"SALMA: UNA ADOLESCENTE DIABÓLICA. Primera parte" por Kamataruk.




Capítulo 1

Apenas terminé mi carrera universitaria, en sociedad con varios amigos, creamos una empresa en los alrededores de Madrid dedicada al reciclaje de ciertos productos peligrosos mucho antes de que el boom ecológico que nos invade en la actualidad estallase. Después de unos inicios titubeantes, el negocio resultó ser la gallina de los huevos de oro. El dinero llegaba a espuertas y todo iba fenomenal entre nosotros. De hecho, todo iba tan bien que una mega gigantesca compañía internacional del sector nos echó el ojo y nos hizo llegar una oferta tan escandalosa tanto a mis socios como a mí que ningún hombre en su sano juicio podía rechazar.

Como yo soy algo romántico y cabezón al principio no consideré la propuesta ante el total rechazo de mis socios. Me tacharon de loco, de jugar con el futuro de sus familias, de ser un egoísta. La presión fue tal que llegó un momento en el que ya no pude aguantar más ante el empuje de mis teóricos amigos y cedí. Me encantaba mi trabajo, amaba la empresa y a los que allí trabajaban por encima de todo y fue muy duro en lo personal firmar los documentos de venta, pero lo hice. Ya saben… las penas con pan son menos.

Quise consolarme pensando que a mis cuarenta y pocos años tenía la vida resuelta si no cometía una locura… tal y como sucedió. Soy de esas personas que se las arreglan para buscarse problemas donde no los hay.

La ingente cantidad de dinero disponible sacó de mi lo peor que llevaba dentro y caí en multitud de vicios que se llevaron por delante la relación con mis socios, con mi familia y con la que ahora es ya mi ex mujer. Fundí una parte nada desdeñable de mi fortuna en caprichos y excesos hasta que un día me vi solo en casa, sin nadie más en el mundo que yo mismo, y me dio por beber. Durante el siguiente año y medio todos mis recuerdos se pierden en una nebulosa. Me lo bebí todo, literalmente. Era un saco de alcohol etílico con patas.

Mi grado de embriaguez llegó al punto de nublarme por completo la razón. No era consciente de lo que hacía hasta que una noche estampé mi Jaguar contra una farola saliendo de un prostíbulo de esos que todavía  frecuento a altas horas de la madrugada.

Por fortuna para mí el golpe no tuvo mayor consecuencia que varias costillas rotas, una fractura de tobillo, contusiones múltiples, una insignificante multa y la retirada del carnet de conducir. Un exiguo peaje si se compara con lo que habría podido pasarme o, lo que realmente me conmocionó, lo que podría haber hecho a alguien que hubiese tenido la desgracia de toparse conmigo por aquel polígono industrial de camino a su trabajo.

Al salir de la clínica de desintoxicación en la que fui ingresado por recomendación judicial decidí romper con todo; ni siquiera regresé a mi casa ya que nada de lo que allí había era relevante para mí. Me largué a Barcelona aconsejado por Carlos, un viejo amigo de la mili, a cientos de kilómetros de distancia de mi círculo de perversiones y me instalé en su casa primero y en un pequeño apartamento del extrarradio de la Ciudad Condal después; infinitamente más modesto que mi coqueto chalet de la sierra madrileña.

Con el fin de mantener mi mente alejada de la bebida decidí buscar trabajo. Mis expectativas no eran muy altas, me conformaba con muy poco. Disponía de rentas suficientes como para poder vivir sin tener que hacerlo, pero siempre me he considerado una persona activa y poco dada a la vida contemplativa, lo que se viene a llamar un culo inquieto, y eso de ir a pasear por el parque o diplomarme en “mirador de obras” no es lo mío.

No les aburriré con detalles que no vienen a cuento: intentar obtener trabajo a mi edad fue tan útil como disparar a la luna. Laboralmente hablando a partir de los cuarenta eres un zombi errante.

Fue mi propio colega del servicio militar el que me sugirió una opción que jamás antes se me hubiese ocurrido: dar clases particulares a estudiantes con dificultades en ciertas asignaturas. Grupos reducidos, trabajo vespertino, todo en dinero negro…, un sueño para un viejo roquero como yo. Me contó que una conocida suya se estaba haciendo de oro con eso y que incluso tenía otras dos personas trabajando para ella de manera ilegal. Mi amigo me proporcionaba incluso mi primer alumno que no era otro más que el zoquete de su hijo, tripitidor de segundo de bachillerato y un cero a la izquierda en matemáticas, nunca mejor dicho.

Al principio rechacé de plano la idea a pesar de que ya la había ejercido de profesor particular en mis años mozos para financiarme la matrícula de mi carrera y mis gastos. No es que me parezca tarea denigrante para todo un licenciado, pero es que no me apetecía nada volver a enfrascarme en todo ese mundo de hormonas desatadas, cremas anti acné, olor a pies y frustración adolescente. Tras años de experiencia sabía de buena tinta que parte de los chicos y chicas que acuden a esas clases son carne de cañón y que ni en un millón de años se hacen con la asignatura en cuestión.

Después reconsideré mi idea, mi aburrimiento era exasperante. Quise agradecerle su hospitalidad a mi compañero de armas y accedí a dar clases individuales a su hijo. El chaval me sorprendió gratamente y, por lo visto, entre aquel montón de perforaciones que llevaba en las orejas, había algo de seso que le dio para sacarse la primera evaluación de matemáticas con un espectacular cinco raspados de nota media.

Aquella pírrica victoria me abrió las puertas de círculo de amigos primero y del resto de su clase después. Las solicitudes de nuevos alumnos se sucedían y, de haber aceptado todas, hubiese trabajado el doble de horas que en mis peores épocas de mi empresa.

Decidí no morir de éxito aceptando sólo tres o cuatro alumnos por día. Como mi apartamento era de tamaño reducido opté por dar clases individualizadas y, como la cantidad de solicitantes era abultada, acepté a alumnos que tenían una serie de características comunes: estudiantes de último curso del instituto en el que acudía el hijo de mi amigo, con dificultades en matemáticas y de sexo masculino.


 

Antes de que la parte femenina de los lectores me eche a los leones y me tilde de misógino intentaré explicar todas las consideraciones prácticas que me llevaron a tomar tal decisión de acuerdo con mi corto entender.

Todo aquel asunto de las clases particulares lo consideraba yo como algo provisional; una manera como cualquier otra para pasar las tardes mientras dedicaba las mañanas a buscar “un empleo de verdad”. Como no quería hacer de aquello mi nuevo modo de vida pensé que, si los alumnos eran del último curso, mi compromiso para con ellos se limitaba a un año, que era el tiempo que me había dado para encontrar un trabajo decente. En referencia a lo de que fuesen todos de un mismo centro y con una misma asignatura problemática era un truco que aprendí en mi anterior etapa docente: actuando de ese modo, basta con preparar una clase y repetirla varias veces a lo largo de la tarde para quedar como un auténtico genio sin apenas esfuerzo. No es que sea un vago, me encantan los retos, pero créanme si les digo que resulta agotador cuando tu alumnado es heterogéneo y tienes que buscarte la vida con ellos todos los días y más con los nuevos planes de estudio tan descerebrados de ahora.

Tal vez la parte más polémica pueda resultar el hecho de que no impartiese clases a chicas. Podría contarles una milonga y decirles que no lo hice porque no quería dar pie a malas interpretaciones del vecindario sobre lo que suponía que unas adolescentes viniesen, la mayoría de las veces solas, al apartamento de un cuarentón de casi metro noventa con greñas hasta mitad de su espalda y semblante huraño. Debo reconocer que mi aspecto no es el estereotipo del típico profesor de matemáticas; de hecho, me asemejo más a un viejo roquero venido a menos o a un motero de una vieja película de los setenta o incluso al proveedor de sustancias ilegales del barrio. La realidad en lo que se refiere a la falta de alumnado femenino era bien distinta y mucho más sencilla de explicar: desconozco la razón, pero todos los solicitantes de clases de apoyo que había tenido hasta ese día eran del sexo masculino así que no había lugar a la polémica. Quiero pensar que fue debido a que, en general, las chicas son bastante más inteligentes que los muchachos o por lo menos más aplicadas.

Las clases discurrieron de manera más o menos normal. Dentro de sus rarezas, todos mis pupilos eran buenos chicos. Llegar al segundo curso de bachillerato implica un mínimo de inteligencia y compromiso. En cuanto a los resultados académicos fueron de lo más variopintos, pero en general positivos, aunque mejorables. A veces me salía la vena del jefe tirano que fui y les pinchaba para que se esforzasen más, aunque con desigual suerte.

En cuanto al trato personal yo alucinaba con ellos; me abrieron las puertas a un mundo totalmente desconocido para mí. A veces, entre ejercicio y ejercicio o al final de las clases, me contaban cosas que me parecían increíbles. Me hablaban de sus problemas con sus padres, de movidas en el instituto, de “youtubers” famosos, de “gamers”, de juegos o de redes sociales de las que yo ni siquiera sabía de su existencia. No era raro que las conversaciones derivasen hacia detalles íntimos con sus parejas e incluso de sus relaciones sexuales. Hablaban de sexo con una soltura e indiscreción que a mí me parecían sonrojante o envidiables según se vea. No es que yo a su edad fuese un santo, ni mucho menos, pero jamás se me hubiera ocurrido ir contando a todo el mundo cómo le tocaba las tetas a la mosquita muerta del cuarto derecha, en el cuarto de contadores de la luz, entre otras cosas porque si se hubiese enterado su padre me habría rebanado las pelotas sin anestesia alguna.

Como se decía en mis tiempos, yo alucinaba en colores con mis alumnos. De entre todos mis acólitos había uno especialmente negado con las matemáticas y loco de remate que me hablaba mucho de locales alternativos, de casas de ocupas, de macro botellones e incluso de las orgías que en ellas se montaban. Pero de lo que más me hablaba el bueno de Nicolás era de su novia Salma; la tenía siempre en la boca y siempre para bien. Incluso me enseñó una foto no muy nítida de una jovencita de cabello negro, maquillada en exceso con tonos oscuros y aspecto gótico. Jamás he sido buen fisionomista, así que supuse que tendría una edad similar a la del propio Nicolás. Al muchacho se le llenaba la boca cada vez que hablaba de ella, de las cosas que se hacían mutuamente, de lo mucho que follaban y de lo bien que se la chupaba su novia.

Como es lógico yo me mostraba escéptico ante las historias del pequeño Nicolás y se lo hacía saber con risas y mofas hasta que un día, mientras repasábamos el examen de su enésimo suspenso, me dijo algo enfadado:

– No me crees, ¿verdad?

– Ni de coña.

– Pues mira… listo…

El chaval manipuló su teléfono móvil y lo plantó frente a mi cara. En la diminuta pantallita pude contemplar a esa bonita criatura que tenía por novia dando buena cuenta con la boca de una verga en plena en ebullición. Entendí que se trataba del estoque de Nicolás. La toma era de una calidad pésima, aun así, vi lo suficiente como para reconocer que el chaval no me había mentido en cuanto al talento oral de su media naranja.

– ¿Qué te parece?

– Que ganas no le faltan… - Apunté en el instante en el que la nariz de la joven tocaba el vientre de mi alumno con el sable inserto por completo entre los labios -… ni aptitudes. Vaya con tu amiguita… y vaya boca que tiene.

– Tengo un montón de vídeos más tirándomela de todas las posturas menos por el culo, que no le gusta... te los mostraré…

– Oye, que no. Que no hace falta, de verdad. Lo que hagáis esa chica y tú son cosas vuestras. Lo que digo es que me parece una fantasmada es eso otro que me cuentas, lo de los locales esos con botellones clandestinos, orgías y toda esa mierda…

– ¿Fantasmada?

– Conste que yo soy el primero que adorna las batallitas para que parezcan más emocionantes, pero te has pasado con eso, Nicolás…

El chico estaba cada vez más encendido, pero tengo la mala costumbre de no callarme ni debajo del agua así que sentencié:

– Que no, vaya. Que todo eso que me cuentas es una sarta de mentiras una detrás de otra. Eso sólo pasa en las películas porno que ves por las noches cuando te pajeas...

La cara del pequeño Nicolás era todo un poema.

– Si no me crees… ¿por qué no me acompañas el viernes y lo compruebas?

– ¿Este viernes? ¿Contigo?

– Pues claro, joder. El viernes hay un fiestón que te cagas. Es no sé qué mierda de fiesta universitaria. Pillas fijo… que se te nota que te hace falta follar, amargado que eres un amargado.

– ¿Qué se me nota…? ¡Serás cabrón!

Sé que no está en el manual del profesor moderno utilizar la violencia, pero aquel chico se había ganado una colleja. En realidad, solía soltarle varias durante cada clase, pero ni con esas se aprendía las reglas básicas de derivación.

– ¡Au! Joder… ¡Cómo te pasas!

– Eso te sucede por bocas. Lo creas o no yo tengo mi público…

– Pues como no sea pagando… ¡Auuuu! ¡Joder, deja ya de pegarme!

– ¡Pues deja tú de decir chorradas…!

Lo cierto es que estaba algo molesto porque, aquel cabeza loca, había dado en el clavo.

– Qué… ¿te animas?

– No digas gilipolleces. Qué va hacer allí un viejo como yo con un perroflauta como tú en un sitio así…

– ¿Viejo? ¡Si te conservas de puta madre, joder! Menuda percha que tienes. Además, allí hay de todo, ya lo verás.

– Venga Nico, no te me distraigas y termina esa integral que ya huele.

El muy cabrón se hizo el interesante, me lanzó el anzuelo y me lo tragué con caña y todo.

– Si la termino y es correcta… ¿te vienes conmigo?

Mi mente analítica se puso en funcionamiento y llegó a la conclusión de que era imposible de que aquel chaval resolviese el ejercicio ni aunque el mismísimo espíritu de John Nash tomara posesión de su cuerpo esquelético en aquel mismo instante.

– Valee… - accedo para sacarme el muerto de encima.

Me quedé helado cuando, ni corto ni perezoso, comenzó a menear el lapicero y me plantó frente a la cara el acertijo resuelto.

– ¡Me cago en mi puta madre! ¿Cómo narices has hecho eso?

– El viernes paso a buscarte.

– No, no… espera, espera…

– A las dos, paso a buscarte…

– No me jodas…

– Una a puesta es una apuesta…

– ¿A las dos de la mañana paso por aquí? Es la hora con la que quedo con los colegas…

Sinceramente todavía estaba impactado por lo acaecido. La nota del chaval en el examen había sido de un uno y porque en las alucinantes normas de su instituto el cero estaba proscrito.

Mientras yo intentaba dar una explicación lógica a lo sucedido él se regodeaba en la victoria.

– ¿Es temprano?, ¿te parece mejor a las tres?

– No, a las dos está bien. – Contesté sin dar crédito a lo sucedido.

No es momento ahora de hacer un monólogo acerca de la costumbre que tienen los jóvenes de salir de marcha a esas horas o incluso más tarde. Sólo diré que yo en mis tiempos a las dos de la mañana, llevaba un ciego que no conocía ni a mi padre.





– Pues vale. Nos vemos el viernes. Me largo…

– Espera, espera, espeeeera. ¿Dónde está el truco?

– Pero ¿qué dices?

– Que dónde está la trampa, joder. Tú no haces ese ejercicio por tu cuenta ni “fumao” de porros…

Al ver cómo se descojonaba vivo caí en la cuenta de que el jodido Nicolás era un estudiante mediocre a la hora de aplicar los conocimientos adquiridos pero que cumplía los requisitos de manera relativamente holgada cuando de memorizar fotográficamente se trataba.

– Eres un capullo. Habéis repasado el examen en clase, ¿es eso?

– Js,js, js…

– Pedazo de mamón – Reí por la ocurrencia del chaval- me la has jugado.

– Hasta el viernes.

– ¡Que sí, que sí! Largo antes de que te abra la cabeza – le dije mientras le propinaba un nuevo mandoble.

– ¡Auuu! ¡Cabrón!

*****

Al llegar el viernes, madrugada del sábado en realidad, lo último que me apetecía era salir por ahí con aquel cabeza loca. Para mí los viernes son sinónimo de tranquilidad, de abrirme unas cuantas cero-cero y ver algún que otro partido de fútbol americano de los años ochenta. Y en eso estaba cuando el timbre de mi casa bramó una y otra vez.

– ¡Mierda! – Maldije.

Tenía la esperanza de que Nico se hubiese fumado una veintena de porros y que, con el cuelgue, se olvidase de mí, pero nada de eso sucedió. Es más, él solía llegar siempre tarde a mis clases, pero aquella noche fue asquerosamente puntual.

Parecía yo un corderito desganado camino del matadero más que un solterón ávido de marcha loca y más aún cuando ya en la calle me plantó delante un minúsculo casco de moto, poco más que una chichonera.

– Ni en sueños voy yo de paquete contigo.

– No tienes coche, ¿recuerdas? Te cepillaste el Jaguar contra una farola… ¡Y luego dices que el que cuenta mentiras soy yo!

Tuve que contar hasta diez para no destrozarle la cara de media hostia, aunque en realidad la culpa era mía por irme de la lengua con él en ciertos temas escabrosos de mi pasado.

– Te juro que como vayas deprisa te mato.

– Vamos… gallina…

Lo juro por mi madre que en gloria esté que jamás he pasado tanto miedo como encima de aquella motocicleta durante el trayecto entre mi casa y algún lugar indeterminado de los alrededores de Barcelona. No es que el chaval fuese rápido, literalmente volaba entre el escaso tráfico nocturno del extrarradio y lo peor no era la velocidad. Lo peor fue que a Nicolás le entró un repentino ataque de daltonismo haciendo que los semáforos del polígono industrial que evidentemente estaban en rojo apareciesen en verde ante sus ojos. No encuentro otra forma que explicase la forma de conducir temeraria y suicida de aquel chaval tan joven. Aunque si de colores se trata es probable que mi ropa interior tomase cierta tonalidad marrón aquella noche cuando por fin mis pies tocaron el suelo.

Después de mil juramentos silenciados por el casco llegamos a una vieja fábrica de textiles abandonada. En realidad, tal consideración no era correcta: estaba petada de gente y desde la calle se escuchaba un sonido ensordecedor proveniente de su interior que algún moderno descerebrado identificaría como música.

Era imposible pasar desapercibido en aquel sitio, al pequeño Nicolás le conocía todo el mundo. Antes de entrar ya muchos de los que allí estaban le saludaron, chocaron su mano o le lanzaron golpecitos en el hombro. Incluso un par de jovencitas se colgaron de su cuello para regalarle besos en los labios que se prolongaron en el tiempo bastante más de lo que yo consideraba normal.

En cuanto entramos en el local varias personas nos ofrecieron bebida y otro tipo de sustancias sospechosas que rechacé con el escaso don de gentes que me caracteriza. Mi alumno conocía lo suficiente de mi historia para saber que el asunto de las drogas era para mí un tema delicado y aleccionó a sus colegas para que no me tentasen, cosa que agradecí.

Tengo que reconocer que el sitio por dentro no estaba tan mal como pensaba. Pese a su ambiente clandestino y oscuro no dejaba de ser un sitio interesante. La calidad del sonido era relativamente buena aun cuando las canciones que vomitaban aquellos altavoces eran algo deleznable. Los grupos de personas se distribuían por el interior de la nave principal de manera desigual formando pequeños círculos donde se compartían bebida, porros y risas. Inclusive había una especie de barra donde se podían adquirir bebidas en beneficio de no sé qué mierda de ONG antitaurina.

El personal que allí encontré era de lo más heterogéneo, había de todo: desde los más pijos del barrio hasta el variopinto colectivo rasta pasando por gente “Emo”, frikis enfermos por los videojuegos, grupos de universitarios de broma peligrosa e inclusive personas trajeadas de mi edad o incluso bastante mayores cosa que me reconfortó. Recuerdo que me llamó la atención que esas agrupaciones no eran herméticas y que interactuaban entre sí con muy buen rollo, y más si había cigarritos de la risa de por medio, así que no era extraño ver a una jovencita con ropa de marca dándose el lote con un cabeza rapada cubierto de tatuajes o a señoras ya entradas en años tonteando con chavalitos musculados que bien podrían ser sus hijos.

Conforme la noche transcurría, el licor de las botellas iba menguando y la temperatura general iba en aumento. No diré que todo aquel desenfreno de sustancias estupefacientes derivase en una orgía pura y dura, pero sí en tocamientos, besos húmedos e incluso en algo de exhibicionismo.

De vez en cuando alguna pareja se desmarcaba del resto y desaparecía por el fondo del local, hacia lo que en su día fueron las oficinas de la fábrica. Tal vez condicionado por las historias de Nicolás, las imagine convertidas en improvisados cuartos oscuros en que todos aquellos pervertidos daban rienda suelta a sus más bajas pasiones sin control alguno. Reconozco que estuve tentado de ir a echar un vistazo, pero me embargó un extraño pudor bastante inusual en mí y me contuve.

Fue entonces cuando, como de la nada, apareció aquella preciosa joven de aspecto mortuorio cuya tez blanquecina destacaba bajo su cabello rizado y oscuro. Pese a que sólo los había visto una vez y con una polla atravesándolos, reconocí aquellos labios teñidos de negro al instante, al igual que a la nariz chata que los acompañaba y que con tanta facilidad se había aplastado contra el abdomen del jodido Nicolás durante la mamada.

No soy un gran experto en ropa femenina, y mucho menos si se trata de la moda actual así que sólo diré que de la ropa monocolor de Salma me llamó la atención la generosa plataforma de los botines de aire militar; el grosor de las medias tipo calcetín que le cubrían las piernas hasta poco más allá de las rodillas y la cremallera de su ceñido vestido, que discurría a lo largo de la totalidad de la parte frontal de la prenda, desde el escote hasta algo más arriba de sus rodillas, allá donde moría la tela. Con todo lo que sin duda más centró mi atención de todo su atuendo fue la inquietante presencia en su cuello de una gargantilla muy peculiar, una especie de cinta de terciopelo oscuro como todo lo demás, coronada con una cara de loba plateada enfurecida.

En cuanto se nos acercó noté el efecto que la muchacha producía en mi alumno. Como por arte de magia Nicolás dejó de ser ese insolente macarra que me vacilaba todo el tiempo y se convirtió en poco más que un tierno cervatillo, un bobo tembloroso e inseguro delante de la abeja reina.

– Ho… hola Salma...

La muchacha ni se dignó en contestarle, por lo que después sucedió sé que tenía otras prioridades. Poco menos que se abalanzó sobre él y le endosó un beso de tornillo con tal fiereza que casi le deja sin aliento. Permanecieron los dos unidos como dos lapas en el centro del círculo, intercambiando saliva como si el mundo fuese a estallar en ese momento. El resto de los presentes ni se inmutó por lo que hacían, ni tan siquiera cuando el chaval le estrujó el trasero a mano abierta y siguieron con lo suyo, pero yo tengo que confesar que cada vez me sentía más fuera de lugar en aquel ambiente tan cargado de hormonas y con dos jovenzuelos dándose el lote delante de mis narices. Supongo que me estoy haciendo viejo; asco de vida.

Cuando por fin Nicolás logró zafarse de aquella estilizada Mamba Negra me presentó a su chica con la voz entrecortada por la falta de aire.

– Princesa… este es Pedro. Un colega…

– Hola – le dije con una sonrisa que tengo muy ensayada. Es tan agradable que incluso no parece forzada.

La joven ni se dignó a responder el saludo; es más, creo que ni tan siquiera me miró.

– Te he dicho mil veces que no me llames así; – le dijo con desprecio - no soy la princesa de nadie.

Después la joven tiró de él y se lo llevó hacia la zona caliente del local, allí Nicolás le era más útil para saciar sus necesidades.

No seré yo el que critique al bueno de Nicolás por haberme dejado colgado en mitad de aquella noche. Pese a su actitud borde y poco considerada tuve que reconocer que la jovencita estaba buena de cojones y que un buen revolcón con ella bien valía una bronca con tu mejor amigo y no digamos ya una con tu profesor particular “lanza-collejas”.

Recuerdo que pensé en terminar con mi cerveza sin alcohol y largarme a mi casa cuando la chica se giró, me miró de arriba a abajo y esbozó una sonrisa neutra, como si me estuviese perdonando la vida. Se daba un aire de superioridad a pesar de que su estatura no iba más allá de la altura de mi pecho. Probablemente se dio cuenta de que le estaba mirando el trasero, aunque dudo mucho que le diera la menor importancia.

Tras unos minutos de deliberaciones conmigo mismo decidí seguirles. No podía quitarme de la cabeza la visión de aquella joven tragando sable ni la cadencia del movimiento de sus caderas al caminar. Elaboré mentalmente una complicada estratagema que justificase mi presencia en la cara oculta de la luna, aunque pronto comprobé que mis precauciones eran innecesarias: allí todo el mundo iba y venía a su libre albedrío, sin molestarse en lo que hacían o dejaban de hacer los demás.

En efecto, tal y como pensaba, las antiguas oficinas se habían transformado en un cuarto oscuro, un picadero, un “follódromo” en el que todo valía. Allí me encontré de todo: parejas, tríos, cuartetos, quintetos y demás variables de distinto o del mismo sexo follando con total libertad. Confieso que me avergüenza un poco admitir que tuve ofrecimientos para que me uniera a la fiesta, pero digamos que el género de las personas en cuestión no era de mi agrado.

Ya estaba a punto de desistir en mi búsqueda cuando descubrí a los dos tortolitos en una de las habitaciones más concurridas. No es que fuesen precisamente discretos, se lo estaban montando en medio de un grupito de gente que los observaba sin el menor recato. Es más, de vez en cuando alguno de aquellos espectadores sacaba su teléfono móvil y les hacía alguna foto incluso de los genitales ante la total indiferencia de los dos jóvenes amantes. Animado por tal circunstancia, decidí acercarme más para saciar mi curiosidad malsana. Reconozco que la muchachita me atrajo desde el primer momento que la vi y la posibilidad de poder contemplarla en acción era muy tentador: el cuerpo de la chica era todo un caramelito.

Estoy seguro de que Salma me reconoció al momento pese a la penumbra reinante en la habitación. Permaneció un instante con la mirada fija en mí para después abrirse más de piernas y volver la cara a un lado con el mismo desdén como la primera vez que me vio. Recuerdo que se me antojó verdaderamente hermosa en pleno encuentro sexual, sudorosa, tendida boca arriba y medio desnuda sobre un viejo colchón mientras mi joven alumno lo daba todo encima de ella.

No me corté en absoluto, me apetecía verla en pelotas, cosa que me resultó sencilla. La cremallera del vestido de Salma resultaba de lo más operativa a la hora de entablar una relación sexual. Estaba abierta en su totalidad y, cuando la posición de Nico me lo permitía, podía verle los senos a la jovencita moviéndose a su libre albedrío siguiendo el compás de la taladrada ya que la chica no llevaba ropa interior que cubriese sus vergüenzas bajo el vestido.

Me alegré la vista con las prominencias de Salma. El extremo de sus senos eran un par de chupetitos jugosos predispuestos para ser lamidos con frenesí, unas tetinas con las que pasar un buen rato y disfrutar. Tal vez en general el tamaño de sus pechos fuese algo pequeño para mi gusto, pero las aréolas oscuras y los pezones prominentes que los coronaban eran detalles que me parecieron de lo más apetecible. Soy un enfermo con ciertos detalles y un pezón empitonado bajo la ropa de una adolescente me ha parecido siempre un detalle muy morboso.

Salma daba la impresión de estar muy satisfecha con el polvo. Por la expresión de su cara parecía aburrida e inclusive me habría parecido una hembra frígida como el hielo de no ser porque, de vez en cuando, fustigaba a su jinete con la mano incitándole a aumentar el ritmo o la intensidad de la monta, pero Nicolás no estaba por la labor. El chaval no iba sobrado de artillería, aunque yo estoy convencido de que ese no era el problema. En realidad, lo que ocurría es que el gilipollas de mi alumno se preocupaba más por inmortalizar el momento íntimo mediante fotos con su celular que por satisfacer las necesidades sexuales de su compañera de juego. Tras un breve lapso de tiempo él le ensartó unos cuantos puyazos en todo lo bajo para luego permanecer muy quieto con la totalidad de su verga inserta en la muchacha.

– ¡Joder, vaya polvazo princesa! – Exclamó.

Después, el jodido Nicolás desenfundó la verga sin tener en cuenta la evidente insatisfacción de su joven amante y, con un rápido movimiento, se quitó el condón del cipote delante de todos. Para mi sorpresa, lo lanzó contra un ajado espejo que colgaba de una de las paredes creando sobre él una mancha amorfa de esperma que se unió a otras ya existentes y resecas. Por lo visto hacer semejante guarrada era una especie de tradición en el lugar ya que cuando el profiláctico cayó lo hizo sobre un montoncito de condones utilizados previamente por otros amantes.

Desaparecí de forma discreta de la habitación, no me apetecía ser descubierto por Nicolás. El chico era de lo más impredecible y podría haberme montado una escena allí mismo.




Reconozco que estaba excitado, no podía quitarme de la cabeza el cuerpo de Salma y el cimbreo hipnótico de sus pezones mientras mi alumno se la tiraba. Tal y como había adivinado mi pupilo yo llevaba una temporada sin sexo y mi virilidad no fue inmune al espectáculo. Por fortuna me encontré con otro de mis alumnos y comenzamos a hablar de cosas triviales que rebajaron mi calentura, aunque mi mente jamás dejó de pensar en Salma.

Tras unas horas de tortura musical llegó un momento en el que el ambiente en el local se me hizo insoportable. La densidad de humo era tal que no hacía falta echar una calada para colocarse; con respirar era más que suficiente. Puede parecer raro para alguien que en su época más oscura se bebía hasta las escupideras, pero jamás me ha dado por los porros. No me gustan, nunca me han gustado, me dan una especie de resaca terrible al día siguiente que he fumado. Obviamente no soy un santo, puede decirse que en lo relativo a sustancias estupefacientes lo he probado prácticamente todo, pero mi adicción al alcohol se hizo tan grande que no dejó sitio en mi cuerpo para nada más. Aun así, el chavalote de mirada perdida con el que me crucé iba tan colocado que insistió en regalarme un canuto en agradecimiento a los servicios prestados y acepté el presente como mal menor. Aproveché un momento de descuido para meterme el cigarrito de la risa en el bolsillo y hacer mutis por el foro.

Cuando salí de aquel antro de vicio y perversión los ojos me escocían a rabiar y estaba sordo como una tapia. No faltaba mucho tiempo para que el sol clarease el horizonte y el frescor de la mañana se hacía notar. En realidad, hacía un frío terrible, pero el humo de los porros lo tapaba todo.

Las cervezas sin alcohol no dejan de ser cervezas así que su efecto diurético no tardó en aparecer. Sentí la llamada de la selva y me dirigí hacia un almacén medio derruido próximo con intención de aliviarme. En cuanto entré deduje por el olor que no fui el primero en tener la misma idea; aquello era todo un estercolero. Entré en la penumbra y no tardé en tropezar un par de veces con los escombros del lugar. Acuciado por las prisas y medio aturdido, me bajé la cremallera y dejé que la naturaleza siguiera su curso sin percatarme de que a pocos pasos de mi improvisado mingitorio natural una pareja también se desahogaba, aunque a su manera.

El almacén, por llamarle de algún modo, estaba oscuro como el ala de un cuervo, pero la presencia de los amantes se hacía evidente. Todavía no entiendo cómo alguien no había llamado a la policía aquella noche. Pese al zumbido de mis tímpanos los alaridos de la joven mientras aquel tipo la empotraba contra la pared creo que eran audibles a kilómetros de distancia.

– ¡Joder! – murmuré - ¡Pues sí que lo está pasando bien la putita!

En efecto, yo no podía verlos, pero ni falta que hacía. Estaban cerca, muy cerca y la chica era de lo más escandalosa, sus continuos chillidos les delataba. Prácticamente radió el orgasmo mediante bramidos y jadeos de lo más explícitos. Me impactó tanto su fogosidad que inclusive permanecí unos momentos quieto como una estatua, con la verga en la mano, deleitándome en su éxtasis que prácticamente hizo mío. Por fortuna para mí mi mente volvió a funcionar justo a tiempo así que decidí largarme antes de que mi permanencia allí pudiera resultar incómoda para todos.

Ya fuera del edificio en ruinas, me detuve bajo la lumbre de la farola que a duras penas pendía de su fachada. Al buscar mi teléfono para llamar a un taxi descubrí en uno de mis bolsillos el porro que me habían regalado.

– ¡Qué cojones! – me dije -, un día es un día.

Me llevé el pito a la boca con intención de fumármelo, pero caí en la cuenta de que necesitaba de un segundo elemento para que el invento funcionase. Justo en ese momento apareció el semental de la nada. Recuerdo que tenía una sonrisa de oreja a oreja, expresión que cambió de forma radical al verme, como el niño que sabe que ha hecho algo malo y trata de ocultarlo torpemente.

– Chaval, ¿me das fuego? – Le pregunté.

– C… claro – me respondió él hecho un flan.

Yo creí que su constante tembleque en sus piernas se debía al tremendo polvazo que le había endiñado a la escandalosa desconocida o al montón de sustancias alucinógenas que albergaba su escuálido cuerpo, pero al observarlo durante unos instantes noté algo familiar en él.

– Oye… tú eres amigo de Nicolás, ¿no? – le dije sin mala intención.

– N… no le digas nada, ¿vale? - me contestó muy nervioso -. Me rajará si se entera…

Y sin darme más explicaciones se largó corriendo como alma que lleva el diablo.

– ¿Decir qué y a quién? – pregunté desconcertado; el cigarrito de la risa comenzaba a hacer de las suyas.

Fue entonces cuando apareció la otra en discordia. Al descubrirme allí, torció el gesto, aunque a diferencia del valiente muchacho, no intentó huir.

– ¡Mierda! – Musitó.

Salma estaba realmente molesta al verme allí. Juró varias veces por lo bajo y meneaba la cabeza muy contrariada.

– ¡Joder, joder! ¡Vaya mierda! – repetía una y otra vez con evidente enfado.

Supongo que pensó que iba a irle con el cuento a su novio, aunque yo no tenía la menor intención de hacerlo. Nicolás era un idiota y yo no era nadie para juzgarla. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra: ni me acuerdo de la cantidad de veces que le puse los cuernos a mí querida ex-esposa y nada me parecía más repulsivo que aquellos teóricos “amigos” que iba decírselo a mis espaldas. Siempre he sido de la opinión de que, al menos en asuntos de pareja, la ignorancia te hace más feliz.

– ¿Fumas? - Le pregunté tendiéndole el porro, queriendo quitar hierro al asunto.

– Trae. – Contestó ella de mala gana.

Ella fumó, yo fumé y ninguno de los dos habló. Permanecimos los dos callados pasándonos el pitillo. Salma no dejaba de moverse, estaba muerta de frío. De vez en cuando yo hacía lo mismo y aprovechaba para deleitarme la vista con su bonito trasero.

Tal vez por causa de la baja temperatura se estremeció. Por un momento Salma me pareció más joven e insegura que antes.

– Puedes estar tranquila, no le voy a decir nada – le dije al fin.

– Ya…

Mis palabras no parecieron reconfortarla en absoluto. Tomó el canuto de mis labios, lo remató con una última calada y, tras aplastar la colilla contra el suelo, me miró con desdén y dijo:

– Odio deberle favores a la gente.

Me agarró de la mano y tiró de mí de vuelta a la parte más profunda del almacén. Sé que debería haberme negado, haber buscado algún pretexto o al menos oponer más resistencia ante la tentación que suponía su cuerpo. El efecto del porro sería la excusa perfecta para hacer lo que hice, pero lo cierto es que la muchacha me atraía físicamente y me dejé llevar. Aun a oscuras se sabía el camino de memoria, no tropezó ni una sola vez hasta que llegamos al lugar adecuado. Estaba muy claro que era una visitante habitual de aquel sitio.

Cuando lo consideró oportuno se arrodilló ante mí, me bajó la cremallera del pantalón y, con mucha soltura, me sacó la polla. Una vez logró su objetivo se lo tomó todo con más calma. Recorrió mi verga con sus dedos, la palpó en su totalidad y soltó un lánguido:

– Uhm… vaya, vaya...

Que no supe bien cómo interpretar.

No es que mi cipote sea especialmente grande; supongo que es acorde a mi tamaño y desde luego bastante mayor al exiguo pene de Nicolás. Aun así, a la chica se la notaba cómoda trabajándose mi polla, obviamente estaba habituada a tratar con vergas más voluminosas que la de su novio.

Salma frotó mi cipote con ambas manos con determinación y sin prisas, recreándose en la suerte. Quiero pensar que estaba calibrando tanto el grosor como la longitud de la polla aunque bien pudiera estar calentándose los dedos a mi costa; hacía un frio de cojones.

En un momento dado una de sus manos volvió a bucear en el interior del paquete hasta encontrarse con mis testículos y comenzó a masajearlos con suavidad mientras que con la otra incrementó el ritmo de la masturbación.

Todo iba estupendamente hasta que se detuvo:

– Eras tú el cabrón de la meada, ¿no?

– Sí.

– ¿Y supongo que no te has lavado?

– Correcto.

– Me lo temía – suspiró -. En fin, vamos allá…

Hubo un antes y un después en el momento en el que ella se metió mi verga en la boca. Antes todo había sido bueno; a partir de entonces fue sublime.

Siendo como soy un fanático del sexo anal debo decir que una buena mamada jamás está fuera de lugar. Por mi polla han pasado un buen número de mujeres, la mayoría de pago, así que hablo con conocimiento de causa cuando afirmo que la limpieza de bajos que aquella jovencita me regaló aquella noche fue gloriosa. Qué ansia, qué ganas, qué profesionalidad, qué todo… ¡fue algo memorable la comida de rabo de la pequeña Salma!

Si en algún momento los restos de orina le había supuesto algún problema lo disimuló estupendamente; es más, lo primero que hizo fue recolectar con su lengua las gotitas de pipí que mojaban mi glande hasta dejarlo impoluto.

Una vez limpió mi polla, Salma me hizo un trabajo espléndido con la lengua; una delicia minimalista; un menos es más para derretirse. Lo que aquella muchacha me hizo con la boca fue algo prodigioso. Mientras me la chupaba llegué a la conclusión de que aquella jovencita era de todo menos primeriza y que ya llevaba un montón de kilómetros recorridos hasta que su lengua se topó con mi falo. Lo que ella me hizo no se aprende en dos o tres revolcones en la parte de atrás de un coche; una mamada así se hace después de estar muchas horas arrodillada.

Salma utilizó la lengua lo justo como para volverme loco. No se anduvo con fuegos artificiales como escupitajos, lamidas externas o chupadas en los huevos, más propias de películas porno baratas que de una mamada al uso: no había tiempo para eso, hacía demasiado frío para andarse con rodeos. Fue a saco.

Sin dejar de masturbarme la base, su boca se centró en el extremo de la polla y no le hizo falta nada más. Degustó mi prepucio, succionó el glande y acarició el nimio orificio con el extremo de su lengua hasta volverme loco. No presumiré de mi aguante, la mamada fue tan excelsa que, en poco tiempo, estaba yo listo para derretirme en su paladar.

– ¡Salma, Salma…! ¿Estás ahí? - Oí una voz familiar a lo lejos.

Era la voz de Nicolás y a quién buscaba era obvio. Me alarmé bastante, pero nada comparable al desasosiego producido por los dientes de la chica amenazando mi cipote.

– ¡Mierda! – Juró la muchacha dejando de chuparme el rabo.

– Princesa… ¿estás ahí?

La voz cada vez parecía más cercana, al igual que mi orgasmo. En realidad, me importaba una mierda que el pánfilo aquel nos descubriese, para decirlo bien y pronto no tenía ni media hostia el pequeño Nicolás. Es más, en cierto modo fue gracias a sus malas artes por las que yo había acudido a aquella extraña fiesta así que si mi boca estaba en la polla de su novia en aquel momento era en buena parte culpa suya y no mía.

Noté cómo la joven hizo el amago de incorporarse. Yo la detuve agarrándola de la cabeza con ambas manos:

– ¡Psss, no hagas ruido! - Le susurré mientras mi erecto estoque volvía a atravesar sus labios.

No le quedó más remedio a la muchacha que engullir mi cipote poco menos que hasta la garganta si no quería quedar al descubierto. No sé si fueron los nervios, la excitación por lo prohibido o el morbo por la cercana presencia de su novio; lo cierto es que la nínfula me regaló la mamada de mi vida. Créanme si les digo que la pequeña Salma era literalmente una chupapollas prodigiosa y que lo que hacía con los labios era algo fuera de lo común, algo por lo que podía pagarse un buen dinero.

Aproveché mi posición ventajosa para clavársela unas cuantas veces, puede decirse que utilicé su boca para llegar al cielo y no miento. Se la ensarté a placer hasta que, con su novio acechándonos a escasos metros, exploté en su paladar. Tuve que apretar los dientes para no gritar de placer, aunque confieso que el verdadero mérito fue de Salma, que aguantó el tirón como una campeona. Se retorció y tembló como una magdalena, pero se las ingenió para alojar en su boca la nada desdeñable cantidad de esperma que guardaba en mis testículos. Supongo que lo tragó después, sin hacer el menor ruido eso sí, aunque dada la oscuridad reinante en aquel rincón no puedo asegurar si optó por eso o por dejarlo caer al suelo.

– Eh! ¿Quién anda ahí? ¿Eres tú, Salma…?

Era evidente que el inútil de Nicolás había detectado mi presencia. Sinceramente a mí me daba lo mismo, pero entendía que a la chica todo aquello podía representarle un problema que por otra parte se había buscado ella misma. Al final uno tiene su corazoncito y decidí sacarle las castañas del fuego, se lo había ganado. En realidad, no me dio tiempo a pensar mucho, puede decirse que actué por instinto.

– ¿Qué cojones pasa? – Grité enfadado -. ¿¡Es que no puede uno ni mear tranquilo, joder!?

Con un rápido movimiento a duras penas pude enfundar la pistola en la cartuchera. Me giré haciendo mucho ruido y anduve un par de metros hacia el chico que resultaron cruciales para que la presencia de Salma, todavía de rodillas, no fuese detectada.

– ¡Aquí no está esa jodida Salma! ¡hostia, ya…!

– Pedro… ¿E…eres tú?

– ¿Nicolás?

– Joder, tío… perdona – el chaval se disculpó con dificultad -. Es... es que estoy buscando a Salma para que me lleve a casa. Llevo un cuelgue… te trer… re… tremendo…

– ¡Ya, ya! Y que lo digas. Vamos, yo te llevo – le dije agarrándolo del brazo, alejándolo de su novia.

– ¡No! Tengo que encontrar a Salma…

– A Salma la vi yo entrando en un taxi hace un buen rato. Seguro que está durmiendo en su casita…

– ¿E… en serio? ¿C… con quién iba?

– Sola. Iba sola.

– ¿Seguro? Salma es un poco… es un poco puta a veces… como la pille con otro otra vez… ¡la rajo! ¿Me oyes? ¡a ella y al otro…! ¡Los rajo a los dos!

Por poco me meo de la risa al escuchar semejante declaración de intenciones, pero guardé las formas, el chico estaba realmente afectado.

– Vale, vale, campeón. Ahora vámonos para casa que vaya mierda me llevas…

Nicolás iba tan drogado que ni, aunque la mismísima Salma hubiese pasado en pelotas por delante de nosotros la hubiera visto.

Me costó más de una hora convencer telefónicamente a algún taxista para que se acercase allí a recogernos. No les culpo, la zona no era muy recomendable. Supongo que lo lógico hubiese sido alejar a Nicolás de la puerta del almacén para que la palomita volase libre de culpa, pero no me dio la gana. La jovencita había sido muy amable con mi polla, pero en cierto modo merecía un escarmiento por ser tan golfa. De vez en cuando yo miraba de reojo a la zona más oscura del edificio. Intuía que Salma permanecería allí, escondida, muerta de frío, con mal sabor de boca, jurando en hebreo y acordándose de todos mis muertos por no hacer que el idiota de su novio se esfumase de allí.

La situación me pareció cómica, tal vez el porro que me había fumado tuvo mucho que ver en el asunto, pero comencé a reírme tontamente.

Cuando dejé a Nicolás en su casa el sol ya había salido. Me metí en la cama aún con el dulce recuerdo del calor de unos dulces labios adolescentes alrededor de mi polla. Tuve que masturbarme pensando en Salma, fue el único modo de poder conciliar el sueño.



Capítulo 2

– ¡Qué no! ¡qué no, que no y que no!

– Pero…

– ¡Qué no! Que paso de todo ese rollo.

– Venga Pedro, no me jodas. Hazme ese favorcito…

– ¿Favorcito? Pase que te haga de tapadera con tu mujer cada vez que te apetece revolcarte con alguna de tus conquistas. Incluso sabes que no me molesta que utilices mi casa como nidito de amor con ellas, pero eso que me pides es un marrón que te cagas…

– Pero… ¿qué te cuesta? Es sólo una clase más.

– No, no lo es… y lo sabes. No me apetece nada tener que andar media hora para dar una clase a la sobrina de tu amiguita. Tengo la agenda súper ocupada…

– No tendrás problemas con ella. No la conozco personalmente, aunque por lo que me cuenta su tía, reconozco que puede resultarte odiosa; es de esas chicas que parece que lo saben todo. Sé que es muy lista, nada que ver con todos esos zoquetes que tienes por alumnos…

– Y si es tan inteligente… ¿para qué me necesita?

– He intentado explicártelo, pero no me escuchas, joder. Sus padres están en Alemania con el resto de sus hermanos. La chica vive con su tía aquí porque su mejor amiga de allá se suicidó y lo pasó fatal.

– Oh… vaya…

– Creo que quiere la mejor calificación para entrar en no sé qué mierda de estudios para superdotados. La nota que piden es muy alta y necesita una ayudita en matemáticas de alguien tan inteligente como tú…

– No hace falta que me regales los oídos, no pienso hacerlo.

– Mañana, en casa de su tía. Le he dicho que eras un tipo ocupado, que antes de las nueve de la noche sería imposible pero no hay problema.

– ¿Estás sordo? ¡Que no!

– Incluso me vendrá bien que sea tarde, así la tía tendrá más tiempo libre… para mí.

– ¡Si hasta tendré que hacer de niñera mientras tú te tiras a la tía! – le grité muy enojado -. ¡Que no!

– Luego te mando la dirección por WhatsApp, no me falles… sabes que me lo debes…

– ¡Esa es otra! ¿Por qué no puede venir aquí como hace todo el mundo?

– Es una chica tímida, apenas sale de casa si no es para ir a la biblioteca. Sigue muy afectada. Su tía se las ve y se las desea para que pise la calle. Con decirte que, cuando le pide permiso para ir a dormir a casa de una compañera, mi amiga poco menos que monta una fiesta…

“La fiesta te la pegas tú con ella cuando se larga la sobrina, pedazo de mamón” – pensé para mí.

Por mucho que yo protestara, ambos sabíamos que no podía negarme a lo que mi amigo de armas me pedía. Era el único que había confiado en mí siempre, el único que me había tendido una mano cuando estaba nadando en el lodo y no tenía fuerza moral para negarle algo tan nimio como lo que me estaba pidiendo.

– ¡Eres un mamón! Por lo menos tendrá las tetas grandes, ¿no?

En realidad, se trataba de una pregunta retórica. Sabía perfectamente cuáles eran los gustos sexuales de mi amigo.

– ¡Que no conozco a la chicaaa!

– ¡Me refiero a la tía!

– Naaa – me dijo con una sonrisa burlona.

– ¡Lo sabía! ¡Son enormes!

Y como si de cualquiera de mis alumnos se tratase le lancé un palmetazo en la nuca.

Se lo merecía.

*****

El primer día como profesor a domicilio no pudo comenzar peor. El barrio de mi desconocida alumna era uno de esos sosos y aburridos en los que todas las casas son iguales. Como yo no soy muy dado a las nuevas tecnologías y domino mi teléfono móvil lo justo intenté encontrar la vivienda a la vieja usanza y me perdí. Anduve vagando por las calles como alma en pena hasta que por fin llegué a mi destino, media hora más tarde de lo acordado.

Cuando llamé al timbre abrió la puerta una treintañera algo menuda, pero de muy buen ver. Rubia teñida, muy sonriente y vestida con ropa deportiva ajustada, me invitó a entrar en la casa con una voz dulce y marcado acento catalán. Mientras Carme, que así se llamaba la joven; me hablaba tuve que hacer esfuerzos sobrehumanos para no mirarle el escote y con orgullo puedo asegurar que logré mi objetivo durante tres o cuatro segundos. Después me regalé la vista con la silueta de sus voluminosos senos; lo que tenía ahí delante aquella hembra era algo digno de admirar, casi patrimonio de la humanidad.

Supongo que la joven estaba acostumbrada a causar ese efecto en los hombres ya que no pareció molesta al ser examinada con tanto interés y tan poco recato. Después me llevó hacia el interior de la vivienda, hasta una especie de cocina comedor en la planta baja. Me llamó la atención el orden y la pulcritud de la ausencia casi total de detalles personales en la casa tales como fotos o posters. El lugar disponía de una mesa amplia y estaba bien iluminado; en definitiva, un sitio ideal para el estudio, que era lo que yo buscaba.

– Mi sobrina vendrá en un momento, se está duchando. Como tardaste tanto ya pensábamos que no vendrías.

– Lo siento. Me perdí.

– Sí. No es al primero que le pasa. Es un barrio bastante monótono.

Una vez me dejó solo, comencé a ojear los libros de texto que descansaban en una de las estanterías a la vez que intentaba adivinar cómo se las arreglaba mi amigo para conquistar a esas chicas tan atractivas y voluptuosas que se ligaba, siendo él como era un cardo borriquero.

– ¡Mierda, más buenas noticias…! - Murmuré.

Con todo el jaleo se me había olvidado por completo preguntarle al bueno de mi amigo acerca del nivel de estudios de mi nueva pupila así que, cuando vi los libros de cuarto de la ESO en una de las estanterías, mi ya de por sí escaso ánimo cayó por los suelos.

– ¡Bufff! ¡Si es una jodida cría! No se puede caer más bajo. Carlos, te odio. Esta me la pagas…

– ¡Hola! – Dijo una vocecita juvenil tras de mí -. Tengo que secarme el pelo, enseguida estoy contigo…

Noté en su voz algo que me pareció familiar. Al girarme comprendí de qué se trataba.

– “¡Mierda! ¡no puede ser!”– Pensé para mí.

Yo me sorprendí tanto al conocer la identidad de mi nueva alumna, que no pude articular palabra.

No soy un gran fisonomista y aun así la reconocí de inmediato a pesar de que su aspecto no podía ser más distinto al que tenía la noche en que me chupó la polla al lado de su novio. Su apariencia era incluso infantiloide, con unas mallas blancas y la sudadera del mismo centro educativo concertado de Nicolás. Sin el maquillaje, las botas, el vestido negro y sobre todo sin su actitud altiva de perdonavidas parecía una niña.

Una niña que la chupaba como los ángeles, pero una niña, al fin y al cabo.

Yo temblaba como una magdalena, ella no perdió la compostura en ningún momento. Me miró con una sonrisa angelical. Nada en su rostro dejó entrever a los ojos de su tía que nos conocíamos, incluso me hizo dudar acerca de su identidad hasta que Carme hizo las presentaciones.

– Te presento a Salma, mi sobrina. Salma, este es Pedro, el amigo de Carlos: es tu nuevo profesor de apoyo…

– ¡Encantada! – Dijo ella tendiéndome la mano de manera educada.

Su mirada era pura, limpia, cristalina; si mi presencia allí le molestaba, lo disimulaba de manera perfecta. Nada en lo que hacía o decía dejaba entrever que me conocía durante la conversación de rigor a tres bandas. Yo, en cambio, me mostré torpe y poco lúcido. Estoy convencido de que di la impresión de ser alguien inseguro, de estar fuera de lugar, de ser un auténtico gilipollas; incluso creo que llegué a tartamudear más de una vez, quedando a buen seguro como un bobo delante de las dos atractivas hembras.

Lo cierto es que me costaba centrarme en la conversación, no sabía qué me excitaba más si el suculento canal que emergía entre los pechos de la novia de mi mejor amigo o la sutil manera de humedecerse los labios de la lolita; labios que tanto placer me habían dado unos días atrás y cuyo suave tacto jamás olvidaré.

– Bueno. Os dejo con lo vuestro. Tengo que ir preparando la cena…

– Gracias, tía…

– S…sí. Hasta luego – balbuceé.

La rubia desapareció por donde había venido. No obstante, no se alejó lo suficiente como para poder hablar con Salma abiertamente. Supongo que no se fió mucho de mí porque no dejaba de pasar una y otra vez por el pasillo en actitud vigilante. Mi amistad con Carlos no era una referencia adecuada: mi buen amigo era y es un auténtico golfo.

Fue entonces cuando discretamente Salma me sonrió, me lanzó un guiño cómplice y se llevó el dedo a los labios indicando silencio. Obviamente no quería que descubriese su secreto. Después, rozó levemente mi pierna, más bien el interior de mi muslo y, sólo con eso consiguió que un suave cosquilleo recorriera mi espalda y cierta parte de mi anatomía íntima.

Intenté céntrame en el verdadero motivo que me había llevado allí. Repasamos el temario y, como me temía, era diametralmente distinto al del resto de mis alumnos. No es que fuera difícil, simplemente el enfoque era diferente. Recuerdo que me confundí un par de veces y fue la propia Salma la que me corrigió con amabilidad. Fue entonces cuando descubrí otra faceta de su peculiar personalidad: además de lista, era inteligente, muy inteligente. Al igual que en muchas otras cosas iba sobrada en matemáticas, mi presencia allí era del todo innecesaria.

No dejé de pensar en Salma durante todo el trayecto de vuelta a mi casa. Me resultaba sumamente desconcertante que, siendo tan joven, fuese capaz de ocultar a todos los que la rodeaban su doble vida llena de excesos, drogas y sexo. Al subir por el ascensor llegué a la conclusión de que, dada su edad, lo más seguro para mis intereses era buscarme una excusa convincente para no volver a verla, pero como les he dicho al principio de este relato soy de esas personas que se las arreglan para buscarse problemas donde no los hay.

A la tarde siguiente estaba yo llamando a la puerta de su casa quince minutos antes de lo acordado.

Durante las primeras jornadas las clases discurrieron de forma relativamente normal, a excepción de los furtivos tocamientos que la jovencita me proporcionaba bajo la mesa. La joven me acariciaba no sólo la pierna sino también mi paquete y lo hacía con vehemencia. En cuanto me era posible y de la manera más disimulada que podía yo me la quitaba de encima… al menos al principio, que uno no es de piedra. Después me dejaba sobar a su gusto. Recuerdo una noche en las que tuve que demorar bastante mi salida de la casa. Estaba tan empalmado por sus metidas de mano que no podía levantarme de la silla.

Supongo que a Salma le gustaba ver mi cara descompuesta cuando me acariciaba la polla ya que lo hacía cuando su tía andaba especialmente cerca, cuando podía descubrirla, cuando resultaba más peligroso, cuando más le excitaba, en definitiva. Paradojas de la vida, en cuanto la tetona salía de la habitación por cualquier circunstancia, ella dejaba de tocarme y se comportaba como una niña buena y aplicada.

En esos breves lapsos de tiempo en el que podíamos hablar yo le recriminaba su actitud, aunque ella no me decía nada, se limitaba a reírse en mi cara. Después, al volver su tía y cuando menos me lo esperaba, me escribía cosas obscenas en folios tales como que se moría por chupármela, que tenía algo inserto en el coño mientras estábamos en clase o que se masturbaba todas las noches con el lapicero que yo tenía en la mano en ese momento.

Un día la tía relajó su férreo marcaje y se fue a tirar la basura. Sabedor de que el contenedor de residuos no estaba cerca decidí ejercer de adulto responsable. El objetivo era reprender a Salma y decirle que no siguiese actuando de esa forma tan infantil y peligrosa, pero ella tenía otros planes: apenas se cerró la puerta se movió con agilidad felina, introdujo su cabeza en mi regazo, liberó mi verga con la pericia que da la experiencia y volvió a hacer magia con sus labios como el día en el que la conocí. Ante tales argumentos tan sólidos, ante tal despliegue de habilidades no pude rebatirle nada; era ella la que tenía la sartén por el mango… aunque lo agarrase con su boca.

Yo sólo pude contemplar su cabello recogido en una larga coleta subiendo y bajando a la altura de mi entrepierna. Obviamente lo importante no era lo que yo veía sino lo que sentía. Fueron los cinco minutos más largos y angustiosos de mi vida. Los peores… o los mejores, según se mire. Cuando escuché la cancela exterior de la casa cerrarse casi me pongo malo. Intenté avisar a Salma, pero estaba tan centrada en su objetivo de ordeñarme las pelotas que no pudo o no quiso escucharme. Eyaculé como un semental desbocado entre los labios de la adolescente sin tener tiempo de recrearme en el momento; el tintineo de unas llaves al otro lado de la entrada resultó de lo más persuasivo. Tuve que tirar de su coleta con fuerza para que Salma dejase de succionar lo que tuvo un efecto colateral indeseado: el inquietante roce de su dentadura en el glande. Cuando dejó de chupármela tuve el tiempo justo para encerrar mi estoque en su madriguera y subir a medias la cremallera de mi pantalón antes de que la tía apareciese de nuevo en escena.

Cuando Carme entró Salma había vuelto a su asiento y seguía con sus tareas como si nada. Yo tuve que tomar agua para intentar disimular mi rubor. Fue entonces cuando mi joven alumna abrió de forma discreta sus labios, mostrándome mi propio esperma. Ella lo tragó sin problemas, yo en cambio me atraganté con el agua y comencé a toser de una forma tan aparatosa que la propia Carme tuvo que asistirme.

Jamás olvidaré cómo Salma se relamía después con esa cara de zorrita malcriada. La mar de a gusto se la hubiese partido de una bofetada en aquel instante. Me jodía reconocerlo, pero aquella cría me volvía loco. Bastaba con pensar en ella para que mi polla se endureciera. Jamás en mi vida me he masturbado tantas veces como durante el tiempo que fui su profesor.





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