Jairo tenía los ojos en blanco, por la comisura de los labios le caía un tenue hilito de babas, señal de que Sofía le estaba haciendo un gran trabajo, como de costumbre. Por cosas así encantaba compartir el tiempo haciendo las tareas escolares con su novia de trece años. Él era un año mayor y cursaba un grado superior pero, con la excusa de ayudarle a hacer las tareas escolares, pasaban la tarde en la habitación de la niña y, bastante a menudo, terminaban haciendo aquel tipo de cosas.
– ¡Joder, córrete de una puta vez! – Dijo la chiquilla dejando por un instante de comerle la polla al muchacho. Tras la protesta volvió a la tarea con renovados bríos.
A Sofía le encantaba chupar pollas. La de su novio o cualquier otra, no le hacía ascos a ninguna. De hecho la adolescente no consideraba al muchacho como tal sino simplemente como un buen amigo al que follarse cuando su coñito se calentaba, cosa que ocurría muy a menudo. El cipote de Jairo no era el único a su disposición, tenía muchos donde elegir para aliviar su fuego uterino, incluido el papá de alguna de sus compañeras de clase. La fidelidad no era un concepto muy arraigado en ella.
A Jairo no le quedaba más remedio que tragarse sus celos si quería seguir siendo el teórico novio oficial de una de las chicas más populares de su instituto, aunque en realidad no fuese más que el primero de la larga lista de amantes de la niña.
La puerta de la habitación se abrió de improviso. Era Leticia, la mamá de Sofía, que había llegado del trabajo algo antes de lo previsto. Sorprendida con la cabeza enterrada en la entrepierna del muchacho la lolita dejó de trabajarse el cipote del chaval y, en su torpe intento de disimular sus actos, se incorporó demasiado rápido, dándose un sonoro golpe en la mesa con la cabeza.
– ¡Ay! – Dijo incorporándose mientras se frotaba la parte dañada.
– ¿Qué hacéis?
– Nada, los deberes.
– Pues a mí no me lo parecía.
– Venga mamá, no seas pesada. ¿Qué quieres?
– Quiero que, cuando termines de comerle la polla a Jairo, hagas las tareas de una vez. Estoy harta de que me llamen constantemente del instituto diciéndome que, en lugar de follar tanto, te iría mejor estudiando un poco más.
– ¡Pues no se quejan esos cabrones cuando son ellos los que me dan por el culo! – dijo la niña en su impertinente tono habitual –. Son unos bocazas de mierda.
La madre no hizo caso a la protesta.
– Por cierto Jairo, buenas tardes.
– Buenas tardes, Leticia.
– ¿Te quedarás a cenar?
– ¡Nooooo! – Intervino Sofía.
La adolescente quería al muchacho para lo que lo quería, ni más ni menos.
– No, gracias. – Dijo el otro más por temor a contradecir a su novia que por otra cosa.
– Bueno, tú mismo. No le hagas caso a la gruñona de mi hija. Sabes que puedes quedarte incluso a dormir, si quieres.
– ¡Qué noooo! ¡Que se va a ir dentro de un ratooooo! ¡Joder si sois pesados!
Leticia dejó a los tortolitos que siguieran con lo suyo. El chaval le caía muy bien. Podía parecer un chulo engreído en público pero en privado era un bendito, un buen chico… y con una buena polla. Prefería que su hija pequeña retozase con aquel muchacho en lugar de pasar las noches frente al ordenador, masturbándose delante de la cámara, haciendo las delicias de maduritos cuarentones de medio mundo. El cibersexo era algo divertido, incluso ella lo practicaba de vez en cuando, pero opinaba que cualquier experiencia real era mil veces mejor a la virtual.
– ¡Que ni se te pase por la cabeza la idea de quedarte esta noche!, ¿entendido?
– Vale, vale.
– Si quieres verme tocándome, te conectas a mi canal privado, pagas y te haces una paja, como todo el mundo.
– ¡Que sí! – Repuso él algo molesto.
– Luis me ha regalado unas bolas anales gigantescas y quiero demostrarle que puedo con ellas…
– ¿Luis?
– ¡Sí, Luis! ¿Qué pasa?
– Nada, nada. Solo digo que hablas mucho con Luis últimamente, ¿no?
Conforme hablaba el muchacho se daba cuenta de que caminaba por arenas movedizas. Si algo no soportaba Sofía eran los celos.
– ¿Qué quieres decir con eso? Hablaré… mejor dicho… follaré con quien me salga del coño, ¿te enteras? Con Luis, con el hermano de Luis, con el papá de Luis, con quien me dé la gana, ¿comprendes? Si no te parece bien, ya sabes dónde está la puerta.
– No, no. No digo nada.
– Pues más te vale. ¡Y córrete de una puta vez, que me duele el cuello, joder!
– Es que…
– ¡Es que…! ¿Qué?
– No te enfades, me encanta lo que me haces con la boca pero es que hoy hace un mes que salimos juntos…
– ¿Un mes? ¿Tanto? Ni me acordaba.
– Creí que hoy, al menos, echaríamos uno… rapidito…
Sofía se encogió de hombros. El chaval tuvo mucha suerte, cualquier otro día ella le hubiese mandado a freír churros pero aquella vez complació sus deseos. Sin nada de pudor ni erotismo superfluo la niña se limitó a bajarse los pantalones del su uniforme deportivo, llevándose en su camino las braguitas; apartó los bártulos de escritura y se sentó sobre la mesa de estudio abriendo sus piernas sin más.
– ¿No vas a desnudarte? – Dijo el chico quitándose la ropa.
– Me da pereza. ¿Me la metes o no?
– Claro, claro.
Jairo ya estaba empalmado así que se colocó en posición. Al mirar la vulva de la ninfa observó restos de esperma que, evidentemente, no eran suyos. Se guardó muy mucho de comentar algo sobre su procedencia. Por enésima vez se tragó su orgullo e introdujo su falo en el interior de la muchacha. No quería que esta cambiase de opinión, tenía muchísimas ganas de follar.
– ¡Aggg! – Murmuró él con sumo placer. El coñito de Sofía estaba muy pero que muy caliente, como siempre.
– No te emociones. A ver si vas a correrte tan rápido como el otro día. Me dejaste a medias y eso me jode mucho, ¿te enteras, picha floja?
– Tran... tranquila – Dijo él no muy convencido de poder controlar su cuerpo.
El chico comenzó a bombear y Sofía a retorcerse de gusto. La cara de ella, sonrosada como el carmín, no dejaba lugar a la duda. Podría parecer impertinente y fría como el acero pero se derretía con una buena polla como la de Jairo dentro. Le encantaba follar, aunque no repetir demasiado con la misma verga… o coño. La niña no distinguía de géneros cuando lo que pretendía era pasar un buen rato.
La puerta volvió a abrirse. Esta vez fue el papá de la chica el que los pilló en plena faena.
– ¿Es que en esta puta casa nadie llama a la puerta? – Protestó Sofía.
– Hola Jairo. – Apuntó el hombre sin hacer el menor caso a la impertinencia de su hija.
– Ho… hola, Felipe.
– Me dice Leticia que te quedas a cenar, ¿no?
– ¡Qué noooo!
– Tú no hagas caso de lo que te diga esa antipática. Te quedas y punto. Por cierto… – dijo el papá observando el hermoso cipote entrando y saliendo del coño de su niña a buen ritmo-. Lo estáis haciendo… al natural, ¿no?
– S… sí.
– Vaya. – Dijo el papá torciendo el gesto -. Hay que tener cuidado con eso.
– ¡Pero déjanos, hostia! ¡Ni follar a gusto va a poder hacer una en su cuarto…! – Gritó la chiquilla lanzándole a su padre el primer objeto contundente que encontró.
Más tarde, con el esperma de Jairo compartiendo vagina con el de unos cuantos machos más, el invitado y los cuatro miembros de la familia se encontraban sentados a la mesa. Felipe, Leticia y Leonor, la hija mayor de quince años, conversaban animadamente con su invitado. La benjamina de la casa estaba muy molesta por la presencia de su novio allí sin su consentimiento y expresaba su malestar ninguneándolo de forma cruel y descarada.
– Mira la foto que me ha mandado Luis - dijo la niña enseñándole el móvil a su hermana -. ¡Qué pollón tiene!
Sabía que a Jairo le molestaba mucho cuando hablaba de otros chicos en esos términos y más de aquel en particular.
– ¿A ver? – Dijo Leticia, curiosa -. Pues sí, está bien armado ese muchacho.
Enseguida la mujer se arrepintió de sus palabras y no por la presencia de su marido a su lado sino por la de Jairo. Era evidente que el adolescente bebía los vientos por su hija y, situaciones como aquella, no le eran plato de gusto.
– Además la usa de puta madre. Es una máquina de follar. - Remató Sofía por si quedaba alguna duda de su nulo respeto por los sentimientos del otro muchacho.
Fue Felipe el que cortó de raíz todo aquello, desviando la conversación hacia el pobre Jairo, cuya cara era todo un poema.
– Deberíais usar profilaxis.
– ¿Cómo dices?
– Preservativo, deberíais usarlo.
– Lo sé, pero…
– ¿Ya estás otra vez con lo mismo? Tomo pastillas para no quedarme embarazada… y lo sabes.
– Pero las pastillas fallan, los preservativos…
– Los condones también se rompen. Mira a Leonor, ella no estaría aquí si no fuese por un reventón…
– ¡Gilipollas!…
– “Goma rota”…
– Puta.
– Zorra.
– Bueno, en cualquier caso, ser precavido no está demás.
En aquel instante y sin previo aviso, la más niña de las adolescentes se levantó la camiseta haciéndose un selfie de sus redonditas tetas, tras lo cual manipuló de nuevo su teléfono sonriendo por su hazaña.
– ¡Sofía! – Le recriminó su madre.
– ¿Qué pasa?
– Estamos en la mesa.
– ¿Y?
– Pues que no es el momento. – Le dijo Leticia a la chica haciéndole una señal para recordándole que era su novio el que estaba a su lado.
Jairo se concentró en la dichosa patata frita que no acababa de trinchar con el tenedor. Ya no se inmutaba por aquellas cosas que hacía la niña por la que se derretía. Al principio de su relación le molestaban, pero a fuerza de repetirse en el tiempo una y otra vez, ya no se las tenía en cuenta. Ni siquiera se molestó en mirar el teléfono. Sabía que la fotografía tendría otro destinatario. O quizás varios. De hecho, el pobre muchacho tenía más fotos y vídeos con Sofía desnuda procedentes de los otros chicos que de ella misma. Y no solo desnuda sino también manteniendo relaciones sexuales de las formas más obscenas y variadas con decenas de personas. El vídeo más reciente que circulaba por las redes no tendría ni veinticuatro horas. En cuanto lo vio comprendió la razón por la que aquel diablillo de cabellos ambarinos le había dado plantón la pasada tarde: él sólo tenía una polla y los otros muchachos… tres; tantos como agujeros por complacer disponía la pequeña dictadora.
– He hablado con tu madre. Me dice que no hay ningún problema con que te quedes a dormir hoy.
– ¿Pero es que a mí nadie me escucha en esta puta casa? ¡Que se larga y punto, joder ya! – Protestó airadamente Sofía.
– No seas borde, hija...
– Seré lo borde que me dé la gana, gilipollas.
Felipe no se alteró por la respuesta recibida. La boca de Sofía sólo era amable cuando tenía una polla dentro, el resto del tiempo podía ser tan zafia y rastrera como la de un camionero.
– Os podemos dejar nuestra cama para que estéis más cómodos. Hay preservativos en la mesilla de noche. Usadlos, por favor, aunque lo hagáis por detrás...
– ¡Y una mierda! Yo duermo en mi cuarto… sola… ¿has entendido, imbécil? – Dijo a Jairo en tono airado.
– Creo que mejor será que me vaya a mi casa.
– ¿Irte? Ni hablar. Tú te quedas en la habitación de invitados…
– ¿Por qué no os vais todos a la mierda? ¡Sólo lo hacéis para joderme, subnormales!
Y sin terminarse el postre la lolita se fue a su cuarto, cerrando la puerta con violencia.
– No le hagas caso.
– ¿Crees que tendría que hablar con ella?
– Ni se te ocurra. Lo último que quiere es verte. Mañana es sábado y podréis reconciliaros toda la mañana.
Jairo asintió. Si alguien conocía bien a Sofía era Leticia, su madre.
Leonor se levantó como un resorte casi sin haber probado bocado.
– Voy… voy a preparar la cama…
– ¡Vaya! – Exclamó Leticia muy sorprendida.
Era muy extraño que Leonor se ofreciese a hacer algo en la casa voluntariamente. Casi siempre había que obligarla, por no decir amenazarla, para que realizase las labores domésticas que le correspondían. Nada del otro mundo, limpiar su habitación y poco más. La posición de la familia era desahogada y disponían de personal de servicio para atender la casa.
Leonor realizó un trabajo encomiable, en pocos minutos la estancia estaba lista. Pese a ser la mayor, la quinceañera siempre había estado a la sombra de Sofía. El aura de la hermana pequeña lo acaparaba todo, lo bueno y lo malo: el físico, la belleza, el descaro, el mal genio… todo. Pese a ser la menor, la más joven de la familia era más esbelta que su hermana o incluso que su mamá. Más pronto que tarde su cabecita emergería por encima de la de su progenitor. Sus pechos eran más prominentes y su culito más jugoso que los de su hermana, y que el del noventa y nueve por ciento de las chicas de su entorno.
Leonor era sin duda más inteligente pero algo menos agraciada. No es que fuese fea, ni mucho menos, pero es que la hermosura de Sofía era un lucero tan intenso que eclipsaba a todas las bombillitas que la rodeaban.
Cuando la ajetreada cena concluyó, todos se fueron a dormir a sus respectivas camas. Leticia le dio el beso de buenas noches a su marido y, haciéndose la dormida, esperó. No tardó mucho en escuchar la respiración densa y acompasada del cabeza de familia. Sin hacer el más mínimo ruido, abandonó el lecho conyugal y, envuelta en un brevísimo camisón de raso que a duras penas tapaba su sexo, se encaminó a la habitación de invitados, quitándose las bragas por el camino.
La puerta estaba abierta, en la penumbra pudo distinguir al cuerpo de Jairo yaciendo en el lecho, pero no estaba solo. Sobre el muchacho se dibujaba claramente la silueta de una muchacha que lo cabalgaba dócilmente. La mujer hizo una mueca maldiciendo la desesperante parsimonia de su marido para conciliar el sueño. Por su culpa, se le habían adelantado. Estaba celosa y cachonda a más no poder pero no le quedaba más remedio que esperar. Siempre podía tomar prestado algún consolador de sus hijas, en el lavavajillas de la cocina había siempre varios limpios y listos para la acción, pero prefirió quedarse a mirar la cópula de otros, una de sus mayores aficiones desde que era muy niña.
Al principio, Leticia creyó identificar a la amazona como Sofía queriendo hacer las paces con Jairo pero le pareció extraño que se le hubiese pasado el enfado tan deprisa. Eso no era propio del carácter dominante de la niña. Pronto se dio cuenta de que aquellos movimientos gráciles y acompasados con los que la amazona montaba al muchacho distaban mucho de asemejarse a los intensos espasmos y sacudidas con los que Sofía solía cabalgar a sus amantes.
La pequeña de la casa era mucho más propensa al polvo rápido y febril, al típico “aquí te pillo, aquí te mato”; actitud que le permitía cepillarse a un montón de chicos uno tras otro sin comerse la cabeza demasiado. Cuando Sofía veía algo que le gustaba lo cogía, lo usaba y después lo tiraba para que fuesen otras las que se disputasen las migajas. Que estuviera el falo comprometido o no era simplemente un detalle intranscendente que le traía sin cuidado. Ella era muy celosa con lo suyo pero con lo de los demás no tanto. Esa era su filosofía en la vida y no le había ido mal hasta entonces. Tanto su descaro como sus apetitosas curvas le habían permitido abrir muchas puertas… y muchas más braguetas.
Leticia siguió contemplando entre tinieblas la cópula de los dos jóvenes. Sólo había otra alternativa que sinceramente la reconfortó. Ya no se sintió tan mal al saber que su rival esa noche no era otra sino Leonor.
No era la primera vez que la veía tirándose a algún muchacho en directo. La niña no sería tan espectacular físicamente hablando como su déspota hermana pero tenía su encanto. Fuera del horario lectivo, hacía ya meses que ningún chico había entrado en sus bragas. Leticia lo sabía. A diferencia de su otra hija, a la que era casi imposible sonsacarle nada, Leonor solía ser un libro abierto en cuanto a comentar sus relaciones sexuales con su mamá. Compartía sin problemas sus vivencias con ella y le pedía consejo. Que los siguiera o no ya era algo distinto pero al menos los escuchaba.
A Leonor solían rondarle chicos mucho mayores que ella, incluso hombres de pelo en pecho, casados y con hijos, que sabían ver el tremendo potencial sexual de la niña. La adolescente era lo suficientemente inteligente como para no caer en sus redes ya que, liarse con gente así, era un posible foco de problemas. No todas las familias eran tan liberales como la suya y más de una compañera de su clase se había llevado una paliza de alguna esposa celosa.
Leticia comenzó a tocarse, siempre le había encantado observar la delicada forma de follar de Leonor. Era minimalista y discreta hasta para el sexo, pero tremendamente efectiva. La conocía lo suficiente como para saber que su vagina era una fiesta y la dominaba de tal modo que era capaz de exprimirle todo el jugo a cualquier polla sin apenas demostrarlo exteriormente. En la asignatura de “Educación Sexual Práctica” sus calificaciones eran inmejorables, incluso superiores a las de la cabeza loca de su hermana. A diferencia de esta, que solía ir por libre, se ceñía estrictamente al protocolo que sus profesores le indicaban, pudiendo parecer desde la más sumisa de las pasivas hasta la más viciosa de las putas.
Leticia estaba segura de que su primogénita era capaz de dejar a la altura del betún a la ardiente y viciosa Sofía si de verdad se lo proponía.
Unos cuantos movimientos pélvicos precisos bastaron para que el adolescente eyaculase de forma abundante en el interior del coño de la lolita. La niña permaneció sobre el muchacho unos instantes, deleitándose con su mudo orgasmo, sintiendo cómo la mezcla de fluidos recorría su entraña por completo. Después, cuidándose mucho de lastimar a su amante, Leonor se despegó de su montura y salió de la habitación de manera tan discreta como había entrado en ella, grácil como una mariposa.
Se dio de bruces con su mamá que rápidamente le tapó la boca:
– ¡Soy yo! ¡Pssss! Habla bajito no vaya a despertarse esa loca o el calzonazos de tu padre
Leonor asintió:
– Lo siento… - comenzó a disculparse la muchacha de forma atropellada -. Sé que no debí hacerlo pero es que… ¡tenía muchísimas ganas! Este trimestre sólo hacemos lésbico en el instituto y eso a mí no me gusta. ¡Como se entere Sofía, me mata…!
– ¡Tranquila, tranquila! Sabes que yo no diré nada. Te gusta Jairo, ¿verdad?
– ¡Es que es tan mono, es… como un osito de peluche! Parece un chulo y un engreído pero es todo mentira, es un pedazo de pan – dijo la niña con verdadero afecto -. ¡Y esa… esa… esa idiota no deja de tratarlo como una mierda…! ¡No sabe la suerte que tiene de tener un chico así…!
– … y también tiene una buena polla. – Le interrumpió su madre.
– ¡Sí, eso también! ¡Es enorme! – A Leonor le vino muy bien la oscuridad para que esta disimulase su rubor.
– ¡Pssssss…! ¡No grites tanto!
– Pero y tú… ¿qué haces aquí? – Prosiguió la lolita al descubrir el atuendo provocativo de su mamá.
– Pues… - Leticia no encontró una excusa plausible para justificarse así que decidió decir la verdad - … básicamente venía a lo mismo que tú pero te me has adelantado. Es bueno en la cama, ¿no?
– Muy bueno… y tiene un pedazo de rabo gigantesco… - dijo la chica utilizando un lenguaje impropio en ella.
– No sé qué le ve la tonta de tu hermana a ese dichoso Luis, el cipote de Jairo es infinitamente mejor.
– Yo también lo creo.
– Definitivamente esa niña es tonta – apuntó la madre en tono resignado -. En fin, ¿me has dejado algo?
– ¿Qué… qué quieres decir?
– Que si lo has dejado seco o crees que tengo posibilidades de pasar un buen rato con él.
– Creo… creo que todavía le quedan fuerzas. Tendrás que juguetear con él… ya sabes…
– ¿Te refieres a chuparle la polla primero o algo así?
– Sí. Creo que con eso será suficiente.
– Vale, veré lo que puedo hacer. Ahora, a dormir, jovencita…
– Buenas noches, mamá.
– Voy a ver si alivio algo estos calores…
– ¿Qué pasa? – Dijo la chica en tono algo preocupado - ¿Qué papá no… no te folla?
– Sí, sí. Lo pasamos bien juntos en la cama pero… qué quieres que te diga hija: tu padre se esfuerza e intenta satisfacerme pero va un poco justo de armamento… ya sabes.
– Entiendo.
Ni Leonor ni Sofía follaban sistemáticamente con sus papás como lo hacían muchas de sus compañeras de aula pero al menos una vez al año, durante la Semana del Incesto, lo hacían sin tapujos. Desde muy niña la adolescente había visto el miembro viril de su padre erecto e incluso lo había tenido dentro varias veces. Cuando era muy pequeña le parecía algo soberbio pero al crecer y probar otros no le quedó más remedio que admitir que no era gran cosa. El cipote de Jairo, a sus catorce años, era mucho mayor tanto en grosor como en longitud que el de su progenitor.
Las chicas se dieron un beso no muy casto en la penumbra del pasillo. El gusto a semen que inundó la boca Leticia le hizo saber que su primogénita había optado por una estrategia idéntica a la sugerida para poner a punto al chaval.
Jairo no podía pegar ojo. También al principio había vacilado sobre la identidad de su amante furtiva pero enseguida salió de dudas. Sofía no solía chuparle la oreja tan dulcemente, ni besarle en la boca, ni babearle el cuello de aquel modo ni mucho menos tirárselo de aquella forma tan hermosa y pausada. Estaba confuso, muy confuso. Seguía estando coladito por Sofía pero lo que Leonor le había hecho sentir aquella noche le caló muy hondo. La hermana mayor de su novia estaba considerada en el instituto como un bicho raro, una estudiosa amargada y frígida pero, a partir de aquella noche, él podía dar fe de que, al menos la tercera de aquellas cualidades, era meridianamente falsa. Su cuñada era un volcán en la cama.
Absorto estaba en sus pensamientos cuando notó una nueva presencia en su alcoba. Se asustó mucho. Pensó que, con toda probabilidad, se trataba de Sofía y, de ser así, estaba muerto. Si no cumplía con sus expectativas de sexo volvería a amenazarle con una ruptura traumática y la niña era una hembra difícil de satisfacer.
Pero cuando unos labios succionaron su falo semierecto por completo, desde la punta hasta la base, se llevó una gratísima sorpresa. La niña era una aspiradora con la boca pero todavía no había llegado al extremo de poder meterse su rabo hasta el fondo de esa forma. Ató cabos y llegó a la conclusión de que se trataba de la tercera en discordia. Entre mamada y mamada recordó alguna de las conversaciones que solían mantener con los compañeros de clase acerca de evaluar cuál de las madres del instituto estaba más buena o follaría mejor. Leticia siempre estaba dentro de los primeros lugares de esa lista de Jairo pese a no haber mantenido hasta entonces ningún encuentro carnal con ella.
Indudablemente Leticia ya no era una niña, los años no pasan en balde y superaba, aunque no por mucho, la cuarentena. Había ganado peso y perdido agilidad pero para nada las ganas de follar. Estas no habían disminuido con los años, más bien al contrario. Conforme se acercaba la menopausia aumentaba su apetito sexual y buscaba la compañía de machos cada vez más jóvenes para satisfacer su libido.
– ¡Menuda polla tienes, semental! – Dijo para sí Leticia justo antes de jalarse de nuevo el cipote hasta la garganta y más allá.
Él se limitó a suspirar y disfrutar. Creía que se le iba la vida por la punta del capullo gracias al tratamiento intensivo de la señora de la casa. Fuera de sí de gozo, agarró a la mujer del cogote y movió su cadera con la intención de introducir su pene en aquella boca sin fondo todo lo posible. Folló la boca de Leticia a conciencia, dándole todo lo que le quedaba, algo imposible de hacer con su hija pequeña.
La madre de familia estaba en trance al sentirse tratada de aquella forma tan salvaje. Estaba harta del sexo con su marido, no sólo por la brevedad de su falo sino porque el cabeza de familia había perdido la chispa de antaño y fornicar con él se había convertido en algo monótono y aburrido. Necesitaba sentirse viva y encamándose con chavales vigorosos como Jairo lograba ese objetivo. Aquellos chiquillos le hacían auténticas barbaridades y ella gozaba como una perra satisfaciéndolos.
Cuando la hembra comprobó que la dureza del palo era de su agrado se liberó de su yugo, no sin esfuerzo; Jairo ya había decidido que el estómago de su suegra era el mejor lugar donde derramar su último cartucho de esperma y se resistió como un jabato. El chaval quiso expresar su desagrado ante el cambio de planes pero no le dio tiempo. Pronto su bonito miembro viril encontró un nuevo compañero de juegos en la entrepierna de Leticia y volvió a estar en la gloria. Una vez ensartada hasta los huevos, la hembra dirigió las manos del chico hasta sus tetas. El joven llenó sus manos con los rotundos senos de la mamá de su novia y se aferró a ellos como si fuesen el último salvavidas. A ella incluso le pareció poco y utilizó las suyas para indicarle que se las apretase más fuerte. Cuando él lo hizo Leticia estuvo a punto de correrse.
La forma de follar de Leticia se asemejaba mucho más a la de su hija pequeña que a la de Leonor. Prácticamente lo violó, incrustando al pobre chaval en el colchón, dejándolo sin aliento mientras lo montaba sin piedad. De hecho, madre e hija eran dos gotas de agua no sólo a la hora de practicar sexo sino en muchas otras cosas. Es por eso que solían discutir constantemente: eran iguales.
La mujer no se acordaba o no quería acordarse de que ella, a los trece años, era tan descarada e indomable como su potrilla pequeña… o más. Casi mata de un infarto a sus padres cuando, de improviso, se encaprichó de un vividor que podría haber sido su abuelo y se largó con él a vivir a una comuna hippy. Folló y fumó hojas de la risa hasta hartarse, coqueteó con la coca y otras sustancias tanto o más peligrosas y sólo volvió al redil tres meses más tarde cuando creyó erróneamente que estaba embarazada.
Los jadeos de Jairo eran cada vez más intensos y peligrosamente audibles. Su momento de gloria llegaba de nuevo… y el de Leticia también. La mujer le tapó la boca sin contemplaciones y acabó con el pobre muchacho a base de secos y violentos espasmos de cadera. Hasta ella tuvo que morderse la mano para no chillar de júbilo. Fue un polvazo en toda regla, intenso y salvaje, como a ella le gustaba: le hacían sentir viva.
Leticia sudaba a más no poder y sin ni siquiera recobrar el aliento susurró al muchacho en la oreja:
– ¿Te… te quedarás a dormir otro día? Esto hay que repetirlo.
– S… sí. – Murmuró él haciendo un último esfuerzo.
Ella se despidió con un besito en la mejilla, como si nada entre los dos hubiera ocurrido.
– Buenas noches, Jairo.
Él no tuvo arrestos ni siquiera para contestarle. Estaba exhausto.
– Definitivamente, esta niña es tonta. – Pensó Leticia mientras buscaba sus bragas extraviadas en el suelo del pasillo-. ¡Qué polla tiene el cabrón!
Se zambulló en las sábanas junto a su marido y pronto durmió tremendamente satisfecha.
Cuando Jairo notó de nuevo una presencia extraña en su cuarto quiso morirse. Los testículos le dolían una barbaridad, ya no daban más de sí. Hasta se sintió aliviado cuando notó que la sombra se colocaba a la altura de su cabeza y recibió unos golpecitos de algo carnoso en los labios.
– ¡Ábrela! – le dijo una voz masculina tremendamente familiar.
Esta vez no hubo lugar a la duda. Tras tragar, saliva el muchacho puso su boca a disposición del patriarca de la casa. Felipe respiró profundamente y comprobó algo que ya sabía: que el novio de su niña chupaba las pollas de vicio.
Sofía no era la única que recibía vídeos sexuales a través del teléfono.
Como el resto de los progenitores, tanto él como Leticia tenían acceso a las grabaciones de las clases de Educación Sexual Práctica de sus hijas. De esta forma, comprobaban de primera mano los progresos de sus niñas en cuestiones de sexo. Que los papás intercambiasen entre sí este tipo de vídeos pornográficos era algo tan habitual que prácticamente nadie se escandalizaba por ello. Las andanzas sexuales de los menores eran incluso motivo de orgullo tanto de padres como sobre todo de abuelos. No era raro escuchar a estos últimos vanagloriándose no sólo de la belleza e inteligencia de sus nietos y nietas, sino de su facilidad para meterse una buena polla por el culo.
Socialmente estaba más que aceptado el que los propios padres fueran partícipes de esas clases prácticas de sexo, bastaba con rellenar un formulario tipo en la Secretaría del Instituto o Colegio y consensuar horarios. Sin ser como algunos padres, que acudían un día sí y otro también a follarse a los amiguitos o amiguitas de sus hijos, tanto Leticia como Felipe eran asistentes asiduos a dichas orgías en horario lectivo.
El matrimonio conocía íntimamente a todos los compañeros de Leonor y Sofía. Durante aquel trimestre, en el que dicha asignatura se dedicaba en exclusiva a las relaciones entre personas del mismo sexo, Felipe intensificaba su presencia en el aula. Romperle el culito a esos “lolitos” a los que prácticamente conocía desde la cuna era todo un placer para él.
Para su desgracia, a excepción de Orgía Fin de Curso en la que prácticamente todo estaba permitido, aquellos encuentros sexuales con adolescentes en el centro educativo se circunscribían únicamente a los compañeros de clase de sus hijas por lo que, muy a su pesar, el bueno de Jairo quedaba fuera del alcance de su verga… al menos hasta aquella noche. El jovencito le estaba regalando una felación antológica y la cosa no iba a terminar ahí. Tenía intención de ir mucho más allá.
El papá de Jairo era un vicioso empedernido y estaba obsesionado con la pequeña Sofía desde que prácticamente esta comenzó a andar. Por lo tanto estuvo más que encantado cuando el papá de su musa le propuso intercambiar los vídeos de contenido homosexual de su hijo por otros no menos explícitos de la niña. De esta forma Felipe obtuvo un montón de películas de altísimo contenido sexual del muchacho. La actitud chulesca y desafiante del adolescente hacía que los hombres acudiesen a su culo como las moscas a la miel. Y aquella noche su turno llegó.
– Date la vuelta – le ordenó.
Jairo dejó de chuparle la verga a su “suegro” y obedeció. Estaba tan sobrepasado por los acontecimientos que no tuvo la lucidez ni el valor suficientes como para negarse. Al sentir un par de cachetes en el trasero lo puso a disposición del adulto. Optó por morder la almohada al comprobar que este ni siquiera iba a tener la delicadeza de lubricarlo antes de la sodomía.
– ¿Llevas condón? – acertó a preguntar.
– ¡Abre el culo y calla, joder! - le sopló el hombre en la nuca.
El adolescente relajó sus músculos y sintió como poco a poco su intestino era ocupado por un cuerpo extraño. No le dolió en exceso, para eso servían las clases, para que momentos como aquel no le resultaran ni dolorosos ni traumáticos.
Pese a ser un alumno aplicado, el muchacho no lo pasó bien mientras Felipe le profanaba el ojete con su herramienta. El hombre era un amante pésimo y se movía torpemente pese a que en teoría no iba falto de experiencia. Jairo se sintió muy aliviado cuando el papá de su novia, al ver que no lograba acoplarse a gusto, volvió a meterle el falo en la boca. Unos minutos de académico tratamiento oral y el estómago del chaval se llenó de esperma tibio y ácido. Felipe utilizó su cabello para limpiarse el cipote pero él estaba tan agotado que se quedó dormido casi de inmediato, con la cara cubierta de semen.
– ¿Qué narices haces aquí? – Le espetó Sofía a Jairo unos días más tarde cuando el chaval llamó a la puerta de su casa.
– Yo…
– ¡Eres más tonto de lo que yo pensaba! ¿Qué parte de la frase: “ya no quiero salir contigo, vete a tomar por el culo, gilipollas de mierda”, no has entendido? ¡Lárgate de aquí, imbécil!
– ¡Le invité yo! – dijo una vocecita desde el interior de la vivienda - Tenemos que… repasar unas cosas juntos…
Sofía escuchó anonadada la voz de su hermana mayor. Cuando se giró buscando una explicación no dio crédito a sus ojos. El conjunto transparente de tanga y sujetador rosita claro de dimensiones hiperreducidas, el liguero con medias a juego y la chaquetita de gasa que lucía Leonor, unidos a su larga melena suelta, un levísimo toque de maquillaje y ligeras trazas del caro perfume que su mamá le había prestado la mostraban tan irreconocible… como irresistible.
– Co… con permiso. – Dijo Jairo apartando sin demasiada delicadeza a la menor de la familia. No podía apartar la mirada de la otra chavala.
– Mamá, Papá, Jairo se queda a dormir esta noche en el cuarto de invitados, ¿os importa? – Dijo Leonor triunfante.
– ¡En absoluto! – Contestó la mamá realmente entusiasmada.
– ¡Genial!- Apuntó Felipe desde algún lugar indeterminado de la casa.
Sofía apretó los puños hasta clavarse sus propias uñas de pura rabia. Tras un sonoro portazo se enclaustró en su habitación y ni siquiera se dignó a salir a cenar. Tuvo que colocarse los auriculares a todo volumen intentando inútilmente amortiguar el sonido de los golpes del cabecero de la cama contra la pared que, desde la habitación de al lado, le recordaban que todavía era una niña y que tenía mucho que aprender.
Fin.
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