"MI LUGAR SEGURO" por ALTAIS

Acelero un poco más, el motor de mi moto ruge. Paso de largo unos coches, quizás no debería ser tan temeraria en dos ruedas, pero necesito la adrenalina de sentirme libre como el viento. Necesito la velocidad como un chute para canalizar los demonios que hay en mi interior. Mi mente se ha debatido a lo largo del día, tener una mochila a cuestas llena de caos no es algo con lo que cualquiera esté dispuesto a lidiar, y en parte, me incomoda terminar involucrándolo en mis problemas. Sin embargo sé que no me juzga y que, sobre todo, es mi apoyo. 

Ha sido uno de esos días malos, como lo son en general los finde en mi hogar que brama por ser consumido por el caos. Me detengo por un momento y cojo mi móvil, en parte sé que le preocupa que vaya de aquí para allá tentando mi suerte y buscando estrellarme. Nunca antes me había preocupado mi temeridad en dos ruedas hasta conocerlo. Es increíble cómo una persona puede convertirse en tu sitio seguro cuando más lo necesitas. Llamadle dependencia si prefieren. Releo su mensaje, está preocupado. Es la llamada entrante la que me remueve por dentro, esa necesidad de sentirlo, de estar entre sus brazos, puede más que cualquier nube de miseria que me rodee. 

– Hola –dice, su voz aún se siente ronca por el reciente resfriado. 

– ¿Cómo te encuentras?

– La garganta me duele menos, aunque toso más. 

– Jo. Debes descansar.

– ¿Cómo estás tú? –noto cierto nerviosismo en su voz. 

Cuando estoy mal y cojo la moto siento que trata de acercarse a mi lentamente, para evitar alguna trastada de mi mente rumbo al colapso. Como un rescatista acogiendo a un animalillo alterado.

– Mi cerebro entró en modo tanque. 

– Quiero estar con mi niña ¿Dónde estás? 

– No muy lejos –digo tras ubicarme, sucede en estos días, voy dando tumbos por Bizkaia sin enterarme hasta llegar a un sitio y detenerme. Me ha pillado cerca de su piso. 

No tardo ni diez minutos en llegar y siento como la presión que lleva oprimiéndome el pecho se aligera. Dejo el casco y me quito la chupa que poco ha hecho para calentarme el cuerpo. 

– ¿Un abrazo? –me dice nada más deshacerme de mi utilería.

– Por favor –musito casi al borde del llanto. 

– No hay manera de que pases un fin de semana tranquilo, mi niña. Si no es una cosa es otra –me da un beso en la frente que me sabe a gloria, y ahí está la presión sigue aligerándose, hasta casi sentirme normal. 

– Soy una nube negra, que todo me sale mal –me aprieto un poco más a su cuerpo, tengo la mente tan enmarañada con mis batallas que no doy más.

– En cualquier caso, eres mi nubecita. 

– Hoy te eché de menos, pero sabía que necesitabas descansar, y yo iba a tope…

– Gracias por preocuparte por tu papi. 

– Me sirve para centrarme, y no permitir que me aborden otros pensamientos peores. Ahora tengo alguien que se preocupa por mí. O eso quiero creer. 

– Oye –sujeta mi mentón obligando a que lo mire directamente a esos ojos verdes que me encantan–. Claro que me preocupo por ti. La tarde ha sido más llevadera, aunque tus mensajes me dejaron bastante preocupado. 

– Ya, debería haber venido antes.

– Olvídalo. Enhorabuena, he visto que tu relato llevaba más de 17 000 visitas. Me quedé corto, pensé que superarías el estimado que te di. Lástima que a la gente no le de por comentar. La página de relatos ya no es lo que era, es una pena que lo hayan bajado.

– La doble moral -resoplo-. Ha sido un buen ejercicio para retomar la marcha. Hoy descansaremos, tienes que reponerte por completo –digo sin mucha convicción.

– Jo… 

– Si quieres…

– No, no soy un ogro. Has tenido un mal día. 

– Lo cierto es que te necesito. 

– Yo necesito que mi princesa esté bien. 

– Estoy bien cuando entras en mí.

Me toma de la mano suavemente, me lleva al sofá, mi cuerpo se pega al suyo de modo natural. Me gusta la forma en la que mi menudo cuerpo encaja con el de él.. 

– No se me ocurre mejor lugar para estar que dentro de ti, princesita. 

– Te quiero – confieso en un rapto de sinceridad.

Cada fibra de mi cuerpo clama por sentirle más cerca. Me siento en su regazo, buscando un cobijo que mi mente no encuentra en otro lugar más que entre sus brazos. 

– Papi también te quiere –siento su respiración, como huele mi pelo y sus brazos rodeándome, regalándome su calor. 

– Te eché de menos hoy, papi – murmuro hundiendo mi cabeza en su pecho. 

– Lo sé princesita… lo sé –me acomoda entre sus brazos, mi lugar seguro. 

– Eres mío, papi. Me alegro que ya estés mejor –lo abrazo con fuerza.

– Es sólo un resfriado. No debes preocuparte tanto.

Sus labios buscan los míos y ,como cada vez que me besa, una descarga eléctrica fluye por mi cuerpo. Es una sensación reconfortante, y placentera que no por repetida resulta ser menos agradable.. 

– No me gusta ver a papi enfermo –lleno su rostro de suaves besos, nunca llegué a pensar que me gustaría la barba en un hombre hasta que lo conocí. 

– Lo sé. Yo quiero estar siempre a disposición de mi niña –cuando cierra sus ojos lo tomo como una invitación. Se deja hacer mientras mis besos se pasean casi con parsimonia por toda su cara. 

– Papi siempre es fuerte, por eso verlo enfermito no me gusta –suspiro, dejando escapar muy lento el aire de mis pulmones. Me acomodo a horcajadas sobre él, haciendo una declaración de intenciones y continuo con mi asedio romántico. 

– Pronto estaré del todo recuperado –sus fuertes manos se posan sobre mis glúteos brindándome soporte, atrayéndome un poco más a él. 

– Papi, ¿tienes energías para hacerle el amor a tu niña? –Me muevo un poco, sé que le excita que me frote contra él. Una lamidita en su cuello y una de mis sonrisas sirven como señuelo. 

– Por supuesto –sus manos aprietan con más descaro mi culito, lo magrea con más fuerza. 

– Tu niña te necesita –digo casi con desespero–. Odio que papi no entre en mi –vuelvo a besar tus labios, y me muevo sobre tu regazo, buscando despertar tu deseo al máximo. No es complicado conseguir ese objetivo. 

– Yo tampoco puedo pasar más tiempo sin entrar en ti, mi pequeña –sus manos se cuelan bajo mi pantalón, sus dedos aprietan la carne de mis nalgas. ¡Cómo me encanta ese contacto!

– Papi –suelto un gemidito–. Te necesito, mucho. Tu niña necesita que entres en su coñito –me pego más a él, mi pecho contra el suyo para que note la dureza de mis pezones que se elevan como puntas de diamantes. 

– Si… lo suponía –suelta, atrapa mi labio inferior entre sus dientes, tirando un poquito de él. Correspondo a su ataque imitándolo–. Ufff –me da un pequeño azotito como señal para que eleve mis caderas, con la maestría que lo caracteriza se deshace de mis pantalones. Su mirada se enciende y me quema. 

– Veo que volviste a olvidar las braguitas –de un pequeño jaloncito me atrae nuevamente a su regazo. 

– Papi –susurro, sentir mi sexo cada vez más cerca del suyo hace que un cosquilleo recorra mi interior–. No las olvidé –me sonrojo, desviando un poco la mirada–. Sé que a papi le gusta así. 

– Y supongo que debajo de la sudadera tampoco llevarás nada –acaricia con vehemencia mi culito, casi con devoción, conozco de su fijación por esa parte de mi cuerpo- . Es normal que estés helada. 

– Ya sabes que ahí me gusta ir libre papito –suelto otro gemidito ante el inclemente ataque, tan provocador y sensual. 

– ¿Quieres enseñarle a papi cómo te quitas la ropita para él? Sabes lo mucho que me gusta ver cómo lo haces –noto la dureza de su miembro, cada vez más evidente, más provocadora e incitadora.

– Si papi –me levanto de su regazo, siempre me sonrojo cuando me ve y sé que le encanta, me muevo de forma provocativa mientras dejo de lado mi sudadera. La lanzo sin mucha ceremonia. Esa inquietud y necesidad de que me vea puede por sobre todo lo demás. 

– Eres preciosa, princesa –no puede resistirse más a mi carita de niña buena, y saca su miembro de sus pantalones, se erige inhiesto, llamándome como el canto de una sirena en alta mar. 

Sin la sudadera de por medio, mis senos se muestran orgullosos, sobre todo porque entre ellos reluce el colgante que me identifica como suya. 

– ¿Ese es mi biberón, papi? –muerdo mi labio ligeramente. 

– Sí... totalmente lleno de leche de papi… ¿te apetece tomar un poco antes de irte a la cama?

– Si papi, necesito mi lechita para dormir bien –mi mano se deleita con el calor que emerge de ella, es como un fierro ardiente. 

– Papi lleva dos días fabricándola para ti, princesita –de su miembro se pueden notar unas gotitas de su líquido pre seminal. 

– Odio la abstinencia papi –susurro antes de darle una lamidita a la punta, y luego la dejo ir dentro de mi boca, se cuánto le gusta follarla.

– Yo no la llevo mejor que tú... Ufff... qué bien lo haces –acaricia mi cabeza, pero me deja a mi ritmo.

Mi boca engulle su miembro con lentitud, para que sienta como cada centímetro entra en mi boca. Casi me ahogo al llevarla hasta el fondo. Unos hilitos de baba unen mi boca a su miembro cuando la saco, y lo miro con mis ojos brillantes, cargados de deseo. Siento ligeramente como su mano sobre mi cabeza me invita a seguir. Comienzo a darle una nada lenta y profunda. Mis labios succionan con calma y deseo. Y aunque sé que disfruta de la mamada, sé que persigue otro objetivo. Me agarra de la nuca y comienza a forzar mi ritmo antes pausado. 

Abro más mi boca, ahogándome con su miembro caliente que entra en mi boca sin mucha clemencia. Aguanto el ritmo, me encanta cuando folla mi boca y veo el deseo en sus ojos verdes que se oscurecen por el deseo. Mi mano se cuela hasta mi sexo imberbe, el morbo de que use mi boca me hace tocarme con frenesí, acompasando la entrada de un par de dedos al ritmo de la follada. Sé que lo hago bien, modestia aparte, el oral es de lo que mejor se me da y le hago perder los papeles.

En un instante me agarra por debajo de mis brazos, por mis axilas y me levanta como a una pluma, mis cuarenta y tantos kilos no son nada para él. Me aprisiona contra la pared y su miembro queda justo en la entrada de mi vulva. De seguro la nota muy húmeda y caliente. Su intensa mirada se posa sobre la mía, mirándonos fijamente. 

– ¿Estamos bien, princesa?

– Si papi, estamos bien –mi mirada se conecta con la suya, lo necesito, tanto que muevo mis caderas buscando que nuestros sexos se unan. 

Me agarra con fuerza del culo para que no me caiga. Me gusta porque siempre está atento a esos detalles que nos hacen sentir cómodos a los dos. Lentamente va entrando en mi sexo. Puede notarlo más apretado que de costumbre. Y la duda en sus ojos me hace vibrar el corazón. Suelto un gemido, la acción de la última vez dejó mi sexo un tanto sensible, pero le necesito dentro. 

– Por favor, papi –le pido, para que sepa que puede continuar sin miramientos. 

Sé que le tranquiliza notarme tan receptiva. Su mente siempre se debate en momentos como ese pues busca olvidar que la última vez no supo contenerse y terminé un poco vulnerada. Entra en mí, muy adentro, notando como mi vagina se ensancha. 

Mi rostro expresa el deseo y mis piernas se enroscan a sus caderas para sentirlo más adentro. Entiendo que ,a veces, necesita ser más agresivo y estoy bien con ello. Me encanta que me use, pero también que me haga el amor. Su miembro llenándome por completo me da paz y me excita a partes iguales. 

Noto la felicidad en su rostro, esa ligera sonrisa me indica que podrá contenerse. Siente mi coño lubricando cada vez más y que entrar en mí es placentero para ambos. La diferencia de tamaños le impide besarme en los labios. Sigue aprisionándome contra la pared con más fuerza. Mis manos se aferran a su espalda, me gusta rasguñarlo un poco, marcarlo como mi papi. Su cuerpo contra el mío y su miembro invadiéndome me hacen soltar un nuevo gemido, más audible. Ya mi fuente ha comenzado a funcionar y sé que no parará hasta que esté del todo satisfecha.

– ¡Ufff... joder! –el dolor lo pone todavía más cachondo. Su pene entra en mi coño con una facilidad pasmosa. Siente que lo engulle y lo comprime hasta el infinito. Nota mi humedad bajando por sus muslos. Y me da más duro, aunque sé que es capa

Aprieto las paredes de mi coño para aprisionar su miembro dentro de mí, siempre me sonrojo al ver la gran cantidad de flujo que mana de mi intimidad. 

– Papi, más –digo en medio de mis gemiditos.

Mis súplicas son órdenes para él. Abre por completo mis piernas y me folla muy fuerte, pero una parte de él sigue teniendo cuidado para no hacerme daño. A la primera arremetida ya nota mi orgasmo, pero sabe que habrá más y no para. Mis paredes se contraen succionando su polla, siento como el chorrito de mi corrida baja por nuestras piernas. Su arremetida es potente, sigue entrando con fuerza y encadeno otro orgasmo igual de intenso que el anterior. Sigue entrando y saliendo de “su lugar favorito” como a él le gusta denominar a mi cuerpo. 

Cada vez pierde más los papeles, mi calor lo vuelve loco. Lo hace tan intenso que me lleva de nuevo casi al punto máximo, a punto de correrme. Y justo cuando estoy rozando las cotas del placer el muy cabrón se detiene. Se queda muy quieto. Mi puchero no se hace esperar y su sonrisa se ensancha un poco más. 

– ¿Qué... qué pasa, princesa? 

– Papi por favor –suplico. 

Aprieta sus entrañas todo lo posible, conozco ese ceño ligeramente fruncido, es el rostro que tiene cuando está a punto de correrse, pero no cede. 

– ¿Lo quieres ahí o lo prefieres en otro lugar?

– Te necesito dentro, llenándome por completo, quiero tu lechita –suplico otra vez.

Su mirada de sátiro me indica que he ganado de momento, ya no puede contenerse. Reanudando ese ritmo intenso y casi desbocado que me consume. Mis uñas se clavan en su espalda, y un gritito emerge de mi boca sin preocuparme por ser escuchada por el resto del universo y en ese momento siento el estallido dentro de mí. Como se corre muy dentro, sus chorros salen de forma desordenada, anegándolo todo, rellenándome con su esencia.

– ¡Te... te quiero, princesita!

Le sigo de cerca con un potente squirt que lo baña por completo, las sensaciones son demasiado abrumantes. Pero cuando por fin puedo articular palabras siento su pesada respiración sobre mí y nuestros cuerpos unidos. 

– También te quiero papi. Nire bihotza eta gorputza zureak dira (mi corazón y mi cuerpo son tuyos). 

Sin mucho quererlo nos desacoplamos. Los restos de mis flujos y su semen caen lánguidamente en el suelo. Me siento flojita y me abrazo a él.

– E…Eres increíble. 

– Me haces sentir especial, papi. Gracias –digo con la voz entrecortada después de que nuestros labios se separan de un beso cargado de sensaciones y emociones–. Te necesitaba. 

– Y yo –me dedica un nuevo beso en la frente y me arrastra hasta su habitación, que me gusta denominar como nuestra, a fin de cuentas, él es mi sitio seguro. 

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