"ALEXANDRA, LA NIÑA DE TODOS" por KAMATARUK (3 DE 3)

 Alexandra, la niña de todos

Capítulo 8: La ex secretaria

Lissy no era su verdadero nombre. Lo supe gracias a la lista que me dio en su día el Hombre de Hojalata junto a su dirección postal, la electrónica y su número de teléfono personal. Le había perdido la pista desde su sonoro despido del instituto cuando fue sorprendida siendo analizada por el Hombre de Hojalata en el cuarto de la fotocopiadora. Por lo visto el escándalo no transcendió mucho ya que pudo ejercer de niñera como cuando estudiaba la carrera sin problemas.

La chica no lo había tenido fácil a la hora de ir subiendo posiciones en el escalafón dentro del partido ultraderechista de papá. El hecho de ser mujer y de origen sudamericano le cerró muchas puertas creándole recelos y enemistades de las facciones más arias. No obstante sus discursos radicales acerca del férreo control de la inmigración ilegal, la eliminación de ayudas y derechos a las clases menos favorecidas de origen extranjero y, sobre todo, sus descarnadas críticas a todo tipo de relación no binaria le reportaron muchas amistades en los cabecillas del partido que la hicieron convertirse en la primera mujer miembro del comité local de Mataró.

Supongo que su facilidad para chupar pollas y poner el culo también tuvo algo que ver en su meteórico ascenso. Lissy renegaba en público del sexo fuera del matrimonio pero no le importaba practicarlo en privado fuera de él para obtener fines superiores. En eso nos diferenciábamos bastante: para ella el sexo era el medio para obtener lo que ansiaba y para mí el objetivo final de prácticamente todo lo que hacía en mi vida.

Al principio me mató saber que fue papá y no otro el que la propuso para el cargo y lloré con rabia infantil bajo mi almohada cuando me enteré de que no sólo follaban en las reuniones del comité sino que eran amantes formales. El muy cabrón se la cepillaba durante sus constantes viajes a lo largo y ancho de la geografía catalana. La muy puta le calentaba la cama de los hoteles que él iba visitando.

Heredé de padre la adicción al sexo y por eso ahora puedo entender que tuviese amigas con derechos fuera de su matrimonio pero por entonces me costaba gestionar que follase con alguien que no fuese yo. Consideraba que su actividad sexual era, en cierto modo, mi negociado, mi parcela, mi nicho de mercado; algo que sólo yo podía ofrecerle sin restricciones y totalmente a su gusto. Tenía la esperanza de que, al menos para eso, papá sí me quería. 

Cómo sería mi grado de desesperación que me moría de celos cuando, algún que otro sábado, optaba por quedarse en la cama con madre en lugar de venir a metérmela a mí.  A oscuras me sentaba en el pasillo junto a la puerta de su habitación matrimonial con los ojos humedecidos escuchando los jadeos de mamá, suspiros de placer provocados por papá que consideraba sólo míos.  

Podía compartirle como financiero de éxito, como político relativamente famoso e incluso como padre pero como amante lo quería para mí en exclusiva. Cuando lo tenía dentro era mío y sólo mío y de nadie más. Solamente con eso yo ya era feliz.

Tal vez fue por eso por lo que ni en los peores momentos de enfado y rabia, ni durante el más férreo de los castigos o los largos periodos sin hablarnos dejé de abrirme de piernas para él.  La cena podía transcurrir en un ambiente tenso, con silencio sepulcral y sin ni siquiera cruzar la mirada entre nosotros pero a la media noche el cabecero de mi cama volvía a golpear la pared que lo separaba de la de Irene.

Resultaba curioso porque ni siquiera con él metido en mis bragas en la intimidad de mi cuarto se establecía una tregua. Entraba, apartaba la ropa de mi cama, me abría las piernas, me usaba cuanto y como le daba la gana, me lo echaba todo dentro y luego se largaba sin articular palabra. Podíamos pasar semanas así, follando a diario aunque sin hablarnos. 

La nuestra fue siempre una relación tóxica. Jamás se lo dije pero era mucho mejor amante cuando estaba enfadado que en las pocas veces que intentó ser amable conmigo en la cama. Confieso que más de una vez busqué el conflicto entre nosotros de forma premeditada para provocar su ira y me lo hiciese más duro y violento, sobre todo cuando me sentía mal por ser tan promiscua y facilona en lo relativo al sexo.

Quería que me castigase por haberme portado mal, como cualquier padre.

He seguido repitiendo el patrón a lo largo de los años. Cuando me siento culpable de ser como soy busco a alguien que me haga daño y me castigue al margen de mi pareja. Es complicado de explicar pero cuando me pegan siento que estoy recibiendo un castigo que me merezco y eso, en cierta forma, me reconforta. Es como una penitencia tras la cual estoy exenta de pecado… hasta que vuelvo a pecar y la rueda gira de nuevo.

Durante la adolescencia, por ejemplo, intentaba de vez en cuando ir en contra de mi naturaleza. Estaba una semana sin tener sexo más allá de follar con papá y, de repente, veía al novio de alguna de mis amigas por ahí, en la biblioteca por ejemplo y se me antojaba tirármelo.  Después de hacerlo tenía mala conciencia y, para expiar mis pecados, buscaba en mi agenda y quedaba con adultos que había conocido a través de mis correrías o con algún que otro papá de mis amigas, de esos que no dejaban de mirarme el culo. Elegía a cincuentones pasados de vueltas, a los más viciosos y depravados para follármelos. Esos tipos descubrían sin apenas dificultad mi afición por el sexo extremo y se desfasaban conmigo sabedores de que no habría consecuencias me hiciesen lo que me hiciesen. Me trataban como a una puta y no como a una adolescente flacucha y con aspecto frágil. Dolor es lo que yo buscaba y es lo que obtenía de ellos. Dolor para redimir mis pecados.

Volviendo a Lissy recuerdo que, en los mítines a los que me llevaba papá de vez en cuando, prácticamente le salía espuma por la boca despotricando contra “las enfermizas y antinaturales relaciones sexuales entre personas del mismo sexo”, según sus propias palabras.  Su verborrea facilona y efectista arengaba a las masas y elevaba el ánimo de la tropa fascista.

Durante sus discursos yo callaba y me reía por dentro. Si algo se le daba mejor a Lissy que enardecer al populacho era hacer la tijera conmigo y meterme la lengua por el coño hasta arrancarme la última gota de mi néctar. Era la lesbiana más lesbiana que he conocido nunca, aborrecía a los hombres pese a follar con ellos por puro interés.

Con ninguna otra mujer lo he pasado tan bien en la cama como con ella, diría que incluso mejor que con mi hermana Irene. Me hizo sentir cosas que no he podido repetir con nadie más y eso que llegué a odiarla con todas mis fuerzas cuando la conocí. Papá babeaba con ella y no me extraña: era un portento, un prodigio, un animal sexual en la cama… una máquina de follar implacable y precisa. Era metódica y cerebral hasta en la cama.

Fue su culo y lo bien que le quedaban las faldas ceñidas lo que hizo que los pervertidos del comité se fijasen en ella. Si les interesaba su boca no era por las elevadas palabras que salían de ella sino por su permeabilidad a la hora de chupar las pollas de esos politicuchos. Ni su inteligencia, muy superior a la media, ni su mente privilegiada les importaban un pimiento: de Lissy sólo necesitaban sus agujeros y ella, como yo, se los prestaba con la frecuencia que ellos requerían.

Entre ambas había una sutil diferencia: yo lo hacía por vicio o por complacer a papá y ella por puro interés personal. Lissy tenía una calculadora entre las piernas. Bajo su aspecto de hembra ardiente era puro hielo. Yo la creía indestructible, por encima del bien y del mal. Me equivoqué, optó por lo fácil en cuanto se torcieron las cosas.  

Después de nuestra primera noche sobre la mesa de la sala de juntas del comité local del partido me fue imposible olvidarla. Estaba yo como en una nube, ansiaba como loca la llegada de nuestro siguiente encuentro. Deseaba que fuese dura conmigo, que me empotrase contra la madera, que me violara de nuevo. Me daba igual hacerlo delante de mil personas o a solas siempre que fuese ella mi compañera de juegos. Me sentí atraída por ella de una manera enfermiza desde el primer tortazo que me dio y por su manera febril de arrancarme los pantis para abusar de mí.

De hecho estaba yo tan cachonda que no pude esperar a la siguiente reunión del partido y, aprovechando la información que tenía de ella, le mandé un mensaje de whastapp. Me da una vergüenza tremenda entrarles a las chicas guapas aunque en su caso lo hice sin vacilar lo que supuso todo un logro para mí. Estuvimos chateando un par de veces, le mandé algunas fotos bastante calientes y a los pocos días concertamos una cita. Para mi sorpresa me dio la dirección de su propia casa allá en Barcelona y allá que me fui con el coño goteando flujos.

Me llamó bastante la atención que, siendo como era del comité local de Mataró, no viviese en mi municipio. Ella misma me confesó mientras me metía los dedos por el culo, semanas más tarde, que si eligió mi ciudad para iniciar su carrera política fue por papá y su incipiente popularidad. Fue a por él desde el primer momento y el muy bobo se tragó el anzuelo con caña y todo. Los hombres en general y mi padre en particular se vuelven tontos cuando ven un buen culo aunque en este caso le entiendo perfectamente: el trasero de Lissy quitaba el sentido a cualquiera.

Antes de entrar en su casa recuerdo que estaba muy nerviosa. Aproveché el espejo del ascensor de su edificio para retocarme los labios y quitarme los rastros de esperma del taxista de mi cara.  Me había puesto lo más sexy que pude sin parecer una fulana, quería dar una buena impresión y parecer mayor de lo que era. Acababa de cumplir los dieciséis y ella casi veinticinco, no quería que la diferencia de edad entre nosotras fuese un problema.

No esperaba yo gran cosa de nuestra primera cita más allá de un paseo y un café. Mucho menos cuando me abrió la puerta una mujer de mediana edad que me miró con desprecio de arriba abajo toqueteándose nerviosa el crucifijo que colgaba en su cuello. Mientras esperaba a Lissy la examiné de manera discreta. Guardaba cierto parecido con mi amante, sobre todo en lo relativo a su trasero aunque era algo más alta y circunspecta.    

-        No deberías estar aquí – me dijo sin ni siquiera saludar -. Mi hija no está bien, está enferma, no es buena gente. Aléjate de ella, es peligrosa.

Se escuchó el correr de un cerrojo al final del pasillo y la señora calló de inmediato.

Todavía estaba yo procesando sus palabras cuando Lissy apareció. Me dio un vuelco al corazón, estaba preciosa aun en albornoz atigrado y con el cabello húmedo.

-        ¿Llego temprano? – pregunté al verla todavía sin arreglar.

-        ¡Qué va, llegas justo a tiempo! Ven, pasa – me dijo con una sonrisa -. 

-        Lissy… ¿podemos hablar? – preguntó la señora interponiéndose entre nosotras-.

-        Ahora no, mamá. ¿No ves que tengo visita?

-        Precisamente de eso quería hablarte. Sabes que no me gusta que traigas a tus amigas a mi casa y mucho menos si son tan jóvenes. Ya hemos hablado de eso…

Noté cómo mis mejillas entraban en ebullición. Me gusta ser el centro de atención cuando hay sexo de por medio pero prefiero permanecer en un discreto segundo plano en cualquier otra situación.

-        No te metas en mi vida, mamá. Además será tu casa pero soy yo la que paga las facturas… ¿recuerdas?

-        Ya, pero…

-        ¡Ven, pasa! – exclamó tendiéndome la mano -. No le hagas caso a esta amargada.

Le agarré la mano con ansia como un náufrago abraza a un salvavidas. Me incomoda mucho estar presente en las discusiones familiares de los demás y todavía más ser la causante de una de ellas.  En cualquier otra circunstancia me hubiese ido de allí pero en cuanto entré en el cuarto de Lissy, me inmovilizó contra la puerta y me besó se terminaron todas mis dudas. Ni un regimiento de legionarios me hubiese sacado de allí.

No se puede decir que en nuestra primera cita a solas perdiésemos mucho el tiempo en hablar. Ni siquiera me dio tiempo de fijarme en el mobiliario de su habitación, inmediatamente me comió la boca y comenzó a desabrocharme los botones de la camisa con avidez. Parecía una loba y yo su corderita. Mi ropa interior se adhirió a mi coño de inmediato.

Sin sus habituales tacones Lissy era un poco más baja que yo pero aun así me dominó sin problemas. Las piernas me temblaban apoyadas contra la puerta y noté el pulso en mi sexo cuando me quitó la falda, dejando solamente el tanga rosa sobre mi piel y más todavía cuando su albornoz cayó y mostró su soberbia desnudez. Recorrió mi cuerpo con sus manos, tocándome de forma firme aunque sin llegar a la rudeza; no dejó de comerme la boca en ningún momento mientras me sobaba.

De repente dejó de besarme:

-        Sabes a semen – rio.

-        Yo… yo… - balbuceé, en verdad me quería morir de pura vergüenza-.

-        Tranquila, no pasa nada. Estoy acostumbrada.

-        Lo siento…

De un empujón me tiró sobre su cama, mis sandalias abandonaron mis pies; se colocó sobre mí y se dio un festín con mi cuerpo. Parecía tener seis manos en lugar de dos, sabía perfectamente dónde acariciarme para hacerme hervir.

Intenté tocarla, quería corresponderle, darle gusto, devolverle algo del placer que me estaba proporcionando. Me inmovilizó por las muñecas, no me dejó:

-        ¡Tú quieta! Como te muevas te parto la cara.

Obedecí.  Separé los brazos y piernas plegándome a su voluntad por completo.

Al no llevar sostén mis tetitas quedaron totalmente a su merced y poco menos que las devoró, incluso las mordió y chillé.  Me lamió el cuello y el lóbulo de la oreja, me lo mamó como si fuese una pequeña polla. Me comió la boca de forma sucia, succionando mi lengua, pasándome sus babas, no dándome tregua. Por poco me vuelvo loca de gusto cuando su mano fibrosa comenzó a bucear bajo mi escueta ropa interior.  Me acarició el sexo como sólo ella sabía hacerlo, rozando mis pliegues con una eficacia desesperante, volviéndome loca con cada caricia. Jamás nadie me ha tocado como lo hacía ella, sabía exprimirme como a un limón, hasta mi último aliento.

Lissy sabía cómo manejarse en la cama con una chica adolescente, parecía conocer mi cuerpo incluso mejor que yo. Comencé a jadear y a contorsionarme sobre la cama, sus dedos hacían magia dentro de mi sexo. Chillaba tanto que optó por quitarme el tanga y ensartármelo en la boca como sordina para mis suspiros. No funcionó, seguí bramando de puro placer sobre su cama durante el abuso.

Después, sin prenda alguna que tapase mis vergüenzas, me abrió en canal y se dedicó por completo a comerme el coño. Yo quería morirme de gusto con su lengua haciendo diabluras en mis bajos y sus dedos ensanchando mi vagina. Noté cómo de lo más profundo de mi entraña emergió un pequeño géiser de flujo que estalló en su boca lo que, en lugar de frenarla, le hizo volver a por más con renovados bríos.

-        Eres una putita muy caliente – musitó entre lamida y lamida -. Creo que te voy a presentar a uno de mis amigos.

Dejó por un momento de comerme, mi coño echaba fuego literalmente pero no protesté. Tenía muy claro que, a partir de entonces, yo sería su esclava por siempre y las esclavas no protestan, las esclavas obedecen y se dejan hacer.

Sacó un pene de látex rosa del fondo de un cajón y me lo acercó a la cara:

-        Te presento a mi mejor amigo. Yo lo llamo Espinete. No es el más grande ni el más divertido de los muchos que tengo pero le tengo un aprecio especial porque fue el primero que entró en mi culo.

Me sacó el tanga de la boca y continuó:

-        Espinete, esta es Alexandra.  Alexandra, este es Espinete. Sé amable con él, vais a ser muy buenos amigos también.

-        U… un gusto... – balbuceé -.

-        Eso es. Buena chica. Ahora abre la boca… te va a encantar. Lo estaba usando justo antes de que llegases, no podía esperar.

No se cortó un pelo a la hora de meterme el dildo hasta la garganta. Identifiqué de inmediato en él el olor y el sabor a heces pero aun así lo lamí con ganas. No era el momento ni el lugar para andarse con remilgos. Después golpeó con él mi cara, bajó hasta mis pechos e hizo lo mismo en ellos. Pasó de largo por mi sexo y lo enfiló hacia mi trasero. Mientras me comía el coño con su habitual maestría fue incrustando a su mejor amigo en mi intestino. Me agarré a lo que pude, rabiaba de puro gusto y volví a gritar como si estuviese pariendo. Aun así ella no se detuvo, no dejó de percutir y percutir hasta que el cipote de plástico se alojó por completo en mi culo dejando fuera poco más que la ventosa. Fue salvaje, no tuvo el menor respeto ni a mi juventud ni a mi cuerpo. Lo retorció y movió dentro de mí de una forma magistral hasta que volví a correrme por enésima vez, rota de dolor y gusto al mismo tiempo.

Siempre me pareció que Lissy me leía la mente, me daba en cada momento lo que mi cuerpo necesitaba y aquel fue un claro ejemplo.  Me empaló por detrás con violencia como era mi deseo. Yo no dejaba de chillar y chillar de sufrimiento y placer al mismo tiempo.

Unos contundentes golpes sonaron en la puerta:

-        Lissy, por favor. Sal ya y deja a esa pobre chica o llamo a la policía.

-        ¡Me cago en su puta madre! – Protestó Lissy dejando de violarme, con los ojos inyectados en sangre.  

Se enfureció, estaba todavía más hermosa. Sentí miedo y una atracción física hacia ella aún mayor. Parecía otra.  Lissy era bipolar y más todavía cuando se trataba de sexo. Se transformaba en alguien amable o sádica en cuestión de segundos, según su estado de ánimo o su interés.

-        ¡Ni se te ocurra moverte! – me chilló al incorporarse de la cama- Como se salga de tu culo te muelo a hostias, ¿te enteras?

-        S… sí – contesté yo dudando si me convenía obedecerla o no.

La discusión al otro lado de la puerta era acalorada. Mi coño me estaba matando y apretaba el ojete con fuerza para que el consolador rosa no saliera de mi culo. Después se sintieron golpes.  Escuché mal que bien las palabras lastimosas de su madre, obviamente estaba llorando.

-        No te metas en mi vida, si no te gusta… te largas a tu país, puta ecuatoriana de mierda- sentenció Lissy zanjando la discusión de un portazo, volviendo junto a mí exultante-. ¿Por dónde íbamos, zorrita?

Hay veces que hago cosas que sé que no me convienen. Aun así sigo haciéndolas sin ningún motivo. El pene sintético no era muy grande y me había enculado por aquel entonces tantas veces con pollas mucho más grandes que tenerlo dentro no representaba para mí ningún reto. Supongo que pensé que era lo que ella deseaba así que la miré fijamente y “cagué” el dildo rosa de manera descarada y voluntaria.  El juguetito de plástico cayó sobre la sábana lentamente, cubierta de mis jugos intestinales.

Por descontado ella se dio cuenta de mi maniobra voluntaria y sonrió:

-        ¡Qué cochina eres! Lo vas a limpiar con la lengua, putita.

Se dirigió hacia mí hecha una furia y tiró de mi pelo con fuerza hasta que mi cara quedó pegada al juguete. Mientras lo limpiaba con la lengua Lissy me dio tal azotaina que los moratones en el culo me duraron semanas.

La muy hija de puta sabía cómo pegarme, rara vez me reventó la nariz o me hizo sangrar durante sus palizas aunque mis mejillas y nalgas mostraban rojeces más que evidentes después de encamarme con ella. Los cardenales los hacía en lugares poco visibles aunque ella no sabía que papá me follaba a diario. Obviamente él se dio cuenta pero jamás arrancó de mi boca una confesión y el nombre de la persona que me los hacía. Eso hacía que se enfadase y que me pegase aunque no lo hacía tan bien como Lissy. Ni partirme la cara como Dios manda sabía hacer papá.

Cuando se desahogó colocó su sexo sobre el mío y lo usó para masturbarse. Con nuestras piernas entrelazadas pasó de mí por completo y frotó compulsivamente nuestros sexos hasta que se corrió cuando le vino en gana. Al finalizar me dio un par de bofetadas en la cara sin motivo aparente que hicieron brotar las últimas gotas del jugo íntimo que me quedaba en el coño. Me volvía loca cuando me pegaba de improviso, sin motivo alguno, porque le daba la gana.

Quedé exhausta, dolorida y muy feliz derrotada sobre su cama. Apenas me enteré cuando me volvió a meter el consolador por el culo y comenzó a hacerme fotos con su teléfono móvil. Después me siguió torturando y tirando de mis pezones con saña. Me masacró, me violó y me hizo sentir viva todo a la vez. Fue increíble.

Cuando ya me iba, dando tumbos por el pasillo, me crucé con su mamá pero no tuve el valor suficiente como para mirarla. Estaba muerta de vergüenza. Obviamente mis chillidos y gritos delataron lo que había pasado.

-        Mañana a la misma hora – me dijo Lissy alcanzándome una bolsa de hielo para la cara.

-        Sí – repuse yo ya descontando las horas restantes para nuestro siguiente encuentro -, como quieras.

Y como colofón de la tarde me estampó un beso en los labios delante de su madre que dejó a mis rodillas tiritando.

-        ¡Por dios! – musitó esta santiguándose y desapareciendo por el fondo del pasillo.

Estuve acudiendo a las llamadas de Lissy cada vez que a ella le apetecía estar conmigo. Falté a clases, me escapé de casa, mentí a mis padres… daba igual el día y la hora, yo siempre acudía a su llamado ya fuera a su casa o a cualquier otro sitio. Compartimos tardes enteras de confidencias y sexo desnudas en su cama, disfrutando de nuestros cuerpos, devorándonos mutuamente o simplemente recibiendo sus palizas.

Me enamoré de ella de una forma enfermiza, la quise como jamás he querido a nadie más en este mundo. Cuanto más me humillaba, cuanto más me pegaba o me trataba mal más la quería. Sabía que era tóxica y aun así me enganché a ella como a la más adictiva de las drogas. Ya hace años que no la tengo a mi lado y sigo amándola aun ausente. Creo que jamás saldré del síndrome de abstinencia que ella me provocó cuando se fue.

 


Alexandra, la niña de todos

Capítulo 9: dach

 

Mi grado de sumisión hacia Lissy durante el tiempo que estuvimos juntas fue infinito. Quise hacerme un tatuaje en la muñeca idéntico al de ella, dos letras separadas por una pluma roja.  Lo cierto es que ninguna de las letras coincidía con sus iniciales, le pregunté varias veces el significado pero me contestó con evasivas o azotándome el trasero por curiosa.  Hasta me indicó el centro comercial de Barcelona donde se lo había hecho un cuarentón greñudo algo vicioso. Creo que hubo algo entre ellos porque me dijo, entre risas, que mantuviese la aguja de ese tipo lejos de mi bonito culo. 

Me aprendí de memoria las pecas de su cuerpo, incluso las que tenía en la parte interna del coño. Les puse hasta nombres y les daba besitos todos los días aun cuando ella tenía el periodo, no me importaba mancharme de rojo la lengua si era su coño el que lamía.

Lissy estaba obsesionada con sus lunares, los que tenía siempre le parecían pocos. Odiaba ponerse morena cada vez que salía al sol y se alegraba cuando descubría alguna nueva minúscula mancha sobre su piel.  Me tenía envidia por eso; mi cuerpo blanco como la leche estaba trufado de miles de ellas. Decía que usaría una cuchilla para arrancármelas y ponérselas a sí misma. Obviamente yo pensaba que era una broma pero después de conocerla mejor tal vez no lo fuese. Las cicatrices que tenía en las piernas me hicieron saber que, en algún momento no lejano de su vida, se había cortado.

Fui su confidente mientras me torturaba. Me contaba sus cosas al tiempo que me metía bolas chinas por el culo o derretía velas en la parte más sensible de mi coño. También tiraba de mis pezones con unas pirañas metálicas que me hacían ver las estrellas y correrme al mismo tiempo.  Tenía un arsenal de juguetitos eróticos que utilizó conmigo una y otra vez hasta dejarme exhausta. Me usó para saciar su vena sádica todo lo que quiso, yo me dejaba torturar encantada. Éramos la pareja perfecta. Ama y sumisa, tal para cual. Sus maltratos me volvían loca.

Con todo lo que más me excitaba de sus abusos eran sus tortazos. Cuando le salía del coño o se enfadaba con su madre, cosa que ocurría bastante a menudo, se colocaba sobre mí, inmovilizándome los brazos con su cuerpo.  No tenía forma de defenderme, ni tan siquiera lo intentaba. Uno, dos, tres… me abofeteaba todo lo que le daba la gana. Me iba cruzando la cara de forma alternativa, con total impunidad y parsimonia, y mi coño se hacía gelatina mientras lo hacía.

Me hacía otras cosas mucho más dolorosas como lo de meterme objetos por el culo pero cuando me pegaba de frente podía ver cómo sus ojos brillaban de deseo sádico por hacerme daño y eso me derretía el coño entre golpe y golpe. 

Para evitar que gritase y que su mamá protestara por el escándalo me compró una especie de arnés con una bola roja que, a modo de mordaza, evitaba que mis chillidos fueran excesivamente intensos. Cuando salía de su casa me dolía todo pero guardo como un tesoro en mi memoria cada segundo que pasé allí. Torturada cruelmente sobre su cama fui verdaderamente feliz, como no lo he vuelto a ser más.

Lissy no tuvo una adolescencia sencilla, con un padre ausente, una hermana mayor perfecta y una madre extremadamente religiosa. Tuvo sexo demasiado pronto con los gallitos del barrio y se ganó en su instituto una fama de chica facilona que hacía que los chicos la acosaran constantemente hasta que se la follaban. Tenía sexo con ellos para que la dejasen en paz y obviamente no funcionaba: obtenía el efecto contrario al buscado, ellos querían más y más y ella terminaba dándoselo haciendo que el ciclo se repitiese de nuevo.

Yo experimenté algo parecido en mi centro educativo pero lo asumí sin grandes dificultades; abrirme de piernas a los chicos nunca me supuso un problema. A ella en cambio el acoso sexual le causó un trauma, un odio visceral hacia los hombres y un largo historial de autolesiones.

Con trece años se escapó con un adulto que conoció a través de la red. Estuvieron vagando tres meses de aquí para allá en un auto caravana haciéndose pasar por padre e hija.  El tipo abusó de ella cuanto quiso, la mató de hambre e incluso alquiló su cuerpo a camioneros puteros para financiarse los vicios. Una noche en la que ella se resistió, ebrio de alcohol y drogas, la ató, intentó ahogarla y la violó cruelmente. Por fortuna pudo escaparse al día siguiente y volver a casa.

Debió denunciar a aquel malnacido pero no lo hizo, prefirió echarse la culpa de lo sucedido y callarse. Ni siquiera se lo contó a su madre, sólo se sinceró conmigo que yo sepa mientras me hacía exactamente lo mismo. Perdí la consciencia un par de veces con alguno de sus cinturones asfixiándome por el cuello mientras me daba por el culo con su pene de látex rosa acoplado a un arnés.

Me encantaban sus piercings. Supliqué a mis papás que me dejasen hacer uno en el ombligo y otro en la nariz como los de Lissy pero mi madre, tan laxa y relajada en lo relativo a que papá metiese su mediocre pene en mi coño, se mostró tajante: nada de tatuajes ni perforaciones excepto en las orejas.  Por lo visto estaba cansada de reparar en su quirófano pezones rasgados, ombligos mutilados o narices deformadas por esos complementos.

En cuanto cumplí los dieciocho me tatué con nuestras respectivas iniciales separadas por una filigrana roja idéntica a la suya. Mi madre ya se había desentendido de mí por aquel entonces, ni lo sabe ni creo que le importe. Ya no tengo relación con ella ni con mi hermana Irene desde que todo se fue a la mierda.

Hubo una temporada en la que estaba tan enamorada de Lissy que, además de mimetizar su forma oscura de vestir y teñirme el pelo de negro, aprendí de memoria todas sus canciones preferidas y llegué a odiar las canciones que ella detestaba.  Me sabía sus play list por completo, sobre todo las canciones de Queen, que le encantaban.  En su funeral sonó Bohemian Rapsody a modo de despedida, sin duda su canción favorita. Fue precioso.

Al igual que muchas de las personas con las que he compartido cama Lissy me hizo fotos y sobre todo videos en actuaciones sexuales desde el principio de nuestra relación; me temo que en eso no fue nada original. Cientos y cientos de ellos a cuál más explícitos y obscenos. Desechaba el material en el que podía distinguirse su cara, si era a mí a la que se la reconocía no había problemas para almacenarlos.  

Para ser honesta diré que cuando me anunció que iba a pasar mi material a otras lesbianas con las que charlaba por internet no me sorprendió. No me pidió permiso, simplemente me lo dijo a modo de información. No tenía que pedírmelo, yo le pertenecía por completo y lo asumí con total naturalidad. Cuando algo es de uno hace con ello lo que quiere. Yo era de ella y podía hacer conmigo lo que le diese la gana. Y lo hizo. No me importó ser su puta, su modelo pornográfica, su muñeca hinchable o su saco de boxeo: lo volvería a ser mil veces si ella siguiese viva.

Lissy estudió una carrera que no le gustaba y que jamás ejerció. Lo hizo solo para contentar a su mamá o tal vez como excusa para no tener que buscar un trabajo como el resto de los mortales cuando terminó el bachillerato, no lo sé. Cuando su madre le presionó un poco y le cerró el grifo al terminar los estudios optó por lo fácil o por lo difícil según se mire: además de hacer de niñera y de echar currículums, se prostituyó.

Una compañera de la universidad le metió en el negocio de las Scorts aunque ya había follado por pasta con anterioridad para el tipo con el que se escapó de casa cuando era adolescente. Técnicamente no eran prostitutas, pertenecían a una agencia de azafatas de eventos que se dedicaban supuestamente a acompañar a hombres de negocios extranjeros o no extranjeros durante su visita en la ciudad. Les hacían de traductoras, de guías turísticas, de asistentes para compras y cosas así. La realidad era que, por un suplemento bastante jugoso, todas terminaban compartiendo cama con los potentados durante su estancia. Las cantidades de dinero eran desorbitadas para chicas de pocos recursos como ellas y ninguna podía resistirse a la tentación de obtener dinero fácil a cambio de algún que otro polvo. 

Lissy entró en el juego desde el principio, sabía que era una forma de relacionarse con gente importante y de ganar dinero abundante con poco esfuerzo. Con su culo, su dominio de las lenguas y su habilidad para manejarse entre las sábanas pronto se hizo popular en la agencia. Fue así como conoció a papá, acompañando a un político de la ultraderecha europea durante su visita loca a Barcelona.

Todavía recuerdo sus risas cuando me contó que se la chupó a mi padre en un reservado de una de las discotecas de moda pero que él iba tan colocado que ni se acordó de ella cuando le abordó “por casualidad” tras uno de sus mítines. Un par de sonrisas, algo de tonteo, una enculada rápida en los baños del hotel… y el muy bobo cayó entre sus garras para siempre.

Cuando papá se enteró a lo que se dedicaba le prohibió ejercer y, como era un tacaño, tampoco le dio mucho dinero para sus gastos así que… cuando yo aparecí en su vida… aprovechó la oportunidad y me utilizó para financiarse como el adulto había hecho con ella cuando se escapó de casa. Fui yo la que ocupó su lugar con sus clientes, la que iba a hoteles, la que se prostituía en su nombre en los coches. No vi un euro, ella se lo quedaba todo.  Se lo montó bien la hija de puta y me dio igual: yo sólo quería que abusase de mí y me lamiese la raja una y otra vez en la intimidad de su cuarto.

Me mató el saber poco después que yo no era su única chica, que había otras a la que chuleaba a la vez que a mí.

Tras mi bautismo como su puta me regaló una gargantilla, un choker negro con un aro dorado a la altura de la garganta con una pequeña “M” colgando de ella. A papá le llevaban los demonios cuando me la veía puesta, supongo que intuía que su amante estaba detrás de ese símbolo. Sigo poniéndomela cuando viajo a Alemania a rodar porno o cuando estoy con algún cliente; sigo siendo la puta de Lissy aunque ella ya no esté en este mundo. Siempre lo seré y en su honor adopté su denominación como nombre artístico.

Yo sabía que había otras chicas en su vida, fueron varias las veces que encontré ropa interior de reducido tamaño, casi infantil, que no era mía bajo su cama. No era bisexual como yo sino lesbiana radical aunque también follaba con hombres pese a que le repugnaban. Lo hacía no por placer sino por interés. Era pobre pero de gustos caros.

Tampoco yo era una santa, ella lo sabía y jamás me juzgó. Además de con sus clientes seguía encamándome con los viejos del Tinder, con Manel, con papá y con mi hermanita Irene.  Estaba enamorada de ella hasta las trancas pero el sexo me domina y, aun ahora, no puedo decir que no.  No recuerdo cuándo fue la última vez que rechacé a alguien que me haya pedido follar. Lo hago porque sí, para mí es tan natural como respirar. Necesito un cuerpo pegado a mí y si es dentro todavía mejor.

En realidad sé que le daba igual a quién me follase, Lissy no me quería. Dudo que jamás haya amado a alguien más que a ella misma. Los que la rodeábamos le proporcionábamos una excusa perfecta para justificar sus errores, jamás la escuché responsabilizarse de nada.   

Lissy me utilizó para financiarse, seré rubia pero no tonta, siempre fui consciente de eso pero no me importaba. Sólo necesitaba tenerla a mi lado. Si hubiese sido un poco más fuerte y no hubiese saltado por la ventana de su casa seguiríamos juntas a día de hoy. Lo sé.

Un día sonó mi celular con el tono asignado a los mensajes de Lissy mientras cabalgaba a uno de los clientes habituales que ella me pasaba dentro de un coche, en un descampado algo apartado del núcleo urbano. Me pareció bastante extraño, ella solía esperar mi llamada al terminar el trabajo. Quedábamos en algún bar y le daba todo el dinero aportado por el putero de turno. A veces me regalaba un beso en la mejilla. Otras se limitaba a contar los billetes de manera impersonal delante de mí, se los metía en el bolso y se iba a toda prisa sin tan siquiera despedirse.

-        ¡Eh! – protestó el tipo al verme coger el celular en pleno coito - ¡Al tema nena, que para eso te pago!

-        Es mi padre – le dije sin alterarme lo más mínimo mientras seguía meneando la cadera con el pito de ese baboso dentro-. Si no contesto vendrá a buscarme, me tiene localizada por el teléfono. Es policía y no creo que le haga gracia encontrarme follando contigo.  No lleva muy bien eso de que viejos de mierda se tiren a su niña de catorce años… ¿lo pillas, listillo?

El rostro de aquel gilipollas cambió de repente. Pese a que yo ya superaba esa edad mi aspecto aniñado y frágil daba el pego. Solía utilizar esa estratagema para reírme de los puteros cuando se las daban de listos.

-        ¿Ca… ca… catorce? Lissy me dijo que tenías dieciocho…

-        ¡Venga, va! No te hagas el tonto… que no te pega, sé que te van las niñas. ¿Puedo contestar o no?

-        Contesta, contesta…

-        “Cuando termines ven donde siempre. Es urgente. Lissy”

-        ¿Qué… qué pasa?

-        Nada, es papi… que viene…

-        ¡No me jodas!

-        Tranquilo, tenemos tiempo de sobra… enseguida acabo contigo.

Hasta entonces había mantenido un ritmo de cabalgada bastante anodino. Conocía de sobra la escasa capacidad de aguante de aquel inútil y la idea inicial era alargar el coito todo lo posible para mantenerlo contento, alimentar su ego y así lograr que quisiera repetir otro día. Con el cambio de planes la premisa había cambiado así que le endiñé una serie de sacudidas secas y profundas con mi cadera que destrozaron su resistencia como la lluvia de verano a un barquito de papel.

-¡Ohhh…! - Exclamó mientras su simiente regaba el interior de mi vagina de la forma más triste que uno pudiera imaginar.

- ¿Ya? – pregunté visiblemente contrariada, esperaba algo más de guerra por parte del pene de aquel asqueroso mediocre.

- Sí… sí. Ya.

- Venga, vámonos – dije yo arreglándome la falda y colocándome en la parte trasera del vehículo -.  Llévame a la civilización y vete a toda hostia. Ah, y págame más, que me he manchado la falda por tu culpa. Ya te dije que no era buena idea follar sin quitármela, putero idiota.

El desgraciado se metió la mano en el bolsillo, sacó un fajo de billetes y me los dio. Fue tan torpe que su anillo matrimonial salió disparado junto al dinero como si su condición de casado me importase un pimiento cuando se me tiraba. A mí sólo me interesaba su polla y su dinero, y no en ese orden.

Cuando el tipo me dejó vomité detrás de unos arbustos. Llevaba unos días sintiéndome mal sobre todo por las mañanas. Mi estómago no terminaba de estabilizarse y todo me daba náuseas. La gente olía raro y tenía una enfermiza afición por comer huevos fritos cuando, hasta entonces, los aborrecía.

Poco menos que volé por la avenida hasta la cafetería donde solía encontrarme con mi amada. La precampaña electoral estaba en pleno apogeo y Lissy no tenía apenas tiempo que dedicarme. Hacía unos días que sólo nos comunicábamos por mensajes y siempre por negocios. Ella me decía hora y lugar y yo me tiraba a lo que tocase. Hombres normalmente pero también mujeres. No era importante el género, sólo el sexo y el dinero que podía obtener para ella.

Se notaba que Lissy andaba corta de fondos, cada vez mis salidas a la caza de clientes eran más frecuentes.  Dos, tres o incluso cuatro a la semana. Mis notas en el instituto comenzaban a resentirse ya fuera por mi absentismo, mi mal estar general o por no dedicarle el tiempo suficiente a los libros. No le dije nada a ella sobre la caída en picado de mis calificaciones, no creo que le hubiese afectado lo más mínimo. Lo único que le importaba de mí era el dinero que podía proporcionarle y eso le llegaba a espuertas gracias a mi facilidad de poner el culo y a hacer gárgaras con el esperma.

-        ¡Hola! – le dije muy ansiosa en cuanto la vi.

Quise darle un beso en los labios pero eso me lo tenía prohibido en público. Tenía que guardar las apariencias. Le rocé la mano discretamente y ella, de inmediato, la retiró.

Lissy ni siquiera me preguntó cómo estaba, fue a lo suyo:

-        ¿Tienes el dinero?

-        Por supuesto.  

Siguiendo con la costumbre contó los billetes sin el menor recato y los metió en su bolso con avidez.

-        Hay más de lo acordado…

-        Sí. Quería hacerlo a pelo y correrse dentro así que le pedí más – mentí -.

-        Me parece bien.  ¿Estás libre mañana por la mañana?

-        Sí.

-        ¿Seguro? Sacas mala cara.

-        Allí estaré. Estoy bien.

Ella sabía perfectamente que al día siguiente tenía clases aunque le traía sin cuidado. Mis faltas al instituto ya me habían reportado algunos problemas pero me daba lo mismo. A mí me preocupaba más otra falta: mi ciclo menstrual se estaba retrasando bastante más de la cuenta. Me había despistado con las tomas de mis pastillas anticonceptivas y papá andaba tan liado que tampoco me controlaba eso como cuando era más niña.

No obstante, la falta de la dichosa regla era lo último que me importaba en ese momento. Si ella me necesitaba, me tendría para lo que fuese.

-        ¿Te parece bien grabar una película porno?

Ciertamente me sorprendió la pregunta. Creo que fue la primera vez que me pidió opinión al respecto de comerciar con mi cuerpo. Solía disponer de mí a discreción, según su antojo, según su libre albedrío. Le respondí de la única manera posible:

-        Claro. Haré lo que sea que me pidas, como siempre.

-        No me refiero a las que grabamos en casa sino a una profesional. Ya sabes… focos… varias cámaras… etcétera.

-        Sin problemas. Soy tuya sin reservas, lo sabes de sobras. Haré lo que haga falta.

-        Mañana ve ahí a las nueve de la mañana – dijo tendiéndome un papel con una dirección escrita a mano -, no me falles.

-        Claro, claro.

-        No te pongas perfume ni te pintes. Todo natural, ¿de acuerdo?

-        Vale. ¿Estarás tú?

Lissy dudó pero finalmente, asintió:

-        Allí estaré.

-        Perfecto.

-        Tengo que irme. El trabajo me reclama.

-        ¿Trabajo?

-        Sí. Cuido de una cría, la hija de uno del comité.  Me hará ganar puntos en el partido. Quiero dedicarme a la política de manera profesional. Se me da bien convencer a la gente.

-        Claro, ve.

Al día siguiente, un cuarto de hora antes de lo previsto ya estaba yo en el lugar de la cita. Se trataba de un estudio fotográfico de esos que se dedican a hacer reportajes de boda, comuniones y bautizos. Todavía estaba cerrado.  Un tipo barbudo y malcarado me dijo de muy malas maneras a través de la verja que las modelos solían entrar por la puerta de atrás para no llamar la atención y así lo hice aunque antes vomité todo el desayuno detrás de unos contenedores.

Entré en una estancia relativamente amplia con un espacio central acotado rodeado de cámaras, focos y paneles blancos. En el centro, una soberbia cama de enormes dimensiones con el colchón totalmente plastificado lo ocupaba casi todo, cosa que no me sorprendió. El decorado no me era extraño. Durante las largas tardes de sexo con Lissy me había mostrado un buen puñado de películas de alto contenido sexual grabadas en lugares similares. En ellas se podía contemplar un buen compendio de perversiones y una de las más habituales era la lluvia dorada en las bocas de las actrices, de ahí la protección del colchón.

Pensé que tal vez mi bautismo en el porno comercial iba a consistir en eso. Ya estaba más que acostumbrada a tragar y tragar la orina de Lissy e incluso se había cagado en mi boca sin ningún escrúpulo. Hacerlo delante de la cámara no me iba a suponer ningún trauma aunque dudaba de poder contener el vómito dada mi incontinencia hacia el mismo de las últimas semanas.

Comencé a salivar. Ciertamente estaba excitada y cachonda, más allá de querer agradar a mi amante por encima de todo: iba a tragarme todo lo que saliese de su cuerpo si era lo que ella quería.

-        Desnúdate y siéntate ahí. Esa guarra de Lissy todavía no ha llegado con el semental.

Fue entonces cuando reparé que no era la única chica en el local.  Sentada en un rincón había una niña pequeña, desnuda y tan menuda que las piernas le colgaban de la silla sin llegar a tocar el suelo. Sus cabellos color zanahoria caían en forma de cascada ondulada sobre sus hombros, tapando ligeramente sus pechos aunque sin llegar a ocultar por completo sus pezones lisos como una tabla. No parecía en absoluto incómoda por su desnudez, de hecho me miraba con sus pícaros ojos marrones con descarada curiosidad. Tenía el cuerpo plagado de tal cantidad de pecas que dejaba a las mías en una mera anécdota. De repente me vino a la mente la enfermiza afición de Lissy por ellas. Estaba segura de que la presencia de la niña allí no era algo casual e incluso su cara no me era desconocida del todo.

-        Hola, me llamo Simone, ¿y tú? – preguntó cuando me senté a su lado tras quitarme la ropa.

-        Ale, de Alexandra.

-        ¿Y qué edad tienes? Yo tengo nueve años. Yo te conozco, eres la hija de un amigo de papá. Tendrás quince o dieciséis por lo menos. Eres vieja aunque tienes unas tetas bonitas…

-          Dieciséis.

-        ¿En serio? Habrás hecho un montón de películas con Lissy. Yo solo he hecho… nueve… no diez y con esta once. Todavía estoy empezando en esto.

Realmente aquella información no solicitada me sorprendió. Lissy era tan extraordinariamente buena en la cama que ya suponía que tenía varias amantes aparte de mí. También intuía que alguna de estas era realmente joven dada la escasa talla de las braguitas que encontré más de una vez debajo de su cama.  Lo que realmente me sorprendió es que tuviese una especie de productora de cine porno clandestina con niñas tan pequeñas como aquella y que no me hubiese enterado de eso hasta entonces.

Me fijé más en la niña y reflexionando acerca de sus palabras caí en la cuenta de quién era: Lissy era su niñera.

-        No. Es mi primera vez – confesé -.

-        ¿En serio?

-        Así es.

-        Pues tranquila, Ya verás qué bien lo pasamos. Tú haz todo lo que diga Lissy y será genial.

Lissy llegó puntual como era su costumbre.  Pasó a mi lado sin hacerme caso; en cambio le hizo una carantoña a Simone y le dio un piquito en los labios. Luego sacó la lengua y la putita le correspondió succionándosela una o dos veces.  Después se dirigió al tipo barrigudo.  Yo estaba tan embelesada mirándola esperando un gesto amable hacia mí que no me di cuenta de que no había llegado sola.

-        ¡Qué guay! – exclamó la niña - ¡Ha traído a dach!

-        ¿dach?

-        ¡Claro, dach! ¿No lo conoces?  Va a ser estupendo.

Por supuesto que conocía a la mascota de Lissy. Un soberbio pastor alemán que no dejaba de olfatearme el culo cada vez que iba a casa de mi amiga. Tenía que expulsarlo del cuarto cuando follábamos. Hacía intentos por montarnos, sobre todo a su dueña, y se le ponía la verga tiesa. Hacíamos bromas con el tamaño del falo y los testículos del cánido e incluso a veces lo masturbábamos. Lissy se relamía y hacía mención de chupársela pero nunca pasaba de ahí, al menos conmigo delante.

 Lo que no llegaba a entender el porqué de su presencia allí ni el entusiasmo de la niña pelirroja.

-        Tiene una polla tremenda. Lissy la puede aguantar toda entera dentro. A mí solo me deja chupársela, dice que soy demasiado pequeña todavía para que me monte. ¿Lo has hecho alguna vez con dach, Ale? Lissy me dice que sois amantes y que folláis a menudo juntas.

Su pregunta e información me pilló tan desprevenida por lo poco apropiada para una niña tan pequeña que no acerté a contestar. Todavía intentaba asimilar el hecho de que Lissy fornicase con su mascota. Estaba en shock, la verdad.

-        Por la cara que pones ya veo que no – rio -. ¿Has probado su semen? Sabe distinto al de los chicos, es como cuando chupas una cuchara de metal. Da un poco de dentera ¿Tampoco?

-        No. No lo he hecho nunca con dach – confesé -.

-        Bueno – intervino la chiquilla con aire resignado -, seguro que hoy eso cambia. Menuda suerte que tienes. dach es una máquina de follar.

-        Venga chicas… vamos al tema que no tenemos todo el día – gritó Lissy mientras se quitaba también la ropa.

No me hizo concesión ninguna. Ni un guiño, ni un gesto, ni una mirada mientras se puso el antifaz. Ni siquiera cuando me colocó una especie de collar de perro al cuello y le alcanzó la correa a Simone para que me dominase. Nada demostró ni en su rostro ni en su forma de dirigirse a mí que hubiese entre nosotras algo más que una mera relación sexual comercial.  Reconozco que eso me dolió un poco. Aun así no quise decepcionarla y fui actuando tal y como me ordenaba, como buena perrita sumisa.

En primer lugar me hicieron gatear junto a dach un par de vueltas. Después, sentada sobre mis talones, contemplé con el corazón rotó cómo Lissy se follaba a la niña. Bueno para ser exactos no puedo determinar quién se folló a quién. Aquella puta cría tenía una máquina de abrillantar coños en la boca, me recordó a Irene a su edad.

Al principio la adulta se cortó un poco. Yo sabía del escaso apego de Lissy por las cámaras y supongo que su presencia la cohibían bastante y no terminaba de dar rienda suelta a sus instintos. Estaba claro que no era por la corta edad de su compañera de reparto, se le notaba ansiosa por devorarla. No obstante, cuando Simone le metió su traviesa lengua por el culo y comenzó a moverla dentro del intestino se desataron las hostilidades. Al poco tiempo esa pequeña putita jadeaba de puro gusto con los ojos en blanco mientras la mayor le ensartaba varios dedos por la vagina y le lamía la campanita con deleite.  

Aprovechando su superioridad física Lissy llevaba a la niña de un lado a otro, dilatándole los agujeros, chupándole el sexo, haciéndole todas esas cosas que a mí tanto me gustaban por el ano. La cría no dejaba de jadear y chillar de puro gusto. Sería joven pero también más caliente que una hoguera en San Juan.

Se notaba a la legua que no era la primera vez que follaban juntas y eso me mataba de celos. Me ocurría con Lissy lo mismo que con papá: los quería sólo para mí.

Mientras tanto dach y yo permanecíamos en un segundo término. El perro lamiéndose la polla y yo con el coño a punto de nieve por la presencia cercana de mi amante desnuda y el alma rota al verla tirándose a otra chica.

En un momento dado Simone, ruborizada, sudorosa y descompuesta, quedó justo delante de mí. Lissy la inmovilizó agarrándole de los brazos por su espalda. No dejaba de reírse la muy zorra.   

-        ¡Pégale! – Me ordenó Lissy en un momento dado, cuando la putita estaba totalmente a mi merced -. ¡Sé que la odias porque la prefiero a ti! ¡Pégale, rompele la cara a esta putita!  

De repente la cara de la niña cambió. Vi el terror reflejado en el rostro de Simone y me cortó el rollo. Hasta ese momento me había parecido bastante cómoda enroscándose con Lissy pero, en ese momento, me pareció poco más que una chiquilla asustada e indefensa.  Aun así le di un par de tortazos bastante mediocres, a años luz de los hostiones que Lissy solía propinarme. Noté cómo Simone hacía enormes esfuerzos por no chillar y las lágrimas comenzaron a aflorar alrededor de sus pequeñas pupilas.

-        Eres penosa – me espetó Lissy destilando desprecio, soltando a la cría y empujándola hacia el suelo -, no vales ni para eso. Casi mejor que te lo haga ella, a ver si aprendes de una puta vez a tratar a las mujeres.

Intercambiamos los papeles y, por extraño que parezca, me sentí mucho mejor amarrada por la espalda. No me importa que me peguen pero llevo mal tener que infligir daño físico a otra persona y más a una niña. Pensé que apenas sentiría las menudas manos de Simone abofeteándome la cara y una vez más en mi vida me equivoqué. La chiquilla se destapó como una abusadora profesional. No dejaba de reírse una y otra vez mientras me machacaba la cara a mano abierta y me daba puñetazos en el abdomen o en las tetas. Sus ojos ya no reflejaban miedo sino lujuria y vicio. Pensé que, tal vez, su momento de debilidad había sido fingido, una patraña para conmoverme o quizás para dar un mejor espectáculo frente a la cámara.

-        ¡Uff, cómo duele! – decía la hija de puta soplándose las palmas de las manos entre hostia y hostia.

Estaba claro que todavía no dominaba el arte del golpeo como Lissy e hizo que mi nariz sangrase como una fuente. Aun así no se detuvo hasta que la directora de escena no se lo ordenó.  

-        ¿Has visto, Ale? Hasta una niña pega mejor que tú.

-        S…sí… - contesté tragándome la sangre que brotaba de mi labio.

-        Ponte a cuatro que vamos a patearte el coño.

Ya estaba adoptando la posición ordenada cuando el operador de cámara carraspeó negando con la cabeza. Por lo que he aprendido después todas aquellas películas de contenido ilegal eran filmadas por encargo, a gusto específico de clientes que pagaban auténticas fortunas por ellas. Supongo que el pervertido en cuestión no tenía el gusto tan desarrollado por la violencia y los golpes como Lissy.

-        ¿No? ¡Joder, vaya desilusión!

Pude ver su gesto de rabia por no poder dar rienda suelta a sus instintos conmigo y también los pucheros de Simone que ya se había puesto en posición de pateo.

Lissy canalizó su frustración pasando de mí y dirigiéndose al pastor alemán le dijo:

-        ¡dach, ven aquí, bonito! Vas a follarte a esta perrita desobediente.

Yo tenía tan asumida mi condición de sumisa que permanecí quieta a cuatro patas, con el culo en pompa y el coño húmedo. Me avergüenza un poco reconocerlo pero a mí también me decepcionó no poder complacer a Lissy, me hubiese dejado reventar el coño por aquella pequeña viciosa ya que era lo que ella quería.

Noté al perro olisqueándome la entrepierna y el orto tal y como hacía cuando estábamos en casa de Lissy pero esta vez su ama no lo retuvo sino todo lo contrario. Fue ella la que utilizó la correa para acercarlo a mi sexo. Enseguida la lengua del pastor alemán empezó a hacer diabluras en mis pliegues, llevándose consigo la humedad de mi sexo, embadurnándome el ojete de babas.

Me quedé gratamente sorprendida, la lengua de dach, mucho más larga y húmeda que la de cualquiera de mis amantes previos, me hizo un trabajo de limpieza de bajos excelsa. Hasta rebañó el flujo que caía lánguidamente por el interior de mis muslos.

-        ¿Qué te parece? Es bueno, ¿verdad?

-        S… sí – contesté con sinceridad -.

-        A mamá no le gusta que dach me folle en casa – me susurró ella al oído mientras el perro me lo comía todo -. Casi todas nuestras discusiones son por eso. Dice que no es cristiano, que es enfermizo, una aberración. No tiene ni puta idea de la vida esa amargada, verás como te encanta, igual que a mí.  dach folla mucho mejor que tu padre y que tú, puta de mierda.

E incorporándose me hizo darme la vuelta y se dirigió a la pequeña Simone que, anticipándose a sus órdenes, ya frotaba con suavidad la verga del perro.

-        Nena, chúpasela un poquito. Enseña a esta perrita rubia cómo se hace.

Le faltó tiempo a la cría para colocarse bajo el soberbio animal, agarrarle el pene e introducirse su punta curvada entre los labios. Experta en el porno, la niña se apartó el cabello para dar una buena perspectiva a la cámara de sus evoluciones. Miraba a la cámara con lujuria, no dejaba de sonreír cuando se detenía para tragarse las babas y luego volvía a la carga con su jugosa boquita a darle brillo a la polla del perro mientras le acariciaba las bolas suavemente. 

-        Ya es suficiente. Es el turno de esta cachorrita tonta.

Fue la niña la que, dejando de mamar, me ofreció el cipote del chucho.  Este se movía nervioso. Sé que es una tontería pero creo que dach me tenía ganas. El olor de mi flujo no le era extraño ya que solía lamerlo de las sábanas una vez Lissy me lo exprimía del coño allá en su casa.

No quise pensar, de haberlo hecho habría salido corriendo de allí. En lugar de eso acogí el pene del animal en mi boca y se la chupé como hacía con cualquier otro macho. Comprobé de primera mano que las apreciaciones de Simone sobre el sabor del semen de dach eran acertadas y eso me tranquilizó. No estaba nada mal. Para mi fortuna noté cómo la lengua de Lissy hacía diabluras en mi coño así que eso me dio fuerzas para seguir chupando y chupando delante de la cámara.

-        Yo creo que ya está listo – apuntó Simone -.

-        Sí. Por aquí también – le repuso Lissy.

Después se dirigió a mí:

-        Tú no tienes que hacer nada. Él lo hará todo. Sólo tienes que permanecer muy quieta, como un huevo y subir el culo todo lo que puedas. Si te mueves se pondrá loco y puede llegar a morderte. No te muevas hasta que él termine y permanece quieta para que el tipo de la cámara pueda ver cómo te sale el semen del coño. Luego Simone se lo tragará todo, ¿entendido?

-        Sí.

No voy a hacerme la valiente. Reconozco que pasé un poco de miedo al principio. A día de hoy me tiro a perros sin problemas, de hecho buena parte del porno extremo que ruedo en Alemania es follando con ellos pero la primera vez con dach fue impactante. Me destrozó.

El cabrón de perro se abalanzó sobre mí apenas me coloqué en posición. De hecho Lissy tuvo que retenerlo con fuerza hasta que estuve lista. Después se colocó sobre mí y comenzó a moverse compulsivamente sin llegar a consumar el objetivo. Noté la polla del perro golpeando los aledaños de la entrada de mi vagina pero sin llegar a hacer bingo.

-        Sube el culo un poco más.  Eso es, eso es.

-        ¡Joder, está como loco! – Rio por enésima vez Simone.

-        Tranquilo bonito, tranquilo. Le tenías ganas a esta perrita, ¿verdad? Pues de hoy no pasa. Va a ser tuya para siempre…

-        Relájate Ale. Separa un poquito las piernas, ya casi está… - apuntó Simone.

A fuerza de ir probando y probando el perro hizo diana… y de qué manera. Notaba su respiración tras mi nuca y su cuerpo musculoso sobre mí. Me ensartó la polla de una forma violenta y febril, un navajazo trapero que me arrancó un chillido, mitad sorpresa y mitad gusto, que me salió del alma. Me costó aguantar la postura, su ímpetu era tremendo.  La cópula apenas duró unos segundos pero las veces que me penetró fueron muchas y muy rápidas. Noté una primera andanada de semen derramándose en mi vagina.  Luego se desacopló de improviso y comenzó a dar vueltas alrededor de mí, olfateando mi culo.

-        No te muevas. Esto va así, como él quiera.  Tú simplemente déjate follar cuando le apetezca.

Así lo hice. Someterme a mi amante de turno es mi especialidad, incluso si este es un perro.  Me dejo hacer de todo. dach repitió la maniobra varias veces. Mi coño cada vez estaba más húmedo y la penetración era más sencilla. Durante la penúltima de las embestidas me sobrevino el orgasmo. Intenso y placentero como pocos. Me derretí con las pelotas peludas del perro golpeando mis muslos, ensartada por completo con su soberbia polla.  La última monta, con mi coño ya satisfecho, fue sencillamente gloriosa. El perro, con todo a su favor, se despachó a gusto conmigo. Moviéndose compulsivamente sobre mí me llenó de carne animal la vagina, corriéndose por enésima vez en el interior de mi vientre.

Aquella vez no nos quedamos enganchados con dach. El pene de los perros suele hincharse cuando está dentro de la hembra y, a veces, eso imposibilita el desacople hasta que la erección baja. Me ha pasado algunas veces con ellos y, sobre todo, no hay que perder la calma. Hay que dejar que la naturaleza siga su curso y todo baje.

De repente, con el perro dándolo todo encima de mí, me sobrevino una arcada y una bocanada de vómito llenó mi boca. Cerré los labios con fuerza, por nada del mundo quería joder la escena y provocar el enfado de Lissy.  Me gustaban sus golpes pero no su frustración; nada me dolía más que decepcionarla.

Cuando el perro dio evidentes signos de estar satisfecho, la pequeña Simone entró en acción.  Poco menos que se precipitó contra mi sexo en busca de las pequeñas gotitas de jugo con sabor metálico.  Derrotada y satisfecha me dejé comer por ella, abierta de par en par sobre el colchón plastificado.

-        ¡Y cooortenn! – Bramó el tipo de la cámara cuando se dio por satisfecho -. Habéis estado fantásticas, chicas. Lo digo de verdad. Y el perro también, como siempre.

Ya no pude contenerme más y expulsé todo el contenido de mi boca y estómago en el suelo. Ninguno de los presentes se interesó por mi estado a excepción de dach. El perro estuvo un buen rato lamiéndome el coño.  Yo permanecí quieta a cuatro patas sobre el colchón plastificado, con el corazón a mil por hora, ofreciéndome a dach por si quería más, como lo haría con cualquier macho que me dominase.

-        Quiero follarme a la niña – dijo el barrigudo sin el menor pudor mientras recogía las cámaras.

-        Ni lo sueñes. Su madre está con la mosca detrás de la oreja. No puedo entretenerla por más tiempo. Tendrá que ser otro día.

-        Pero mírame cómo me habéis puesto. Aunque sea sólo una mamadita… esa puta cría me trae loco.

-        A ti y a todos. He dicho que no.  Tírate a ella – dijo Lissy dirigiéndose a mí con desdén -.

-        ¿A esa “follaperros”? Ni lo sueñes. No le voy a meter la polla donde se ha corrido ese chucho sarnoso…

-        ¡Eh! No te metas con dach o te parto la boca. Ya te gustaría tener una polla como la que tiene él, hijo de puta.

-        Vale, tranquila. Sólo digo que no voy a meterla por ahí, eso es todo. Es asqueroso.

-        Pues dale por detrás.

-        ¿Por detrás? La voy a destrozar…

-        ¿Y qué?  A ella le gusta, no tendrás problemas. ¿Verdad Ale? Ábrete el culo para que este cabrón se desahogue y deje de dar la brasa.

-        C… claro – balbuceé yo obediente, separando mis glúteos no sin cierta dificultad. El perro me había dado duro de verdad-.

Al barrigudo no le pareció mal la alternativa. Sin dejar de mirarme el ojete se bajó los pantalones, se subió a la cama, me empujó con su pie y me tiró de bruces contra el colchón.  Tras colocarse sobre mí se dio un homenaje con mi orto. Recuerdo que tenía un pollón sorprendentemente grande y sabía cómo usarlo.  Me la metió sin contemplaciones, buscando su placer y no el mío. Me hizo daño. Me encantó tanto que me corrí de nuevo con la enculada.

Para él sólo fui su paño de lágrimas, su medio para aliviarse, su depósito de semen; un agujero con el que darse gusto y nada más.  Para mí él fue mi redentor, un verdugo que me castigó por ser tan puta, por ser tan golfa, por ser tan fácil, hasta para un perro. Al finalizar me escupió en la cara un par de veces y me meó encima. Practicó su puntería con mi boca mientras me decía de todo. Me trató como a una mierda y me gustó. Adoro a los hombres que usan y me tratan así en la cama, como auténtica basura.

Con la cara pegada al colchón y un soberbio pene dilatando mi ojete contemplé cómo Lissy, Simone y dach abandonaban el lugar entre risas y jugueteos sin ni siquiera despedirse de mí. No pude evitar soltar una lágrima al ver como la chica de mis sueños colmaba de atenciones y mimos a una niña pecosa como jamás había hecho conmigo. Rara vez lloraba y mucho menos por algo así, sabía de sobras lo poco que significaba para ella, pero esos días estaba muy sensible y todo me afectaba.

Poco podía imaginar yo que iba a ser la última vez que veía a Lissy con vida.

-        ¡Eh, “follaperros”! – me gritó el tipo después de descargar su munición contra las paredes de mi intestino y aliviar su vejiga en mi boca– Date vidilla y fuera de aquí, puta. Voy a largarme y no pienso volver. Aléjate de esas dos o terminarás mal. Lissy no es de fiar y está haciendo mucho ruido por ahí y eso no es bueno para el negocio. Terminará mal, te lo digo yo. Es demasiado ambiciosa, no deja de ofrecer a esa zorrita a todo el mundo y al final alguien se irá de la lengua.

Siempre había defendido a Lissy a capa y espada ante todo el mundo aunque en esa ocasión callé. En el fondo sabía que él tenía razón.

El tipo me tendió una tarjeta profesional de un servicio de limpiacristales.

-        Si necesitas pasta pasa de ella y mándame un correo. El teléfono no funciona, es fake.  Dime que eres la “follaperros” y sabré quién eres pero no antes de cumplir los dieciocho. No quiero líos ¿vale?

-        Vale.

-        Cuídate. Sacas mala cara, “follaperros”…

 


Alexandra, la niña de todos

Capítulo 10: Graciela

Cuando los Mossos d´Escuadra llamaron a la puerta de mi casa dos días después de mi bautismo en el porno con animales yo estaba vomitando en el baño como todas las mañanas. No preguntaban por mi padre sino por mí y eso me extrañó bastante. Solíamos recibir muchas amenazas y nuestra casa estaba casi siempre vigilada por la policía autonómica para evitar males mayores así que la visita no causó, en un primer momento, alarma alguna.

Al ser menor de edad mi madre tuvo que estar presente y dar su consentimiento para el registro de mi celular y mi tablet. Papá no atendía a las llamadas que mamá le hizo así que accedió.  Lo cierto es que no encontraron nada fuera de lo normal. Yo soy muy de hacerme fotos pero no de guardarlas y borraba todos los chats a diario, especialmente mis conversaciones subidas de tono con Lissy.  No por prudencia ni por nada de eso, sino porque nunca he estado muy a gusto con mi cuerpo. Ya por entonces les pedía a mis amantes que me mandasen las fotos que me tomaban cuando me follaban para, a su vez, pasárselas a las terceras personas que me las solicitaban.

Me preguntaron vaguedades sobre Lissy, que si la conocía, que si recordaba la última vez que la había visto, que si conocía a Simone y cosas así. Durante el interrogatorio hablaron varias veces de mi amiga en pasado por lo que me puse un poco nerviosa, no había contestado a mis mensajes desde que la vi marcharse del plató de rodaje.

-        No…no sé a qué viene esto… ¿ella está bien?

-        Supongo que en cierto modo así es. Ha muerto – dijo aquel imbécil con nula delicadeza -.

Hasta su compañera torció el gesto reconociendo el poco tacto de su colega.

-        ¡Martínez, por favor…!

-        ¡Muerto! – chillé - Lissy… ¿muerta?

-        Así es. Esa enferma se ha tirado por la ventana.

-        ¡Ya está bien, Martínez!

-        ¿Qué pasa? Usted ha visto las fotos y los videos como yo, inspectora. Ojalá esa hija de puta lo hubiese hecho antes de abusar de ese modo de esas niñas.

-        ¡Por favor Martínez, salga de aquí y déjeme llevar la conversación a mí!

-        Tengo dos hijas de esas edades. Si alguien les hace algo así a mis princesas le reviento la cabeza a tiros, ¿me entiende?

Cuando el Mosso se fue los ánimos se calmaron un poco. Su compañera nos informó de lo que había pasado aunque fueron los contactos de Manel los que me proporcionaron una información más fidedigna unos días más tarde.

Por lo visto y tal como predijo el operador de cámara Lissy había dado algún que otro paso en falso.  La dulce Simone no sólo hacía películas pornográficas sino que era prostituida por la adulta y ofrecida a los líderes del partido para, a través de la extorsión, ir subiendo en el escalafón de la formación radical.  Lissy mordió más de lo que podía tragar y alguno de esos tipos se hartó de ella. Tras el chivatazo la policía autonómica sólo tuvo que hacer guardia frente a la puerta de su domicilio en Barcelona y, cuando apareció Simone por escena, esperaron un poco y las pillaron con las manos en la masa o más bien haciendo la tijera en pelotas sobre su cama. Mi amiga se atrincheró en su cuarto de baño amenazando con matar a la niña con un cuchillo que no tenía y cuando los agentes forzaron la puerta… dio el gran paso.  

Y saltó.

Lissy se lanzó por la ventana y cayó, cuatro pisos más abajo, estampándose desnuda contra el suelo.  Sus sesos, sus piercings, sus tatuajes y ambiciones se desparramaron por toda la acera, justo al lado de una papelera para la recogida de excrementos caninos.

Parte de los archivos guardados en su ordenador habían sido misteriosamente formateados unas horas antes de la intervención policial a excepción de unas sesiones privadas con niñas de todas las edades, mis nudes y… una película de lo más explícita de la pequeña Simone siendo sodomizada por papá.

Por eso los policías no preguntaron por él cuando vinieron a casa, mi padre llevaba en comisaría desde unas horas antes siendo interrogado.

Manel me dijo que probablemente el extorsionado de turno quiso matar dos pájaros de un tiro: librarse de la molesta Lissy y acabar con la incipiente carrera política de mi padre.  

De estar el socio de papá en lo cierto, le salió el tiro por la culata. El escándalo fue tan fuerte que prácticamente supuso el desmantelamiento total del partido en Catalunya. Nadie quiso asociar su cara a un partido en teoría ultra católico cuyos líderes se habían destapado como auténticos libertinos y pedófilos y mucho menos cuando, una vez destapada la caja de pandora, comenzaron a prodigar los rumores sobre orgías con menores, consumos de drogas y prostitución infantil por parte de miembros de la cúpula regional.

Se desató lo que yo llamo mi periodo de “tormenta perfecta”. Fue horrible.

Mamá no pudo soportar la enésima salida de tono de mi padre. A la muy cínica no le escandalizaba que papá le pusiera cuernos con crías sino que se supiera. Le pidió el divorcio con todo a favor. Al poco tiempo aceptó un trabajo en una clínica privada de Madrid y se fue con Irene sin mirar atrás. Obviamente me pidió que les acompañase pero la conozco demasiado para saber que fue más por puro compromiso que por otra cosa. En su fuero interno esa imbécil me echaba la culpa de todo, exculpando como siempre a papá de su infortunio. Decliné su ofrecimiento, a mí nada se me había perdido allá. Todavía recuerdo su cara de alivio cuando lo hice. 

Tampoco olvidaré la cara de póker de mi hermanita pequeña.  Ni se inmutó cuando le dije que no iba con ella. Esperaba yo un poco más de insistencia por su parte, la verdad.  Reconozco que eso sí me dolió.

A mi padre le echaron del partido de inmediato y, tras un juicio sorprendentemente rápido, lo condenaron a siete años de cárcel por corrupción de menores, amén de varios cargos por utilizar medios del partido para usos fraudulentos. Malvendió sus acciones en el gabinete financiero a Manel, que se hizo con el control de todo el negocio por un precio irrisorio, y cumplió su condena en el centro penitenciario de Barcelona.

Manel no sólo se quedó con el negocio de papá sino también conmigo.  Me propuso ir a vivir con él a su enorme palacio pero me negué en un principio. Sabía que mi presencia allí impediría que se reconciliase con su hija. Accedí, no obstante, aque me pagase un apartamento siempre y cuando tuviese sexo conmigo cuando le apeteciese, sin restricción alguna, no tenía ni que avisar ni pedirme permiso para follarme.  Ya por entonces lo tenía claro: prefería ser su mantenida a su obra de caridad con patas.  

El motivo de mis náuseas comenzó a crecer y crecer en mi interior. No faltaron personas juiciosas que me aconsejaron que abortase y los mandé a la mierda tanto a ellos como a sus buenos consejos.

Los primeros tres meses de embarazo lo pasé mal pero aun así pude satisfacer a Manel sin que se diese cuenta de mi malestar y también a otros clientes habituales con los que seguía manteniendo contacto, sin que él lo supiera, para sufragar mis gastos. 

Me echaron del instituto.  Excusándose en mis constantes faltas me abrieron un expediente de expulsión que también se resolvió en un tiempo récord. Ciertamente no me sorprendió, ya se habían dado casos así con chicas embarazadas.  El colegio es privado y de sólidas creencias católicas y los bombos, deseados o no, no están muy bien vistos allá.

No obstante no vivía sola.  Me hice cargo del bueno de dach. La madre de Lissy quería sacrificarlo.  En cierto modo no la culpo, no lo pasó bien la pobre señora con una hija tan rebelde, egoísta y, según mi opinión, cobarde. Por fortuna pude convencerla y tanto el perro como su bonito pene se vivieron a vivir conmigo.

Sinceramente hasta entonces había pensado que eso de que a algunas chicas les aumentan las ganas de tener sexo durante el embarazo era una falacia. En mi caso concretamente lo veía complicado dada mi ya de por sí exagerada afición por él y lo mal que lo pasé fingiendo durante esos primeros tres meses pero cuando mi cuerpo se estabilizó… vaya que si aumentaron.

De repente dejé de rechazar los intentos de monta de dach y, si bien no dejé que me la metiera por miedo de dañar al feto las primeras veces, era yo misma la que buscaba su pene con la boca para dejarlo seco.  Después ya no pude contenerme más y me ofrecía a cuatro patas para que me cubriese. Me avergüenza un poco recordar aquella época de mi vida, jamás me he corrido tanto como cuando estaba encinta. El pobre perro se escondía por los rincones y huía aterrado de mí de tanto que lo ordeñaba ya fuese con la boca como con el coño. Encontraba el sabor metálico de su esperma de lo más delicioso y escuchar sus jadeos junto a mi oreja cuando empujaba y empujaba en mi interior me parecía algo sumamente morboso y adictivo.

Conforme el volumen de mi tripa iba creciendo de manera lineal mis ganas de follar con perros lo hacían de forma exponencial. Fui dejando de lado a todos mis amantes a excepción de Manel, no me apetecía encamarme con machos de menos de cuatro patas. dach cayó enfermo, el pobre animal no dio más de sí y tuve que darle vacaciones sexuales.

Mis reservas económicas menguaron hasta unos límites críticos pero me preocupaba bastante más el ardor de mi vientre. Tanto era así que un día, rebuscando en lo más recóndito de mi bolso apareció la tarjeta que me dio el tipo que grabó mi primera película. Pensé que, con todo el escándalo, pasaría de mí. Obviamente tuve que mentir en lo referente a mi edad, todavía me faltaba un año y pico para alcanzarla mayoría de edad pero cuando el tipo leyó mi proposición se saltó sus propias reglas y me citó en una apartada nave de un polígono industrial. 

No es que se me notase mucho la tripita cuando me follé a aquellos tres perros pero sí en las sucesivas películas que fui protagonizando.  Incluso más allá de los siete meses de gestación seguí rodando porno extremo, siempre con cánidos como compañeros de reparto.

El parto fue bastante complicado aunque, tras varias horas de pugna, di a luz a una preciosa niña de piel clara, cabello oscuro y ojitos grises a la que llamé Graciela. Mi primera intención era llamarla Irene, como mi hermana, pero no quise generar un posible conflicto.

Tras el parto llegaron los problemas. Aunque mi nivel económico era relativamente holgado para emanciparme no tenía forma de justificar mis ingresos y los de Servicios Sociales no dejaban de revolotear intentando arrebatarme a la niña. Una vez más fue Manel el que salió al rescate.  Volví a rechazar su oferta de irme a vivir con él, incluso se ofreció a dar su apellido a Grasy, cosa que me tentó, pero mi orgullo me impedía aceptar su oferta: mi hija podía ser suya y de cualquiera, papá incluido.

A regañadientes o más bien para quitarme de encima a los de servicios sociales accedí a que me diese trabajo una amiga de Manel en una clínica dental.  Eran unas pocas horas y con un sueldo escandalosamente alto para el trabajo que desempeñaba. En realidad él corría con todos los gastos. La estratagema funcionó y esos pesados de la Generalitat no volvieron a dar el coñazo. Por otra parte, el trabajo me gustaba y me puse a estudiar para obtener el título de Auxiliar de Ortodoncia.

Además de follar con Manel, dach seguía aliviando mi furor uterino y si bien el número de películas pornográficas que rodaba era menor, de vez en cuando viajaba durante un fin de semana a alemania y rodaba tres o cuatro escenas con perros o sado escatológico que me cargaban las pilas. Volvía agotada y con el coño tiritando pero sumamente satisfecha.

Cuando Grasy cumplió seis años, papá salió de la cárcel y se vino a vivir conmigo.  Yo era la única de la familia con la que había tenido contacto durante su presidio, ni Irene ni mucho menos mamá le habían visitado en la cárcel. Al principio eran simples visitas pero pronto se transformaron en vis a vis, tampoco esta vez supe decir que no a papá. Ejercía su poder sobre mí aun estando entre rejas follándome una vez al mes.

Una tarde, aproximadamente tres meses después de su liberación, llegué a casa y Graciela, a sus seis años, estaba más parlanchina que de costumbre. Papá había salido a sacar a dach. Apenas le estaba haciendo caso a mi pequeña mientras hacía la cena.

-        Ah…y esta tarde me bañé con el abuelo…

Escuché el mensaje como si nada. Luego reaccioné. Como la niña a veces confundía los idiomas le quise puntualizar.

-        Querrás decir que te bañó el abuelo.

-        No, no… me bañé con él… en la bañera. Fue divertido.

No quise preguntar más. No quería alarmarla. Grasy jamás mentía.

Por la noche escuché la puerta de la habitación de papá abrirse y sus pasos por el pasillo… y pasó de largo. Sólo quedaba la de Graciela. Me tensé. Falsa alarma, ya estaba a punto de levantarme como un rayo cuando sentí que mi puerta se abría.

Papá ya no era joven, nunca fue un gran amante, aunque ese día le salió bastante más semen de lo habitual. Yo fui incluso más pasiva que de costumbre, sabía en quién estaba pensando mientras eyaculaba en mi vientre y no era en mí. Lo que terminó de convencerme es que, mientras lo daba todo sobre mí susurró el nombre de la niña. 

No era la primera vez que papá se equivocaba, alguna que otra vez me había llamado Irene cuando me enculaba en mi cama pero mi hermana me juró y perjuró siempre que nunca la había forzado como hizo conmigo.  Pasado el tiempo y su forma de tratar a papá tengo fundadas dudas de que aquello fuese cierto. Creo que algo sucedió, muy a mi pesar, entre papá y mi hermanita Irene pero no tengo pruebas y no es cuestión de remover el pasado.

Cuando volvió a su cama no pude dormir. Digamos que hice guardia por si se le ocurría volver pasando de largo de mi habitación.  No me costó mucho tomar una determinación.

No estaba dispuesta a volver a pasar por todo aquello, transformarme en mi madre y mirar para otro lado. Ese hijo de la gran puta ya había destrozado mi vida, no estaba dispuesta a consentir que volviese a hacer lo mismo con la de mi hija.

Guardaba en casa algunos productos de la consulta, inocuos por separado, letales combinados en ciertas proporciones.  Entré en la habitación de mi niña y la despojé de su ropa interior con sumo cuidado. Eché el cóctel en las braguitas de Graciela. Entré en el cuarto de papá e hice lo que tenía que hacer, lo que debería haber hecho mi madre por mí muchos años atrás.

A la mañana siguiente, después de dejar a Graciela en el cole, llamé a la ambulancia. No tuve el más mínimo problema, declararon su muerte como natural.  Varón de más de sesenta y cinco años, con múltiples antecedentes cardíacos, pobre como una rata y con la abnegada hija que lo cuidaba llorando su muerte amargamente a su lado.                                                                                         

Anuncié su muerte a Irene pero no vino al entierro, de hecho sólo asistieron Manel y dos o tres personas más. Ni siquiera se molestó en buscar una excusa. Tampoco hablamos de forma regular. Navidades, cumpleaños y poco más.  Han pasado más de cinco años del deceso y Graciela ni conoce a sus primas menores.  Supongo que a mi hermana le traigo malos recuerdos, soy la fase más oscura de su vida.

Cuando Grasy cumplió siete accedí a las pretensiones de Manel, un año después de que muriese papá. Estaba claro que lo de él con su hija Laia no tenía visos de solucionarse.  Grasy agradeció el cambio, ya iba creciendo para dormir en el comedor del apartamento y también dach, que se empezaba a hacer mayor y necesitaba espacio para tomar el sol.

Le puse varias condiciones a mi amante para poder compartir casa con él. La primera fue que quería seguir manteniendo relaciones sexuales con dach libremente, aunque el pobrecito ya no estaba para muchos excesos. La segunda, que tenía la firme intención de seguir mi carrera como actriz de cine para adultos y más en concreto en las variantes que me habían hecho relativamente famosa en ese ámbito en Alemania: la zoofilia, el scat y el sado.  Y la tercera, y más importante, que nuestra presencia en su casa no sería a cambio de nada.

Estoy convencida de que Manel no fue consciente de lo que significó esta tercera premisa hasta que, tras la cena de la primera noche que pasamos en su casa, le tendí una de sus cámaras de fotos, desnudé a Graciela y pasé mi lengua varias veces por su sexo sobre su sofá de cuero, delante de él y su objetivo. Cuando la niña ardía de gusto le insté a cogerla en brazos y llevarla a su cama matrimonial. Después nos metimos los tres juntos en ella  y le ofrecí a mi amante el virgo de los agujeros de mi pequeña hija. Yo misma extendí el lubricante en el falo de Manel y lo introduje en el interior del cuerpo de mi niña tras estimularla con mi lengua de nuevo. Nuestros anos, bocas y vaginas fueron suyas a partir de entonces, mamamos su verga a dos bocas sin restricciones morales. Fue una decisión que tomé en su momento y de la cual no me arrepiento: no se me ocurre mejor amante que él para iniciar a una niña en el sexo.

Graciela se destapó como una digna hija mía y nieta de su abuelo. Con un poco de mi ayuda se convirtió en una maquinita de follar perfecta. Nuestra convivencia a partir de entonces con Manel fue tranquila, feliz y sexualmente plena para todos.

 

Fin.

relatoskamataruk.blogspot.com

 Kamataruk.


Comentarios

  1. Hola, de esto de lo que estaba hablando, de lejos el mejor relato en mucho tiempo, no se si fue en colaboración, se como escribes, y algo de ti falto, o no se si quieres innovar, pero sin duda se nota la diferencia, estos son los relatos que vengo a buscar aquí, respeto que le des chance a otros escritores, pero tu tienes un punto muy grande, y la verdad si quieres apoyar a otros deberías de darles otra página y solo sugerirla, eres muy bueno, quizá y yo mismo te mande un relato muy personal, saludos y GRACIAS POR EL RELATO

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  2. Hola: Me alegro mucho que te guste tanto el relato, eres de los pocos que comenta y es por eso que mi agradecimiento es doble. Respeto tu opinión, aunque no la comparta, acerca de la inclusión en la página de relatos de los otros autores que han tenido la deferencia de compartir su enorme talento conmigo. Agradezco mucho que me den la oportunidad de colgarlos en esta página; según mi opinión me sacan de mi zona de confort, me motivan y me dan impulso para probar cosas diferentes. Seguiré alternándolos con los de mi propia cosecha en lo sucesivo. Si no terminan de convencerte... simplemente te aconsejaría que no los leas. Gracias de nuevo por tu apoyo. Un saludo. Kamataruk.

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