Capítulo 7: La Marquesa se estrena.
– ¿Qué sabes del profesor Robles? – dijo María a uno de los conserjes.
No sabía por qué, a pesar de no ser especialmente alta no conseguía aquella mañana que los hombres le mirasen a la cara.
– ¿Co… cómo dice, señorita?
– ¡Venga! Que no tengo todo el día. Yo tengo de señorita lo que tú de play boy. Soy una puta. Creo que salta a la vista.
– S….sí.
– Un cliente me ha soltado una pasta para que me cepille al carcamal ese y su hijo logre un aprobado raspado.
– Bueno… no creo que eso sea muy ético…
– Estos críos son los futuros banqueros, así que no me digas chorradas. Me ha dicho que no importa lo que tenga que hacer ni a quién me tenga que tirar para conseguirlo ¿entiendes lo que te quiero decir?
– Sí... sí, claro.
– Pues eso. Si eres bueno y te portas bien te chuparé tan fuerte la polla que el calzoncillo se te meterá por el culo ¿vale?
María bordaba el papel de prostituta de carretera secundaria. Tenía una gran admiración por aquellas mujeres que ejercían el oficio más antiguo de mundo.
Ella misma había pasado un par de meses en una curva perdida de la mano de Dios. Allí había aprendido muchas cosas, tanto de sexo como sobre la naturaleza de las personas. Detrás de la mujer más puta puede esconderse un corazón de oro y, por el contrario, las que aparentan ser mejores personas pueden tener en realidad el alma más oscura y negra que una noche sin luna.
– ¡Desembucha!
– Sí… claro. ¿Qué quieres saber?
– Todo. Lo que es cierto y los rumores. Si ha tenido alguna vez algún desliz o si está enfermo del corazón – si algo había aprendido es que de las cosas más nimias puede salir una oportunidad ventajosa.
– Apenas sé nada de él. Lleva mucho años aquí, creo que desde la época de los Reyes Católicos. Es un tipo duro y exigente con los alumnos pero muy amable y educado con nosotros, el personal no docente. Y eso es raro, te lo digo yo por que normalmente nos tratan peor que a un perro…
– No te disperses. Dime algo más interesante o te vas a tener que hacer tú mismo una paja…
– Pues la verdad es que poco más… Si quieres puedo darte su dirección. Es viudo pero de vez en cuando le viene a visitar su nieta…
– ¿Nieta…?
– ¡Sí! Una adolescente muy simpática y agradable. Se le ve muy cariñosa con su abuelo…
– Sigue. Cuéntame algo más de esa chica.
– De esa sí que no sé nada de nada. Tan sólo que viene de ciento a viento a comer con su abuelo. Después él vuelve solo y poco más.
– ¿Y viene un día en concreto o…?
– No, que va. A veces una o dos veces por semana. Otras cada dos o tres. Depende.
A María le cambió la cara.
– Oye, piénsalo detenidamente. Es muy importante porque puedes ganarte el premio gordo.
– Dime – el hombre estaba muy excitado.
– ¿Viene más a menudo al principio de cada mes?
– Pues… no sé… deja que lo piense… es curioso que me preguntes eso. ¡Sí! Creo que sí. No tengo ni idea de por qué será…
– Es suficiente. Te lo has ganado ¿qué prefieres una cubana o mejor una mamada?
– Si no te importa, si tengo que elegir prefiero lo primero. Supongo que ya te lo habrán dicho pero tienes unas tetas de primera. ¿Podré correrme entre ellas? Se nota que no seré el primero que lo haga hoy.
María suspiró. No creía que una nueva mancha tuviese mayor importancia.
Sabía que el canalito que dejaban libres sus mamas era un capricho irresistible para cualquier hombre que se preciase de serlo.
– ¿A dónde vamos?
– ¿Qué?
– ¿Estás tonto? ¿Quieres que además de puta, ponga la cama? No tientes tu suerte, gilipollas. A mí no me importa hacerlo aquí mismo, pero supongo que al resto del personal no le parecería una conducta adecuada por tu parte.
– ¡Claro, claro! No sé en qué estaba pensando…
– En eyacular en mis tetas.
– ¡Sí, sí! En eso – el hombre dudó un poco – Supongo que… ¡Sí! Ahí no habrá problemas.
– ¡Qué original! Nunca había hecho una cubana en un auditorio tan exclusivo. ¡El despacho del decano!
– El Gran Ogro está en no sé qué leches de convención. No estará en toda la semana…
– Espero que no tardes demasiado. Tengo más clientes que requieren de mis… atenciones.
– Claro, claro – dijo, al tiempo que se bajaba los pantalones.
Al fino olfato de María llegó el perfume que sin duda más le atraía. Muchas mujeres rechazaban a los hombres poco aseados. A ella en cambio le volvían loca.
Su cara reflejó cierta desgana. Y no porqué aquel tipo nauseabundo comenzase a follarle las tetas, sino por que hubiese preferido comer aquel maloliente rabo hasta sacarle el último aliento.
Se dejó hacer. Ni siquiera tuvo que apretarse los senos. Su ajustada vestimenta lo hacía por ella. Si miraba hacia abajo podía como una pequeña montañita aparecía y desaparecía en el centro de la prenda que tan sensualmente cubría su pecho. Aquel tipo, sin ser Toño, no podía decirse que estuviese mal dotado.
Tras varios gemidos y espasmos, un nuevo cerco húmedo apareció en la blanca tela. María cerró los ojos y se deleitó con el aroma que ahora emanaba su cuerpo. Ni la más cara esencia le satisfacía tanto como aquella que los hombres le regalaban tan a menudo.
Después de la cubana, abandonó el edificio precipitadamente. Tenía que descansar. La mañana había resultado de lo más agotadora y productiva.
Lo de Toño estaba hecho y lo de Javi, aparentemente bien encaminado.
Al llegar a casa entró directamente en la habitación de Javi. Sorprendentemente, el chico estaba estudiando.
– Deja eso un momento. Tenemos que hablar.
– ¿Hablar? Creo que Gorka y Elena… ¡joder, menudo modelito llevas puesto! Así sí que pareces…
– Una puta, lo sé. Si no te importa, estoy agotada. Además de eso mismo quería hablarte. Tienes que reservarte para esta noche.
– ¿Esta noche? Gorka me ha dicho no se qué de una cena…
– Si te callas de una vez, podrás escucharme y enterarte de mi plan.
– Soy todo oídos.
Después de un rato escuchando a aquel pequeño demonio de ojos azules, Javi no daba crédito.
– ¿Crees que funcionará?
– Seguro.
– ¿Y Gorka?
– Déjamelo a mí. ¿Podrás hacer tu parte?
– Sin problemas. No se llega a dónde yo estoy sólo con un poco de suerte – se calló sonriente – no me pidas detalles.
– ¡Perfecto!
La velada comenzó muy animada. No se complicaron demasiado en el menú. Unas cuantas pizzas, algo de ensalada y mucha, mucha bebida.
Elena parecía, en efecto una marquesa que se había rebajado a compartir mesa con los plebeyos. Era inevitable en ella, tenía ese aire de superioridad que emanaba de las personas con un privilegiado físico.
Sin embargo, como había prometido, se comportó bastante bien en comparación con otras veces. Fingió interesarse por la vida de los chicos y conversaba animadamente con María de las cosas más triviales.
María le miraba con ojos vidriosos. La bebida comenzaba a hacer estragos en el grupo. Casi todos hablaban por los codos, excepto Toño que, poco acostumbrado a tales excesos, permanecía callado y con un movimiento de cabeza bastante sospechoso. Estaba completamente pedo y ni siquiera habían comenzado con las bebidas espirituosas.
De largo, la que más bebía era María. Una copa tras otra. Sin ni siquiera pestañear. Elena no quería quedarse atrás, hacía lo que podía. Incluso más.
Con un generoso vaso de vodka en la mano, María no paraba de parlotear. Elena le seguía el juego, segura de que la lesbiana se pondría tarde o temprano en evidencia.
– ¿Por qué no jugamos a las tascar? ¿tascar? ¡Cartas! ¡Joder, qué mierda llevo…!
Elena aprovechó el momento.
– ¡Juguemos a las prendas!
– ¡Strip Poker! – propuso Javi.
– Ni hablar que nos desplumas.
– ¿Tú qué dices, Toño?
– ¡Ji, ji, ji, ji ji! ¡ji, jí!... – apenas saldría de su boca otra expresión durante toda la noche.
– Toño no opina. Está como una cuba.
– ¡Algo más sencillo! – Intervino María – ¡Al siete y medio!
– Por mí vale. – dijo Javi.
– ¡Al siete y medio! Sin problemas – dijo Elena.
– Pero cariño…
– No seas mojigato y tengamos la fiesta en paz.
– Vale, vale.
– El que se pase, paga prenda. Y el que se quede más bajo, también.
– Vale.
– El que haga siete y medio con siete cartas, gana todo.
– ¿Y eso?
– Así se juega donde yo vengo. ¿Pasa algo?
– Tranquila. Es casi imposible – intervino Javi al quite.
– El que gana, el último que se quede con algo de ropa, decide lo que pasa después – María estuvo a punto de caerse de la silla.
– Vale, vale – Elena no dejaba de pensar lo bien que se lo iba a pasar humillando a aquella panda de frikis. Una lesbiana, un jugador y un pardillo borracho. Menuda tropa.
Gorka no estaba muy por la labor pero, después del espectáculo que habían dado unos días antes con Elena se lo pensó dos veces a la hora de expresar sus reticencias.
– ¿Quién tiene una baraja? – preguntó ingenuamente María.
– Menuda pregunta chorras – apuntó Javi.
– Bebe un poco más, María. Te estás quedando atrás – dijo Elena perversamente.
– Trae para aquí esa botella.
– ¡Ji! ¡Ji! ¡Jí!
– Será mejor que Toño no juegue. Creo que ni siquiera vería las cartas.
– ¡De eso nada! ¡O todos o ninguno! – Elena impuso su voluntad, como solía hacer.
– Vale, vale.
– ¡Reparte…!
Tras quince minutos jugando la cosa estaba más que clara. Toño no se enteraba de la fiesta y ya estaba completamente en pelotas. Tampoco parecía importarle demasiado.
– ¡Ji! ¡Ji! ¡Ji! – decía cada vez que perdía.
– Menuda tajada que me llevas, Toñito. Mañana tendrás una resaca de campeonato.
– ¡Ji! ¡Ji! ¡Ji!
La situación de María no era mucho mejor. No es que hubiese perdido muchas partidas. Lo que pasaba es que se había puesto tan cómoda para cenar que apenas llevaba prendas encima. Sólo le quedaba el tanga. Pudorosa, se tapaba lo mejor que podía las tetas con las cartas.
Elena la miraba divertida. Ella apenas se había quitado la camiseta. Javi también estaba listo, con el pantalón y los calzoncillos. Gorka… digamos que el llevar calcetines y camiseta interior le había proporcionado una ventaja considerable frente a sus compañeros. Aun así una prenda le faltaba para perder.
– Está claro quién va a ganar. Sois unos “pringaos” con suerte… – el licor había hecho que Elena volviese a ser la mandona desagradable que en realidad era. Mirando despectivamente a María le espetó – ¡Se la vas a chupar a todos estos… boyera!
– Pero, Elena… – intervino Gorka.
– Voy a ganar. No te quepa ninguna duda. Y aquí se hará lo que yo diga. El juego es el juego. El que no sepa perder, que no juegue…
Le tocaba repartir cada vez a uno distinto, excepto Toño, que no estaba en condiciones. Era el turno de Javi. Gorka estuvo listo en un segundo. Se arriesgó con un cuatro y el seis maldito hizo que sus slips apareciesen en el centro de la mesa.
Javi se plantó con un siete y Elena hizo lo mismo.
María aparentemente no ligaba una mala jugada, tan sólo tenía un as, un punto.
– Me arriesgaré. No tengo otra opción – María sonrió a Elena, que la miraba desafiante.
– Un cuatro. Mala suerte María – dijo Javi.
– Bueno, parece que sólo quedamos tú y yo, Javi.
– Espera, espera. María todavía no ha perdido. Tiene cinco.
– ¡Dame otra!
– Cinco y medio.
– Esto se pone interesante – dijo Elena condescendiente, estaba segura de ganar.
– ¡Ji! ¡Ji! ¡Ji!
– ¡Otra!
– Seis.
– ¡Sigue!
– Seis y medio…
– Menuda suerte – Gorka estaba un poco nervioso y Elena más.
– ¡Siete!
– ¡Vaya potra! Empate. Nadie pierde – intervino Elena un poco mosqueada – Tendremos que jugar otra mano…
– ¡Saca otra! – gritó María.
– ¿Pero qué dices? – Dijo Javi – ¿estás segura?
– ¡Para, para, para! – Elena se movía intranquila. Ya no sonreía.
– Si saca un medio, gano. Si no es así… pues eso – dijo María quitándose graciosamente las manos que cubrían su busto.
– Espera, espera un momento.
– ¿Qué pasa? – dijo Javi extrañado
– Pues que no me fío de ti, eso pasa.
– ¿Qué estás insinuando?
– Nada, nada. Sólo digo que me gustaría cortar la baraja.
– Bueno… en realidad no me parece justo. Me toca dar a mí.
– ¡He dicho que corto yo y punto!
– ¡Bueno, bueno! Vaya genio.
Gorka se removía en su silla, nervioso. Esperaba, por su bien, que fuese Elena la que ganase aquella partida.
María estaba la mar de tranquila, seguía bebiendo vodka como una cosaca. Javi estaba concentrado. Hasta ahora, todo iba según lo previsto, pero Elena le había obligado a dejar la baraja sobre la mesa.
Toño… seguía con su risa floja.
– ¡Ji! ¡Ji! ¡Ji!
– ¿Listas?
Javi se estaba regodeando.
– ¡Dale la vuelta de una puta vez a esa puta carta! – Elena comenzaba a perder los estribos.
– Allá voy.
Lentamente, Javi puso su mano sobre el mazo de cartas. Se recreó un instante mirando las caras de sus compañeros de partida. Los semblantes cambiaron cuando giró el cartoncito. Bueno, todos no. Toño seguía con la risa floja.
Elena se puso como una fiera, Gorka se quería morir y María… sonreía exultante.
– ¡Yujuuuuu! ¡He ganado, he ganado…! – María se levantó dando saltitos. Ya no le importaba que sus pechos estuviesen a la vista de todos… si es que alguna vez le había importado realmente.
– ¡Menuda suerte! – Javi era un tahúr consumado. Sabía disimular tan bien como hacía las trampas.
– ¡Así que era imposible! Eres un gilipollas – Elena no se hacía a la idea.
– ¡Ji! ¡Ji! ¡Ji!
– ¡Venga, venga! No seas cría. Brindemos todos juntos, pero primero… enséñanos ese cuerpazo que Dios te ha dado.
Elena no estaba muy por la labor.
– ¿Qué pasa? ¿Te rajas? – Dijo María sacando la lengua – “el juego es el juego. El que no sepa perder, que no juegue…”
– Ya sé, ya sé. No hace falta que me lo recuerdes… ¡tortillera!
– Bébete esto de un trago. Se te hará más fácil.
– Ni hablar. No soy una niña. Un juego es un juego…
– ¡Tú también! – Dijo María mirando a su compinche que no reaccionaba – ¿venga?
Javi estaba embobado. Parecía increíble. Su sueño estaba cada vez más cerca. Se desnudó a la velocidad del rayo.
Elena comenzó a desvestirse lo que le quedaba de ropa. Al principio se la veía incómoda, pero el alcohol y la cara de amargado de Gorka le hicieron el mal trago más llevadero. Incluso le lanzó a María sus bragas a la cara. La morenita siguió con su papel de lesbiana y las olió con aparente deleite.
– ¡Tú y tú! Seguidme – les dijo a Javi y a una anonadada Elena mientras les agarraba de las manos – creo que la cama de Gorka es la más grande…
– Pe…pero…
– Tú te quedas aquí. Cuidando de Toño…
– ¡Ji! ¡Ji! ¡Ji!
– Pero…
Gorka no supo qué decir. Desconsolado vio impotente como su novia y uno de sus mejores amigos entraban tambaleándose en pelotas a su propio cuarto, acompañados de la mejor amante del mundo.
Cuando la puerta se cerró ante sus ojos cerró los puños, furioso.
– ¡Ji! ¡Ji! ¡Ji!
– ¡Si no estuvieses borracho, te iba a dar una somanta de palos que te cagas!
– ¡Ji! ¡Ji! ¡Ji!
Una vez en el cuarto, Elena quiso imponerse como era su costumbre. Aquello había llegado demasiado lejos.
– Bueno, ya está bien. Creo que, como juego, es suficiente…
Javi pensó que todo estaba perdido.
– ¡Chúpasela!
– ¡Pero qué dices, niña…! Ni de coña…
El chico pensaba que ya lo había visto todo en esta vida. No podía ni imaginar lo equivocado que estaba. María parecía otra. Segura y firme, ni rastro de la chiquilla borracha que había aparentado ser durante la velada.
Lo que le dio María a Elena no fue una simple bofetada, ni una galleta, ni un cachete. Le atizó un hostión a mano abierta de padre y muy señor mío. No le importó tener que ponerse de puntillas para cruzarle la cara a la señora marquesa, ni que la otra le sacase más de un palmo de altura.
Con tal violencia le golpeó que la sorprendida panadera cayó como un saco de harina sobre la cama de su novio. Intentó revolverse, llena de ira pero sólo consiguió que su cara y su orgullo se viesen mancillados de nuevo. La segunda descarga fue todavía más violenta que la primera.
María se lanzó sobre ella y, tirándole del pelo le dijo en tono más que amenazante:
– Escucha, hija de puta. Me tienes hasta los cojones… y eso que no tengo de eso. Si yo te digo que saltes, tú me preguntas que hasta dónde. Si te digo que se la chupes a Javi, tú se la chupas hasta que se le caiga la polla a pedazos. Y si te ordeno cualquier otra cosa, la haces y punto ¿Me entiendes, asquerosa?
Elena, aterrada estaba a punto de llorar. Le ardían las mejillas y su orgullo estaba por los suelos.
– S… si
– ¿Qué dices? No te oigo…
– ¡Sí! ¡Sí! Haré lo que me digas, pero no me pegues más…
– Eso está mejor. Sé una niña buena y todo irá bien…– se giró hacia su compinche al tiempo que le guiñaba un ojo.
Javi pensó que estaba soñando cuando la mujer más escultural que conocía, su oscuro objeto del deseo, se colocaba a cuatro patas sobre la cama y abría su boca esperando ser penetrada oralmente. No se lo pensó dos veces, ni siquiera se acordó de que se trataba de la novia de su mejor amigo. Se la metió hasta el fondo, y ella comenzó la felación, nerviosa.
Lo hacía bastante peor que María, pero era más que comprensible después del tratamiento que la pequeña viciosa le había proporcionado.
María no le daba tregua a la otra chica. Se colocó detrás de ella y comenzó a lamerle el ojete. Elena no se esperaba aquello y, dejando de mamar, giró la cabeza e hizo mención de expresar su descontento.
– ¿Pasa algo? ¿Tienes algún problema? – le advirtió duramente María – Porque si es así, lo arreglo enseguida. ¡Sigue chupando y no hagas que me enfade, puta!
Elena volvió a lo suyo. No tenía más remedio. Estaba completamente sometida a los caprichos de la chiquita de ojos azules. Javier estaba en el cielo.
– ¡Y tú, semental, ni se te ocurra correrte hasta que yo te lo diga!
– Va… vale. Tú mandas.
– Pues eso… hay que estrenar este culito como está mandado… con una buena corrida dentro.
Javi aguantó como pudo. Intentaba concentrarse en cualquier otra cosa. Apretaba con fuerza para no eyacular. Elena le estaba cogiendo el gusto y ya no le disgustaba tanto someterse a los deseos de María. El pene de Javi no estaba tan mal después de todo.
– ¡Bueno… esto ya está listo! ¡Cámbiame el sitio, chaval! Es hora de estrenar este culito sabrosón.
Elena pareció contrariada cuando tuvo que dejar de chupar el caramelo. Pero pronto una nueva golosina se puso a tiro de su lengua.
– ¡Chúpame el coño, zorra! ¡Ojala pudiese verte el gilipollas de tu padre! ¡Su niña, su ojito derecho… comiendo una almeja! – María se dio cuenta mientras hablaba que aquella era una gran idea.
Elena se aplicó a fondo. Era la primera vez que lo hacía pero era una alumna muy obediente y pronto se puso al día.
– ¡Pero bueno! Menudo ímpetu… no está nada, pero que nada mal… ¡Joder! Eres una fiera…
Javi se estaba dando un respiro. Quería aguantar lo más posible y aquel pequeño descanso le venía la mar de bien.
– ¡Javi! Por el amor de Dios ¿a qué narices estás esperando?
¿Cómo…? – el chico dudaba.
– ¿Te acuerdas cómo te dije que lo tenías que hacer?
Él se limitó a asentir.
– Pues haz todo lo contrario. Destrózale el trasero a esta cabrona. Quiero que su novio la oiga gritar de dolor como una perra…
Javi no se lo pensó. Actuó y disfrutó como nunca. Clavó su cuchillo en aquel agujero virgen que tan brillante había dejado la lengua de María.
Elena soltó un alarido tremendo pero pronto sus quejidos se vieron ahogados por María que le tiró del cabello obligándola a seguir lamiendo su sexo. Le ponía cachonda ser testigo del desvirgamiento de cualquier trasero. Sobre todo si era tan espectacular como el de Elena.
Javi buscaba con la mirada a María. Le dio las gracias con los labios sin emitir sonido alguno. Aquello era demasiado para él y se vino dentro del intestino de la Marquesa.
– ¡Dios mío! ¡Qué gusto! ¡Esto es la hostia!
– ¡Que te la chupe un poco!
– No… no creo que se me vuelva a poner dura. Me he corrido como nunca…
– ¡Que te la chupe, joder! Tiene que aprender que la herramienta hay que limpiarla después de usarla…
– Entiendo – Javi se apresuró a colocarse de manera que su pene estuviese al alcance de una Elena que parecía le había cogido gusto al sabor de los néctares femeninos.
Sumisa y complaciente, la panadera rubia procedió a liberar el pene de Javi de los despojos de su corrida y otros restos. Tras una primera mamada comprobó que el sabor no era exactamente el mismo al que estaba acostumbrada. A punto estuvo de echar hasta la primera papilla. Incluso tuvo que taparse la boca con una mano para evitar el vómito. María le dio un poco de tiempo pero ni siquiera necesitó repetir su orden. Fue la propia Elena, una vez concluida su arcada, la que volvió a trabajarse con la boca el pene semi– erecto de Javi.
– ¡Buena chica! ¡Así se hace! Al fin y al cabo… es tu mierda…
Pero por mucho que lo intentó, Javi ya no volvió a ser el mismo. El alcohol hizo estragos en su aguante.
No importaba, María tenía otro as en la manga.
– Javi, cariño, ves a buscar a Toño…
– ¿Toño? ¿Con la castaña que lleva?
– Tú limítate a traerlo y coger la cámara… ya me entiendes.
– ¡Volando!
– Mientras tanto, puta, ves lamiéndome el trasero…
Javi se marchó corriendo en busca de su amigo. Tuvo que pasar por encima de Gorka que, de cuclillas en el pasillo no dejaba de gimotear. Sorprendentemente, el larguirucho no estaba en su cuarto así que se dirigió al salón. Seguramente estaría durmiendo la mona allí.
Pero al llegar lo que se encontró fue algo totalmente distinto. Toño masturbándose a dos manos con el tanga de Elena en la punta de su capullo viendo una película porno de las que María había comprado. Alternaba su estúpida risita con el nombre de la protagonista y algún que otro insulto.
– ¡Ji! ¡Ji! ¡Ji! Ce… Celia… puta…
– ¡Vamos tío! Nos ha tocado la lotería…
– ¡Ji! ¡Ji! ¡Ji!
– ¡Venga!
A pesar de que Toño era peso pluma, estaba tan borracho que no hacía ningún esfuerzo por complacer a su amigo. Su postura era un poco extraña y Javi decidió ayudarle. Sin saber cómo, el asta de Toño acabó a escasos centímetros de la cara de Javi. Este miró fijamente al agujerito que desde la punta del enorme cipote le desafiaba. En verdad era espectacular. Una gotita de esperma apunto estaba de derramarse de su poderoso recipiente. Los juegos de María tenían estos efectos secundarios. Instintivamente abrió la boca y poco a poco la fue acercando al rabo de su amigo. Su temblorosa mano a punto estuvo de aferrar aquel fantástico apéndice.
– ¡Javi, trae a Toño de una puñetera vez!
María y su orden le libraron de caer en la tentación. Tiró de Toño y entre risitas lo llevó a la habitación del pecado con la bandera de Elena en su mástil.
– ¡Cuidado no tropieces con este! ¡Joder, Gorka, menudo culo tiene tu novia!
– ¡Cállate, hijo de puta!
– Tú te lo pierdes.
– ¡Javi!
– ¡Voy!
Con Toño tumbado en la cama, Javi cámara en mano mientras María y Elena departían sobre el tamaño del torpedo aquel.
– ¿Qué te parece?
– ¡Madre mía!
– ¿A que es una pasada?
– ¡Increíble!
– Ya no te parece tan friki ¿Eh?
Elena se ruborizó de nuevo y apartándose en pelo de la cara contestó.
– Para nada. Menuda polla.
Ni corta ni perezosa comenzó a colocarse.
– ¡Espera, espera! Por ahí no…
– ¿No pretenderás que me deje meter esa cosa…?
– Ya lo creo, Marquesa. Y no sólo eso. Vas a ser tú misma la que te la metas. No creo que Toño esté en condiciones de montarte…
– ¡Ni de coña!
María miró de nuevo fijamente a la rubia. Su semblante duro indicaba que no estaba bromeando.
– ¡Hazlo! ¡Ya!
A Elena le recorrió una corriente por todo su cuerpo cuando aquellos cristalitos azules se clavaron en los suyos. Lentamente cambió de postura. No sabía muy bien cómo hacerlo así que necesitó de la ayuda de María.
– Ponte dándole la espalda. Abre bien las piernas y relaja el culo… – se giró al fotógrafo – tú no pierdas detalle.
– ¡Claro!
– Es mejor usar vaselina, pero como Javi ya te la ha clavado… no te haría mucho efecto.
La postura era difícil, sobre todo sin experiencia. A Elena le costaba mantener el equilibrio porque tenía que apuntar el ariete sobre su agujero sin poder ver.
– Tú sólo tienes que ir bajando. Yo te aguanto la verga.
– Me va a doler.
– Ni lo dudes. Parecerá que te están partiendo en dos… pero cuando aguantes cinco minutos… no querrás que termine jamás.
– Es mejor hacerlo despacio ¿verdad?
– No – y sin más María le dio un ligero empujón que hizo que el delicado equilibrio de la rubia se quebrase.
A Elena se le nubló la visión, se quedó con la boca abierta, ensartada de un golpe. Pensó que se moría y tan solo la mitad de la manguera de Toño la había penetrado. María le cogió la cara entre sus manos y le dijo.
– ¡Elena, mírame y escucha! ¡Aguanta! ¡No te desmayes! ¿Me oyes? – Intentaba que Elena no se derrumbase de dolor– ¡Sé que puedes hacerlo! Pronto tu cuerpo se acostumbrará…
Ni qué decir tiene que la otra no pudo ni siquiera contestar.
– ¡Quiero que te la metas toda! Toda ¿entiendes? ¡Tú vales mucho y seguro que puedes! Si yo puedo, tú también – intentaba motivarla – A mí me la clava entera todos los días y yo no te llego ni a la suela de tus zapatos… y también me cepillo a tu novio. Le encanta romperme el culo… aquí, en vuestra cama.
Esta última frase sí que llegó a Elena y le hizo recuperar algo de su carácter perdido. Herida en su orgullo comenzó lentamente a moverse haciendo que el chorizo de Toño fuese reptando a través de su intestino. María la masturbaba frenéticamente y sólo se apartaba para facilitar la visión a Javi que no dejaba de tirar una foto detrás de otra.
Triunfante y sudorosa Elena logró que la totalidad de la verga de Toño profanase su ano, no sin un tremendo sufrimiento.
María notó que Elena no le miraba a ella, sino que sus ojos se centraban el algo o alguien situado en detrás de ella. Ni siquiera tuvo que girarse, supo inmediatamente que Gorka estaba observándolo todo desde la puerta.
La pareja de novios no dejaron de cruzarse la mirada. Gorka la odiaba con todas sus fuerzas. Hubiese querido matarla. Sabía que ella no le era fiel pero era la primera vez que la veía follar con otro. Ojos que no ven, corazón que no siente. Y no con algún camionero de paso como se murmuraba por el pueblo, sino con sus mejores amigos. Y en su cama. Y por el culo. Y delante de una cámara.
Él, en cambio, sí que había respetado el compromiso que supuestamente les unía. Al menos hasta la llegada de María en su vida. Todos sus supuestos ligues eran una mentira tras otra. Se las inventaba para compensar las aventuras que su novia realmente sí tenía y fardar delante de sus amigos. Ni sus compañeras de universidad, ni las amigas de Javi, nadie. No conocía otro cuerpo que el de su novia de siempre. Excepto a aquel demonio que había dejado entrar el otoño anterior en su casa no había penetrado a otra que no hubiese sido su amada Elena.
Por eso no quería ir a los locales de intercambio de pareja, porque mientras su amada se cepillaba a un macho tras otro él no deseaba consumar con ninguna otra mujer. Nunca compartían reservado, así que ella jamás lo supo.
En el fondo era un enamorado romántico. Tocó fondo cuando le suplicó a una ninfómana pelirroja que le dijese a Elena lo fantástico amante que era la última vez que acudió a un local de aquellos. La tía lo hizo pero le dijo que era patético y le cogió de la cartera todo el dinero que tenía.
– ¡Hacedle lo mismo que a mí! Tres contra una – dijo María esta vez dirigiéndose a Gorka – dale tú por detrás. Eres el único que falta.
El interpelado no se sorprendió con la invitación. Sabía desde que todos eran unas marionetas en las manos de una intrigante María. Hubiese debido marcharse y no volver jamás, pero a pesar de todo, seguía amando a Elena. Y no pudo resistirse cuando su novia le dijo en un tono suplicante que jamás había oído.
– Gorka, por favor. ¡Dame por el culo! Siempre lo has deseado…y siempre me he negado. Hasta ahora – se desacopló de el estilete de Toño y mostró a su pareja el boquete que le había abierto en su ano semejante tranca – he sido una tonta. El sexo anal es… fantástico.
Como única respuesta Gorka se acercó a ver el espectáculo más de cerca. La lujuria se impuso a sus sentimientos de odio. Comprobó estupefacto como uno de sus dedos se metía en aquel agujero sin ni siquiera tocar las paredes de su esfínter. Salía un poco de sangre, pero nada del otro mundo si tenía en cuenta lo que había pasado por aquel hoyito antes virgen.
– Venga, putita, yo te explico. Ellos ya saben de qué va esto. Colócate la verga de Toño por delante…
No necesitó una segunda explicación. Era lo que más le apetecía desde que se había dado cuenta de las dimensiones de lo que Toño tenía entre las piernas. Evitó expresar el enorme placer que sentía por un extraño pudor con respecto a Gorka. Este se la clavó hasta el fondo, de un golpe, con todo su odio.
– ¡Ahhhhhh! ¡Joder! – a Elena le dolió más de lo que esperaba. Sin ser Toño, su novio no estaba tampoco mal equipado. Supuso que se lo merecía, por guarra, así que se aguantó.
– ¡Trae esa cámara! Más vale que se te ponga dura, no sea que me fastidies la foto…
– Tran… tranquila.
– Pues eso.
En efecto, después de un par de profundas mamadas, Javi volvió a ponerse en forma. Elena experimentó por primera vez en su vida una triple penetración. Pero lo cierto que, al principio, todo fue un caos.
– ¡Parad, parad un momento! – María dirigía la escena – No la saques, Gorka. Sólo escuchad. Toño la tiene tan grande que no hace falta que intentes metértela toda, marquesa. Si lo haces, no le dejas a Gorka sitio para encularte. Tienes que arquear la espalda para facilitarle las cosas.
Guió con sus manos los cuerpos sudorosos para lograr su objetivo.
– ¡Así está mejor! ¡Acción! – Dijo entre risas como si de una película porno se tratase – ¡Ni se te ocurra correrte, Javi, que nos conocemos!
– Tranquila… controlo.
Una vez aclaradas las cosas el coito transcurrió de lo más placentero para los cuatro integrantes. María dejo de hacer fotos. La batería se estaba agotando y quería reservar lo poco que quedaba para tres o cuatro instantáneas que se le habían ocurrido.
La escena era tremenda. Una mujer de medidas perfectas trabajándose a tres machos al mismo tiempo. Ninguno hablaba, tan solo emitían sonidos guturales. Se concentraban en los placeres que sus respectivos cuerpos experimentaban.
– ¡Ji! ¡Ji!
– ¿Qué pasa? – dijo Javi
– Creo que Toño se ha corrido…
Elena no podía hablar pero asintió. Sus entrañas estaban anegadas por el líquido de Toño. Jamás hasta entonces había sentido tanto una eyaculación semejante. Ella, por su parte, había sentido tantos orgasmos que su cuerpo se había hecho insensible. Tan sólo su novio le daba algo de gusto en su trasero.
– ¡No aguanto más! – gritó Javi.
– ¡Esperad, chicos! Se me ha ocurrido una cosa… hacédselo en la boca… los dos a la vez…
Gorka gruñó. Quería seguir castigando a Elena y venirse en sus entrañas, pero obedeció, como siempre.
– Abre bien la boca. Que no se diga, zorrita. No sabes estar con ella cerrada, así que no te será difícil
María volvió a encender la cámara. La siguiente foto era perfecta. Elena sudorosa y felina, mirando sensualmente al objetivo con dos vergas pujando por meterse más a dentro de sus labios carnosos.
– La cámara te adora. Deberías ser modelo… puta de mierda.
– Mmmmmmm
– ¡No se habla con la boca llena! Eres una mal educada.
– Digo que es mejor que se corran en mi cara…
– Bueno… si es lo que quieres… por mí vale.
Si Elena no necesitaba lecciones de algo era de mamar pollas. Infinidad de veces lo había hecho, con penes de todos los tamaños, formas y colores.
Alternativamente aplicaba sus conocimientos tanto a Javi como a Gorka.
Este fue el que disparó primero. A esa distancia no se puede errar el tiro. Toda su furia, todo su odio, todo su esperma estallaron en el rostro de su novia.
– ¡Ni se te ocurra limpiarte! – Ordenó María al ver las intenciones de la chavala – estás guapísima, cariño.
– No puedo aguantarme más. Apenas me queda nada dentro…
– No importa. ¡Tú, asquerosa, saca la lengua!
– Pero…
Un buen tirón en el cabello y la lengua de Elena esperaba ansiosa el viscoso fluido de Javi. Como el chico había dicho apenas un pequeño borbotón brotó lentamente de su ser. Lo suficiente como para embadurnar la punta de la lengua de Elena.
– Espera, espera. Mira al pajarito… ¡Perfecto! Ya puedes tragar.
Y lo hizo. No tenía otra alternativa.
Se dieron todos una tregua. Toño se había quedado completamente dormido y aun así su ariete seguía en plena forma. Javi estaba agotado y qué decir del resto.
– Creo que por mí ya es suficiente… llevaré a Toño a su cuarto.
– Espera. Quiero que me hagas alguna foto con Elena comiéndome el coño…
– Yo las haré.
– ¿Seguro, Gorka?
– Sin problemas.
– ¡Vámonos Toño! Menuda merluza que me llevas.
– ¡Ji! ¡Ji! ¡Ji!
– Joder con esa risita.
– ¡Ji! ¡Ji! ¡Ji!
Los dos desaparecieron por la puerta dejando a los otros tres haciendo las fotos que María tanto deseaba.
– Vuelvo enseguida… esto no ha acabado...
Gorka y Elena se quedaron solos. Se formó un silencio incómodo para ambos. Al final Gorka se decidió a volverla a tumbar sobre la cama y penetrarla vaginalmente. A Elena no le apetecía lo más mínimo. Estaba exhausta, pero no se atrevió a negar su sexo a su novio. Al fin y al cabo, los otros la habían poseído a lo largo de la velada sin objeción alguna por su parte. Ni siquiera se atrevía a mirarle. Estaba muerta de vergüenza por lo que había hecho.
Gorka no aguantó mucho. La penetraba dulcemente, como perdonándola por enésima vez sus constantes infidelidades.
– ¡Que tierno! Menuda mierda de polvo, Gorkita. Esa potrilla necesita más genio para ser montada.
– Ya es suficiente. De verdad María. Tú ganas. Ya no puedo más…
– ¿Quieres que te vuelva a cruzar la cara?
– No… eso no.
– Pues aquí se hará lo que yo diga y punto. ¿Estamos?
– Si.
– Voy a ponerte esto. Perrita.
– ¿Qué es?
– Un collar para perras. Perras como tú que no saben obedecer a su amo.
Gorka observó como María le colocaba a su novia exactamente lo que le había dicho, una correa igual que la que utilizan los amos para sacar a pasear a sus canes.
Divertido, cogió el extremo que María le ofrecía sonriente.
– ¡Pasea a esta perra! ¡Que se dé cuenta de quién manda aquí! ¡Tú eres su dueño y no al revés! ¿Comprendes?
Entendió la metáfora. Le enseñaba como debía tratar a Elena a partir de entonces. Debería dejar de complacerla siempre y ser él el que llevase las riendas de la relación.
– Esto parece “el encantador de perros”
– En efecto – María no pudo evitar reírse abiertamente de la ocurrencia de Gorka – Aunque yo no llevo perilla.
Comenzó el paseo. María iba a apuntar algo pero Gorka se adelantó.
– ¿Desde cuándo las perras caminan a cuatro patas? ¡Al suelo!
Elena obedeció. Estaba completamente sometida. Ni rastro de la Marquesa y sus aires de grandeza, no era más que eso, una perra.
– ¡Vámonos al baño! Tengo ganas de orinar – dijo cogiendo de la cintura al chico – ¿tú tienes ganas?
– Bueno… ahora que lo dices…
– ¡Perfecto!
– ¡Méala!
Gorka meneaba la cabeza. Aquello era demasiado.
– ¡Tú, puerca, abre la boca de una puta vez si no quieres que sea yo la que te obligue!
– Pero…
– Recuerda todo lo que te ha hecho. Las veces que te ha humillado en público. Las veces que te ha puesto los cuernos. Las veces que te ha dejado colgado y se ha largado con cualquier otro. Si hasta se ha dejado dar por el culo como una golfa mientras que a ti no te dejaba ni siquiera acercarte…
– Las veces que se ha tirado a mi padre…
María no tenía ni idea de aquello pero lo aprovechó en su beneficio inmediatamente.
– Las veces que se ha tirado a tu padre… Joder, Elenita, eres una zorra de cuidado.
Ella intentó decir algo en su favor pero un torrente de orina le llenó la cara de líquido amarillento.
– Eso está muy bien. ¡Abre la boca, que te meto, guarra!
Al fin y al cabo María era bastante condescendiente con Elena. Ella solía tener menos suerte con sus clientes. La mayoría le obligaban a tragarse aquel fluido nauseabundo.
Elena estaba a punto de estallar. María se dio cuenta y largó a Gorka con viento fresco.
– ¡Largo, gilipollas!
– Pero…
– Vete a dormir, que Elena y yo tenemos que hablar. De mujer a mujer.
Con la polla todavía chorreando, el sorprendido Gorka se vio fuera de aquel recinto en menos que canta un gallo.
En cuanto el cerrojo se cerró no pudo resistirlo más y comenzó a llorar como una niña pequeña. Con la cabeza entre sus rodillas se acurrucaba en la bañera totalmente empapada.
– ¡Sólo lo hice una vez! ¡No es justo! Juró que no se lo contaría a Gorka…
María según su costumbre continuó callada.
– Fue el verano pasado. Fui a buscar a Gorka pero le encontré. Su padre estaba solo en casa. Me invitó a entrar y no sé cómo narices acabamos follando en la piscina…
– No pasa nada. Tranquila…
– Me hizo prometer que no lo contaría a nadie y luego va el gilipollas y…
– Los tíos son todos unos cabrones…
– Sí…
María había comenzado a llenar la bañera con agua caliente. Utilizó la ducha para limpiar a Elena de manera delicada. Rebuscó en el armario hasta encontrar unas sales de baño carísimas. Se esmeró en ocultar la etiqueta. Los chicos no tenían ni idea pero seguro que Elena se hubiese preguntado que cómo una supuesta casi indigente disponía de aquel frasquito valorado en no menos de trescientos euros. María se comportó como una amiga de toda la vida con aquella desgraciada. Se colocó a su espalda y le pasaba una esponja natural sobre la nuca y los brazos. De vez en cuando la besaba en la mejilla o en el cuello. Estuvieron una hora dentro, confesándose secretos e ilusiones.
– Y ahora dime en serio. ¿Qué tal lo has pasado esta noche?
– Al principio pensé que era una pesadilla, ya sabes… pero después… ha sido una pasada.
– ¡Toño!
– ¡Es tremendo! ¡Menuda vergota! ¿Quién podría pensarlo?
– Eso te enseñará a no juzgar a las personas por su apariencia.
– Empiezo a creer que lo tenías todo planeado…
– ¿Yo? ¡Qué va! – dijo María intentando disimular su risa.
– Cabrona, me has engañado como a una prima. He comido el anzuelo con caña y todo. Tendré que hablar con ese Javi muy seriamente…
– ¿Para?
– ¡O me enseña a hacer eso con las cartas o le arranco los ojos!
Las dos rieron.
– Sé que es difícil cambiar el temperamento de una, pero creo que deberías aprender a dar al menos una oportunidad a las personas.
– No creo que pueda pero al menos lo intentaré. Te lo prometo.
– No te creo… ¡a mi cama! ¡Ahora!
Elena no tuvo objeción alguna. Se secaron mutuamente entre juegos y caricias. La rubia admiró la belleza de aquella otra chica que, si bien a su lado parecía una niña, tenía atributos de lo más apetecibles para los hombres… y para las mujeres.
El sol de la mañana las sorprendió abrazadas. Elena fue la primera en despertarse. Sacó con cuidado de la vagina de María aquel enorme consolador negro que tan buena noche les había hecho pasar a ambas. Salió al pasillo dudando acerca de la reacción de Gorka cuando la viese entrar en su cuarto. No hizo falta. Su ropa y sus cosas estaban apiladas desordenadamente junto a la puerta de su novio. Se vistió, aguantando su llanto y se marchó lentamente. Jamás volvió a entrar en aquel piso.
– – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – –
– ¡Me cago en la puta, pesas como un muerto!
– ¡Ji! ¡Ji! ¡Ji!
– Mañana no vas a recordar ni cómo te llamas.
– ¡Ji! ¡Ji! ¡Ji!
– ¡Ahí te quedas, risitas!
– ¡Ji! ¡Ji! ¡Ji!
Tumbado sobre la cama se quedó el bueno de Toño, con los ojos cerrados. Javi lo miró sonriente y se dio media vuelta en dirección a la puerta. La abrió y apagó la luz. Se volvió a cerrar, pero el pasillo permaneció desierto.
Hacía tiempo que Javi no mamaba ninguna polla. Desde sus años en el internado. El padre Fabián les daba dulces y golosinas a cambio de… de aquello. Jamás pasó de ahí, del sexo oral. Al menos él. Pero ahora era distinto, y no sólo por el tamaño del estilete, sino que por primera vez lo hacía por gusto. Durante aquella noche mágica todo estaba permitido. Toño estaba completamente pedo. No recordaría nada. Jamás tendría otra oportunidad de saborear semejante aparato. Y a buen seguro que lo hizo. Dudó un poco al principio, no sabía si recordaría cómo hacerlo. Pero la felación es como ir en bicicleta. Cuesta aprender pero jamás se olvida. Un cuarto de hora después obtuvo su premio.
– ¡Ji! ¡Ji! ¡Ji!
Satisfecho y feliz se encaminó a su cuarto. Al pasar por delante del baño oyó como las chicas reían y chapoteaban en el interior.
Pensó en María. Era increíble. Estaba deseado aprobar la dichosa asignatura del señor Robles. No es que le importase mucho, pero todavía con el sabor de Toño en su boca, la idea del trío cada vez se le hacía más atractiva.
Capítulo 8: Abuelito dime tú.
– ¿Quién cojones será? ¡Ya va! ¡Ya va!
A la mañana siguiente del estreno de la Marquesa, alguien llamó a la puerta insistentemente. Eran las ocho de la mañana y aparentemente todos los que vivían en el piso todavía continuaban dormidos. Fue María la que, con bastante mal genio, respondió a la llamada del impertinente timbre. Según su costumbre utilizó la mirilla. Un nervioso hombrecillo de generoso mostacho se frotaba las manos nervioso. María lo reconoció. Era el vecino de abajo.
– ¿Qué narices querrá este idiota? – pensó María mientras le abría la puerta.
– Bu… buenos días. Perdona. Mejor será que venga más tarde… cuando estés… vestida.
María ni se había dado cuenta de que estaba como su madre la trajo al mundo.
– Perdone. Pase, pase. Voy a ponerme algo.
– Si insistes…
Cerró la puerta al pasar. María enseguida volvió con un albornoz cortito… muy cortito… demasiado cortito. Tampoco se esmeró mucho en cerrarlo correctamente.
– Dígame.
– Verás… es un poco violento. Somos unas personas razonables… abiertas. Nunca hasta ahora hemos tenido queja de vosotros. Al menos nada importante… la televisión un poco alta a veces, pero nunca a horas intempestivas. Alguna fiestecita de vez en cuando pero, qué demonios, también nosotros las hacemos… no somos tan viejos, ¿verdad?
La mirada de María y su arte del silencio hacían estragos en el hombre.
– Bien. Mi mujer cree… nosotros creemos que… lo de anoche… lo de anoche sobrepasó cualquier límite del decoro. Ya me entiendes. No es por nosotros, es por nuestra hija. Es demasiado joven y… mi mujer… creemos que no es bueno que una niña escuche… lo que se oía esta noche… toda la noche – el hombre dejó su discurso más o menos ensayado – Pe… pero… ¿qué haces?
– Chuparle la polla, desde luego. Es lo menos que se merece.
– Pero….
– ¡Cállese y disfrute! Estará como una moto con el espectáculo que le hemos dado. Seguro que a su mujer le da asco…
– ¡Ni… ni hablar! Yo… felizmente… casado…mi… mi mujer…
Se rindió a los encantos de María. Ella se empleó a fondo, no era cuestión de que los chicos se despertasen y la viesen en plena faena. A punto estuvieron de caérsele todos los pelos del mostacho de puro gusto al hombrecillo aquel. Cinco minutos después no sabía ni a qué narices había subido a aquel templo del sexo.
– Así pues, todo arreglado – dijo María limpiándose con la manga del albornoz – no se preocupe, no volverá a ocurrir. Dele nuestras más sinceras disculpas a su señora y dígale que si algún día le hace falta algo, azúcar, café o un polvo no dude en subir a pedírnoslo. Tanto como mis compañeros como yo haremos cuanto esté en su mano para satisfacerla.
El hombre abandonó escandalizado la vivienda aún subiéndose la cremallera del pantalón, pero María todavía le gritó mientras bajaba por las escaleras.
– Y si su niña va floja en alguna asignatura, mis compañeros de piso son unos excelentes profesores. Seguro que se ofrecen a darle un buen repaso… digo… clases de repaso sin ningún problema.
Sin aquel dolor de cabeza, María no hubiera dejado de reír en un buen rato.
– ¡Otro calzonazos! – dijo mientras se dirigía a prepararse el desayuno.
Le hubiese gustado tomarse el día libre pero no podía. Tenía una lista de espera de clientes interminables. Todos querían pasar un rato con la morenita de ojos azules a la que se le podían hacer todo tipo de aberraciones. Mientras revolvía el café repasaba mentalmente las tareas del día.
– Primero el ciego con su pastor alemán, luego poner el culo un par de veces y de postre… de postre el cónsul japonés y su mierda. Vaya mañanita, sobre todo después de lo de anoche. Y luego, de detective privado.
Se vistió rápidamente sin prestar demasiada atención ni a su higiene ni a su atuendo. Se colocó las gafas y volvió a ser la chica acomplejada que todo el mundo veía. Le dejó la cámara de fotos a Gorka junto a su puerta con una nota en la que le decía que hiciese con ella lo que quisiese. Bajó corriendo las escaleras y en el portal se encontró de nuevo con su vecino y su bonita hija en uniforme. Sin duda a la adolescente se le había hecho tarde y había perdido el autobús escolar.
– ¡Espérame fuera, Bianca! Tengo que decirle algo a esta señorita.
– Sí papi.
María estaba dispuesta a escuchar de nuevo la bronca del hombre del mostacho. Pero no ocurrió eso.
– Que sepas, putita, que mi mujer la chupa incluso mejor que tú…
Y le dejó con un palmo de narices. María había tenido una ración de su propia medicina. Había juzgado a la señora según una primera impresión totalmente desacertada. No tenía tiempo que perder. El taxi se perdió por las calles de la ciudad.
María no tuvo suerte aquel día, ni al siguiente, ni al otro, ni al otro. La fecha del examen de Javi se acercaba y ella… ella no tenía nada contra aquel viejo.
Estuvo a punto de desistir. Hacía guardia en el pasillo de entrada de la facultad. Se mezclaba con el resto de los estudiantes para pasar desapercibida. Incluso hasta el mismo Javi se cruzó con ella un par de veces y ni siquiera la reconoció.
Pero un día tuvo su recompensa. Como aquel desgraciado que le cubrió su pecho con esperma le había dicho, una bonita adolescente con uniforme escolar esperaba sentada en uno de los bancos exteriores al edificio. Se la veía un poco nerviosa.
María reconoció enseguida aquel uniforme.
– Una colega. Una Paula. – murmuró.
La chiquilla vestía el uniforme característico de las alumnas de la Orden de San Vicente de Paúl, esto es, una Paula como vulgarmente se las conoce. En su ciudad natal tenían fama de ser las adolescentes mas… abiertas de entre todos los colegios católicos del lugar.
Se acercó disimuladamente a ella pero pronto tuvo que darse la vuelta. Aquello sí que no se lo esperaba. Era una casualidad tremenda. Menuda racha llevaba. Primero la fiestecita de Elena y ahora esto.
Al momento apareció el abuelo aquel. María ya lo conocía, le había visto deambular por aquel vetusto edificio con su cara de amargado. Se acercó a su nieta y se dieron un par de besos en la mejilla. Lentamente comenzaron a andar, seguidos por una excitada María que, cámara en ristre rezaba para que no cogiesen ningún tipo de medio de transporte.
La pareja conversaba animadamente. Al principio les separaba más de un metro de distancia. Pero conforme se fueron alejando del campus el abuelo se fue tomando más confianzas. Primero se cogieron de la mano. Después le pasó el brazo por encima del hombro y, para finalizar le acariciaba el costado cogiéndola por el talle. A María le faltó tiempo para inmortalizar cada uno de aquellos detalles. Aquella cámara era fantástica. Uno de los mejores tres mil euros invertidos en su vida.
Para cualquiera que los hubiese visto no era nada del otro mundo pero dadas las circunstancias, el más pequeño detalle era importante. Lo cierto es que a María le pareció un poco raro.
Alrededor de la universidad proliferaban cafeterías y restaurantes que por un precio razonable ofrecían al cliente menús más que aceptables. En cambio, aquella pareja se había alejado bastante del lugar, adentrándose en la parte menos recomendable de la ciudad, con callejuelas estrechas y callejones oscuros. No era el lugar más adecuado para que un abuelo caminase con su nieta.
María no conocía demasiado el barrio pero hubiese jurado que ahí no había ningún establecimiento dedicado a la restauración. Al doblar una esquina el hombre ya había perdido su vergüenza y su mano recorría el cuerpo de la chiquilla con todo el descaro del mundo. Ella no decía nada. Al contrario, reía encantada con las caricias de su abuelo.
Era un callejón infame. Dos prostitutas algo maduras conversaban animadamente, mirando de reojo a la extraña pareja. Al fondo, un cartel mugriento de neón al que le faltaban algunas letras con la palabra “Hostal”.
María estaba exultante. Su intuición no le había fallado. Se apostó de manera que no podía ser vista. El zoom de su cámara era tan potente que hasta distinguía los carmines corridos de aquellas viejas putas.
María puso el dial de la cámara en modo vídeo. Aquello prometía. Al pasar junto a las prostitutas, la chiquilla les hizo un gesto de saludo a las espaldas de su abuelo.
– Parece que no es la primera vez ¿Eh, bonita? – murmuró María desde su atalaya
La extraña pareja anduvo por el empedrado hasta llegar a la escalinata que daba acceso al hostal. Afortunadamente para María permanecieron allí un rato. Se giraron de manera que la paparazzi pudo captar claramente las caras de sus investigados. Parecían más dos tortolitos que parientes.
– ¡Viejo verde! – musitó María.
El hombre fue el primero en entrar. La chiquilla no perdió el tiempo y sacó de su mochila escolar un espejito de mano y un lápiz de labios. Apenas concluyó de retocarse cuando el viejo profesor volvió a aparecer por la puerta. Ella recorrió pícaramente sus labios con la punta de la lengua y ambos entraron en lo que a María se le antojó su nidito de amor.
Media hora después la puerta se volvió a abrir. De ella salió la vivaracha adolescente con una bonita pulsera en su mano. No dejaba de mirarla y juguetear con ella.
Si la felicidad tuviese cara sería como la de aquel anciano profesor. Sonreía de oreja a oreja. Se notaba que había pasado un buen rato.
– Un cliente satisfecho. Eso es importante. – María no dejaba de pensar.
Recorrieron el camino de vuelta hacia el comienzo del callejón. Al llegar al final se despidieron decorosamente, con un beso del “abuelo” en la frente de su “nieta”. Cada uno tomó una dirección distinta.
María tenía suficiente material pero permaneció escondida recogiendo la cámara en su funda. Sin embargo, cuando iba a abandonar su atalaya observó cómo la chiquilla volvía al callejón. Le faltó tiempo para volver a tomar fotografías de lo que pasaba.
La chiquilla se dirigió a las prostitutas y comenzó a hablar animadamente con ellas. Incluso aceptó de una el cigarrillo que le ofrecía. Les mostraba la pulsera y las tres reían, como si fuesen viejas amigas. De repente su tertulia fue interrumpida por un hombre barrigudo, bastante desaseado y sudoroso. Parecía dirigirse directamente a la más joven.
Al principio la chica negó con la cabeza, como si no supiese de qué le estaba hablando. Él, nervioso, sacó un fajo de billetes y le tendió uno a la chiquilla.
– ¡Di que no, bonita! Tú vales mucho más que eso – murmuró María
En efecto, el barrigudo tuvo hasta que triplicar su oferta para conseguir la sonrisa complaciente de la lolita. Apenas comenzaron a andar, una puta le ofreció una especie de paquetito blanco pero ella lo rechazó con una mueca. Se las ingenió para sacar de su mochila estudiantil un paquete mucho mayor. Esto provocó la carcajada en las dos trabajadoras del sexo.
Con la mochila a su espalda y dando infantiles saltitos acompañó al hombre hacia lo más profundo del callejón. Mientras caminaba, se hizo una funcional coleta en el pelo, utilizando para ello una gomita que llevaba en su otra muñeca.
A plena luz del día, detrás de unos contenedores verdes, el hombre se apoyó de espaldas contra la pared del establecimiento hostelero. Frente a él, la jovencita sonreía y, ayudada por sus dientes, abrió una especie de burbujita plateada, metiéndose acto seguido su contenido en la boca.
Al tiempo que la cabeza de la adolescente desaparecía del objetivo de María el hombre alzaba la suya y ponía sus ojos en blanco. En la distancia podía observarse como respiraba trabajosamente a través de su boca entreabierta.
– ¡Vaya, vaya con la jovencita! –Murmuró entre dientes María – ¡se ve que ha salido a su madre!
Unos minutos más tarde, la lolita correteaba hacia sus dos veteranas amigas, le daba un billete azul a cada una y sus ligeros pies le llevaron lejos de aquel lugar tan poco recomendable. Su faldita escocesa, de tonos bermellones y negros hacía las delicias de todo aquel que se encontraba en su camino.
A María no le hacía falta seguirla. Sabía perfectamente dónde vivía.
– ¡Me cago en mi puta madre! ¿Se puede saber cómo narices lo has conseguido?
– Secreto profesional.
– ¿Qué ha pasado? – dijo Toño extrañado
– ¿Que qué ha pasado? El viejo me ha aprobado… La asignatura del enano gruñón… ¡qué pasada!
– ¿Robles? No me lo creo… ¿estudiaste mucho?
– ¡Qué va, nada!
– Bueno, algo harías. Si no, no creo que…
– Firmé y punto. Te lo juro – Javi no se lo creía – bueno, no es del todo cierto. Como me dijo María le hice un resumen de la película esa… Lolita.
– ¡No jodas! Y eso qué narices tiene que ver con…
– ¿Con su asignatura? Nada de nada… ¡Es cosa de María!
Toño asintió. Sabía lo persuasiva que su compañera de piso podía llegar a ser. De hecho él mismo tenía que irse. Había quedado con Elba.
– Bueno, tío. Sea como sea, me alegro un montón por ti. Tengo que irme.
– Esta Elba te tiene acaparado.
– ¿Celosa?
– Un poquito.
– Te jodes.
– ¡Oye, no te pases! Si lo sé, no te ayudo…
– Venga… si eres buena y me esperas despierta puede que te haga una visita.
– Aunque esté dormida, tú entra.
– ¡Espera, espera! ¿Y las normas?
– ¡Que les den por el culo a las normas! ¡Quiero que Toño me dé por el culo a mí!
– ¡Cómo eres!
– ¡Y parecía una mosquita muerta cuando entró por primera vez a esta casa!
– ¡Seréis cabrones! ¡Como os pille, os sacudo!
Los chicos fingieron huir y ella que los perseguía. Ambos desaparecieron por la puerta principal.
Lo pasaban bien juntos, pero no era como antes. Toño había comenzado a salir con Elba. Aun así no desaprovechaba la ocasión de revolcarse con María de vez en cuando. Javi era un vicioso del sexo así que se la seguía cepillando a todas horas a pesar de que, cada vez que cerraba los ojos no podía olvidar el aparato de su amigo, su olor, su sabor…
Lo que sí había cambiado era la relación con Gorka. Evitaba a María descaradamente. De un tiempo a esta parte apenas hablaban. Desde la dichosa noche de la primera sodomización de Elena.
María había intentado conversar seriamente con él pero el chico no atendía a razones. Ni siquiera le dejaba explicarse. Simplemente se negaba siquiera a escucharla. Así que María desistió. Ella dejó de insistir, tarde o temprano se le pasaría.
Ni siquiera le oyó entrar. Con sus auriculares puestos a todo volumen sobre la cama intentaba pintarse las uñas de los pies de color negro. De espalda a la puerta de su cuarto, le pilló totalmente desprevenida. Sintió como le agarraban del cabello y una fuerza desmedida le lanzaba contra el cabecero de su cama, dándose de bruces en él. El líquido negro manchó la pared como uno de esos test de personalidad. Desorientada por el dolor María se giró hacia su agresor. Encontró en la cara de su amigo esa mirada de un loco asesino, de un poseído por la incontrolable ira, estaba fuera de sí. Esa mirada de ido, de furia, de odio. Esa mirada que tanto excitaba a la chica.
La rojez de sus ojos y el fuerte olor a tequila le hicieron saber a María que aquello iba para largo. No se resistió, ni intentó defenderse, ni tan siquiera esquivar los golpes. Una vez tras otra el puño del muchacho alcanzaba el rostro, el abdomen o cualquier otra parte del inerte cuerpo de María.
Si bien el primer golpe la pilló totalmente fuera de juego, el segundo hizo que de su vagina brotase tanto líquido como sangre salía por su nariz. Y los sucesivos orgasmos que sintió fueron provocados por las feroces descargas de su maltratador. Sin necesidad de penetración, caricia o roce, más bien al contrario, a base de hostias alcanzó el clímax.
No gritó, y si lo hubiese hecho hubiera sido por placer y no por dolor.
– ¡Todo esto es culpa tuya! ¡Eres una… una puta manipuladora…! ¡Mereces morir! ¡Has arruinado mi vida!...
A María se le nubló la visión. Las manos de su agresor le apretaban tanto el cuello que comenzó a faltarle oxígeno. Con su último aliento suplicó:
– ¡Fóllame cuando esté muerta!
¡María! ¡María! – una voz parecía llamarla desde algún sitio– ¡Dios mío, no te me mueras! ¡María!
Lentamente, la chica comenzó a ser consciente de lo que le había pasado. Le dolía todo el cuerpo y tenía el labio partido. Incluso intuyó, dada su experiencia, que alguna de sus costillas no estaba del todo entera.
– ¡María! ¿Pero qué he hecho? ¡No te mueras, pequeña! – Era Gorka el que sollozando intentaba reanimarla – ¡Perdóname, chiquilla! ¡Soy un animal!
– ¡Pe… pegas como una… niña!
– ¡María! ¿Estás viva? – ahora lloraba pero de alegría – ¡perdóname! Estoy… estaba borracho. Y…
– ¡Ayúdame… a… levantarme! – María respiraba trabajosamente – Pues claro que estoy viva. ¿Qué tipo de enfermero vas a ser tú?
– Ni hablar. Voy a llamar a una ambulancia…
– ¡De eso nada!
– Tiene que verte un médico.
– ¿Por esto? Esto no es nada. Me han dado palizas mucho peores, créeme.
– ¿Cu… cuándo?
– Mi padre. Es una larga historia. ¡Ayúdame, joder!
– ¿Qué… qué quieres?
– ¡Quiero verme la cara!
– ¡No… no creo que debas!
– ¿Qué pasa? ¿Ahora tienes vergüenza? Deberías haberlo pensado antes de darme una paliza ¿no crees?
El chico, en efecto turbado, bajó la mirada. Ayudó a su maltrecha compañera a levantarse y colocarse frente al espejo.
– ¡Muy bonita! Me has dejado como un mapa – dijo ella al ver su imagen reflejada – No te preocupes. Eres un principiante, apenas se notará nada mañana. Un poco de maquillaje y listo.
Sin embargo, cuando Gorka le ayudó a quitarse la sudadera lo que apareció debajo no tenía tan buena pinta.
– ¡Dios mío!
– ¡Nada, nada! Sin problemas… – Se tocó un tremendo moratón que tenía en el costado – cre… creo que… no está rota. ¡Joder!
– ¿Te duele?
– ¿Tú qué crees?
– ¡Lo siento!
– Ni siquiera el labio necesita puntos. La herida es por dentro, ¿ves?
– ¡Quita, quita!
– ¡No me jodas! Ahora será que le tienes miedo a la sangre.
– ¡No es eso! Me siento muy mal. Soy un mierda. Deberías…
– ¿Si?
– Deberías denunciarme.
– ¿Por esto? Tonterías.
– Lo digo en serio.
– Y yo también, tonto. Pero no te creas que vas a salirte de rositas. Primero vas a curarme las heridas como dios manda, después vas a tomar conmigo un relajante baño y después, antes de hacerme el amor, me vas a decir a qué se debe este repentino arrebato.
– ¡Es que…!
– ¡La nariz, hostia!
– Vale, vale. A la orden. Te pareces a…
– ¿Elena?
– Sí
– Vamos al baño. Allí hay de todo.
– ¡Aaaauuuuu!
– Ni te has quejado durante toda la paliza y ahora, por un poco de agua oxigenada sollozas como una niña.
– Esto me escuece y lo otro…
– Dime…
– Lo otro… me pone.
– ¿Qué?
– Que me gusta, joder. Me va ese rollo. Pareces sordo.
– ¡Que te…! ¡María, estás enferma!
– ¡Bueno… eso dicen! Pero por lo menos no soy una maltratadora que pega a las mujeres.
– ¡Tocado! Aunque creo que a Elena le diste una buena hostia.
– ¡Dos! ¡Y se las merecía! Había que bajarle los humos y como tú no tienes cojones… ¡haaayyyyy!, pues eso – María se impacientaba. No le gustaba expresar debilidad alguna – Acaba ya, que la bañera está a punto de rebosar.
– Ya voy. Ya voy. Soy un profesional – Gorka estaba más animado. Al parecer la chica no le guardaba rencor.
En la bañera, María ocupó el lugar en el que Elena había estado un tiempo antes. Tras ella, Gorka se deshacía en mimos y caricias.
– Vamos a casarnos.
– ¿Nosotros?
– No seas gilipollas. Elena y yo. Vamos a casarnos.
– Bueno, eso está bien. En el fondo es una buena chica. Pero mejor cuando acabes la carrera…
– A final de junio, cuando acaben las clases.
– Pero…
– ¿Qué por qué? ¿Tú qué crees? ¿Por qué se casan dos jóvenes de nuestra edad hoy en día?
– ¡Está embarazada!
– Tú lo has dicho.
María se quedó muda.
– Sé lo que te estás preguntando. Que cómo narices sé que es mío. Lo cierto es – el chico respiró profundamente y se tomó un respiro– lo cierto es que no lo sé. ¿Acaso importa? Lo único que sé es que la amo y que querré a ese niño con locura sea mío o de la docena de cabrones a los que se ha tirado este mes. Si la perdiese, me moriría.
– Pues no sé qué decirte, enhorabuena supongo. Un niño siempre es una alegría.
– Eso no es todo – dudó un momento, intentando suavizar la noticia – No estáis invitados a la boda.
– ¿Y eso?
– Va a ser casi clandestina. Cosa de los pueblos pequeños, ya sabes. Los más allegados y poco más.
– Entiendo. Bueno… en realidad no lo entiendo pero lo respeto.
– Mi madre está de los nervios. Ella quería que su único hijo tuviese la boda que se merece y ahora…
– ¿Qué pasa? Pues vaya tontería. Deberíais tener una ceremonia como todo el mundo. Hoy en día lo de casarse de penalti es lo más normal.
– Eso es cierto.
– Pues échale un par de cojones. Plántales cara a tus padres y diles que quieres una boda por todo lo alto. Si la novia tiene tripita qué más da, seguro que será la más bonita del mundo. Y qué es eso de que tus compañeros de piso no vayan a tu casamiento. Ni de coña. Iremos los tres y o te montamos un pollo de cuidado.
– ¿En serio?
– Te lo juro. Además… – María le agarró un testículo a Gorka – los hombres vestidos de novio me ponen cachonda perdida. Y no te digo nada las mujeres con esos picardías blancos… ¡hummm! Me corro sólo con imaginar a Elenita con uno de esos… ¡y con tripita!
– María, María. Eres de lo que no hay – contestó el chico agradecido.
Gorka dudó un momento en lanzar su última pregunta, intentaba secar a la chica como si temiese romperla
– En serio me pediste que te follase si te mataba.
– ¡Sí! ¿Por qué?
– No por nada.
– ¡Cortito! – dijo burlona María – leí en algún sitio que decir algo así puede salvarte la vida. Y lo ha hecho ¿no?
– Ya veo – dijo Gorka nada convencido.
Gorka elevó a María entre sus brazos y la llevó hacia su cuarto.
– En la mía. Llévame a mi cama, por favor.
– Estará manchada… con sangre.
– No importa, de verdad.
– Será mejor que lo dejemos para otro día.
– ¡No, por favor!
– No hay más que hablar. Tienes que descansar.
María se conformó. El costado le dolía hasta casi no dejarla respirar y, con el cuerpo relajado, los diferentes golpes comenzaban a molestarla cada vez mas.
– Te traeré hielo para en labio.
Arropó a María como si fuese una madre. Arrepentido por su arrebato, se deshizo en atenciones con la morenita.
Antes de apagar la luz y dejarla descansar le hizo la maldita pregunta, esa que hacen siempre los hijos de puta que pegan a las mujeres. Lobos llenos de complejos que abusan de su fuerza y después lloriquean supuestamente arrepentidos.
– ¿Me perdonas?
– Sí.
Y cerró la puerta.
– ¡Esta te la guardo, Gorkita! – murmuró María intentando encontrar una postura que le resultase cómoda.
Un par de hostias bien dadas le ponían como una moto. Pero a Gorka se le había ido la mano. María elegía siempre con quién, cómo y cuándo. ¿Quién se había creído que era el hijo de puta ese para tratarla de ese modo? Sabía que no iba a poder pegar ojo en toda la noche así que tenía tiempo de planear su venganza.
Cuando sintió que alguien entraba en la vivienda se acordó de Toño y su propuesta. Lentamente se puso boca abajo. Al fin y al cabo el chico no tenía ninguna culpa de que su amigo fuese un animal.
– ¡No enciendas la luz! – le dijo en cuanto notó que la puerta de su cuarto se abría.
– Como quieras.
– Estoy lista – tragó saliva – Dame fuerte por el culo, no te cortes. Córrete bien adentro.
Apretó los puños, mordió su almohada hasta casi destrozarla pero no emitió queja alguna. Apenas notaba como Toño le clavaba hasta lo más profundo de su ser su privilegiado ariete. El dolor del resto de su cuerpo al ser zarandeado mitigaba el producido por su pene al penetrarla. Para más desgracia el chico se lo tomó con calma, sin prisas. Casi cuarenta minutos de tortura tuvo que soportar María que lloraba amargamente en completo silencio. Afortunadamente Toño cesó de profanarla justo en el preciso instante en el que iba a suplicar clemencia.
– ¿Quieres que te dé por delante?
– ¡No! ¡No! Es… es suficiente – apenas pudo decir sin que le temblase la voz
– ¿Seguro?
– ¡Sí!
– Pues buenas noches y hasta mañana, pequeña.
– ¡A… adiós!
– – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – –
– ¡Pero qué demonios! ¿Se puede saber qué narices te ha pasado?
– Me… me caí.
– ¿Cuándo? ¿Cómo? – dijo Javi muy extrañado – Ayer cuando nos fuimos con Toño no estabas así.
– Me caí por las escaleras, ¿vale? – María se había esmerado en maquillar sus cardenales pero a plena luz del día eran más que evidentes.
– ¿Por las escaleras? Desde cuando tienen puños las escaleras. Ese ojo no parece tener muy buen aspecto – dijo acercando la mano al rostro amoratado de la joven
– ¡He dicho que me caí por las escaleras y punto! ¡Joder, no te pongas pesado!
– ¡Ha sido Gorka! ¡Está mosqueado desde lo de la partida de cartas! ¡Valiente machito! ¿Dónde está? Verás cómo le pille…
– ¡Gorka no está! No ha sido él. No le veo desde hace unos días. Te repito que fue un resbalón de lo más tonto. Te diré incluso que bajé un tramo dando completo dando vueltas. Para haberme matado. Hasta me un señor que encontré en la calle me ayudó a llegar hasta el centro de salud del barrio y todo…
– ¡Ya! ¿Y cuándo…?
– ¡Vale ya con el interrogatorio! ¡Ni que fueras mi padre… hostia!
– ¿Qué pasa?
– Mira cómo está la pobre. Dice que se cayó por las escaleras…
– ¡Me cago en la puta! Menudo golpe…
– No es para tanto. Un resbalón lo tiene cualquiera. ¿Café?
– Sí, claro. Pero… eso fue antes o después de…
– De que me la metieses por detrás… pues un par de horas antes.
– ¡Pero tía, cómo eres! ¿Y no pudiste decírmelo? De saber que estabas así ni por nada del mundo te hubiese tocado.
– Por eso me callé. Me moría de ganas por sentir de nuevo tu cosa en mi culo.
– ¡Si queréis me voy!
– ¡No… tonto! Además tengo que hablar contigo a solas
– ¿A solas? Cuánto misterio…
– Me temo lo peor – dijo Javi haciendo una mueca.
– ¿Qué quieres decir? – contestó Toño.
– Cosas nuestras, ¿verdad Javi? Secretitos ¿Eh? Por mí no os preocupéis me voy con Elba hasta el lunes que viene…
– ¿Y eso?
– Quiere que conozca a sus padres.
– ¡Vaya, vaya! Parece que la cosa va en serio.
– Bueno… lo cierto es que me gusta bastante. Es guapa, inteligente y…
– ¿Buena en la cama?
– ¡María, que nos conocemos!
– ¡Una loba!
– ¡Ya estás otra vez! ¡Y luego dicen de los hombres! Sois mucho peor las mujeres.
– Y esa Elba ¿no tendrá alguna hermanita para mí?
– Hummm… creo que sí. Pero es demasiado joven, incluso para ti.
– ¡Qué lástima! – dijo con aire resignado Javi – ¿cuánto de joven?
– ¡Me largo! Sois una pareja de pervertidos…
– Hasta el lunes. No te canses.
– Y dile a Elba que deje algo para las demás…
– ¡Adiós!
Capítulo 9: El arte gótico.
Javi y María rieron mientras su amigo abandonaba la vivienda.
- Parece que Antoñito se nos ha enamorado.
- Eso parece. ¡En fin! ¿qué se le va a hacer?
- ¿Celosa?
- No… bueno… ¡sí! ¡qué narices! – María hizo un gesto de resignación – pero no te equivoques. Es un gran chico pero no es mi tipo, pero…
- Semejante herramienta… ¿verdad?
- Y no sólo por el tamaño. No veas el partido que le saca. Es una máquina.
- Lo sé – contestó distraído.
- ¿Quéeee?
Javi se puso alerta. Con María no se podía tener ni un momento de respiro.
- Digo que sí, que cuando se lo montó contigo o con Elena ya me di cuenta…
La chica no quiso insistir. No pudo evitar un gesto de dolor cuando comenzó a agacharse para gatear por debajo de la mesa.
- ¡Hoy no, María! No estás en condiciones…
- ¡Gilipolleces! Siempre que desayunamos juntos lo hacemos. No veo por qué hoy no va a ser lo mismo.
- Deberías descansar… ¡me cago en la madre que me parió!
- Deja a tu madre tranquila – dijo María entre mamada y mamada – esto es algo entre tu polla y yo.
Permanecieron callados un rato. Cada uno disfrutando a su manera. Pero María conocía perfectamente las reacciones del cuerpo del muchacho. Lo excitaba sin llegar a sobrepasar el límite, alargando en lo posible la eyaculación. Alternaba sus palabras con profundas succiones.
- No sé si debería… continuar…
- Por Dios, no pares…
- Es que… esta noche… es tu noche…
- ¿Qué dices?
- Saldrás… conmigo a un sitio… un sitio especial.
- Al fin del mundo, si me lo pides – dijo aferrando la cabeza de María para así poder eyacular en su garganta – ¡Aaaaahggg!
- No hará falta – dijo María sonriente con el esperma brotando de sus labios – está un poco lejos, pero no tanto. ¿Me ayudas a levantarme?
- Por supuesto – a Javi le entraron las lógicas dudas – quizás sería mejor dejarlo para cuando estés recuperada.
- ¡Ni hablar! ¿vas a ir a la uni?
- Pues no… una vez aprobada la jodida asignatura del ogro, el segundo cuatrimestre es de lo más llevadero…
- ¡Perfecto! Tenemos que ir de compras…para ti.
- ¿Compras?
- Sí. No creo que tengas ropa adecuada para la ocasión.
- Entiendo. En casa de mis padres tengo un traje que me compré para la boda de un primo… pero aquí…
- ¡Estarías monísimo! – dijo entre risas María – Pero no es exactamente lo que estaba pensando.
- Me das miedo.
- ¡Tiembla!
Media hora después abandonaban el edificio. Extrañamente, la portería estaba cerrada. El señor Manuel permanecía dentro, su pene se lo disputaban una madre experta y su bonita hija. Era día de cobro.
No era habitual que Javi y María pasearan juntos por la zona comercial de la ciudad. Si bien eran los que compartían más tiempo juntos, sus relaciones solían limitarse a las que normalmente transcurrían en su vivienda. Sexo oral, sodomizaciones, penetraciones vaginales, visionado continuo de películas porno… lo normal. Incluso a veces, hasta conversaban.
- ¡Aquí es!
El pobre chico se quedó de piedra. En el escaparate un maniquí con una minifalda de cuero negro, con un top ajustado del mismo color y unas botas de plataforma imposible…
María le miró maliciosamente. Agarró de la mano a su amigo y los dos entraron en aquel curioso local.
- ¡Tranquilo, tonto, que también hay ropa de chico!
- Menos mal. No me veía yo con esos tacones…
- Pues no te creas… no estarías nada mal.
- ¡Y una mierda!
Los dos rieron. Lo cierto es que la ropa parecía gastada, de tonos oscuros y combinaba pantalones y camisetas ajustadas con otras muy holgadas. Afortunadamente para Javi, la chica se conformó con comprarle un pantalón negro, botas militares del mismo color y un jersey demasiado ceñido para su gusto.
- Se me notan demasiado los michelines…
- Pues no folles tanto y apúntate a un gimnasio.
- Ni loco. No me verás nunca en uno de esos.
- Nunca digas de esta agua no beberé…
- Cierto.
El atuendo elegido por María sí que era espectacular. De hecho eligió el mismo modelito del escaparate, pero con una especie de gabán que le llegaba hasta los tobillos y unas medias de malla gruesa.
- Parecerás una zombi con eso. Todo el mundo te señalará con el dedo…
- Si tú lo dices… ¡paga!
- ¿Qué?
- Yo no tengo ni un euro. ¿Recuerdas?
- ¡Joder con la apuestita! No sé si no es mejor que hubiese suspendido.
- No te quejes y suelta la pasta. Tacaño.
- ¡No sabes lo que cuesta ganarla!
- ¡Pero si eres un tramposo!
- ¡Sssss! ¡Calla! – contestó cómicamente Javi– uno tiene su reputación.
En la calle, el chico no dejaba de repasar la factura.
- ¡Cuatrocientos sesenta euros! ¡Madre de mi vida!
- Cuatro perras….
- ¿Cuatro perras? Por la mitad de eso hay gente que mataría. ¿No sabes que hay crisis?
- Me lo dices o me lo cuentas. Llevo más de medio año buscando empleo.
- Y encima parece de segunda mano. Esta marca no la había oído en mi vida… ni creo que vuelva a hacerlo
- ¡Entremos aquí!
- ¿Más? Vas a dejar a mi tarjeta de crédito temblando – pero cuando miró más detenidamente el establecimiento ya no le pareció tan mal – ¿lencería? Bueno… haré un esfuerzo.
- Me alegro, porque es para ti. Yo a penas la utilizo.
- ¿No llevas…?
- Casi nunca – le dijo la chica al abrir la puerta del local.
A las doce de la noche ambos estaban listos. Javi estaba nervioso. Se había negado en redondo a perforarse el cuerpo para colocarse un piercing tal y como le había sugerido María. En cambio ella se colocó un par de aritos en los pezones. Al parecer ya tenía hechos los agujeritos pero había tenido que dejar de llevarlos por alguna extraña razón. La chica no pudo contárselo pero una vez un enfervorecido cliente le arrancó uno del ombligo de un mordisco. Lo pasó fatal así que decidió quitárselos todos, excepto el de su lengua, por su seguridad.
Al observar desnuda a María el chico tomó conciencia de la gravedad de las lesiones que claramente se podían ver en el bonito cuerpo de su amiga. Javi negó con la cabeza. Ella diría lo que quisiera pero aquellas marcas habían sido provocadas, sin duda, por una contundente agresión física.
- ¡Menuda pinta! ¡parezco un muerto! – su compañera se le acercaba con un pintalabios y otros bártulos de maquillaje – ¿qué narices vas a hacer con eso?
- ¡Calla, joder!
Cuando la estilista acabó con él, estaba irreconocible. Ni su madre lo hubiese reconocido.
- ¡Si me ve mi padre, me mata!
Y agarrando de la mano a María, miró fijamente a aquellos ojazos azules y le dijo
- María ¿a dónde demonios me llevas?
- Tranquilo. Confía en mí.
- ¡Me voy a cagar… en el tanga!
Lo cierto es que María había descubierto aquel local unas semanas antes no por casualidad. Curiosa, había visitado varias veces el callejón del hostal donde el profesor y su amante tenían su lugar de recreo a la hora del almuerzo. La chica con uniforme era una habitual del lugar y sus clientes de lo más variopinto. Un día la siguió y sus pasos la condujeron a otra callejuela si cabe aún más sórdida. Desapareció dentro a través de la puerta de servicio de un local del que jamás había oído hablar. Intentó seguirla pero el armario ropero que custodiaba la puerta la miró de tal modo que le hizo desistir.
- “La Kueva. Entrada de servicio” – le dio tiempo a leer antes de darse media vuelta.
- Quizás sea un bar. Buscaré la entrada principal – pensó.
Al otro lado de la manzana encontró lo que estaba buscando. Se extrañó bastante. Un diminuto cartel poco más grande que una tarjeta de visita indicaba el nombre del establecimiento. “La Kueva. Club privado” y junto a él un pequeño timbre.
- ¿Un club abierto a estas horas? – se dijo – ¡Qué extraño!
Dudó un poco al apretar el botón. No se oyó sonido alguno. María estaba nerviosa, incluso dio un respingo cuanto una pequeña trampilla se abrió y de ella sonó una voz con acento extranjero.
- ¡Largo! ¡Sólo socios!
- Pe… pero busco a una amiga…
- ¡Fuera! ¡Sólo socios!
- ¡Estoy dispuesta a hacer lo que sea! – María tragó saliva, por primera vez en mucho tiempo estaba asustada, pero decidió mantenerse firme.
- ¡Vete! ¡Sólo socios!
- ¡Espera Goliat! – otra voz de hombre le dijo desde el otro lado de la puerta – Apenas hay gente… por una más no pasa nada… veamos qué nos ofrece.
- ¡No ser gran cosa!
María tuvo que reconocerlo. Su atuendo era de lo más discreto. Necesitaba vestirse así para no llamar la atención en sus labores de vigilancia.
- ¡Date la vuelta, zorrita!
- ¿Cómo dice?
- Tu culo… tu trasero… ¿quieres pasar, no?
María entendió. Estaba un poco descolocada. Debía concentrarse más si quería descubrir qué narices hacía aquí aquella lolita. Se giró, puso su culo en pompa y dijo.
- Todo vuestro. Si me dejáis pasar, claro.
Como única respuesta sintió como los cerrojos se abrían.
- ¡Tu dentro! ¡Socia!
Respiró hondo y traspasó el umbral. Tras ella, de nuevo la puerta los cerrojos volvieron a sonar. Sus ojos a penas se acostumbraron a la penumbra cuando una mano le agarró de la muñeca y la condujo entre una serie de cortinas hacia lo que parecía el guardarropa del local. Una chica mascaba chicle aburrida. Ni se inmutó cuando el jefe de seguridad del antro aquel pasó a su lado acompañado de una nerviosa joven, la recostó sobre un montón de ropa, le bajó las mallas hasta mitad de sus muslos diciéndole:
- Sois todas unas putas. Os dejáis dar por el culo por un plato de acelgas.
María a punto estaba de contestarle que no le gustaban aquellas verduras cuando sintió de nuevo su esfínter mancillado. Decidió que le convenía mantener la boca cerrada… y el trasero abierto.
El tipo aquel sabía lo que hacía. Se le notaba con ganas y el culito de María era lo suficientemente apetecible como para no desperdiciarlo.
- ¡Por aquí han pasado más pollas que romeros hay en el Rocío! Ni pestañeas, putita. Y eso que me lo estoy tomando como algo personal. ¡Ya me darás tu teléfono! Conozco gente que estaría encantado contigo. ¿Quién es tu chulo? Le propondré un trato… podemos ganar mucho dinero, zorrita.
El tío era uno de esos que radian el coito como si de un partido de fútbol se tratase.
María no contestó. No le interesaba. Había venido por alguien mucho más interesante que el cuarentón mazas con la cabeza rapada y perilla canosa.
El hombre le susurró al oído.
- Por tu bien, espero que finjas tan bien como pones el culo. A Goliat le gusta que las chicas… griten cuando se las cepilla… ¿entiendes?... si se enfada puede ser muy pero que muy peligroso.
La chica asintió como única respuesta. Le sonaba la canción.
- No te muevas, enseguida vendrá.
Y María permaneció así, en esa postura. Con las bragas a medio bajar y su trasero destilando semen.
- Disculpa.
- ¿Que… qué quieres?
- ¿Puedes apartarte? Un cliente quiere… esa chupa de cuero que tienes debajo…
- Pues… pues claro.
Diez minutos esperó María y el supuesto Goliat no venía.
- Tarda mucho el Goliat ese ¿no? – le dijo a la mascadora compulsiva de chicle.
- No te pierdes nada… ¿cómo dice la canción? ¡Muchhha dinamita pero mu poca mechhhha!
- Entiendo. Los esteroides, supongo.
- ¡Ya te digo!
Media hora después María abandonó su puesto. No tenía ni tiempo ni ganas de seguir esperando. Tenía una misión. Saber más cosas de aquella jovencita.
Se dirigió hacia dónde se suponía salía la música. Música o algo parecido a ella. A María le parecieron poco más que sonidos guturales y gritos acompañados por guitarras estridentes y desafinadas.
Lo que vio al entrar en aquella enorme sala le sorprendió bastante. Parecía, como su nombre indicaba una cueva. Con sus estalagmitas, estalactitas y todo eso. Similar una casa del terror pero mucho mejor ambientada. Hacía un frío tremendo y en cualquier rincón que se fijase la mirada aparecía algún detalle escabroso: fetos en formol, cascadas de sangre o algo parecido, telas de araña, murciélagos… y todas esas chorradas. En la barra se servían cócteles humeantes en calaveras aparentemente humanas (y de hecho, como posteriormente averiguó así lo eran). Los camareros o camareras vestían atuendos acorde con la decoración. Al principio María tenía que adivinar si se trataban de hombres o mujeres. Era casi imposible distinguir su sexo.
Si la ambientación era imponente, nada comparable con la clientela. La palabra gótico se quedaba corto con aquella tropa. Se acordó de la pobre Elena. Si Javi y Toño eran raritos para ella… lo que se había encontrado no tenía desperdicio. Allí había de todo, hombres drácula, brujas satánicas, hombres lobo, zombis… y otras muchas tribus que María no logró adivinar, de todas las edades. Si alguien destacaba con su ropa era ella, que parecía fuera de contexto.
El local estaba abarrotado.
- ¡Y decía que había poca gente! ¡Me cago en la leche, si son las dos del mediodía! ¡Y de un martes! No sé qué pasará el sábado por la noche… – se dijo una anonadada María – ¿a qué se dedicarán esta gente para poder estar aquí a estas horas?
En el local destacaba un enorme escenario situado en el fondo. En ese momento estaba vacío y poco iluminado. Le pareció distinguir en su centro una barra negra que llegaba hasta el techo del antro aquel.
La gente charlaba animada, pero tenía que hacerlo casi pegando su boca al oído del interlocutor pues de no ser así no había forma humana de poder entenderse.
María no estaba acostumbrada y comenzaron a zumbarle los oídos. En un momento dado aquella tortura sonora cesó.
- ¡Gracias a Dios! – pensó María.
- Señoras y Señores. Por fin lo que todos ustedes estaban esperando. Se recuerda que está prohibido a los espectadores tocar a la bailarina, a menos que…ya saben… ella se lo pida. ¡La Kueva les presenta a su gran estrella… la Ninfaaaaa Negraaaa! – gritó el disc– jockey.
Como si de los San Fermines se tratase, una manada de toros se agolparon cerca del escenario. De la nada salieron media docena de tiparracos tremendos que se las veían y deseaban para contener la marea humana. Y eso que todavía la tarima permanecía desierta.
Comenzó a sonar la única canción que reconoció María en todo el tiempo que permaneció en el local. Ni siquiera sabía el título pero aparecía en una película que iba que ni pintada con aquella panda de frikis. Era una del Tarantino ese y el médico de Urgencias que se metían en un garito parecido a aquel y comenzaban a cargarse a todo el mundo, vivo o no. Javi había insistido en que viese la película. Lo único que valió la pena de ver era sin duda el bailecito de la mejicana tetona con aquella serpiente rodeándola.
María se puso tensa. Podía aguantarlo casi todo. Tragar orina, esperma, heces y cualquier otro fluido corporal. Hacerlo con casi todo tipo de animales o cosas, siempre y cuando se las pudiese meter en su cuerpo. Con uno, dos, tres e incluso seis amantes al mismo tiempo. Hombres, mujeres, viejos, viejas… sin problemas.
Pero había una cosa que no podía soportar. Las serpientes. Verlas en la tele, tenía un pase, pero en directo, ni de coña.
De haber querido marcharse le habría sido imposible. La jauría humana se lo impedía. Tragó saliva y se dispuso a pasar un mal rato.
Solamente con la aparición de un diminuto pie enfundado en un zapato de tacón negro y un calcetín corto gris enervó los ánimos de aquella muchedumbre. Cuando poco a poco el resto del cuerpo que lo seguía apareció a través del telón el griterío fue tal que María escuchaba apenas el sonido de la canción.
- ¡Hostia! ¡Joder con la vecinita! – dijo inconscientemente en voz alta.
Para su tranquilidad del delicado cuello de la jovencita no pendía ningún áspid ni nada parecido. En su lugar un enorme y flexible consolador de color ébano descansaba sobre los hombros de la chica. El resto de su atuendo, tan espectacular como vaporoso. Una minifaldita escocesa de tonos negros y grises, colocada tan elevada que dejaba ver buena parte de la redondez de su culito. Un minúsculo tanga también negro incrustado en él. Un chalequito sin botones, con una la marca del diablo en un lado que cubría directamente su piel blanquecina mostrando su ombligo enjoyado. En su cuello, una gargantilla de cuero, con pinchos aparentemente afilados. Peluca oscura tipo Cleopatra y una mirada de perra rabiosa dispuesta a comerse el mundo. O lo que hiciese falta.
La chiquilla tenía maneras. Se la veía muy cómoda provocando al personal al ritmo sensual de la música. Estaba muy segura de sí misma y eso se notaba en sus evoluciones por el escenario. Los espectadores estaban encantados. Le lanzaban billetes y le decían todo tipo de barbaridades. Ella les miraba sin inmutarse, como perdonándoles la vida. Cuando se metió el consolador por la boca y jugueteó con él, María pensaba que la muchedumbre iba a saltar sobre ella. Y no sólo hombres, quizás eran las féminas las que más deseaban echar mano de la jovencita.
María notó como alguien se colocaba su espalda y comenzaba a besarle el cuello. Eso le volvía loca, así que se limitó a girar su cabeza para facilitarle el trabajo al intruso. Al poco tiempo un par de manos amasaban sus senos libres de ataduras por debajo de la sudadera. El ambiente se había caldeado por la simple aparición de la bailarina. De reojo había visto como el jefe de seguridad se había colocado detrás de una camarera y se la estaba trajinando mientras veían el espectáculo. Nadie pareció inmutarse lo más mínimo al observar aquella pareja fornicando delante de todos. María palpó a su desconocido amante en busca de su rabo erecto. Se llevó una morrocotuda sorpresa al descubrir que detrás de aquel engendro que le succionaba el cuello se escondía una hembra como ella.
La bailarina seguía sus evoluciones por el escenario. El local casi se vino abajo cuando aquel par de terroncitos que tenía por pechos aparecieron en escena. Unas cadenitas pendían graciosamente de los bultitos sonrosados. La chica sabía que no eran gran cosa, pero tenía mucho tiempo para que siguiesen creciendo. Intentaba sacarles todo el partido que podía. Tirando de aquellos eslabones dorados consiguió que sus pezones se endureciesen a la vista de todos.
Estaba claro que la chica tenía conocimientos de ballet, gimnasia rítmica o ambas disciplinas. Aquellas contorsiones eran imposibles de ejecutar para la gran mayoría de los mortales. Su juventud y agilidad hacían que todo aquello pareciese sencillo, cuando en realidad requería de un gran esfuerzo físico.
Cuando se quedó en tanga se dedicó a trabajarse la barra. Giraba al ritmo sensual de la música y trepaba por ella como si se tratase de una gata en celo.
María tuvo que reconocerlo. Entre la jodida vecina casi en pelotas y la otra que le estaba trabajándole las tetas estaba muy pero que muy cachonda.
El punto álgido de la actuación consistía en que la stripper se apartaba el hilo que cubría su sexo y frotaba su clítoris desde el suelo hasta todo lo alto que daban sus delicadas piernas. Si fingió su orgasmo, era una de las mejores actrices del mundo. No contenta con eso lamió la barra desde su base hasta el lugar donde había dejado de frotarse.
En primera fila un baboso no dejaba de sacarle la lengua como si le estuviese lamiendo su vulva. Ni corto ni perezoso acercó la mano con un billete en ella pero uno de aquellos gorilas detuvo al sobón contundentemente. La chica se dio cuenta tanto del detalle como del color del billete, así que se acercó al borde del escenario para que el cliente le colocase el dinero… en su lugar correcto.
María no pudo ver exactamente qué pasó pero instantes después, la lolita mostraba orgullosa su abertura trasera a todo el que quiso verla con un tubito de papel metido en ella.
Con un claro gesto invitó a su mecenas a subir al escenario. Este no se lo pensó dos veces a pesar de que a su lado se encontraba su pareja que incluso le animaba a hacerlo. El chico alzó los brazos en señal de júbilo y trepó junto a la chica. Deseaba tocarla pero la mirada amenazante del segurata se lo impidió. No era cuestión de cagarla entonces, sabía por experiencia que obtendría su recompensa más pronto que tarde.
La joven danzó alrededor suyo. Le agarró de las muñecas invitándole a recorrer su delicado cuerpo. El tío no se cortó un pelo. En seguida sus manos buceaban por debajo del tanguita negro. La joven se dejaba sobar. Incluso abría ligeramente las piernas para facilitarle la tarea al muchacho. Ni que decir tiene que aquello excitó más si cabe a la tropa que los observaba.
Pero aquello no había hecho más que comenzar. El chico, encantado, observó con deleite como la Ninfa Negra se arrodillaba frente a él y comenzaba a hurgarle en la entrepierna hasta que liberó su falo de aquel ceñido pantalón. La chica miraba a sus fans de reojo al tiempo que introducía en su boca aquel húmedo mástil.
María sabía reconocer la excelencia de una buena mamada, y precisamente aquello era lo que transcurrió frente a sus ojos en los minutos siguientes. No fue exactamente una felación. Más bien fue una follada de boca. Ella tenía las manos unidas por su espalda y era él quien ajustaba el ritmo de las embestidas a su gusto. Unas veces se movía frenéticamente. Otras en cambio la penetración era lenta y profunda. No importaba. Era la especialidad de la casa. Mamar pollas.
El chico no aguantó mucho. Su primera descarga se desparramó en el interior de aquella boquita adolescente. La segunda se estampó por la cara de la lolita que, ni corta ni perezosa, se incorporó de nuevo para mostrar al público su rostro embadurnado. Sonreía al tiempo que el esperma caía sobre su pequeño busto.
Tres afortunados clientes del local repitieron la experiencia ante el delirio de la masa. El estado de la chica era deplorable. Estaba cubierta de semen y parecía disfrutar con ello. Pero aun no había tenido suficiente. Extendió su brazo y su dedo comenzó a señalar a la muchedumbre. En un momento dado, aquel pequeño índice se paró en la dirección en la que se encontraba una sorprendida María. La gente se giró hacia ella bastante contrariada al no ser ellos los elegidos para el siguiente juego.
María negó con la cabeza pero era inútil. En volandas fue empujada hasta el escenario y ayudada a subir a él con la correspondiente palmada en el trasero.
Estaba muy nerviosa. Se manejaba como nadie en el cuerpo a cuerpo, incluso era la dueña y señora de la situación cuando el grupo era pequeño pero aquello… jamás había hecho nada parecido. Se quedó paralizada, las luces, el gentío y la música hicieron de aquel momento algo mágico. Por primera vez en mucho tiempo sintió miedo. Miedo a no estar a la altura, miedo a hacer el ridículo, lo que vulgarmente se denomina miedo escénico.
- ¡Cuando sigas a alguien asegúrate de que no te vea, vecinita! – le susurró la Ninfa Negraal tiempo que le subía la sudadera, dejando a la vista del gentío las bonitas tetas de María.
María estaba como hipnotizada. Se convirtió en el juguete de la otra chica. Sin apenas darse cuenta se vio completamente desnuda y tumbada boca arriba con las piernas completamente abiertas, a escasos centímetros de aquellos salidos. La Ninfa no perdió el tiempo, se colocó a horcajadas sobre la cabeza de María, estaba claro lo que deseaba. La lengua de María comenzó a saborear aquel jugoso coñito. Hacía tiempo que deseaba hacerlo, aquella chiquilla le volvía loca. La amazona cabalgaba frenética en busca del roce de la lengua con su sexo. María intentó meterle un dedo por el culo pero aquello pareció no gustarle a la Ninfa que le apartó la mano de un golpe. En lugar de eso obligó a María a ponerse a cuatro patas blandiendo amenazante el consolador negro y flexible. El público aulló más todavía. La chiquilla dejaba ver la parte del aparato que pretendía introducir en el cuerpo de María. La gente le gritaba para que fuese lo más posible. Se hizo de rogar pero al final acuchilló las entrañas de María con aquel falo sintético. Sin piedad, metía y sacaba el aparato todo lo rápido que podía. Afortunadamente María estaba más que acostumbrada a trances peores así que si emitió algún sonido fue debido al inmenso placer que estaba sintiendo.
No parecía estar muy satisfecha la Ninfa. Hubiese preferido que su nuevo juguete hubiese suplicado clemencia y, en lugar de eso, pretendía con sus movimientos que la penetración fuese más y más profunda.
Una sonrisa maliciosa apareció en la stripper. La flexibilidad y longitud del consolador permitían múltiples posibilidades. Aquella entrometida iba a tener su merecido. Sin sacar un extremo de las profundidades de su víctima, apuntó con el otro a la entrada trasera de la intrusa. Cuál sería su sorpresa al comprobar cómo María encajaba el golpe sin apenas dificultad. Si duda la sodomización con la que pagó su entrada había facilitado el camino.
La Ninfase alarmó bastante. Aquella otra zorra le estaba quitando protagonismo. La estrella del espectáculo debía ser ella y no aquella jodida espontánea. Así que arrancó de la entrada trasera de María la verga de ébano y la lamió con deleite, ante el fervor de la masa. Ni corta ni perezosa, se colocó en la misma dirección y postura que María pero en sentido contrario. Culo contra culo, vaya.
A María le costó un poco entender lo que su partenaire pretendía. Sin duda los nervios no le dejaban pensar con claridad. Al principio les costó coordinarse pero una vez compenetradas, el espectáculo se tornó apoteósico. Ambas jóvenes se movían a la par. El consolador penetraba sus vaginas cada vez más profundamente. A pesar de todos sus esfuerzos, lo cierto es que aquella serpiente era demasiado larga. No pudieron abarcarla toda. Pese a eso cuando las dos cayeron sobre el escenario al alcanzar el orgasmo la gente prorrumpió en aplausos, vítores y aullidos. María estaba sudorosa y feliz, muy feliz. Había degustado el placer de exhibirse en público. Lo había pasado de vicio. Se juró a sí misma que tendría que repetirlo. Más pronto que tarde.
La ninfa se guardaba un as en la manga. Era una competidora nata así que quería ganar a toda costa, ser ella la estrella, que la gente la recordase a ella y no a aquella otra puta viciosa. Se levantó no sin dificultad y observó a su oponente que tumbada de bruces contra el suelo, trataba de recuperar el aliento. A traición, como las serpientes separó las piernas de una María que apenas podía moverse y sin piedad ninguna le metió el tacón de uno de sus zapatos por el ano. . Aquello sí que le dolió. El grito de María fue tremendo. El astifino ariete no parecía gran cosa después de todo lo que por su puerta trasera había pasado pero sus aristas casi cortantes desgarraron el esfínter de una María que no se esperaba semejante castigo.
La cosa se descontroló de tal forma que el equipo de seguridad no pudo contener a la jauría humana que se le vino encima. Querían follarse a la Ninfa y hacerlo ya. A la jovencita le cambió el semblante. Ya no era la devoradora de hombres que campaba a sus anchas por el escenario, sino la adolescente asustada que temía por la integridad de su culo. Notó como alguien la empujaba contra el suelo y se colocaba amenazante sobre su cuerpo. Intentó en vano pedir ayuda. Sus ojos tropezaron con los de María que la miraba serenamente a pesar de que un desgraciado ya había comenzado a sodomizarla.
La Ninfa Negra tuvo suerte. Otro tipo no estaba muy conforme con esperar turno y se enzarzó con su agresor en una brutal pelea. Sin duda eso le salvó de ser ensartada como una aceituna.
De la nada surgieron una docena de armarios roperos con patas que, repartiendo hostias a todo el que tenían a su alcance rescataron de la muchedumbre a las dos muchachas, llevándoselas a través de las bambalinas hacia una especie de camerino.
Cinco minutos después, con todo el mundo más calmado se procedió al desalojo del local.
- ¡Me tienes hasta los cojones, niña! – el jefe de aquellos matones estaba como una moto – ¿te lo dije o no te lo dije?
- S… si. – sollozaba la Ninfa con las manos en la cara.
- Te advertí que cualquier día pasaría esto. Y aquí lo tienes… el local destrozado y todo por… por una putita viciosa que no sabe cuál es el límite.
- Lo… lo siento.
- ¿Qué lo sientes? ¡Y más que lo vas a sentir! Me dan ganas de partirte la cara… o aún mejor… de dejarte con esos… esos… ¡Joder!
- No… no pensé…
- ¿Pensar? Tú no vienes a pensar. Que se te meta en esa jodida cabecita que sólo tienes que bailar. Ba – i – lar. ¡Y punto!
María permanecía callada. Estaba desnuda sentada en una silla, pero parecía como si no estuviese allí. El tío fumaba a la vez que caminaba despotricando contra la otra joven.
- Pero no. Eso no es suficiente para la Ninfa Negra, no. Tenías que ser la mejor… la número uno… la que todos desean… ¡pues toma! Han estado a punto de violarte o peor aún, matarte. Y no veas a esa pobre chica – dijo señalando por primera vez a María – ¿en qué cojones estabas pensando? ¡Clavarle el tacón por el culo! Tendremos suerte si… ¿cómo te llamas, reina?
- María.
- Gracias, chata. Digo que tendremos suerte si María no nos demanda y nos manda a todos a la puta calle.
- Por mí no se preocupe… – intercedió María intentando minimizar la reprimenda a la llorosa adolescente.
- Lo sé cielo. Se ve que eres una buena chica y no vas a montarnos un pollo. Pero eso no importa… lo que importa es que no vuelva a pasar y por la gloria de mi madre que ni de coña voy a consentir otro numerito como el de hoy.
Respiró hondo antes de proseguir.
- ¡A la puta calle! ¿Me oyes? ¡No quiero volver a verte por aquí! ¡Estás enferma, como todos estos gilipollas que vienen a este antro! ¡Háztelo mirar pero a mí no me joderás más! Así que, Ninfa, lárgate de aquí y no vuelvas….
El hombre detuvo su discurso. Alguien parecía hablarle a través del auricular que llevaba en una oreja. Meneó la cabeza y se llevó a la boca un pequeño micrófono que pendía de su muñeca.
- Entiendo… señor, pero… yo sólo intentaba… de acuerdo señor. Sin problemas… clarísimo.
Miró furioso a la chiquilla.
- Hoy es tu día de suerte, putita. Si por mí fuera… no sé qué te haría.
Y abandonó el camerino dando un tremendo portazo.
- Prrrrrrrrrrrrrr – una sonora pedorreta salió de los labios sonrientes de la Ninfa – Bla, bla, bla… y luego… a bajarse los pantalones, como todos. Soy la mejor y el dueño lo sabe
María tuvo que reconocerlo. Aquella chavala le daba miedo. A su lado ella parecía una monja.
- Será mejor que nos tomemos una buena ducha ¿vienes?
- Claro, pero tengo un pequeño problema.
- ¿Qué pasa?
- No creo que pueda recuperar mi ropa.
- Por eso no te preocupes, aquí tenemos de todo… hasta ropa “normal”.
- Gracias al cielo.
Sentadas en una cafetería, las dos jóvenes hablaban animadamente. María se retorcía sobre el asiento. Lo siento, Me pasé con lo del tacón…
- – No importa. Reconozco que me dolió bastante, más que nada porque estaba desprevenida.
- No sé cómo puedes aguantarlo…
- ¿A qué te refieres?
- A que te den por el culo. Lo he probado todo pero no hay manera… sólo con pensarlo me pongo enferma.
- Pues no lo hagas.
- ¡Pero es que quiero hacerlo, de verdad! Fíjate en ti, disfrutaste como una perra cuando te ensarté el consolador…
- Cierto, pero no creas que por eso me duele menos.
- No comprendo.
- Mira… – a punto estuvo de llamarla por su verdadero nombre.
- Ninfa… llámame Ninfa.
- Vale. El trasero está diseñado para que salgan cosas de él y no al revés. Doler, duele, aunque tampoco tanto. El tema es que, para algunas personas como yo, la distancia entre placer y dolor es casi inexistente.
- O sea que el dolor te da placer.
- Más o menos. Pero si no te gusta, pues no te gusta. Y punto.
- Pues yo creo que no me lo han sabido hacer…
- ¿Lo has probado con alguna chica?
- Pues, por detrás… no. La verdad.
- Podríamos vernos en ese hostalito que frecuentas…
- ¡No! ¡Ahí no! Nos vería mi madre…– la chica se dio cuenta inmediatamente de que había metido la pata – ¡Mierda!
- ¡Vaya, vaya! Así que una de aquellas pilinguis era la remilgada vecina del piso de abajo… Te juro que no la había reconocido
- Por favor, guárdanos el secreto…
- Sin problemas.
María no lo preguntó pero la otra se sinceró.
- Mi padre lleva más de dos años en el paro. Él no lo sabe pero hace unos meses echaron a mi madre también de su trabajo. Necesitamos el dinero y pensamos las dos que….
- Que esta es una forma de ganar dinero fácil ¿no?
- Pues si… – rió la chavala – mi madre lo intenta, pero lo cierto es que la pobre no se come una rosca. Soy yo la que hace casi todo el trabajo…
- Los hombres con pasta siempre quieren carne fresca. Y es difícil encontrar alguna más fresca que la tuya. Pero escúchame, haciendo la calle te morirás de hambre o aún peor, te meterás en algún lío gordo. Ves a esta dirección y di que vas de mi parte. Allí te harás de oro, te lo digo yo.
- Gracias. Siento dejarte, es muy tarde. Ya nos veremos.
- Tu culo y yo tenemos una cita.
- Está deseando que llegue el momento.
Se despidieron con dos besos en la mejilla, como buenas amigas.
A media tarde una adolescente abrió la puerta de su casa. Mientras recorría el pasillo iba desabrochándose la camisa.
- ¡Papi, he sido una niña mala! ¡Vas a tener que castigarme!
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