"TERAPIA. 1ª parte" POR KAMATARUK.


Capítulo  1

-        ¡Un hombre!

-         No sé qué tiene de extraño.

-         Ximena ya no es una niña… ya sabe.

La responsable del centro médico se encogió de hombros.  Aquella discusión era algo recurrente. No era la primera vez que le sucedía que los padres de alguna chica nueva mostraban sus reticencias cuando la persona asignada a sus hijas era un varón en lugar de la tradicional asistenta femenina.

-         Pues precisamente por ese motivo es por el que asignamos el personal masculino a ese tipo de pacientes. Ni se imagina la cantidad de bajas laborales que tenemos que hacer frente debido a estos casos. Hay que mover a las muchachas, colocarlas en las sillas, ducharlas. El tratamiento que aquí proporcionamos es integral, no sólo se trata de alimentarlas y levantarlas de la cama sino de rehabilitarlas mediante tratamientos completo, tanto físicos como psicológicos además de un cuidado exhaustivo de su cuerpo y para eso hay que tener músculo además de conocimiento.  

-         Yo no pongo en duda la capacidad de ese señor para atender a Ximena, a la vista está que anda sobrado de músculo, pero…

-         Sé lo que está pensando y lo entiendo. Él es un hombre apuesto y su hija una adolescente realmente hermosa, pero le aseguro querida… - dijo la mujer con una amplia sonrisa – que ni usted, ni yo y ni siquiera su hija tenemos algo que pueda interesar a Karlos.

La mujer tardó un momento en asimilar el doble sentido, pero cuando lo hizo abrió los ojos y se ruborizó.

-        ¿Quiere usted decir que es…?

-         Exacto.

-        ¡Oh, vaya!

-         Sí. Ya sé lo que está pensando. Es un verdadero desperdicio. Es… guapísimo.

-         Cierto.  

-         Espero que sea discreta y no lo comente con otras personas. Se trata de una información muy reservada y si se descubre que se lo he contado podría demandar al centro por una cantidad de dinero muy elevada. La vida privada de nuestros empleados es sagrada.

-        Sí, sí. Seré una tumba, no se preocupe. Entiéndame no es sólo por la familia o por mi marido. La gente habla…

-        Lo comprendo perfectamente señora Ángela, pero con Karlos no hay problema alguno. Ha trabajado ya con varias muchachas con el mismo grado de discapacidad que Ximena y todas han acabado encantadas con él.  No quiero dale falsas esperanzas, pero tiene un porcentaje de recuperación altísimo.

-       ¿En serio?

-    Se lo prometo. Eso sí, hay que dejarle trabajar a su aire. Es mucho de sacar a las muchachas del centro y cosas así…

-       ¿Sacarlas del centro?

-       ¡Pues claro! Es fundamental que no pierdan el contacto con el mundo que les rodea. Así les es más fácil integrarse en él cuando se recuperan.

**********

-    ¡Por fin nos han dejado a solas ese par de viejas cotorras! ¿verdad, Ximena? No sé su mamá, pero la directora del centro es una bruja muy cotilla que quiere saberlo todo de todo el mundo.  Te aconsejo que no le cuentes nada que no quieras que se sepa. Aunque pensándolo bien…  - dijo el musculado enfermero con una sonrisa burlona - difícilmente podrías hacerlo: no se te entiende nada cuando hablas, pareces un loro mal adiestrado. Yo te enseñaré a utilizar la boca correctamente: pronto moverás la lengua con soltura. Je, je, je.

Ximena no salía de su asombro.  Karlos, su nuevo asistente era diametralmente distinto a cualquiera que hubiese conocido antes. Era alto, sorprendentemente joven y con un cuerpo fibroso y musculado.  Pero lo que le llamaba la atención era su forma de tratarla.  Ya era la tercera vez que se metía con ella y apenas hacía media hora que le conocía.



Estaba acostumbrada a ver reflejado en el rostro de los que le rodeaban, incluida su familia, un cierto sentimiento de lástima y compasión por su situación. Desde que sufrió el infarto cerebral, con quince años, su vida había sido una sucesión de “lo siento”, “qué pena, con lo bonita que eres”, “qué injusta es la vida” y cosas así.  Eso lo llevaba relativamente bien, pero con lo que no estaba acostumbrada a lidiar era el miedo que inspiraba en ciertas personas.  Paradojas de la vida, ella, que apenas podía moverse, que estaba impedida para valerse por sí misma y que casi no podía hablar producía un pánico irracional en aquella gente a las que recordaba que la vida es tremendamente impredecible y que todos somos susceptibles en mayor o menor medida a terminar como ella.

-         Veamos qué voy a ponerte, algo que combine con esos ojazos verdes que tú tienes – dijo el hombre revisando el vestuario de la muchacha -. ¡Madre mía, si esta ropa parece de mi abuela! ¿Pero dónde están las minifaldas?  Sólo tienes unas camisetas que valen la pena, pero lo de abajo… ¡Qué ordinariez!, ¡vaya mierda!

Karlos miró a la muchacha y sonrió de nuevo.

-       Se trata de eso, de la mierda ¿no? No te ponen minifaldas ni cosas bonitas por los pañales. ¿Verdad?

Ximena asintió.

-     ¡Uhmm! Eso no te va a funcionar conmigo, querida. Vas a tener que esforzarte y hablar o no te haré ni caso. O me hablas o te dejaré aparcada en un rincón como si fueses el carrito de la compra. ¿Lo entiendes, mi vida?

-         Si. – Balbuceó la joven.

-         La verdad es que son horrorosos los pañales, y eso que tu culito es una delicia.  A mi novio le encantarías, es un fanático de la puerta de atrás.

Sin tiempo para asimilar la noticia acerca de la inclinación sexual de su enfermero personal y de las preferencias sexuales de su novio, Ximena se vio enterrada por una pila de ropa que cubrió su cabeza.

-         No te vayas, sujétame esto. Este no, este tampoco. Este tal vez. Mejor esta camisa, con un poquito de escote.  Pasamos de la ropa interior; arriba con las tetitas sueltas y abajo con el pañal.  Por cierto… tendré que asearte antes de salir a enseñarte todo esto; mi fino olfato me dice que vas de popó hasta el ombligo, mi vida.

Cuando el hombre encontró lo que buscaba desenterró a la muchacha.

-         Gracias, eres un perchero perfecto, Ximena.

-       ¡No! – Replicó la chica evidentemente molesta cuando pudo deshacerse de la ropa que la cubría.

-         De momento es lo que eres, princesa. Un perchero, una carreta, un carrito de la compra…

-       ¡No, no!

-         … y un saco de mierda. Hay que ver cómo hueles, nena.

La chica se ruborizó, odiaba cuando su cuerpo expulsaba heces delante de extraños sin poder hacer nada para evitarlo.

Aprovechando su físico, Karlos alzó a la muchacha de la silla de ruedas como si fuese una pluma. Ximena dejó de resistirse, el hombre parecería un inconsciente o maleducado, pero sabía cómo manejarla. Fue delicado y preciso a la hora de sacarle la ropa, sin tirones, malos giros ni otras inconveniencias.  Cuando le colocó el cubre cama y le sacó el pañal esperó en vano algún comentario soez acerca de su incontinencia. Escudriñó su rostro en busca de un gesto de asco, cosa que no se produjo: Karlos aseó sus partes íntimas con un rigor y una profesionalidad innegable.  Ximena estaba desnuda, totalmente expuesta, delante de un hombre realmente guapo y a solas y, pese a todo, eso no se sentía para nada incómoda. Sobrada de experiencia al haber pasado por mil manos, pronto llegó a la conclusión de que aquel chico, dentro de sus locuras, era un buen enfermero.

-         Bueno, esto casi ya está. ¿Todo bien?

-         Si.

-      ¿Te llega el periodo de forma regular? – Dijo él abriendo completamente las piernas de la muchacha, escudriñando el sexo de la chica.

-         Sí.

-         Apenas te sale ya nada. Tienes poquito vello, pero aun así es complicado distinguirlo.

Ximena sintió un par de dedos abriéndole la vulva y se sobresaltó, no se esperaba semejante atentado contra su intimidad.

-         ¡Ey, ey! Tranquila. Tengo que comprobar que todo está correcto. Eres una chica sensible. – Dijo él relamiéndose los dedos utilizados para la inspección entre risas -.  Eso es muy bueno, créeme: facilitará tu rehabilitación.

La chica se ruborizó y desvió la mirada hacia un lado.

De improviso, el asistente se incorporó de un salto, sacó un celular de su bolsillo trasero y exclamó tras revisarlo:

-   ¡Dios mío!, ¡qué tarde es! Tenemos que darnos mucha prisa pronto va a ser la hora del almuerzo.

Ximena no entendía nada, su nuevo enfermero era un auténtico torbellino. No le alcanzaba a entender por qué él no terminaba de vestirla. Al no poder controlar sus esfínteres se sentía incómoda sin el pañal puesto. Un fogonazo la sacó de sus pensamientos. Alzó la mirada y sus bonitos ojos verdes quedaron frente al objetivo de la cámara del teléfono móvil que de manera inmisericorde lazaba foto tras foto hacia su cuerpo desnudo.



-       ¡Sonríe, mi vida! Eres preciosa.

Karlos acercó el celular a la entrepierna de la jovencita obteniendo un primer plano de su zona más íntima sin la menor oposición.

-       ¡No, no! – Balbuceó Ximena.

La chica intentó taparse, pero sólo alcanzó a mal cubrirse los pechos con sus manos.

-    ¿Qué pasa? ¿No te gusta posar? ¡Pero si eres una ricura de chiquilla!  Con ese cabello trigueño tan liso y cuidado.  Ahora veamos esas tetitas…

-       ¡No, no! – Repetía una y otra vez una Ximena cada vez más alterada.

Pero la joven tenía la batalla perdida de antemano. Enseguida su cuerpo volvió a estar expuesto, sus débiles brazos no eran rivales frente a los poderosos músculos de su oponente.

-         Tranquila, tranquila. No pasa nada, mi amor. Son para tu expediente, hay que ir documentando tus evoluciones.  Tu mamá firmó el consentimiento, puedes preguntarle si quieres.

Los sollozos de Ximena cada vez son más estridentes. Deseaba que todo aquello fuese un mal sueño, como el resto de los días desde que su vida cambió de rumbo.

-         Vaya… además de cagona, llorona – le dijo el fotógrafo improvisado, rozando levemente uno de sus senos -.   Venga, la última…  ¡Pero sonríe! ¡Uff!… qué feas quedan las lágrimas en una cara tan bonita.

Con la misma agilidad con la que fue desnudada aquel joven extraño la vistió.  Sin preguntarle, eligió la combinación de ropa que más gustaba a la chica y la maquilló ligeramente con la soltura de la más aplicada estilista.  Ximena se sintió bella al ver su reflejo en el espejo.

-         Ya estás lista, bombón – dijo él peinándola con delicadeza -. Bueno… falta un pequeño detalle.

-         ¡No, no! – volvió a gritar Ximena cuando los dedos del hombre se dirigieron a su escote.

-         Sólo son un par de botoncitos desabrochados, no te alteres por tan poco.  Que seas poco más que un mueble no quiere decir que no aproveches lo poco que te queda. Verás cómo los chicos de por aquí no dejan de mirarte.  Algunos son verdaderamente guapos.  

Y tirando de la prenda contempló sin recato los senos de la muchacha.

-         Creo que olvidé colocarte el sostén.

En un gesto de rebeldía Ximena giró la cabeza de un lado a otro hasta que logró zafarse.

-         No te quejes, reina. Si los muchachos te miran las tetas no les importará que huelas a cacas ni que parezcas una bicicleta, ni que sueltes babas como una docena de caracoles. Venga, vamos quiero que conozcas el centro antes de la hora de la comida. –Dijo Karlos empujando la silla de ruedas en dirección al pasillo.

Ximena se quedó desconcertada. No estaba acostumbrada a ser tratada de aquel modo tan poco condescendiente.  Estaba furiosa y deseaba encontrarse con alguien responsable lo antes posible para contarle lo sucedido con aquel tipo y que la alejasen de él para siempre, pero al sentir un ligero cosquilleo y una leve tensión en sus piernas olvidó su enfado: era la primera vez desde el incidente que tenía esa sensación en esa parte de su ingobernable cuerpo.



Capítulo 2

Durante los primeros días en el centro médico la vida de Ximena no cambió demasiado a excepción del verse alejada físicamente de sus familiares. Se comunicaba con ellos bastante a menudo a través de su teléfono móvil o su lap top e iban a visitarla prácticamente a diario

Después de su desconcertante primera impresión, sus primeros días con Karlos fueron relativamente normales.  Como fisioterapeuta era impresionante: preciso, concienzudo, constante... Exigía lo máximo a Ximena, pero también sabía reconocer el enorme esfuerzo que la muchacha realizaba por recuperarse.  Incluso se había acostumbrado a esa extraña manía suya de fotografiarle constantemente, no llegaba a entender en qué podían ayudarle todas aquellas fotos desnuda.

El problema surgía fuera de la sala de rehabilitación, cuando se transformaba en una loca acelerada con una incontinencia verbal desesperante.  El hombre afeminado hablaba mucho de mil y un temas; sabía de todo y no se guardaba nada.  Su contante verborrea contrastaba con el silencio casi sepulcral de Ximena.

-     ¡Dios mío! ¡qué tarde es! Tenemos que darnos mucha prisa, las niñas estarán a punto de llegar del colegio. ¡Nos vamos de paseo, reina!

-         ¡No, no!

-         ¡Sí, sí! Tienes que salir de aquí o te ahogarás.

Ximena no estaba de acuerdo con salir del centro, allí se encontraba a gusto, lejos de las miradas apenadas de la gente válida. Deseó fervientemente encontrarse con alguien durante el recorrido en el interior de la residencia ya que estaba muy claro que Karlos no iba a hacerle caso, pero ni siquiera para eso tuvo suerte.  Tampoco tuvo suerte en el aparcamiento mientras la colocaba dentro de un enorme vehículo adaptado. Tan sólo al llegar a la cerca exterior del recinto el guarda de seguridad los abordó a través de la ventanilla.

-         ¡No, no! – Gritaba la chica desesperada.

-         Hola, Fabián. ¿Qué tal estás?

-         Pues muy bien, don Karlos.

-         ¡No, no, no!

-         ¿Es su nueva paciente?

-         Sí, estamos juntos desde hace una semana. Se llama Ximena y es una chica muy aplicada. Seguro que en poco tiempo logramos grandes cosas de ella.

-         ¿Y ya la saca de paseo?

-         Sí. Ya me conoces. Me ahogo en este sitio tan aburrido. ¡Hay mucha loca por aquí!

-         ¡No, no, noooo!

-         Vaya, parece que la señorita Ximena no está muy de acuerdo con eso.

-         Bueno, ya sabes cómo es esto. Les pasa a todas al principio, ¿recuerdas a Danna, mi anterior chica?

-         ¡Cómo no! Es una chica difícil de olvidar.

-         A ella le horrorizaba salir conmigo al principio y luego ya viste, estábamos todo el día de aquí para allá.

-         ¡No, no…!

-         Pues claro. ¿Sabe algo de ella? ¿Cómo le va?

-         Le va genial, precisamente íbamos a conversar con Danna ahora mismo.

-         Salúdele de mi parte. Fue milagroso lo que hizo usted con ella. Apenas podía moverse y en unos cuantos meses salió de aquí como nueva.

Al escuchar aquella revelación por parte del centinela, Ximena prestó más atención.

-         ¡Naaa! Yo no hice nada, Fabián. Fue ella solita la que se vino arriba.

-         Y vaya que si lo hizo. Vaya par de piernas que tenía.

-         Volveremos tarde. Tenemos muchas cosas que hacer.

-         No se preocupe, aquí estaré para abrirles la verja.

-         Muchas gracias, Fabián. Eres un cielo.

La singular pareja comenzó a manejar por Mexicali sin aparente rumbo fijo. Ximena estaba cada vez más nerviosa.  Su joven cerebro no dejaba de elucubrar las más siniestras teorías. Temía ser secuestrada por aquel tipo tan raro y después ser descuartizada para la venta de órganos.  Aprovechando un momento de descuido se hizo con el teléfono móvil que ocultaba un bolsito. Ya estaba manipulándolo cuando de repente el vehículo se detuvo bruscamente. Karlos se giró y el celular voló de sus torpes manos.

-         De momento yo me quedaré esto. Si eres buena chica te lo devolveré cuando volvamos. – Dijo el hombre con una sonrisa heladora.

-         ¡No, no! – Gruñó la joven.

Pero sus protestas fueron tan útiles como disparar a la luna.

-         Toma – dijo el asistente poniendo a su disposición una tableta electrónica mientras dejaba el otro aparato a un lado -. Mira esas fotos, esa es Danna, la chica a la que vas a conocer ahora. Aunque te parezca mentira ella estaba mucho peor que tú. Hazte a la idea que dentro de tu desgracia tuviste suerte: podría haber sido mucho peor, créeme.

Como acto de rebeldía y protesta Ximena pensó en lanzar aquel caro aparato contra el suelo del automóvil, pero al ver el contenido se detuvo.  Ante ella apareció una jovencita de aproximadamente su edad postrada como ella en una silla de ruedas, pero en una situación todavía más angustiosa que la suya ya que tenía tanto la cabeza como los manos totalmente adheridas a ella mediante hierros, apósitos y unas horrendas correas de cuero. La chica parecía muy triste, tenía los ojos hinchados y el rostro cubierto de lágrimas.



Detuvieron su camino junto a una cafetería. Descendieron del vehículo y, apenas se acomodaron en una mesa exterior, fueron abordados por una sonriente jovencita rubia de largas piernas y vestido escotado, ceñido y ultra corto, que saludó efusivamente a Karlos dando saltitos y comiéndole a besos. A Ximena le costó identificarla al principio, pero luego se quedó petrificada: era Danna, la chica de la tablet. Parecía otra.

Danna irradiaba vitalidad y alegría por todos y cada uno de los poros de su piel.  No dejaba de moverse y lanzar cariñitos y mimos al terapeuta que se dejaba hacer complacido

Ximena se quedó boquiabierta, creyó que sus ojos le engañaban, pero no era así.

-         Así que esta ricura es vuestro nuevo proyecto. ¡Es preciosa! – Dijo la muchacha mientras la contemplaba como aquel que mira un peluche tras el escaparate.

-         ¿Te gusta?

-         Es una monada.  ¿Cómo te llamas, guapa?

-         Se llama Ximena y no puede hablar excepto un par de palabras simples, reina. 

-         Entiendo.

-          Ya no te acuerdas, pero tú estabas incluso peor que ella.  Ella al menos puede mover los brazos, aunque tú echabas menos babas. Esta chiquilla parece más una fuente con ruedas que una persona. La próxima vez que le saque de paseo tendré que colocarle un babero.

-      ¡No te creo! – Se burló la rubia -. Sé cuánto te gusta enseñar nuestras tetas a todo el mundo.

-         ¡Me conoces demasiado!

-         Fueron casi dos años de tratamiento. Mucho tiempo juntos para conocer todos tus secretos. 

-         Y a mí los tuyos.

-         Cierto – Rió la joven - ¡Pero si es una ricura, no me canso de mirarla! ¡Vaya ojazos! a las niñas les va a encantar. Por cierto, ¿qué tal están ese par de zorritas?

-         Tan locas como siempre.  Te echan de menos.

-         Echan de menos meterme cositas por el cuerpo, nada más. No obstante, con este bomboncito que les llevas, pronto ni se acordarán de mí.

-         ¡Je, je… puede ser!

-          ¿Es virgen?

-         De momento sí.

Ximena torció el gesto. No le gustó nada que Karlos fuese contando sus intimidades a aquella extraña, pero aun así no dijo nada.

-         ¡A Markos le va a encantar!

-         Ya te digo. No creas, a veces me muero de celos al ver las ganas con lo que os hace. Voy a encargar la comanda, ¿te pido lo de siempre, nena?

La mente de la chica lisiada no daba de elucubrar mil teorías. No comprendía nada, no sabía quién era Markos ni tampoco esas niñas de las que hablaban sus otros dos acompañantes.

-      ¡Claro! Así podré hablar a solas con Ximena mientras tanto.  Ya sabes… cosas de chicas.

-         Vale, vale ya me voy… ¡qué estrés! ¿Tú qué quieres, diablilla sobre ruedas?  Coca-cola, un zumo, agua, ¿aceite lubricante?

-    ¡No seas malo, déjala en paz! – La defendió Danna lanzándole un ligero golpe en el hombro.

Pero Ximena estaba tan absorta en las evoluciones de la otra chica que ni siquiera escuchó el cruel comentario. Le parecía un milagro verla recuperada así.

-      ¡¿Qué si quieres algo, mensa?! – Dijo el hombre moviendo la silla de ruedas para sacarla de su ensimismamiento.

-        ¡No seas bruto! – Le riñó Danna sin dejar de reír y, acercándose a Ximena muy cerquita de su cara, prosiguió hablando casi en un susurro -. A ver, cielo… tranquilízate. No pasa nada, al principio todo te parecerá muy extraño, pero verás como todo irá genial. Has tenido mucha suerte de caer en manos de este… ¡está loca!, je, je, je.

Ximena buceó en las pupilas azules de la otra muchacha, hasta ella la encontró atractiva. El tono tranquilizador de Danna y su increíble vitalidad lograron el efecto deseado insuflando valor a la joven enferma.

-         “A… a… awa” – Tartamudeó Ximena con mucha dificultad.

-         No te entiendo, bonita. ¿Puedes repetírmelo despacito?

-         “A… awa”

-         Mi sobrino de dos años lo haría mejor. – Dijo Karlos alzando la vista al cielo.

-         “A…

De repente la chica se dio cuenta de que era el centro de las miradas de todos cuanto se encontraban en la terraza. Extraños que la contemplaban con esa cara de falsa lástima que tanto odiaba. La impotencia y la rabia se apoderaron de ella, bajó la mirada y rompió a llorar.

-         Venga, no pasa nada.  Yo te ayudo. Repite conmigo: “A…

Pero Ximena se limitó a negar con la cabeza. Sólo deseaba largarse de ese lugar y volver con su familia. Comenzaba a pensar que su madre no la quería.  

-         Bueno, no tengo todo el día. No dices nada, no tomas nada. No te muevas de ahí, Ximena… ¡Je, je, je! Enseguida vuelvo, sosita.

Y riéndose de su propia gracia el musculado enfermero se perdió hacia el interior del establecimiento.

-         ¡Ey, ey, ey! No llores. – Dijo Danna en tono maternal, alzando el rostro de Ximena bañado en lágrimas - Sé cómo te sientes, exactamente igual que yo hace dos años. Piensas que has caído en manos de una panda de locos.

La muchacha se acercó un poquito más a Ximena y prosiguió:

-         Karlos puede parecer un pervertido descerebrado, pero sabe lo que hace – Danna lanzó un guiño cómplice a la impedida - Vale, es un pervertido descerebrado, pero también un terapeuta de escándalo.  En cuanto a Markos, impresiona un poco al principio, pero te hará sentir cosas que ni siquiera imaginas.  Las niñas son eso… niñas; para ellas todo es un juego, pero de vez en cuando es bueno hacer las cosas sin pensar y dejarse llevar.

Pero ni con estas palabras logró consolar a la otra así que optó por enseñarle de nuevo sus fotografías del aparato electrónico.

-         Si no me crees, confía en lo que ves– dijo Danna con ternura -. Esta era yo antes, al poco de caerme del caballo… y puedes ver lo que soy ahora.  ¿Qué prefieres ser? Yo creo que la respuesta está muy clara.

Y alargando un dedo, tomó una lágrima que humedecía la mejilla de la otra chica y se la llevó a la boca.

-         Deliciosa…

Después hizo lo mismo con la cascada de babitas que brotaba de la comisura de los labios de Ximena.

-         ¡Uhm! Esto todavía está mejor. – Dijo lamiéndose los dedos con deleite.

Y de improviso, acercó su rostro al de Ximena y la besó en la boca. La jovencita no supo cómo reaccionar, era la primera vez en su vida que alguien le hacía algo así. Ensimismada en las fotos no la vio venir.  Lo que comenzó como una delicada caricia se convirtió rápidamente en una comida de labios intensa, sintió cómo la lengua de la muchacha buscaba la suya con ansia, sorbiendo sus babas con deleite. Prácticamente la dejó sin aire.



-         ¡Me tragaría todas tus babitas! … je, je, je– Exclamó Danna relamiéndose los labios tras despegarse -. ¡Qué lástima que no pueda acompañaros!

Ximena se recobró y volvió a sentirse la diana de las miradas de todos, pero esta vez los rostros que la contemplaban eran de asombro, no de pena y eso le turbó todavía más.

-       ¡Eh, deja algo para los demás, princesa! – Apuntó Karlos llegando con las bebidas-. Veo que os habéis hecho muy buenas amigas.

Y dejando los vasos sobre la mesa, tomó asiento junto a las jóvenes. La cabeza de Ximena no dejaba de dar vueltas. Escuchaba, pero no oía el torrente de palabras que los otros dos pronunciaban. Se sintió desplazada, como si no estuviera con ellos, como si fuera un cero a la izquierda.

-         ¡Ximena, Ximena! ¿Me escuchas? Te peguntaba si querías un poquito de mi bebida.

-         N… no.

-         Venga… no seas tonta. Toma un sorbo, te encantará.  No seas niña… bebe, bebe.

-         ¡No…no!

La adolescente se resistió, pero la rubia no dejó de acosarla con la bebida hasta que la cañita penetró entre sus labios.

-         Bebe, te hará bien.

Ximena decidió rendirse y no viendo otro modo de librarse de aquel abuso sorbió un buen trago. Al principio el sabor a naranja fresca le pareció agradable pero el amargor alcohólico del final le jugó una mala pasada.  Se atragantó.

-         ¡Despacio, despacio! – Exclamó Karlos.

La advertencia llegó tarde. Al toser, una parte del líquido anaranjado tomó el camino de regreso, pero se equivocó de conducto, saliendo a presión por sus fosas nasales. La mezcla de zumo, güisqui y mocos resbaló por su cara y cayó por su mentón hasta inundar su escote convirtiendo su bonita camisa en un mocador gelatinoso.

-         ¡Halaaa! Mira cómo te has puesto. – Gritó el hombre muy enfadado.

-         ¡Oh, lo siento! – Exclamó Danna muy apenada al ver el destrozo que había formado.

Ximena siguió tosiendo y expulsando fluidos por nariz y boca. Cuando dejó de hacerlo, volvió a llorar amargamente con la cabeza agachada.

Danna fue la primera en socorrerla.  La limpió lo mejor que pudo utilizando servilletas de papel, pero lo único que consiguió fue extender el problema por todo el pecho de la joven ya que, dada la finura de la camisa que vestía, esta se pegó a su piel tornándose casi transparente. Los redonditos y oscuros pezones de Ximena quedaron prácticamente a la vista de todo el mundo.

-        ¡Lo siento, lo siento! – Repetía la rubia una y otra vez.

-         No te preocupes, ha sido culpa suya. Me da la impresión de que no es demasiado lista. Tenemos mucho trabajo con ella.

El claxon de un automóvil sonó.

-         Tengo que irme, un cliente me espera. – Dijo Danna incorporándose.

-         Venga, vete. Pásalo bien y no te preocupes. Vaya carro que lleva el abuelo, vas a llevarte una buena propina. Veo que el negocio va estupendamente.

-         Sí, pero creo que mis papás sospechan algo.

Y bajándose el extremo de su minifalda intentando ocultar mucho más de lo que la prenda daba de sí, se despidió de Ximena dándole un beso en la frente.

-         Adiós, mi vida. Anímate, que a partir de ahora todo va a ir a mejor.

Y dirigiéndose a Karlos, continuó:

-     ¿Quieres que le hable de ella al cliente? Es una monada y le encantará. Ya ves que el dinero no es problema.

-         No, no. Es demasiado pronto para eso.

-         Como quieras. Bye.

Con la misma energía que apareció Danna se esfumó dentro de una imponente berlina negra de cristales tintados.

-         Venga vámonos, llorona. Las niñas nos están esperando – Dijo Karlos  empujando la silla de rueda -. Creo que te has hecho cacas de nuevo.  Eres una máquina de expulsar mierda, ¿lo sabías?

Ximena no dejaba de llorar. Su angustia crecía y crecía cada vez más, conforme la cantidad de gente que la veía en aquel estado aumentaba.

El enfermero comenzó a canturrear una canción mientras caminaban por el bulevar.

-         “Todos me dicen el negro, llorona…”



 

Capítulo 3

Ximena no dejó de llorar ni Karlos de cantar una y otra vez la misma tonada en todo el trayecto.  Detuvieron la marcha frente a un coqueto edificio de viviendas de tres alturas, con amplios ventanales y zona ajardinada.

-         Ya hemos llegado, llorona. Mira, ahí está doña Carmen, la portera.

-         Llegas tarde, Karlitos. 

-         Lo sé, doña Carmen, lo sé.  Me hago viejo, ya sabe…

-         ¿Viejo? ¡Si estás en la flor de la vida, muchacho!

-         Hasta la más bella flor se marchita y huele mal, ¿verdad Ximena?

La interpelada, dolida, no contestó.

-         Así que esta es tu nueva amiguita… es muy bella y tiene un nombre precioso. Ximena.

-         Ya sabe que sólo tengo ojos para usted, doña Carmen.

-         ¡Maricón mentiroso! Eres un zalamero, pero me tienes conquistada.

-         Usted siempre será mí consentida, doña Carmen. ¿Dónde están las diablillas?

-         Ahí las tengo, en la portería, viendo televisión. No hay otro modo de que permanezcan quietas.

-         Es nuestro ángel de la guarda, no sé qué haríamos nosotros sin usted, doña Carmen. – Dijo Karlos lanzándole un cachete en el trasero de la voluminosa portera al pasar junto a ella.

-         ¡Esas manos! Como se entere mi marido, te va a dar una cachetada.

-         Su marido hace tiempo que dejó de soplar, doña Carmen.

-         Afortunadamente, Karlitos, afortunadamente…

Apenas atravesaron el dintel del hall del edificio fueron abordados por dos torbellinos de gritos y risas infantiles. Eran dos niñas de rasgos asiáticos casi idénticas, de cabello muy negro y liso, piel blanca como la luna y ojitos rasgados de color marrón. El uniforme colegial que portaban hacía que su mimetismo fuese todavía mayor. El único rasgo que las distinguía era la dentadura ya que una de ellas tenía una de sus palas superiores rota. En cuanto terminaron de agasajar a Karlos inspeccionaron a Ximena:

-         Hola, soy Alissa pero todos me llaman Aly.

-         Y yo soy Amy pero todos me llaman Amy.

-         Tengo nueve años…

-         Yo también tengo nueve años…

-         Pero yo soy la mayor…

-         Sólo por cinco minutos…

-         Pero soy la mayor…

-         Por cinco minutos…eso no es nada.

-         Pero soy la mayor.

-         ¡Muérete!

-         ¿Cómo te llamas?

-         Se llama Ximena, con equis.

-         ¿Ximena con equis? Vaya nombre más raro.

-         No hablas. ¿Eres muda?

-         Tal vez es que eres retrasada.

-         ¿Por eso vas tan sucia? ¿Porque eres retrasada?

-         Sí eso, ¿por qué vas tan sucia?

-          Parece que hayas vomitado, ¿has vomitado?

-         Yo vomité una vez, ¿te acuerdas, Karlos?

-         Le sentó mal la leche de papá…

-         ¿Te sentó mal la leche de tu papá?

-         Vale, valeee.  Sabéis que no podéis de hablar de esas cosas aquí – Intervino el hombre zanjando aquel bombardeo de preguntas sin sentido -. Vayamos a casa a tomar un baño y después le preguntáis lo que sea; vuestro padre está a punto de llegar.

-        ¡Siii!

Al entrar en el ascensor sucedió algo. Ximena se retorció en la silla y Karlos tosió.

-         Huele mal.

-         Sí, huele fatal.

-         Huele a pedo…

-         ¡Niñaasss!

-         Huele a pedo.

-         Has sido tú, Amy.

-         No, has sido tú, Aly.

-         ¡Niñas!

La chiquilla con el diente mellado se acercó a la silla de ruedas y tras aspirar profundamente se echó a reír.

-         Es el culo de Ximena el que huele mal. Se ha hecho cacas.

-         ¡Ji, ji, ji!

-         ¡Cagona, cagona! – comenzaron a corear a gritos tapándose la nariz con los dedos.

-         ¡Niñas, ya es suficiente!

Las mejillas de Ximena echaban fuego. Ella no tenía la culpa de su incontinencia. Carecía de la capacidad de controlar sus esfínteres, la había perdido junto con la movilidad de casi todas las partes de su cuerpo aquella tarde de otoño en la que sintió un tremendo dolor de cabeza y se desvaneció. Despertó días más tarde, tendida en la cama de un hospital sin saber lo que le había sucedido. Fue cuando intentó hablar, que fue consciente de su problema. De su garganta sólo salieron sonidos guturales ininteligibles incluso para ella.

Si Ximena no lloró fue porque sus bonitos ojos verdes ya no daban más de sí; no eran capaces de fabricar ni una lágrima más. Pensó que ser humillada por aquellas dos niñas repulsivas era lo más bajo que se podía caer.

El ruidoso grupo accedió a la vivienda. Las niñas huyeron despavoridas y ruidosas hacia algún lugar indeterminado y Karlos las siguió silbando.  Ximena se quedó sola, aparcada en medio del pasillo, mirando frente a frente a un cuadro con motivos abstractos. Su campo de visión era limitado, pero aun así pudo adivinar que la vivienda estaba totalmente adaptada para personas con movilidad reducida, con puertas amplias y barandillas de apoyo por todos los lados.

De repente Amy, la niña con el diente partido, apareció corriendo desnuda por el pasillo, esquivando la silla de Ximena con gracia.

-         ¡No, no! – Chillaba riendo.

-         ¡Ven aquí, pequeño demonio!

Karlos la perseguía tal y como su madre lo trajo a este mundo, fingiendo un enfado de manera torpe. A Ximena se le abrieron los ojos de repente, no sabía que el cuerpo humano pudiese tener tantos músculos. Se fijó especialmente en uno: un generoso balano oscuro que colgaba de la entrepierna del hombre. Aún en estado de flacidez se bamboleaba majestuoso de un lado a otro mientras corría y se plantó frente a ella libre de estorbos. Era la primera vez que la chica veía un órgano sexual masculino al natural.



-        ¡Escóndeme, Ximena, escóndeme! – Gritaba la niña parapetándose detrás de la silla.

-        Ya es suficiente, jovencita. Siempre estamos en lo mismo. No puedo entender cómo sois tan diferentes: a ti no hay forma de meterte en la bañera y a tu hermana no hay manera de sacarla del agua.

-         ¡No quiero! ¡Ya me bañé el mes pasado! – Chilló la niña sacando la lengua.

-         ¡Te bañas todos los días, no seas mentirosa! Ve a la bañera ahora mismo, yo tengo que preparar a Ximena.

-         ¿Te ayudo?

-         Nooo… vete con tu hermana.

-         ¡No! ¡Quiero ayudarte! Ximena quieres que te ayude, ¿verdad?

-         ¡No! – Protestó Ximena.

-         ¿Lo ves?

-         ¡Es retrasada, no hay que hacerle caso! Mírala, parece lela ahí sentada sobre sus cacas sin hacer nada, mirándote el pito.

Ximena giró la cabeza hacia el suelo como un resorte, muerta de vergüenza.

-   ¡Uff… eres insufrible! – dijo el asistente encogiéndose de hombros - De acuerdo, ayúdame. Tenemos que tenerla lista para cuando llegue tu papá.

-         ¿Le va a dar su leche?

-         ¡Síii!

-         ¿Se la pondrá dentro del chichi como a Danna?

-         Supongo.

Ximena volvió a alarmarse. El adulto y la niña estaban hablando de su inminente iniciación en el sexo, más bien en su próxima violación sin darle la menor importancia. Se retorció en la silla y volvió a negar.

-       ¡No, no…!

-     ¡Qué pesada! Todo el rato con lo mismo. ¿No sabes decir nada más? Hasta mi muñeca habla mejor que tú.

-         Bueno, ¿me ayudas o no?

-        ¡Que sí!

-         Pues empújala hasta la habitación de tu papá.

-         Oki. ¿Karlos?

-        ¡Qué!

-     ¿Crees que papá nos dejara lamerle la leche que se le escape del chichi después de que la folle?

-         No sé. Seguro que sí.  Hay que ver cómo os gusta la leche de vuestro padre.

-        ¿A ti no te gusta?

El enfermero rió de nuevo.

-         Sí. A mí me encanta también la leche de tu papá.

El trayecto fue corto, la habitación en cuestión estaba próxima. Se trataba de una estancia muy amplia, de blancas paredes y decoración minimalista: una cama gigantesca en el centro, con ropajes oscuros y cabecero de barras; un austero armario a juego con un par de sillones de cuero negro y varios enormes cojines desperdigados por el suelo y nada más… a excepción de tres trípodes con sus correspondientes cámaras de vídeo enfocando a la cama.

-        ¿Vas a desnudarla ya?

-         Tranquila, hay que colocar el cubre cama primero, no querrás que se manche todo de heces.

-        ¡Heces! ¿por qué las llamas tan raro? Todo el mundo las llama cacas.

-         Suena más amable dicho así.

-        ¿Quieres que ponga en marcha las cámaras?

-         Sí, por favor.

Tras colocar el protector plástico, Karlos alzó a Ximena y con mucha delicadeza la posó sobre él. Fue entonces cuando descubrió el espejo en el techo y la cámara cenital.  La chica ni siquiera intentó resistirse cuando una a una las ropas que cubrían su joven y maltrecho cuerpo iban desprendiéndose de él hasta quedar sólo cubierta con el pañal. La chica respiraba con dificultad, sus pechos brillaban debido a la mezcla alcohólica y vómitos vertidos sobre ellos y su cabello cubría de forma desordenada su rostro.  El asistente la abrió de piernas sin vacilar.

-         Mírala, debe llevar un montón de mierda ahí dentro. Las cacas se le escapan por debajo. ¡Qué asco!

-         Sí. Ha manchado el pantalón y todo. Gracias a dios cogí ropa de repuesto. Veamos si lo tenemos todo antes de proceder: toallitas húmedas, toalla grande, bolsa de plástico, tijeras.... Yo creo que lo tenemos todos. ¿Has encendido las cámaras?

-         ¡Que sí!

-         ¿Seguro?

-         ¡Que síiii!

-         Pues vamos allá.

Sin vacilar el asistente utilizó las tijeras para rasgar el pañal de celulosa.

-         ¡Uhmmm… esto tiene mal aspecto! – Apuntó el hombre torciendo el gesto.

-         ¡Qué  peste! Pero… ¿qué has comido, Ximena?  - dijo la chinita con cara de asco -  Está todo blando y muy clarito. Creo que voy a vomitar.

-         Ve a la bañera con tu hermana si no vas a ayudarme.

-         No, no. Me quedo, pero date prisa; me estoy mareando. Yo creo que todavía le está saliendo un poquito.

-         Es cierto, esperaremos a que termine de sacarlo todo.

Los ojos de Ximena volvieron a humedecerse mientras terminaba de defecar. Si ya le parecía embarazoso hacerlo con el pañal puesto en presencia de desconocidos descargar su intestino con dos personas mirándole la entrepierna le era tremendamente incómodo.  Cuando giró la cabeza para ocultar su mal momento, se topó con una de las cámaras enfocándole a la cara y con su pilotito rojo parpadeando. Tornó su rostro hacia el otro lado en busca de intimidad, pero encontró lo mismo: un objetivo indiscreto grabándolo todo. Optó por utilizar las manos para ocultar su identidad, aun a costa de que sus pechos quedaran a merced del objetivo.

-         Creo que ya ha terminado. No sale nada.

-         Eso parece.

-         Eso último sólo ha sido un pedo.

-         Sí, es cierto. Vamos allá.

Karlos volvió a dar muestra de su profesionalidad y un par de minutos bastaron para dejar a la muchacha lista. Los últimos segundos los invirtió en asear la parte interior de la vulva, separando los labios vaginales y limpiándolos suavemente con varias toallitas de olor perfumado. Ximena exhaló un gritito al sentir el apósito húmedo frotando su parte de cuerpo más íntima.

-         Parece que eso le gusta, como a mí.

-         Sí, es una chica muy sensible. – Dijo el adulto mientras cerraba la bolsa de plástico con los restos orgánicos.

-         Tiene el botoncito muy lindo, todo salidito hacia afuera. – Apuntó la niña abriéndole el coño a Ximena.

-         Sí, dan ganas de metérselo en la boca, ¿verdad?

-         Debe estar delicioso con mermelada de arándanos.

-         O con crema de cacao…

-        ¡Uhm! ¡Qué rico! Lástima de los pelos.

La niña calló de repente. Karlos tomó la palabra:

-         Sé lo que estás pensando.

-         A papá no van a gustarle los pelitos. No hay muchos… pero hay.

-         Ya lo sé.

-       A mí me parece divertido enredarme la lengua con ellos, pero él dice que odia terminar con la boca llena de pelos.

-         Creo que será mejor que se los cortemos antes de que llegue.

-        ¿Me dejarás hacerlo a mí?

-         Mejor otro día, cielo. No tenemos tiempo que perder…

-         Porfi…

-         Amy… por favor.

-         Venga Karlos… porfi. Dejaré que me hagas eso en la bañera, esa cosa tan cochina que tanto te gusta.

-         ¿Me lo prometes?

-         ¡Que sí!

-         Vale. Voy a buscarlo todo.

-         ¡Ey!  ¿por qué tardáis tanto? – Chilló la otra gemela entrando en la habitación - ¿Qué pasa aquí?

-         Estamos preparando a Ximena para papá. Le va a meter su lechita por aquí. – Dijo Amy rozando con la yema de su dedo el agujero íntimo de la chica.

-         Creía que iba a bañarse con nosotras primero.

-         Es que hay un problema.

-         ¿Problema?

-         Mira. – Dijo la otra hermana tirando del vello púbico de Ximena.

-         ¡Ay!

-         ¿Te duele?

-         ¡Sí!

-         ¡Sabe decir sí!

-         Vaya… ¿y qué otras cosas sabes decir?

-         ¡No!

-         Eso ya lo has dicho antes.

-         Muchas veces.

-         No, no; no, no, no, no… ¡pareces un coche de policía!

-         Con ruedas y todo.

-         Sólo te faltan las luces.

-     ¡Luego le ponemos la linterna que nos regalaron por navidad en la cabeza y jugamos a eso! Una de nosotras será una ladrona y la otra la perseguirá empujando a Ximena como si fuese un auto.

-        ¡Un auto de cacas! Jé, jé, je.

-         Vamos niñas, vamos. Vuestro padre está a punto de llegar. – Dijo el hombre batiendo el bote de espuma.

-         Mira. Le duele. – Expuso Alissa.

-        ¡Ay!

-      ¡Pues claro que le duele! Ella no es como Danna. Ella tiene sensibilidad en todo el cuerpo sólo que no puede moverlo.

-         Porque es retrasada.

-         No es retrasada. Está enferma, eso es todo.

-        ¿Quieres decir que si le chupo ahí abajo le saldrá jugo como a Alissa?

-         Probablemente, pero ahora no tenemos tiempo para eso. Tal vez otro día.

-         ¡Jooo!

El asistente extendió una generosa capa de burbujas blancas y ofreció a Amy una cuchilla de afeitar.

-         ¡Eh! ¿Por qué dejas que sea ella el que le corte los pelitos? ¡Yo también quiero! – Protestó Alissa.



-         Hemos hecho un trato. Dejaré que me haga eso que tú sabes y él a cambio me deja podar el chichi de Ximena.

-         No se dice podar nena, se dice cortar, afeitar o rasurar…

-         Rasurar, ¡qué palabra tan fea!

-         ¡Pero yo me lo dejo hacer siempre a cambio de nada! ¡no es justo!

-         Pero es que a ti te gusta y a mí no.

-         Pues por eso. Debería podarla yo que soy la que siempre se traga su pipí.

-         Se dice rasurar.

-         ¡Muérete!

-         Niñas, ahora no tenemos tiempo para eso. Termina enseguida, Amy. Creo que tu papá acaba de aparcar el carro delante de casa.

-         ¡Bieennn!

-         No, bien no. Para nada. No me ha dado tiempo de bañarla y eso no está nada bien.

-         Pero está muy limpia ahora. Además huele súper rico.

-         Tenías que haberla visto hace un rato, daba asco.

-         Por dios, no le cortes, ten cuidado.

-         ¡Que siiii!

-         No creo que por ese agujerito le “caba” el pito de papá.

-         ¡Quepa!

-         ¡”Caba”, quepa! ¿Qué más da?

-         Yo creo que sí.

-         ¿Qué te apuestas?

-         La que gane se bebe la leche de papá que salga de la concha de Ximena.

-         Trato hecho.

Y tras escupirse en las manos, las gemelas se dieron un fuerte apretón para formalizar la apuesta.

-         Trae aquí. Yo termino – intervino Karlos tomando el afilado elemento – o al final vas a mutilarle el clítoris.

-         ¡Ya estoy en casaaaa!

-         ¡Papaaaa!

Las chiquillas, incapaces de hacer nada de manera pausada, salieron como dos torbellinos en busca de su progenitor.  Ximena quedó a solas con el enfermero que terminó de acondiciona sexo minuciosamente.

-      ¡Ya está! – dijo dándole un sonoro beso en el clítoris -. Tienes una vulva divina, niña; sonrosadita y graciosa. Mi hombre se va a volver loco contigo, va a estar entrando y saliendo de ella todo el día.  Es una máquina de follar, te va a encantar.

Ante tal perspectiva Ximena volvió a exaltarse, pero para su desgracia no podía hacer nada para evitarla. La parte inferior de su cuerpo no le obedecía desde el día del suceso y ni siquiera tenía fuerzas para gritar pidiendo ayuda. Derrotada, contempló a un enorme ejemplar de ser humano trajeado entrando por la puerta. Era tan alto que su cabeza rapada estuvo a punto de rozar el marco. Sostenía a las niñas cada una en un brazo y sólo con sus manos ya le daba para abarcarles el cuerpo desnudo y parte de su espalda.  Tras besar suavemente a Karlos se acercó a la cama.

-         Así que esta es Ximena.  Las fotos no le hacen justicia, es mucho más bonita en persona. Tiene un cuerpo realmente agraciado y una cara preciosa.

-         Se hace cacas. 

-         Muchas cacas.

-         Cacas que huelen fatal.

-         Todas las cacas huelen fatal, tonta.

-         Las de Ximena más. Son las cacas que peor huelen del mundo mundial.

-         Pues ahora huele bien, idiota.

-         Porque Karlos se las ha limpiado, mensa.

-         Boba.

-         Idiota.

-         Puta.

-         Zorra.

-      ¡Niñas!  Ya es suficiente - Dijo el hombre dejando a las niñas de ojos rasgados en el piso.

-        ¡Es culpa tuya!

-        ¡No, tuya…!

-        ¡He dicho, que ya es suficiente! – Gritó el adulto.

Su tono fue tan elevado que asustó a Ximena y la joven dio un respingo. Las niñas obedecieron de inmediato.

-     No te asustes, princesa. Mi nombre es Markos. – Prosiguió el hombre en un tono más amable acondicionándole el cabello a la muchacha -. No vamos a hacerte daño sino todo lo contrario.

Ximena se estremeció al sentir la palma de aquella enorme mano recorriendo su cuerpo.  No hubo centímetro que dejase de ser palpado. El tipo se recreó especial en sus senos, masajeándolos con suavidad, apretándolos levemente con movimientos lentos pero firmes hasta que logró que los pezones que los coronaban se erizasen. 

Incluso la parte hábil del cuerpo de Ximena se quedó paralizada durante las evoluciones del adulto. Cerró los ojos al sentir las puntas de sus pechos pellizcadas con ternura, notó cómo poco a poco iban endureciéndose, conforme las yemas de los dedos del hombre iban realizando círculos recorriendo sus areolas con delicadeza. Una parte de ella quería gritar y revelarse ante el abuso, otra quería que aquello no terminase nunca.  Las cavidades de su cuerpo comenzaron a humedecerse. Un copioso grumito de babas partió de su boca y otro, menos abundante pero mucho más caliente, brotó de su sexo.

-         Tenías razón, Karlos. Ximena es una chica muy sensible.

-         Sí, mi amor.

-         Mirad, la conchita le brilla más.

-         Le gusta mucho lo que le haces, papi.

Queriendo corroborar las palabras de sus hijas Markos hizo descender su mano por el vientre plano de la jovencita. En un primer momento pasó por la vulva como un suspiro, fue poco más que un roce que elevó al máximo la libido de Ximena.  

-    Tienes unos muslos firmes, me encantan. Se nota que te tomas muy en serio tu rehabilitación. Eso es muy importante. Te felicito.

Ximena volvió a percibir ese cosquilleo en las piernas, cosquilleo que se transformó en temblor al notar su intimidad de nuevo rozada. Sintió las falanges del adulto recorrer sus pliegues interiores y abrió la boca buscando aire cuando uno de los dedos no sólo jugueteó con su abertura, sino que la traspasó un par de centímetros.  Markos siguió con sus movimientos que iban mucho más allá de un simple toqueteo. El hombre estaba masturbando a Ximena. Era la primera vez que ella experimentaba algo semejante, ni Karlos ni nadie habían llegado tan lejos durante sus maniobras de aseo.



De la boca de Ximena no sólo se escaparon babas sino también un sensual gruñidito que hizo reír a las niñas.

-         Vas a sacarle le juguito rápido papi.

-         Si, ni siquiera va a hacer falta que le metas el pito.

Pero lo más importante de todo fue que las piernas de Ximena se cerraron por sí mismas conforme el caudal de flujo que salía por su vulva iba creciendo. No fue un movimiento exagerado, apenas unos pocos centímetros, pero lo suficientemente perceptible como para no pasar desapercibido a ambos adultos.

-        ¿Lo has visto? – Dijo Markos sin dejar de acariciar la intimidad de la chica.

-         Sí.

-         Tiene posibilidades.

-         Muchas posibilidades.

-         Sí – Murmuró Markos penetrando un poquito en la virginal intimidad de Ximena -. Tienes muchas probabilidades de curarte rápido, pequeña.

-         ¡Ahg! – Gimió la joven cuando el dedo abandonó su cuerpo.

La expresión de su rostro no dejaba muy claro si por alivio o por frustración.

-         ¿Por qué no sigues, papi?

-         Sí. ¿Por qué no sigues? Le faltaba muy poco para sacar el zumo.

-         Sí… ya lo sé. – Dijo el hombre introduciendo el apéndice más mojado en la boca de Ximena.

La chica, con el coño a punto de explotar, no supo qué hacer. Su primera reacción fue morder, quería vengarse de Markos aunque no tenía muy claro si por haberla tocado de aquella manera indecente o por no haber terminado lo empezado. Lo hizo todo lo fuerte que fue capaz; tanto que incluso rasgó la piel de su abusador, consiguiendo con ello que su sangre comenzase a brotar.

-         ¡Oh! – Gritaron las niñas.

-         ¡No, no, no! Eso no se hace, princesa. – Dijo él sin inmutarse.

Ximena abrió los ojos y se encontró frente a frente con la mirada penetrante y oscura de Markos. Por poco se mea de miedo.

-         No muerdas. Chupa.

Y como hipnotizada la adolescente acogió el dedo en su boca esta vez de manera mucho más amigable. Su movimiento de lengua era torpe, le costó hacerse con todos los restos de su flujo vaginal, pero lo hizo. El sabor era extraño, pero no le disgustó del todo, a pesar de estar mezclado con sangre.

-         Eso está mejor.  Abre la boca un poco más. 

-         Te sangra mucho, papi.

-         No pasa nada. Ábrela más, más. Eso es, muy bien. Ahora saca la lengua….

-         ¡Cuántas babas echa! Je, je, je.

-         ¡Ahora son rojas!

-         Mueve la lengua, sólo la punta. Eso es. Hay que ejercitar la lengua y los labios, es muy bueno para recuperar el habla. ¿Comprendes?

Ximena, sin dejar de lamer, asintió.

-         Ahora probaremos otra cosa. Karlos, por favor, acércate.

-         Sí.

El enfermero se acercó a la cama. El hombretón calvo tomó su miembro y lo acercó a la cara de la adolescente.

-         Espero que sepas lo que estás haciendo. – Dijo el primero algo nervioso por la integridad de su falo.

-         Tranquilo.  Ximena será una buena chica. No hay nada que desee más que recuperarse pronto.

-        ¿Seguro?

-         Seguro.

El hombre trajeado sacó su mano todavía sangrante de la boca de la muchacha y puso a su alcance el generoso cipote. Ximena se lo jaló lentamente y, aunque sólo pudo albergar poco más que la punta, le dedicó el mismo tratamiento que al dedo, rozándolo con torpeza, pero también con dulzura. Su facilidad natural para babear fue una ventaja,

-         ¡Uhmmm!

-         Te dije que sería una buena chica.

-         Sí… muy buena.

-         Parece que no lo hace nada mal, ¿eh?

-         Nada mal.

-         Es buena. - Dijo una niña.

-         Muy buena. – Apostilló la otra.

-         ¿Es tu primera vez, Ximena? – dijo el calvo, sacándole la polla de Karlos de la boca.

-         S… sí. – Balbuceó la muchacha con la boca entreabierta y la cara manchada de babas y líquidos pre seminales.

-         Pues se te da muy bien.  Sigue un poco más, te hará bien.

Y tras ponerle de nuevo la barra de carne al alcance de la muchacha la guió de nuevo acariciándole el cabello mientras ella actuaba.

-         Eso es, mueve la cabeza adelante y atrás.  Despacio, muy despacio… lo haces genial.

Ximena no se reconocía, ni en el más extravagante de sus sueños se había imaginado capaz de actuar de aquel modo. Los acontecimientos se habían sucedido a tal velocidad que no llegaba a asimilarlos. Hacía un rato que ya no pensaba, sólo actuaba por instinto. Mientras su pequeña lengua daba círculos alrededor del glande, su mente era ocupada por dos recuerdos que se entremezclaban entre sí: Danna postrada en una cama, llorosa y desangelada y otro el de la misma muchacha feliz dando saltitos de alegría.

Animada por ese deseo abrió la boca un poco más y, haciendo un esfuerzo dado lo incómodo de su postura, se jaló el cipote ya endurecido un poco más adentro. Al hacerlo, traspasó el límite de sus posibilidades; sintió como algo se removía en su estómago y quería salir.

Markos estuvo atento y actuó rápido sacándole la barra de carne de entre los labios justo en el preciso instante que la chica comenzó a toser.

-         Tranquilla. – Dijo el maestro de ceremonias colocándola de costado y colocándole la cabeza sobre la almohada -. Debes tomártelo con calma, pequeña. Sé que habrás escuchado esto miles de veces, pero tienes que tener paciencia.  ¿Entendido?

La chica asintió sin dejar de toser.

-         Eso no va a funcionarte aquí, pequeña: debes hablar para comunicarte. ¿Vale?

-         S…sí.

-         ¿Aly?

-         Sí, papá…

-         Por favor, enseña a Ximena cómo se hace.

-         Claro, papi.

-         ¡Jo! – Protestó la gemela no elegida.

La niña anduvo rápida colocándose a la altura de Karlos. La diferencia de tamaño era tal que el estoque ya erecto quedó justo a la altura de su boca.  Se la veía ansiosa por entrar en acción, no dudó lo más mínimo; agarró el cipote con sus dos manitas y alojó la punta entre sus labios a la vez que la frotaba con movimientos rítmicos. Después, el vacío se hizo en su boca, una parte de la polla penetró en ella y el adulto gimió de placer.

Ximena no perdía detalle de la mamada. Le parecía mentira que un cuerpo tan pequeño pudiese alojar algo tan grande con tan poco esfuerzo. La niña parecía estar tremendamente cómoda con la barra de carne en la boca. Intuyó que, pese a su edad, aquella maniobra para ella era algo natural, que para ella no tenía secretos el sexo oral.  Los movimientos rítmicos de la chinita hacían que su cabello liso y negro se moviese de manera acompasada dejando a la vista sus menudas orejas y sus graciosos pendientes decorados con motivos infantiles. Lo que más le llamaba la atención a Ximena era contemplar el enorme bulto que se formaba en la mejilla de Aly y que la chiquilla no mostrase asco alguno, más bien todo lo contrario. Observó que, a diferencia de ella, la niña no trataba de introducirse una exagerada porción de carne, sino que dedicaba sus atenciones a la parte más extrema del balano. Ximena supuso que, de esta forma, le era más sencillo controlar las reacciones de su estómago.

Como leyéndole la mente, Aly desacopló los labios del cipote y eso permitió que la privilegiada espectadora tomase buena nota de cómo utilizar la lengua a la hora de dar placer a los hombres. La chiquilla confrontó la punta de su pequeño apéndice contra el final del miembro viril y con movimientos circulares recorrió todos y cada uno de los rincones del prepucio, tanto por dentro como por fuera, babeándolos con abundancia por todos los lados.  Su movimiento lingual obtuvo su recompensa en forma de una perla brillante que asomó en el orificio de su juguete de carne.  

La niña no dejó que permaneciese allí mucho tiempo. Golosa y satisfecha por un trabajo bien hecho, Aly la atrapó con su lengua y enseguida le dio cobijo en el interior de su boca.

-         ¡Qué rica! – Exclamó la niña relamiéndose los labios.

-         ¿Te ayudo? – Preguntó su hermana muerta de celos.

-         ¡No!

-         ¡Te odio!

-         ¡Muérete!

-         ¡Niñassss!

Aly recordó su labor docente y miró a Ximena tomando el cipote a modo de micrófono:

-       ¿Ves cómo se hace, retrasada? Es muy fácil chupar el pito. Mira, esto también les gusta mucho a los chicos.

La niña alzó la barra de carne y tras lanzar un escupitajo a los testículos procedió a lamerlos como un gatito hace con su plato de leche. Su nimia lengua no dejaba de moverse del uno al otro, alternando movimientos rápidos y desenfrenados con lametones lentos e intensos. Hizo el amago incluso de meterse una de aquellas enormes bolas dentro de la boca, pero no consumó la hazaña, aunque Ximena intuyó que, de habérselo propuesto, lo habría conseguido sin problemas.

-         Aly… creo que ya es suficiente. Karlos está listo; ha llegado la hora.

-         ¿Yo? – Dijo el asistente algo extrañado - ¿creí que serías tú el que…?

-         No. – Dijo Markos incorporándose -. Esta vez vas a hacerlo tú.

Ximena seguía algo aturdida pero pronto Aly la puso en situación. La niña miró a los ojos de la chica impedida y mirándole maliciosamente predijo su futuro inmediato con una seguridad absoluta:

-         Eres una chica con suerte, el tío Karlos te va a meter su pito, tontita.








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