"EL MIRÓN" 4 de 4. Por Kamataruk






Capítulo 6

Hubo un antes y un después con la llegada de Uli a nuestras vidas. Siempre me pareció un buen muchacho con ideas algo locas que hacían reír a Gabriela y a mí tirarme de los pelos. Había días en los que pensaba que estaba como una puta cabra y otros en los que me parecía un chico sensible y cariñoso, sobre todo con mi hija. Sólo cambiaba de expresión cuando hablaba de Pieter, su “viejo”. Al principio creí que lo despreciaba pero luego comprendí que lo que realmente sentía por su padre era miedo, mucho miedo.

Y motivos no le faltaban.

Entablamos los tres lo que podría llamarse una relación abierta, como su filosofía de la vida: el placer por encima de todo. El muchacho venía a nuestra vivienda cuando le apetecía desahogarse con Gaby. A veces lo llamábamos para rodar alguna de nuestras sesiones pornográficas; no había rutinas ni compromisos. No hacía falta excusas para justificar sus ausencias y más de una vez tuvo que esperar en su furgoneta a que Gabriela yo volviésemos a casa tras alguna de nuestras habituales correrías nocturnas. Conocía mi malsana afición por ver a mi hija copular con diferentes hombres y jamás hubo ninguna mala cara ni ningún reproche por su parte. Como él decía siempre, era nuestra vida.

– Confío en vuestro criterio. – Repetía una y otra vez.

Su presencia se hizo habitual en nuestra casa. No hubo rincón en nuestro dulce hogar en el que no montase a mi pequeña princesa. Mientras tanto yo me tocaba viéndolos disfrutar de sus cuerpos. El jardín, la cocina e incluso el caótico trastero sirvieron como decorado para sus encuentros sexuales a cuál más intenso. Jamás vi a Gabriela disfrutar más del sexo que el día en el que Uli se lo hizo de improviso sobre el mismo suelo del pasillo apenas llegó del colegio, con el uniforme escolar todavía puesto.

El cuerpo de Gabriela se desarrolló de manera espectacular durante aquel periodo de tiempo. Cuando cumplió los trece años era casi tan alta como yo con los tacones puestos y sus senos ya apuntaban lo mucho que iban a dar de sí. A los catorce sus prominencias se convirtieron en un par de tetas tan contundente y a los quince los senos de Silvia parecían de juguete comparados con las hermosas tetas de su hija. En cuanto al resto… era su viva imagen; tanto me recordaba a su malograda madre que solía llamarla Silvia. Cuando eso sucedía, me miraba dulcemente y seguía la conversación como si nada. Rara vez me preguntaba por ella.

Yo me encargaba de que Gabriela disimulase sus curvas de infarto cuando estábamos en nuestro entorno habitual. Lo menos que nos convenía era llamar la atención y que nuestras oscuras aficiones nocturnas fueran descubiertas por los vecinos, pero en cuanto me era posible y aprovechando la relativa cercanía de nuestra localidad con la capital, la vestía con tacones, vestiditos cortos, falditas de vuelo y corpiños muy entallados y la llevaba a pasear por los lugares más sórdidos de la ciudad. En lugar de padre e hija parecíamos una pareja de amantes o incluso una joven prostituta y su cliente. Puedo asegurar que si la hubiese dejado sola en cualquier esquina hubiese hecho negocio gracias a ese cuerpo que Dios le había dado.

Gabriela era un cañón de mujer por fuera pero en su interior todavía era una niña. A su generosa delantera le acompañaban sus ojos claros, su larguísima cabellera y un contoneo de caderas que la convertían en un reclamo para todos los hombres con los que nos cruzábamos. Raro era el macho al que no se le escapara alguna mirada furibunda hacia Gabriela y eso a mí me excitaba. Me excitaba mucho. Se me endurecía la polla con sólo imaginar lo que aquellos salidos serían capaces de hacerle a mi pequeña lolita de haberle podido echarle mano.

Hablar de Uli y hablar de porros era todo uno. No había día en el que no se liase cuatro o cinco cigarritos de la risa en nuestra presencia. Reconozco que yo también le tomé gustito a la cosa y no hacía ascos a las caladas que él me ofrecía. Gabriela probó la droga pero no le gustó demasiado aunque a decir verdad tampoco necesitaba fumar para disfrutar de sus efectos: nuestro salón parecía un verdadero fumadero clandestino.

Siempre sospeché que Uli se metía otro tipo de sustancias, se tocaba la nariz constantemente pero en nuestra relación no había reproches, moralinas ni malos rollos así que opté por no preguntárselo. Era su cuerpo, era su vida.

Una tarde de invierno, durante una sesión de fotos de alta carga sexual en el cuarto de Gabriela, entre peluches y muñecas, sucedió algo diferente.

– ¡Au! – Protestó la niña.

– ¿Qué pasa? ¿te duele?

– Un poco.

– ¿Lo dejamos?

– No, no… sigue pero ten cuidado.

– Vale.

Gabriela había conseguido superar o por lo menos igualar a su mamá en todas sus perversiones sexuales a excepción de una: el sexo anal.

La niña no lograba gozar con su entrada trasera, en cambio recuerdo que Silvia disfrutaba de ella tanto o más que por sus otras aberturas. Fiel a mis enseñanzas, la niña se dejaba penetrar por detrás cuando al macho de turno se le antojaba pero en su rostro se dibujaba un gesto de dolor y malestar cuando esto sucedía y aquel día no fue una excepción. Aun así seguíamos intentándolo una y otra vez, era ella la que insistía en ser enculada pero no había manera de que en las fotos apareciese sonriente y entregada al sexo anal tal y como era mi deseo. Decía que no le importaba sentir un poco de dolor pero la realidad era que no era capaz de disimularlo.

– ¿Se ve bien, papá?

– Sí, princesa.

Eran mentiras piadosas. Su culito apenas se había jalado una cuarta parte del cipote pero yo me sentía en la obligación de agradecer su tesón.

– A mi viejo le encanta hacerlo por detrás… y a mí también. – Apuntó Uli cubierto de sudor por el esfuerzo percutor poco fructífero.

En un arrebato de rebeldía contra su propio cuerpo, Gabriela se abrió las carnes con sus manos consiguiendo de ese modo que un par de centímetros más de serpiente horadaran su intestino. Uli agradeció el gesto incrementando el ritmo pero los quejidos de dolor, incluso llanto, no tardaron en aparecer en la garganta de mi niña.

– No, no… mejor lo dejamos.- Dijo el chaval con la mejor intención al ver que aquello no funcionaba.

– ¡Qué no! – Protestó la ninfa muy enojada consigo misma, abriéndose los glúteos todavía más-. ¡Métemela todo lo que puedas!

– ¿Seguro?

– ¡Seguro! Dame todo lo duro que puedas. Encúlame duro, por favor.

Ante tal ofrecimiento el muchacho no pudo negarse y le regaló un intenso tratamiento al orto de mi niña. Ella apretaba los puños y se retorcía de dolor pero no volvió a emitir protesta alguna: se dejó sodomizar hasta el fondo, tal y como solía hacer su mamá.

– ¡Grrrr! – Protestó cuando ya no pudo más.

– Sácasela un momento. – Le dije al chaval tras varios minutos de incesante martilleo -. Quiero fotografiárselo totalmente dilatado.

– ¿Así?

– Exacto.

Rápidamente hice varias fotografías del enorme cráter que la barra de carne formó en el culo de mi pequeña. Yo ya no era un negado con la cámara como antaño, mi pericia a la hora de tocarme era tal que podía hacerlo a la vez que los fotografiaba.

– Sigue. Córrete en cuanto puedas…

No quería alargar más de lo necesario el sufrimiento de Gabriela. Sabía que el semental podía demorar la eyaculación durante mucho tiempo y eso, que en otras circunstancias era toda una ventaja, se tornaba en un inconveniente mayúsculo cuando se trataba de sodomizar a mi niña. El chaval se apiadó de ella pero aun así alargó el coito durante diez o quince minutos más que a la chiquilla se le debieron hacer eternos por su manera de resoplar y retorcerse.

Cuando lo consideró conveniente, Uli terminó en las tetas de Gaby, haciendo que ella le limpiase después todos los restos con la lengua. Posteriormente le estampó un beso en los labios como un enamorado primerizo.

– ¡Tengo que irme! – Dijo dando un brinco.

– ¿Ya? Creí que tu padre es el que hace la guardia esta noche. – Le dije.

– Sí, sí. Es que tenemos un problema de narices…

– ¿Qué sucede? – Preguntó Gabriela, intentando buscar alguna postura para sentarse que mitigase el ardor de su ojete.

– Mi viejo, que es un broncas. Normalmente vemos los partidos de la selección polaca con los colegas en una mierda de bar que tiene un compatriota cabrón en el centro. Él ni se acerca, en realidad pasa del fútbol pero la última vez le dio por venir y se puso ciego con el vodka. Montó un jaleo de la hostia. Resumiendo: no podemos aparecer por allí ni en un millón de años.

– Oh… vaya.

– Ahora soy yo el que se come el marrón con mis colegas porque fue mi viejo el que lo fastidió todo. Encontrar sitio es fácil, lo jodido es encontrar uno que tenga conexión con la puta televisión polaca de los cojones… y que al dueño le dé por poner el partido, claro.

– ¿Y cuándo es el partido?

– Mañana.

– ¡Uff… es poco tiempo para encontrar un sitio!

– ¡Ya te digo!

– ¿Y por qué no veis aquí? – Apuntó Gabriela con su mejor sonrisa.

– ¿Aquí?

– ¿Nosotros tenemos televisión de pago? Seguro que podemos comprar el partido y verlo aquí, todos juntos, ¿verdad, papá?

Me quedé boquiabierto sin saber qué decir. No me esperaba aquello.

– Vaya… creía que a ti no te gustaba el fútbol. – Apuntó Uli.

– Sí que me gusta.- Mintió Gaby lo mejor que supo.

– ¿Tú qué dices? – Me preguntó el chico torciendo el gesto.

– ¿Cuántos sois?

– Ocho… diez como mucho.

– ¿Todos… todos hombres? – Apunté yo.

Uli pensó su respuesta más de lo acostumbrado.

– Sí…

Se produjo un silencio tenso.

– Sabes por qué lo digo, ¿verdad? – Proseguí con severidad.

– Sí, lo sé.

– ¿Y no te importa que Gabriela lo haga con tus amigos?

El chico volvió a demorarse y giró la cabeza a un lado.

– Confío en vuestro criterio, es vuestra vida, ya lo sabes... – Dijo al fin.

Pensé con la polla, no con la cabeza. Montar la orgía en nuestra vivienda era a todas luces una mala idea pero imaginar a mi niña con tanto hombre allí en nuestra propia casa, en su propia cama… fue una tentación demasiado suculenta para mí.

– Entonces de acuerdo. Mañana puedes venir con tus amigos.

La mañana pre-partido la pasamos haciendo los preparativos en el centro comercial. Gabriela estaba entusiasmada. Compré comida y bebida como para un regimiento. Intenté buscar marcas polacas pero no me fue fácil. Encontramos, eso sí, una tienda de material deportivo donde pudimos adquirir banderas, bufandas y otros adornos como por ejemplo pintura de cara de blanco y rojo. Yo me compré una camiseta de Polonia y para Gabriela un top con los colores de esa selección, muy ajustado y dos botoncitos en su parte delantera. La dependienta me sugirió que le comprase una o dos tallas más grandes ya que, a su criterio, la prenda le quedaba muy ceñida pero hice caso omiso a sus recomendaciones: precisamente lo que buscaba era eso, que se le marcase todo. Completé su atuendo con un mini pantalón blanco y elástico. Se le pegaba tanto al cuerpo que se le incrustaba claramente entre sus labios vaginales.

Su apariencia era espectacular.

Una hora antes del partido Gabriela caminaba de aquí para allá, con sus sandalias de tacón y vestida con tan explícita combinación. Las tetas bamboleaban libres de sostén y los pezones se le marcaban como diamantes bajo la fina tela y, al no llevar braguitas, el efecto del pantaloncito en su entrepierna todavía era más impactante que en la tienda en el que se lo compramos.

Con su cabello largo y dorado y sus ojos claros daba completamente el pego: parecía una polaca adolescente.

Una calienta pollas polaca adolescente.

– ¿Crees que vendrán muchos, papá? – Dijo tomando una patata frita del bol.

– No lo sé hija… eso espero.

– ¿Crees que les gustaré?

Jamás una pregunta ha tenido una respuesta tan fácil como aquella. Mi pequeña hubiese sido capaz de fundir el mismísimo polo norte pero ella seguía viéndose como una niña insegura. La miré atentamente y me di cuenta de que la perfección todavía podía mejorarse. Después de colocarle su extensa cabellera tras los hombros le desabroché el par de botoncitos del top dejando a la vista una generosa porción del canal que formaban sus senos.

– Les vas a volver locos.

Ella sonrió y me dio un beso en la frente, me hizo un tatuaje de carmín con sus labios.

– ¡Gracias!

La confianza que nos teníamos me llevó a formularle una pregunta impensable para cualquier otro padre a su hija:

– ¿Tienes ganas de hacerlo con ellos? – Le dije.

– Muchas. – Dijo bajando la mirada.

Aparte de sus labios no se había maquillado demasiado y por eso el rubor de sus mejillas se hizo patente. Es muy probable que, siendo más niña, Gabriela accediese a mis sucios deseos por amor hacia mí pero ya hacía tiempo que disfrutaba de verdad con el sexo en grupo y que ella gozaba tanto haciéndolo como yo viéndola.

Le subí el micro pantaloncito hasta que su sexo se le marcó todavía más, dibujando en su ingle una nítida señal de “Disponible”.

– Les vas a encantar.- Le dije devolviéndole el beso en la frente.

Me hubiese gustado decirle que fuese ella la tomase la iniciativa y se los tirase salvajemente uno tras otro pero una ráfaga de cordura me hizo ver que era pedirle demasiado; en el fondo ella no era más que una niña.

Gabriela se había manejado bien entre unos pocos inmigrantes asustadizos pero yo presentía que lo que aquella noche iba a suceder estaba a otro nivel y no quería alarmarla antes de hora.

Media hora antes del comienzo del partido empezó a venir gente. El primero en llegar fue Uli con un par de amigos de su edad. Los chavales se quedaron embobados al ver a Gabriela y su cuerpo tan espectacular. Me sorprendió gratamente que mi hija no sólo besase a Uli en los labios sino que también lo hiciese con el resto de visitantes conforme iban llegando. Más de uno aprovechó la coyuntura para acariciarle la espalda pero desgraciadamente para mí ninguno opto por tocar su culito. Supongo que mi presencia allí, mirando, les cohibía un poco.

Comencé a ponerme nervioso. El timbre no dejaba de sonar y lo que en principio iban a ser seis u ocho invitados se convirtieron en más de quince. El grupo era de lo más variopinto, desde casi adolescentes como Uli a hombres con pelo en el pecho, incluidos un par de sesentones con prominentes barrigas. Intenté no pensar en el cosquilleo de mi cipote al imaginarlos sobre Gabriela y serví alcohol a todo el mundo, incluidos mi hija y yo.

El ambiente se fue animando conforme la hora del partido se acercaba y los vasos de licor se iban vaciando. Los polacos hablaban entre ellos de manera animada en su idioma ininteligible y también con Gabriela, sonriéndola amablemente. Alguno se arrimaba más de la cuenta pero nada fuera de lo normal.

La pausa publicitaria justo antes de los himnos me permitió contar a los invitados, dieciséis en total. Gabriela jamás había follado con un grupo de machos tan amplio pero aún así la veía tan dispuesta y decidida que sabía que daría la talla pese a su edad.

De improviso sonó el timbre de nuevo. Me di cuenta de que a Uli le cambió la cara y que soltó uno de los pocos insultos polacos que yo conocía. Abrí la puerta y apareció ante mí un enorme tiparraco calvo como una bola de billar que apenas cabía por la puerta. No hizo falta las presentaciones: se trataba de Pieter, el “viejo” de Uli.

– Cześć – Dijo con su mirada de hielo, apestaba a alcohol.

– Hola. – Contesté.

El comienzo del himno polaco lo precipitó todo. El hombretón entró en el salón como un elefante en una cacharrería. Comenzó a vociferar la letra y se unió al coro de salvajes que entonaron la canción con verdadero fervor en el salón de mi casa. Gabriela se había tomado la molestia de aprendérselo e intentaba seguirles con mayor o menor fortuna. Cuando la canción terminó el hombretón no dejó de arengar a sus paisanos. Cuando se acercó a Uli le lanzó un puñetazo “amistoso” que a punto estuvo de tumbar al muchacho. Se dijeron varias frases y no me parecieron para nada amables.

Cuando llegó a Gabriela su rostro cambio de manera radical. La espigada chiquilla apenas le llegaba a la mitad del pecho. La miró como un lobo mira a su presa, no se dejó ningún detalle. Observó con descaro el escote, sus tetas, su sexo e inclusive le instó a darse una vuelta para poder regalarse la vista con el resto de sus curvas.

– Tú debes ser Gabriela – dijo en un tono falsamente amable, con un acento extranjero muy marcado -. El idiota de mi hijo me ha hablado muchas veces de ti pero es tan torpe con la grúa como con las palabras. Se le olvidó decir que eras toda una preciosidad.

– ¡Gr… racias! – Contestó mi niña muy impresionada por las enormes dimensiones del gigante.

– Dziękuję… se dice así en mi lengua.

– Dziękuję. ¿Lo dije bien?

– Perfecto. Tú debes de ser Pedro, su padre…

– Sí.

– Uli también me ha hablado mucho de ti.

Un frío cosquilleo me recorrió la espalda cuando sus helados ojos azules se clavaron en mí. Por primera vez desde que conocía a Uli dudé de su discreción sobre nuestra peculiar relación. De hecho, cuando miré al muchacho éste giró la cabeza a un lado.

– Y de tus aficiones… vuestras aficiones…

Tragué saliva y balbuceé lo mejor que pude:

– Ya veo…

– Te envidio – dijo dándome un contundente golpe en la espalda -. Ojalá yo tuviese una hija tan bonita como la tuya y no ese vago que me ha tocado.

Y pegándose a la niña prosiguió:

– Bonita y obediente… muy obediente por lo que me ha contado ese inútil. – Dijo pasando uno de sus brazos por detrás del cuello de Gabriela dejándola caer sobre su hombro.

Recuerdo que aquellas palabras se me quedaron en la mente ya que hasta ese momento pensaba que la relación entre el padre y el hijo era casi inexistente.

– Toma, bebe, princesa. – Le dijo a la chiquilla acercándole una botella de alcohol.

Aprovechó la circunstancia para apartar un mechón de la cara de la niña pero en realidad lo que hizo fue acariciar descaradamente el pecho de la adolescente justo delante de mis ojos.

El pitido inicial fue una nueva inyección de adrenalina para todos. Pieter se hizo con el sitio más privilegiado del sofá de cuero, justo enfrente de la tele y sentó a su lado a Gabriela. Inmediatamente su muslo fue sobado por una de las manazas del hombretón mientras otra volvía a la carga jugueteando con su escote de manera descarada.

Gabriela se ruborizó pero no dijo ni hizo nada para impedir los tocamientos… ni yo tampoco. Llevábamos muchos años jugando a aquel juego y sabíamos que aquello sólo era el principio.

El partido comenzó, casi todo el mundo estaba ensimismado en la tele pero había varias personas a los que el fútbol nos traía sin cuidado.

Uno de ellos era Pieter, como es obvio. Sólo tenía ojos para Gabriela… y manos.

El gigante decía alguna gracia de vez en cuando en su idioma con la que todos reían pero lo que de verdad le interesaba estaba a su lado y no el césped. Colocó estratégicamente una de las piernas de la niña sobre la suya y la otra sobre la del tipo que estaba al otro lado del sofá, consiguiendo de este modo que su mano tuviese el camino expedito hacia el sexo de la adolescente; un sexo que se reivindicaba más aún si cabe al abrirse de piernas de forma tan poco pudorosa.

Un par de jugadas intranscendentes le sirvieron como excusa para llenarse la mano de muslo juvenil y sus dos dedos más osados no tardaron en acariciar los pliegues íntimos de Gabriela sobre el fino pantalón. La otra mano no se quedó atrás y pude distinguir como varios de sus dedos buceaban bajo el escote de Gaby, jugueteando con el pezón de su pecho juvenil. Era una metida de mano en toda regla delante de todo el mundo. El tipo no se cortó lo más mínimo. Incluso me miraba mientras lo hacía, asegurándose de que yo pudiese verlo todo. Puede decirse que se reía en mi cara y todos y cada uno de sus movimientos estaban calculados para que yo no me perdiese detalle de sus toqueteos.

Gabriela fingía estar absorta en el juego pero por su respiración entrecortada y el fulgor de sus mejillas estaba claro que disfrutaba como una perra siendo toqueteada por aquel extraño. Su excitación llegó a un punto que arqueó la cadera hacia delante para facilitar el acceso hasta su coño. Sudaba y se retorcía de gusto mientras las manos de aquel tipo recorrían su cuerpo y al hacerlo volví a ver en ella la reencarnación de Silvia, su madre: un animal ardiente nacido por y para el sexo.

Otro de los que pasaba del deporte por completo era yo, como es lógico.

Permanecí con el gesto descompuesto, viendo el abuso cometido sobre mi hija, con las piernas cruzada para evitar que mi erección fuese demasiado evidente. Muy a gusto me hubiese sacado la verga en ese momento para masturbarme como un mono pero supe mantener la compostura. No hacía falta ser un genio para darse cuenta de que aquello sólo era el principio y que Pieter tenía un único objetivo y no era otro que llegar hasta el final con mi pequeña princesita. Ella no movería un dedo para impedírselo… ni yo tampoco.

Para finalizar, otro de los que miraba lo que sucedía en el sofá en lugar de la tele fue Uli. Con toda seguridad el que menos estaba disfrutando del momento.

Rabioso, el chico miraba a su padre con los puños apretados, era obvio que no aprobaba la presencia de su progenitor en mi casa ni tampoco lo que estaba haciendo a Gabriela. No decía nada pero la procesión iba por dentro, su gesto descompuesto hablaba por él.

De repente algo sucedió. El jolgorio y la algarabía general me hicieron saber que Polonia había marcado su primer gol. Alguien tiró de Gabriela, haciéndola levantar de su asiento. Pieter torció el gesto; supongo que no le gustó nada que sus tocamientos fuesen interrumpidos de aquel modo tan brusco por algo tan estúpido como un gol.





Gabriela iba de mano en mano, regalando besos en la boca y efusivos abrazos a diestro y siniestro. Cuando llegó el turno de Uli su padre se interpuso entre los dos y evitó el encuentro entre los dos jóvenes. En lugar de eso, la cogió en volandas como si fuese un pajarito y, alzándola por el culo, le metió la lengua hasta la garganta, entre vítores y aplausos de casi todos los presentes. No contento con eso, introdujo sus manazas bajo el pantalón elástico de mi niña agarrándola directamente de los glúteos mientras Gabriela, envalentonada por el alcohol, se tragaba sus babas mezcladas con vodka a escasos centímetros de un Uli muerto de rabia.

No dio tiempo para más. La llegada del descanso supuso una nueva ronda de bebidas, besos y tocamientos. Gabriela también tomó vodka y en seguida le hizo efecto. A sus quince años era una niña experta en el sexo pero no toleraba demasiado bien el alcohol. Iba de mano en mano tambaleándose.

Envalentonados por el alcohol los invitados iban cada vez un poco más allá con Gabriela. Las palmadas y roces iniciales dieron paso a severos magreos y apretones de trasero. Las manos se multiplicaban sobre el cuerpo de mi hija, palpándolo por completo, inclusive en las partes más íntimas aunque siempre por encima de la ropa. Ninguno se animó al extremo al que había llegado Pieter, al menos en un primer momento.

Al comenzar la segunda parte los ánimos se calmaron un poco. Todos volvieron a ocupar sus lugares respectivos pero Pieter iba a lo suyo: no dio tregua a Gabriela.

No tardó ni un minuto en volver a lanzar sus manos como flechas certeras utilizando el cuerpo de Gabriela como blanco. Esta vez la ropa no le detuvo, introdujo su mano bajo el mini pantalón encontrándose de inmediato con el sexo húmedo y caliente de mi niña mientras la otra mano buceaba bajo el top, colmándose de teta adolescente. El hombretón comenzó a susurrarle cosas al oído. Supuse que serían órdenes obscenas ya que ella se abrió de piernas todavía más.

Con el camino libre de obstáculos Pieter comenzó a masturbarla lentamente delante de todo el mundo. El movimiento circular de las yemas de sus dedos en la vulva de mi pequeña no dejaba lugar a dudas.

Me retorcí en mi asiento al contemplar la escena, mi verga estuvo a punto de explotar sin ni siquiera rozarla.

Esta vez el vecino de sofá no permaneció ajeno a los tocamientos y participó de la metida de mano cuidándose muy mucho de invadir alguna parte del cuerpo ya reclamado por Pieter. Se centró en la teta que estaba libre, agarrándose a ella como un recién nacido.

Gabriela entornó los ojos. La mano del adulto frotaba su intimidad con una velocidad cada vez mayor. Sus tetas eran una de las partes más sensibles de si joven cuerpo con lo que los toqueteos en ellas aumentaron más si cabe su excitación. Finalmente cerró los ojos, abrió la boca en busca de aire y separó sus piernas hasta casi desencajarlas. Yo conocía las reacciones de su cuerpo, la había visto en situaciones parecidas muchas veces, sabía que su clímax llegaría pronto.

Y así fue.

Gabriela gozó de un primer orgasmo estridente, obsceno, muy intenso, como en la más salvaje se sus orgías. Si alguno de aquellos tipos que veía el fútbol desconocía lo que estaba sucediendo justo delante de sus narices la sucesión de gemidos y chillidos que exhaló la adolescente en medio del salón de nuestra casa les hizo ver la luz.

Poco a poco todos se acercaron al sofá, oliendo la carne fresca. Una vez más, la violación en masa de la niña estaba en marcha. Yo me retorcía de excitación en mi asiento, mi polla estaba dura como el acero.

A juzgar por la cantidad de babas gelatinosas que pringaba los dedos Pieter cuando los sacó de la intimidad de Gabriela la corrida de mi hija había sido espectacular. El tipo las olió como si se tratase del más delicado de los perfumes, sonriéndome de forma maliciosa. Creí que iba a lamerse los dedos pero en lugar de eso los introdujo en la boca de mi pequeña. Gabriela los limpió uno a uno sin asco alguno, el sabor de su sexo no le era para nada desconocido. Cuando concluyó el trabajo de limpieza, Pieter me miró de nuevo y, agarrando la mano de mi princesa, se la llevó hasta el interior de su paquete, incitándola a fuese ella la que lo tocase. Él le murmuró algo que no pude escuchar y Gabriela alargó la otra mano buscando la verga de su otro acosador, primero por encima de la ropa, luego directamente sobre la piel. Pronto las manitas juveniles bucearon bajo las braguetas de aquellos puercos, acariciando con soltura zonas íntimas que una niña de su edad no debería conocer.

Las manos de Gabriela se movían con lentitud, la dureza de los miembros viriles dificultaba su labor. Los polacos le facilitaron la tarea desabrochándose los botones de los pantalones. Gaby sabía muy bien cómo trabajarse los cipotes por parejas y utilizó sus habilidosas manitas para liberar las pollas de sus envoltorios y sacarlas a la luz. Sin necesidad de que nadie le dijese nada comenzó a masturbarlas con maestría de manera simultánea.

La llegada del segundo gol no supuso tregua alguna, ni el tercero ni el cuarto. Mi niña seguía a lo suyo, ajena a la goleada, frotando con contundencia de arriba abajo las barras de carne. Llegados a ese punto ya nadie miraba al partido sino a lo que sucedía sobre el sofá de mi salón y cuando Pieter, excitado por los hábiles tocamientos de Gabriela, agarró de la nuca a la adolescente y condujo su bonita cara hasta la punta de su polla nadie recordaba el motivo por el cual estaban allí. Polonia podría haber metido treinta goles y ninguno de ellos le hubiese hecho el menor caso a la tele.

Mi hija abrió la boca, comenzó a hacer magia con ella y ya no hubo vuelta atrás. Chupar pollas desde tan niña le había conferido la habilidad de jalarse enormes porciones de carne sin problemas y desplegó lo mejor de su repertorio para mayor gloria del descomunal extranjero.

– Tu niña la chupa de vicio… - Me dijo el gigantón asegurándose de que no me perdiese detalle de la mamada-, es toda una zorra.

A partir de este momento todo se descontroló. El hombretón le clavó la polla hasta casi ahogarla entre gritos y silbidos del coro que le jaleaba pero ella no protestó y siguió con su tarea. Pieter ordenó algo y alguien tiró del mantel de la mesa lanzando los restos de comida, los platos y los vasos por los aires. Pronto fue mi pequeña la que, alzada por varios hombres a la vez, ocupó aquel lugar rodeada de machos hambrientos de sexo. Estaba muy claro quién iba a ser el primero en disfrutar del cuerpo de Gabriela así que los demás se echaron a un lado y dejaron paso a Pieter. Fue él el que, completamente empalmado y ciego de sexo, le rasgó las ropas lanzándomelas a la cara hechas girones, dejándola en pelotas.

– ¡Nos la vamos a tirar toda la noche! - Me anunció con furia -. ¡Nos la follaremos una y otra vez hasta que se haga de día, maricón de mierda!

Un tipo sacó un teléfono móvil supongo que con intención de grabar la escena. No fue una buena idea. Pieter se dio cuenta y, con los ojos inyectados en sangre, agarró el celular y lo estampó contra la pared con tal fuerza que lo hizo pedazos. Después de golpearle en el estómago le echó tal bronca que al chaval se le quitaron las ganas de hacer fotos el resto de su vida.

Pieter agarró una botella y vertió su etílico contenido sobre el cuerpo de Gabriela. Dio una orden y la muchacha fue inmovilizada por pies y manos. Dos hombretones la abrieron de piernas pese a que ella no puso objeción alguna y, sin más preámbulos, le ensartó una estocada certera en el bajo vientre que casi la revienta.

– ¡Agggg! – Gritó la niña al recibir la cornada, retorciéndose de dolor sobre la madera.

Por muy excitada que estuviese, por muy experta que fuese en el cuerpo a cuerpo, el tamaño y sobre todo la fiereza que utilizó Pieter para montarla superó con creces sus expectativas. El tipo se portó con ella como un animal. Bufaba y gimoteaba mientras la empotraba contra la mesa. Su ímpetu era tan grande que arrastró a base de pollazos el mueble a lo largo del comedor y sólo detuvo su marcha cuando ésta chocó contra la pared, justo a mi lado, convirtiéndome en un testigo de excepción de la violenta monta.

Aquel animal lo dio todos mi princesa no dejó de chillar mientras Pieter la violaba cruelmente delante de mis narices. Por fortuna para ella fue un polvo tan salvaje como breve. Enseguida el hombretón descargó su munición en el sexo de la adolescente y, cuando se desacopló, dejó en la entrepierna de la chiquilla un enorme boquete del que manaba una cascada de lefa, sangre y jugos vaginales. Pieter, con respiración entrecortada por el esfuerzo, la agarró de las piernas y me enseñó el destrozo.

– ¿Contento? Es esto lo que querías, ¿no? – Me dijo con su acento ronco -. Seguro que te mueres por hacerle una foto así, ¿verdad?

No tuve el valor de decir nada. Estaba muy claro que Uli no había sido capaz de guardar nuestro secreto. Fue entonces cuando comprendí lo peligroso que podía ser todo aquello, sobre todo para Gabriela. Pensé en hacer algo y detenerlos pero llegué a la conclusión de que si lo intentaba podría alterarlos todavía más y que todo aquello fuese peor. En realidad estaba aterrorizado por el miedo.

– No dices nada, ¿eh? No hace falta – rió -, la mancha que tienes en el pantalón lo dice todo. Te encanta que violen a tu hija… y luego dice mi hijo que soy un mal padre. ¡Me das asco!

Y tras gritarme esto lanzó un escupitajo que me dio directamente en la cara. A su risa se le unió la de los otros hombres que ya acechaban a Gabriela. Agaché la cabeza avergonzado y pude ver entonces la enorme humedad generada en mi entrepierna. Jamás me había sentido tan mal en mi vida.

Por primera vez no disfruté viendo cómo hombres adultos se follaban a Gabriela. Lo que había supuesto la razón de mi existencia se convirtió en toda una tortura aquella noche. Sus gimoteos, sus chillidos, su rostro descompuesto y sus ojos en blanco cuando llegaba al orgasmo solían excitarme hasta más no poder pero en aquella ocasión se convirtieron en la mayor de mis pesadillas. De hecho, intenté escabullirme de manera cobarde pero Pieter se guardó muy mucho de que lo hiciera, obligándome a permanecer junto a Gabriela durante el abuso.

Cuando llegó el turno de Uli cruzamos las miradas durante un instante. Después él hizo lo mismo que el resto, se folló a Gabriela de una forma mecánica e impersonal, como si no la conociese de nada.

No le culpo por ello, tampoco soy nadie para juzgarle. En aquel asunto ninguno éramos inocentes… a excepción de Gabriela.

Acabó la primera ronda de sexo y los sementales dieron a Gaby un respiro. Ella permaneció tendida sobre la mesa, intentando que la circulación sanguínea volviese a sus piernas. Su aspecto era deplorable, totalmente cubierta de esperma. Intentó incorporarse y, tras varios intentos, apenas pudo permanecer de pie. Le busqué algo de comida pero no me dejaron acercarme a ella lo suficiente como para poder interesarme por su estado.

Algunos de los extranjeros se fueron, supongo que su sed de sexo estaba más que saciada pero la mayoría permaneció en la casa. Iluso de mí pensé que todo aquello terminaría pronto pero nada más lejos de la realidad. Comenzaron a hablar en su dialecto indescifrable, no comprendí lo que decían pero me di cuenta de que me miraban mucho y se reían constantemente. Uli hablaba mucho, discutía con su padre y negaba con la cabeza. Parecía enojado, muy enojado.

En un abrir y cerrar de ojos me vi rodeado de cuatro tipos casi tan altos como yo y desde luego bastante más fuertes. Yo estaba tan aturdido por los acontecimientos y por el vodka que tampoco pude reaccionar. En pocos segundos me vi tumbado boca arriba en el suelo, inmovilizado por completo, con los pantalones a la altura de los tobillos y mi verga semi erecta a la vista de todos los presentes.

No entendía nada… hasta que colocaron a Gabriela sobre mí, con su coño rozando mi verga.

– ¡Soltadme, cabrones! – Creo que grité recuperando un poco de mi orgullo al intuir qué pretendían.

El peor de mis temores se hizo realidad cuando aquel animal le ordenó a Gabriela:

– ¡Fóllatelo! – Le dijo Pieter con una sonrisa.

Jamás olvidaré el gesto de terror de mi niña en aquel momento que comprendió lo que ese tipejo pretendía.

– ¡No, eso no! ¡Ya basta! - Grité.

– ¿Qué pasa, niña? Tíratelo – prosiguió el cabecilla como si mis palabras no hubiesen sido pronunciadas -. Es sólo una polla más.

Gabriela no decía nada, sólo negaba con la cabeza.

– No hagas que me enfade, zorrita. Fóllate a tu papá o los dos lo pasaréis mal.

– ¡No, por favor! – Supliqué.

– ¡Hazlo! ¡Chúpasela primero y luego cabálgalo hasta dejarlo seco! Es una verga como otra cualquiera. Eres una puta, lo haces con todo el mundo. Uli me ha contado lo que haces por las noches, me lo ha contado todo. Venga, demuéstrale a papi lo buena que eres con la boca. Seguro que le encanta…

La niña seguía quieta, petrificada por el miedo.

– …, si yo fuese tu papá te la metería día y noche…

Uli intervino, demostró tener mucho más valor que yo. Lleno de ira arremetió contra su padre pero fue inútil. Él hombretón encajó el golpe en la mandíbula como si ésta fuese de granito. El gigante lanzó un tremendo directo que impactó de lleno en la nariz del muchacho y el pobre cayó al piso como un saco de patatas. Allí permaneció inconsciente durante el resto de la noche, nadie tuvo el valor de asistirle, Pieter imponía respeto a todo el mundo.

El noble gesto de Uli no hizo más que empeorar las cosas. Pieter, muy enojado no, paraba de vociferar a todo el mundo. De repente, agarró una botella vacía, la golpeó contra la pared y apretó el borde del vidrio contra mi garganta y volvió a repetir la orden a Gabriela de manera muy clara, con los ojos inyectados en sangre y vodka:

– ¡Fóllatelo… o lo mato!

Jamás he visto a mi hija tan bloqueada como en aquel momento.

– ¡Hazlo!

Gabriela dio un respingo… y pasó a la acción. Cuando sentí su manita temblorosa agarrándome el miembro rompí a llorar.

– No lo hagas, por favor…

– Tranquilo, papá… no pasa nada, – me susurró la niña mientras su cabeza iba descendiendo por mi abdomen en busca de su amargo destino - … no pasa nada…

La pobre chiquilla, en lugar de pensar en si misma se preocupó por mis sentimientos e intentó tranquilizarme. Aquel gesto entrañable, en lugar de reconfortarme, me hizo sentir el ser más despreciable del universo.

– ¡No, no… por favor!

– Imagina que soy mamá, imagina que es con Silvia con la que lo haces y no conmigo…

– No… no…

– Soy Silvia, soy Silvia… - Dijo justo antes de meterse mi miembro entre los labios.

Cuando Gabriela comenzó a chuparme la polla opté por cerrar los ojos de manera cobarde. La había visto hacerlo centenares de veces pero no pude soportar contemplar mi pene entrando y saliendo de su boquita.

– Cierra los ojos Pedro, soy Silvia – Repetía una y otra vez entre chupada y chupada -. Todo está bien, mi amor…

Luché con todas mis fuerzas pero la enorme experiencia de la Gabriela jugó en este caso en mi contra. Yo la escuchaba llorar pero aún así desplegó contra mi falo lo mejor de su repertorio, lamió mis pelotas con delicadeza y lubricó con su lengua cada milímetro de piel. Muy a mi pesar y aún habiéndome corrido ya una vez la erección de mi miembro viril no tardó en llegar. Al final me rendí. La mezcla del alcohol, la tensión acumulada y los susurros de mi pequeña me llevaron a imaginar realmente que era su madre la que me daba placer y no mi hija.

– ¡Silvia! – Gemí.

– E… estoy aquí, mi amor.

– ¿Lo ves? Te encanta que te la chupe, como a todos. Es jodidamente buena tu putita, amigo – me dijo aquel malnacido al oído.

Ni siquiera aquellas sucias palabras lograron romper el encanto. Sentí el cuerpo de Silvia reptando sobre el mío y de manera natural se introdujo mi verga por la vulva, igual que la primera vez que lo hicimos cuando éramos adolescentes. Fue un acoplamiento suave, dulce, para nada traumático. Cuando mi falo tocó el fondo de su vagina permanecimos los dos quietos, unidos por nuestros sexos, recreándonos en nuestras respectivas sensaciones.

Reconozco que fue uno de los mejores momentos de mi vida: Silvia y yo juntos de nuevo.

La joven amazona comenzó la danza del vientre. Agarrando mis muñecas, logró que mis captores me soltaran, se llevó las palmas de mis manos hasta sus senos y apretándolos ligeramente contra ellos incrementó el ritmo de la monta. El calor de su piel me llevó al pasado y eso me excitó todavía más. Mis pelotas llenas de esperma de nuevo, se endurecieron como dos bolas de billar.

– ¡Silvia! – Suspiré mientras mi verga entraba y salía de su interior.

– ¡Sssss! – Siseó ella besándome en los labios.

Silvia comenzó a gemir y sus movimientos se comenzaron a descontrolar. Yo sentía sus contracciones en mi sexo y cómo su entraña lubricaba más y más hasta que explotó sobre mí encharcándome con sus jugos. La compresión en mi verga fue muy intensa.

Descargué mi simiente sin avisar, apenas tenía experiencia en un coito real y no pude contenerme. Seguí con los ojos cerrados mientras la amazona exprimía los últimos coletazos de mi verga. Me costaba respirar y tenía el pulso muy acelerado pero ni aun así mi falo dejaba de soltar babas.

– ¡Eso es, zorrita! Mira a la cámara y sonríe. Te acabas de tirar a tu papi, eres toda una guarra…

Reaccioné de inmediato a esas palabras. Horrorizado observé cómo uno de aquellos hijos de la gran puta lo estaba grabando todo con uno de los teléfonos móviles. El tipo se guardó muy mucho de mostrar al resto de los presentes, sólo enfocaba a mi hija y a mí en pleno acto.

– ¡Pero qué cojones…! –Comencé a gritar pero cuando intenté incorporarme me vi inmovilizado de nuevo.

– ¡Tranquilo, papi, tranquilo! – Dijo Pieter en tono burlesco -.Es sólo nuestro seguro de vida, por si tienes la genial idea de contarle a alguien lo que ha pasado aquí esta noche.

Dejando el teléfono a un lado, prosiguió:

– Bueno… ya es suficiente. Es hora de continuar con la fiesta.

De improviso y con la delicadeza de un buey aquel animal empujó a Gabriela de la nuca y la chiquilla cayó de bruces contra mi pecho con mi verga todavía en su vientre. Él se colocó sobre la espalda de mi hija de manera que entre su cara y la mía apenas quedó un palmo. La niña quedó aplastada entre los cuerpos de los dos machos adultos.

Hasta que Gabriela no comenzó a gritar como si estuviese pariendo yo no fui consciente de lo que sucedía. Fue entonces cuando sentí algo en mi verga, algo en el interior de la niña se estaba moviendo. Era el falo de aquel despreciable reptando por su intestino.

– ¡Qué culito tiene tu niña! Estrechito, estrechito… al menos hasta hoy. Se lo vamos a dejar más abierto que una estación de metro. Tardará semanas en poder sentarse, te lo aseguro. Se lo vamos a destrozar…

Pieter violó analmente a Gabriela analmente de forma salvaje mientras la niña yacía indefensa sobre mi cuerpo. Creo que ella en algún momento perdió la consciencia y casi que lo agradezco. Lo que aquel tipo le hizo no tiene nombre. No contento con eso me contó con pelos y señales el placer que sentía mientras se lo hacía y lo mucho que le pesaba que yo no pudiese verlo en ese momento.

A él le siguieron diez más, diez caras que no volveré a olvidar en mi vida y que veo noche tras noche en mis pesadillas.

La noche fue larga, muy larga: la más larga de mi vida. En un momento dado optaron por encerrarme en el vestidor de mi cuarto y seguir haciéndole barbaridades a Gabriela sobre mi cama. Aquella habitación donde solíamos pasar nuestros mejores ratos junto con Uli se transformó en una cámara de torturas para mi pequeña. Hubo sexo, mucho sexo pero también golpes y otras cosas todavía más extremas.

Fue Uli el que me liberó cuando el sol ya estaba bien arriba. Apenas podía reconocerle, por lo visto su padre se había ensañado con él también en algún momento indeterminado de la velada. Parecía un monstruo, todo amoratado e hinchado por la paliza. No tuvo el valor para quedarse ni yo para retenerle. Se fue para siempre sin despedirse.

Gabriela o más bien lo que quedaba de ella estaba acurrucada en un rincón de mi cuarto, abrazada a su muñeca de trapo más preciada. Ni al peluche habían respetado aquellos animales ya que le faltaba la cabeza y parte de un brazo.

El aspecto de mi hija era para echarse a llorar, cosa que hice nada más verla. Si bien su cara había quedado intacta con su cuerpo sucedía todo lo contrario: era un catálogo de moratones, quemazos de cigarrillos y arañazos. Desprendía un intenso olor a orina y alrededor de su boca todavía se podían distinguir restos de heces. Me abalancé sobre ella y la limpié lo mejor que pude. Después permanecimos abrazados durante un número indeterminado de horas.

– Lo siento. – No dejaba de repetirle una y otra vez sin dejar de llorar.

Pero ella no dijo nada. De hecho tardó varios días en comer y bastantes más en volver a articular palabra.

Anocheció de nuevo y armado con un jarrón me armé de valor para inspeccionar la casa tras acostar a mi hija en su cama. Temía encontrarme con alguno de los polacos durmiendo en algún rincón de la casa o, lo que era peor, volviendo a por Gabriela para continuar la orgía pero no fue así. Afortunadamente allí no había nadie.

Atranqué las puertas y las ventanas lo mejor que pude. Contemplé el estado de la casa: lo habían destrozado absolutamente todo. En realidad era lo que menos me importaba, sólo pensaba en la integridad de Gabriela pero cuando llegué a mi despacho y vi mi caja fuerte abierta… supe que nuestra pesadilla podía ser todavía peor: aquel malnacido se lo habían llevado todo.

Y cuando digo todo no me refiero al poco dinero que guardaba en ella sino a las fotos y los videos pornográficos de Gabriela, desde el primero hasta el último. Como es obvio no le dije nada a la niña: no quería asustarla más de lo que estaba.

En cuanto se despertó, la metí en coche y nos fuimos de lo que fue nuestro hogar hasta no volver. Alquilé un pequeño apartamento en la costa del que sólo salía para comprar comida y medicinas. Durante las siguientes semanas tuve que ejercer de improvisado enfermero, las heridas en su cuerpo y principalmente en su ano eran verdaderamente serias. Insistí en llevarle al hospital pero ella se negó. Temía que se descubriera todo y me metiesen en la cárcel.

Cuando se recuperó le propuse irnos al extranjero y aceptó. Solicité un cambio de destino a una embajada muy lejana. Nunca volvimos a hablar de lo que pasó aquella noche.

Empezamos nuestra nueva vida en otro continente, a más de diez mil kilómetros de nuestra primera casa. Gabriela hizo nuevos amigos, se adaptó al grupo y parecía feliz. Desgraciadamente no parecía interesada en el relacionarse con chicos. Aparte de eso volvió a ser la niña adorable de siempre.

Yo jamás me perdoné lo pasó, pero mi fuerza de voluntad es débil, echaba de menos nuestras antiguas costumbres. Seguía teniendo las mismas necesidades que antaño pero me juré a mi mismo que jamás volvería a exponer a Gabriela a algo semejante.

Y lo cumplí.

Pasado unos meses descubrí en el parabrisas de mi coche la publicidad de un local de intercambios. Una vez por semana se realizaban sesiones de “todos contra una” donde chicas amateurs se lo hacían con varios hombres a la vez. Decidí acudir a esas sesiones, previo pago de una buena cantidad de dinero, aunque nunca participé; me limitaba a sentarme en un rincón y a en teoría disfrutar del espectáculo.

Como metadona estaba bien pero no era lo mismo que mi droga. Las chicas eran monas, le ponían ganas pero estaban a años luz de Silvia y por supuesto de mi pequeña Gabriela. Junto a mí había otros hombres e incluso algunas mujeres que compartían conmigo mi afición por mirar mientras otros follaban. Se masturbaban abiertamente mientras observaban, yo en cambio no sentía nada.






Y así languideció mi vida hasta el día de mi siguiente cumpleaños, un par de meses después de que ella cumpliese los dieciocho. Lo celebramos los dos solos, como hacíamos siempre, almorzando en un coqueto restaurante japonés que habíamos descubierto. Tras los postres mi princesa me entregó un sobre adornado con un montón de corazones de múltiples colores. Al abrirlo me quedé mudo; reconocí el logotipo del local de intercambios que aparecía en la invitación al instante.

– - Mi show comienza a las ocho… es del tipo "todos contra una".

– - Gaby… yo…

– - ¡Psss! No digas nada, sólo pásalo bien – me susurró tapándome la boca como cuando era una niña -. Felicidades, papá.

FIN



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