- ¡Qué narices significa esto!
Lucila quería morirse, por fin Micaela le había dirigido la palabra. Después de tanto tiempo soñando con aquel momento, el tono que utilizaba la muchacha de pelo pelirrojo no era, ni mucho menos, el que la adolescente hubiese deseado. Parecía realmente enfadada, jamás la había visto en actitud semejante. Siempre había pensado que era una chica tímida y muy dulce pero su aspecto en ese momento se alejaba bastante de aquella idílica imagen. Sus ojos marrones, claros como la miel, parecían querer salírsele de las órbitas detrás de sus gafas de pasta. Manipulaba el teléfono móvil de la pequeña Lucila con furia y, por la expresión de su cara, lo que contemplaba en su interior no le gustaba nada en absoluto.
- ¿Qué pasa? – Dijo otra de las jóvenes del curso superior acercándose a la chica mayor.
- ¿Que qué pasa?, ¿Que qué pasa? Esta… boba tiene el puto teléfono móvil lleno de fotos mías. ¡Eso pasa…!
- ¿En serio? – Rió la morena en tono burlesco – Anda, pues es verdad. ¡Hay un motón!
- ¡Pero fíjate! ¡Debe de haber cientos… o miles!
- ¡Vaya, parece que tienes una admiradora! Je, je, je…
- ¿Será mejor que tengas una buena explicación para esto, niña? – Dijo la improvisada modelo
Lucila estaba petrificada, lo que decía su compañera de colegio era rigurosamente cierto: estaba enamorada de pies a cabeza de aquella chica de dieciséis años por la que suspiraba medio centro educativo, profesores y personal no docente incluidos. Las relaciones lésbicas no eran inusuales en aquel lugar, lo que sucedía es que la pequeña chiquilla era tremendamente tímida y, pese a que su belleza nada tenía que envidiar a la de la hermosa Micaela, ella se veía como una insignificancia al lado de la hermosura de otra y jamás se había atrevido ni tan siquiera a dirigirle la palabra ni, por supuesto, declararle incondicional amor que sentía por ella.
- ¡Ohhhhh!
- ¿Qué pasa?
- ¡Tiene una hasta en bikini! Qué digo una… ¡un montón!
- Yo… yo… - Comenzó a balbucear Lucila, roja como una frutilla y tremendamente avergonzada.
- ¡Tú! ¡Tú te vas a enterar de lo que es bueno, niña! ¡Joder, ni siquiera sé tu nombre! ¿Cómo te llamas, pervertida de mierda?
- Lu…cila…
- Lucila… pervertidaaaa – comenzó a canturrear la morena cada vez más alto.
- ¡Psss, cállate! – le ordenó Micaela visiblemente molesta por la actitud burlesca de su amiga -. En cuanto a ti, zorrita, espero verte después de clase en lavabo de la última planta, la que está cerrada por obras…
- Pe…pero…
- No hay pero que valga. Ve allí si no quieres que todo el colegio sepa a lo que te dedicas en tus ratos libres.
- Pero…
- De momento me quedo con esto – dijo la chica de pelo rojo blandiendo el teléfono móvil de la pequeña paparazzi -. Si quieres recuperarlo mejor que vengas sola. Y que no se entere nadie.
El timbre que indicaba el final del tiempo de recreo puso fin a la conversación pero no al desconsuelo de Lucila que permaneció distraída el resto de la mañana. Hasta su compañera de pupitre le notó algo extraño pero no dijo nada. La niña solía ser bastante retraída y reservada con el resto del mundo.
Al final del periodo de clases se dirigió al las escaleras pero, en lugar de utilizarlas para bajar tal y como hacían el resto de sus compañeros, emprendió el sentido ascendente. Le temblaban las piernas, cada escalón era una tortura para ella. Al llegar a la última planta se encontró con una barrera que indicaba que el paso estaba prohibido por obras. No le costó traspasarla por debajo, su cuerpo era menudo y ágil, apenas levantaba un metro y medio del suelo.
Igual que un corderito se dirige al matadero arrastró su cuerpo lentamente hacia la última de las puertas del pasillo, la que correspondía al lavabo de las chicas. Antes de llegar ya escuchó voces femeninas dentro aunque no pudo identificar el número. Espero unos segundos antes de entrar, intentando inútilmente que tanto su pulso como su respiración adquiriesen un ritmo medianamente normal. Estiró la mano en dirección al pomo pero esta nunca llegó a su destino. La puerta de abrió de repente y se topó frente a frente con su amor platónico que la miraba, de nuevo, con cara de pocos amigos.
- ¡Entra, zorra! – Le ordenó sin ninguna cortesía.
Lucila sintió como la otra le agarraba de la muñeca y tiraba de ella con fuerza, introduciéndola en el servicio de señoras de manera violenta.
Si hasta ese momento Lucila estaba nerviosa cuando vio a las cuatro chicas que acompañaban a Micaela su nerviosismo se transformó en pánico: eran lo peor del instituto. Decir que se trataba de alumnas problemáticas era utilizar un adjetivo de lo más trivial. En realidad eran el terror del instituto. Hacían lo que les daba la gana, tanto en clase como en fuera de ella; se metían con las chicas de los primeros cursos hasta hacerles la vida imposible llegando incluso a propinarles severas palizas. Más de una novata había tenido que cambiar de centro debido a su acoso constante. Se decía que Micaela, pese a su aspecto frágil y sofisticado, era la cabecilla del clan pero Lucila jamás había querido creer tales rumores. El amor la cegaba, hasta se enojaba si alguien le hacía algún comentario negativo sobre Micaela pero en ese momento, al verla compartiendo el cigarrillo de marihuana con aquellas chicas de una manera tan cómplice, ya no tenía tan claro que su amor platónico fuese la criatura inocente que ella soñaba.
- Fuma. – Le dijo la pelirroja pasándole el pitillo que colgaba de sus labios a medio terminar.
- No… no, no he fumado nunca… y menos eso…
- ¡Fuma, joder! – Le gritó la otra ásperamente.
La jovencita temblaba como una magdalena cuando alargó la mano. La primera calada llenó de fuego sus pulmones, intentó por todos los medios no toser pero le fue imposible contenerse. Era novata en eso y en todo lo demás.
- ¡Pues sí que era la primera ver! ¡Je, je, je!
- Joder, pervertida, yo creía que metías…
- ¡No es más que una niña…!
Ni la manera de retorcerse ni la cara de asco consiguió que Micaela se replantease el modo de actuar frente a la chica:
- Fuma. Dale una buena calada. Trágate el humo y luego me lo pasas…
Lucila estaba hecha un flan pero de nuevo llenó su cuerpo con aire viciado de droga. El efecto fue aún más nefasto que la vez anterior.
- ¡Uff, trae eso, niña! – Le dijo la otra realmente molesta.
Tras pasar unos instantes deleitándose con el cigarrillo Micaela se dirigió de nuevo a su víctima.
- Te gusta hacerme fotos…
- Yo…
- ¡Cállate! ¡Habla sólo cuando te pregunte, joder!
La primera vez que la piel de Lucila fue tocada por el ser al que más amaba en este mundo fue para recibir una sonora bofetada cuyo seco sonido fue coreado por las risitas del resto de las presentes y el quejido amargo de la niña.
- Bien. ¿Te gusta hacerme fotos? Contesta rápido y no me mientas. Estoy deseando que me des una excusa para reventarte la cara… perra.
- Sí… - repuso la más joven con un hilito de voz, la mejilla ardiendo y los ojos cubiertos de lágrimas fijos en el suelo.
- ¿Por qué lo haces? ¿Te gusto?
- Sí…
- Crees que estás enamorada de mí, ¿es eso?
- Sí…
- ¡Joder, qué fuerte! – dijo alguna de las otras muchachas en tono de burla.
- ¿Y por qué piensas que yo voy a fijarme en alguien tan insignificante como tú?
- No… no lo sé.
- No eres nada, sólo eres chusma…
- ¡Ji, ji, ji…!
- Repítelo, repite eso: “Soy sólo chusma”.
- Pe... pero…
Otra sonora palmada resonó en el baño el tortazo igualó el rubor de ambos lados de la cara de una cada vez más aterrorizada
- ¡Repite lo que yo te diga!
- Soy sólo… chusma. –Sollozó Lucila.
- Dilo más alto y mira a la cámara.
Fue entonces cuando la muchacha se percató que una de las espectadoras, teléfono en mano, estaba grabando todo lo que acontecía.
- Soy… soy sólo chusma.
- ¡Un grano en el orto!
- Un… un grano en el… en el orto…
- ¡Una pervertida de mierda!
- Una… una pervertida de mierda…
Micaela esbozó una sonrisa perversa. No había cosa que le produjese más satisfacción que abusar de aquellas jovencitas tontas del primer curso y la preadolescente menuda se lo había puesto muy fácil con aquella tontería de las fotos. No le importaba en absoluto que la fotografiasen, de hecho había posado sin problemas para otras instantáneas muchísimo más comprometidas que aquella e incluso había protagonizado más de un vídeo de alto contenido sexual y no le suponía ningún trauma ni que se supiera ni que circulase por ahí . A sus dieciséis primaveras para ella no había cosa en este mundo que le gustase más que el sentirse deseada tanto por hombres como por mujeres; ser la abeja reina de la colmena y vivir rodeada por montones de zánganos y tenerlos a su entera disposición.
Tras subirse las gafas, la maestra de ceremonias prosiguió con su macabro juego; estaba decidida a llegar hasta el final y ensañarse con la pobre Lucila hasta convertirla en su juguete, al menos por una temporada. Su juguete de tipo sexual, por supuesto. Después, cuando se aburriese, se cansase o le encontrase una nueva sustituta, la regalaría a cualquiera con ganas de seguir abusando de ella. Lucila era muy joven y bella, una auténtica muñequita que sin duda haría las delicias de cualquiera de los adultos pervertidos que ella tan bien conocía. Incluso podría sacarse algún dinero por ella u otras contraprestaciones también beneficiosas para la ambiciosa Micaela.
- ¡Desnúdate! ¡Quítate la ropa! Te gustan las fotos, ¿no? Pues fotos vas a tener… decenas, cientos… miles de fotos… ya lo verás. Y todas de alguien a la que conoces muy bien…
Lucila estaba petrificada, miraba al resto de las chicas buscando una ayuda que evidentemente ninguna de ellas estaba dispuesta a darle. Más bien al contrario, se burlaban de ella y le hacían gestos para que obedeciera o encendían sus teléfonos móviles para inmortalizar el momento aquel momento de humillación. Los flases de las cámaras no dejaban de dispararse uno tras otro.
- O lo haces tú o dejo que ellas lo hagan, tú decides – prosiguió Micaela -. No te gustará, créeme. Te arrancarán la ropa a mordiscos si hace falta e irás a casa desnuda como la zorra tu mamá te trajo al mundo. ¿Te acuerdas de Melina? ¿La chica que se cambió de colegio el mes pasado? No quiso obedecerme y después tuvo que irse a casa paseando en braguitas por media ciudad. Así que, tú misma. Aunque esta vez me temo que ni siquiera dejaré que te vayas con tanta ropa como esa gilipollas.
A Lucila le costó un mundo desprenderse del primer botón de la camisa. Conforme fueron cediendo los otros la operadora de la cámara se iba acercando más hasta que la prenda blanca se separó de su minúsculo cuerpo por completo, cayendo al suelo.
- ¡Mira a la cámara! ¡Que se te vea la cara, pervertida!
- ¡Qué sujetador tan mono! Es una lástima que apenas haya nada debajo. Je, je, je…
- Venga, quítatelo. No tenemos todo el día…
Las lágrimas caían de los ojitos marrones de la Lucila, resbalaban por su cara y caían lánguidamente, igual que los tirantes de su minúscula ropa interior. En cuanto sus pequeños pechos vieron la luz fueron el blanco tanto de los objetivos de las cámaras como de los comentarios de las chicas.
- ¡Mirad qué tetitas! Si parecen de juguete.
- Joder, si hasta mi hermana de diez años las tiene más grandes que tú, pervertida…
- Está plana como una tabla de planchar…
- Bueno… - apuntó Micaela apurando el pitillo y tirando la punta al suelo – a mí me gustan así.
Y sin el menor pudor echó mano de los minúsculos senos de Lucila. No fue un tocamiento ligero ni casto, sino una metida de mano en toda regla. Se los amasó con fuerza, atacando los pezones con saña, casi rayando la violencia. Los lamentos de la niña se hicieron más evidentes mientras era sobada pero su grado de aterramiento era tal que no tuvo el suficiente valor como para defenderse mínimamente del ataque.
- ¡Saca pecho! Échalo hacia afuera para que pueda tocarte bien las tetas. Vete acostumbrando, a partir de ahora van a disfrutar de tu cuerpo multitud de gente, tanto por fuera… como por dentro. ¿Entendido?
- Sí…
- ¡No te oigo, grita, joder! – Le ordenó pellizcándola fuerte.
- Siiiiií. – Dijo entre llantos la pequeña desgraciada.
Micaela tenía la mirada encendida, realmente daba miedo. Parecía otra persona.
- Bien. Ahora sigue, quítate todo lo demás. Y ni se te ocurra taparte. Quiero verte desnuda en menos de un minuto.
Como una autómata la preadolescente fue despojándose de las ropas que cubrían su cuerpo, ante la algarabía general. Una chica fue lo suficientemente indiscreta como para arrodillarse frente a ella y hacer un barrido con la cámara de su celular desde la punta de los pies hasta la cara. Lo fotografió todo, no se perdió ni el más mínimo detalle de la anatomía impoluta de Lucila, tanto por delante como por detrás. Es más, se recreó en las zonas erógenas tales como la vulva, los senos y el trasero, lanzando disparos sin cesar.
La chiquilla estaba muy pero que muy incómoda, de manera inconsciente intento cubrirse, cosa que no gustó en absoluto a su torturadora.
- ¿Qué pasa? No te gusta, ¿eh? Qué se siente cuando te hacen fotos sin tu consentimiento. Te agobia, ¿no? Pues así aprenderá a respetar la intimidad de los demás, pervertida. ¡Aparta las manos de ahí!
La niña agachó la cabeza y se sometió nuevamente.
- Pero no llores… es divertido. ¡Hacer fotos es divertido! Tú me hiciste un montón, recuerdas. Venga… di que es divertido…
- Es… es divertido…
- ¿Qué? ¿Qué es divertido?
- Es divertido… que me hagas fotos…
- Pues entonces, ¿por qué no te ríes? Venga, enséñanos esa bonita sonrisa tuya. Quiero que se te distinga bien en las fotografías, que todo el mundo que te vea desnuda reconozca.
Lucila soportó de nuevo una implacable ráfaga de flashes.
- ¿Eres virgen, niña?
- S… sí…
- ¡Qué tierno!
- ¡Uhmmm! ¿En serio? Venga… túmbate en el suelo…
- ¿En… en el suelo?
- Claro bonita… estarías más apetecible follando en tu camita, con la sábanas rosas y rodeada de peluches pero… es lo que hay.
- Pe… pero…
De nuevo, la duda no hizo más que elevar la ira de Micaela hasta el infinito y más allá. La pobre Lucila sintió el tirón de su cabello y el dolor intenso en su cabeza, perdió el equilibrio y cayó de bruces contra el suelo. La patada en el costado hizo que enorme el terror que ya sentía se elevase a la enésima potencia.
- ¡Obedece, pervertida! ¡Soy capaz de romperte todos los huesos, zorra! ¡Date la vuelta! ¡Ponte boca arriba!
- ¡Joder! – Exclamó alguien entre carcajadas -. ¡Cómo te pasas!
Pero la chica estaba tan dolorida que ni siquiera podía escuchar las órdenes. Un segundo puntapié le aclaró las ideas y adoptó la posición indicada.
- ¡Eso es! ¿Ves qué fácil es tenerme contenta? Abre las piernas todo lo que puedas y mira a la cámara.
- Será mejor que lo hagas, pervertida. Nunca había visto a Micaela tan enfadada…
Lentamente la menor de las muchachas, entre sollozos e hipidos fue separando las rodillas, dejando a la vista lo más secreto de su cuerpo.
- Eso es… ábrete el coño con los deditos… muy bien… un poco más… perfecto.
- Creo que está mojada… casi tanto como yo. – Dijo una acercándose a la intimidad de la niña de manera descarada.
- Pues yo creo que se ha hecho pipí…
- ¿Tenéis un lápiz de labios?
- Sí claro…
- Dámelo…
- ¿Qué vas a hacer?
- ¡Dámelo, joder!
- Vale, toma. Pero ten cuidado, que es de los caros…
Micaela se arrodilló junto al cuerpo tembloroso de Lucila. Le apartó el cabello que caía desordenadamente sobre su pecho y dibujó sobre uno de sus senos una “P” en tono rosa claro. Cuando iba a continuar con la siguiente letra frunció el ceño:
- Iba a escribir “Pervertida” pero es muy largo y no me cabe. Pero ya sé… tengo otra alternativa mejor.
- Ji, ji, ji… - Rió la chica morena al ver de qué se trataba.
- Puuuuuuu… taaaaaaaa – leyó Micaela mientras escribía -. ¡Te ha quedado genial!
- ¿Se ve bien?
- Está monísima…
- Espera, espera… que no he terminado…
Y entre el jolgorio general escribió otra palabra utilizando el vientre de Lucila como lienzo, terminándola con una flecha en dirección a la vulva completamente expuesta.
- ¡Fó… lla… me!
- ¡Genial!
- ¡Eres tremenda, Mica!
- ¡Tráeme su móvil!
- ¿El de ella?
- ¡Exacto! Voy a hacerle unas cuantas fotos para que la tenga de recuerdo. Debería pasárselas a tus padres, a tus abuelos, a todos tus contactos, para que vean lo zorra que eres…
- No…no… - gimoteó Lucila a punto de sufrir un ataque de pánico -. ¡Haré lo que sea, lo que me pidas… pero lo hagas!
La reina de la fiesta se llenó de ego al escuchar aquello. No había nada que le agradase más que someter a alguien a su voluntad.
- Está bien… espero que así sea. Me quedaré con tu celular una temporada, hasta que me demuestres que eres de confianza. Dile a tus papás lo que sea, que lo has perdido o algo así… ¿vale?
- S.. sí.
La pelirroja comenzó a desnudarse ante la estupefacción de las otras chicas que no se esperaban aquello.
- Pero… pero… ¿qué vas a hacer?
- Pues está claro… darle a esta putita lo que quiere.
- ¡Joder! - dijo la morena visiblemente molesta. Lo que a ella le había costado un mundo lo iba a tener aquella niña a las primeras de cambio.
- Dejad los móviles ahí… en un montón. Todos, no me toquéis las narices. Nerea, usa el mío… sólo el mío. ¿Comprendes?
- Claro, claro…
- Haz un vídeo… no te pierdas detalle.
- Vale, vale.
Y como una loba a punto de merendarse a un cabritillo se colocó de pie sobre Lucila, de forma que su coño quedó justo por encima de la cabeza de la chiquilla.
- ¿Estás grabando?
- ¡Sí, sí!
- Pervertida… abre la boca. Eso es… más. ¡Más! Como te atrevas a cerrarla sin mi permiso te juro que tu foto la verá hasta el Papa de Roma… ¿vale? Nerea, enfócale bien la cara.
- Tranquila… tranquila… la tengo.
A la tal Nerea por poco se le cae el aparatito que tenía entre las manos al ver a través de la pantalla un copioso chorro de orina cayendo furioso sobre el rostro de Lucila, estallando contra su cara. Parecía un torrente tras una tormenta de verano. Algunas gotitas chocaban contra las mejillas que seguían rojas debido a los tortazos recibidos pero el chorro principal cayó directamente dentro de la boca de la niña. Esta se retorcía y se convulsionaba, pero resistía estoicamente sin cerrar la boca.
- ¡Joder!
- ¡Qué fuerte!
- ¡No la cierres! – Gritó una cada vez más excitada Micaela.
La cantidad de orina fue tan grande que la minúscula boca de Lucila no fue lo suficientemente grande como para abarcarla y rápidamente el fluido sobrante fue derramándose por el suelo del lavabo.
- ¡Trágatelo! ¡Trágatelo todo, puerca!
La niña lo intentó pero no pudo. La posición no le ayudó en absoluto y, apenas el pipí comenzó a atravesar su garganta, en lugar de llegar a su estómago inundó sus pulmones y, como consecuencia de ello la chiquilla comenzó a toser y a expulsar el líquido amarillento que llenaba su boca echa un ovillo sobre el suelo. Micaela estaba fuera de sí:
- ¡Eres una inútil!, ¡aprenderás a no desperdiciar mi orina, cerda! A partir de hoy, cada vez que tenga ganas de orinar lo haré en ti y como derrames una sola gota de ella te enterarás… ¿me oyes, pervertida?
- S… sí…
- ¡Dilo! ¡Di que serás mi inodoro! ¡Di que serás mi váter!
- Se… seré tu inodoro – respondió la otra sin dejar de toser -. Se… seré tu váter…
Ni siquiera había terminado de decir la última palabra cuando sintió un nuevo tirón en su pelo que la obligó de nuevo a tumbarse hacia arriba. Apenas pasó un segundo hasta que el coño lampiño de Micaela se adosó a su cara. A su nariz llegaron los efluvios de la otra y pronto se le humedecieron los labios con sus jugos. La pelirroja estaba caliente, la humedad de su sexo la delataba. Mientras frotaba su intimidad de forma compulsiva en la cara de su nuevo juguete le dijo:
- ¡Chúpamelo! ¿es lo que estabas deseando, no? Eso querías, ¿verdad? Pues ahí lo tienes, todo tuyo.
Y agarrando furiosa del cabello a su víctima se dio placer sin pensar en que podía estar dejando sin aire a la pobre Lucila. Después de un rato de intenso ir y venir las mejillas se le encarnaron en una tonalidad semejante a la de su pelo. Hasta ella misma se sorprendió de la habilidad de la niña con la lengua. La estaba llevando hasta el éxtasis cosa que, en lugar de agradare, le molestó mucho. No quería sentir placer en este momento, quería ensañarse con ella. Para que su cuerpo no la delatase se levantó rápidamente antes de que fuese demasiado tarde.
Miró fijamente a la otra chica que, con la cara totalmente manchada de flujos y orina intentaba recobrar el aliento y le dijo.
- ¡Eres una come coños penosa! – Mintió.
Y, dirigiéndose a otra de las espectadoras, le ordenó:
- ¡Dame mi bolsa!
- Toma, toma… - contestó la interpelada de inmediato, sabiendo que a su amiga no le gustaba en absoluto que cuestionasen su autoridad.
Muy nerviosa Micaela rebuscó y rebuscó hasta que al final la sonrisa apareció de nuevo en su cara: había encontrado lo que ansiaba. De entre sus cosas saco un cepillo para el cabello con un grueso mango terminado en punta.
- ¡Aquí esta!
- Joder… ten cuidado con eso…je, je, je
- ¡Agarradla, abrídmela bien! ¡Esta putita se va a enterar!
A Lucila no le dio tiempo a reaccionar, en un momento se encontró inmovilizada de pies y manos por cuatro muchachas mucho más corpulentas que ella. Quedó totalmente a disposición de la voluntad de Micaela.
- ¡Saluda a tu primera verga! - Le dijo la pelirroja en tono burlón sacándole la lengua.
Fue entonces cuando la más joven fue consciente de las perversas intenciones de la otra muchacha e intentó zafarse.
- ¡No, noooooo! – Gritaba desconsolada.
- ¡Joder, cómo grita!
- Nos van a oír, seguro…
- ¡Anda… métele algo en la boca!
- ¡Las bragas! - Exclamó Micaela -. ¡Metedle sus propias bragas en la boca a esa guarra!
La chica de mayor edad se recreó, mostró claramente a la otra sus intenciones para acrecentar su terror todo lo posible.
- ¡Tranquila! Te va a encantar… voy a ser muy cuidadosa contigo. Te lo prometo.
Ahogada por su propia prenda la joven intentaba zafarse y preservar su virgo pero fue inútil. Micaela le abrió los labios vaginales con una mano y, con la otra, sin el más mínimo miramiento le ensartó una estocada cruel y despiadada. Le clavó el mango del cepillo por completo, de un solo golpe, hasta que las cerdas del utensilio capilar impidieron que este fuese penetrando más adentro.
- ¡Jódete, puta! - Le gritaba una y otra vez, retorciendo el instrumento de tortura en el interior del vientre de la chiquilla.
Al sacarlo lo vio teñido de sangre pero ni aun así se apiadó de Lucila y siguió acuchillándole la entraña. De repente la niña dejó de luchar. El dolor había sido tan intenso que no había podido soportarlo. Se había desmayado.
Cuando se despertó, instantes después, lo hizo bajo una nueva cascada de orín y el mango del cepillo entre sus labios, trufado de restos de himen, orina y sangre.
- ¿Te gusta tu virgo, puta? Chúpalo todo, recuerda ese sabor… ya no lo podrás volver a saborear jamás.
Entre risas y vítores la liberaron. Las chicas comentaban lo sucedido y se felicitaban las unas a las otras. Les tenía sin cuidado que la pobre Lucila se retorciese de dolor sobre el piso del lavabo, desnuda y en un estado realmente deplorable. No obstante, y sacando fuerzas de flaqueza, intentó reptar hacia la puerta y huir pero de nuevo fue detenida por Micaela que la agarró otra vez del cabello.
- ¿A dónde crees que vas, pervertida? ¡Apenas he empezado contigo…!
- Venga… déjala ya. – Dijo una de las chicas intentando interceder por la torturada.
- ¡Y una mierda!, ¡A mí nadie me hace fotos sin mi permiso! – Repuso la otra llena de ira -. Esta perra se va a enterar, te lo juro.
- Eso… que se fastidie.
- ¡Dale duro, Mica! ¡Patéale la cara!
- No. Se me está ocurriendo otra cosa mejor. ¡A la taza con ella! ¡Os juro que la va a limpiar con la lengua!
- ¡Joder!
- ¡Eso es!
- ¡Buena idea, Mica!
Lucila parecía una muñeca, una marioneta en manos de la otra muchacha. En un instante su pequeña cabeza estaba enterrada en lo más profundo del inodoro. Los largos cabellos marrones de la preadolescente se impregnaban del agua pútrida de su interior ya que Micaela no se limitó a meterle la cabeza dentro sino que además pulsó el botón que liberaba el agua de la cisterna sobre su nuca.
La niña no podía respirar, los instantes en el que su cara permaneció bajo el líquido le parecieron eternos. Cuando por fin el aire entró en sus pulmones creyó que su calvario había terminado pero no fue así. Ya no tenía ni fuerzas para llorar, simplemente luchaba por vivir.
- ¡Agarradla ahí! ¡Que no se mueva esa zorra! Voy a reventarle el trasero… - Ordenó una cada vez más eufórica Micaela.
Dicho y hecho. Utilizando el mismo instrumento que arrebató el virgo de la niña la violó analmente, y lo hizo con una violencia y crueldad tan desmesurada que lo cometido en la vulva de la pequeña pareció una chiquillada a su lado. Lucila se retorcía como una anguila mientras su intestino era profanado sin piedad.
Micaela no se detuvo hasta que la sangre brotó del agujero trasero de la jovencita. Y no se conformó con unas gotas… ni mucho menos. Cuando terminó con Lucila y la dejó tirada en el váter un continuo hilito de sangre partía del culito de esta formando un pequeño charquito en el suelo.
- ¡A partir de ahora serás mi juguete, puta! Haré que tu vida sea un infierno si no haces todo lo que te digo. Empapelaré el instituto con tus fotos desnuda, te lo juro. Sabes que no miento, soy capaz de hacerlo. Eso y mucho más.
Y tras regalarle la última patada la dejaron tirada sobre el suelo. Pasaron varias horas hasta que la chica pudo moverse y volver a su casa. Por fortuna para ella sus papás no regresaban hasta la hora de la cena. Le hacían tan poco caso a la chica que ni siquiera repararon en sus ojos vidriosos y en sus mejillas ligeramente encarnadas.
Al lunes siguiente, apenas entró en el centro, junto con su teléfono móvil totalmente exento de cualquier fotografía que no fuera suya en pelotas, recibió una orden de Micaela. A la tercera hora se saltó las clases dirigiéndose al despacho de uno de los profesores más exigentes del centro. Tenía fama de ser inflexible y aprobar su asignatura con buena era todo un logro que casi nadie podía conseguir.
Instantes después de entrar en el despacho Lucila recibió la llamada de su dueña. Tras escuchar atentamente lo que su interlocutora le decía no dijo nada. Se limitó a levantarse, bajarse los pantalones junto con sus bragas hasta los tobillos y reclinarse en la mesa del profesor. La herida de su culo todavía no se había cerrado completamente pero aun así lo puso a disposición de aquel hombre. En cuanto él cerró con llave la puerta se despachó a gusto con aquel estrecho agujero puesto a su entera disposición por una de sus alumnas.
Aquella rutina se repitió diariamente hasta final del curso. Y no había día que no llegara a casa con el esperma de algún profesor rezumando por uno varios de sus agujeros. Por las tardes era el juguete sexual de ella la propia Micaela. Le hizo miles de fotos y cientos de vídeos a cuál más sádico. Esta le hizo absolutamente de todo y ella jamás dijo nada.
Nadie en su casa supo nada hasta que el último día de curso apareció muerta en su cuarto. Su mamá la encontró desnuda, con la palabra “Puta” escrita en el pecho, totalmente empapada en su propia orina, con las bragas en la boca, un par de cepillos para el pelo insertos en su vagina y ano y las venas de sus muñecas cortadas.
A su lado había una nota escrita de su puño y letra, una sarta de estupideces y mentiras que explicaban que el motivo de su suicidio eran las malas calificaciones, exonerando por completo a la manipuladora Micaela.
Gracias a comerciar con su cuerpo, las calificaciones de su compañera habían subido como la espuma y, como consecuencia de ello, Micaela había obtenido plaza en uno de los institutos más selectos y elitistas del país.
Lucila se quitó la vida no por el trato recibido sino porque no pudo soportar dejar de ser el juguete preferido de su amada.
Fin
Me gustaria hacer un encargo, siempre he tenido la fantasia, de un intercambio accidental de cuerpo entre madre he hija, de lo cual el padre no se da por enterado.
ResponderEliminarHola. Por favor, contacta con el administrador via correo electrónico. Gracias.
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