– Han tenido suerte jefe, si hubiese estado mi viejo de guardia en lugar de yo ni en sueños se habría acercado a ese sitio. Se las da de duro pero es un puto gallina, aunque no me extraña, este lugar es peligroso.
– Vaya. – Contesté sin demasiado interés.
Ya me había dado cuenta de que el conductor de la grúa era uno de esos tipos que no paraban de hablar por los codos. Era un chico joven, bastante desgarbado y muy alto, con un montón de tatuajes y piercings por la cara. Se tocaba la nariz sospechosamente pero no quise ser malpensado y supuse que era debido a la alergia primaveral.
– ¿Pero se puede saber qué cojones hacían ustedes por ahí a estas horas? Por allá sólo hay sudacas, yonkis y putas.
Tras mirar de reojo por enésima vez los muslos de Gabriela creo que cayó en la cuenta de que su forma de hablar no era la apropiada.
– Usted ya sabe lo que quiero decir, jefe. –Dijo a modo de disculpa.
Mi hija ocupaba el asiento central del camión-grúa y yo el de la ventanilla opuesta al conductor. Con todo el jaleo de la avería, la llamada telefónica al seguro y todo lo demás la niña se había desperezado. Mientras se peleaba con un mechón rebelde de su cabellera, se esforzaba por mantener las piernas muy juntas intentando que no se le subiese la faldita ultra corta que apenas cubría su sexo. Gabriela adoptaba una actitud vergonzosa con aquel muchacho, algo aparentemente chocante teniendo en cuenta que momentos antes se había tirado a un puñado de desconocidos sudamericanos. Yo sabía que eso le sucedía cuando estaba cerca de un chico que le gustaba y, por la forma de retorcerse las manos y sonreír de manera estúpida, aquel imberbe le agradaba… y mucho.
– Me perdí. – Dije sin muchas ganas.
– El puto GPS, ¿no?
– Exacto, el puto GPS.
Permaneció callado uno o dos minutos pero luego volvió a la carga.
– Tú tranquila, bonita que en seguida llegamos a tu casa…
– Gracias. – Replicó Gabriela con una media sonrisa.
– No hace falta que nos lleves hasta allí, de verdad… – intervine -. Podías habernos dejado en el taller.
– ¡Pero si no es ninguna molestia! Me pilla de camino a casa. Además a estas horas es imposible encontrar un taxi. Esos “pesetos” son unos putos cabrones. Sólo van por el centro para estafar a los guiris y a los borrachos. Yo quiero ser taxista pero comprar la licencia cuesta un huevo y la mitad de otro…
Conforme viajábamos noté cómo Gabriela se iba sintiendo más cómoda; ya no se tapaba tanto y soltaba de vez en cuando alguna risita tonta al escuchar las ocurrencias de aquel joven.
– Toma papi, tengo calor. – Dijo quitándose mi prenda de abrigo de encima de su cuerpo.
Ese detalle me gustó. Era prácticamente una niña pero sabía cómo emplear las extraordinarias armas con las que la madre naturaleza le había obsequiado. Coqueteó con el muchacho de forma algo torpe pero divertida. Al tipo le cambió la cara al ver el espectáculo que suponían los bultos de la ninfa bajo la tela semi transparente. Casi nos salimos por la cuneta varias veces, le resultaba difícil centrarse en la carretera; no hacía más que mirar y mirar a Gabriela. La chiquilla le gustaba… como a la gran mayoría de hombres heterosexuales del universo.
– Así que taxista, ¿eh? – Dije yo ayudándole a seguir el hilo intentando de ese modo que pusiera algo de atención a la conducción.
– S… sí. Eso es, cuando tenga pasta yo también quiero ser un puto peseto.
Cuando llegamos a nuestro barrio me sentí bastante más tranquilo.
– ¡Mira, ahí es. Esa es nuestra casa! – Exclamó Gaby.
– ¡Joder, menudo palacio! Te lo dije, princesa. Con Uli al volante, ningún problema.
– ¿Uli, de Ulises?
– No. Uli de Ulik. Mi familia es polaca aunque yo nací aquí, ¿y tú?
– Gaby… de Gabriela…
No pude por menos que sonreír entre dientes al escucharles. Era evidente que estaban ligando entre sí, lo que no tenía muy claro si mi hija lo hacía conscientemente o no porque cuando el vehículo se detuvo a Gabriela le volvió la vergüenza y se quedó muda.
– ¿Quieres entrar y tomarte algo? Tengo cosas sin alcohol, sé que tienes que conducir. –Le pregunté.
– No, no… de verdad que no.
– Venga, es lo menos que podemos hacer. Has sido muy amable trayéndonos hasta casa, ¿verdad Gaby?
– Sí, así es. Muy amable.
– Bueno… yo…
– Entra, por favor… - Dijo mi princesa tomando la iniciativa y colocando su mano sobre el muslo del conductor, muy cerca de su paquete.
Él se retorció sobre su asiento. Supongo que no esperaba el contacto en una parte de su cuerpo tan comprometida.
– No… no sé… es tarde…
– Uli, por favor, me gustaría mucho que entrases en mi... – suplicó Gabriela llevando su mano hacia la zona más caliente del chaval - … casa.
El futuro taxista tragó saliva y continuó muy turbado por la cercanía de la lolita:
– No… no llevo mucho dinero encima…
Me costó entender a qué se refería pero cuando comprendí que identificaba a Gabriela como una gladiadora del amor me excitó, me excitó mucho, hasta el punto de querer seguirle el juego.
– ¿Cuánto tienes?
– Veinte… treinta como mucho. Ya sabe… es final de mes, jefe.
Era tarde y tanto Gabriela como yo estábamos cansados así que decidí ponerlo toda la carne en el asador.
– Cincuenta y te puedes quedar toda la noche con ella.
Si tenía alguna duda acerca de la oferta la caricia que le proporcionó Gabriela en cierta parte de su cuerpo la disipó.
– Vale. – Dijo sin regatear más, con la mirada fija en la chiquilla.
El camino entre la furgoneta y la entrada de nuestro chalet fue apoteósico. Era Gabriela la que tiraba de la mano del muchacho y no al revés. Aún con el semen de su último amante resbalando por sus mulos ya estaba ansiosa por volver a entrar en acción. Mi princesa olvidó su cansancio en un instante, la estufita de su vulva infantil necesitaba más madera.
Al llegar a la puerta Uli no pudo resistirlo más y magreó el trasero de mi hija a mano abierta. Tanta pasión le puso que la minifalda de la niña se subió hasta dejar a la vista casi todo su culo. Afortunadamente para todos era muy tarde y ni en nuestra calle ni en el resto de la urbanización se movía un alma porque de lo contrario hubiésemos tenido un serio problema.
– Eso es… tócala, Uli. – Murmuré mientras me hacía paso hasta la puerta.
Sonreí para mis adentros al reflexionar sobre esa frase.
– ¡Hey…! – Exclamó mi hija, sorprendida al verse alzada por aquellos fibrosos brazos como si fuese una pluma.
Como dos recién casados atravesaron el portal de nuestra casa. Gabriela se veía todavía más niña en brazos del espigado operador de grúa. Cuando él aproximó su rostro, ella tomó la iniciativa y comenzaron a besarse de manera intensa sin importarles lo más mínimo mi presencia. No fue un beso sucio, como los que los hombres solían darle a mi niña cuando se la follaban, sino más bien similar al de unos enamorados, embriagados por el deseo y eso me gustó.
Si las babas de Gabriela contenían todavía esperma él se lo tragó todo sin problemas y si el aliento de él sabía a tabaco a la adolescente no le importó lo más mínimo. Se compenetraron los dos al instante, lengua con lengua.
– ¿Dónde la llevo, jefe?
La pregunta me pilló por sorpresa.
– ¿Qué… qué quieres decir?
– Pues que si hace falta yo se lo hago de pie pero por cincuenta pavos preferiría una cama o algo así para… ya sabe, ¿no le parece?
Tal muestra de sinceridad me pilló desprevenido pero pronto reaccioné.
– Claro, claro. Sígueme.
Los conduje por el pasillo en dirección al cuarto de invitados pero justo cuando estábamos llegando se me ocurrió una alternativa mucho más morbosa. Les abrí la puerta de la que quedaba enfrente.
– Aquí estaréis más cómodos.
Imaginar a Gabriela teniendo sexo con alguien en mi propia cama me produjo una inyección de hormonas tremenda aunque no hasta tal punto de ser capaz de desperezar a mi agotada verga.
– Esperad un minuto.
Mientras los dos jóvenes seguían a lo suyo yo les preparé el nido de amor. Dejé sólo la almohada sobre la cama, no quería sábanas ni otro tipo de obstáculos que me impidiesen disfrutar del coito. A excepción del día en el que el pervertido abogado la desvirgó, veía a los hombres beneficiarse a Gabriela a una distancia prudencial que no me permitía apreciar con claridad los detalles de la penetración pero allí, en mi cuarto, sobre mi cama y con las luces encendidas por completo, estaba seguro de que el espectáculo que me esperaba iba a ser sublime. Como mi verga no daba más de sí, en lugar de comenzar a tocarme opté por tomar mi cámara para inmortalizar el acto.
Desde aquel primer día una de las cosas que más me gustó de Uli fue su simpleza. No se hacía pajas mentales por nada; vivía el momento y punto. El ejemplo más claro fue aquella noche: quiso cepillarse a Gabriela y lo hizo mientras les lanzaba foto tras foto. El chico lanzó por los aires a Gabriela y ella aterrizó entre risas sobre mi colchón. Uli tiró sus zapatos por aquí, su camisa por allá y se quitó a un tiempo el pantalón, el bóxer y los calcetines, en un gesto acrobático que yo jamás había visto antes. No había que ser adivino para saber que tenía unas ganas locas por cabalgar a la potrilla, su miembro viril erecto era toda una declaración de intenciones.
Centré mis primeras fotos en Gabriela. Parecía una joven tigresa, expectante y a la vez ansiosa, contemplando cómo el muchacho iba acercándose. Al fijarse en el cipote, humedeció un poco sus labios. Fue un gesto casi imperceptible al ojo humano pero no para el potente aumento de mi cámara. Estaba claro que mi niña seguía con ganas. Por eso no me extrañó en absoluto la rapidez con la que la prenda que cubría sus pechos hizo su viaje espacial aterrizando sobre la cómoda, dejando al descubierto el torso desnudo y lo rápido que se abrió de piernas para enseñarle al chaval su objetivo.
– ¡Joder, qué buena estás! – Exclamó Uli recreándose en las tetitas que tanto le habían gustado -. Te lo voy a hacer un traje de babas…
– Espera, espera… - rió Gaby, deteniéndole con sus tacones como estoque - ayúdame a quitarme los zapatos, me duelen un montón los pies.
– ¡Volando!
Los zapatos cayeron todavía más lejos y la falda pronto siguió el mismo camino. Sin maquillaje ni otros adornos, Gabriela estaba realmente hermosa tal y como su malograda mamá la trajo al mundo. Era un diablillo rubio, ojos azules, con el cabello alborotado y energía desbordante. Se olvidó de un plumazo del cansancio acumulado, miraba con deseo cierta parte de la anatomía del muchacho que, más pronto que tarde, estaba segura de que iba a entrar en su pequeño cuerpo.
Pero tuvo que esperar más de la cuenta a que eso sucediese, Uli tenía otros planes. El chaval enterró su cabeza entre las piernas de Gabriela y ésta dio un respingo al notar cómo la lengua de aquel chico recorría los pliegues de su vulva. Apenas comenzó a comérselo mi princesa dio un gritito.
– Vaya… se te ha dado bien la noche, ¿eh? … - dijo Uli dejando de comerle el coño con por un momento.
Jamás había visto a Gaby tan ruborizada como en ese momento, quiero pensar más por vergüenza que por los severos lengüetazos de su amante. Tanto se sonrojó que se tapó las manos con la cara en una actitud infantiloide y divertida. Estuve a punto de decirle que no lo hiciese ya que estropeaba las fotos pero decidí mantenerme al margen. Me propuse intervenir lo menos posible, limitándome a ser un mero espectador privilegiado de los juegos sexuales de los jóvenes amantes. Opté por lanzar fotos a lo que estaba sucediendo en su entrepierna e inmortalicé la comida de coño con una claridad nunca antes vista por mí. Uli le abría los labios vaginales por completo y su rajita se mostraba brillante y sonrosada frente a mi cámara indiscreta. Él utilizaba sus dos manos para separar los pliegues de mi niña y facilitar el trabajo a su lengua inquieta. Cada gota, cada corpúsculo, cada átomo de flujo vaginal fue recolectado por su apéndice bucal y degustado con avidez.
Fue entonces y sólo entonces cuando se percató de que mi presencia allí no estaba justificada, que yo no encajaba en la escena. Optó por dejar de chupar y, mientras retorcía un par de dedos en el interior de la vulva de Gabriela, preguntó lo obvio:
– ¿Qué hace, jefe?
– Fotos, ¿te importa?
– Para nada. – Respondió sin más dilatando un poco más la intimidad de la niña - ¿así se ve bien?
– Muy bien.
– Podemos hacérselo los dos a la vez, por mí no hay problema. Pero sin mariconadas, que quede claro.
– No, no. Toda para ti. Yo me conformo con mirar… a mí sólo me gusta mirar.
Le confesé mi perversión sin dejar de hacer fotos.
– ¿Sólo mirar?
– Sí.
– ¿Mientras me la follo?
– Exacto.
– ¿Seguro que pasa de metérsela? Está súper cachonda, mire… - dijo mostrándome el sexo brillante de Gaby.
– Sí. Como tú dices, “paso de metérsela”.
– Como quiera jefe pero yo voy clavársela ya. No puedo aguantarme más.
– ¡Uhmmm! – protestó entre espasmos Gabriela, reclamando menos conversación y más acción.
Y por si ya no estuviesen ya claras sus necesidades físicas estiró los brazos y, aferrándose a los barrotes de mi cama, se abrió todavía más de piernas en una clara invitación a ser tomada. Él no era muy listo pero hasta eso le llegaba, así que se encaramó sobre ella con su duro cipote amenazando. Primero le dio un beso, un ósculo bastante tierno que me sorprendió por su dulzura, después le lamió los pezones hasta dejarlos brillantes y empitonados y para finalizar le chupó el cuello de manera dulce y sensual. Gabriela estaba tan a gusto con las evoluciones del muchacho que no dejaba de jadear.
La manera de realizar el acto me sorprendió. Recuerdo que pensé que, en plena calentura aquel chaval iba a comportarse como un animal y lanzarse contra la carne fresca a tumba abierta pero no fue así. Se tomó su tiempo, se recreó en el cuerpo de la niña y sólo cuando estuvo satisfecho con la lubricación de la lolita introdujo su verga en Gabriela, naturalmente, sin violencia ni brusquedades.
Mi princesa ronroneaba como una gatita en celo. Había follado mucho pero aquella fue la primera vez que alguien le hizo el amor en su vida.
– ¡Grrrrrrr!
– ¡Qué estrechito lo tienes! ¿Te duele?
– S… sigue. – Suplicó la chiquilla.
– Vale, pero si te duele, me lo dices…
Ese fue otro aspecto que siempre me maravilló de Uli: trató siempre a mi niña con delicadeza y cuidó de ella como si de un hermano mayor se tratase; nunca le faltó una caricia, un beso, un gesto cómplice que hacía que la cópula entre ellos se pareciera a la de dos adolescentes enamorados.
Enseguida me di cuenta de que era joven pero para nada inexperto, sabía mucho a la hora del sexo con mujeres. Empezó suave para que la potrilla se fuese acostumbrando al tamaño de su verga. Deslizó sus manos por el costado de Gabriela hasta que llegó a sus glúteos. Después de agarrarlos con firmeza, se los abrió ligeramente, logrando de este modo una penetración mucho más intensa y placentera para ambos. Cuando notó que el sexo de la niña estaba lo suficientemente lubricado, fue incrementando la porción de carne que le iba metiendo y aumentando el ritmo de la cópula. Parecía mágico que una cosa tan grande cupiese en una ranurita tan pequeña pero así era: empaló a Gaby muy pero que muy adentro.
Llegados a este punto Gabriela no gemía sino que directamente gritaba al ritmo de la cogida. Los barrotes crujían de tan fuerte que los agarraba, como si quisiera arrancarlos de la cama.
– ¡Uff! - Exclamó Uli una y otra vez mientras taladraba la vulva de la niña.
Ni qué decir que yo lo fotografié todo, absolutamente todo: los ojos en blanco de Gabriela instantes antes de alcanzar el clímax, el rostro desencajado de Uli dándolo todo sobre ella, el sudor que bañaba a ambos amantes durante el acto sexual…pero lo que de verdad me dejó extasiado fue el poder inmortalizar los genitales de los dos acoplados de manera perfecta. Nunca antes había podido hacer algo parecido. Me coloqué entre las piernas de ambos, con el objetivo a medio metro de sus sexos y les lancé ráfagas y ráfagas de fotos a sus partes más íntimas acopladas al máximo.
El aguante de Uli siempre fue extraordinario, era un amante consumado. Gracias a eso pude fotografiar con nitidez cómo su cipote se abría paso en la entraña de mi niña y cómo los pliegues de ésta cedían ante el empuje de tan vigoroso ariete. La calidad de la imagen era tan alta que se distinguía claramente las burbujitas de flujo entrando y saliendo de la vagina, arrastradas por el cipote. Agradecí que el chaval siguiese la moda y que estuviese depilado por completo ya que eso me permitió inmortalizar a sus testículos bamboleándose de un lado para otro dentro de su escroto.
Mi hija asimiló un buen trozo de rabo pero no todo. A pesar de la elasticidad de su coño, su ya dilatada experiencia y sus infinitas ganas era imposible que el pequeño cuerpo de mi princesa pudiese alojar tanta cantidad de carne. Yo notaba cómo él llegaba hasta el fondo, golpeando a Gabriela en lo más profundo como un martillo pilón una y otra vez. Los gritos acompasados de ella así me lo hacían saber.
A la hora de follar es complicado que los dos amates lleguen a la vez a la cima. En aquella ocasión fue mi hija la que ganó la carrera y lo hizo de una manera escandalosa. Yo conocía la facilidad lúbrica de Gabriela, de no ser por ella le hubiese resultado imposible aguantar las maratones de sexo pero lo que salió de su pequeño cuerpo aquella noche fue extraordinario. En un milisegundo se le llenó el coño de babas que salieron expulsadas contra mi colchón formando de inmediato un charquito de flujo vaginal y líquido pre seminal.
Recuerdo que pensé que Uli estaba listo, que se vendría en ese instante, que explotaría en la vagina infantiloide al notar la contracción contra su polla pero estaba claro que había subestimado la capacidad de aguante de ese chico: no sólo resistió como un campeón y siguió machacando la intimidad de Gaby mientras ella se derretía de gusto una y otra vez.
Me preparé para el final. Quería inmortalizar los últimos espasmos del cipote y cómo los testículos se contraían durante la corrida. Quería ver cómo el esperma recién exprimido se unía a los restos que todavía permanecían en los muslos de Gabriela y se unían a la enorme mancha sobre mi sábana.
Pero no fue así.
La alternativa tampoco me disgustó.
De repente, y sin previo aviso, Uli se desacopló y encaramándose hasta la cara de Gaby agarró su cipote apuntándole:
– ¡Ábrela! – Le dijo.
No fue un mandato, más bien una súplica. Gabriela respondió de manera automática, tenía muy bien aprendidas las lecciones que le di con respecto a obedecer a los hombres. Gracias a eso no se le llenó la cara de babas ya que éstas pasaron directamente a su boca. Fue una corrida abundante pero, al igual que la cópula, nada violenta. El semen salía a borbotones de la punta de la polla en pequeñas bocanadas de líquido más o menos constantes que se depositaban en lo más profundo de la boca abierta. Y allí permaneció lo suficiente como para que yo pudiese fotografiarlo, con los ojos color cielo de mi hija fijos en la lente.
Era espectacular contemplar el fondo de la garganta de Gabriela totalmente anegado de líquido blanquecino y viscoso y los restos de esperma dibujando líneas curvas en su cara.
– ¡Joder, vaya polvo! – Exclamó Uli golpeando los labios de mi niña vertiendo en ellos las últimas gotas de su esencia.
– Sí. – Afirmé, dándole la razón.
– ¿Por qué no se lo traga?
– Tal vez porque está esperando a que se lo ordenes.
– ¿En serio?
– Sí.
Gabriela asintió corroborando mis palabras.
– ¡No jodas! Pues… hazlo. Trágatelo ya, guapa. Te lo has ganado.
Mi hija actuó en consecuencia y en poco tiempo su estómago se llenó de lefa. Tragar boca arriba no es sencillo pero con su experiencia en el asunto que no le supuso mayor problema.
La velada se alargó bastante. Uli era un pozo de anécdotas no necesariamente ciertas pero sí muy divertidas. Nos reímos mucho, sobre todo Gabriela. No estaba muy acostumbrado a verla tan contenta y me sentí muy feliz.
Después de un rato de incontinencia verbal, Uli se calló de improviso. Supe de inmediato el motivo, ya hacía un rato que las caricias a Gabriela eran cada vez más intensas.
– Quieres repetir, ¿eh?
– ¿Puedo? – Me preguntó algo cortado.
– Por supuesto. – Apuntó la chiquilla que, olvidando su pudor, no pudo esperar a que yo contestase.
Le faltó tiempo a mi hija para volver a colocarse en posición y abrirse de piernas. Esta vez pasé de las fotos y me di placer mientras les veía follar como conejos: mi verga había recuperado fuerzas reclamando lo suyo.
Apenas habían pasado unas horas cuando me levanté de la cama. Dejé a los dos tortolitos formando una amalgama de tetas, brazos y piernas. Sentado en el sofá revisé las fotografías de la noche anterior: eran magníficas, nada que ver con mis mediocres trabajos anteriores. No tardé mucho en escuchar el concertó de traqueteos de cama, gemidos y orgasmos procedentes de mi cuarto.
Sonreí y pensé que realmente el chaval estaba aprovechando su dinero y hacía bien. Pasado un rato apareció por la puerta y se sobresaltó. Supongo que no esperaba que yo estuviese ahí.
– ¿Un café?
– No… no – balbuceó algo avergonzado-. Tengo que irme.
Ya encaraba la salida cuando le detuve.
– Espera Uli, espera…
– ¿Qué pasa?
– ¿No crees que olvidas algo?
– ¿Olvidar? – dijo con cara de tonto - ¡Ah, claro… la pasta!
Rebuscó en sus bolsillos de su mono de trabajo. Entre papel de liar, tabaco y otras sustancias encontró unos cuantos billetes arrugados y una tarjeta del taller de su padre.
– Toma, los cincuenta pavos. – Dijo alcanzándome el dinero.
Lo tomé junto con la tarjeta de visita que se le había caído al suelo.
– ¿El teléfono es el tuyo?
– El segundo, el primero es de mi viejo.
– Ya veo.
– Te… te… tengo que irme.
– Adiós. Encantado de haberte conocido, Uli.
– A… adiós…
Casi a la vez que el portazo apareció Gabriela por la puerta del salón cobijada bajo una sábana. Tenía los ojos semi cerrados, supuse que el chico se la habría tirado medio dormida pero aún así estaba bellísima. Se tumbó a mi lado, apoyando su cabeza sobre mi hombro.
– ¿Han salido bien las fotos? – Murmuró.
– ¡Geniales!
– ¿Lo hice bien?
– Has estado mejor que nunca, Gabriela.
Le dije acariciándole el cabello y mostrándole la foto en la que su boca aparecía llena de simiente masculina.
– Es buena.
– Cierto. ¿Lo pasaste bien? Hija…
– Sí… me gustó Uli. Es muy majo.
– A mí también. Es bueno en la cama, ¿eh?
– Mucho. – Reconoció la niña retorciéndose.
Permaneció un rato viendo el visor sin decir nada.
– ¿Ese es su dinero?
– Sí.
La conocía lo suficiente como para saber que algo le daba vueltas por su cabecita pero no quise agobiarla. Gabriela funcionaba mejor dándole su tiempo.
– ¿Sabes si mamá lo hizo alguna vez a cambio de dinero?
Fue una de las poquísimas veces que me preguntó por su madre. Pese a no tener toda la información no dudé la respuesta:
– No, nunca. Lo hacía… lo hacía porque le gustaba.
Reconozco que no entendí hacia dónde quería derivar la conversación así que callé.
– No… no quiero hacerlo por dinero, papá. – Dijo por fin.
E incorporándose clavó en mí sus ojos azules y continuó con voz temblorosa:
– A… a mí me gusta hacerlo… y también que tú me veas…
Su frase me conmovió, la bese en la frente y me sentí el hombre más afortunado del mundo por tener una hija como ella.
– Podemos arreglarlo.
– ¿Cómo?
– Devolviéndole el dinero.
– ¿Cómo?, ¿Cuándo?
– Si quieres le llamo esta noche para que venga, tengo su tarjeta y su número.
– ¡Siiiii! –Dijo incorporándose como un resorte con los ojos abiertos, olvidando su sueño.
– Vale, vale – reí -. Te apetece volver a verle, ¿eh?
– ¡Sí, por favor!
– Por supuesto, princesa. Seguro que a él también le apetece.
Reconfortada por la perspectiva de una nueva sesión de sexo Gabriela volvió a recostarse sobre mí para ver las fotos conmigo. No pasaron ni diez cuando noté un movimiento rítmico bajo la sábana. A partir de la veinte, los gemidos comenzaron a hacerse audibles por toda la casa.
Cuando finalizó y se quedó dormida en mi regazo le di un beso en la frente: Silvia hubiese estado orgullosa de ella.
Llegados a este punto Gabriela no gemía sino que directamente gritaba al ritmo de la cogida. Los barrotes crujían de tan fuerte que los agarraba, como si quisiera arrancarlos de la cama.
– ¡Uff! - Exclamó Uli una y otra vez mientras taladraba la vulva de la niña.
Ni qué decir que yo lo fotografié todo, absolutamente todo: los ojos en blanco de Gabriela instantes antes de alcanzar el clímax, el rostro desencajado de Uli dándolo todo sobre ella, el sudor que bañaba a ambos amantes durante el acto sexual…pero lo que de verdad me dejó extasiado fue el poder inmortalizar los genitales de los dos acoplados de manera perfecta. Nunca antes había podido hacer algo parecido. Me coloqué entre las piernas de ambos, con el objetivo a medio metro de sus sexos y les lancé ráfagas y ráfagas de fotos a sus partes más íntimas acopladas al máximo.
El aguante de Uli siempre fue extraordinario, era un amante consumado. Gracias a eso pude fotografiar con nitidez cómo su cipote se abría paso en la entraña de mi niña y cómo los pliegues de ésta cedían ante el empuje de tan vigoroso ariete. La calidad de la imagen era tan alta que se distinguía claramente las burbujitas de flujo entrando y saliendo de la vagina, arrastradas por el cipote. Agradecí que el chaval siguiese la moda y que estuviese depilado por completo ya que eso me permitió inmortalizar a sus testículos bamboleándose de un lado para otro dentro de su escroto.
Mi hija asimiló un buen trozo de rabo pero no todo. A pesar de la elasticidad de su coño, su ya dilatada experiencia y sus infinitas ganas era imposible que el pequeño cuerpo de mi princesa pudiese alojar tanta cantidad de carne. Yo notaba cómo él llegaba hasta el fondo, golpeando a Gabriela en lo más profundo como un martillo pilón una y otra vez. Los gritos acompasados de ella así me lo hacían saber.
A la hora de follar es complicado que los dos amates lleguen a la vez a la cima. En aquella ocasión fue mi hija la que ganó la carrera y lo hizo de una manera escandalosa. Yo conocía la facilidad lúbrica de Gabriela, de no ser por ella le hubiese resultado imposible aguantar las maratones de sexo pero lo que salió de su pequeño cuerpo aquella noche fue extraordinario. En un milisegundo se le llenó el coño de babas que salieron expulsadas contra mi colchón formando de inmediato un charquito de flujo vaginal y líquido pre seminal.
Recuerdo que pensé que Uli estaba listo, que se vendría en ese instante, que explotaría en la vagina infantiloide al notar la contracción contra su polla pero estaba claro que había subestimado la capacidad de aguante de ese chico: no sólo resistió como un campeón y siguió machacando la intimidad de Gaby mientras ella se derretía de gusto una y otra vez.
Me preparé para el final. Quería inmortalizar los últimos espasmos del cipote y cómo los testículos se contraían durante la corrida. Quería ver cómo el esperma recién exprimido se unía a los restos que todavía permanecían en los muslos de Gabriela y se unían a la enorme mancha sobre mi sábana.
Pero no fue así.
La alternativa tampoco me disgustó.
De repente, y sin previo aviso, Uli se desacopló y encaramándose hasta la cara de Gaby agarró su cipote apuntándole:
– ¡Ábrela! – Le dijo.
No fue un mandato, más bien una súplica. Gabriela respondió de manera automática, tenía muy bien aprendidas las lecciones que le di con respecto a obedecer a los hombres. Gracias a eso no se le llenó la cara de babas ya que éstas pasaron directamente a su boca. Fue una corrida abundante pero, al igual que la cópula, nada violenta. El semen salía a borbotones de la punta de la polla en pequeñas bocanadas de líquido más o menos constantes que se depositaban en lo más profundo de la boca abierta. Y allí permaneció lo suficiente como para que yo pudiese fotografiarlo, con los ojos color cielo de mi hija fijos en la lente.
Era espectacular contemplar el fondo de la garganta de Gabriela totalmente anegado de líquido blanquecino y viscoso y los restos de esperma dibujando líneas curvas en su cara.
– ¡Joder, vaya polvo! – Exclamó Uli golpeando los labios de mi niña vertiendo en ellos las últimas gotas de su esencia.
– Sí. – Afirmé, dándole la razón.
– ¿Por qué no se lo traga?
– Tal vez porque está esperando a que se lo ordenes.
– ¿En serio?
– Sí.
Gabriela asintió corroborando mis palabras.
– ¡No jodas! Pues… hazlo. Trágatelo ya, guapa. Te lo has ganado.
Mi hija actuó en consecuencia y en poco tiempo su estómago se llenó de lefa. Tragar boca arriba no es sencillo pero con su experiencia en el asunto que no le supuso mayor problema.
La velada se alargó bastante. Uli era un pozo de anécdotas no necesariamente ciertas pero sí muy divertidas. Nos reímos mucho, sobre todo Gabriela. No estaba muy acostumbrado a verla tan contenta y me sentí muy feliz.
Después de un rato de incontinencia verbal, Uli se calló de improviso. Supe de inmediato el motivo, ya hacía un rato que las caricias a Gabriela eran cada vez más intensas.
– Quieres repetir, ¿eh?
– ¿Puedo? – Me preguntó algo cortado.
– Por supuesto. – Apuntó la chiquilla que, olvidando su pudor, no pudo esperar a que yo contestase.
Le faltó tiempo a mi hija para volver a colocarse en posición y abrirse de piernas. Esta vez pasé de las fotos y me di placer mientras les veía follar como conejos: mi verga había recuperado fuerzas reclamando lo suyo.
Apenas habían pasado unas horas cuando me levanté de la cama. Dejé a los dos tortolitos formando una amalgama de tetas, brazos y piernas. Sentado en el sofá revisé las fotografías de la noche anterior: eran magníficas, nada que ver con mis mediocres trabajos anteriores. No tardé mucho en escuchar el concertó de traqueteos de cama, gemidos y orgasmos procedentes de mi cuarto.
Sonreí y pensé que realmente el chaval estaba aprovechando su dinero y hacía bien. Pasado un rato apareció por la puerta y se sobresaltó. Supongo que no esperaba que yo estuviese ahí.
– ¿Un café?
– No… no – balbuceó algo avergonzado-. Tengo que irme.
Ya encaraba la salida cuando le detuve.
– Espera Uli, espera…
– ¿Qué pasa?
– ¿No crees que olvidas algo?
– ¿Olvidar? – dijo con cara de tonto - ¡Ah, claro… la pasta!
Rebuscó en sus bolsillos de su mono de trabajo. Entre papel de liar, tabaco y otras sustancias encontró unos cuantos billetes arrugados y una tarjeta del taller de su padre.
– Toma, los cincuenta pavos. – Dijo alcanzándome el dinero.
Lo tomé junto con la tarjeta de visita que se le había caído al suelo.
– ¿El teléfono es el tuyo?
– El segundo, el primero es de mi viejo.
– Ya veo.
– Te… te… tengo que irme.
– Adiós. Encantado de haberte conocido, Uli.
– A… adiós…
Casi a la vez que el portazo apareció Gabriela por la puerta del salón cobijada bajo una sábana. Tenía los ojos semi cerrados, supuse que el chico se la habría tirado medio dormida pero aún así estaba bellísima. Se tumbó a mi lado, apoyando su cabeza sobre mi hombro.
– ¿Han salido bien las fotos? – Murmuró.
– ¡Geniales!
– ¿Lo hice bien?
– Has estado mejor que nunca, Gabriela.
Le dije acariciándole el cabello y mostrándole la foto en la que su boca aparecía llena de simiente masculina.
– Es buena.
– Cierto. ¿Lo pasaste bien? Hija…
– Sí… me gustó Uli. Es muy majo.
– A mí también. Es bueno en la cama, ¿eh?
– Mucho. – Reconoció la niña retorciéndose.
Permaneció un rato viendo el visor sin decir nada.
– ¿Ese es su dinero?
– Sí.
La conocía lo suficiente como para saber que algo le daba vueltas por su cabecita pero no quise agobiarla. Gabriela funcionaba mejor dándole su tiempo.
– ¿Sabes si mamá lo hizo alguna vez a cambio de dinero?
Fue una de las poquísimas veces que me preguntó por su madre. Pese a no tener toda la información no dudé la respuesta:
– No, nunca. Lo hacía… lo hacía porque le gustaba.
Reconozco que no entendí hacia dónde quería derivar la conversación así que callé.
– No… no quiero hacerlo por dinero, papá. – Dijo por fin.
E incorporándose clavó en mí sus ojos azules y continuó con voz temblorosa:
– A… a mí me gusta hacerlo… y también que tú me veas…
Su frase me conmovió, la bese en la frente y me sentí el hombre más afortunado del mundo por tener una hija como ella.
– Podemos arreglarlo.
– ¿Cómo?
– Devolviéndole el dinero.
– ¿Cómo?, ¿Cuándo?
– Si quieres le llamo esta noche para que venga, tengo su tarjeta y su número.
– ¡Siiiii! –Dijo incorporándose como un resorte con los ojos abiertos, olvidando su sueño.
– Vale, vale – reí -. Te apetece volver a verle, ¿eh?
– ¡Sí, por favor!
– Por supuesto, princesa. Seguro que a él también le apetece.
Reconfortada por la perspectiva de una nueva sesión de sexo Gabriela volvió a recostarse sobre mí para ver las fotos conmigo. No pasaron ni diez cuando noté un movimiento rítmico bajo la sábana. A partir de la veinte, los gemidos comenzaron a hacerse audibles por toda la casa.
Cuando finalizó y se quedó dormida en mi regazo le di un beso en la frente: Silvia hubiese estado orgullosa de ella.
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