitivo y lo conocía muy bien. En las noches en las que el deseo le podía,
se masturbaba de esa misma forma frotándose compulsivamente sobre su perrito de
peluche hasta dejarlo embadurnado con su esencia.
Un
gritito agudo salió de la boca de la joven, abrió mucho los labios, haciendo
que el aire del Cantábrico llenase sus pulmones sin dejar de frotarse un solo
instante. Buscó su propio placer sin ser consciente de lo que sus movimientos
pélvicos podrían provocar en el miembro viril de su acompañante.
Mikel
la contemplaba idiotizado, mezclando en su mente sensaciones nuevas con viejos
recuerdos. Los gemidos de Ainara eran más tiernos que los de Maite, eran más…
sexys y espontáneos. Cada jadeo que resonaba en el coche era una explosión de
lujuria que asemejaban a madre e hija en su cabeza. Le encantó ver a su niña
con el rostro desencajado por el placer, los ojitos entrecerrados y los labios
abiertos. Quería arrancarle la ropa y follársela muy duro, reventarle el coñito
y echárselo todo muy adentro como hacía en su día con la madre y de ese modo
reclamarla como suya, pero se contuvo, todavía tenía que trabajarla un poco
más, ya tendría él tiempo de saciar su sed de carne con su pequeño y sensual
cuerpo.
Aun
así, Mikel no permaneció quieto, no era de piedra. Curvando su cadera hacia
adelante podía sentir el sexo de ella hirviendo, vibrando con esos espasmos tan
placenteros. Pasados unos minutos de dejarse hacer determinó que su hija era
incluso más caliente que su adorada Maite. La jovencita de ojos verdes ardía
por dentro y lo demostraba por fuera. Nada en ella parecía fingido como las
hembras de pago adultas que solía frecuentar.
Los
grititos de Ainara iban en aumento. Embargada por el placer, no se preocupó por
disimularlos hasta que se volvieron realmente escandalosos. En un momento dado
se presionó contra su amante con más fuerza, cerrando los ojos y pudo sentir la
tensión de su cuerpo convulsionándose contra el cipote. Avergonzada por el
volumen de sus jadeos, se llevó un puño a la boca para evitar gritar, cosa que
sólo consiguió en parte, su fuego interno parecía desbocado.
Cuando
el calor que emitía su vulva se tornó insoportable, la adolescente necesitó de
esa mano para traer hacia sí la barra de carne contra la que se frotaba y daba
gusto así que comenzó a chillar abiertamente, bramidos de lujuria que ni podía
ni quería acallar. A las puertas del orgasmo, desesperada por su inminente
estallido, le dio a su amante un sensual y doloroso mordisco en la base del cuello,
sintiendo acto seguido multitud de descargas de placer en su vulva. Notó cómo
sus braguitas se anegaban de flujo, líquido untuoso que abandonaba su sexo a
borbotones sin necesidad de estimular su clítoris con la mano o meterse el
dedo.
Le
llevó un par de minutos serenarse. Su ropa interior no fue capaz de contener el
torrente de flujo vaginal que salía de su coño. La mancha húmeda de su zona
caliente se extendía por sus pantalones de chándal negros cada vez más,
haciendo que se adhiriesen a su cuerpo como una segunda piel.
Las
mejillas de Ainara brillaban como las ascuas de una hoguera. En seguida se dio
cuenta de lo que iba ahora, de la locura que había hecho y, sobre todo, la que
estaba a punto de cometer. No era normal el furor que sentía, era la primera
vez que actuaba así, ese maduro la atraía como un imán hacia la zona más
lujuriosa de su mente.
—Disculpa
el mordisco —soltó con la voz flojita, sus mejillas aún más rojas por la
intensidad del orgasmo le dieron paso a su ya mancillado pudor.
—Gajes
del oficio —dijo él sentándose lentamente junto a la joven para, acto seguido,
comenzar a desatar los cordones de las zapatillas de su joven compañera.
—
Esto no está bien, tienes la edad para ser mi padre —musitó ella cuando sus
zapatillas volaron hacia la parte delantera del vehículo.
—
Mejor. —Él le volvió a obsequiar esa sonrisa descarada mientras la despojaba de
los calcetines—. Los chicos de tu edad no tienen ni idea de follar.
—
Qué… qué fuerte, no puedo creer que esté haciendo esto. De verdad que no soy
una chica tan fácil como parece…
Él
hizo caso omiso de sus palabras y, sin pudor alguno comenzó a bajarle los
cómodos pantalones de algodón que usaba para el skate. Lo hizo delicadamente,
tomándolos por los elásticos, llevándose al mismo tiempo las braguitas de la
joven. Estaban tan húmedas que el flujo
vaginal las había soldado a los pantalones como el más potente de los
pegamentos, era imposible separar las dos prendas, haciendo además que se
adhiriesen al cuerpo de su dueña.
—
Lo sé, lo sé. Se nota que estás nerviosa —apuntó Mikel en un tono pausado, con
una seguridad en sí mismo que la desarmó—. Levanta un poco la cadera, por
favor.
Puede
que se tratase del tono imperativo de sus palabras o por el reciente orgasmo,
pero pudo sentir un pequeño espasmo en su coño y como sus pezones se endurecieron
tanto que el roce de su camiseta se le hizo incómodo al escuchar la orden
directa.
—
“Pero, ¿cómo se atreve a pedirme eso?” —
pensó ella totalmente descolocada ante tal petición —. “¿Qué clase de chica
cree que soy?”
Aun
así y para su sorpresa Ainara abrió los ojos de par en par. No entendía a sus
brazos, ni a sus caderas. Ella no les había ordenado nada, pero aun así se
alzaron ligeramente, obedeciendo el mandato de aquel desconocido, facilitando
la maniobra de aquel engreído para desnudarla. Se suponía que debían
protegerla, salvaguardar su honra, preservar su casi virginal sexo y, sin
embargo, actuaban de forma diametralmente opuesta, obedeciendo sin rechistar a
la obscena orden.
La
ropa de la parte inferior del cuerpo de Ainara salió por los aires, cayendo
sobre el salpicadero del vehículo. De inmediato el vehículo se llenó de una
fragancia diferente al ambientador, ácida y hormonada, procedente del sexo de
la adolescente.
—Yo…
—balbuceó mientras el hombre le separaba las piernas con suavidad —... yo no…
—
Tú… sí. Te mueres por hacerlo, igual que yo.
Mikel
no se cortó en absoluto, fijó la mirada en la sonrisa vertical de su hija.
Observó sus exquisitos labios vaginales que emergían brillantes entre un
pequeño jardín de rizos morenos y el clítoris abultado que los escoltaba.
Seguro de que sus actos no tendrían oposición por parte de la adolescente y,
utilizando los dedos con delicadeza, separó los pliegues íntimos hasta que el
agujerito que ocultaban salió a la luz embadurnado por completo de burbujas de
jugos vaginales, lujuria y deseo.
Ainara
cerró los ojos y jadeó de nuevo, era la primera vez que alguien le tocaba ahí. Con su sexo totalmente abierto y expuesto
quería morirse de gusto. Notaba el pulso en su coño, acelerado y febril y sobre
todo ansioso, ansioso por ser penetrado.
—Estás
hermosa hasta cuando te ruborizas —Murmuró Mikel justo antes de enterrar la
cabeza entre las piernas adolescentes y servirse un buen sorbo de flujo
vaginal.
La
chica creyó que, literalmente, se orinaba de gusto. El desconocido le rebañó
todas y cada una de las gotitas de flujo que embadurnaban tanto su coño como
los alrededores llenando su barba de aquellos apetecibles caldos. Lo hizo de
forma suave, sin las estridencias de sus amigas lesbianas tan proclives a
externalizar sus orgasmos, pero tanto o más eficaz.
—
¡Ay, Dios! —murmuró la chica con los ojos en blanco por el ir y venir de la
lengua en su zona cero.
El
placer le hizo cerrar de forma instintiva las piernas, pero Mikel se lo
impidió. Sus fuertes brazos abrieron en canal las rodillas de la joven y no le
permitió cerrarlas hasta que se tragó todo el néctar y sudor que impregnaban de
aquel coñito. Su hija tendría que acostumbrarse a tener las piernas abiertas
para él, pero de momento no le importaba tener que hacer todo el trabajo.
—
Delicioso —sentenció él cuando se dio por satisfecho.
Ainara
quiso morirse cuando observó cómo su anónimo amante se quitaba, sonriendo, un
par de sus pelos púbicos de la boca y volvía a recrearse la vista con su sexo
totalmente abierto sin pudor alguno.
Mikel
se tomó su tiempo, la venganza es un plato que se sirve frío. Además, quería
deleitarse con la expresión de lujuria y miedo de su niña. Si bien al principio
tenía la intención de follarse al recuerdo de Maite a través de ella, se dio
cuenta de que madre e hija, aunque muy parecidas en el físico, en lo relativo a
la forma de ser eran completamente diferentes. Maite, dulzura y amabilidad;
Ainara, fuego y arrogancia. La adolescente que se abría en canal con las
mejillas en carne viva en la parte trasera de su coche era como él, una bomba
de relojería a punto de estallar. Apenas había cruzado un par de frases con
ella y no parecía tener muchos problemas para entregarse si se utilizaba la
estrategia adecuada. Maite había sido una amante ardiente, pero llegar hasta
ese punto le habría costado meses y meses de picar piedra. Con Ainara le bastó
recrear su fantasía para que se abriera de piernas.
Al
implacable abogado le estaba costando lo propio controlar sus impulsos con la
mirada fija en su siguiente objetivo, sonrosado y apetecible. Recordó las
primeras palabras que cruzó con su hija, quería borrar cualquier rastro de la
polla del adolescente que había profanado ese coño que era suyo. Sin duda su
instinto posesivo, ese que le hizo volverse loco por Maite, estaba resurgiendo
de las cenizas por momentos, pero también quería asegurarse de eliminar a toda la
competencia que evitase que aquella niña cayese en sus garras y frustrase sus
planes.
Mikel
por lo general usaba a las mujeres como un medio para canalizar sus demonios,
tres agujeros para servirse, pasar un buen rato, echarlo todo dentro, pagar
unos euros si hacía falta y nada más. Con Maite había sido distinto desde el
principio, vivía obsesionado por ella. La seguía constantemente cuando salía
del instituto, maldecía a los hombres con los que hablaba y tenía celos de
todos ellos, incluido su padre, el abuelo de Ainara. Había perdido a la madre,
como buen abogado, no iba a reincidir en el error con su hija: la haría suya en
cuerpo y alma y, de paso, que renegase de su abuelo para siempre.
—
“¿Pero se puede saber a qué esperas?” — pensó Ainara abierta de piernas ante el
inesperado impase—. “¿Acaso quieres que te haga un mapa, bobo? ¡Métela ya,
hostia!”
De
repente una fuerza descomunal la arrancó del asiento, elevándola como una
pluma. En menos que canta un gallo se vio sentada a horcajadas sobre los muslos
de aquel tipo. Ainara fue verdaderamente consciente de la diferencia de tamaños
entre los dos y simplemente le dio igual.
Mikel,
tan seguro de sí mismo hasta entonces, pareció dudar. El ardor y el deseo le
habían jugado una mala pasada. Con su hija sobre él en esa postura le resultaba
complicado liberar su verga y más todavía dadas sus dimensiones y grado de
excitación. Peleó con su cinturón de Gucci con nulo resultado. Con la sangre en
la polla buscó otra alternativa, pero sus dedos eran torpes a la hora de pelear
con la cremallera.
—
¡Deja! ¡Ya lo hago yo, picapleitos!
Ainara
no pudo ni quiso contenerse más, dadas las circunstancias se desenvolvió
bastante bien descorchando su primer paquete. Sus manos anduvieron raudas y
veloces por la entrepierna del adulto, tiró de aquí y de allá teniendo mucho
cuidado de no lastimar a su amante hasta que el estilete quedó liberado.
Intentó no mirarlo demasiado para no asustarse y salir corriendo Era tan grande
que ni se hizo necesario bajarle los pantalones al gigante rubio.
—
Gra… gracias —Balbuceó él sorprendido por el inesperado cambio de actitud de la
joven.
Su
querida Maite hubiera sido incapaz de hacer algo parecido en su primer
encuentro sexual que transcurrió, por deseo suyo, en total oscuridad. Tuvo que
emplear en aquella ocasión, mimos y muchas palabras dulces para lograr que se
relajase, después de los trámites iníciales, el resto fue puro placer.
—
Ya, ya… de nada. ¡Joder!
La
curiosidad adolescente venció al miedo. La jovencita observó con cierto pudor
la gran barra de carne, larga, gruesa, que parecía observarla ansiosa. A todas
luces era demasiado para su estrecha abertura. Pese a su aparente rebeldía,
siempre había sido una chica muy reflexiva, actuaba sopesando todas las
opciones, eligiendo siempre la más cabal y provechosa para todos. Ante una
polla de esas dimensiones la nieta modelo se hubiera echado atrás. Pero la antigua Ainara se había quedado
haciendo trucos en el skate park echando pestes de su penoso primer polvo; la
nueva Ainara quería follar así que no se lo pensó dos veces, se incorporó,
agarró a aquel monstruo por la base y enfiló la punta directamente a su sexo
humedecido por la estimulación oral previa.
—
Tranquila, tranquila… —suplicó él un tanto descolocado ante la febril maniobra.
Acostumbrado
a tenerlo todo controlado aquel arranque de lujuria por parte de su hija lo
tenía totalmente abrumado. Estaba realmente hermosa llevando el timón de las
hostilidades, pasando de él y yendo a lo suyo. Se vio reflejado en ella en ese
momento y se excitó todavía más.
Pasado
el calentón inicial Ainara se tomó la inminente monta con relativa calma. No se clavó el cipote hasta la empuñadura sin
contemplaciones, sencillamente eso era físicamente imposible y la primera en
ser consciente de eso era ella. Lo cogió con sutileza, apoyando su extremo
sobre su coño sin penetrarse y comenzó a frotarlo contra él. El roce piel con
piel le proporcionaba un placer que estaba a años luz del que había
experimentado con la ropa, pero ese no era su objetivo. Quería algo más; lo
quería dentro y lo quería ya.
Desterró
sus miedos, dejó de frotarse, respiró hondo y se quedó inmóvil con su sexo
babeando de nuevo, lubricando la dureza de aquel miembro masculino con el flujo
que rezumaba de su propia entraña. Lo sentía duro, muy duro; duro y caliente
debajo de ella. Lo sentía vibrar justo en el dintel de su abertura y eso,
sencillamente, la estaba volviendo loca.
El
adulto llevó sus manos a las caderas de la muchacha, pretendiendo guiarla en su
descenso a los infiernos. Ella, disconforme, utilizó la suya para golpearlas;
no estaba dispuesta a que nada ni nadie le robase su momento:
—
¡Las manos quietas! —ordenó con firmeza, demostrando una seguridad en sí misma
que hasta ella misma desconocía poseer.
—
Vale, vale, como quieras…
Con
un rápido movimiento se despojó de su sudadera, tenía tanto calor interno que
la ropa le abrasaba. Al no llevar
sostén, su desnudez integral se hizo patente. En cualquier otro momento se
hubiese muerto de vergüenza; en ese instante de lujuria le traía sin cuidado
mostrase así delante de un desconocido.
Cuando
estuvo lista y no antes trabó sus manos tras la nuca de su amante, le agarró
del cabello y dejó caer su sutil cuerpo contra la barra de carne erguida que la
aguardaba ansiosa con suavidad. Sintió una cálida punzada en su vientre, algo
dolorosa, más no lo suficiente como para hacerle rehusar el combate. Su entraña crujía, protestaba y se resistía,
pero la gravedad y las ganas de dejar atrás su decepcionante primera vez
hicieron las veces de incentivo y lubricante, facilitando la penetración hasta
tornarse placentera. Poco a poco, el estilete del adulto se fue abriendo paso a
través de su sexo, reptando en su angosto interior como una serpiente,
ensanchándole la vagina adolescente, arrancándole la vida a su paso.
—Izorrai!
Zer on! —aulló la ninfa conforme cuerpo casi infantil iba llenándose de verga
adulta.
Las
palabras entrecortadas dieron paso de nuevo a los chillidos, sonidos guturales
que brotaban del interior del pecho de la muchacha mientras se auto inmolaba.
El ritmo de la melodía iba en aumento, a la par que el de la monta. Ainara, una
vez dilatada y plena de verga, se abandonó por completo al placer; lo dio todo.
Utilizaba las rodillas para coger altura y luego se dejaba caer con toda la
fuerza que su cuerpo le permitía, buscando asimilar un centímetro más de polla
dentro. Dejó de aferrarse a Mikel como si la vida le fuera en ello y se dio
espacio para follar mejor, apoyando sus manos en la parte superior del todo
terreno.
Con
mayor capacidad de movimiento, mecía la cadera de forma salvaje, tirando su
cabeza hacia atrás buscando aire, colmada de verga y con la mirada perdida en
el cielo cubierto de nubes que el techo solar del vehículo dejaba ver.
Mikel,
por su parte, tampoco podía hablar no tanto por el placer que sentía sino por
el que su hija le estaba transmitiendo. Ainara follando era todo un
espectáculo: hermosa, salvaje, sudorosa y sensual desde el primer hasta el
último poro de su piel, a años luz de su pudorosa mamá. Se quedó prendado de
ella en ese instante y se juró a sí mismo que sería suya y de nadie más.
Destruiría a cualquiera que siquiera pensara que podía interferir entre la que
como siguiese con ese ritmo le estaba obsequiando el mejor polvo de su vida.
Más allá de su venganza quería estar siempre junto a ella y si era dentro,
mejor.
No
obstante, pasados unos inolvidables minutos del coito, las contracciones, los
movimientos y los jadeos de la adolescente comenzaron a tener consecuencias en
su polla. También le sobraba toda la ropa, aunque no era el momento de
interrumpir el polvo por semejante bobada; estaba seguro que ella le hubiese
arrancado la cabeza de haberlo intentado.
Haciendo caso omiso del mandato de la chica se llenó las manos de carne
tierna, agarrándola por el culo y separándolos un poquito. Sus manos eran tan
grandes y el trasero tan pequeño que lo abarcó por completo sin ninguna
dificultad. No fue violento, ni siquiera firme a la hora de tocarla,
simplemente la acompañaba en su ir y venir a lo largo de su rabo, deleitándose
con la suavidad de su piel y rozando con la yema de su dedo la entrada trasera
que los glúteos ocultaban. Fue entonces cuando los descubrió: pequeños,
redondos, claritos y empitonados. Dos pequeños pezones coronando un par de
montículos en el pecho de la ninfa, estirados debido a lo forzado de la
postura. Los amortiguadores del coche no dejaban de crujir.
No
pudo, ni quiso resistirse, se llevó a la boca el primero que se le antojó de
inmediato. Mikel jugueteó con el pezón de la chica haciendo que esta se
removiera de gusto y bramase todavía más. Después repitió la maniobra con el
hermano gemelo con idénticas consecuencias para luego separarse para contemplar
su obra: unas delicadas tetitas y unos pezones erectos brillantes por su
saliva.
Él
estuvo a punto de correrse. La vio tan entregada, con sus manos arañando el
tapizado del techo de su coche, los ojos en blanco, las babitas saliendo por la
comisura de sus labios y temblando de puro placer que decidió tensar la
situación todavía más. Le soltó un azote, más sonoro que doloroso y notó de
inmediato una intensa contracción alrededor de su polla, así como un aporte
extra de flujo vaginal. A Mikel no le pilló desprevenido esta reacción. Su
hija, al menos en lo relativo a los azotes, era idéntica a su adorable mamá.
Maite
tenía esa vena sumisa, enmascarada en su dulzura, puede que, por su estricta
crianza, pero pocas no fueron las ocasiones en las que le pidió que la azotara
o que su gran mano ejerciera un poco de presión sobre su delicado cuello.
Un
gruñido emergió desde el interior de Mikel, era tan caliente, le estaba
derritiendo la polla. Tan estrecha y tan profunda. A pesar de solo haber
follado una vez, ese delicioso coño succionaba y para su satisfacción pudo
enterrar su mástil por completo. Pocas eran las chicas que lograban ensartarse
hasta el último de sus centímetros, ni siquiera Maite lo había conseguido del
todo. Le embargó de nuevo ese sentimiento irrefrenable de posesión. Su hija era
suya y alguien le había arrebatado un virgo que también le pertenecía y eso le
cabreó. Ainara abrió mucho los ojos, al igual que la boca. Su gemido se vio
ahogado por la boca del maduro que la atrapó con un beso salvaje.
—Muévete
bonita— le dio un nuevo azote en el culito.
Ainara
soltó un grito elevado por el asombro al sentir la palmada y otro al
experimentar la incomprensible reacción de su cuerpo. No entendía lo que había
pasado, por qué se había corrido de esa manera tan intensa e inesperada. Sin
sacarse la polla del interior de su vientre miró fijamente al adulto totalmente
desubicada y de sus labios salió una súplica que ni en sueños hubiese imaginado
pronunciar:
—
¡Dame otra vez!
Todavía
no había terminado de hablar cuando recibió una segunda descarga algo más
intensa que la anterior y su coño se le hizo gelatina.
—
¡Joder! —Chilló a pleno pulmón.
Sus
frentes se juntaron, sintiendo el aliento mutuo, las miradas cargadas del más
puro y febril deseo. El chapoteo del choque entre sus sexos acompasaba los
sonidos. El vehículo tenía un fuerte olor a sexo.
Alertada
por la intensidad del placer que estaba sintiendo al recibir los cachetes
preñada de verga buscó refugio en el hombro del adulto y, clavando de nuevo sus
dientes en el lugar ya dañado, cerró los ojos alzando el trasero ligeramente
teniendo mucho cuidado por seguir empalada.
—
¿Quieres otro? —preguntó Mikel entre divertido y extasiado. Su niña era su
sueño hecho realidad. Tenía la polla a punto de reventar, pero las ganas de
llevar a Ainara al límite eran tremendas.
Ella
no contestó, simplemente asintió con la cabeza.
—
¿Más fuerte?
El
movimiento afirmativo de la cabeza que pareció hasta tímido lo instó a repetir
y un palmeo bastante más intenso que los anteriores aterrizó en su culito.
La
dentellada que Mikel sintió en su hombro fue tremenda, aunque a años luz de la
opresión y el calor experimentados en su polla. Ainara se había corrido de
forma salvaje tras el último golpe, notaba cómo su flujo brotaba a través de su
coño y caía a lo largo de su verga, encharcándole los cojones y manchándole el
pantalón de jugo adolescente.
Ainara
tenía la mente en blanco y los párpados cerrados. El culo le ardía y su vagina
más todavía. Permaneció quieta como una estatua, rellena de carne, mientras su
coño dejaba salir toda la tensión, todos los malos rollos, todas sus
frustraciones, todas las reprimendas de su tirano abuelo a borbotones. El
corazón quería salirse de su pecho. Entendió plenamente a los salidos de su
clase que no hacían más que hablar de sexo y más sexo. Se solidarizaba con las
lesbianas, con su vecino el putero y hasta con el imbécil de Iban y la pesada
de Eva, siempre el uno encima del otro. Estaba en su mundo, su mundo onírico y
feliz.
La
despertó de su sueño una contundente opresión en el trasero. Se había quedado
tan a gusto tras la corrida que se había olvidado de un pequeño detalle. No tan
pequeño en realidad: el contundente rabo que todavía tenía dentro quería lo
suyo. Tragó saliva, apretó los puños y se preparó para lo peor. Era lo justo,
aquél cabrón se lo había ganado con creces: era el momento de pasarlo mal.
Mikel
aplacó el animal salvaje que llevaba dentro y pugnaba por salir, arrasando con
todo. Le apetecía follarse a aquel cuerpo juvenil salvajemente, tratarla como
una simple muñeca de trapo, tirársela como a la más vulgar de las putas, pero
Ainara no era una puta, era su hija, su única hija y no podía ni quería
tratarla así. Claro que iba a follarla, pero quería que lo disfrutase tanto
como él.
Aun
con todo no pudo evitar utilizar su pequeño cuerpo inerte para darse placer.
Agarrándola por el trasero usó su angosto coñito para llegar al orgasmo. Fue lo
más parecido a masturbarse, solo que en lugar de hacerlo con la mano lo hizo
con el pequeño tesoro que su niña guardaba entre las piernas. Ella no hizo nada
más que jadear y correrse de nuevo, él se encargó de todo: la alzó cuando quiso
elevarla, la bajó cuando deseó entrar en ella y repitió la maniobra una y otra
vez hasta que llegó su clímax.
El
juego no se alargó mucho, Mikel estaba realmente caliente, los orgasmos de
Ainara habían sido muy intensos. Se derramó en lo más profundo de su princesa
de forma pausada, sin estridencias ni violencia alguna, de forma casi amorosa.
Fue más bien un trasvase de fluidos entre una polla adulta y un coño casi
infantil.
Estaban
tan concentrados en su clímax que los amantes no notaron hasta que fueron
cercanos a un grupo de chavales gritando hacia ellos; bromeando y riendo por la
escena. Sin duda los tórridos actos consumados en su interior habían tenido su
reflejo en la parte exterior del vehículo y no habían pasado desapercibida para
los jóvenes skaters.
Ainara
desvío la mirada, y se detuvo en seco, era su pandilla. Su presencia allí no
era extraña, de hecho, se había citado con ellos en la Kantera para hacer unos
trucos solo que ella se había adelantado, cometiendo aquella maravillosa
locura.
—
¡Mis amigos! —chilló para, de inmediato, taparse la boca con el puño, aterrada.
Se
quiso morir de la vergüenza, allí estaban todos a su alrededor, mirándola y
riéndose. Instintivamente cubrió su desnudez con las manos y se refugió de
nuevo en el hombro dañado de Mikel.
—No
te preocupes, no pueden vernos —le susurró él con la voz ronca, lamiéndole el
cuello con dulzura y estrujando un poco su culo—, solo han escuchado a una
pareja dejándose llevar, mi pequeña zorrita.
Mikel
se dio cuenta demasiado tarde de las palabras que salían de su boca, la
sonrisita que se dibujó en el rostro de su hija y el fugaz beso le hizo saber
que no le importó el apelativo. Con Maite siempre tuvo que irse con tiento, a
pesar de que su deseo era muy particular. Una palabra como esa hubiese
provocado un bajón entre ellos, era tan sensible… solo lo intentó un par de
veces para saber que no podía irse de lengua, debía contenerse. Para su
satisfacción su niña no parecía tener ese impedimento. Sin duda era sangre de
su sangre y no le afectaba esas cosas.
Lo
cierto es que ella estaba tan nerviosa que ni siquiera reparó en el agravio.
Superado el primer impacto, una vez comprobado que aquellas palabras eran
ciertas, Ainara se relajó. Incluso le resultó extrañamente morbosa la
situación, con su vulva expulsando esperma y flujo vaginal con sus mejores
amigos rodeándola, aunque ignorando su presencia. Vio a Eva cogida de la
cintura de Iban y de la vergüenza pasó el deseo a decirle a la cara varias
verdades: que la que todavía reptaba en su interior sí era una verdadera polla
y no la mediocridad que colgaba entre las piernas de su chico y de la que tanto
presumía.
—
¡Eh! ¡Los de ahí dentro! ¡Sí, os hablo a
vosotros, pervertidos! ¿No tenéis otro puto lugar donde montároslo? Esto es un
parque de Skate, no un hotel. Con este cochazo de lunas tintadas seguro que
podéis pagarlo. ¡Joder, que puede haber niños por aquí! Estáis sin civilizar
—exclamó la pobre Eva, ignorante de que era su mejor amiga la que acababa de
experimentar la gloria al otro lado del cristal.
—
¿Veis? Es lo que os digo todo el tiempo, la gente folla de lo lindo en
cualquier lado y a mí que con familia en casa ni siquiera puedo pajearme con
tranquilidad —apuntó Raúl con una risota.
—
¿Dónde narices se habrá metido Ainara? Es raro que no haya llegado todavía.
—
Estará comprando el vestido de su fiesta sorpresa de quince, que le ha
preparado su abuelito —exclamó con ironía Irene, una de las lesbianas.
—
¿Pero qué tonterías dices? No la he visto con faldas en mi vida —replicó Amaia
a su chica.
—
Pues mañana la verás. Me lo ha dicho mi madre que trabaja desde hace un mes en
Inarkadia, ya sabéis la tienda pija y cara de Abando. Su abuela se ha encargado
personalmente de ir a buscarlo —continuó la otra.
—
No me digas más… seguro que es rosa.
—
Sí. Y con una especie de tocado en la cabeza del mismo color.
—
¡No jodas! ¡Yo no me lo pierdo! ¡Menuda cara va a poner! —exclamó Raúl.
—
Eh, no digáis nada. Recordad que es una sorpresa —instó Iban irónico.
—
Venga, vayámonos a la pista, dejemos a estos salidos que terminen lo suyo —dijo
Irene.
Ainara
tuvo que contar hasta diez para no estallar. Sus controladores abuelos no
dejaban de intentar influir en todo lo referente a su vida. Odiaba los vestidos
y ellos lo sabían, pero todavía odiaba más las fiestas sorpresa. No obstante,
el grato recuerdo de sus recientes orgasmos templó su ira. Aun así, no pudo
evitar sonreír con cierta malicia mirando a su primer amante alejándose con la
mano metida en el bolsillo trasero del pantalón de su novia:
—
Llevas razón. Pobre Eva, tan mal follada y ni se entera.
Se
removió satisfecha sintiendo todavía en su interior esa polla que la había
convertido en una verdadera mujer. Eso sí era un primer polvo memorable.
Decidió en ese momento que, si tenía que recordar su primera vez, sería la de
esa tarde y no ese mediocre suceso que le rasgó el himen.
—
¿Qué hora es? —preguntó ella.
—
Casi las siete, ¿por qué?
—
Ahibalahostia
—
¿Qué sucede?
—
¡Llego tarde! ¡Mi abuelo me mata!
—
¿El de la fiesta sorpresa?
—
Sí, ese cabrón. Llévame al centro… ¡Ya!
El
adulto ocultó mal que bien su descontento y sacó su verga de tan delicada
empuñadura. Aun ausente, hasta en ese momento sublime tenía que aparecer el
hombre al que culpaba de todos sus males jodiéndolo todo. Tenía ganas y aguante
suficiente como para un segundo round y le daba la impresión de que su hija,
con un poco de motivación, se convertiría de nuevo en una febril amazona.
Una
vez desacoplados el caos se hizo en el interior del lujoso vehículo. Mikel se
las vio y deseó hasta que pudo colocarse en el asiento del conductor. Era tan
grande que apenas cupo entre los asientos
—
¡Pásame las zapatillas! Y mis pantalones, ¿has visto mis pantalones?
—
¡Sí, toma!
—
Eso es tu americana, abogado. Mira, ahí están, en el suelo, en el asiento del
copiloto.
—
¡Que linda se ve mi putita cuando está cabreada! —lo dijo más que nada para
comprobar su teoría, en efecto a su niña no le disgustaban esos adjetivos
sórdidos.
Ainara
no pudo por menos que esbozar una sonrisa mientras se peleaba por desatar los
cordones de sus zapatillas.
—
De verdad que los tíos sois increíbles. Ni soy tu zorrita, ni soy tu putita ni
tu jodida esclava. Llévame al centro, por favor —Ainara bufó algo
desconcertada, a esas alturas de su corta vida no estaba dispuesta a dejar
pasar una más, haría las cosas a su manera y las disfrutaría en el proceso. En
un arrebato de orgullo limpió los restos de semen de su sexo con la americana y
se vistió lo más rápidamente que pudo.
—
Vale, vale… lo pillo.
—
¡Mierda!
—
¿Qué sucede ahora?
—
¡Pues que, con las prisas, he olvidado ponerme las bragas! ¿Dónde narices se
habrán metido?
—
¿Son estas? —preguntó él mostrando la prenda blanca con motivos infantiloides impregnada
de néctar juvenil.
La
chica quiso morirse. Le chiflaba aquel tipo de lencería tan poco acorde a su
aspecto exterior duro y casi andrógino. De nuevo el rubor volvió a invadir su
cuerpo y la seguridad y el empuje demostrados por su cabreo dio paso a la
inseguridad y a la vergüenza adolescente.
—
Sí —contestó con un hilito de voz.
—
Si no te importa, me las quedo —dijo Mikel mostrando su botín de guerra.
Ella,
algo más entera, no pudo evitar esbozar una mueca:
—
¿Acaso eres uno de esos sucios pervertidos fetichistas que las guardan como
trofeos?
—
Digamos que me haría ilusión conservarlas —Le dio una lamida a la prenda
saboreando nuevamente los flujos de la nena antes de guardarlas en el bolsillo.
—
Como quieras, supongo que te las has ganado.
—
¿Tan bien lo he hecho? —preguntó él guiñándole un ojo y enfilando el todo
terreno hacia fuera del aparcamiento.
Ainara
no contestó. Apartó la mirada con las mejillas rojas como las ascuas de una
hoguera. Se maldijo sí misma por ser tan cría, por tener tan poca experiencia
con los chicos y mucho menos con hombres de pelo en pecho como aquel. Jugueteó con su cabello para disimular su
calentura, se apartó el mechón rebelde de su cara y perdió la vista entre el
tráfico de su localidad.
—
¿Podemos quedar otro día? —contemplando cómo la bella muchacha se disponía a
salir de la parte trasera de su vehículo agarrando su tabla de skate.
–
Claro.
—
¿Mañana?
—
Mañana es mi cumpleaños —repuso ella haciendo una mueca divertida.
—
Ah, claro… la fiesta sorpresa.
—
Eres un cabrón, ¿lo sabías?
—
Sí, pero follo de puta madre.
La
adolescente abrió la boca, pero prefirió no contestar y mirar a otro lado.
—
Supongo que no te apetece nada ir a reírle las gracias a tu abuelo, ¿cierto?
—
No, la verdad es que no.
—
Pues estupendo, celébralo conmigo entonces.
—
Pero, ¿qué dices? —dijo ella evitando mirar aquellas pupilas verdes que volvían
a desnudarla—. No te conozco de nada. Ya te dije que yo no soy de esas chicas…
—
Hola. Mi nombre es Mikel —la interrumpió él tendiéndole la mano—. Ha sido un
placer conocerte Ainara. ¿Lo ves? Ya nos conocemos. Ya podemos quedar mañana.
Ainara
dudó. El tipo le atraía, pero no era menos cierto que acababa de conocerle. Ya
había cometido la extraordinaria imprudencia de follar con él en ese todoterreno
en aquel estacionamiento, volver a quedar con el gigante rubio le producía
vértigo y calor vaginal, a partes iguales. Por otra parte, nada le apetecía
menos que fingir sorprenderse ante un montón de personas, muchas de las cuales
ni conocía, al inicio de su fiesta al día siguiente. Hubo un tiempo en el que
adoraba a su abuelo y siempre le estaría agradecida por haberse hecho cargo de
ella tras la muerte de su madre, pero en ese momento lo detestaba, incluso
podría decirse que lo odiaba; no podía soportar que él quisiera controlar hasta
el último detalle de su vida.
—
¿Y qué se supone que haremos?
—
Follar toda la tarde —contestó él sin pestañear—. ¿Qué sí no?
Ella
se ruborizó, no esperaba una respuesta tan osada y directa que dinamitase sus
defensas y que terminó por inclinar la balanza. La nueva Ainara quería
rebelarse en contra de su abuelo opresor y no perder la oportunidad de volver a
deleitarse con aquella polla que el abogado guardaba en sus pantalones. No
contestó, sintió un nudo en la garganta y el pulso en su vagina, pero cogió su
móvil abriendo el WhatsApp para compartirle el QR de su contacto. El letrado lo
escaneó con una sonrisa altanera, esa misma que ella exhibía cuando se salía
con la suya tras alguna de sus trastadas.
Se
fue de allí como en una nube. Su mente evocaba el recuerdo del acto sexual que
acababa de protagonizar y su imaginación intentaba adivinar en qué consistiría
el del día siguiente.
—
¡Estás loca! —murmuró para sí por enésima vez, abrazando la tabla de skate
contra su pecho.
Tuvo que echar a correr, sus abuelos
la esperaban ya desde hacía un buen rato. El pantalón del algodón se le pegó a
su sexo. El flujo que antes detenía su ropa interior recorría su muslo
combinado con el esperma de su desconocido amante. Su móvil vibró, un mensaje
en WhatsApp de su abuelo;
—
¡Biloba! ¿Dónde demonios estás?
Continuará…
Comentarios
Publicar un comentario