"ALEXANDRA, LA NIÑA DE TODOS" por Kamataruk (2 DE 3)

 Alexandra, la niña de todos

Capítulo 4: El Hombre Elefante.

Al día siguiente me puse especialmente sexy para ir al instituto. Opté por peinarme con dos coletitas que me daban un aspecto infantiloide que se la levantaba a un muerto.  Los maquillajes vivos estaban prohibidos pero no así los brillos y colores caramelo. También “me equivoqué” de uniforme y escogí uno del año anterior “por error”. No es que mi busto hubiese crecido demasiado en ese tiempo pero sí mis piernas lo que hacía que la faldita a cuadros quedase algo por encima de lo permitido. Probablemente me iba a ganar una amonestación verbal por ello o porque, al no llevar sujetador, mis pezones más que se adivinaban bajo la tela de la camisa. En cualquier caso la recompensa merecía la pena. Quería ponérsela dura al Hombre Elefante desde primera hora, cuando me cruzase con él a la entrada del instituto y me viese llegar vestida para matar.

Una hora antes del recreo resonó la megafonía del centro:

-        “Señorita Alexandra de Tercero de la ESO, clase B, acuda al despacho del departamento de filosofía de inmediato, por favor”.

Se formó un murmullo cuando avancé por el pasillo y salí de clase. Sentía sobre mí la mirada de incredulidad del resto de mis compañeras. Aunque yo ya tenía mi bien ganada fama de popular y golfa apuesto que ninguna de ellas pudo imaginar que yo sería la vencedora de la contienda.  

Anduve por el pasillo y las chicas con las que me crucé me observaban como un bicho raro: odio, envidia, desprecio… me era indiferente: jamás me ha importado lo que los demás digan de mí y mucho menos esas zorras ricas y caprichosas.

Justo antes de llamar a la puerta del despacho me desabroché un par de botones de la camisa. Como ya he dicho mi busto ni era ni es gran cosa pero no es cuestión de despreciar lo poco bueno que tengo ahí delante.

El tipo sería un filósofo de mucho cuidado pero en cuanto entré en su despacho toda su retórica se tornó en pragmatismo: sin mediar palabra me cogió por la nuca recostandome contra su escritorio violentamente.  Aplastó mi cara contra la mesa, me levantó la falda todo lo que esta dio de sí, cruzó mis brazos por mi espalda, me inmovilizó por las muñecas y me susurró al oído:

-        Te voy a dar eso que andas buscando, putita.

Fue la primera decepción del día. Una frase mediocre y nada original para tratarse de un profesor de filosofía bajándome las bragas.

Se bajó los pantalones, sacó su verga y sin tomarse la molestia de estimularme lo más mínimo me enculó.

El Hombre Elefante taladró el ojete con su herramienta XXL a su antojo. Adopté esa actitud sumisa que tanto calienta a los hombres, la que a mí más me gusta. No hizo ni falta que se la chupase, supongo que el video de mi orgía resultó lo suficientemente estimulante para el precalentamiento.

Esa fue la segunda desilusión:  me gusta lamer las pollas por la boca antes de que entren en mi cuerpo por otro agujero así como también limpiarlas del mismo modo una vez se ha terminado la tarea.

Allí quedé yo, con la cara pegada a la madera y la mirada fija en el retrato de su mujer embarazada con su otro chiquillo en brazos, sintiendo cómo mis carnes se abrían al paso de tan suculento estilete. Paradójicamente el tratamiento anal de mi manada en general el día anterior y más concretamente el de Leo en particular me había dejado el ojete algo insensible. Estaba claro que iba a tener dificultades para sentarme en unos días pero el sacrificio valía la pena. Mi culo era el primero del centro en ser perforado por él ansiado cipote.

Supongo que después de mi culo hubieron otros, si algo sobraba en el instituto eran chicas fáciles como yo que se separaban los glúteos ante una buena polla a la menor ocasión. Siempre me quedaría el orgullo de haber sido la primera en tener dentro el codiciado rabo del Hombre Elefante. Eso no me lo quitaba nadie.

La enculada en sí la calificaría como mediocre. El rabo del hombre elefante me dilató el esfínter anal de forma desproporcionada aunque más allá de eso no puede decirse que me lo hiciese bien. Mucha mecha, mucho músculo, mucha fachada pero el muchacho era torpe de narices.  Entre juramentos y bufidos se corrió bastante en lo profundo, supongo que su mujercita preñada lo tenía desatendido, apenas un minuto después de que mi trasero comenzase a sangrar.

Tras la primera descarga su pollón ya no dio más de sí y eso que lo intentó por el coño varias veces. Tenía la mecha larga pero muy poca dinamita. Una decepción mi primera vez con una verga King Size.

Una vez se alivió en mi recto y comprobó que su cuerpo no daba para más, me echó sin muchas contemplaciones de su despacho como si yo fuese la culpable de su impericia. Con un simple:” ya hablaremos que tengo que corregir unos exámenes” me abrió la puerta para que me fuese con viento fresco y el culo ardiendo.

Conforme andaba por los pasillos me crucé con alguna de las populares del último curso. Si las miradas matasen yo habría caído fulminada varias veces antes de llegar a mi clase. Durante el paseito por entre los pupitres me recreé sonriendo satisfecha a mis compañeras boquiabiertas. Notaba cómo el esperma abandonaba mi orto y resbalaba por la parte superior de los muslos.  Cuando me senté, además de dolor, creí escuchar el chapoteo del semen aplastado por mi culo. De inmediato el aroma a macho me llenó las fosas nasales. Las mías y las del resto de alumnos de la clase. Mi coño se encharcó de inmediato.  De buena gana me hubiese dedeado allí mismo, en medio de la clase, a la vista de todo el mundo.

Estaba tan caliente e insatisfecha por la insípida enculada que hasta eché de menos el mediocre rabo de mi papá.

Cuando el timbre sonó me fui directamente al servicio de chicas de la última planta, el punto de encuentro de las zorras más populares del último curso. Normalmente eran las únicas que utilizaban ese lugar bajo pena de terminar con la cabeza metida en la taza del váter si no eras una de ellas. Noté que la conversación cesó en cuanto atravesé la puerta. Le eché cojones y cogí un trozo de papel del baño y allí mismo, delante de todas, lo metí bajo mi falda y me limpié el culo de esperma y heces.  Después de enseñárselo a todas, sonreí triunfante y lo tiré a la papelera.

-        Ha sido muy fácil – sentencié sin más -.

Me retoqué los labios allí mismo y salí al patio del recreo. Necesitaba aire. El culo me ardía literalmente aunque no más que mi sexo. Cuando eso sucedía sólo había una solución. Fui al rincón de los del equipo de fútbol, siempre apartado de miradas indiscretas. El timbre me pilló abierta de piernas, empotrada contra un muro y con el capitán del equipo comiéndome el cuello con su verga llenando mi entraña.

A partir de entonces se inició la carrera por ser la segunda chica más popular del instituto. El primer puesto ya estaba ocupado y no lo solté hasta que me expulsaron del centro.


Alexandra, la niña de todos

Capítulo 5: El Comité Local

 

Tengo que reconocer que, en cierto sentido, mi padre tenía un buen par de cojones. A ver… no literalmente sino en sentido figurado.  Ser dirigente de un partido franquista y xenófobo en la periferia de la Barcelona del siglo veintiuno no era moco de pavo.

En realidad los testículos de papá no eran muy grandes. Desde chiquitita se los lamí infinidad de veces. No lo recuerdo muy bien pero creo que besarle las bolas es lo primero que papá me enseñó a hacerle al principio de todo, cuando nos bañábamos juntos, cuando empezó a abusar de mí casi cuando era un bebé. Todo comenzó como un juego propio del aseo. Jugando y jugando me enseñó a pajearle a su gusto y a chuparle la polla sin morderle.  

No tardó mucho en darme a probar su leche. Yo era torpe mamando así que tenía que terminar el trabajo él mismo si quería eyacular en mi boca. Casi de inmediato se le antojó metérmela por el culo primero y por mi coño después; hizo ambas cosas en cuanto le fue físicamente posible y pagó mi silencio obsequiándome con chucherías. En realidad no le hacía falta sobornarme con cosas materiales, para comprar mi silencio sólo debía darme a cambio su atención y su tiempo, lo que sucedía cuando lo tenía dentro.

Posteriormente, medio en broma medio en serio, comenzó a mearme encima mientras yo chapoteaba feliz y ajena a todo en la bañera.  Recuerdo que no paraba de chillar y de reírme cuando sentía su pipí resbalando por mi cabeza. No lo pasé bien las primeras veces en las que lo hizo entre mis labios pero se le veía tan contento y a gusto conmigo cuando me meaba la boca que no me importó tragármelo. Me acostumbré a beber su orina igual que el agua.

Lo de meterle la lengua por el ano tampoco me supuso mayores problemas. En cuanto él se ponía a cuatro patas yo ya sabía lo que quería. Y, en contra de lo que pueda parecer, no recuerdo practicar el beso negro como algo traumático incluso desde las primeras veces. Sin entrar en más detalles sólo diré que el culo de un hombre no sabe diferente al de una chica, nada más.

Con tal de estar con papá yo hacía todo lo que él quería. Absolutamente todo, hasta me hubiese comido su mierda a carrillos llenos si me lo hubiera pedido. También lo he hecho, aunque no la de él, no es más que una forma como otra cualquiera de sumisión.

Así que el día en el que papá me pidió que le acompañase a una de las reuniones de su partido político el viernes por la noche yo me sentí la niña más feliz del mundo. Era un tiempo extra que iba a pasar conmigo, todo un regalo.

Recuerdo que la primera vez era muy tarde, me moría de sueño, todavía iba al colegio. Al llegar a la sede del partido todo estaba oscuro y desierto excepto la sala de juntas, donde se reunía el comité local de vez en cuando. Al entrar varios hombres nos esperaban muy sonrientes. Sinceramente no recuerdo cuántos eran aquella primera vez. A algunos los conocía de haber pasado por casa a conversar con mi papá y otros eran del todo desconocidos para mí.     

Lo que sí que recuerdo es cómo mi papá me quitó el uniforme escolar delante de ellos. Lo hizo con parsimonia, gustándose, indicándoles a todos las excelencias de mi cuerpo y diciendo cosas bonitas de él.  Luego se agachó muy serio, se puso a la altura de mi cara y me dijo:

-        Quiero que juegues con estos señores como lo haces conmigo Ale – dijo bajándome las braguitas delante de todos -. ¿Comprendes?

Por aquel entonces tenía a mi padre en un pedestal así que la contestación fue tan obvia como breve:

-        Vale.

En mi inocencia no entendí al principio a qué clase de juegos se refería papá.  Él andaba siempre tan ocupado en la empresa o con el partido que apenas tenía tiempo para mí más allá del baño diario y sus visitas nocturnas. Cuando aquellos respetables señores comenzaron a desnudarse entendí a qué tipo de juego se refería. Al juego del sexo.

Como me sucedió la primera vez que papá me llevó a la consulta de su amigo ginecólogo lo más duro para mí aquel día no fue el hecho de que esos hombres abusasen de mí. Lo más terrible para mí fue ver cómo papá abandonaba la sala dejándome sola a merced de ellos justo en el momento en el que el primero se colocaba entre mis piernas para penetrarme vaginalmente. Mientras lo tenía encima y me hacía de todo yo no dejaba de mirar a la puerta con los ojos llorosos esperando a que él volviese a rescatarme. No pasó.  El resto de miembros del comité se dieron un festín con mi cuerpo impunemente uno tras otro. Mi boca, mi culo y mi vagina fueron utilizados para darse placer aquella noche de viernes por un buen puñado de hombres adultos. Técnicamente fue mi primera orgía, la primera de tantas.

Pero todavía fue más duro la segunda vez que le acompañé a la reunión del comité y sus compañeros de partido me violaron ya con él presente. Siguió sin mover un dedo para defenderme cuando comencé a chillar de puro dolor con una polla adulta hurgando en mi ano. Se limitó a masturbarse mientras bebía un buen coñac disfrutando del espectáculo.  

A partir de la tercera violación grupal ya no se contentó con mirar sino que participó en la orgía como uno más, esperando pacientemente su turno para follarme, agarrándose la verga para introducirla en mi ano o eyaculando en el interior de mi boca sin el menor reparo para juntar su semen en mi estómago con el del resto de sus compañeros. Fue uno más y eso me mató.

Todavía veo su cara haciendo bromas sobre mi facilidad para el sexo y sonriendo a los demás cuando las pollas ya habían derramado sus jugos en mi interior y perdido su vigor mientras yo estaba hecha un ovillo sobre la mesa con las manos sobre mi vientre intentando inútilmente aliviar mi dolor.

Cuando terminaban conmigo papá me aseaba mal que bien. Con unos pañuelos de papel limpiaba el semen que salía de mi sexo, de mi culo o de mi boca y también el que manchaba el resto de mi cuerpo. Luego me ayudaba a colocarme el uniforme como si nada hubiese sucedido. Yo apenas tenía fuerzas para moverme, era prácticamente una niña.

Finalmente se despedía de todos entre risas y dándoles golpecitos en la espalda, emplazándolos a la siguiente reunión.  El ritual se repetiría tantas veces como él quiso, abrió mis piernas a sus amigotes hasta que lo echaron del partido.

Estoy firmemente convencida de que fue gracias a mí y a esas reuniones sexuales con los integrantes de la cúpula de su partido político como consiguió ser candidato a la alcaldía.

Cuando llegábamos a casa, aparcaba el coche en nuestro garaje, me daba una caricia en la cara y me decía:

-        Buena chica, buena chica. Lo has hecho muy bien. Ni mami ni Irene tienen que enterarse de esto, ¿vale?

-        Vale- contestaba yo sorbiéndome los mocos y enjuagando alguna que otra lágrima que no lograba sujetar.

Se bajaba la bragueta del pantalón, me agarraba de la nuca y, aprovechando la oscuridad del parking, hacía que se la chupase de nuevo. A veces pasaban bastantes minutos hasta que su polla recuperaba su vigor y me daba de beber su jugo, apenas unas gotitas ya que el grueso de su cargamento había sido descargado previamente en el interior de mi joven cuerpo durante la reunión.

Yo ya sabía que no volvería a dirigirme la palabra hasta que se le pusiese dura de nuevo, al día siguiente, cuando volvía a necesitarme para aliviarse pero, al meterme en la cama, a veces se le escapaba un besito de buenas noches en la sien de forma cálida, casi como un padre normal.

Solo con eso le bastaba para obtener mi perdón y que yo me durmiese con una sonrisa en los labios aunque con el ojete escocido, el coño dilatado y el sabor de su esperma y el de sus amigos en mi boca.

Al poco de cumplir los quince años el ritual cambió: papá dejó de pedirme que le acompañase. De inmediato noté que algo pasaba.  Dudaba mucho de que las reuniones se hubiesen transformado de repente en un foro de debate de ideas, propuestas y estrategias políticas.  La organización era completamente piramidal y todo lo que se hacía a nivel local estaba dirigido con mano firme desde la dirección en Madrid. Técnicamente, con los medios telemáticos de entonces, las reuniones quincenales estaban fuera de lugar.  Si aquellos fascistas se juntaban hasta bien entrada la madrugada era para beber licores caros a costa del presupuesto del partido, fumar habanos, esnifar coca sobre mis tetas y follarme. Y no precisamente en ese orden.

Sé que parece enfermizo pero llegué a echar de menos las orgías, las violaciones en grupo y los abusos.  No por el sexo en sí sino por serle de utilidad a papá, por estar con él, por ser parte de su vida más allá de las sábanas de mi cama.  Es cierto que, cuando él llegaba a casa tras las reuniones, se pasaba por mi cuarto y si bien no me follaba, me metía mano y me masturbaba torpemente. Yo fingía correrme cuando llevaba un rato acariciándome, no quería que se frustrase por ser un amante tan mediocre. Rara vez llegaba a correrme con sus tocamientos lo que resultaba patético teniendo en cuenta mi calentura natural y mi predisposición a ser manoseada por él o por cualquiera. Que me metan mano sin mi permiso era y sigue siendo una de mis fantasías más recurrentes.

Mi grado de desesperación era tal que cuando le veía marcharse los viernes por la tarde sin mí que me degradé al máximo y le pedí de rodillas que volviera a llevarme con él.  Suena aberrante, lo sé: una adolescente de quince años arrastrándose ante su padre maltratador, suplicándole no solo que la violase sino que la ofreciese a sus amigos como la más vulgar ramera.

Ni sé lo que llegué a decirle, supongo que todo el tipo de aberraciones que estaba yo dispuesta a hacer o a dejar que me hiciesen con tal de volver a ser digna de su tiempo y atención. Lo más que llegué a arrancarle es un lacónico: “lo pensaré” y una buena meada entre mis labios, allí mismo, en mi propio cuarto.

Me había adiestrado tan bien en el arte de tragar su orina que podía hacerlo en mi boca completamente siempre que los lapsos de tiempo entre descarga y descarga fuesen lo suficientemente largos para permitirme deglutirla.

Aquel día lo echó todo de golpe, sin darme tiempo a tragar, regándome inclusive toda la cara.

Todavía me parece escuchar su risa cuando me ordenó que lamiese el líquido derramado en el suelo con mi propia lengua. Actué como una auténtica zorra y lo hice, no dejé ni una gota sobre el parqué. Recuerdo mi flujo resbalando por mis muslos siendo degradada hasta tal extremo, es más, quise que viera lo cachonda que estaba abriendo mis labios vaginales con mis dedos mientras gateaba empapada. Por si fuera poco al incorporarme con la cara manchada de esperma, orina y lujuria descubrí a Irene boquiabierta, espiandonos escondida en el balcón.

Sinceramente no me disgustó ser el váter humano de papá, ni esa vez ni las otras muchas que me usó como tal. Hice lo que tenía que hacer para recuperar mi estatus y en cierta manera funcionó.

Al viernes siguiente ocupé el asiento del copiloto junto a mi papá en dirección al centro de la ciudad.  El muy cabrón aprovechó que Irene y mamá estaban de viaje al pueblo de la abuela e hizo que me vistiese a su gusto. En realidad el aspecto duro en sí no me disgustaba: tomó prestada una minifalda oscura  de Irene que a mí me valía pero me quedaba ultracorta y ceñida, un top palabra de honor negro que dejaba a la vista mi ombligo, unas botas casi de estilo militar y una torerita de cuero  para disimular mis pezones erectos por el frío. Todo eso, más el excesivo maquillaje, la cola de caballo y los labios pintados de fuego me daban un aspecto casi gótico que contrastaba con mi piel blanca, las pequitas de mi cara y mi melena rubia.

Pero lo que realmente me encantó de mi aspecto fue el choker que papá sacó de la guantera, una gargantilla de cuero negro con una argolla metálica que se ceñía a mi cuello con tal fuerza que la sentía oprimiéndome cada vez que tragaba.  De la argolla pendía un eslabón más pequeño para, como experimenté en múltiples ocasiones posteriores, ser apresado por una correa como si fuese una perra.

La ropa interior se quedó en su cajón, como tantas otras veces, aunque esta vez papá me instó a que me pusiese pantis de color negro que se pegaron a mi vulva babeante de inmediato.

Cuando llegamos a la oficina nos detuvimos justo delante de la puerta de la sala de juntas. Jolgorio y risas se escuchaban tras ella. Distinguí el timbre de una mujer lo que confirmó mis sospechas: otra hembra había usurpado mi lugar en las reuniones del Comité Local. Apreté los puños de pura rabia. Deseaba entrar ahí y arrancarle los ojos a esa guarra, fuese quien fuese.

-        Espera aquí – dijo papá, atravesando el dintel y dejándome sola, muerta de celos.

Apenas un par de meses antes papá hubiese tirado de mi muñeca para llevarme al cadalso. En más de una ocasión incluso desnudándome por el camino, dejando tras de mí un reguero de ropas juveniles por la sede del partido. Hubiese volado para presentarme a sus camaradas como mamá me trajo al mundo, para que me diesen rabo a discreción con total libertad, para que saciasen sus malsanos deseos de carne juvenil conmigo.

Aquel día me hicieron esperar fuera como si fuese una niña tonta.

Recuerdo los minutos siguientes como unos de los más humillantes de mi vida. Yo ahí, plantada frente a la puerta mientras escuchaba los gemidos de placer de una mujer anónima. Me imaginé a papá tirándosela y me puse mala. El pito de papá era sólo para mí.

Por fin la puerta se abrió y mi intuición no me equivocó: aquella zorra semidesnuda estaba abierta de piernas sobre la mesa ocupando mi puesto y papá arrodillado con la cabeza enterrada en su bajo vientre, comiéndoselo todo.

No la reconocí de inmediato aunque tampoco tardé demasiado en hacerlo. Dentro de lo malo hubiera preferido mil veces que la amante de mi padre me fuese del todo desconocida y ni siquiera tuve suerte en eso. De verdad que quise estar muerta, me sentí el ser más desgraciado del universo. Ni para follar me quería ya papi.

-        Mira a quién tenemos aquí…- dijo la muy zorra tirando del cabello de papá cuando me vio, tratándolo como a un despojo.

Pasó del resto de los presentes y, caminando como una tigresa, se puso frente a mí.  Pese a que me sacaba unos cuantos años de edad apenas se alzaba hasta la altura de mi frente. La había visto decenas de veces pero jamás me había fijado en sus facciones. Había sido invisible en el instituto, el último mono, un ser anodino e insignificante pero en aquel despacho era, indudablemente, la que marcaba el ritmo de lo que iba ocurriendo.

Su tono de piel era más bien clarito, sobre todo tratándose de una chica de origen latino. Me sumergí en la profundidad de sus ojos marrones, me recreé en sus largas pestañas, en el arito dorado que adornaba su bonita nariz y, sobre todo, en su boca. Tenía una expresión impersonal, dura y a la vez deseable y su ligero diastema la hacía rabiosamente atractiva para mí.

Tragué saliva y el choker me hizo recordar que todavía estaba ahí. Mi nerviosismo iba en aumento. Sabía cómo actuar ante todos esos hombres pero ante ella me sentía indefensa.  Quería matarla y, a la vez, comerle la boca como si no hubiese un mañana. Mi cabeza decía una cosa y mi cuerpo deseaba otra radicalmente distinta y, como me sucede siempre, la calentura de mi sexo aniquiló cualquier atisbo de raciocinio. 

Quise que me violase ahí mismo y por su manera de mirarme estaba claro que mi deseo iba a hacerse realidad. Notaba el latir de mi corazón en mi propio coño lubricándose cada vez más.

-        ¡Qué bonita eres! No me extraña que tu papá hable tanto de ti.

Noté como mis mejillas se arrebolaban cuando acarició mi cabello y comencé a juguetear con mis manos como cuando era una niña y me pillaban haciendo alguna travesura. No pude aguantarle la mirada y al bajar la vista me di de bruces con sus pequeños senos que, menudos, erectos y salvajes, me apuntaban a través de su camisa totalmente abierta.  Comencé a salivar, humedeciéndome ligeramente el interior de mis labios. Eran redondos y puntiagudos, igual que los de Irene, aunque algo más oscuros. Deseé succionárselos por completo y sin mesura, como hacía con los de mi hermana siempre que tenía ocasión cuando papá no estaba, pero una vez más ante una mujer atractiva me cohibí. Era incapaz de dar el primer paso con ese tipo de chicas aunque, por otra parte, me sometía sin reservas a todas sus depravaciones. Si complicado era obtener un “no” de mi boca por parte de un hombre resultaba imposible si se trataba de una mujer la que me solicitaba sexo de algún tipo.

Bajo el ombligo enjoyado vi un vientre plano y más allá un sexo tan impoluto como fragante. Su hormona me llegó hasta lo más hondo. Me sedujo con sólo aproximarse, mi sexo palpitaba imaginando aquella boca de rasgos andróginos arrasando con todo. Miré de reojo sus uñas, deseé que fuesen largas y afiladas para que me rasgasen el orto al dilatármelo con dureza. Por primera vez algo salía conforme a mi gusto aquella noche.

Me subió el mentón, se puso de puntillas y me besó. Sus labios sabían a polla y a semen pero me dio igual, los besos de chica son infinitamente más morbosos y excitantes que los de cualquier hombre. Diferentes, lúbricos, sensuales y tremendamente adictivos, así son los besos de las féminas. Y más aún si, como los de esa chica, provenían de unos labios con sobrada experiencia con otras mujeres.

Su lengua no me defraudó, acosó a la mía con firmeza pero sin querer atravesarme la garganta como hacían los amigotes de papá. Cerré los ojos y me dejé hacer, deleitándome con sus babas y con el ir y venir de su apéndice húmedo en mi boca. Apenas escuché el jolgorio y los silbidos de la chusma que nos rodeaba. Me sobraban todos, papá incluido. Solo la necesitaba a ella.

Sabía que los hombres se excitaban al ver a dos chicas montándoselo entre ellas aunque no lo había experimentado en mis carnes hasta ese momento.  Había follado con chicas, incluso con varias a la vez durante las pijamadas pero jamás delante de un hombre y menos frente a una jauría de lobos hambrientos. Como digo podría habernos rodeado un regimiento de mulatos hiper dotados: en aquel momento mi mundo era ella y lo que deseara hacerme.

Después de varios siglos besándonos me agarró de las muñecas, llevando las palmas de mis manos hasta sus pequeños pechos, instándome a agarrarlos con fuerza.  Eran tersos, duros y a la vez cálidos como el terciopelo. Supongo que quiso que yo tomase la iniciativa y ante mi inacción pasó al ataque.

-        ¡Qué rica estás!

Tiró de mi torera hasta que quedó atascada en mi espalda. Esto me impidió seguir sobando sus diamantinos senos, estaba como maniatada, totalmente a su merced. Ni qué decir tiene que me encantó el cambio de rol.  Adoptó una expresión dura y lamió mi cuello a la vez que tiró de la anilla que pendía de mi garganta hasta que su boca quedó justo al lado de mi oreja:

-         Te queda mejor que a mí, princesita de papá – me susurró -.

Masacró mi cuello casi a dentelladas, haciéndome bastante daño, tanto que estuve a punto de correrme. Con un movimiento brusco me bajó el top palabra de honor hasta mi vientre, dejando mis pechos totalmente al aire, expuestos a sus deseos y a la vista de los hombres que nos rodeaban aullando como lobos. 

-        ¡Ya tenía yo ganas de pasar cuentas contigo! – murmuró succionando mi cuello, haciéndome una marca que duraría allí varios días - ¡Te vas a enterar, zorrita!

Utilizando mi cabello para someterme, tiró de él con firmeza hasta colocarme boca arriba sobre la mesa, con las tetas al aire, los pezones empitonados y los brazos cruzados en la espalda, atrapados por la torera. Tras separarme las piernas hasta casi desmembrarme, me arrancó los pantis violentamente; me los destrozó con tanta virulencia que incluso me alzó unos centímetros de la madera al tirar de ellos con furia. Recuerdo su mirada inyectada en sangre fija en mi entrepierna, estaba como ida.

Sentí ya no miedo sino pánico. Se colocó sobre mí a horcajadas, me soltó un par de bofetadas de verdad, no como las de los chavales de mi manada; hostias como panes que me hicieron chillar primero y correrme después.  Me ensartó dos dedos por el coño hasta que sus fantásticas uñas tocaron fondo en mi interior. Sus falanges me vejaron, me dilataron, me retorcieron la entraña, hicieron magia en mí y mi sexo ya no paró de expulsar babas toda la noche gracias a las aberraciones que esa mujer me hizo.

Esa chica me violó, vaya que si me violó, allí mismo, delante de todos, delante de mi papá y fue fantástico.  Me perdió todo el respeto, se dejó llevar, descargó en mí toda su furia acumulada y provocó en mi cuerpo desaforadas reacciones de placer ante el dolor sufrido que no había experimentado yo hasta entonces y que me encantaron.

Yo no entendía el motivo de su ira, tampoco era el momento de preocuparse por un detalle tan nimio, sólo quería que me pegase más y más fuerte. Fiel a su forma de actuar papá no movió un dedo para socorrerme. Gracias a dios no lo hizo, le hubiera arrancado yo misma los ojos.

Mi violadora me metió cuantos dedos quiso por el culo al tiempo que profanó mi vulva con furia. Introdujo en mi cuerpo objetos que ni siquiera recuerdo. Me comió el coño hasta dejarlo impoluto y usó mi cara y mis labios para darse placer en el suyo. Me trató como a una mierda, no dejaba de tirar de mi cabello e insultarme y escupirme mientras su coño untaba mi cara con su jugo. Cruzó mi cara varias veces, tortazos a mano abierta que me hicieron vibrar tanto o más que sus tocamientos.  Tiró de mis pezones, incluso tiró de mi lengua cosa que jamás nadie me había hecho y que me resultó tremendamente angustioso ya que me impedía respirar.

Por primera vez en mi vida alguien me trató tal y como yo deseaba: como a un pedazo de carne y nada más.  Diré que he intentado recrear aquella misma sensación varias veces en mi vida y que, si bien lo he logrado, jamás podré olvidar mi primera vez con ella.

Cuando se cansó de torturarme cruzó sus piernas con las mías, unió nuestros sexos y usó mi coño para darse placer hasta que, entre risas histéricas, sudor y jadeos se corrió.

Para finalizar, me agarró de los tobillos y me abrió de piernas ofreciéndome a todos los presentes.  Uno tras otro los amigos de papá se me fueron tirando. Todos menos papá, ella no dejó que me tocase. Mientras los otros eyaculaban en mi entraña, me obligó a ver cómo se lo follaba, cabalgándolo justo en mi cara, mostrándome cómo el cipote de papá entraba en ella y no en mí una y otra vez, recreándose en su victoria.

Cuando terminó con él, dejándole las pelotas vacías de jugo, se vistió y se largó sin más no sin antes susurrarme de nuevo junto a la oreja mientras uno de aquellos viejos me enculaba con ganas:

-        Volveremos a vernos… chica popular…

Creo que hasta papá se asustó de mi estado cuando me metió en el coche al rayar el alba, cuando el efecto de la coca disminuyó. La cara me ardía aunque por fortuna mi nariz no sangró. Lo que más me dolía era el costado, donde había recibido varios puñetazos de esa diosa del sexo.

-        ¿Qui… quieres que pasemos por casa de mi amigo el médico para que te vea y te de algo? – preguntó cuando el motor del coche se detuvo.

-        No… no. Todo está bien.

-        Ale… yo…

-        Cállate, por favor.

Lo último que necesitaba de papá en ese momento era una disculpa y más como sabía que era más falsa que una moneda con dos caras. Desabroché el cinturón de seguridad, repté hasta su bragueta y le chupé su sucia polla una vez más. Sé que no había necesidad de hacerlo ahí como las otras veces, que podría haberlo hecho en mi cama o en la cama de papá. Desde que supe que íbamos a estar solos en casa ese fin de semana di por descontado que compartiríamos cama, baño y fluidos corporales los dos todo el tiempo.

El asunto es que era yo la que no podía esperar: estaba como loca por volver a paladear el sabor del coño de la exsecretaria de mi instituto en mi boca.

Alexandra, la niña de todos

Capítulo 6: El socio

No soy yo de echar la culpa a los demás de las cosas que me han sucedido en la vida. Soy de las que piensan que a lo hecho, pecho… aunque con matices. A veces las circunstancias nos obligan a hacer cosas que uno no desea. El mal menor lo llaman algunos, yo simplemente lo denomino instinto de supervivencia.

Tampoco considero a papá responsable de mi pasión desmedida por el sexo. Cierto es que me enseñó a practicarlo de múltiples formas a una edad escandalosamente temprana pero creo que simplemente adelantó las cosas unos años. Fue un catalizador que acelera la reacción sin alterar el producto, mi calentura y mis ganas de follar venían de serie; ambas me hubiesen llevado indefectiblemente al punto en el que me encuentro ahora: una hembra adulta enganchada a todo tipo de sexo bizarro y extremo.  

De lo que sí responsabilizo a mis padres es de querer dar una apariencia de normalidad a nuestra familia cuando no lo era en absoluto. A mis quince años y medio ya iba siendo yo lo suficientemente mayor como para darme cuenta de las cosas: un padre que se folla a su primogénita a todas horas, en su propia casa, en su propia cama era algo imposible de ocultar para el resto de la familia.

Obviamente Irene lo sabía, nos había visto fornicar infinidad de veces oculta en el escondite de la terraza. Estaba claro que mantenía el secreto por el puro miedo que sentía hacia nuestro padre, por temor a ser ella la siguiente.

Quedaba la cuarta pata de la mesa y, por mucho que me negué a aceptarlo en un principio, estaba muy claro: mamá también lo sabía.  Manchas de esperma en las sábanas, grumos de semen en mis pijamas, restos de sangre en la parte trasera de mis braguitas, visitas a un ginecólogo al que ella ni conocía, desaparición y aparición de ropa interior que ella no compraba… a una licenciada en medicina y eminente cirujana plástica era imposible que se le escapasen esas cosas.

Si a todo eso añadíamos las constantes visitas nocturnas de papá a mi cuarto, el hecho de que él siguiera dándose largos baños conmigo pese a haber entrado yo en la adolescencia y que más de una vez lo pilló saliendo de mi cuarto con la tienda de campaña erecta y el pantalón manchado a la altura de la entrepierna formaban un cóctel de indicios imposibles de obviar.

Mamá sabía que papá me follaba prácticamente desde que empezó a hacerlo, estoy segura. Jamás le pregunté por qué dejaba que padre me hiciese esas cosas, por qué no me protegía como una buena madre... ¿para qué? En realidad nada tenía que echarle en cara. He de ser honesta: me gustaba lo que papá me hacía en la intimidad de mi cuarto. 

Por lo que sé mamá nunca fue una entusiasma del sexo y supongo que pensó que si papá se aliviaba conmigo a ella la dejaba en paz. Mamá también es una mujer práctica, probablemente eso lo heredé de ella.

Aquella fue la época de vacas gordas en casa. Todo iba viento en popa para papá: para sorpresa de todos había conseguido una concejalía en el ayuntamiento, la primera para su partido en la región. En lo económico no le iban peor las cosas. El gabinete financiero que tenía con Manel, su socio, crecía como la espuma, en gran parte por la capacidad de este último para los negocios y, en menor medida, por los contactos políticos de papá.

En lo personal tampoco podía quejarse. Tenía a mamá como perfecta mujer florero, a mí para follarme en casa y a su joven compañera de partido para irse de mítines horizontales durante los fines de semana. Estaba en la cima del mundo, en la cresta de la ola el hijo de puta.

Tan bien le iban las cosas que organizó una fiesta en el fastuoso hall de la sede de su empresa en Barcelona; un espectacular espacio diáfano que se alzaba hasta el mismo tejado por el interior del edificio y al que daban buena parte de los despachos de los empleados. El objetivo del fasto era proclamar su próxima candidatura al Congreso de los Diputados por la provincia en la que iban a asistir sus compañeros de partido local, lo más selecto del “facherío” de la región e incluso el principal dirigente nacional.

Al muy cabrón no se le ocurrió otra cosa que obligarnos a asistir tanto a Irene como a mí junto a mamá. Me apetecía tanto ir como darme martillazos en el dedo meñique. A la mayoría de aquellos cabrones no sólo los conocía sino que los había tenido dentro y no me apetecía nada sentir sus miradas y sus risitas burlonas cuchicheando sobre las veces que se habían corrido en mi cara o reventado mi culo.

Sinceramente todas esas tonterías me daban lo mismo, la mayoría de ellos eran amantes tanto o más patéticos que papá y tenían mucho más que ocultar que yo: muchos estaban felizmente casados y con multitud de hijos, como dios manda.

Lo que no podía soportar era cómo miraban esos babosos a Irene en los actos públicos a los que acompañábamos a mi padre. La acechaban como lobos, haciéndole comentarios subidos de tono, indirectas de tipo sexual cuyo significado ella obviaba o desconocía.  Le preguntaban si tenía novio, si era tan… abierta de mente como yo o que cuándo iba a acompañarme a las reuniones del partido de los viernes y cosas así.  Además la toqueteaban constantemente, la mayoría de manera vergonzante para mi hermana pequeña. Sus tetitas ya habían dejado de ser sólo un proyecto y se presentaban en su pecho de una forma incluso más rotunda que las mías.  Sus prominencias eran rozadas “involuntariamente” casi tan a menudo como su trasero por aquel atajo de salidos.

Aquella tarde noche no fue una excepción y en cierto modo no les culpo, Irene estaba realmente espectacular con su minivestido de marca pija, sus torneadas piernas morenas, su incipiente canalito en el escote y su perfecta carita de niña buena. Yo, en cambio, apenas me arreglé para la ocasión a modo de protesta pueril por no querer estar allí. Llevaba puesta una minifalda tableada, una camiseta de tirantes, mi torerita de cuero y zapatillas Converse, como casi siempre que salía de casa con papá a sus reuniones. Mi piel, lejos del sensual tono tostado de mi hermana, presentaba un tono rojizo quemado por el sol lo que me daba un aspecto más similar al de un rábano desteñido que al de una zanahoria turgente y deseable.

Tampoco llevaba bien la presencia de la amante de papá deambulando de aquí para allá, pavoneándose delante de todo el mundo. Tenía sentimientos encontrados hacia ella: por un lado me atraía físicamente hasta un punto casi patológico pero por otro no podía soportar que fuera proclamando la cornamenta de mamá a los cuatro vientos. Lissy no se despegaba de mi padre en ningún momento sonriendo como una zorra, la muy puta.

La merienda cena en sí o el “drunch” si se quiere el término técnico estaba rico y me agencié varias copas de champagne francés que me animaron un poco. Ya por entonces tonteaba con el alcohol y las rayas de coca no me eran extrañas. Recibí un par de propuestas de los “habituales” del partido para escabullirnos a algún rincón apartado para que les hicieses una mamadita pero nada me apetecía menos que cambiar el buen sabor del vino espumoso por sus espermas putrefactos.

Creo que fui una de las pocas personas que echó de menos a Manel. Era tan brillante como poco dado a aquellos actos públicos y más de una ideología política tan opuesta a la suya. Nos había saludado cortésmente como hacía siempre a nuestra llegada y ya no había vuelto a saber de él.  Papá siempre decía que era un aburrido en cambio a mí siempre me había parecido fascinante y sumamente atractivo. A diferencia de papá no destacaba por tamaño físico aunque se conservaba estupendamente.

Miré hacia arriba, en dirección a su despacho. La luz estaba apagada pero yo sabía que estaba allí… tras los cristales ahumados, mirándome o tal vez haciendo algo más. Se me ocurrió la forma de vengarme de papá por obligarme a estar allí.

Huyendo del acoso y de más de una mano larga sobre mi culo recordé mis correrías de niña por aquellas instalaciones y me planté frente a la puerta del despacho del socio de papá.

-        La llave tiene que estar por ahí – murmuré rebuscando en la maceta de uno de los dos ficus que la custodiaban - ¡Aquí está! Lo sabía.

En cuanto entré en el despacho olí la fragancia a marihuana que lo envolvía todo. Por lo que supe después se aficionó a ella durante los últimos meses de vida de su esposa que la usaba con fines terapéuticos.  Recordé mi más tierna infancia, cuando utilizaba el mismo truco para escabullirme de Irene y sus constantes lloriqueos. Cerré la puerta con llave tras de mí, una nube de humo apareció de la nada haciéndome saber que no estaba sola. Mi entrepierna recordó que hacía demasiado tiempo que no la llenaba como era debido más allá del mediocre polvo diario con papá; casi una semana sin un buen rabo dentro o sin un mal coño que llevarme a la boca, una eternidad para mí. Me humedecí.

Siempre me gustó ese despacho. A diferencia del de papá, que era todo ostentación y barroquismo rancio, estaba decorado con muy buen gusto. Pocas cosas y muy cuidadas. Como único detalle personal, la foto de su difunta mujer y de su hija, a cuál de las dos más atractivas. Sabía que Manel y Laia no se hablaban desde la muerte de la madre y que ella vivía con sus abuelos aunque desconocía el motivo de la desavenencia entre ellos. Todo el mundo decía que guardaba cierto parecido con Laia a mi edad aunque para mí ella era infinitamente más bonita; tenía unos ojazos verdes que quitaban el sentido y sus tetas eran melones comparadas con las mías.

Revisé la magnífica colección de cámaras fotográficas y, al ver el espacio vacío dejado por una de ellas, sonreí:

-        Veo que sigues haciéndome fotos a escondidas.

El ronco sonido del mecanismo de las pesadas cortinas cerrándose fue la única respuesta que obtuve. Cuando la estancia quedó sellada del mundo exterior la oscuridad se quebró con un primer fogonazo al que siguieron un par más.

-        Papá casi te pilla la última vez.

Evocando épocas pasadas, me senté sobre el soberbio escritorio que lo presidía todo. Recordé el mobiliario y prendí una pequeña lamparita cuya luz apenas daba para iluminar el mueble.  Los fogonazos se iban sucediendo a ritmo pausado.

-        Estuviste rápido escondiendo la cámara. En cambio a mí papá me pilló con las braguitas colgando de los tobillos dándole brillo a mi coñito.

De niña me gustaba el suave tacto del cuero de cabra del tapete que lo cubría. Lo rozaba con el dorso de la mano, donde la piel es más sensible, donde la caricia se siente más intensa.

-        Se enfadó un montón conmigo y no me dejó volver más a este despacho.

Tal vez fue el vino, el saberme observada, mi recuerdo infantil o las tres cosas a la vez, no lo sé. El hecho cierto es que me excité con el suave tacto de la piel animal, tal y como me sucedió en mi niñez y, al igual que entonces, deslicé mi mano bajo mi falda delante de él y me deshice de mi ropa íntima que cayó hasta el parqué bajo una andanada de destellos.

-        Aunque yo sabía que seguías haciéndomelas desde aquí arriba. Te vi muchas veces.

Palpé mi sexo; no soy yo persona de andarme con rodeos y mucho menos cuando estoy caliente, como casi siempre. Encontrarlo chorreando no fue ninguna sorpresa, estaba así desde que entré en ese despacho, desde que sabía que mi venganza iba a consumarse.

-        Hace calor, ¿no?

Me quité la torera, la camiseta de tirantes voló por los aires aterrizando casi tan lejos como mis Converse, colocándome de rodillas sobre la mesa, separando bien las piernas, vestida solamente con mi minifalda. En la penumbra noté cómo Manel se incorporaba de su asiento, acercándose a mí lentamente, aproximando el objetivo a mi zona más caliente. Le facilité las cosas separando mis labios vaginales con los dedos, mostrándole abiertamente eso que tanto quería ver y, sobre todo, fotografiar desde que yo era niña.

-        Así querías verme, ¿no?

Permanecí quieta y exhibiéndome. La lluvia de fotos me hacía sentir deseada por tal vez el único hombre en el mundo que me ha aceptado tal como soy.

-        Recuerdo que me pediste algo más. A ver si recuerdo cómo se hacía…

Ayudándome con las manos formé una arruga en el tapete, un enorme abultamiento en forma de canal y me monté a horcajadas sobre él.  Me deshice de la falda, sólo servía para ocultar la parte de mi cuerpo que a mí más me apetecía mostrar y a él fotografiar.  Comencé a mecerme muy despacio, recreándome en cada roce de aquella piel animal en mi vulva. De vez en cuando me detenía para ofrecer al improvisado paparazzi una pose nítida de mi cuerpo.  Él aprovechaba esas pausas para acribillarme el coño a fotos. La excitación del momento lo mantenía brillante y húmedo.

-        ¡Uhm… qué delicia!  No me extraña que me gustase tanto hacer esto cuando era niña…

Me di placer un momento, no demasiado. El rozamiento clitoriano estaba bien para calentar a los hombres pero era poco para mí. Yo soy una chica algo disfuncional. En lo que se refiere al sexo con otras hembras prefiero que me laman, me chupen y me acaricien pero con los hombres prefiero que vayan directamente a la penetración: que entren en mí, que me usen para darse placer; sin más preámbulos.

Tal vez suene a complejo de “muñeca hinchable” pero por lo general me aburren sobre manera los preliminares masculinos en plan gallito ligón; me va lo “gonzo”, el “aquí te pillo, aquí te mato”; rabo y más rabo penetrándome uno tras otro. No tengo problemas en jalarme varias pollas a la vez sin ni siquiera ver la cara de los gilipollas que suele haber tras ellas.  He jugado al muelle con desconocidos sin llevar preservativos, he suplicado verga en mis agujeros durante orgías salvajes, que me atasen pendiendo del techo como una bola discotequera dejando a merced de los machos mi sexo, mi culo y mi boca.  He suplicado por ser violada, porque me pegasen, porque me hiciesen de todo. Y me lo han hecho. Y me lo hacen, afortunadamente siempre hay pervertidos dispuestos a pasar un buen rato conmigo.

En esos momentos en los que no soy persona es cuando me siento más viva.  Disfruto sintiéndome un pedazo de carne y nada más. Un objeto de usar y tirar. Sólo entonces soy yo, la verdadera Alexandra y soy feliz.

A Manel, en cambio, le dejé que me hiciese fotos a su ritmo, entré en su juego conscientemente. Me masturbé a dos dedos con el objetivo a pocos centímetros de mi coño. Me lo abrí cuanto pude para que fotografiase muy adentro sin ocultar mi rostro sonriente, cosa que hizo.

Siendo honesta nunca he tenido problemas con este tipo de fotos explícitas. Al principio intenté controlarlas más bien por compromiso haciéndomelas solamente con mi teléfono móvil pero luego ya fue imposible. Los tíos y tías que me follaban me las tomaban y las compartían con terceros. No me importaba, era una forma más de sumisión, de ser popular y lo aceptaba. También su difusión me permitía conocer gente, hombres mayores generalmente, hombres con dinero con los que sufragar mis gastos.

Incluso más de una vez se las he pedido a algunos de mis amantes para compartirlas, yo no suelo guardar ninguna si no es por negocios. Me repugna tanto mi cuerpo que no soy yo mucho de guardarme fotos

Cuando Manel estuvo realmente cerca saqué los dedos de mi cuerpo. Chorreaban. Dejé que lamiese mis dedos primero para, acto seguido, cebarse con mi coño; incluso se lo abrí yo misma en canal para que se diese un festín con él y no solamente con la vista.

Cuando pasó la lengua por mi clítoris recordé aquella tarde de verano, el día en el que él sorbió la mezcla de flujos pueriles y sudor directamente de mi coño por primera vez. Apenas fueron tres o cuatro lametones furtivos y libidinosos pero jamás podré olvidarlos. Me lo hizo mil veces más rico que papá, fue lo más parecido a que me comiese el coño una mujer.

Esta vez la puerta estaba cerrada a cal y canto. Esta vez el imbécil de papá no podría interrumpirnos, ManeI iba a jugar conmigo todo lo que le diese la gana.

Sometida a sus deseos dejé que me lo comiese todo, que me sobase las tetas, que me tocase el culo y que juguetease con mi ano. Me metió un dedo hasta el fondo por mi agujero oscuro y ni rechisté.  Le hice saber con mi actitud complaciente y sin necesidad de palabras que estaba a su entera disposición. Pero luego me lo pensé mejor y retomé nuestros juegos durante mi infancia y cuando hizo amago de penetrarme, esta vez con su pene y no con su dedo como hizo cuando era niña, cerré las piernas de golpe y salí corriendo.

-        Siempre fuiste muy lento – reí esquivando sus manos con facilidad -.

Hui por el despacho como cuando era niña y me dejé atrapar enredada en las cortinas. Primero me agarró de los senos aunque en seguida sus manos se pegaron a mi culo. Suele pasar, mis tetas no son gran cosa en cambio mi trasero es un imán para los hombres maduros.

Después leyó mi mente y me dio un beso, un beso tórrido y apasionado, un beso bien dado, de esos que se dan con ganas y no por compromiso. Supongo que llevaba muchos años guardándolo para mí y lo recibí con calidez.  Mi idea al entrar en el despacho era follármelo solamente por despecho a papá pero realmente estaba disfrutando de todo aquello. Yo también le tenía tantas ganas a Manel como él a mí.

Intenté colgarme de su cuello pero sus manos firmes me lo impidieron.  Me agarró de las muñecas por la espalda y siguió besándome con ansia, como si tuviésemos algo pendiente, clavándome la lengua hasta el fondo, usando la mía a su voluntad, tal y como a mí me gustaba. Cuando se cansó de comerme la boca con un gesto brusco me dio la vuelta y mis manos se pegaron al frío cristal.  Abajo, los comensales con sus falsas sonrisas; arriba, la verdadera fiesta: una fiesta sudorosa, hormonada y muy ardiente. 

Malinterpreté los deseos del socio de papá y puse mi trasero en pompa al notar la presencia de su pene en las proximidades de mi orto. Pensé que iba a encularme, deseé que lo hiciera cuanto antes y que fuese brusco conmigo, que me taladrase el ojete mientras yo miraba a papá. Lo quería dentro y lo quería ya.

Sentí una suave presión en mi esfínter anal. Forcé un poco más mi postura: quise darle el mejor de los ángulos de ataque a Manel, facilitarle las cosas, someterme a él.  Lo hacía con todos así que con él todavía con más motivo.

Obviamente el socio de mi padre no conocía nada de mi dilatada experiencia por la puerta de atrás y se limitó a un par de empujones sin traspasar la entrada que me dejaron el culo tiritando de pura ansia.

Sin darme tiempo a nada más me llenó la vagina por detrás de carne dura y bien dimensionada. Arrancó de mi boca un gemido mitad gusto, mitad sorpresa. Papá no era solo el socio menos inteligente sino que además era el peor dotado de los dos. Para follarme en esa postura había que estar en forma y tener una buena tranca como la de Manel.

Él se dio un homenaje a mi costa, me dio cuanta polla quiso, que fue mucha. Se le notó bastante que me tenía ganas desde niña, cuando me hacía fotos masturbándome sobre su mesa.  Me aprisionó contra el cristal y mis pechos se pegaron a él como ventosas mientras me follaba. Me gustó a rabiar sentirme presa totalmente a su voluntad: sometida y abierta, a la merced de mi amante o amantes; ese es mi estado natural.  

Saciado el primer instinto salvaje y al ver que no me resistía me dio algo de espacio. Me incliné un poco más y así pudo asirme por los hombros, atrayendo mi cuerpo hacia el suyo con firmeza, endosándome una soberbia arremetida que me llegó muy adentro, dejándome sin aire, llenándome de gozo.

Tras esa primera andanada vino otra y después varias más hasta propinarme una cantidad de contundentes ensartadas nada despreciable. El tipo sabía lo que se hacía, tenía mucho deseo contenido, mucha hambre de sexo, muchas ganas de mí. Me encantó cómo me folló, con firmeza y muchas ganas, como un cliente se folla a una puta.

Grité, aunque no de dolor sino de puro gusto cuando incrementó el ritmo, Manel era una caja de sorpresas; follaba de puta madre. Ni por asomo había imaginado hasta ese momento que ese ser huraño pudiese ser un amante tan bueno. Los viudos que me había tirado por aquel entonces, que eran unos cuantos, solían correrse dentro y bastante pronto.  Puse a prueba la insonorización del despacho, el socio de papá no me lo hizo rápido ni lento; me lo hizo bien, no para correrse sino para que yo disfrutase como una perra, como rara vez hacen los hombres.

Cada vez que él entraba en mí se escapaba de mi garganta un jadeo, más bien un chillido de gustito y placer. Cuando salía, se llevaba consigo una nada despreciable cantidad de babas y un poquito de mi vida.  Estallé lamiendo el cristal de puro vicio plena de verga y seguí poniendo mi coño a disposición de mi fantástico amante hasta que este me acompañó llenando de esperma todo mi vientre.

Mientras Manel se corría muy adentro pude ver al resto de mi familia pululando de aquí para allá desde mi atalaya. Notaba cómo el trasvase de fluidos iba llenando mi entraña y me supuso un plus de excitación el observarlos; entendí el morbo que sentía Manel en su faceta de mirón desde su torre, controlándolo todo, perdonándonos la vida al resto de los mortales.

Estuve tentada de suplicar por mi culo pero el polvo había sido soberbio, no era cuestión de estropearlo con una enculada mediocre: Manel ya no era ningún jovenzuelo y el vigor de su pene menguó de manera escandalosa en cuanto derramó en mi interior su esencia.

No obstante estaba tan agradecida por el polvazo que me arrodillé ante él y chupé su polla de manera pausada, profunda y lúbrica a la vez. La cámara estaba lejos, perdió la ocasión de hacerme unos cuantos primeros planos con su verga entre mis labios. Hubiese dejado que me hiciese fotos la mar de a gusto, hasta jugando con ella de forma obscena.  Mi objetivo era limpiársela por completo y ofrecer mi boca por si quería desahogarse de alguna otra forma. Me sentía tan bien y tan guarra con él dentro que nada me hubiese gustado más en aquel momento que el tragar una buena meada suya pero eso no se dio: por desgracia a Manel no le van esas cosas como a papá.

No diré que el socio de papi sea un campeón, ni que me da rabo hasta sacármelo por la boca, ni que me echa tres sin sacármela cuando me he encamado con él solo digo que es uno de los pocos hombres con los que lo he pasado realmente bien follando sin tener la necesidad de que me atase, me diera de hostias, me mease la boca o me la llenara de mierda. Es más, a día de hoy, sigo tirándomelo regularmente y lo hago gratis, sin pedirle dinero a cambio. Lo hago con gusto, porque me cae bien y porque es jodidamente bueno en la cama.

Cuando terminamos y compusimos nuestras ropas en la penumbra volvimos a la fiesta por caminos separados. Papá me encontró cuando ya se estaba desfasando todo. El alcohol hacía estragos en él y tenía cara de pocos amigos. Irene me miró muy alterada, indicándome con un gesto que yo tenía restos de semen en la comisura de los labios. Creo que papá se dio cuenta así que tomé una copa de champán y me la bebí de un trago para disimular.

-        ¿Dónde estabas? – Me preguntó muy enfadado - ¿con quién?

-        Por ahí.

-        ¿Por ahí…? – musitó en voz baja junto a mi oreja – Chupando pollas, seguro… puta, que eres una puta…

-        Estaba conmigo – escuché la voz con fuerte acento catalán de Manel -. Estábamos en la azotea, observando la luna desde el telescopio.

Papá era tan gilipollas que no cayó en la cuenta de que estábamos en fase de luna menguante y que salía por el horizonte bastante más tarde. Sólo pensaba en lo suyo, no tenía ni idea de nada. Obvió la contestación de su socio y me dijo en tono muy severo:

-        Mañana temprano nos vamos a Madrid todos. Nos ha invitado el presidente del partido a una capea. Hay que estar, me juego mucho.

Recuerdo que su propuesta me sentó como un tiro.

-        Yo no voy, y menos a eso – dije envalentonada por el alcohol y por la presencia de Manel a mi lado.

-        Tú te vienes aunque sea a arrastras.

-        Que no. Eso de matar toros es de asesinos. Yo no voy.

Papá se puso rojo como un tomate, nada le jodía más que le contraviniese en público. Si no me cruzó la cara fue porque no estábamos solos, porque le habría generado mala prensa, y no por falta de ganas. En cuanto llegásemos a casa yo sabía que me iba a reventar a hostias, estaba claro como el agua.

Reconozco que por entonces yo lo cabreaba a propósito para que me pegase, era la única forma que tenía de alcanzar el orgasmo con él encima.

-        Es que eres insoportable. No piensas más que en ti misma – me dijo esputando babas -.

-        Tú di lo que quieras pero no, que yo no voy…

-        Pues tú en casa a solas no te quedas. Te conozco y eres capaz de traer a medio instituto a casa a… a…

Supongo que estuvo a punto de decir: “a metértelos en las bragas” pero la presencia de Manel suavizó las cosas.

-        … a perder el tiempo.

-        ¿Por qué no se queda en la mía? – apuntó Manel en tono conciliador.

No sé quién se sorprendió más por la propuesta si papá o yo. Reaccioné rápido no expresando emoción alguna. Si papá intuía que quedarme con su socio iba a proporcionarme algo de diversión era capaz de rechazar el viaje con tal de joderme.

-        ¿En la tuya? Si eres un monje de clausura. Se aburrirá contigo.

-        Se puede quedar en la habitación de mi hija. Por desgracia ella ya no la usa. Hace un montón que no se pasa por casa.

-        ¡Qué idea tan estupenda! -  exclamó mamá con su vomitiva practicidad aunque reconozco que le echó un par de huevos al continuar - O si no siempre se puede quedar con esa chica tan simpática. Nunca me acuerdo cómo se llama tu compañera de partido. Se supone que es niñera… cariño. ¿Lissy? Es raro que no esté por aquí, está todo el tiempo colgada de tu brazo…

Papá se puso blanco como la leche y no fue por el mal cuerpo producido por el alcohol. Obviamente no le hizo gracia la opción propuesta por mamá, sabía que Lissy y yo íbamos a estarnos comiendo la almeja todo el fin de semana y no quería darme ese gusto. Hasta papá se había dado cuenta de que esa chica me atraía. Hizo lo que hubiese hecho yo, optó por el mal menor, hizo caso a su instinto de supervivencia:

-        No. Con ella no. Mejor con Manel.

-        Por mí está bien – dije en un tono totalmente neutro pese a que chillaba de júbilo por dentro -. Aunque tendré que pasar por casa para buscar unas cosas. Ropa, pijama y todo eso…

-        Salimos mañana a primera hora, te llevaremos a su casa nosotros en coche antes de ir a Madrid.

Se me encendieron todas las alarmas, sabía que papá era capaz de llevarme a la capea en contra de mi voluntad una vez metida en el automóvil.  Para mi fortuna tenía a mi favor un caballero andante que, además de follar de lujo, era listo como el hambre:

-        Pues yo creo que lo mejor es que se venga conmigo esta noche.  Vuestra casa nos pilla de paso. La llevo en mi coche, recogemos lo que haga falta y vamos a la mía.

-        Pe… pero… -balbuceó papá como un bobo, sobrepasado por los acontecimientos.

-        Por favor Manel, vámonos ya – dije yo rematando la faena -, estas zapatillas me están matando…

Irene tuvo que darse la vuelta para ocultar su risa. Siempre ha sido capaz de detectar mis mentiras. Supongo que adivinó quién era el artífice de la mancha de semen de mi cara y que yo todavía tenía ganas de tragar más de lo mismo. Nos contábamos buena parte de nuestras confidencias, sabía de mis andanzas sexuales y de mi predilección por las chicas o, en su defecto, por los hombres de cierta edad como Manel.

Dejamos a papá y su mala leche atrás. El coche eléctrico de Manel voló por las calles de Barcelona en dirección a Mataró. Me porté bien y no se la chupé mientras conducía. Lo había hecho con algún que otro madurito vicioso y resultaba tan excitante como peligroso. Que te llenasen el estómago de lefa a doscientos por hora tenía su morbo aunque también riesgos.  No era cuestión de forzar las cosas, tenía todo el fin de semana para tragar el esperma de Manel, no volvería a ver a mi familia hasta el lunes por la mañana.


Alexandra, la niña de todos

Capítulo 7: Laia.

El paso por mi domicilio fue tan rápido como su coche en la autopista. No quería encontrarme con papá ni por casualidad.  Manel alucinó al verme volver a su lado apenas dos minutos después de haberme ido. Supongo que no estaba acostumbrado a que una mujer tardase tan poco tiempo en arreglarse.

-        ¿Sólo llevas eso? – dijo riendo al verme simplemente con mi cepillo de dientes, el cargador, el móvil, las llaves y mis píldoras anticonceptivas en la mano.

-        ¿Acaso necesito algo más?  -  sonreí -. Me lo voy a quitar todo en cuanto entre en tu casa. Me vas a tener desnudita todo el fin de semana. Te vas a hartar de follarme y hacerme fotos guarras, que sé que te encanta… pervertidillo.

-        Estás loca, Laia. 

Le cambió el semblante al reconocer su error:

-        Alexandra, quería decir.

-        Puedes llamarme como quieras – dije en tono conciliador tomando asiento a su lado.

Y queriendo seguir la broma tomé su mano y la puse sobre mi rodilla desnuda:

-        Vámonos, papi – le dije mimosa -. Llévame a casa.

Él no contestó, quitó la mano y siguió conduciendo. Me sentí incómoda por su silencio, tal vez había metido la pata y no quería joder lo que iba a ser un fin de semana especial para los dos.

Como prostituta que comencé a ser poco después me ha tocado hacer de todo: enfermera, bailarina, putón esquinero, esposa, nieta, alumna, secretaria, empleada y esclava son las fantasías más comunes entre los puteros, aunque también he sido novicia, perra, muñeca hinchable, váter humano e incluso saco de boxeo. Por el dinero correspondiente hago lo que sea, ante todo soy una profesional del sexo.

El papel que más me ha tocado representar delante de un putero es, con mucha diferencia, el de hija complaciente. Supongo que todavía doy el pego con mi aspecto aniñado y mi complexión desgarbada.

Hay mucho salido por ahí que se quiere follar a su dulce niñita y no tiene huevos de hacerlo.  Por una cantidad de dinero nada módica yo usurpo el lugar de sus retoños y me meten polla hasta que se cansan. Todos ganamos, sobre todo esas crías, que pueden zorrear a su gusto con quien de verdad desean sin que sus padres las acosen constantemente gracias a mí. 

Por aquel entonces todavía no ejercía de puta pero ya habían sido varios los adultos con los que me había encamado que me pidieron adoptar ese rol de hija complaciente mientras me clavaban la verga hasta los huevos por el culo y, animada por el alcohol, supuse burdamente que Manel era uno de esos papás incestuosos como lo era mi propio padre.

Por la cara que puso ante mi insinuación, dudé de que mi instinto estuviese en lo cierto aunque jamás me había fallado hasta entonces: detectaba a los pervertidos a la legua.

Nunca había estado en la casa de Manel por extraño que parezca. La relación entre mi padre y él era inmejorable por entonces pero eran tan afines en los negocios como antagónicos en sus vidas privadas. Nuestras respectivas familias no se relacionaban más allá de una cena formal en navidad en algún que otro restaurante caro y desde la muerte de su esposa ni siquiera eso.

La guarida de Manel no me decepcionó.

Por fuera daba la apariencia de una vivienda austera, oculta tras una enorme valla de acero corten y frondoso arbolado, contrastando con el resto de mansiones de la lujosa urbanización que eran todo ostentación cara afuera. Por dentro, una auténtica maravilla.  Se extendía por completo en una planta única sin ningún tipo de barrera arquitectónica. Recordé que la esposa de Manel necesitaba una silla de ruedas para desenvolverse así que lo encontré de lo más funcional y lógico. Abundaban las cristaleras y los espacios diáfanos y al fondo del cuidado jardín se divisaba una enorme piscina iluminada.  Lucía, la esposa de Manel, la utilizaba para su rehabilitación según me contó él.

Cumplí mi palabra, ni siquiera esperé a entrar; mis pocas ropas se quedaron en el porche y de allí las recogería el lunes, cuando nuestro fin de semana de sexo y desenfreno concluyese.

Entré en la vivienda del socio de papá totalmente desnuda y feliz, dispuesta a satisfacerle en todo, en resarcirle por tantos años esperándome.  

Desde el principio hice todo lo posible para que me tocase, que me acariciase. Quería sentir sus manos sobre mi piel y en los recovecos de mi cuerpo. Agarraba sus manos por las muñecas y las colocaba sobre mis tetas, muslos o trasero. Él era dulce conmigo, casi amoroso, como si temiese romperme. Me trató con excesivo respeto según mi gusto aunque no dije nada.

Era tarde, bastante más de media noche y yo tenía hambre. Normalmente no soy muy buena comedora pero después del sexo me entra un apetito atroz que arrasa con todo. Le insté a seguir mi ejemplo y a permanecer desnudo todo el tiempo aunque simplemente optó por ponerse algo cómodo, una camiseta y un pantalón corto que me corroboraron lo que ya sabía, que se conservaba estupendamente. Preparamos un picoteo rápido. Manel se destapó, cómo no, como un cocinero más que competente.

Al poco de comenzar a comer ya me dolía la cara de tanto reír. Entre sorbo y sorbo de vino espumoso descubrí que Manel, además de un mirón, era un tipo fantástico, con una conversación de lo más interesante y variada, a años luz del simplón de mi padre.  Sabía de todo y se explicaba muy bien. Me encandiló, lo reconozco. Me sentía la mar de a gusto con él.

Se me ocurrió una idea tan poco original como divertida, tumbarme sobre la mesa durante el postre e instarle a que me utilizase de plato. Es raro, no suelo tener cosquillas y mucho menos cuando me toca alguien que me gusta pero recuerdo que se me saltaban las lágrimas cuando comió de mis tetas un par de bolitas de mouse de chocolate y por poco me meo literalmente cuando hizo lo mismo con mi ombligo.

Lo pasé mucho mejor cuando extendió una abundante porción de tarta por mi coño y luego se la comió con parsimonia, rebañando el plato y todo. Mis pezones se erizaron como escarpias al sentir su lengua lamiendo mi sexo, tañendo de forma incesante mi botoncito de placer. Sé que no es propio de mi naturaleza sumisa pero le agarré la cabeza con ambas manos y lo tuve ahí abajo, comiéndomelo todo, hasta que me vine en su cara. Cuando me corrí lo liberé abriendo los brazos de par en par sobre la mesa, totalmente extasiada. Aun libre siguió chupándo mi sexo hasta que no quedó rastro de mi lujuria.  Al incorporarse pude ver su cara manchada con mi esencia barnizando su sonrisa.

-        ¡Delicioso! – sentenció.

Fue una comida de coño soberbia, impropia de un hombre, digna de la más experta de las lesbianas. Se cuentan con los dedos de la mano las veces que he llegado al orgasmo estimulando simplemente mi clítoris, sin que algo o alguien penetren mi coño. Desde pequeñita me tocaba dedeándome muy adentro, a uno o dos dedos, o metiéndome objetos muy hondo. El pene de papá se llevó por delante mi precinto, no había nada que conservar para una hipotética primera vez con un novio. 

Manel logró elevarme hasta el infinito sin apenas esfuerzo. Estaba tan agradecida que quise complacerle ofreciéndome para hacer lo que a él más le gustaba, cumplir sus fantasías, ser su modelo:

-        ¡Hazme fotos! -  supliqué abierta de par en par - ¡tómame nudes, por favor! Y que se me vea bien la cara.

-        ¿Ahora? Es tarde.

-        Para nada, la noche es joven.  Quiero que me hagas todas las fotos del mundo. Pídeme lo que quieras que lo haré. Seré lo que quieras que sea para ti, papi.

Recuerdo que su semblante volvió a cambiar. Maldije mi exceso verbal.  Tenía que controlarme o iba a cagarla. Que mi papá fuese un cerdo no significaba que el resto de los padres lo fueran. Estaba claro que algo había pasado entre padre e hija pero darle al origen del conflicto una naturaleza sexual era cosa de mi mente calenturienta.

Una vez tuvo la cámara en la mano Manel volvió a ser el anfitrión perfecto y yo su modelo complaciente. Recorrimos todos y cada uno de los rincones de la casa; me hizo fotos guarras en todos ellos, incluido el escobero y la lavandería donde me hizo un montón la mar de divertidas sobre la lavadora en marcha. Decidimos dejar las fotos exteriores para el día siguiente con mejor iluminación, no había prisa. La empalizada de árboles que rodeaba la casa permitía deambular desnudos libremente por el jardín alejados de miradas indiscretas y la piscina ofrecía multitud de posibilidades fotográficas a plena luz del día.

Yo aprovechaba la presencia de cualquier objeto con aspecto fálico a mi alrededor para introducírmelo por el coño o simular una felación.  Él me indicaba la pose que deseaba y yo la adoptaba de inmediato. Incluso me riñó por mi excesiva afición por enseñar mis genitales en los posados.  Me hizo entender que, a veces, en las fotos es mucho mejor sugerir que mostrar aunque no protestó mucho cuando me masturbé en la cocina con un pepino en el coño hasta correrme de nuevo delante de su objetivo.

El brillo de sus ojos me excitaba tanto o más que el constante martilleo del disparador de su cámara. Eran el reflejo del más libidinoso de los deseos y siempre me ha agradado despertar ese sentimiento en los hombres. Me encanta sentirme deseada por todos los que me rodean. Sentir que desean meterse en mis bragas y me pongo tan cachonda con eso que suelo dejar que lo consigan sin apenas dificultad.

Estuvimos toda la noche haciendo fotos, fumando porros, bebiendo champán del bueno y riendo hasta que me planté en el dintel de un cuarto con la puerta rosa. No había que ser un genio para saber quién dormía dentro en su día.

-        Ahí… ahí no quiero hacerte fotos – me advirtió -.

-        ¿por?

-        Es el cuarto de Laia.

-        ¿Y?

-        No… no estaría bien.

Tras toda una noche posando en pelotas para él pensé que habíamos llegado a tener cierto grado de complicidad así que me atreví a ir un poco más allá:

-        ¿Le hacías fotos a ella?

Manel, poco hablador ya de por sí, enmudeció. De hecho creí que no iba a contestar cuando dijo:

-         Sí, alguna.

Llegados a ese punto decidí jugármela; no me anduve con rodeos:

-        ¿Así? ¿desnuda como estoy yo?

-        No – La rapidez con la que me contestó me dio a entender que era sincero -. Eso no. Fotos normales nada más, aunque muchas, eso sí.

Me mantuve en silencio con la mano en el picaporte. Intuí que quería contarme algo más así que le miré expectante:

-        Hice algo mucho peor – confesó -.

-        ¿Peor? ¿Qué hiciste?

-        La… la besé en la boca.

Sentí en mi interior un pellizquito de satisfacción, una vez más mi intuición femenina no me había fallado. Por lo visto papá y Manel no eran tan diferentes. Quise investigar más, descubrir su secreto, conocer su fantasía.

-        Entiendo… pero…

-        No fue un beso casto por mi parte, le metí la lengua. Ella se enfadó, se encerró ahí, en el baño de su habitación y al día siguiente… se fue a vivir con sus abuelos, los padres de Lucía. Desde entonces no tengo descanso en mi vida, no ha querido volver a saber nada de mí pese a que lo he intentado de mil formas.

Esbocé una leve sonrisa. El desdichado de Manel se atormentaba día y noche por haberle dado un simple beso a su hija. Tentada estuve de contarle con pelos y señales todo lo que papá me hacía, cómo me violaba noche tras noche, cómo se corría en mi cara o en el interior de mi culo cuando me bajaba la regla y no podía hacerlo en mi coño, o cómo me prestaba a sus amigos para sus orgías y utilizaba mi cuerpo para obtener favores políticos.

Tal vez fui una cobarde ya que él estaba siendo sincero conmigo pero no se trataba de mí ese fin de semana sino de él y de que descargase su mala conciencia.

Me limité a tomarle de la mano y a arrastrarle lentamente en el interior de la habitación de su única hija. Él me siguió como un corderito al matadero. Una vez dentro comprobé que todo estaba limpio aunque olía a cerrado. 

La habitación de Laia era la típica de una adolescente pija: todo muy rosita, llena de detalles “cuquis” y muñequitas, colgantes y corazoncitos.  En las estanterías descansaba una divertida foto de ella con su madre cuando esta todavía podía andar, varias con algunas amigas y muchos, muchos libros. Posiblemente lo único que me gustó fue su cama, era gigantesca y con el cabecero con barrotes, como las de antes. 

Una cama ideal para follar.

-        ¿Qué edad tiene ahora? – pregunté ya que no recordaba ese detalle.

-        Acaba de cumplir los dieciocho. Tiene un par de años más que tú.

Me sorprendió y agradó que Manel recordase ese detalle de mí.

-        Ciertamente nos parecemos un poco – dije tomando una de las fotografías en la que Laia aparecía muy sonriente -. Es lógico que nos confundas cuando hablas conmigo.

-        Sí, es cierto aunque…

-        No te preocupes. A mí no me importa – le dije acercándome a él y dándole un piquito en los labios para que callase -. Puedes llamarme Laia si quieres… papi.

Volvió a intentar meter baza, no le dejé. Le insté a tumbarse en la cama, en realidad le empujé yo descaradamente y él cayó desparramado sobre la colcha color fresa. Me apetecía cabalgarlo, dejarlo seco, hacer que se olvidase de todo, que disfrutase follándose a su “hija” suplente. Ya estaba punto de colocarme sobre él cuando se me ocurrió una mejor opción:

-        Espera, ahora vuelvo…

-        Pero, ¿a dónde vas?

-        Espeeeraaa, no seas ansioso.

Abrí el armario, no me costó mucho encontrar lo que buscaba. También tomé prestadas unas cuantas cosas del tocador, la fotografía más reciente que encontré de Laia y me metí en el baño.

Me di toda la prisa que pude. Sé que a los hombres de cierta edad como Manel el sueño les tienta con facilidad y no hubiese sido el primero de mis galanes que se queda dormido antes del segundo acto dejándome a medias. Es frustrante y más para una amante consumada como yo, lo sé.

Me vestí y maquillé de la manera más similar a la de Laia que pude, con su pijamita de dos piezas con tirantes estampado de corazones rosas. Incluso me hice un par de coletitas infantiloides como las que llevaba ella en la foto para mimetizarme más y me eché varias gotas de su perfume.  No es que fuésemos dos gotas de agua, esa hija de puta tenía unas tetas soberbias e inalcanzables para mí, aunque confiaba que el alcohol y los porros consumidos por Manel jugasen a mi favor y le nublasen un poco el juicio.

Quería que aquella noche se follase de una vez a la estrecha de su hija.

-        ¿Sigues despierto? -   

-        Sí.

-        ¿Puedes apagar la luz? Dejaré encendida la del baño, le dará más morbo al asunto.

-        C… claro. Como quieras.

No le hice esperar más. Como ya he explicado el tonteo previo al coito no es lo mío. Lo mío es la acción directa, ir al asunto, no hacer prisioneros. Aun así no me tiré como una loba a lamerle los huevos, lo hice despacito y con buena letra.  Le quité el pantalón lentamente, reconozco que tuvo que ayudarme un poco, yo también había bebido más de lo acostumbrado. Después le di unos besitos a sus testículos por encima del slip aunque pronto lo aparté para lamer el escroto directamente.  Me excitan muchísimos esos primeros sorbos de hormona masculina mezclada con orina y sudor. Los olores fuertes hacen que mi sexo tienda a encharcarse y mi boca comience a babear.

Al meterme uno de sus huevos en la boca él suspiró lánguidamente. Noté cómo se tensaba un poco, es una reacción normal en los machos cuando detectan que su virilidad está en peligro. Jugueteé con el huevo, lo atrapé entre los labios, lo llené de babas y luego le dediqué un tratamiento similar a su hermano gemelo. Se los dejé duros como bolas de billar.

-        ¿Todo bien, papi? – musité mientras le bajaba la ropa interior hasta más allá de los tobillos.

-        Sí… sí… pero…

No pudo seguir hablando. Me sucede muy a menudo cuando les chupo las pollas a los chicos y no tan chicos. Debo hacerlo bastante bien porque la mayoría se quedan mudos de repente. Me sale de forma natural, se me da bien dar placer oral tanto a machos como a hembras.  Disfruto haciéndolo, de hecho me gusta más cuando me obligan a hacerlo, cuando me tiran del pelo hasta hacerme chillar y me follan la boca sin pedirme permiso; cuando me fuerzan o me provocan una arcada tan intensa al golpear mi glotis con la polla que me hacen vomitar. Y si ya me obligan a tragar lo que ha salido de mi estómago a base de hostias mi coño se anega de flujos sin ni siquiera tocarme.  Me va la marcha, como se dice vulgarmente, lo reconozco.

Me gusta que me peguen.

Pero, como ya he dicho antes, Manel no es de esos que tienen la mano suelta para mi desgracia. Aquella noche él era mi papi y yo su adorable hija Laia así que le chupé la polla como lo haría una hija amorosa a su querido papá.  Con mucho amor y mucho cariño. Un aburrimiento de mamada, vaya.

Aun así desplegué toda mi sapiencia bucal que no era poca en su bonito pito y muy pronto este estuvo listo para la monta.  Me dio por permanecer vestida, lo encontré más morboso. Simplemente tuve que reptar sobre él, separar el pijamita de seda de mi coño encharcado y guiar su estoque hacia mi tibio sexo. Me lo jalé en una porción considerable sin el menor problema, mi coño llevaba caliente toda la noche, necesitaba un buen rabo que lo calmase.

-        Uf… qué rico, papá – balbuceé entre jadeos no totalmente fingidos al comenzar la danza del vientre-.

Manel adoptó una postura pasiva que me desesperó. Su polla estaba bien y no me importaba hacer todo el trabajo pero esperaba cierta pasión en el coito que no terminaba de manifestarse. Ni siquiera cogiéndole las manos y llevándolas a mis tetas se produjo una reacción más ardorosa. Resonaron en mi cabeza las palabras de mi padre sobre mí: era como follarse a un palo, un palo gordo pero un palo al fin y al cabo.

Tampoco es que le diera más importancia, él se lo perdía; yo me follo a todos los palos que se me ponen a tiro sin problemas. Sólo tienen que aguantar erguidos lo suficiente como para correrme a gusto con ellos dentro.

-        ¡Sí, papi, sí! Fóllame papi, fóllame… - chillé torpemente.

De repente no sé qué pasó, pensé que se había hartado de mi pésima actuación. De un empujón me tiró sobre la cama e invertimos los papeles.

-        “¡Por fin!” – pensé separando los muslos, facilitándole el camino, esperando ansiosa su rapto de furia.

Manel parecía otro cuando estuvo sobre mí. Fue rudo y muy bruto. Me encantó su manera violenta de voltearme. Se colocó encima y yo me abrí en canal, esperando su puyazo.  Pasé mis manos bajo la almohada y me aferré al cabecero esperando que perdiese los papeles y me reventase el coño con su pollón.

Me la ensartó una vez de una forma salvaje y se detuvo muy adentro con la verga dilatándome el coño, colmándome de carne.  Mi sexo palpitaba con todo eso ahí dentro, mi vagina experimentaba pequeñas e involuntarias contracciones contra su verga que hicieron que me temblasen las piernas. Me moría de gusto rellena como un pavo navideño y no entendía el motivo del inesperado parón, me tenía totalmente enfilada y a su merced. Podía machacarme sin problemas.

-        Ya estoy cansado de tus jueguecitos. No quiero follarme a Laia, nunca lo he deseado, ¿por quién me tomas? – me dijo al oído como si no estuviésemos solos en aquella cama, meneando la cadera lentamente, haciendo que mi coño suplicase por más -, ¿no lo entiendes? Siempre quise hacértelo desde que eras niña, desde que jugamos por primera vez en mi despacho, ¿te enteras? A ti y a nadie más. ¡La besé a ella pensando que eras tú, joder!

Meneó la pelvis con un movimiento seco que me hizo rabiar de gusto antes de proseguir:

-        Te vi en el funeral de Lucía y no pude quitarte los ojos de encima. Estaba enterrando a mi difunta esposa y no pensaba en otra cosa que en tu culo contoneándose bajo la minifalda. ¿Qué clase de monstruo soy que piensa esas cosas con el cuerpo de su mujer al lado enfriándose?

Me clavó una estocada mortal de necesidad, chillé con todas las ganas. Enrosqué mis piernas a las suyas mientras él me agarraba el trasero con fuerza, abriéndome para la masacre final.

-         Durante mi primera noche como viudo tuve un sueño húmedo contigo y, cuando me desperté y la vi a mi lado, le di un beso de tornillo pensando que eras tú. Te crees que lo sabes todo de los hombres y no tienes ni puta idea de nada. ¡Me vuelves loco, joder! No he dejado de pensar en ti desde entonces, Alexandra…

Sorprendida por tan inesperada confesión fui yo la que me quedé quieta esta vez y él me destrozó. Sacó toda la furia, toda la rabia, toda la tensión contenida aplastándome contra el colchón, colmándome de polla, entrando y saliendo de mí a toda velocidad. Fue un coito febril, desbocado, impropio de un hombre de su edad que me elevó hasta las estrellas y me tuvo ahí arriba un buen rato, hasta lo que él quiso o pudo aguantar. Me agarraba tan fuerte el trasero mientras me follaba que me ardía a rabiar. Mi vagina era un manantial de jugos y mi garganta no dejó de chillar de placer hasta que Manel descargó toda la munición que le quedaba en la recámara dentro de mi vientre.

Se olvidó de que yo era una adolescente de dieciséis años y me trató como a la más vulgar de las putas. Ni qué decir tiene que yo me moría de puro gusto aplastada bajo su lujuria.

Jamás olvidaré lo que el socio de papá me hizo sentir aquella noche en la cama de su hija. Fue un polvazo en toda regla. Disfruté tanto que me juré a mi misma que estaría siempre dispuesta y abierta para Manel mientras viva.

Cuando terminó conmigo me comió a besos y yo le correspondí. Después me acomodé entre sus brazos y me dormí con su semen goteando lentamente de mi sexo.

Fue la primera vez que dormí toda la noche con uno de mis amantes, normalmente tenía que volver corriendo a casa para que mi papá me follase a mí y no a mi hermana Irene. Fue algo mágico desvanecerme con su respiración en mi nuca.  Soy de muy mal dormir y, por raro que parezca, el alcohol en lugar de adormecerme como al resto de los mortales me provoca insomnio pero los brazos de Manel me proporcionaron la paz suficiente como para caer en los brazos de Morfeo con suma facilidad.

Cuando me desperté me costó un poco ubicarme. El sol estaba alto y se colaba por la ventana de forma intensa. Noté el cuerpo del anfitrión pegado al mío y sobre todo una parte puntiaguda y bastante dura bajo mi nalga.

-        Duermes muy bien, Ale.

-        ¿En serio? Llevo haciéndolo toda la vida –reí -.

-        Me refiero a que se te ve muy bonita durmiendo.

-        Ya, ya… no me hagas caso, soy una tonta. Gracias. 

Noté que se separó de mí y amenazaba con abandonar la cama de Laia:

-        ¿A dónde vas?

-        Pues… a preparar el desayuno o más bien el almuerzo. Son casi las dos de la tarde ya.

-        ¡No te vayas!

-        Pe… pero…

-        Ven. Tengo hambre… pero de otra cosa – dije poniendo mi culito en pompa y meciéndolo ante sus ojos.

-        ¡Uff! Vas a matarme.

Jugué con cartas marcadas, sé que mi culo es un imán para los hombres maduros. En cuanto volvió a mi lado me coloqué boca abajo, dejándole expedito el camino hacia mi puerta trasera. No obstante volvió a cometer el error del día anterior y noté su pito buscando mi sexo, obviando las necesidades de mi ano.

Esta vez no estaba dispuesta a resignarme, quería regalarle todos mis agujeros sin cortapisa alguna. Deseaba que gozase de todo mi cuerpo. Era lo menos que podía hacer por él. Sé que suena tonto pero me sentía culpable de sus desavenencias con su hija Laia. De no haber acudido al sepelio de su esposa con falda corta tal vez no hubiese removido viejos recuerdos.

-        Por ahí no… hazlo por detrás, por favor – supliqué -.

-        Es que…

-        ¿Qué sucede?

-        Es que nunca lo he hecho por ahí. A Lucía no podía, tenía llagas bastante dolorosas y ni nos lo planteamos.

-        ¿Y con otras?

-        Nunca hubo otras, ni antes ni después… hasta ayer.

Suspiré. Ser la segunda mujer en su vida me pareció de lo más tierno. Por otra parte detesto a los primerizos. Odio desvirgar a los chicos, es aburridísimo y casi siempre caótico y poco placentero y más si es por el ano. Tuve que hacerlo con todos los de mi manada a excepción de Leo y resultó agotador.  Aún así Manel se había ganado el beneficio de la duda. Pensé que si me enculaba con sólo la mitad de la maestría con la que me había follado el coño la noche anterior la sodomía iba a resultar fantástica.

Como me temía actuó con torpeza, intentando encularme sin ningún tipo de precalentamiento. Normalmente no suele haber problema si el rabo está lo suficientemente duro como el suyo pero mi ojete recién despertado se volvió un poco perezoso a la hora de ponerse en marcha. Me molesté un poco con él, como cualquier culo de una buena sumisa debía estar siempre disponible para ser usado.

-        Tranquilo, tranquilo… espera un poco.  Déjame a mí.

Utilicé mi boca para llenarme los dedos de babas y procedí a estimular mi ano bajo la atenta mirada de Manel. Me ensarté dos dedos a la vez con vehemencia, buscando el dolor, ese que hacía gotear de gusto mi coño. Me ensanché el culo para él, animándole a penetrarme por ahí, haciéndole ver que era un agujero lo suficientemente elástico como para dar placer a su bonito cipote y que yo iba sobrada de experiencia anal.

-        ¿Ves cómo entran?

-        Sí.

-        ¿Quieres meter los tuyos

-        No – negó también con la cabeza -, mejor no.

-        Pues entonces vamos allá.

Y sin más preámbulos le agarré su bonito estoque y lo dirigí raudo y veloz hasta mi entrada trasera.

-        Ves despacio al principio hasta que te acostumbres.

-        Vale.

-        Cuando notes que está dentro… menea la cadera y ves metiéndola cada vez un poco más. Verás cómo te encanta. El sexo anal es mi favorito.

-        ¿En serio?

-        Vaya, ¿no se nota?, creía que me conocías más.

Reímos juntos y se colocó sobre mí.

-        ¿Listo?

-        S… sí.    

-        ¿Quieres que lo haga yo? Me refiero a que puedo ir metiéndomela yo misma.

-        No… déjame intentarlo.

-        Por mí encantada.

Volví a aferrarme a los barrotes como la noche anterior. Me gustan ese tipo de camas, he estado infinidad de veces sobre ellas, abierta en canal, con los brazos y las piernas atados a los barrotes poniendo mi cuerpo a disposición de los amantes de turno. Me excita mucho no poder defenderme y que me utilicen para darse placer puteros anónimos a los que no conozco y que jamás volveré a ver.

Tras dos intentos fallidos Manel dio en la diana y de qué manera. Centímetro a centímetro fue enterrando el arma en mi cartuchera. Mi lubricación no había sido lo suficientemente buena a propósito para su rotundo pene y su enculada me dolió, que era lo que buscaba. Mordí la almohada para no asustarle con mis chillidos y luché contra mi cuerpo, obligándolo a abrirse y a ir contra el estoque que lo acuchillaba en lugar de huir de él.  Cuando entró cinco o seis veces en mí ya todo fue más sencillo, mi intestino fue acostumbrándose al intruso y Manel fue más intenso.

-        “Una lástima”- pensé –“ojalá me hubiese dado así de duro al principio, seguramente mi culo hubiese roto a sangrar.”

Disfruté del anal. Ciertamente no es una novedad, puede decirse que es mi postura sexual favorita, dentro de las que se suelen considerar habituales. Aúna placer, dolor y sumisión, dependes de la buena o mala voluntad de la otra persona a la hora de disponer de tu cuerpo, estás indefensa y no tienes posibilidad de escape. Es muy morboso.

Es excitante poner el culo en pompa y dejarte llevar. Suelo demostrar mi total disposición anal meneando el trasero como hice con Manel pero algunos hombres son tan torpes que no captan la indirecta y tengo que, directamente, abrirme los cachetes y enseñarles el ojete para que lo usen como es debido. 

Aunque no me hace mucha gracia suelo utilizar enemas cuando ejerzo o ruedo porno salvo que conozca al cliente y sepa que le va lo bizarro, en las grabaciones de porno escatológico o en mi vida privada. No diría que el marrón es mi color pero no le hago ascos a nada y, cuando estoy desatada en mi papel de sumisa, comer mierda es una forma más de demostrar mi total entrega a mi amo de turno. 

El coito anal se prolongó bastante, Manel estaba en forma y el sueño reparador le había recargado las pilas. Me apetecía un chupito de sus grumos para desayunar aunque tampoco me pareció mal que se aliviase en mi culo con sus chorros de semen estucando mi intestino.

Me gustó la sensación provocada por su esperma saliendo de mi orto mientras almorzábamos. Como no teníamos ganas de cocinar ordenamos comida a un restaurante. Torció el gesto cuando elegí chino, no era muy partidario de ese tipo de alimentos aunque tuvo que reconocer que le gustó.

Todavía recuerdo la cara de aquel asiático menudo al verme recoger la comanda totalmente en bolas. Soy de las que me gusta dar propinas y, como no tenía nada más que mi cuerpo, se lo mostré. Es más, le tomé prestado el bolígrafo que descansaba en el bolsillo de su camisa y le escribí mi número en la palma de la mano mientras provocaba un bulto en mi mejilla con la lengua. Tenía la firme intención de darle otra propina mucho más gratificante para él en otro momento. Supongo que días más tarde me llamaría, quedaríamos y se la chuparía, no lo recuerdo. He chupado tantas pollas anónimas en mi vida que una mamada más o menos no tiene la menor importancia para mí.

Después de almorzar tomamos una siesta reparadora a la que siguió el consiguiente polvo al despertar.  Pasamos el resto de la tarde retozando en la piscina. Le insté a que me hiciese fotos en ella y no descansé hasta que, tras la cena, logré que me lanzase varias con su pene metido en mi boca. Incluso me hizo algunas con la cara manchada de semen tras la consiguiente mamada.  Los grumos no eran muy grandes y no se distinguían bien. Desgraciadamente ni el aguante ni los cojones de Manel dieron más de sí. Derrotado y satisfecho se durmió como un angelito a mi lado en su cama matrimonial.

Como yo no podía dormir revisé el cuarto de Laia, quería conocer más de la chica que usurpó mi puesto aquella noche fatídica tras la muerte de su madre.  Era jodidamente guapa la cabrona, no me hubiese importado chuparle esas soberbias tetas que se intuían en las fotografías.

Me llamó la atención que, disponiendo de una cámara Polaroid, no hubiese ningún rastro de esas fotos en toda la habitación. No conforme con eso procedí a realizar un registro más exhaustivo. Ocultas en una edición en francés de “El principito” encontré varias fotos más interesantes.

-        ¡Uff! ¡Qué tetas tienes, hija de puta! – murmuré al ver a Laia en top less haciendo morritos en la piscina de su casa.

Pensé en quedarme sus fotografías como botín de guerra. Luego caí en la cuenta de que sería complicado esconderlas entre el escaso equipaje que había traído a casa de Manel.  Aun así no pude evitar pajearme sobre su propia cama imaginando el candor de esos potentes chupetes en mi boca.

He pensado infinidad de veces el Laia, en sus tetas y en lo afortunada que era por tener un papá tan jodidamente bueno en la cama en lugar del patán que me había tocado en suerte. La muy tonta no había sabido aprovecharlo. Con ese cuerpo, una madre impedida y aquella fantástica piscina en casa era imposible que el pobre Manel no hubiese caído rendido en sus garras a poco interés que hubiese puesto. Yo en su lugar no hubiese dejado de meterle caña a un padre así hasta tenerlo dentro.  Dios da pan a quien no tiene dientes.  

Mi intención era pasarme el domingo montándomelo con Manel en su cama pero él quería que saliésemos.  Tomé prestadas algunas ropas de su hija y nos fuimos a la playa. Quise llevarle a una nudista cercana pero se cortó un poco, creo que no se fio de mi furor uterino ni de su aguante. Ya me conocía lo suficiente como para saber que yo era capaz de cualquier cosa entre las dunas a plena luz del día.

Estuvimos un rato tomando el sol, haciendo fotos como dos enamorados y luego almorzamos en un restaurante realmente espléndido. Posteriormente propuso ir a Barcelona a pasar la tarde pero yo quería volver a su casa a encamarme con él.  No soy yo mucho de paseítos tomados de la mano y menos con un tipo tan tremendamente bueno en la cama a mi disposición.

Cuando cogimos el coche se me ocurrió otra cosa, una locura, una maravillosa vuelta de tuerca ideal como colofón del fin de semana. Se la propuse, él no quiso, pero le convencí cuando le hablé de hacerme más fotos desnuda.

Pasamos por mi casa y me lo follé en la cama de mis padres el resto de la tarde. Recuerdo que hasta me hizo fotos de mi coño rezumando su esperma sobre el retrato de bodas de papá y mamá. Fue de lo más morboso, sobre todo cuando lo lamí bajo sus flases sonriendo como una zorrita.

Tuvimos mucho cuidado de colocarlo todo en orden y volvimos a su casa a terminar el fin de semana. Se nos fue la mano con el vodka y los porros durante la última noche, elegimos la cama de Laia de nuevo para el gran final.

Al día siguiente, cuando mi familia pasó por casa de Manel a recogerme, tenía un mal cuerpo y una resaca tremenda… y un dolor de culo fantástico.   

 


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