"FUERA DE MERCADO" por Kamataruk. Corregido por K






– ¡No, no te las lleves! – Suplicó Inha agarrando de la mano a Vanko, su novio y a la vez proxeneta.

– ¡Calla, mujer! – Y de un manotazo se liberó de la mosca cojonera de generosos senos y ojos llorosos -. ¡Necesito el dinero!

– ¡Volveré a la carretera, día y noche si hace falta… pero no te lleves a mis niñas otra vez!

El hombre emitiendo un gruñido lanzó la colilla al suelo, sin siquiera considerar la oferta y se llevó a las chiquillas de allí. Lesya se trastabilló, a su edad no le era sencillo andar con aquellos zapatos de tacón y la minifalda ceñida a su menudo cuerpo. Irina, ya adolescente, se manejaba con soltura vestida de aquel modo, empezaba a ser una habitual haciendo la calle. Sin duda le incomodaba mucho más que se le transparentasen completamente sus incipientes tetitas, heredadas de su bella mamá, a través de la camiseta de malla. Con el exceso de maquillaje y aquellas ropas tan poco acordes a su edad en lugar de unas princesitas de ojos claros, piel blanquecina, largas melenas rubias y carita de ángel parecían más bien unas grotescas muñecas hinchables de sex shop barato.

Inha se quedó llorando en el suelo, golpeando desesperadamente la puerta por la que habían desaparecido sus hijas. Se sentía impotente pero muy a su pesar había una cosa que era evidente: ella estaba fuera de mercado. No es que la mujer fuese fea, ni mucho menos, a sus casi veintiocho años seguía siendo un cañón de mujer; quizás algo bajita para la media ucraniana, de melena similar a la de sus hijas, larga y dorada y unos ojos de un azul intenso tan bellos como tristes. Sin duda lo que más destacaba en su esbelta anatomía eran sus contundentes senos, un buen par de melones que hacían las delicias de los clientes de la otrora transitada carretera de aquel pueblecito de las afueras de Odessa. Era una fiera en la cama y fingía aún mejor que follaba; raro era el putero de turno que se sentíera defraudado por sus servicios.

El problema no era el cuerpo de Inha ni su manera de abrirse de piernas sino algo que escapaba totalmente a su control que no era otra cosa que la guerra.

La guerra más o menos declarada entre la débil Ucrania y la todopoderosa Rusia se había llevado por delante la prosperidad del único negocio más o menos rentable de aquel lugar perdido de la mano de Dios: el sexo.

Hasta el comienzo del conflicto, hordas de extranjeros deambulaban por toda la geografía del país buscando algo que abundaba allí: esculturales hembras capaces de hacer cualquier cosa por cantidades ridículas de dinero.

La prostitución era algo habitual desde que el país se segregó de la Unión Soviética; era el negocio nacional, repudiado en público, consentido en privado e incluso fomentado por las autoridades. No eran pocas las hembras que se dedicaban al llamado oficio más antiguo del mundo incluso con la connivencia de sus maridos y familiares: abuelas, madres, hijas… mujeres de cualquier condición, ya fuesen solteras, casadas, viudas… transformaban sus hogares en improvisados prostíbulos acuciadas por la necesidad de sobrevivir o chuleadas por los hombres que vivían a su costa como auténticas sanguijuelas.

Ese había sido el caso de Inha. Con poco más de dieciséis años su padre la echó de casa al quedarse embarazada de Irina. En su camino se cruzó con varios hombres, a cual más ruin, que se aprovecharon de ella una y otra vez. De ellos obtuvo muchos sinsabores pero también algo por lo que realmente valía la pena seguir luchando: su segunda hija, Lesya. La muy ilusa pensó que, al unirse a Vanko, su suerte había cambiado. El hombre, cojo de un pie debido a una herida en combate, no era muy guapo ni muy listo pero sí educado y amable. La sacó de la calle y la trató como una reina pero cuando los negocios no le fueron bien y se dio al vicio del juego utilizó la entrepierna de Inha para financiarse tal como era costumbre en la zona.

La cosa funcionó durante un tiempo, y así hubiera seguido de no ser por la dichosa guerra que hizo volar a los turistas puteros convencionales hacia otras latitudes menos peligrosas. Sólo quedaron los carroñeros: hombres de pocos escrúpulos, con gustos sexuales de lo más sórdidos, que rozaban la barrera de lo patológico o ilegal… y la traspasaban sobradamente.

Aun en este contexto tan poco agradable la mujer se defendió al menos al principio. Se adaptó a la ley de la oferta y la demanda, accediendo a realizar todo tipo de aberraciones a cuál más desagradable cada vez por menos dinero: la lluvia dorada, el fisting, y la asfixia sexual eran las más habituales pero para llevar algo de comer a casa incluso había llegado a practicar la zoofilia, la coprofagia y el sadismo, lo que le provocó más de un susto considerable y algún que otro hueso roto.

Pero poco a poco incluso estos clientes se fueron marchando y sólo quedaron por aquellos lugares los que ella sólo podría llegar a satisfacer de manera indirecta… a través de sus hijas.

Sentada en una silla, rezando para que el cliente en cuestión no fuese uno de los animales con los que ella solía tratar, no tuvo que esperar mucho tiempo para salir de dudas. Ella podía permanecer horas y horas a pie de carretera sin echar un polvo pero Irina y sobre todo Lesya eran un cebo demasiado jugoso para los buitres ansiosos de tierna carroña. Con la oreja pegada a la puerta, escuchó voces de varios hombres subiendo por las escaleras del minúsculo apartamento detalle que no le gustó en absoluto: prefería que sus niñas tratasen solamente con un cliente a la vez. Todavía se desesperó más al identificar el idioma en el que hablaban entre sí, el ruso.

Dentro de lo despreciable que le suponía entregar a sus hijas a hombres sin duda prefería hacerlo a turistas americanos o europeos occidentales. Y no era simplemente por el tradicional odio que sentían ante sus prepotentes vecinos sino por que habitualmente los pervertidos occidentales, además de generosos, solían tratar a las niñas con relativo respeto. Por supuesto que mantenían relaciones sexuales con ellas y les metían la polla por todos los agujeros pero, salvo contadas excepciones, solían ser considerados, incluso delicados y amables. Les traían regalos, generalmente muñecas y dulces e invertían la mayoría del tiempo con ellas haciéndoles fotografías desnudas o en sensual lencería.

El virgo de Irina fue vendido a un estadounidense y sirvió para saldar las deudas de juego de Vanko hacía ya más de un año pero el de Lesya se lo llevó por delante un alemán unos cuatro meses atrás por un miserable puñado de euros, señal de que incluso ese negocio estaba cayendo en picado. Pese a que el teutón fue tremendamente cuidadoso, los gritos de su hija pequeña al ser desflorada jamás podría olvidarlos

A pesar de todo lo padecido podía decirse que hasta aquel día las chicas sólo conocían el lado amable de la prostitución, si es que este existe en realidad, pero mucho se temía la mamá que eso iba a cambiar mucho antes de lo que a ella le hubiese gustado.

Además de tacaños, los rusos trataban a las mujeres ucranias como auténtica basura, las violaban de mil formas a cual más cruel y despiadada. Y lo hacían a todas, incluso a las más pequeñas. Y no contentos con eso y para hacer patente su poderío lo hacían delante de los padres de las chiquillas, forzándoles a ver cómo trataban a sus hijas como meros objetos sexuales. Su nivel de depravación era tal que llegaban incluso a ofrecer una buena cantidad de dinero a los progenitores para que participasen en la orgía. No era raro que terminaran follándose a toda la familia al completo, hombres y niños incluidos, para así demostrar su supremacía.

Cuando vio entrar en su casa a tan variopinto grupo dando tumbos Inha comenzó a temblar. Aun así intentó disimular sus temores y esbozó una ligera sonrisa, tan forzada como falsa, pero su presencia pasó desapercibida al menos de momento: los visitantes tenían otras prioridades.

Eran tres y apestaban a vodka. Hablaban a gritos y se reían sin duda exaltados ante el inminente banquete de carne tierna que iban a degustar. Uno, de unos cuarenta y pocos años, estaba literalmente colgado en la espalda de Irina aunque en realidad era tan voluminoso que tenía que agacharse para babearle cuello y oreja a la niña. Mientras recorría con su lengua la suave anatomía de la muchacha y sin pudor alguno le introdujo una de sus manazas por el escote y la otra por la parte de debajo de su tenue camiseta de forma que jugueteó con sus senos de manera violenta, apretándolos con fuerza tozca. Aquellos toqueteos, lejos de agradar a la niña, le produjeron un enorme malestar. Por si esto fuera poco estaba muerta de vergüenza: de camino a casa se había cruzado con un par de compañeras de colegio que habían visto cómo aquel desgraciado la sobaba descaradamente.

El maquillaje de Irina estaba totalmente corrido por su cara, señal de que ya había soportado un tratamiento similar al que la pequeña Lesya estaba siendo sometida en aquel instante: subida en el brazo del más viejo de los tres se dejaba comer los labios de manera sucia y húmeda, con gran cantidad de trasiego de fluidos desde la pútrida boca de su próximo amante hasta la suya.

El viejo enjuto de pelo canoso se estaba dando un festín no solo con la lengua sino también con las manos. Las braguitas de la niña se encontraban ya a la altura de sus tobillos y, sin defensa, las tiernas carnes del culito de Lesya eran presa fácil para los huesudos dedos del anciano. De hecho uno de ellos amenazaba la integridad del diminuto agujero trasero de la chiquilla. La niña se retorcía intentando evitar lo inevitable.

– ¿Es tu mamá? – le dijo él cuando logró introducir el dedo en el ano de la niña y mirando a Inha casi por primera vez.

– Sí. – Gimió Lesya muy incómoda con aquello metido en su trasero.

– Tiene unas tetas grandes, verdad.

– S… sí.

– Dile que es una puta. ¿Sabes lo que significa?

Lesya asintió pero permaneció en silencio.

– Vengaaaa, díselo: “Mamá, eres una puta”.

– Mamá, eres una… puta…

El hombre rió y volvió a decirle algo a la niña, aunque esta vez lo hizo junto a su oído.

– Mami, Irina es una puta.

La maniobra volvió a repetirse ante el jolgorio generalizado.

– Yo… yo también soy una puta, una puta ucraniana…

Aquellas palabras de boca de su niña dolieron a Inha mucho más que cualquier paliza. Sólo la sacaron de su estado de shock los gemidos del mediano de los rusos que había empezado la fiesta por su cuenta: la boca de Irina, arrodillada frente a su entrepierna, tenía mucho que ver en sus gimoteos. Él ni siquiera se había desnudado, tan ansioso estaba en comenzar la orgía que se había limitado a bajarse la cremallera, sacar su pene y colocarlo entre los labios de la adolescente.

Irina sabía cómo satisfacer a los hombres, sin ser tan eficaz como su madre tenía la suficiente experiencia como saber lo que tenía que hacer y su boca juvenil trabajó la verga del ruso con soltura. Al principio se la jaló despacio pero poco a poco el ritmo de la mamada se iba haciendo más y más intenso para mayor gloria del cliente.
 




– Lo hace bien tu niña… se nota que lo lleva en la sangre, como todas las hembras de este puto país. – Le dijo el abuelo a la mujer y volviéndose a la más pequeña le preguntó -: ¿Tú también sabes hacer eso? ¿Eres una pequeña chupapollas como tu hermanita?

La cabeza de la niña volvió a repetir el movimiento afirmativo, sabía que a los señores que le hacían cosas no podía decirles que no y más aún con un dedo penetrando su ano.

– ¡Estupendo! - dijo el hombre complacido.

Y sin mayor preámbulo dejó a la niña en el suelo, se desprendió de la ropa y tras sentarse en un mugriento sofá ofreció su verga torcida a la joven hembra.

– ¡Chúpamela, putita!

Lesya recordó lo que el señor alemán le enseño mientras se arrodillaba frente al abuelo y, agarrando la verga con sus dos manos, acogió su punta entre los labios haciéndola desaparecer entre ellos unos centímetros. En lugar de a jabón como su primera vez sabía a pipí pero aun así la niña se esforzó en hacerlo lo mejor posible, pensando en que quizás aquellos señores también le regalarían una bonita muñeca.

– No lo haces mal, nada mal pero necesitas algunas lecciones de mami. Tú, puerca… - dijo gritando a Inha – desnúdate y enseña a esta zorrita cómo se hace una buena mamada. Y tú – prosiguió mirando a Vanko -, ve a buscar todos los colchones que tengas en este apartamento de mierda y los echas en el suelo. Vamos a pasar un buen rato con tus mujeres. ¡Y saca el vodka que tienes por ahí escondido, hijo de la gran puta…!

Vanko desapareció tras la puerta para cumplir su cometido mientras la madre de las niñas comenzaba desabrocharse la camisa.

– ¡Vaya par de melones tienes! – Murmuró el hombre realmente encantado.

Ya desnuda, Inha intentó aproximarse a su hija pequeña que seguía accionando su pequeña aspiradora bucal muy concentrada pero el tercero de los hombres se interpuso en su camino. A la mujer se percató de que era poco más que un niño, no tendría más de quince o dieciséis años pero aun así era bastante más alto que ella aunque su rostro estaba trufado de montones de botoncitos de acné.

– ¡Quiero hacerlo con esta puta! – dijo el chaval en tono seco.

– ¿Con esa? – repuso el abuelo meneando la cabeza -. Házselo a la niña, o aún mejor a la otra zorrita. Es mucho para ti, créeme…

– ¡No! ¡Quiero la de las tetas grandes…!

– Como quieras – contestó el hombre encogiéndose de hombros -. Es tu cumpleaños… no voy a ser yo quien te estropee la fiesta. Disfruta con tu regalo… fóllatela como quieras.

Vanko llegó en ese preciso instante y en cuanto echó el colchón en el suelo el chaval empujó a Inha sobre él, para abalanzarse seguidamente sobre ella. Los contundentes senos de la hembra eran como un imán del que no podía soltarse. Los baboseó con ansia, llegando a mordisquearle los pezones con tal virulencia que incluso uno de ellos liberó unas gotitas de sangre tras una dentellada. La ucraniana aguantó el envite como mejor pudo, procurando aguantar el dolor todo lo posible con el fin de no asustar a sus niñas... al menos antes de tiempo: le daba la impresión de que aquellos animales no iban a ser demasiado amables con ellas. Tampoco gritó por orgullo, no quería darles la satisfacción a aquellos malnacidos del menor signo de debilidad. Tenía asumida su condición de prostituta pero aun así su orgullo patrio se reivindicó de esa forma.

Ni siquiera esperó el cliente de Irina que el novio de su mamá llegase con el segundo colchón. La felación de la adolescente había sido tan satisfactoria que no podía contener más su eyaculación y, tras tirar a la niña sobre el suelo junto a su madre, la abrió de piernas y le clavó el estoque por la vulva de una manera nada delicada.

Irina no era tan fuerte como su mamá y gritó como si estuviese pariendo durante la primera penetración y no dejó de hacerlo durante las siguientes. El cipote del ruso era enorme pero aun así él insistía en taladrarla más a fondo de lo que aquel pequeño cuerpo podía soportar. Tal desproporción produjo un desgarro en el interior de la pequeña, visible por fuera debido al incesante reguero de sangre que, brotando de su sexo, teñía la verga del macho de un rojo oscuro.

– ¡Eso es… destrózala! – aulló el viejo al ver la sangría saliendo a borbotones de la niña.

– Lo tiene… muy estrecho la muy puta. – Dijo el semental con voz entrecortada sin dejar de bombear.

– Haz que la madre vea cómo sangra su niña. Gírale la cabeza, Iván...

El chaval agarró de los pelos a Inha, forzándola a contemplar impotente los efectos de la violación. El sexo de su hija estaba apenas a un par de palmos de su cara así que no le quedó más remedio que ver los destrozos en primera fila. Fue entonces cuando el amor de madre se comió al orgullo y comenzó a llorar desconsoladamente. Su dolor por lo que le estaba sucediendo a sus hijas era tan grande que ni siguiera sintió cuando el muchacho se desvistió y comenzó a montarla. No le importaba en absoluto lo que le hiciesen a ella, estaba acostumbrada a ser tratada como a una basura pero sus hijas eran unas niñas, no se merecían ser forzadas de este modo tan cruel.

Pese a todo la madre no intercedió por sus hijas, no dijo nada ya que sabía que si lo hacía lo único que conseguiría es enfadar a los rusos y ganarse una paliza para las tres así que aguantó como mejor pudo el ver la barra de carne entrando y saliendo de Irina con los bufidos del hombre, el chapoteo de la vulva y los gritos de la niña como banda terrible sonora.

– Bebe, nenita, bebe – Fue la frase que la sacó de su estado catatónico -. Así te saldrán pronto los dientes que te faltan…

Pudo voltear la cabeza hacia el viejo y al ver la cara de placer que éste tenía junto a los movimientos de su manaza contra la nuca de Lesya supo que estaba eyaculando en su boquita. La niña apenas podía respirar y trasegó como pudo el líquido viscoso hasta su estómago mientras este iba entrando a borbotones. El sabor ácido de la leche de hombre no le era extraño, sus clientes anteriores ya le habían dado a probar la esencia masculina.

– ¡Uff! ¡Qué boquita tienes, princesa! – dijo el viejo jugando con los restos de su esperma por la cara de la Lesya, llevándolos hasta los pequeños labios de esta .- Parece como de gelatina. Con la leche que te vamos a dar hoy seguro que te salen los dientes enseguida.

Aquellas palabras confirmaron las sospechas de la madre, Vanko había hecho una elección pésima con los clientes: su sufrimiento se iba a prolongar por varias horas.

– Si fuese más joven te follaba ya mismo. Lástima que uno ya no sea tan vigoroso como mi hijo o mi nieto. La edad… la edad no perdona, bonita.

Pero al ver a Vanko llegar con el colchón más grande le ordenó entre risas.

– ¡Tú, cojo de mierda, tírate a la niña por mí!

El hombre no reaccionó ante tal exigencia.

– Te daré el doble… o mejor el triple de lo acordado si te follas a la niña ahora mismo, delante de todos nosotros.

Inha odió con toda su alma al novio cuando este, en lugar de negarse a cometer tal insensatez comenzó a quitarse la ropa.

– ¡No lo hagas, cabrón, no lo hagas! – gritó ella llevándose el primer golpe de la sesión.

El chaval que la follaba no era más que un crío pero sabía cómo tratar a las prostitutas ucranianas: también lo llevaba en la sangre.


– ¿Te la has tirado alguna vez?

– No.

– ¿Ni a la mayor tampoco?

– No, jamás les he puesto la mano encima.- Confesó el hombre.

– Pero no son hijas tuyas, ¿verdad?

– No… no lo son.

– Pues entonces… ¿a qué esperas para tirártela? ¡Gánate tu dinero, perro!

Al principio Lesya no se percató muy bien de lo que iba a sucederle. El ucraniano y el ruso son idiomas similares pero con demasiadas diferencias para una jovencita de su edad. Cogió la mano que Vanko le tendía y como un corderito se situó de pie sobre el colchón. El novio de su mamá era poco afectuoso con ella pero jamás le había hecho daño, ni siquiera cuando iba borracho. La niña supo que algo no iba del todo bien cuando él la desnudó completamente, le plantó el cipote frente a la cara y utilizó su boca para endurecerlo.

– Es buena, ¿eh? – Dijo el abuelo al ver a Vanko entornar los ojos de puro placer.

– S… sí… -Reconoció el otro cada vez más excitado.

– ¡Házselo ya!

Vanko colocó a la niña cuidadosamente sobre el colchón. A diferencia de las otras dos parejas, que seguían con su ritmo infernal de cópula, intentó no lastimar a la chiquilla cuando le abrió las piernas, agarró su miembro e introdujo la cabeza de la verga por su diminuta vulva. Tuvo que esforzarse para lograr una casi inexistente penetración, la diferencia de tamaños era abismal. Comenzó la danza del vientre a un ritmo lento, metiéndosela tan solo un poquito, esperando a que los jugos de la pequeña hiciesen su trabajo y lubricasen su entrada delantera para que, poco a poco, pudiese ir clavándosela más adentro. Ella no decía nada, señal de que si no estaba gozando por lo menos no estaba sufriendo demasiado con la maniobra. Todo iba bien, poco a poco la niña se iba abriendo como una flor hasta que el abuelo perdió la paciencia:

– ¡Menuda mierda de follada, maricón!

Y aprovechó su privilegiada posición para empujar con su pie el culo de Vanko justo en el instante en el que el cipote del hombre se encontraba en el punto más profundo de la niña, haciendo que la monta más o menos llevadera se transformase en una tortura para Lesya. Sus gritos se unieron a los de una Irina que estaba a punto de desmayarse.

– ¡Dale duro, joder! Dale duro. No es más que una puta… una puta ucraniana. Vuestras mujeres solo valen para eso y vosotros… para morir bajo nuestros tanques…

El hombre no cabía de gozo al contemplar la monta de la niña y no dejó de empujar a Vanko hasta que este descargó todo su cargamento de semen en el pequeño agujero.

– ¡Toma tu dinero y lárgate, perro! – le dijo.

– P… pero…

– ¡No quiero volver a ver tu cara en mi vida, tullido de mierda! ¡Ve a emborracharte por ahí, inútil!

Las niñas se habían refugiado bajo los brazos de su madre y no dejaban de llorar. Inha intentaba consolarlas como podía y las tres desnudas formaban una piña en un rincón del comedor. No podía creer que su novio se hubiese follado a Lesya pero todavía la decepcionó más al verle marchar igual que una rata abandona el barco a punto de hundirse, dejándolas a merced de aquellos desalmados.

– ¡Tú, vieja! ¡Sí, tú, la de las tetas grandes! Tenemos hambre, ¿tienes algo de comer? ¿tienes vodka? Ese cabrón de hombre tuyo se ha largado sin darnos de beber.

– No… no tenemos nada.

– Esa zorra dice la verdad – dijo el muchacho volviendo de inspeccionar el apartamento.- La nevera está vacía y hay un montón de botellas… vacías también. Sólo quedan unos yogures…

– Pues vaya banquete, habrá que ir a por provisiones. Tetuda, vístete y tráenos algo de comer… y de beber. ¡Deprisa!

Las niñas se alarmaron mucho con la simple insinuación de quedarse a solas con los tres rusos. Estaban muertas de miedo. Inha se negó rotundamente.

– No… no, yo de aquí no me muevo. Que vaya el chico…

– ¡Ve!

– ¡No!

Aquella reiteración de negativas enervó al chaval que, acercándose al trío alzó la mano en señal amenazante.

– Tranquilo, Iván, tranquilo… - intervino el abuelo justo a tiempo -. Como verás mi nieto es muy impulsivo y difícil de controlar. Sólo te lo diré una vez más: tráenos comida y bebida o dejaré que le arranque los dientes a tus niñas uno a uno… ¿comprendes? Ve tranquila, tienes mi palabra de que no les reventaremos el culo hasta que vuelvas. ¿Qué sentido tendría? Es mucho más divertido hacérselo delante de ti. Aquí tienes dinero…

– ¡No mamá, no te vayas! – gritaron las niñas al ver que su madre se levantaba.

– En… enseguida vuelvo. – Prometió la mujer con el corazón roto.

– No… no nos dejes.

Aquellas palabras resonaron en la mente de Inha mientras bajaba las escaleras. Había dejado a sus hijas llorando sentadas sobre las rodillas de los dos hombres mayores, con sus partes más íntimas siendo sobadas con insistencia. La tienda no estaba cerca y las botellas de vodka pesaban lo suyo pero aun así la mujer prácticamente volaba. Subió los peldaños de las tres plantas de dos en dos y parecía que el corazón se le iba a salir del pecho al llamar al timbre. Su desespero llegó al límite al ver que la puerta no se abría, la aporreó tan fuerte que llegó a hacerse sangre en los nudillos. Ya estaba a punto de sufrir un ataque cuando por fin la se abrió.

– Tranquila, tranquila… ¿dónde está el fuego?

La mujer soltó la carga en el suelo y corrió a través del pasillo. Se imaginó a sus hijas siendo sodomizadas de manera inmisericorde y sintió un gran alivio cuando las encontró sentadas a la mesa. Poco le duró la tranquilidad al ver la cara de asco de Irina comiéndose un yogur. Sólo comprendió lo que realmente estaba sucediendo cuando contempló horrorizada al más joven de los torturadores eyaculando en el postre lácteo correspondiente a Lesya.

– Sólo son unas pocas más de vitaminas extra, tus niñas están tan flacuchas…

Inha hizo el amago de abalanzarse y librar a su hija de tan nauseabunda mezcla cuando el abuelo la agarró del cabello, deteniéndola en seco.

– ¡Te juro que les arrancaré los ojos a las dos si no haces lo que te ordene! – Le dijo el hombre con las pupilas inyectadas en sangre, agarrándola fuertemente -. ¡No sois más que unas putas ucranianas y estáis aquí para darnos placer, hemos pagado un buen dinero a tu chulo para que sea así!

Y tras obligarla a sentarse frente a sus niñas ella no tuvo otra opción que asistir impotente al improvisado banquete.

– No sé de qué te quejas, les hemos dado de cenar a tus princesitas. Tenían hambre.

– También tenían sed… pero no han querido beber.

Y tras estas palabras le colocaron frente a ella un enorme vaso lleno hasta colmarse de un líquido amarillento que no le costó trabajo reconocer. El viejo le susurró al oído a Inha:

– Lo que no te bebas tú… se lo tragarán ellas. No pienso ir al váter en todo, en toda la noche, supongo que comprendes lo que quiero decir.

Ella sólo tuvo fuerza para asentir.

– ¡Bebe!

Las niñas contemplaron estupefactas como su mamá trasegaba hasta su estómago la totalidad del pipí de aquel hombre con aparente facilidad. No conocían que aquella era una práctica habitual para ella. Mientras tragaba, la mujer recordó que también podía llegar a tragar cosas peores, y rogó al cielo para que no le obligasen a hacerlo ni a ella ni por supuesto a sus hijas.

Se declaró una tregua efímera que duró mientras los hombres devoraron las viandas. Ninguna de las tres chicas tomó bocado. Las niñas no dejaban de pensar en lo ocurrido y la madre en lo que todavía les quedaba por padecer: la orgía no había hecho más que comenzar.

– ¡Vodka! ¡Vodka! ¡Vodka para todos! Para las niñas también. ¡Venga, jovencitas… bebed, bebed…!

Inha se rindió, quizás actuó como una mala madre pero estaba superada por los acontecimientos. Bebió un vaso de licor tras otro, hasta emborracharse para ahogar el sentimiento de culpa que le devoraba por dentro. También las niñas tomaron alcohol y a partir de entonces todo les resultó más sencillo a sus clientes, se convirtieron en meros juguetes en sus manos. Pasaron de la timidez más absoluta al la desinhibición total, sobre todo la pequeña Lesya que probó el alcohol aquel día por primera vez en su vida y acusó su total inexperiencia.

Sólo la deriva etílica justifica lo que sucedió después, cuando la chiquilla apretó voluntariamente su manita contra la entrada del culo de su mamá, intentando emular lo que su hermana había conseguido con la suya en el coño de Inha. Uno de los rusos se ofreció encantado a ayudarla y juntos lograron introducir la extremidad de la chiquilla por el orto de su madre. Pese al licor ingerido a esta le dolió bastante, el vodka no es un buen lubricante.

Irina fue obligada a limpiar los restos del puño de su hermana. Uno a uno introdujo los deditos trufados por malolientes fluidos en su boca, dejándolos impolutos. Lo pasó realmente mal a pesar de estar borracha, llegó incluso a vomitar lo ingerido previamente. Su situación no mejoró cuando Lesya, totalmente entregada a la causa, intentó meterle su manita por el coño. Aquel angelito rubio se tornó todo un demonio. Pese a sus intensos esfuerzos la benjamina de la familia no pudo cumplir su deseo, la vulva de su hermana no era tan elástica como la de su madre. El mayor de los rusos le ofreció, dio otra alternativa y ella no tuvo la lucidez suficiente como para negarse: le clavó una de las botellas de alcohol hasta el fondo de la vulva… y otra por el culo de propina, incluso los giraba a modo de tornillo para metérselos más adentro. Los hombres estaban encantados por el espectáculo, habían logrado corromper a la niña sin demasiado esfuerzo: acababa de violar a su hermana sin ser consciente de ello.

Lesya no se fue de rositas, también tuvo lo suyo. Afortunadamente para la pequeña ya estaba inconsciente por el éter cuando los hombres gozaron de su ano por turnos. Uno tras otro la sodomizaban con fuerza, su diminuto cuerpo estaba tan relajado que pudieron introducir en su orto toda la extensión de sus miembros viriles haciendo que de él brotaran grumitos fétidos mezclados con esperma que adornaban sus testículos desordenadamente.

Irina no tuvo tanta suerte, pese a la anestesia etílica fue consciente en todo momento del maltrato al que fue sometido su ano… y de todo lo demás: fue obligada a lamerles las pelotas a los hombres una vez estos habían gozado del orto de su hermana, en sus tetitas condenaron un cigarrillo tras otro hasta lograr escribir sobre ellas la palabra “puta” y para aliviarla no encontraron mejor modo que orinar encima de ella, errando conscientemente el tiro para empaparla sobre el colchón.

Ninguna de las tres se libró de ser objetivo de una buena meada… y de otras cosas peores, confirmando de ese modo los peores augurios de Inha.



Ya había pasado el mediodía del sábado cuando Inha notó unos golpes en el hombro:

– ¡Mami, mami Despierta! ¡Irina no se mueve!

Le costó a la mujer acostumbrarse a la penumbra, no sabía exactamente dónde estaba. Sólo sabía que le dolía todo el cuerpo. En cuanto distinguió un par de detalles estos le hicieron saber que estaba en su casa. Al principio creía que todo había sido un mal sueño pero el intenso olor a vodka, orina y otros fluido corporales le hicieron saber lo terriblemente equivocada que estaba.

– ¡Mamiiii, Irinaaaa!

El mensaje llegó por fin a su cabeza y reaccionó. Se le rompió el corazón en pedazos ver la carita a Lesya totalmente marrón mirándola aterrada pero enseguida comprendió que el estado de la pequeña era bueno, al menos comparado con Irina. La adolescente de lacio cabello dorado yacía hecha un ovillo sobre el frío suelo de la habitación, realmente parecía muerta. Inha olvidó todos sus dolores y de un salto se abalanzó sobre ella gritando su nombre con voz desgarrada. La zarandeó un par de veces para ver si reaccionaba y el pulso volvió a sus venas al percatarse de que su primogénita sí respiraba. Rápidamente la acogió entre sus brazos colmándola de besos, limpiando lo mejor que pudo su cuerpo con su mano. Cuando finalmente la escuchó llorar se unió a su llanto acompañada de Lesya.

A duras penas lograron meterse las tres en la bañera y estuvieron bajo el agua más de una hora sin apenas decir una palabra. Con varias sábanas y mantas improvisaron una cama y se acostaron de nuevo todas juntas. En cuanto sus hijas quedaron dormidas y a salvo Inha se vistió y volvió a la calle en busca de un cliente. Por mucho que le doliese lo ocurrido, la nevera seguía vacía.

Vanko volvió a los tres días como si nada hubiese ocurrido. Lesya era sólo una niña y recibió la muñeca que él le trajo con una sonrisa. Con Irina no lo tuvo tan fácil, ni siquiera abrió el paquete envuelto con papel de regalo que él le ofreció y se encerró en su cuarto para no verlo.
 




A Inha le parecieron lijas cuando aquellas manos le acariciaron los senos bajo la camisa. Nada le apetecía menos que volver a ver a aquel cabrón y mucho menos ser tocada por él pero sabía que no tenía alternativa, el apartamento era de Vanko y si él quería podía echarlas a la calle en cualquier momento. Había desechado su primer impulso de largarse de allí con sus hijas pero sabía qué les esperaba a las tres solas en la calle: no tardarían ni un día en ser capturadas por las mafias y obligadas a prostituirse juntas o por separado. Prefería seguir con Vanko y proteger a sus niñas en la medida de sus posibilidades.

– Hola.

– Eres un cabrón… - contestó ella con las manos bajo el grifo de la cocina.

– Lo sé…

– Ni te imaginas lo que llegaron a hacernos…

– Lo sé…

– Te follaste a Lesya, no deberías haberlo hecho…

– Lo sé…

– No es más que una niña…, pensé que no eras uno de esos pervertidos…

– Lo… lo siento… - murmuró él en su oído, tocándole los senos bajo el sostén.

Inha dejo de limpiar los platos. Era la primera vez que Vanko le pedía perdón por algo.

– ¿De dónde es?

– ¿Qué?

– Venga, no te hagas el tonto. ¿Americano? ¿Ingles? No me digas que es ruso porque me muero…

– ¿Pero de qué hablas?

– Del tipo que te está esperando ahí fuera, su colonia apesta pero huele mejor que tu aliento…

El hombre dejó de tocar a la hembra.

– Sueco.

Inha limpió varias veces el mismo plato, dándose tiempo para ordenar su cabeza.

– Irina no está recuperada aún. Esos hijos de puta hicieron un buen trabajo con ella, le quemaron las tetas… ¿lo sabías?

– ¡Cabrones!

– Cabrón tú, que fuiste quien los trajo aquí. – Respondió Inha con resquemor.

Tras unos instantes de duda el hombre prosiguió.

– Sólo quiere a Lesya…

– ¿Y eso?

– Dice que Irina… es mayor para él.

Inha respiró profundamente.

– Todavía le sangra un poco el culo…

– No… no creo que eso a él le importe mucho.

– ¿Cuánto?

El hombre le dijo la cantidad acordada. Era realmente alta.

– Es mucho, ¿qué quiere hacerle?

A la mujer le cambió el color al escuchar la respuesta.

Momentos después vio pasar camino de su habitación a su hija pequeña de la mano de un sesentón casi albino con un maletín de cuero en la mano. Se sirvió un generoso vaso de Vodka y después muchos más.

Al escuchar los gritos de su pequeña no pudo evitar pensar en lo que sería de ellas cuando Lesya creciese y pasara a estar, como ella misma o Irina, fuera de mercado.

FIN

 


                                                                  


Corregido por Caleeb.

 

 


Comentarios

  1. Tal vez no era el mejor momento para escribir un relato como este.

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