"EL CATADOR " por MIRUS

 El Catador


A lo largo de mi vida me he dado cuenta que todo tiene un precio, cualquier

persona con una aparente moral intachable, puede venderse agregando

suficientes ceros a la derecha. Yo soy un hombre común y corriente, solo tengo

una pequeña particularidad, un deseo que he ido satisfaciendo con los años

gracias a mi abultada cuenta bancaria. Y es desvirgar coñitos, de preferencia,

imberbes.


Y a pesar de lo que muchos podáis pensar, tengo ciertos escrúpulos.

Retorcidos, pero escrúpulos, al fin y al cabo. Mi debilidad por las pequeñas se

remonta a toda mi vida, desde que mi polla se elevó tuve como inspiración los

coñitos jóvenes. Inicialmente contemporáneos a mí y ya después… no tanto.


Cada cierto tiempo me veo en la obligación de satisfacer mis instintos, un

capricho de relajación y placer máximo. Salvo que, en esta ocasión, me llamó

la atención mis intermediarios. Un matrimonio joven, con una hermosa nenita

de once años, por lo visto habían sido padres adolescentes y querían hacerse

con un dinero rápido. En realidad, lo particular de esta ocasión, es que me

solicitaron ver.


Muchos padres acuden a mí para venderme la virginidad de sus hijas, no

discrimino por edad, pero, quienes me conocen, saben que pago mejor a

menos edad. La tensión en mi polla también servía de indicativo, mi cuerpo es

plenamente consciente de que por unos cuantos miles menos en mi cuenta

bancaria, viviré una experiencia indescriptible. Ningún coñito es igual y eso es

gracias a su portadora.


Cuando tomo mi mercancía, por supuesto que disfruto del producto que

consumo. Eso puede convertirme en un lobo, pero seamos sinceros ¿A quién

no le gusta ejercer su poder sobre otros?


Esta ocasión seguía destacando por su particularidad porque disfrutaría del

encargo en la misma habitación de la nena, me convenció la localización de la

casa, sin molestos vecinos alrededor que pudiesen alertar de la nuestra

transacción. Suelo acordar sitios como ese, donde pueda ir y venir con

discreción.


Antes de bajar del coche volví a mirar el vídeo que me había enviado hace

escasas horas el padre. En este, ambos padres bañaban a la niña,

estimulándola descaradamente. La pequeña y menuda morena de lacios

cabellos se sonrojaba cada vez que uno de sus progenitores le metía mano. No


era la primera vez que la tocaban, eso era notorio. No dejó de producirme una

tensión indescriptible en mi polla, el morbo añadido de ese par, prometía ser un

gran aliciente.


El vídeo proseguía secando a la niña, la pequeña Sofía que se dejaba hacer

sin protestar, las braguitas amarillas llena de ositos le quedaban un poco

prietas, ocultando el coñito que destacaba por no tener ni un solo vello. Los dos

pequeños limoncitos en formación de sus senos quedaron cubiertos por un

fresco vestido de un amarillo suave con un patrón de florecillas desperdigadas

por su totalidad.


Sofía era guapa, se parece a su madre en rasgos, ambas llevan el lacio cabello

con un corte cuadrado. Sus finos labios tenían un suave brillito que destacaba

su linda sonrisa. Ese trío iba al saco y por mi perfecto. Apagué el motor del

coche, tomé el maletín donde iba resguardado el sobre repleto de dinero que

sellaría la transacción.


– Por favor, pasé señor Goicoechea –insistió el padre no más verme llegar, ni

siquiera tuve la necesidad de tocar la puerta, se notaba ansioso.


– Gracias por aceptar nuestro trato –se sumó la madre de la niña entusiasta.


A mis casi cincuenta pocas personas me sorprenden, pero esa particular

familia termina siendo desconcertante. Abrí discretamente el maletín mostrando

el sobre, pero tal como habíamos acordado no sería entregado hasta el final de

la… cata.


Un dulce aroma a vainilla invadió mis fosas nasales al entrar en la habitación

de Sofía, esta era de un rosa palo, con muebles blancos, una de las paredes


tenía dibujado un arcoíris con osos. En medio de la cama rodeada de peluches

estaba sentada la niña que mecía sus pies, parecía casi… aburrida, me tomó

una segunda mirada para percatarme de que cruzaba los dedos para controlar

los nervios. Un poco retiradas, pegadas a la pared dos sillas idénticas

destacaban con una perfecta visión para presenciar el acto.


No me da corte que me vean follando, y el morbo añadido de la situación tenía

mi polla al límite. Sofía me regaló una tímida sonrisa, sus mejillas coloradas

solo la hacían verse más inocente y adorable.


– Hola Sofí –me incliné para estar a su altura–. Eres una chica muy guapa.


– Gracias por escogerme señor Goicoechea –musitó nerviosa.


– Puedes llamarme Carlos, preciosa –le di un beso en la coronilla–. A partir de

ahora vosotros sois parte del mobiliario –les ordené a los padres que asintieron

nerviosos–. Una interrupción de vuestra parte y adiós al dinero.


A veces me toca sacar el mal genio, es necesario y más cuando hay

espectadores de por medio. Ambos tomaron asiento y en ese instante, dejaron

de existir para mí. Me centré en la pequeña de vestido suelto que me miraba

expectante.


Me senté a su lado para sacarle un poco de conversación, me gusta una presa

dispuesta más que una atemorizada, eso es parte de mis oscuros escrúpulos.

A medida que le preguntaba por sus cosas mi mano se posó sobre el delgado

muslo. Sofía no tenía mucha carne, lo cual me enloquecía aún más. La sobe

mientras mi polla seguía protestando por entrar en acción. En determinado


momento lleve su manita sobre mi bulto, a lo que ella entendió la señal y

comenzó a sobarme.


Se veía que la nena tenía experiencia, apretaba con la fuerza justa. A medida

que seguíamos con el cotilleo mis dedos se colaron hasta toparme con las

braguitas ligeramente mojadas.


– Sofí, ¿Me prometes que serás una niña obediente?


– S-Si… Carlos.


– Vale, quiero que me demuestres lo que sabes hacer con esa boquita viciosa

–mi mano sujetó sus pómulos apretándolos ligeramente–. Me gusta que mis

amiguitas sean muy obedientes. Y quiero que tu no seas la excepción. A partir

de este momento me vas a llamar; papi. ¿Vale?


– Si… papi…


La empujé con suavidad hasta quedar en medio de mis piernas. Sus manitas

traviesas no duraron mucho en destrabar el cinturón y bajar la bragueta. Mi

polla es de un largo y grosor promedio, no mentiré al darme unas proporciones

descomunales, lo dicho, soy un tío del montón. Sin embargo, mi miembro

adquiere un tamaño casi desproporcionado al ser rodeado por pequeñas

manitas.


Me deshice de mis pantalones, quedando desnudo de la cintura para abajo y la

pequeña Sofía me regaló una suave paja. Sus manitas apretaban con

delicadeza mi miembro, mi hierro caliente se escurría por esa delicada y tersa


piel. Los deditos jugueteaban apretando un poco las venas que se marcaban

en mi miembro.


– Vamos Sofía, comete la polla de papá.


Ni lenta, ni perezosa la menuda niña se llevó a la boca mi miembro, lamiendo

las gotitas de pre seminal que brotaban de ella. Se la tragó centímetro a

centímetro desde la punta hasta la base. Le dediqué una fugaz mirada al

padre, cuyo miembro se marcaba notoriamente en el pantalón, si, esa niña era

una experta chupapollas, tenía una gran experiencia por lo visto gracias a la

instrucción paterna.


Dadas las circunstancias, decidí que no me contendría en esta ocasión. Me

apetecía ser un cabrón hijo de puta. Sujeté la cabeza de la niña y opté por

follármela a fondo. Sofía en vez de quejarse abrió todo lo que pudo su pequeña

boca para recibir mi asalto de la mejor forma posible.


Mis dedos se colaron entre los lacios mechones, y su pequeña cabeza iba y

venía recibiendo los profundo embates de mi verga. Las babas caían por su

vestido y mis piernas. Hundí mi polla y sujeté la cabeza de la niña,

deleitándome con la sensación de esa pequeña y humedad cavidad. Sus

pequeñas manitas me golpeaban y las arcadas sonoras parecían las notas más

melodiosas que serían solo superadas por sus gritos de placer y… dolor.


Saqué mi miembro, la niña tosía y luchaba por respirar. Su rostro estaba muy

rojo y sus ojos llenos de lagrimitas. Esa visión hizo vibrar mi polla, no me lo

pensé ni un segundo y volví a enterrar mi falo en aquella boquita de vicio.

Repetí la acción un par de veces hasta que pude sentir la tensión definitiva en


mi miembro. Me hundí en ella una vez más, con mi polla rozando su campanilla

dejé ir los chorros de mi semen.


Sofía tragó diligente, no sin antes ahogarse un poco por la gran cantidad de la

descarga. Tenía una semana sin tocarme, ni follar, esperando este momento.


– Agradéceme –le ordené.


– Gracias por darme tu leche, papi.


– Las niñas en formación necesitan tomar mucha lechita, bonita.


La hice levantarse y me deshice del vestido, dejándola solo con las tiernas

braguitas. Los dos pequeños limoncitos eran coronados por esos dos

terroncitos rosados inhiestos que me invitaban a devorarlos. La atraje a mi

regazo, sentándola a horcajadas. La humedad de las braguitas rozó mi polla

que aún necesitaba unos minutos para volver a la acción, pero con tan

deleitante imagen, no tardaría mucho en volver a la vida.


Mi boca succionó los pequeños limones, Sofía abrió mucho su boquita y unos

tiernos gemiditos brotaron de ella. Se pegó más a mí para disfrutar de la

sensación de mis labios sobre sus sensibles pezones. La pequeña se dejó

llevar por el instinto y sujetó mi cabeza con sus delicados deditos, animándome

a ser más agresivo.


La arrojé sobre la cama, noté en sus ojos una mezcla de miedo y deseo. Justo

lo que necesitaba. Prácticamente le arranqué las braguitas. El pequeño coño

rezumaba del infantil flujo. La pequeña abertura se veía tan estrecha. Que


parecía imposible que entrase algo más grueso que un dedo en ella. Por

suerte, soy un experto en la materia.


A pesar de la oposición inicial, separé las piernas de par en par. Olfatee el

dulce coño que olía a vainilla e inocencia. El olor y el sabor de niña es

indescriptible. Se puede saborear la juventud de esos flujos. Casi almibarados.

Mi lengua luchaba por abrirse paso en esa tierna rajita. La que eventualmente

cedió a mis pretensiones.


Sofía se retorcía como un pequeño gusanito, receptiva a mis lascivas caricias.

No tardó mucho en venirse. Sus grititos me avisaron antes de ser bañado por el

jugo infantil de la nena. Esta me regaló una sonrisa flojita al incorporarme y

atrapar sus labios de niña con mi boca de depredador.


Me terminé de desnudar, el momento que más me llenaba de satisfacción

estaba por suceder y la dureza en mi polla solo servía de aliciente. Me estiré

para coger del maletín el tubo de lubricante, deje ir una buena cantidad sobre

mi polla y otro tanto en el coñito de la niña, llené uno de mis dedos con el

viscoso material y recorrí la intimidad de la nena, que dio un pequeño

respingón al sentir la invasión de mi dedo.


Que calidez y que humedad se palpaba en esa imberbe cueva. Me dedique a

masturbarla un rato, los pequeños grititos iban en aumento. Tanto que no pude

controlarme. Me monté sobre ella, su menudo cuerpo quedó completamente

arropado por el mío y abrí sus piernas todo lo posible. Pase mi polla por la

delicada abertura, el contacto piel con piel nos arrancó un suspiro de placer a

ambos.


Aunque sabía que, a partir de ese momento, y durante los próximos minutos, él

único que disfrutaría sería yo. Con cuidado, posicioné la cabeza de mi miembro

en la entrada, y tras unas cuantas infructuosas punteadas, esta se enterró.

Sofía luchó inútilmente y unas lágrimas se dibujaron en su rostro a medida que

la invasión de mi miembro iba sucediendo.


Los gritos de la niña iban en aumento y sus súplicas también. Es la parte que

más disfruto de cada una de mis catas, los coñitos imberbes siendo

destrozados por mi miembro y las pequeñas suplicando que me detenga. Un

sonoro gemido externo rompió mi concentración por un momento.


Los dos espectadores también estaban disfrutando lo propio, la madre pajeaba

a su esposo y este tenía los dedos hundidos en el chocho de la mujer. ¿Quién

soy yo para juzgar?


– Mira Sofí, como les pone a los guarros de tus papis que te esté reventando el

coñito –la pequeña desvió la mirada hacia sus padres que disfrutaban de lo

lindo.


Tomé su rostro obligándola a que me mirase fijamente, justo en ese instante

me hundí sin contemplación en su interior desgarrando el himen. Que placer,

que presión, que deleite. Lamí las lágrimas de su rostro. Sabían a gloria, me

deleite con el placer y el dolor de esa primera vez. La dejé descansar un par de

minutos, para que el coñito se acostumbrase a la invasión. Movimientos suaves

y profundos, sin pausa, con esas mojadas paredes asfixiando a mi miembro. El

placer máximo llegó al enterrarme por completo en ella.


Sofía gimoteaba, entre los grititos de dolor percibí otros cuantos de placer. Y al

aumentar el ritmo la noté mucho más receptiva. Los pequeños limoncitos se

sacudían a medida que mi polla iba y venía dentro de ella. La voltee colocando

unos cuantos de sus peluches para elevar sus caderas. Saqué mi polla y la

enterré de golpe, la niña chilló y la sujeté del cabello. Con mi mano libre azoté

el menudo culito. Con mi pulgar lubricado con mi saliva lo hundí en la abertura

trasera.


El movimiento de sus caderas, me dejó saber que no le desagradó la invasión.

Pero como soy un hombre de palabra, solo había pagado por el coñito, que no

tenía nada que envidiarle a la otra abertura. La monta fue violenta, copiosa, me

empleé a fondo reventando ese coñito, los gemidos de los padres que se

masturbaban viéndonos servía de aliciente para ir más allá.


Esa niña era un vicio encarnado, tanto que no me importaría repetir con ella.

Sentí que podía encapricharme con ella un rato. Mis manos se desviaron hacia

sus limoncitos, los estrujé con maldad, estirando sus pequeños pezones, y me

clavé hasta el fondo, pude sentir los espasmos de su coñito destrozando mi

polla con tanta presión, tanta que no pude contenerme y la llené por completo.


Me derrumbé sobre ella, ambos estábamos en las nubes. Me tomó un par de

minutos orientarme y en medio de la cama infantil, con los animales de felpa

llenos de nuestros flujos y su sangre. Ni siquiera me di cuenta de la ausencia

paterna hasta que escuchamos los gemidos al otro lado de la habitación.


– ¿Qué te prometieron por esto? –le pregunté aprovechando la intimidad del

momento.


– Un iPhone de última generación. Mis amigas me molestan porque no tengo

móvil.


– Ya veo –me incorporé dejando el dinero sobre la mesa y vistiéndome en el

proceso. Tomé las braguitas y limpié su coñito con ellas, luego las arrojé dentro

de mi maletín–. Ten –le tendí mi tarjeta–. Si quieres puedo darte mucho más

que ese móvil por tu culo. Además, me gustaría repetir, pero… si queda entre

nosotros, mucho mejor –de mi cartera saqué mil euros y se los tendí–.

Guárdalos, que tus padres no lo vean.


– ¡Gracias, papi! –exclamó la niña emocionada, se incorporó de la cama, se le

notó un poco dolorida, no le impidió darme un pico en los labios. Sellando de

esa manera nuestro nuevo acuerdo.


Me retiré con discreción en medio del orgasmo de los padres, de camino a mi

piso, recibí un mensaje de agradecimiento por parte del padre de Sofía.


Pocos días después un mensaje de un número desconocido hizo vibrar mi

polla, la pequeña Sofía quería más guerra y claro que se la daría.

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