"TERAPIA. 2ª parte" POR KAMATARUK.




Capítulo 4

Ximena comenzó a temblar cuando el muchacho totalmente empalmado se fue colocando sobre ella. Su tremolar se convirtió en histerismo cuando el extremo del cipote aporreó la parte exterior de la vulva. El hombre, pese a estar muy excitado, se tomo su tiempo, estimuló a la chica con el glande. Al final se agarró el estoque por la base y, dirigiéndolo hacia la reducida entrada de la chica, intentó penetrarla sin resultado. El pene resbaló un par de veces y se desvió hacia un lado

- ¡No, no! – Protestaba una y otra vez Ximena intentando salvaguardar su himen.


Estaba muy asustada y sobrepasada por los acontecimientos. Fue entonces cuando Karlos expresó sus dudas:

- Tal vez deberíamos lubricarla.
- ¡Pero si lo tiene muy húmedo! Se le ve el moco saliéndole del agujerito.
- Métesela de un golpe, a ver si sangra. No es más que un estúpido mueble roto.
- Eso, ¿qué importa? No va a enterarse de nada, como le pasaba a Jana y a las otras…
- A nosotras nos gusta cuando se lo haces muy fuerte.
- Niñas – intervino Markos poniendo un poco de orden en todo aquel alboroto mientras abría el armario -. Ya os he dicho que Ximena es un caso diferente al resto, ella sí tiene sensibilidad, pero no puede controlar las reacciones de su cuerpo.
- ¿Cómo los bebés?
- Sí… - dijo el gigantón abriendo un bote de plástico y vertiendo una generosa porción de líquido gelatinoso en el sexo de Ximena y sobre el falo de su amante.
- ¿Podemos extenderla nosotras?
- Vale, pero con cuidado.
- ¡Yo me pido el pito del tío Karlos!

Esta vez las niñas se repartieron la tarea como buenas hermanas: mientras Alissa embarraba la polla a dos manos Amy masajeaba la entrepierna de Ximena.

- Métele un poco por dentro que, si no, no entra bien.
- Ya, ya... preocúpate de tus cosas, lo he hecho un montón de veces, idiota.
- Idiota tú, zorra.
- Puta…

Markos se dio por vencido, conocía lo suficiente a sus hijas adoptivas como para saber que aquella discusión eterna no tendría fin así que decidió tomar asiento en uno de los sillones oscuros para disfrutar el espectáculo. La iniciación de una virgen, impedida o no, siempre era algo digno de ver.

- ¡No… no! ¡Nooooo! –

Ximena chillaba sin cesar al ver cómo Karlos le abría de nuevo las piernas y volvía a la carga. En la medida de sus posibilidades intentaba zafarse, pero era inútil. Desesperada, se tapó la cara, como si no ver fuese a servirle de algo, pero a su violador le bastó una mano para que sus ojos llorosos estuviesen de nuevo ante las cámaras.

- ¡Niñas, venid aquí! No quiero que estropeéis el plano.
- ¡Sí, papi!

Las chiquillas dieron un salto y ágiles como serpientes se colocaron cada una sobre las rodillas de su padre de cara a la cama. Sus caderas comenzaron a moverse hacia adelante y hacia atrás de manera coordinada. Era su opción favorita a la hora de masturbarse, pasaban horas estimulando sus vulvas con cualquier parte del cuerpo de los dos adultos mientras veían películas pornográficas o, como en aquel caso, la violación de alguna de aquellas desgraciadas que caían en manos de su pervertido tío. Su padre colaboró con ellas a la hora de buscar el placer y estimuló sus clítoris con las yemas de sus dedos.

- ¡Házselo ya, tito Karlos!
- Llénala de leche.

Esta vez el enfermero no erró y le endosó una estocada certera. Ximena notó primero cómo su entraña se abría lentamente, conforme el intruso ocupaba su lugar; después una puñalada caliente y fugaz y, para finalizar, un dolor tan intenso que le nublo la vista. La chica aullaba una y otra vez, pero ni con esas el violador se detuvo. No se apiadó lo más mínimo de ella: como un martillo pilón fue perforándola una y otra vez hasta que su generoso estoque tocó fondo. Después la agarró por el culo, le separó los glúteos y apretándolos con fuerza, la penetró de manera más vehemente.

- ¡Eso es, tío! Dale fuerte.
- Muy fuerte.

El hombre de marcados músculos acató el mandato y lo dio todo. La cama crujía y el cabecero de la cama marcaba el ritmo machacón de la follada en forma de golpes secos contra la pared. Las niñas se frotaban siguiendo el compás y su padre jugueteaba con sus botoncitos conformando las tres chicas un coro coordinado de gemidos de placer y gritos de dolor.




El cuerpo de Ximena actuó una vez más por cuenta propia, desconectado de su cerebro. Mientras la mente de la chica rabiaba de asco e impotencia al ser violada, su vulva supuraba jugos conforme iba acostumbrándose a las evoluciones del cipote que mancillaba su vientre. Después de varios minutos de intensa cópula, las paredes de la vagina se dilataron, y el dolor dio paso a un calor nunca antes experimentado y a una sensación de bienestar que, lejos de confortar a la chica la hicieron sentir la persona más desgraciada del universo. Se odiaba a sí misma, más en concreto a esa parte que no podía controlar, por estar disfrutando del sexo no consentido como una auténtica perra en celo.

- ¡Mírala, qué cara de gusto tiene ahora!
- Sí, babea más todavía.

En efecto, la cara de Ximena era el fiel reflejo de su vagina y de su boca brotaba tanto o más flujo que de su sexo. Con los párpados semi entornados, abría la boca más de la cuenta en busca de un aire que no llegaba debido al aplastamiento producido por el adulto y, como consecuencia de ello, la saliva se le escapaba de entre los labios sin control haciendo que su rostro quedase pringado de una amalgama de babas, sudor y remordimientos.

Cuando las paredes de su vagina se rebozaron de esperma exhaló un suspiro y notó, entre contracciones, cómo su propio jugo se fundía con el de aquel extraño junto con los restos de su himen.

Karlos se desacopló de la potrilla, se tumbó junto a ella y pensó que el corazón se le iba a escapar del pecho. Sonrió al ver su reflejo y el de su joven amante en el espejo del techo.

Ximena permanecía a su lado, también boca arriba, con el alma rota y las piernas cerradas. Estas estuvieron poco tiempo en esta posición ya que una de las gemelas quiso darse un festín con su coño y rebañar hasta la última gota de los líquidos que manaban de la entrepierna de la joven.

El semental afeminado estuvo a punto de decir algo al respecto, pero prefirió no decir nada y disfrutar del momento: la lengua de la pequeña Amy por fin había entrado en acción y procedía a limpiar su miembro viril de los restos del encuentro sexual.

*************

Durante el trayecto de vuelta a la residencia la chica permaneció con la cabeza agachada y con las manos sobre el vientre. En contra de lo que era su costumbre Karlos tampoco articuló palabra. Al llegar al centro cambió de actitud y volvió a parecerse más a una loca descerebrada que al cruel violador que había abusado de la muchacha.

Ximena se negó a tomar la cena y cuando llegó a la habitación Karlos procedió a desvestirla después de cerrar la puerta con llave.

- Te has hecho un poco de pipí – dijo al cambiarla de pañal -. Apenas sangras ya.

La muchacha permaneció con la mirada perdida mientras era aseada. Nada le apetecía menos que sentir las manos de aquel tipo tan despreciable sobre su piel. Parecía más que nunca una muñeca de trapo, un ser inerte y nada colaborativo. No quería pensar nada, no quería decir nada; sólo deseaba quedarse a solas y romper a llorar de nuevo.

Se sorprendió al ver cómo el tipo dejaba su teléfono móvil en el lado opuesto de la almohada de donde él se encontraba. Había pensado que le restringirían su uso ya que con él le era más factible comunicarse y contar lo sucedido. No obstante prefirió quedarse quieta, haciéndose la dormida, y esperar el momento adecuado para actuar.

- Ximena, sé que puedes oírme. Abre los ojos. Sé que me odias, lo comprendo. Sólo te pido que saques la única consecuencia verdaderamente importante de lo que hoy ha pasado. Que te olvides de las vejaciones, de los insultos e incluso del sexo. No te hagas la tonta, sabes a qué me refiero.

La chica abrió los ojos de repente y se encontró frente a frente con los ojos de Karlos que la miraba muy serio. Estaba muy confusa. Pensó que sus piernas se habían cerrado por un acto reflejo y no porque ella les hubiese ordenado con toda su alma que lo hiciesen. Creía que había sido un sueño, una sensación, un delirio, algo irreal producto de su imaginación pero si su cuidador lo había visto es que había sucedido de verdad.

- Has cerrado las piernas y lo has hecho tú sola. Lo sabes, ¿no?

La chica asintió.

- No te entiendo.
- S…sí.
- Y en tan solo un día. Desde que sucedió el incidente… ¿cuántas veces habías podido hacerlo por ti misma? ¿cuántas veces habías cerrado las piernas por voluntad propia?
- Nun… nun…

Ximena se aclaró la garganta y lo intentó de nuevo.

- Nun…
- Venga, tú puedes…
- ¡Nunca!
- Eso es, princesa, eso es – Dijo el hombre acariciándola con ternura y besándola en la frente -. Te curarás, ya lo verás. Sólo tienes que confiar en mí.

La joven rompió a llorar, pero esta vez su llanto no denotaba el sufrimiento y la rabia guardada desde hacía dos años sino la alegría por ver la luz al final del túnel. Karlos la abrazó y ella se sintió tan reconfortada que hizo un esfuerzo por corresponderle.




- Sé que nadie quiere curarse más que tú, pequeña. Y también sé que nuestro método no es el más ortodoxo pero funciona. Has conocido a Danna y antes que ella hubieron otras y todas están por ahí, moviendo su culito y destrozando corazones y no postradas y amargadas en esas horrendas sillas de ruedas, siempre dependiendo de alguien y cagándose por todos los rincones.

Ximena no encontraba consuelo, necesitaba desahogarse. El día había sido intenso y lleno de sensaciones fuertes.

- Así que ahora te toca decidirte. No voy a engañarte, el camino es más corto pero no quiere decir que sea más fácil aunque te aseguro que el esfuerzo valdrá la pena. Ni puedo ni quiero controlarte todo el día así que, en cierto modo, estoy en tus manos. Puedes elegir el método largo, tomar tu teléfono móvil, hablar con tus padres y terminar con esto o puedes curarte mucho antes de lo que piensas.

El adulto se incorporó, colocó su paquete a la altura de la cara de Ximena, bajó la cremallera del pantalón de su uniforme, sacó su cipote y lo puso a disposición de la joven.

- Lo dicho: la decisión es tuya.

Ximena permaneció inmóvil mirando el techo con su celular a un lado y el pene semi erecto al otro. Tras sopesar los pros y las contras de ambas posibilidades ambas le parecieron horribles. Respiró hondo varias veces y pensó por enésima vez lo injusto que había sido el destino con ella. Harta de pensar actuó por instinto y optó por la opción que le pareció menos mala.

- Bien hecho, pequeña. Bien hecho. Recuerda, ve despacio y no te atragantes. Y sobre todo mueve mucho la lengua. –Dijo Karlos tomando fotografías de la felación con su propio teléfono móvil.


5º Capítulo

- ¡No, no, no! – Protestó Ximena.
- ¡Sí, sí, sí! – Le replicó Carlos.
- ¡Popó! ¡Popó! ¡No pa… paaa… pañal!
- Sí, ya lo sé que no te he puesto el pañal para salir hoy… ¿y qué?
- ¡Popo!
- ¡Que no te pongo el pañal, mensa! Con esas piernas que tú tienes y esa minifalda que te he comprado los hombres babearán incluso más que tú al verte. ¡Vas a arrasar!
- ¡No…!Porf… porf… ¡no, no!
- Un poquito más de rimmel… vaya ojazos, reina. No me extraña que a mi chico le guste tanto follarte. Últimamente te la mete más a ti que a mí. Estoy un poquito celoso… bueno, un muchito en realidad.

Ximena se puso roja como un tomate. Lo que decía Karlos era cierto, su relación con Markos se había transformado en algo obsesivo para el gigante calvo. La muchacha aparecía por la puerta de la casa y no había nadie más en el mundo para él: la desnudaba y practicaban sexo salvaje, casi animal. Había llegado a montarla incluso sin asearla tras quitarle el pañal, sobre el mismísimo suelo del pasillo.

- “El día que puedas cerrar las piernas a voluntad dejaré de hacértelo cuándo y cómo me de la gana.” - Le susurraba al oído mientras la empotraba contra el colchón.

La chica se acariciaba los pechos durante la noche, tumbada en la cama, recordando esos momentos de sexo y pasión desenfrenada con ese hombre. No tenía otra forma de aliviarse, sus manos no llegaban a estirarse lo suficiente como para alcanzar su clítoris aunque cada día la distancia que los separaba iba menguando.



Karlos la levantó como una pluma y la puso frente al espejo. Sus musculados brazos la ayudaron a mantenerse en pié. Ximena ya tenía la suficiente fuerza en las piernas como para mantenerse derecha unos pocos segundos antes de que estas desfallecieran.

A Ximena le gustó lo que vio. Era cierto que aquella minúscula minifalda y aquel top exageradamente escotado no eran propios de su estilo, mucho más recatado y discreto, pero tenía que reconocer que Karlos tenía un gusto afinado para la ropa que más le favorecía. Sólo le preocupaba una cosa: que su intestino o su vejiga le jugasen una mala pasada.

- ¡Po, pooo! – volvió a decir cuando se derrumbó sobre la silla de ruedas.
- Estás imponente, zorrita. Abre la boca.
- ¡Popo!
- Sí, ya sé que tienes popó. Ahora te pongo en el váter y haces lo que tengas que hacer pero primero… la pastillita. Sólo faltaba que con te quedases preñada, no me extrañaría nada con la de esperma que estamos echando ahí adentro. Tu coño parece una esponja.

Sin duda uno de los momentos más vergonzantes del día para Ximena era el momento de ir al baño. Si bien sus esfínteres comenzaban a obedecerle todavía tenían criterio propio y, cuando se ponían caprichosos, no tenía forma de contenerlos. Karlos había adoptado con ella una estrategia similar a la que se sigue con los niños pequeños a la hora de quitarles el pañal: visitas frecuentes al cuarto de baño tuviese ganas o no y más aún antes de salir del hospital o de la casa de su cuidador.

- Venga, no tenemos todo el día. Échalo todo de una vez, niña.

Si ya de por sí le resultaba difícil orinar o defecar por voluntad propia hacerlo delante de Karlos le suponía un trauma. El hombre no se contentaba con mirar descaradamente su intimidad mientras evacuaba fluidos pestilentes, sino que además le hacía fotos o incluso vídeos de lo más explícitos en los que se la identificaba sin problema haciendo sus necesidades fisiológicas. En realidad, todo lo que le hacían, ya fuese en casa, en el hospital o en la calle, quedaba perfectamente documentado en incontables sesiones de vídeo. Ximena les preguntaba a través de su Lap Top para qué querían todas aquellas filmaciones, pero los adultos se hacían los sordos o le contestaban con evasivas.

- No tenemos más tiempo, reina. Nos esperan. ¿No has hecho nada, ni siquiera pipí? Muy mal, señorita, muy mal. Debes esforzarte más.

Utilizando toallitas húmedas el enfermero aseó sus partes. Después procedió a recomponerle la provocativa vestimenta, la sentó en la silla y la cancioncita volvió a sonar:

- ¡Pa… pa… pañal! – Balbuceaba Ximena sin descanso.

La joven estaba intranquila. Hacía ya unos días que no tenía ningún episodio escatológico descontrolado, pero se sentía mucho más cómoda con el protector de celulosa puesto. Le daba una seguridad de la que le costaba desprenderse.

- ¡Que no, pesada! No hay pañal. Odio esos pantalones anchos que parecen de mi abuela. A partir de ahora vas a enseñar pierna te guste o no. Mini faldas, shorts ultra cortos o minivestidos; no te vestiré de otro modo cuando vayamos de paseo.
- ¡No, no! ¡pañal! ¡joder! – Protestó la chica muy enfadada retorciéndose en la silla.
- ¿Joder? Mira, reina… - le dijo el otro también enojado – si quieres el pañal ahí lo tienes. Te lo pones tú, ¿te enteras, guapa?
- ¡No! ¡pañal, pañal…! – chilló la joven una y otra vez desesperada.
- ¿Desde cuándo hablas tanto? Estoy harto de escucharte decir siempre lo mismo. Pareces un disco rayado.

Y en un gesto de rabia introdujo sus manos bajo la falda de Ximena, le quitó la braguita de motivos infantiloides y se la metió en la boca a la muchacha.

- ¿Contenta? Ahora saldrás por ahí sin pañal… y sin bragas. ¡Por pesada!

Furiosa y derrotada Ximena escupió su ropa íntima al suelo y no dejó de refunfuñar ni siquiera cuando el vehículo de Karlos enfiló camino de la autopista. Estaba tan molesta con su asistente que le costó un rato darse cuenta que el camino que recorrían no era el habitual.


- Tranquila, enseguida llegamos – le dijo el conductor acariciándole el muslo con la palma de la mano -. Eres muy terca, ¿lo sabías? Eso no es malo, es mejor tener carácter que no tener nada.

Ximena conocía el barrio, en él se encontraban las tiendas más lujosas y los mejores restaurantes de la ciudad. Cuando el paseo comenzó sintió una extraña sensación en las piernas; el aire entraba a raudales por los bajos de su falda y le proporcionaban un frescor casi olvidado por el continuo uso del pañal. Ese frescor lo identificó como una señal de su cuerpo queriendo aliviarse. Comenzó a ponerse realmente nerviosa:

- Pipí…
- ¿Otra vez? No puede ser.
- ¡Sí, pipí!
- Tonterías. Mira, ahí está Lidia con las niñas. ¡Qué hembra! Si no fuese marica me enamoraría de ella.

La joven olvidó de manera momentánea sus ganas de aliviarse y fijó la mirada hacia donde el asistente le indicaba. Junto a Amy y Alissa, como dos gotas de agua gracias a su uniforme escolar, descubrió a una hembra verdaderamente majestuosa, de rasgos nórdicos y vestida de manera elegante. Cuando se acercaron la recibió con una cálida sonrisa que contrastaba con la total indiferencia de las gemelas que peleaban como siempre, esta vez por hacerse con el teléfono móvil de la señora.

- ¡Es mi turno!
- No, tú ya has jugado y has perdido. Eres muy mala.
- Mala tú, perra.
- Puta.
- Zorra.
- Perdón por llegar tan tarde, doctora. Se me fue la cabeza con el tiempo.
- No te preocupes, Karlos. – Repuso la otra señora mostrando su perfecta dentadura en tono muy amable -. Tú debes ser Ximena. Mi marido está extasiado con tus progresos. Eres preciosa. Se le cae la baba cada vez que habla de ti y no me extraña. Y hablando de eso...

La mujer buscó algo en su bolsito de mano. Tras sacar un pañuelo bordado limpió la eterna cascada de burbujitas que manaba de la boca de la joven. A la nariz de la adolescente llegaron los efluvios de Chanel, con sus característicos efluvios de naranjo amargo, jazmín y rosas.

- Así está mejor.
- Grr… grrr…
- ¡Ahora parece una moto!
- ¡Qué boba!
- Niñas…
- ¡Gracias! – Explotó por fin Ximena.
- Por nada. Ya que Karlos olvidó sus modales me presentaré yo misma: soy Lidia, la mamá de Aly y Amy; la esposa de Markos.

Una vez más la sorpresa de Ximena fue mayúscula. Hasta entonces desconocía la existencia de aquella señora. Había llegado a la conclusión de que Karlos y Markos eran pareja ya que también los había visto practicar sexo y que, con toda probabilidad, las gemelas eran fruto de alguna relación ya extinta del segundo de ellos.

- Bueno princesa, tengo que irme. He de hacer algunos recados y no puedo perder el tiempo…
- Pe… pe… pero…
- Tranquila. Te dejo en buenas manos, la doctora es una excelente cuidadora. El doctor Markos y ella estudiaron juntos y son los creadores de nuestra milagrosa terapia.
- N… no.
- Desde luego, eres de lo más aburrido, Ximena. ¡Uff, me has distraído! Me han matado por tu culpa.
- ¡Es mi turno!
- ¡No es justo! ¡Ha sido culpa de la babosa!
- Te jodes.
- Te jodes tú, idiota.

Karlos se marchó a toda prisa y Ximena le siguió con la mirada. El cosquilleo en sus partes bajas aumentaba de manera proporcional conforme él se alejaba. Un chillido estridente la bajó de la nube.

- ¡Mierda!
- ¡Tontaaa! Te ha matado el más fácil.
- Es este pinche teléfono. Comenzó a vibrar de repente.
- Amy, dámelo, por favor.

La señora se hizo con el celular y se alejó unos metros para que la conversación no fuese escuchada. Las niñas, privadas de entretenimiento, fijaron su atención en la joven impedida.

- Es nuestra mami, ¿a qué es guapa?
- S… sí.
- Es mucho más guapa que tú.
- Tú eres fea, a pesar de lo que dice papá.
- Y sucia.
- Muy sucia.
- Mami huele a perfume caro y tú a cacas.
- Sí. Hueles a cacas.
- Se te marcan los pezones.
- Vestida así pareces una puta.
- ¡Ji, ji, ji…! ¡Una puta!

El tono de las niñas era cada vez más hiriente. Ximena ya las había visto en ese estado y prefirió ignorarlas. Amy se incorporó de un salto, intentó de manera indiscreta mirar bajo la falda de la joven pero ella anduvo lista y se lo impidió con las manos. Ya tenía la suficiente fuerza para ello.

- Creo que no lleva pañal.
- ¿En serio?
- Sí, ¿no te das cuenta, idiota? Con esa minifalda de puta barata no podría llevarlo. Se le notaría.
- Idiota serás tú, imbécil.
- ¿Llevas pañal, tontita?
- ¡Eh… saco de babas! ¿Olvidaste el pañal en ese hospital de anormales donde te aparcaron tus papás?
- No te quieren.
- Tienen vergüenza de pasear contigo por la calle.
- Les das asco.
- No eres más que un mueble, una puta mueble.

El agobio de Ximena iba en aumento. Se sentía acosada e intimidada por aquel par de diablillas de ojos rasgados. No era la primera vez que abusaban verbalmente de ella. Cuando algún adulto estaba presente, eran amables y atentas, pero si se encontraban a solas dejaban a relucir su verdadera naturaleza, cruel y despiadada.



La niña del diente partido miró a un lado y a otro. Al comprobar que nadie le observaba se acercó a Ximena y le obsequió con un fuerte pellizco en la pierna. La joven apretó los dientes, evitando de esta manera emitir un quejido. Su estrategia de resistir de manera firme y que de este modo la chiquilla se aburriese y dejase de atormentarla le había funcionado con anterioridad.

En efecto, tras repetir la maniobra varias veces sin obtener el resultado esperado la niña volvió a su asiento visiblemente contrariada.

La victoria de Ximena fue reconfortante pero efímera ya que cometió la torpeza de recorrer sus labios resecos con la lengua. Una de las gemelas se percató de ello y volvió a la carga:

- Tienes sed ¿Quieres zumo, babitas?
- Sí.
- Pues pídelo como es debido, mensa.
- Sí, eso. Nos encanta ver cómo babeas.
- Pareces una fuente.
- Po… po… rrr. Po… po… por…
- ¡Pero arranca!
- ¡Con la erre le sale más!

Los ojos de Ximena comenzaron a enrojecer. Apretó los puños, se concentró y dijo con claridad:

- Zumo, por favor.

Un escalofrío recorrió su espalda, era la primera vez que lograba decir tres palabras seguidas y, pese a lo que dijeran las gemelas, la saliva apenas se le había escapado de entre los labios.

- Vaya. Parece que la babitas se va espabilando.
- Chupar la polla de papi le está curando.

El terremoto asiático que era Alissa se incorporó de nuevo, tomó su bebida y dispuso el extremo del popote entre los labios de Ximena. La joven buscaba con la mirada a la adulta en busca de socorro pero esta seguía inmersa en una conversación interminable. Tenía sed así que decidió seguir con el juego.

- ¡Espera!
- ¿Qué pasa!
- Te llenará la bebida de babas.
- Es verdad… ¡qué asco!
- Échale tú las tuyas primero, así estaréis iguales.
- ¡Buena idea!

Ni corta ni perezosa la chinita lanzó un grumo de saliva de considerables dimensiones a la bebida afrutada. Luego volvió a poner a disposición de Ximena el extremo del tubito, pero cuando la joven empezó a succionar Alissa movió el vaso de manera brusca y el popote se escapó de entre sus labios y golpeó la nariz de la adolescente manchándola de zumo.

- ¡Jí, ji, ji! ¿Qué torpe eres!
- Venga… otra vez.
- Te prometo que no volveré a hacerlo.

El segundo intento tuvo parecido desenlace pero esta vez la zona manchada fue el escote de la chica. Así repitieron la maniobra hasta que Ximena comprendió que jamás alcanzaría el objetivo de ese modo.

- Pareces un pececito con la boca abierta.
- Eres tonta.

Ximena no quiso seguir con el juego y se hizo con el vaso pero la chinita no lo soltaba.

- ¡Pero ayúdame! – Le instó a su hermana.

Amy intervino en el forcejeo y entre tiras y aflojas, el cuerpo de Ximena comenzó a tambalearse más de la cuenta. De repente, el peso la venció para adelante, la silla salió disparada para detrás y la chica cayó al suelo junto con el vaso de néctar de frutas y la mesa que tenía a su lado. El estruendo fue enorme, el recipiente quedó hecho añicos y Ximena terminó en el piso cubierto de zumo y totalmente despatarrada.

- ¡Ay! – Gritó la chica al golpearse la cabeza contra el suelo.

La gente que los rodeaba acudió en su ayuda. La mamá de las niñas colgó en celular y se aproximó corriendo al ver el alboroto. Cuando llegó ya era demasiado tarde. La exigua minifalda de Ximena había dejado de cumplir su cometido dejando sus vergüenzas al aire. La chica quiso cubrirse al ver a toda esa gente extraña mirándole el sexo pero se puso tan nerviosa que no pudo controlar su esfínter y allí mismo, frente a una docena de personas empezó a orinar sobre sí misma.

Aly y Amy comenzaron a reírse de ella abiertamente. Ximena rompió a llorar con el rostro pegado al suelo sobre un charquito de su propia orina.

***************

- ¡Esta vez habéis ido demasiado lejos, jovencitas!
- ¡No fue culpa nuestra mami!
- Nosotras sólo queríamos darle de beber.
- ¡Ella nos lo pidió!
- ¡No mintáis! - Dijo la mujer muy alterada acelerando el paso mientras empujaba la silla de ruedas a buen ritmo -. Tranquila, mi vida, enseguida llegamos. Si por lo menos esa cabeza loca de Karlos nos hubiese dejado tu bolsa de aseo. Ya estamos cerca de mi casa, allí podré limpiarte al menos.
- ¡Es cierto! Dijo: “zumo, por favor”.
- Fue ella sola la que se cayó.
- Yo intenté sujetarla.
- Es verdad, yo lo vi.
- Mira, también me manchó el vestido. ¿También tengo yo la culpa de eso?

Ximena no dejaba de llorar. Derrotada sobre la silla de ruedas, se tapaba la cara con las manos para no ver a la gente con la que se cruzaban en el trayecto. Aun así podía notar que todos la miraban. Se sentía el ser más desgraciado del planeta. Ni siquiera aproximaba las piernas, era consciente que probablemente todo el mundo podía verle el sexo pero en ese momento le daba lo mismo. El olor era insoportable.

- Ya llegamos, ya llegamos. Niñas no os riáis. Ya veréis cuando se lo cuente a vuestro padre.
- ¡Pero si no hemos hecho nada!
- ¡Ha sido esa tonta buena para nada!
- ¡Silencio!

Las niñas miraron a Ximena con odio pero no dijeron nada, temerosas del castigo que iban a sufrir todavía fuese peor. La señora se detuvo.

- Karlos - dijo a través del celular -, Karlos ha sucedido un accidente. Por favor, deja lo que estés haciendo y ven a mi casa con las cosas de Ximena.

Tras escuchar la contestación, prosiguió:

- No es grave, Ximena ha tenido un problema de incontinencia, eso es todo. Okey, chao.

Antes de proseguir la marcha utilizó el teléfono móvil de nuevo.

- Cariño, hemos tenido un problema, pero vamos a solucionarlo enseguida. Tengo que llevar a la muchacha a mi casa, se ha hecho pipí encima. Me temo que las niñas tienen algo que ver con eso.
- ¡Jo!
- ¡Que nooo!
- ¡A callar!
- Nos vemos allí pues, mi amor. Vale. Chao.
- Pero…
- No quiero escuchar una sola palabra más de ustedes, jovencitas. Ya hicieron lo suficiente para estropear la jornada.

Unos cientos de metros más allá, después de cruzarse con varios transeúntes que contemplaron el lamentable estado de la muchacha, se dirigió a ella en tono sumamente amable:

- Esa es mi casa, mi amor. Un buen baño y una ropa limpia y enseguida te sentirás mejor, ya lo verás.

Pero la chica no escuchaba, su mente vagaba por otros mundos con la cabeza agachada. Todo lo que Lidia le dijera no tenía importancia, ya era tarde para ella. Durante la parada, había sentido la característica punzada en la barriga, justo antes de que su intestino comenzase a evacuar. Notaba cómo poco a poco sus glúteos y su vulva se iban embarrando de heces y podía ver la parte líquida de excrementos descendiendo poco a poco por sus piernas.


- ¡Huele a cacas! – Rió Amy sin poder contenerse.
- ¡Sí! ¡Ximena es una cagona!
- ¡Oh, Dios Santo! – Exclamó la señora al ver el desaguisado.

****************

Al poco tiempo de acceder a la vivienda llegaron Karlos y Markos al mismo tiempo. Se deshicieron en atenciones con ella y tras el reconfortante baño de espuma se sintió mejor. Cuando salió del cuarto de aseo descubrió su silla limpia e impoluta, pero sobre todo notó un gran alivio cuando su cuidador le colocó el pañal y la llevó al salón de la casa.

- No traje ropa de recambio y los pañales que tenemos aquí no son de tu talla. Soy un idiota, debí haberlo previsto. – Dijo Karlos molesto consigo mismo.

- Tendremos que esperar a que se seque tu ropa. ¿Estás mejor?

De tanto practicarla, la desnudez delante de aquel extravagante grupo de personas ya no le suponía un problema por lo que la chica asintió.

- No te entiendo.
- Sí. E… eeest… estoy bien.
- Me alegro. Ahora quiero que veas algo. Karlos, por favor dile a las chicas que pasen y tráeme la fusta.

Las tres hembras se situaron delante de la chica con semblante serio.

- ¿Y bien? ¿no tenéis nada que decir? – Preguntó el hombre blandeando el artilugio de castigo.
- Lo siento, Ximena. – Dijo a media voz una de las niñas.
- Sí. Yo también lo siento; perdónanos Ximena.
- Debería haberte cuidado mejor, cariño. La responsabilidad es sólo mía. – Dijo la señora bastante más compungida que las otras dos.
- Muy bien. ¿Qué dices, Ximena? ¿crees que merecen un castigo? ¿cuántos azotes les damos a cada una? , ¿diez, veinte, cien?

Las niñas comenzaron a llorar, la chica lo miró perpleja. No podía creer lo que el hombretón decía, pero su cara dejaba bien a las claras que no bromeaba.

- ¡No, no! – Protestó.

Por muy humillante que había sido la situación en el bar por nada del mundo quería que las niñas sufriesen daños físicos y mucho menos la señora a la que, evidentemente, no creía responsable de nada.

- Tienes diez segundos para decir una cantidad: diez, veinte, cincuenta o ninguno… tú decides.
- ¡No!
- El tiempo corre.
- Ni… ni… ni… nin...

Ximena se esforzó como nunca. Esputó babas e intentó domar su lengua desobediente pero no pudo hacerlo a tiempo. Cuando vomitó la palabra ya era demasiado tarde.

- Tiempo…
- Ninguno, nin…ningún a… aa… azo… azote.
- Eres demasiado buena, princesa… y demasiado lenta. Diez para las niñas y veinte para la madre, ¿tú qué piensas, Karlos?
- Lo que tú digas, mi amor.
- ¡No!

Las chinitas lloraban cada vez más, estaban tan aterradas que no podían moverse.

- ¡Fue idea de Aly!
- ¡No, fue idea tuya!
- ¡Fuiste tú la que le agarraste el vaso…!
- ¡Y tú la que tiraste de la silla hacia atrás…!
- ¡Silencio! Aly, ven aquí.
- ¡No, papi, nooo! Azotes nooo…
- Recuéstate sobre las piernas de Ximena.
- No… papi. Eso no… otra vez no…
- Hazlo, no me hagas enfadar. Sabes que será mucho peor.

Lentamente la niña se colocó en posición. Apoyó sus manitas sobre las rodillas de Ximena y, sin dejar de sollozar, puso el trasero a merced de su padre.

- Karlos, por favor.
- Sí.

El enfermero levantó la faldita escolar de la niña y bajó sus braguitas hasta las rodillas, dejando sus blanquecinas carnes a la vista. La primera descarga fue terrible y el aullido de la chiquilla, desgarrador. Ximena sintió el latigazo como en carne propia, Aly apretó tanto sus rodillas que le clavó las uñas, pero temiendo que sus quejas pudieran aumentar el castigo de la chinita, no dijo nada. Los siguientes nueve golpes no fueron menos contundentes y cuando terminaron, la pequeña se derrumbó contra el suelo retorciéndose de dolor.

- Amy, es tu turno.
- ¡Papi, por favor! Me tragaré todo, tu pipí y todo lo demás, pero no me hagas daño.
- No perdamos más el tiempo. Colócate en posición.
- ¡Por favor, papi!
- Vaya… parece que a ti también te hace falta el pañal. Tú también te has hecho pipí, Amy.
- ¡Por favor, por favor, por favor…!

Aterrada, mientras ocupaba el lugar dejado por su hermana no dejaba de suplicar perdón aún a sabiendas de que este no iba a llegar. No aguantó tanto como la otra, al quinto latigazo cayó al suelo junto a Alissa, pero el hombre no dejó de azotarle en el trasero mientras ella se arrastraba sobre el piso hasta que cumplió su castigo.

- Ahora ya no os parece tan gracioso que los demás se meen encima, ¿verdad, jovencitas?
- ¡Ay, ay…! – Gimoteaban las chiquillas, rotas de dolor sobre el piso.
- Lidia, mi amor. Es tu turno.
- Sí, cariño.

La señora al contrario que sus hijas aceptó el castigo sin reservas. Fue ella la que se alzó el vestido. Ximena no dudo de que, de haber llevado bragas, se las hubiese bajado ella misma. Puso el culo en pompa, cerró los ojos y aceptó el castigo con resignación cristiana.

Tras el primer golpe de fusta Ximena notó la diferencia de actitud entre la madre y las hijas. La mujer gritaba incluso más que las chiquillas, pero sus gemidos no eran de dolor sino de placer, tanto es así que, cuando terminó la sucesión de mandobles, se quedó expectante por ver si su marido se había quedado con ganas de más. El estupor de Ximena fue máximo al ver la cara de Lidia a punto de llegar al orgasmo gracias a los azotes de Markos solamente.

- Ya es suficiente, cariño. Por favor, limpia a la niña.
- Por supuesto, mi amor.

La adulta enterró su cabeza bajo la faldita de la chiquilla que se había orinado encima y con su lengua le lamió el sexo. No pudo ver cómo Markos se bajaba la bragueta y comenzaba a orinar encima de las tres. El hombre tuvo especial cuidado en mojar a las chinitas y enseguida sus uniformes quedaron calados de orina.

- ¿Contentas? Ahora largo de aquí, zorritas. Quiero que las tres os deis un largo paseo y que todos los vecinos vean lo sucias que sois, ¿entendido? Karlos, acompáñalas y hazles fotos, por favor.

Los sentimientos de Ximena eran de lo más contradictorios. Por un lado, estaba aterrada por quedarse a solas con Markos; el excesivo castigo infligido por aquel hombretón tanto a su mujer como a sus hijas le hicieron temer por su integridad física, pero por otra parte se sentía alagada por que fuese su caballero andante frente a la crueldad de sus propias hijas.

- No volverán a hacerte daño, lo prometo. – Le susurraba Markos besándole el cuello mientras la transportaba entre sus brazos como si fuese una pluma.

La casa le era desconocida, pero Ximena sabía de sobra cuál sería el destino del viaje: el dormitorio. Cuando el hombre la tumbó sobre la cama y comenzó a desnudarse no se sorprendió en absoluto. Por muchas veces que se hubiese repetido la escena la desnudez de su amante seguía turbándole. Aun así, no podía dejar de mirarle de reojo, principalmente al cipote erecto. Una vez más sintió cómo su vulva comenzaba a supurar fluidos deseosa por verse colmada de carne.

- ¿Todo bien? – Le dijo él despojándola del pañal con cuidado.
- Sí.

Ximena dio gracias al cielo, su horrenda ropa interior de celulosa permanecía limpia. Markos acarició los muslos y las rodillas de la muchacha tras lo cual las abrió por completo. Se recreó acariciando los pliegues de su sexo juvenil. Ya estaba agarrándose el estoque para penetrar a la joven potrilla cuando esta, de improviso, cerró las piernas con fuerza. El hombre se quedó petrificado. Deseaba que aquel movimiento se produjese un día u otro, era uno de los motivos por el que adoptaban una terapia tan poco ortodoxa, pero hubiera preferido que se produjese en otro momento.

- Va… vaya. Eso está muy bien. Te felicito Ximena, tu rehabilitación va por muy buen camino.
- Gr… gracias.
- Por nada.

El adulto y la joven estuvieron conectados por la mirada sin articular palabra. Él respiraba trabajosamente con su vigorosa herramienta entre los dedos, luchando contra el impulso animal que le incitaba a incumplir su promesa Ella lo miraba rebosante de felicidad por ser capaz por fin de controlar su cuerpo, por sentirse de nuevo persona, por tomar sus propias decisiones.

Y eso hizo.

Lentamente Ximena abrió sus piernas ofreciendo su sexo a su amante. Y, por si este tenía alguna duda, con mucha dificultad estiró su mano hasta su vulva, era la primera vez que alcanzó a tocarla desde el incidente, separó sus pliegues y suplicó:

- Vi… vió… viólame, por favor.

Markos asintió y la tomó de la manera más salvaje y despiadada que fue capaz.

Capítulo 6

- Venga, niñas. Daos prisa... ¿Pero – preguntó Karlos al ver a las gemelas desnudas sobre el cuerpo de Ximena -, todavía estáis así?
- Ya… ya terminamos.
- Sí… falta poco.
- Muy poco.

Las dos chinitas parecían poseídas por la calentura de sus minúsculos cuerpos. Utilizaban como de costumbre las piernas de la joven inválida para masturbarse como si no hubiese mañana. Sus menudas caderas se contoneaban adelante y atrás, dándose placer en el clítoris, barnizado con sus flujos los muslos de una Ximena que, inerte se dejaba hacer como tantas otras veces. Conforme las humillaciones sufridas iban sucediéndose en el tiempo, había asumido su papel de juguete de aquellas pequeñas diablesas. Juguete sexual, como en aquel caso, o simplemente el de una muñeca de carne y hueso a la que poder peinar, maquillar, maltratar e insultar de la manera más cruel.

Existían horas y horas de esas filmaciones; películas que luego visionaban junto a Ximena mientras devoraban enormes cuencos de palomitas. Mientras lo hacían, no dejaban de hacerle comentarios soeces e insultos menospreciándola por no poder valerse por sí misma.

- Terminar pronto, tenemos que irnos. ¡Dios, qué tarde es! Vuestro padre va a matarme.

El mimetismo de las gemelas era tal que solían llegar al clímax de manera casi simultánea y aquella vez no fue una excepción. Cuando se largaron correteando entre risas dejaron los restos de su lujuria abrillantando la piel de Ximena.

- ¡Madre mía! ¡cómo te han puesto esas brujas!

La primera intención del enfermero fue liberar a la muchacha de las dolorosas pinzas de plástico con las que las niñas habían torturado sus pezones, pero antes prefirió inmortalizar la hazaña con una sucesión de fotografías de lo más explícitas.

- Voy a tener que bañarte de nuevo. ¿Qué demonios es eso que te han puesto en la cara? Se supone que iban a pintarte como Harley Queen, pero pareces más una zombi después de una borrachera. No es normal esa fijación que tienen por introducirte cosas en el trasero – Le dijo la mujer sacándole un chupete infantil del orto - ¿Han vuelto a obligarte a chuparlo después de metértelo ahí?
- Sí. – Contestó la muchacha con resignación.
- ¡Qué malas! Deberías resistirte, ya tienes la suficiente fuerza como para poder defenderte.
- Ya.

Karlos sonrió. En efecto, su paciente había progresado mucho desde el comienzo de su peculiar terapia. De hecho, Ximena había superado todas las expectativas, su rehabilitación estaba en su tramo final mucho antes de lo esperado, pero cuando estaba con las gemelas, sufría una regresión en su comportamiento y transformada de nuevo en la tullida indefensa y llorona de meses atrás. El enfermero y el doctor habían hablado sobre el asunto, era algo habitual entre los pacientes; una especie de Síndrome de Estocolmo, un miedo irracional a volver a su vida anterior al derrame que les incitaba a querer prolongar la terapia mucho más de lo necesario.

- Hoy vamos a una de las reuniones. Lo recuerdas, ¿no?
- Sí.
- He pedido permiso al hospital. Se supone que vamos al cine con otros ex pacientes, no lo olvides; lo digo por si alguien pregunta
- Sí. No hay p… problema. ¿Hab… habrá mucha gente?
- Sí. Vas a tener muchos ojos mirándote. Ha venido mucha gente de todo el país para verte. Te encantará. – Dijo el hombre quitando las pinzas de los pechos de la adolescente.

Los pómulos de la chica enrojecieron sólo con imaginar lo que iba a ocurrir durante el resto de la jornada.

*************************






Permanecer en el asiento trasero de la limousine con los ojos vendados ya no suponía un problema para Ximena. Había asistido a varias reuniones de aquel extraño grupo de personas liderado por el Doctor Markos y su Señora y sabía del secretismo que rodeaba a las sesiones. Además, viajaban con Karlos y con las niñas, aunque estas, en contra de su costumbre, permanecían en el más absoluto silencio. Cuando sus ojos vieron la luz reconoció el lugar. Se trataba de la casa enorme de alguna de las otras veces, con amplios salones en la que se respiraba un aire de lujo y distinción.

- Salid, rápido. Llegamos tarde. La reunión ya ha comenzado. Quitaros la ropa enseguida. Tranquila Ximena, yo te ayudo.

Asistida por Karlos la joven fue desprendiéndose su ropa. Una vez en cueros este le colocó el pañal. Las niñas se colocaron el suyo y, para finalizar, fue el propio enfermero el que vistió con tan singular prenda.

Ximena ya utilizaba las muletas para desplazarse, pero no puso reparos cuando su terapeuta le ofreció la silla de ruedas. Le daba un aspecto más desvalido e inocente y eso gustaba a los asistentes de aquellos encuentros. El hombre le colocó un minúsculo babero al cuello y arregló su cabello asegurándose que sus pechos quedasen bien a la vista. Para finalizar, introdujo en su boca el mismo chupete que momentos antes tenía inserto en el culo.

- ¡Perfecta! A ver, niñas… pero Aly, ¿por qué te has pintado los labios? ¡Nada de maquillaje, ya lo sabes!
- ¡Jo! Si apenas se nota.
- Te lo dije, tonta.
- Tonta tú, hija de puta.
- ¡Silencio! No tenemos tiempo para vuestras disputas. Quítatelo ya.
- De acuerdo. Así está bien.
- Sí.
- ¡Hasta luego, babitas! – Dijo la chinita echándose a correr por el pasillo en dirección a la puerta que daba acceso a la vivienda desde el garaje.
- ¡Adiós! – Se despidió su hermana siguiéndola entre risas.
- Chao, locas.

Karlos empujó la silla hasta la cancela. Antes de atravesarla preguntó a Ximena:

- ¿Lista?
- Sí.
- Ya sabes lo que tienes que hacer.
- Sí.
- ¿Alguna pregunta?
- No.
- No olvides babear.
- Sin pr… problemas.
- ¡Vamos allá!

Tal y como Karlos había predicho la casa estaba repleta de gente de lo más variopinta: niños, jóvenes, adultos e incluso ancianos. Algunos hablaban de forma distendida en parejas y otros en pequeños grupos con una tenue música de fondo estilo chill out. Sostenían copas y fumaban diversas sustancias mientras los chiquillos correteaban de aquí para allá. Algunos escondían sus rostros tras máscaras, pero otros mostraban sus caras sin pudor. Todos eran distintos, pero todos tenían una característica en común: todos iban vestidos solamente con un pañal.




- ¡Ximena! – Dijo una joven sonriéndola al acercarse – Me alegro mucho de verte, ¿qué tal estás?
- ¡Hola Danna! Muy b… bien, ¿y tú?
- ¡Fenomenal! Lo vamos a pasar muy bien. Hay mucha gente hoy.
- ¡Si!
- ¿Te encargas tú de ella, Danna? Necesito una copa, estas niñas van a volverme loco.
- Por supuesto, Karlos. Ve tranquilo. Yo me ocupo de Ximena.

Las chicas se adentraron en la casa pasando de estancia en estancia. Mucha gente se acercaba a saludarlas, les daban besos en las mejillas o incluso en los labios. Algunos, los más osados, incluso acariciaban el costado de las chicas y no fueron pocos los que palparon los senos de alguna de ellas. Ninguna de las dos se sintió ofendida por eso ya que estaban acostumbradas. Danna, también toqueteaba a las otras personas, Ximena era algo más comedida.

- ¿Quieres beber algo? – Preguntó la rubia.
- No, gracias.
- ¿Has comido?
- Sí. Mucho.
- ¡Genial! Mira… esa eres tú.

Ximena dirigió la mirada hacia donde Danna le indicó. En efecto, en una de las múltiples pantallas que decoraban las habitaciones aparecía ella teniendo sexo con Markos. Recordó la primera vez que se vio reflejada en una de aquellas televisiones delante de toda aquella gente sintió mucha vergüenza, pero ya se había acostumbrado a que su intimidad fuese conocida por todas aquellas personas. De hecho, casi nadie observaba la película, estaban más centrados en la que estaba siendo grabada en el centro de la sala donde un jovencito sodomizaba a un adulto con verdadera ansia.

- ¡Vamos a ver eso!
- Vale.

La adolescente sabía que a Danna le encantaba contemplar a otras personas practicando sexo, pero ella se aburría pronto. Por eso se dedicó a observar al resto de los asistentes. Descubrió a Aly sentada sobre las rodillas de una señora que, sin dejar de charlar con un abuelete, tenía su mano en el interior del pañal de la niña. La chiquilla parecía encantada con las maniobras de la adulta en su intimidad. Intuyó que Amy no estaría muy lejos y así fue: la cabecita de la chinita asomó de la entrepierna del otro interlocutor y por la manera de relamerse Ximena intuyó que se había tomado un buen trago de “leche de hombre”.

- ¡Hola chicas! – Dijo una voz que le era tremendamente familiar.
- ¡Hola Doctor!
- Danna, estás estupenda.
- Gracias.
- Tú también estás muy bonita, Ximena.
- Gr… gr… gracias doc… doctor Markos.
- Todo el mundo te está esperando, ¿estás lista?
- Sí.
- Vayamos al salón principal. Está todo preparado.
- ¡Genial!

El licenciado tomó el mando de la silla de Ximena y la condujo a la sala más grande de la vivienda.

- ¡Señores, es el turno de Ximena!

El murmullo en la casa fue en aumento y prácticamente todos los asistentes al evento se dirigieron al salón. La adolescente estaba abrumada por la expectación que ella suscitaba; acostumbrada a ser tratada como poco más que un florero le producía especial morbo ser el centro de las miradas de toda aquella gente.

Markos aparcó la silla en el centro de la sala, junto a una mesa circular de bajo porte. Fue entonces cuando Lidia, su esposa, entró en escena ofreciendo a Ximena un cáliz dorado.

- Bebe. – Le ordenó.

La chica no vaciló, pese a que conocía las consecuencias. Agarró la copa con ambas manos y se tomó el bebedizo de un solo trago. El sabor era sumamente desagradable, amargo y nauseabundo, pero aun así logró no expulsarlo por el conducto indebido.

- Muy bien, pequeña. Muy bien. Ahora colócate el chupete, por favor.
- Sí, señor.
- Karlos, por favor, ayúdame.
- Por supuesto.

Entre los dos hombres colocaron a Ximena tumbada sobre la mesa. La chica sabía que el efecto del brebaje no era inmediato así que intentó relajarse fijando la mirada en la cámara del techo tal y como había hecho otras veces.

Pese a no pillarle desprevenida, la primera punzada fue salvaje.

- ¡Ay! – gritó mordiendo el chupete.

El círculo de personas se cerró. Todos querían ver el espectáculo lo más cerca posible.

- ¡Ay, ay! – gritaba Ximena sin cesar.

El purgante comenzaba a hacer efecto, las contracciones de su intestino iban en aumento. El efecto del bebedizo era tan contundente que parecía estar arrancándole la entraña.

- Aguanta. – Ordenó Markos mientras hacía fotos.
- Eso es, preciosa. Resiste todo lo que puedas.
- ¡Sujetadla!

El instinto natural llevaba a Ximena a intentar agrupar su cuerpo en torno a su vientre, pero varias manos se lo impidieron, amarrando fuertemente sus extremidades.

- Un poco más, chiquilla. Un poco más.

El adulto intentaba dirigir las reacciones de su peculiar modelo.

- Eso es, resístete. No lo saques todavía. Mira a la cámara, mira a la cámara.

La joven rabiaba de dolor. Apretó tanto los dientes que hizo trizas el chupete. Se contorsionaba sobre la mesa con tal virulencia que se liberaba de sus captores una y otra vez.

- Sólo un poco más. Un poquito más… eso es, pequeña eso es.
- ¡Va a reventar!
- No. Todavía puedes aguantar más, sé que puedes hacerlo. ¡Mírame, mírame!
- ¡Dios! – Aulló la adolescente con todas sus fuerzas.

La boca de Ximena no dejaba de sudar, los ojos parecían querer salírsele de las órbitas, el dolor que destrozaba su vientre era casi sobre humano, pero aun así comprimía su esfínter cuanto podía a la espera del indulto que no terminaba de llegar; babeaba abundantemente y las convulsiones eran cada vez más fuertes.

- Markos, por favor. – Intervino Karlos muy asustado al ver el estado de la chica.

Pero la orden que todos esperaban no llegaba. El hombre parecía ensimismado haciendo fotos.

- ¡Markos!

Los siguientes segundos fueron dramáticos para muchos de los asistentes, sobre todo para Karlos.

- ¡Hazlo! – dijo por fin el doctor sin dejar de lanzar fotos.

Ximena lanzó un alarido que resonó por toda la casa. Relajó su cuerpo y expulsó sus heces y orina con tal fuerza que el pañal fue incapaz de contenerlas. Buena parte de sus excrementos escaparon por las costuras, manchando sus muslos y espalda de líquidos amarronados y amarillentos. El olor era fétido e intenso.

Los espectadores aplaudían entusiasmados.

- ¡Guau!
- Es impresionante.
- ¡Magnífico!

La chica intentaba recobrar el aliento, sentía cómo el corazón quería abandonar su pecho. Abierta de piernas dejaba que la naturaleza siguiese su curso libremente, su intestino no dejaba de expulsar cacas. A la vez que gemía observaba los ojos de los mirones, intentó contarlos, pero le fue imposible. Sintió una vergüenza tremenda y una increíble humedad en su vulva de similar intensidad tanto en el interior como en el exterior de su vulva. Amagó con acariciarse los pezones mientras seguía cagándose, pero no pudo, otras manos se le adelantaron. Poco a poco todo su cuerpo comenzó a ser acariciado por dedos extraños.

- ¡Quitádselo!
- ¡Sí, eso!
- ¡Queremos verlo!

Alguien tiró del pañal y otros muchos le siguieron. Como lobos, hicieron trizas la envoltura de celulosa y pudieron contemplar el espectáculo del cuerpo de Ximena totalmente embarrado por sus propias heces.

- Es impresionante.
- Dadle la vuelta.
- Sí, eso.
- Veamos cómo le sale.

En apenas unos segundos Ximena fue volteada. Pese a que el dolor no había remitido fue ella misma la que abrió sus piernas para facilitar la visión de los últimos restos saliendo de su intestino. De repente notó a un extraño sobre ella y algo entrando por un orificio teóricamente diseñado para la salida. No era la primera vez que era sodomizada en público, pero sí sin que la hubiesen aseado antes y eso todavía la excitó más.

Decidió entregarse a la causa y relajar su esfínter con la mirada fija en la cámara de su peculiar doctor. La tarde iba a ser muy larga.

Afortunadamente.

****************

- Vamos, Karlitos que se me va a hacer tarde… - Murmuró la chica removiendo el café.

Ximena llevaba un rato sentada en la terraza de una cafetería. Ya era la tercera vez que el camarero se le acercaba para preguntarle alguna tontería. Ella sabía que lo que de verdad quería era mirarle el escote, pero eso le traía sin cuidado. Le resultaba mucho más divertido coquetear con el señor de la mesa de enfrente mostrándole el secreto que se escondía en el interior de sus muslos mientras él se esforzaba por fingir que atendía a su señora.

Cuando vio acercarse al enfermero empujando una silla de ruedas se levantó de un salto y sonrió; llevaba algún tiempo sin verle, pero pudo comprobar que se conservaba estupendamente. Ximena también observó a su acompañante, una preadolescente inválida, de tez morena y ojos llorosos que la miraba con estupor.

- Hola, Karlos. Así que ella es vuestro nuevo proyecto. ¡Es preciosa! – Dijo la muchacha mientras la contemplaba como aquel que mira una muñeca de trapo.
- ¿Te gusta?
- Es una monada. ¿Cómo te llamas, guapa?
- Se llama Dulce, de momento no puede decir nada.
- Exacto… de momento. Pronto estarás como nueva, ya lo verás. Sólo tienes que fijarte en mí.

Ximena desfilo delante de la muchacha, exhibiendo su espectacular físico y la mejor de sus sonrisas. Irradiaba amabilidad por los cuatro costados, pero en su interior imaginaba a la niña totalmente cubierta de heces y simplemente con eso su vulva se encharcó.

Tras una motivadora charla y después de derramar deliberadamente la bebida sobre las tetas de la chiquilla, una exuberante limousine negra se detuvo junto al grupo. Tras despedirse educadamente, Ximena ocupó su lugar en el asiento trasero, se quitó el carmín de los labios, se colocó la venda sobre los ojos y cruzó las piernas.

Tenía muchas ganas, pero era demasiado pronto para hacer cacas.

FIN







Comentarios

  1. No te prodigas mucho en relatos con scat, sin embargo me parece que es una practica que dentro del menu de perversiones no deberia quedar relegado de una manera tan flagrante. Por eso esta miniserie me ha encantado por su introducción de esa tematica. Espero leer mas relatos donde aparezca de manera mas prominente la lluvia marron

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    1. Muchas gracias por tu comentario. Lo cierto es que es un tema bastante controversial del que apenas conocía nada antes de adentrarme en ese relato. Es algo complicado de abordar y hay gente a la que le corta el rollo todos estos temas. Intenté integrarlo lo más posible en el resto de la historia. Tengo algunas menciones al scat en otros relatos pero ninguno lo abordo como en este.

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