– ¿Quedarás con el profe?
– Ya te dije que sí –respondió un tanto mosqueada, no le entusiasmaba demasiado lo que iba a hacer, pero ella era una chica obediente y no podía decirle que no a su papi.
– Os estaré observando. Disfruta princesa –dijo antes de cortar la comunicación.
Él estacionó su coche frente a la casa de su princesa, era la primera vez que llegarían tan lejos y eso le generaba un gran morbo. Aunque, por otra parte, tenía un extraño sinsabor en su boca, no era la primera vez que le sucedía y últimamente iba a más. La desagradable sensación de los celos le iba invadiendo y cada vez le fastidiaba que sus amantes la follasen y él no.
Él aceptó la videollamada y vio cómo Amaia, su chica, posicionaba el móvil con la lente dando justo a la cama, otorgando un muy buen plano. Ella dejó los audífonos a un lado de la cama para que pudiese tener una perfecta recepción de sus gemidos. A los pocos minutos apareció el tercero en discordia.
Jon, o “el profe” como prefería denominar al amante de su princesa, era un tío de unos cuarenta y tantos. Ni gordo, ni flaco. Con un aspecto bastante común, cabello castaño, ojos del mismo color. Ni muy alto, ni muy bajo. Bastante promedio. Con una camisa y gafas, el cabello entrecano peinado hacia atrás dándole un aire de intelectual o más bien, como era el caso, de profesor universitario.
Valiéndose de la ausencia del zoo, la forma en como denominaban a la caótica familia de la chica, esta diligente, siguiendo sus deseos, había colado al profe para follar en su cama. Lo vio entrar y a ella recibirle con un pico en los labios y una sonrisa. Dio un pequeño respingo, aquello suponía un pellizco a su ego. Más que el beso, le fastidió que le regalase una de sus sonrisas a ese ordinario individuo. Dirigió su mirada a la cámara para ver que no perdían el tiempo, el maduro se comía besos a la jovencita menuda de piel morena.
– Lindo colgante –dijo el profesor.
– No seas pesado Jon –replicó ella volteando los ojos.
– ¿Y si te lo quitas? No vayamos a dañarlo –Amaia le dirigió una fría mirada, quizás decirle que su papi los estaría observando mientras follaba fue la mejor decisión–. Vale, no he dicho nada.
El maduro no dilató el proceso, se deshizo de su ropa y su polla se elevó ansiosa. Esperando ser atendida, la chica no hizo mayor ceremonia y se arrodilló frente a él, engullendo el miembro por completo.
– ¡Qué delicia! ¡Tienes una boca de vicio! –exclamó mirando al móvil.
La guapa morena notó que el profesor iba con la determinación de chinchar a su papi y en parte la fastidiaba, y en otra se resignó. Se sintió en medio de dos egos que pujaban por cumplir sus caprichos. No obstante, siguió mamando con ganas, no podía negar lo mucho que le gustaba dar sexo oral a sus amantes.
Su lengua jugaba con la polla, pero el maduro no la dejó continuar. La llevó de vuelta a la cama, poniéndola en cuatro. Ella hundió su rostro en su almohada y se dedicó a gemir, disfrutando de la arremetida de aquel hombre, aunque si cerraba los ojos soñaba que era su papi quien la penetraba.
En el coche, el espectador de la escena, que pensaba que iba a disfrutar con esa visión, se iba molestando cada vez más. ¡¿Por qué era tan complaciente con ese gilipollas?!
El maduro retiró su polla del húmedo coño y tanteo peligrosamente la entrada trasera, Amaia reaccionó con rapidez y le dedicó una mirada gélida a su amante.
– ¡¿De qué vas?! Te lo he dicho, mi culo es solo de él.
– Un tío que nunca va a follarte. En cambio, aquí me tienes, más que dispuesto a satisfacerte. Yo que si soy real.
– Ese es mi problema, que esté enamorada de él no es tu asunto –le dedicó una sonrisa altanera y acarició la inicial con su nombre dibujada sobre su monte venus–. ¿Entonces? Dejas de hacer el tonto y me follas, o ¿tengo que terminar por mis propios medios?
El hombre gruñó y se abalanzó sobre ella, cambió el ritmo de la penetración, haciéndola profunda y rápida. Pronto el enojo se le iba pasando a la chica que se dedicó a dejarse llevar. Ese tío podía ser un cabronazo, pero follaba muy bien. Era el único motivo por el cual mantenía esa polla a su servicio.
El espectador seguía observando, a pesar de su potente erección no se masturbaba, algo no iba bien. Su mente era un hervidero de emociones. Tenía por lo visto un notable conflicto de intereses. Su niña parecía disfrutar, sin embargo, su rostro no mostraba esa misma comodidad como cuando ellos intimaban. En parte pensó que se había precipitado con esa petición.
Lo que estaba llevando su paciencia al límite era aquel gilipollas que miraba fijamente a la cámara del móvil mientras penetraba a su pequeña. Le molestaba cada estocada acompañada de esa sonrisa prepotente. Pobre imbécil que ni se enteraba de lo que sucedía. No importaba cuantos tipos se la follase, por sobre todos ellos, era solo suya. Consideró una victoria el ver que con el orgasmo de la chica no brotó la fuente que manaba con tanta naturalidad de cuando se tocaba mirándolo fijamente.
El colmo del descaro vino cuando el tío se corrió. No solo lo hizo dentro de su coño, sino que parte lo echó sobre su monte venus y lo restregó para borrar la inicial de su dueño. Eso la dejó completamente descolocada.
– La verdad es que por más que afirmes que eres suya, la realidad es que quien te está follando soy yo. Quien hace que te corras y disfrutes soy yo. No eres suya –dirigió la mirada al móvil–. ¡Eh! ¡Acosador! ¿Te gusta lo que ves? ¿Te gusta ver cómo me follo a “tu princesita”? Su coño es una delicia y lleno de mi leche mucho mejor.
– ¡Suficiente! –exclamó Amaia dándole un manotazo–. ¡Vete!
– Joder, guapa, no es para…
– ¡Y una mierda! ¡Lárgate Jon!
– Par de pirados –masculló antes de coger su ropa con prisas y vestirse de malagana.
Sin duda el encuentro no resultó lo que ninguno esperaba. En menos de un dos por tres Amaia despachó al profesor de su casa no sin antes apagar el móvil. Se sentía un tanto asqueada por sentir la leche de ese tipo manando de su interior.
Regresó a su habitación y se dejó caer sobre la cama, completamente derrotada.
En medio de su disgusto, otro individuo tuvo que apelar a sus falsas buenas formas para no arrancarle la cabeza al cabrón que había profanado a su princesa. Llevado más que nada por un impulso descarado salió y se plantó frente a la puerta de la casa y comenzó a tocar frenéticamente.
Amaia escuchó como casi tiraban la puerta abajo. No le apetecía seguir lidiando con el profe después de ese polvo casi antinatural, pero tampoco le convenía que hiciese un escándalo. Cogió una camiseta grande de las que usaba para dormir y se dirigió a la puerta.
– En serio Jon, no estoy para juegos…
Sus palabras se extinguieron al toparse con ese desconocido. Retrocedió instintivamente y el hombre se coló en su casa, cerrando con un sonoro portazo. Este respiraba con dificultad, con rapidez. Lucía muy enfadado, mejor dicho; furioso. Lo analizó y todo cobró sentido inmediatamente. Rondaría un poco más de metro setenta y cinco, una figura atlética, llevaba su cabello largo, recogido en una coleta.
– ¿P-Papi?
El lobo la miraba fijamente, lo sentía tan… bestia. Algo dentro de él no le permitía apartar la mirada del Monte de Venus donde ya no se podía leer su inicial. Era como si aquel imbécil hubiese intentado quitarsela. Olfateó sintiéndose embargado por el olor a flujos y semen que manaba de su niña. Las venas se tensaban en su mano, denotando su mal humor, inclusive temblaba un poco.
La arrinconó contra la pared y hundió su rostro en la comisura de su cuello, olía a sudor, a flujos y a esa asquerosa leche que la contaminaba.
– ¿Por qué disfrutaste tanto con ese cabrón, princesita? –el tono de su voz podía percibirse, sereno, pausado, casi impersonal, pero la furia contenida en sus ojos verdes reflejaba lo contrario.
– Solo hago lo que me pediste, papi –replicó fastidiada–. Ese es nuestro acuerdo, ¿no? Tú te follas a tus putas y yo me follo a mis amigos porque papi no tiene los huevos de meter su polla en el único coño que en verdad le pertenece.
– Tus pellizcos duelen más en persona, pequeña –lamió su cuello con parsimonia.
Ella tenía algo que lo cautivaba y enloquecía al mismo tiempo. Por primera vez se sentía responsable de otro individuo, arrancandolo de esa comodidad donde solo veía por sí mismo.
– Como ves ya cumplí con la tarea, papi. Si no te importa, puedes irte, quiero darme una ducha –le dio un suave empujón para apartarse de su lado, él no cedió ni un centímetro, con sus apenas 1.60 cms y sus cuarenta y tantos kilos poco podía hacer–. Dime, ¿quieres que mañana quede con el motero? ¿o con el doctor? A ellos tampoco les importará que mires y te la casques en el proceso.
– ¡Calla! –le dio un manotazo a la pared asustando un poco a la chica–. A la mierda con este juego, me cansé. ¡Eres mía! ¡Solo mía! –con un rápido movimiento la alzó entre sus brazos y subió las escaleras. Se orientó tras unos segundos y entró en la habitación de su chica, lanzándola sobre la cama y arrojándose sobre ella.
Buscó su boca casi con desesperación, ambos se fundieron en un beso lascivo, cargado de erotismo, furia, deseo, una lujuria indescriptible que desbordaba de ambos. Sus pechos subían y bajaban con rapidez, jadeando. Les faltaba el aire, pero la batalla de sus bocas no cesaba.
Ekaitz no perdió el tiempo atrapando las manos de su princesa. En un punto comenzó a notar un ligero forcejeo que iba a más. La soltó sin darle crédito de lo que veía. Ella estaba furiosa, muy enojada. La bofetada le sentó como un vaso de agua fría.
– ¡Estás loco! -gritó tratando de quitárselo de encima–. ¡Tienes problemas!
– ¡No me jodas!
– ¡Que te den! –exclamó furiosa–. ¡Déjame en paz!
– A mí no puedes echarme, princesita –contestó en un tono casi glacial–. Papi te enseñará a obedecer, a que entiendas quién es tu único dueño.
– Gilipollas. Cabrón –escupió.
– Sí, todo eso y más.
Amaia se retorció al sentir la dentellada clavándose en su cuello, un quejido de dolor emergió de su boca mientras golpeaba el pecho del maduro. Al sentir la presión de la mano del hombre sobre su cuello se detuvo de inmediato.
– No importa cuánto te resistas cachorrita, el lobo va a follarte. Estás sucia mi niña, pero no te preocupes. Papi te limpiará.
Ekaitz le restregó la polla, su pantalón quedó pringado por los flujos de la chica y la lefa del amante de turno.
– No quiero que me folles –musitó con la voz quedada.
– Eso no lo decides tú princesa. Tu coño me pertenece y es momento de que empiece a reconocerme. Vete olvidando de tus amigos, a partir de ahora, solo yo te follaré. Me perteneces guapa.
– Psicótico.
– Sí.
– Idiota.
– También.
– Cabrón.
– Mucho.
– Egocéntrico.
– El mundo gira a mi alrededor.
Antes de que pudiera continuar con su diatriba, el maduro se lanzó a por las tetitas de la jovencita. Las succionaba con violencia y los gemiditos que ella se esforzaba en ocultar solo lo excitaban más.
– Dilo –murmuró el hombre en su oído.
– No –dijo todavía molesta, por más que su cuerpo estuviese excitado como nunca no pensaba ceder tan fácil.
– ¡Dilo!
– ¡No!
Se incorporó un poco, lo justo para asestar el primer azote a los senitos de Amaia, intentó guarecerse del ataque, pero tenía sus manos aprisionadas entre una de las grandes manos de Ekaitz.
– ¡Niña malcriada y desobediente! –apuntó antes de seguir torturando sus senos, estos tomaron una ligera coloración rojiza.
El rubor de sus mejillas se extendía mezclándose con la tonalidad rojiza adquirida por los azotes. Él se inclinó nuevamente sobre ella, pero en esta ocasión fue Amaia quien arremetió contra su cuello, mordiéndole con saña.
Soltó un quejido, pero eso no le detuvo. Abrió el cajón de la mesita de noche, donde sabía que la chica guardaba parte de los artilugios que usaban en sus sesiones. Tomó el choker casi sin mirar, pues su boca había decidido continuar con su afrenta.
– A mí niña hay que recordarle quien manda –con rudeza, pero sin ser agresivo, sujetó nuevamente el cuello de Amaia, abrochando el choker rosa pastel, enganchó la cadena a la argolla en forma de corazón y tiró suavemente de ella.
– Suéltame putero –gruñó Amaia–. No quiero…
– Pequeña… ¿Qué te ha dicho papi de las mentiras? Puedo sentir la humedad de tu coño traspasando la tela de mi pantalón.
– Lo único que sientes es el semen del profe. Se corrió mucho –dijo con sorna antes de removerse, para rozar su coño desnudo con la polla del maduro.
– Te prohíbo que lo vuelvas a mencionar –ladró por lo bajo–. Cuando terminemos aquí me encargaré de desaparecer a todas las pollas que quieren ensuciarte.
– Loco –farfulló sin dejar de forcejear, no se lo pondría tan fácil.
El maduro tiró un poco de la cadena y con su rodilla abrió bien las piernas de la jovencita. Con su mano libre le dio un azote al coñito. Ella soltó un gemido y desvió la mirada. Repitió la acción un par de veces, después le enterró uno de sus dedos, ella sintió la invasión y no ocultó el placer que experimentaba.
Había soñado en incontable cantidad de ocasiones que esos dedos la tocaban. Dejó de resistirse, lo necesitaba.
– Eso, a mí niña, le gusta.
– Si, papi –jadeó excitada.
– Vamos mi niña, dilo –insistió retorciendo el dedo dentro del coñito.
– Soy tuya papi, solo tuya –elevó la cadera sintiendo como el dedo se enterraba un poco más adentro.
– Papi es tuyo, pequeña -añadió otro dedo, se sentía apretada, eso le encantaba de ese coñito. Lo había visto tantas veces, como era estrecho y a la vez tan tragón.
Solo se detuvo por un instante el que le tomó desnudarse. Le causó satisfacción que Amaia se quedará embobada viendo su miembro.
– Papi… quiero… –murmuró entre pequeños jadeos sin apartar la mirada de su polla–. Dámela, es mía.
– Vale, princesita.
Amaia se lanzó a por ella y la engulló por completo, casi desesperada. Su mirada se conectó con la de él. Quería darle la mejor mamada de su vida. Se empleó a fondo devorando el miembro masculino. Los gruñidos de satisfacción de Ekaitz y su gran mano sujetando su cabello para metérsela hasta el fondo de la garganta sirvieron de indicativo de que lo estaba disfrutando.
Ekaitz podía sentir las arcadas de su chica y eso lo excitó aún más. Se había masturbado incontable cantidad de veces deseando follarse esa boquita. La relación que los unía le daba un plus a ese encuentro. La sentía tan suya y entregada. Adoraba a esa cría, necesitaba llenarla de su leche, de marcarla. El solo recordar que hasta hacía unos pocos minutos otro la follaba lo enloquecía un poco.
- Mi niña… traga… –logró avisarle, a duras penas y entre las arcadas soltó una gran cantidad de leche contenida.
Amaia le dio un suave manotazo para separarse y poder respirar. Esa leche era viscosa, ese sabor fuerte, único, relamió la que escapó de sus labios. Puede que se debiera a que esa leche era de él, pero supo que se haría adicta a ella.
Tal como esperaba, propio de muchos de sus encuentros, la polla de su maduro apenas había flaqueado en dureza. Le excitaba de sobremanera provocarle ese grado de excitación que no perdiese la erección después de correrse.
– Soy la pequeña chupapollas de papi –dijo como en tantas ocasiones pasadas, con un ligero rubor en sus pómulos.
– No Amaia, eres mi princesita –le corrigió con una ligera sonrisa.
Lo atrajo con sus manitas para buscar su boca. Compartiendo ese beso, tenía el sabor de su leche en los labios y eso le encantaba.
Ekaitz se colocó sobre ella abriendo mucho sus piernas. Enfiló su polla y se enterró lento hasta lo más profundo. Ese coñito rebosante de leche y flujos se abrió paso para recibirle gustoso. Ambos soltaron un gemido de satisfacción al completar la unión de sus cuerpos. Vio es brillo ansioso en los ojos de su pequeña que solo se retiró un poco antes de volver a enterrarse lo más profundo posible.
La penetración era intensa, profunda, sin derecho a tregua. Ella solo emitía suaves gemidos que se mezclaban con eróticos grititos cuando se clavaba lo más dentro posible.
Ekaitz colocó sus piernas sobre sus hombros mientras jadeaba su nombre. Se le olvidó su típico juego de control del orgasmo y al sentir las contracciones del coñito se dejó llevar por esa sensación que le derretía.
La dejó disfrutar del intenso orgasmo que experimentaba, con delicadeza y aprovechando la lubricación adquirida enfiló su miembro a la entrada trasera. Se miraron fijamente mientras su miembro vencía la resistencia inicial del esfínter y engullía su polla hasta el fondo. Sujetó las piernas de la jovencita abriéndolas lo máximo posible.
– ¡Joder! Que apretado está –gruñó. Tuvo que respirar profundo, deseaba reventarle el culito, pero eso lo dejaría para otra ocasión. Ahora su objetivo era otro.
– P-papi. Muy… profundo –gimoteó.
– Sí princesa. Vamos, tócate mientras papi te folla el culito -abrió un poco más las piernas de Amaia–. Dame placer, zorrita. Fóllame.
Él sabía lo que esa palabra provocaba en ella, como si de un impulso se tratase, comenzó un sensual movimiento que se acompasaba a sus estocadas que iban ganando intensidad. Las tetitas de Amaia subían y bajaban a la par de las profundas estocadas, sus gemidos en aumento se le hacían gloriosos.
Con una de las estocadas se enterró lo más dentro que su envergadura le permitía y pudo sentir las contracciones alrededor de tu miembro, los espasmos de la chica eran tan intensos que inclusive se le escapó un chorrito de su coño. Hinchando su pecho de orgullo, sólo él podía provocarle ese nivel de placer.
Ella se dejó hacer laxa, sintiendo como abandonaba su ano y se clavaba nuevamente en su coño. Él dejó caer parte de su peso sobre ella para profundizar la penetración. Amaia le regaló una coqueta sonrisa en medio de sus jadeos y palabras apenas entendibles, enterrando sus garras en la espalda de Ekaitz, arañándolo.
– Traviesa –gruñó.
– Mío –jadeó ella.
– ¡Sale! ¡Eres mía! –aulló el lobo antes de la estocada final, descargando su intensa corrida dentro de su chica.
Se desplomó sobre ella, unos segundos. Los justos para retomar fuerzas. Se retiró del coño ya depurado de aquella polla invasora. Sujetó su polla medio flácida y descargó otro líquido, ambarino, sobre el vientre de Amaia.
– Eres mía, cachorrita.
– Si papi lobo –musitó a duras penas, con las piernas abiertas, con el corazón ardiendo de sensaciones y emociones.
– Te costó, pero lo lograste. Lobo domesticado.
– Es que siempre has sido mío, tonto –comentó risueña. Sellaron su unión con un beso cargado de sensaciones.
Unos días más tardes, Amaia estaba acurrucada en el sofá del piso de Ekaitz mientras adelantaba parte de su Trabajo Fin de Grado, él escribía uno de sus relatos desde el ordenador, con el telediario de fondo.
“En otras noticias, se ha abierto una investigación para esclarecer la paliza propiciada al profesor de la Universidad de Deusto; Jon Iturbide, que le ha dejado internado en el hospital de Barakaldo con serias lesiones físicas, de momento no hay sospechosos…”
– A los bocazas terminan cerrándoles la boca de la peor manera –apuntó Ekaitz con una risita malvada.
– ¡Papi!
– ¿Qué?
– ¡Eres el peor!
– Por supuesto princesa, eso ya lo sabías –ambos soltaron una risa en medio de unas miradas cómplices, dejaron lo que tenían pendiente de lado y se lanzaron a por el otro, esa necesidad del otro nunca se daba por satisfecha.
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