Capítulo 4: La apuesta.
Cuando Toño y María llegaron, recogieron todo lo comprado de manera ordenada. Toño se moría por meterse en sus bragas pero se comportó como un caballero.
– Será mejor que eso lo estrenes cuando estén Javi y Gorka también. ¿No te parece? – Toño no creía lo que estaba diciendo.
– Claro – dijo ella agradecida. Por fin el chico empezaba a asimilar que María no era solo para él – Déjame dormir un ratito y luego… te haré lo que me pidas.
– Duerme desnuda y hazlo conmigo, por favor.
– Por supuesto, cariño.
La relajante respiración de María hizo que hasta el insomne Toño echase una cabezadita. Había tenido un sueño precioso. Curiosamente su mente que lo recordaba todo lo vivido no solía hacer lo mismo con lo soñado. No sabía por qué pero le despertó una sensación de lo más agradable. Cuando se desperezó, fue consciente del porqué de su dicha. María y su lengua le lamían por todos los sitios, sobre todo sus pelotas. Cuando la erección llegó a su clímax le dijo de nuevo:
– Tienes una polla tremenda. Sin duda es la mayor de todas las que he probado…
– ¿Y han sido muchas?
– ¡Ahora vuelvo! – la chica se largó, esquivando la pregunta,
No mintió, en menos de un minuto, estaba de nuevo sobre él.
– ¡Agarra la cama! Y no te asustes, voy a esposarte. Confía en mí. Seré buena.
– No te pases ¿eh? Si te digo que me sueltes, me sueltas.
– Lo juro. Las putas, obedecen.
– Eso. ¡Joder, no aprietes tanto!
– ¡No seas nenaza!
– Pe….
Ya no continuó. María de un salto lo había cabalgado sin previo aviso. Los movimientos pélvicos de la morena eran incontestables. Sólo cabía disfrutar de ellos, como Toño estaba haciendo.
– ¡Voy a dejarte seco! – le amenazó fingiendo estar enfadada.
– ¡Me cago en mi padre!
La sensación de sentirse físicamente sometido a María le agradaba. Ella, a veces cariñosa otras veces salvaje sabía sacar de dentro de él el animal que llevaba dentro. El coito duró casi una hora. María estaba encantada. Toño era un amante extraordinario.
Ella se empleaba a fondo pero él aguantaba y aguantaba la eyaculación Pensó algo nuevo, algo que sorprendiese al chico y le hiciese venirse de una vez. Toño se preocupó cuando de nuevo noto que su amazona le abandonaba con el pene erguido. No acertaba a hablar. De haber podido hacerlo le hubiese advertido de la inminencia de su orgasmo.
Pasaron más de cinco minutos. Hacía rato que se le habían dormido las manos. Empezaban a dolerle realmente.
– ¡María! ¿Dónde estás?
– Voy… – se oyó al fondo – ¡Aquí está! Joder qué tonta estoy.
– ¡Suéltame!
– Aguanta un poquito, mi vida – la chica entró en el cuarto con el botecito de mermelada.
– ¡Ni hablar, me duelen los brazos!
– Primero tienes que decir la palabra mágica.
– ¡Basta de juegos! Me lo prometiste.
– Dilo… – distraídamente le embadurnaba el rabo con una untura rosácea – ¡No sé por qué te cuesta tanto!
– ¡Puta, puta asquerosa! ¡Suéltame, zorra…! – parecía que Toño lo dijese en serio.
La chica pareció complacida ante tanto insulto. Tragó la verga del chaval hasta que le traspasó la garganta. La mezcla del dolor de sus manos y el placer de su polla hizo mella en el desaforado Toño, que eyaculó directamente en el esófago de la ninfómana de ojos azules.
Unos momentos después, se frotaba las muñecas,
– ¡Joder, cómo duele!
– Perdóname Toño… creo que me he pasado. Es que aguantas tanto que ya no sabía qué hacer… me había corrido al menos una docena de veces.
– No pasa nada, princesa – le revolvió el cabello juguetonamente– Menuda sensación cuando mi… ha traspasado tu… ya sabes, ha sido increíble.
– Te advertí que la mermelada de frambuesa me volvía loca.
– No me esperaba esto… de verdad.
– Ahora te toca a ti – se colocó las esposas, se tumbó boca abajo y las cerró.
– ¿Qué hago?
– Lo que te apetezca – la chiquilla meneó el culito, insinuante – podrías hacerme un masaje. Utiliza la crema que compramos esta mañana. Ponme bastante por el ojete… ya me entiendes.
– Por supuesto…
Toño se maravilló de la suavidad de la piel de la ninfa. Por supuesto que la sodomizaría pero sin prisa, tenían toda la tarde y toda la noche… toda la vida.
– María
– Dime.
– ¿Por qué te fuiste de casa?
– ¿Por qué no quieres ver a tu padre?
– Yo pregunté primero.
– Pues es tan sencillo como asqueroso… sin entrar en detalles, sólo te diré que me visitaba a horas poco adecuadas mi habitación. Llegó un momento en que dormía más conmigo que con mi madre…
– ¿Te follaba?
– Por todos los sitios, casi todas las noches. Él me desvirgó.
– ¿Y tu madre?
– Jamás dijo nada, aunque lo sabía todo. Las apariencias… el escándalo… lo de casa, en casa queda. Hasta que me largué.
– Pero, ¿por qué no le denunciaste?
– No lo sé. Preferí huir.
– Pero, ¿y tus hermanas pequeñas? ¿No piensas en ellas?
– Constantemente – su tono no era demasiado convincente – … pero son bastante espabiladas… seguro que saldrán adelante…
– Como tú.
– Como yo – suspiró – ¿y tú y tu padre? ¿Qué pasó? ¿También abusó de ti?
– Ni hablar. Mi padre era y es un mujeriego empedernido. Te diré que la noche en que yo nací, se fue a celebrarlo con sus amigos a piso exclusivo de unas prostitutas de lujo.
– ¡No me jodas!
– Como lo oyes.
– Mi madre murió poco después…
– De pena, supongo.
– De un infarto, mientras follaba con una de sus amantes.
– Te estás quedando conmigo.
– Suena a chiste, pero te juro que es cierto. Eran tan para cual.
– ¡Increíble! – la chica comprendió que no era broma.
– Bueno… lo cierto es que mi infancia, a pesar de eso, no fue del todo mala. – Mi hermana Julia cuidó de mí como si fuese mi madre.
– ¡Se la tiraba, como a mí!
– ¡No, no es eso! Deja que te lo cuente. Mi padre es un cabronazo, pero no un pederasta. Le gustan las hembras con curvas, con tetas, ya me entiendes. Se encoño de una cubana que sólo quiere sacarle los cuartos. En cuanto Julia cumplió los dieciocho, la negra esa la largó con lo puesto.
– Y por eso no puedes ni verle.
– ¡Calla, leche! No aciertas ni una. Mi hermana no era una monja precisamente. Sólo era cariñosa conmigo. Con el resto del mundo, una bruja. Se portaba fatal en casa y se traía a los novios a su cuarto. Era… es un poco ligera de cascos, ya me entiendes…
– Pues no, Toño. No te entiendo.
– Es… ¡Hostia! No había hablado con nadie de esto…
– ¡Pues métemela por el culo y habla de una vez!
– Pues de eso va la cosa, de dar por el culo.
– ¡Aaaaaaaa!
– A… verrrr… si… te... callas… de… una… vez… ¡puta!
Con cada palabra, el chico daba una sacudida a las entrañas de una dolorida María. No recordaba tanto sufrimiento durante una sodomización. La noche anterior Toño la había tratado con mucha suavidad. Ahora, en cambio, la embestía con furia… como a ella le gustaba.
– ¡Sssiiiiiiii!
Bien sabido es que los hombres no saben hacer dos cosas a la vez, así que dedicó todos sus esfuerzos a taladrar con furia el trasero que disponía. Cuando hubo acabado, se tumbó junto a su amada, que todavía esposada le suplicó.
– ¡Sigue!
– ¿Con el culo?
– ¡Noooo! – María ya había tenido suficiente – con la historia.
– Resumiendo. Un día pillé a mi padre con aquella zorra caribeña mamándole la polla en el salón. No era la primera vez que ocurría. Parecían conejos follando a todas horas. Veían una película porno comercial de esas de ahora, una de follar y punto. Sin diálogo. Sólo sexo.
– Tampoco me parece muy mal. Son bastante instructivas…
– ¿Tú ves normal que un padre se ponga cachondo viendo a su hija siendo enculada por un negro?
María lo comprendió todo. Comprendió el odio de Toño hacia su padre y, aunque nunca lo había dicho, hacia su hermana.
– ¿Y lo de la libertad condicional? ¿Tiene algo que ver?
– Pues sí. Tan cabreado estaba que me introduje esa misma tarde en el ordenador central de la empresa de mi padre y puse una foto de él y la zorra de su novia follando como salvapantallas de todos los terminales.
– ¡No jodas!
– Era un crío. Fue una chiquillada.
¿Cuántos años tenías?
– Casi trece.
– ¡Eres un puto genio!
– Se armó un buen follón.
– No me extraña.
– Lo mejor de todo es que mi padre es el director financiero de una importante empresa de seguridad informática…
– ¡Increíble!
– A parte de la vergüenza, a él no pudieron hacerle nada. No tenía acceso a los códigos de seguridad ni nada por el estilo. Además, no es una buena publicidad que un mocoso desde un vulgar cibercafé hackeé un sistema informático en teoría inexpugnable…
– Ya te digo…
– En realidad creo que lo que les frenó fue la indemnización millonaria que deberían haberle soltado en caso de despido… un contrato blindado de esos….
– ¡Vaya, vaya Toño! Tu papi debe estar forrado…
– Puede meterse todo su dinero… por el culo.
– Siempre lo mismo. Pero entonces ¿qué pasa con lo de la libertad condicional?
– Eso… eso fue unos años más tarde… cuando me metí en el sistema de seguridad de… de la productora de cine porno donde trabaja mi hermana.
– ¿Qué hiciste?
– Tampoco fue para tanto… poca cosa… cambié los teléfonos eróticos por otros de personas privadas… políticos… sacerdotes… empresarios…
– ¡Qué bueno!
– Eliminé todas las películas de mi hermana y en su lugar puse aventuras de Tom y Jerry… y cosas así… tardaron más de una semana en volver a restaurarlo todo… son unos chapuceros… a mí no me hubiese costado ni media hora…
– ¿Y qué pasó?
– Pues que me pillaron de la manera más tonta… tan absorto estaba que se me acabó la pasta y no pude borrar el rastro… ¡Joder, si hubiese llevado diez cochinos euros te aseguro que ahora no estaría como estoy!
– ¡Fichado!
– Una multa de sesenta mil euros y cinco años sin poder acercarme a diez metros de una máquina de esas…
– ¿Y cómo lo haces?
– No te entiendo.
– ¿Cómo se puede estudiar informática sin tocar un teclado? Me parece una pasada…
– Lo cierto es que es un engorro… El rectorado me ha asignado un… un becario… que pasa mis trabajos a ordenador y comprueba que mis algoritmos funcionan…
– ¡Un puto negro!
– Es una chica muy simpática…
– ¿Chica? ¡Qué calladito te lo tenías!
– ¡No se lo digas a estos! Me estarían todo el día tomando el pelo…
– ¿Es guapa? ¿Te gusta?
– ¡A mí sólo me gustas tú, María!
– ¡Es guapa!
– A penas la conozco… es muy reservada y yo… yo soy muy cortado…
– Suéltame y cuenta más de ella…
– Tiene un historial académico impresionante – continuó mientras la desposaba – y ya ves, de becaria…
– ¿Historial académico? No me jodas… ¿cómo tiene las tetas?
– ¡Por eso no quería decir nada! Eres peor que Javi y Gorka…
– ¡Las tiene grandes!
– Enormes…
– ¿Está gorda?
– Para nada…tiene un aire a mi hermana… pero sin silicona en los morros…
– ¿Tu hermana?
A Toño le costaba pronunciar el nombre artístico de Julia. Cuando María lo oyó, se quedó de piedra.
– ¿Esa es tu hermana? ¿Tú eres el hermano de…?
– ¡Sí! ¡Guárdame el secreto! No me jodas…
– Hostia, tío. No te enfades pero no me extraña que tu padre se ponga burro ante semejante hembra.
– ¡María!
– ¡Qué pasa! He visto mucho porno y tu hermana es, sin duda la mejor.
– ¡Vete a la mierda!
– Pero Toño, no te enfades. A ti te jode porque es tu hermana. Lo comprendo. Pero tienes que intentar comprender al resto de la humanidad…
El chico se quedó callado. Tras unos momentos de reflexión dijo:
– Me costará.
– Inténtalo. Para ella no es ningún problema hacer lo que hace. Ya es hora de que madures y lo a asumas.
Permanecieron abrazados piel hasta que Toño rompió el silencio:
– María ¿tanto porno has visto? También te gustan las chicas ¿no?
– ¡Vamos, a la ducha! Hay que preparar la cena y luego ver el partido…
– ¿Te gusta el fútbol?
– Me encanta, como el resto de deportes…
– Sexo sin fin y te gusta el fútbol. Eres un sueño para cualquier hombre.
– Incluso para alguna mujer…
La velada transcurrió sin sobresaltos. La chica se quedó dormida sobre el hombro de Toño. No quiso despertarla y, galante, la llevó entre sus brazos a la cama y la arropó con todo el cariño del mundo. El chico la miró tiernamente. Parecía más joven cuando dormía.
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El domingo amaneció como toda la semana, lloviendo. No obstante eso tampoco amilanó a una María que, después del primer polvo mañanero sugirió a Toño un paseo dominical por el parque. El chico puso mala cara, tenía otros planes. En febrero, los exámenes parciales no dejan demasiado tiempo para paseos. A pesar de su excelente memoria, necesitaba un tiempo para repasar sus apuntes y el sábado lo había invertido en María.
Quedaron para la hora de comer y la chica se marchó sonriente. Tras el consiguiente paso por la portería la chica se dirigió a un videoclub. No le fue difícil encontrar las películas que estaba buscando, había muchas de la actriz porno que le interesaba. Tenía tres horas hasta la comida, dudó un poco. No era uno de sus días, pero no tenía nada mejor que hacer. Tomó un taxi y se dirigió a la zona noble de la ciudad.
Se bajó del vehículo, pagó la carrera y una generosísima propina. Callejeó un poco y entró en un portal de lo más lujoso. Saludó a un elegante portero con una sonrisa y subió hasta el ático.
– ¿Qué haces aquí, nena? Los domingos no “trabajas”.
– Lo sé, reina. Pero sé que la rusa está enferma y vengo a echaros una mano. Sólo hasta las dos, luego tengo que irme…
– Pues menos mal, a las doce, cuando salgan de misa van a venir unos clientes…
– ¡Perfecto! Todavía tengo tiempo de arreglarme… ¿qué me pongo?
– Con el traje de colegiala será suficiente, les volverás locos…
– Vale.
Mientras se colocaba las coletas María se miraba al espejo.
– ¡Puta! – solía murmurarse a sí misma. Sin calentamiento previo se introdujo lentamente una ristra de bolitas negras por el ano.
Para ella, todo era un juego, un divertimento, una chiquillada. Adoptaba un papel que interpretaba hasta que se aburría, se cansaba o la descubrían. Primero fue la amante de un sacerdote, después la de un hombre casado, después se lo montó con un viudo septuagenario forrado de dinero, con una mujer de negocios casada con dos hijos y, por último, con los tres estudiantes.
El verano anterior se encaprichó de una elegante mujer de unos cuarenta años, casada y con dos pequeños querubines. Era una alto cargo de una importante multinacional de cosmética. La conquistó sin problemas y la cuarentona aquella se enamoró tanto de Clara, nombre falso que la chica había adoptado, que un día a finales de septiembre se presentó en su casa a las doce de la noche con un par de maletas.
– ¡He dejado a mi marido! Y a mis hijos. Y mi trabajo. Todo. Me vengo a vivir contigo... – le había dicho.
– ¡Pero qué dices! Aquí no puedes estar.
– ¿Por qué?
– ¡Porque, ya sabes, esto es una casa… de citas…!
– Me prostituiré si es lo que quieres… todo con tal de estar contigo…
– No, mi vida. No es necesario – le dijo dándole un besito.
– Compraré un apartamento.
– ¡Estupendo! Me parece perfecto. Pero aquí no puedes dormir hoy. Son las normas.
– ¡Deja esta mierda, vente conmigo! Escapemos juntas…
– ¡De acuerdo! Pero tengo que recoger algo de ropa y mis cosas…
– ¡Te compraré todo lo que necesites!
– Tranquila, mi amor, dame diez minutos, espérame en la cafetería de la esquina y estaremos juntas el resto de nuestra vida.
La mujer podía esperarle sentada. Clara no apareció. En cuanto se largó, la chica recogió una pequeña bolsa de deporte, la llenó de un montón de billetes de quinientos euros que guardaba bajo el colchón, un enorme consolador negro, y algo de ropa interior. Se escabulló por la puerta trasera del edificio, sin ni siquiera cambiarse de ropa. Se dirigió a la estación de autobús y montó en el primero que salió. Media hora después de jurar amor eterno, la joven se encaminaba hacia una nueva ciudad, una nueva mentira, una nueva aventura.
Su vecino de asiento no dejaba de mirar sus piernas y escote. Al otro lado del pasillo, su esposa e hija dormían profundamente. Decidió ser buena y no meterse en líos. Se abrochó la torera y puso sobre sus muslos la bolsa con todas sus pertenencias.
Llegó a la ciudad de destino, ya había amanecido. Buscó en el tablón de anuncios de la estación de autobuses y un mensaje le pareció interesante. Tres chicos buscaban compañero o compañera de piso. La muchacha se mordió el labio. Tres pollas jóvenes, lo mejor para olvidar el coño rancio de su última amante.
Invirtió la mañana en alquilar un guardamuebles en un polígono industrial. En él, escondió el dinero que le había robado al abuelo aquel que se ligó antes de la ejecutiva. Había decidido que a partir de entonces sería María, una chica acomplejada y sin un duro que pagaría su alquiler con su cuerpo. Tampoco se comía demasiado la cabeza con sus fantasías, si algo iba mal, se largaba sin despedirse y punto.
Fingía buscar trabajo por las mañanas, así que debía largarse del piso de estudiantes todos los días. Al principio recorría parques, bares y museos. Pero al final la cabra siempre tira para el monte. A las dos semanas se pasaba la mañana en un sex– shop oscuro y maloliente del barrio chino. Mamaba pollas a través de los agujeros que unían las cabinas. Cobraba diez euros por sesión. Le gustaba el ambiente sórdido y el olor a sudor mezclado con ambientador barato.
El dinero que ganaba se lo daba de propina al encargado del local. No lo necesitaba. Hacía aquello para pasar el rato. Pronto se aburrió. Aquello era demasiado monótono. Ojeando el periódico encontró varios anuncios en el que se buscaba chicas para un piso… de alterne. En los dos primeros le dijeron que no daba el perfil. María no era demasiado exuberante y su atuendo descuidado tampoco le ayudaba.
La encargada de la tercera casa también tuvo dudas. Aquella era un establecimiento especial, con clientes especiales.
– Mira, princesa – le había dicho la encargada – Sinceramente no creo que dures aquí ni una semana. Esto no es como chuparle la polla a tu novio en el asiento de un coche. Los señores que vienen aquí pagan mucho dinero por cosas… distintas.
– ¡Explíquese!
– No sé cómo decirlo, mejor es que lo veas.
Discretamente se introdujeron en un cuarto oscuro, en la pared había un cristal que dejaba ver lo que pasaba en la habitación contigua.
– Estos cuartos oscuros son para la seguridad de nuestras chicas. El cliente no puede vernos – dijo la madame antes de entrar.
– Ya veo.
María entendió enseguida de qué iba el rollo aquel. Las habitaciones de las chicas eran… distintas. Como muebles sólo había un colchón en el suelo, una pequeña coqueta. Todo forrado de plástico transparente, incluido el suelo.
En el centro de la estancia, una pequeña piscina de plástico. En su interior, un asiático con la boca abierta y de pié, una negra impresionante meándole dentro.
– Aquí, con poner el culo no basta. Hay que hacer de todo, beso negro, lluvia dorada, sado, zoo, coprofagia… todo lo que te pidan. Se gana una pasta pero no todas valen. Por eso digo que será mejor que busques otro local donde necesiten una lolita como tú…
María sonrió. Aquello era lo que buscaba. Emociones fuertes y variadas. Ni se lo pensó.
– ¡Me quedo!
– ¿Seguro?
– ¿Cuándo empiezo?
– No sé. Tendríamos que hacer una prueba…
– Perfecto. Cuando quiera. Estoy lista…
– ¿Ahora?
– ¿Quiere que entre ahí?
– ¿Con el japonés? Deberías empezar con algo más suave. Es un enfermo.
– Venga, lo estoy deseando.
– Tú misma.
La encargada observó las evoluciones de la pequeña María junto con el cliente y la morena. Se impresionó de verdad. Ante ella apareció un diamante en bruto. Una joya que, después de pulida, sería una máquina de hacer dinero a espuertas. Ni un reparo, ni un mal gesto, ni una arcada. Hizo todo lo más asqueroso que al asiático se le ocurrió sin perder la sonrisa de la cara.
Prueba de la excelente actuación de María fue la generosa propina del cliente.
– ¿Cuándo empiezo? Sólo puedo venir de lunes, miércoles viernes, por las mañanas – dijo la chica cuando salió de la ducha. No quería invertir todo su tiempo en un mismo sitio.
– Mañana mismo. Tengo un par de clientes que les gustan las novedades. Toma, te lo has ganado. Cómprate algo de ropa…– le dijo la mujer acercándole un billete de quinientos euros.
– ¡Déselos a la negra! Al fin y al cabo, el cliente era suyo. Para mi tan sólo era una prueba…
– ¡Veo que eres lista, mi niña! Es bueno mantener contentas a las compañeras…
– Adiós, hasta mañana a las diez.
– Hasta mañana.
A punto estaba María de cerrar la puerta cuando la señora le preguntó.
– Oye, se me olvidaba. ¿Cómo te llamas?
– María
– ¿Y cuántos años tienes?
– Dieciocho. Lo siento, tengo que irme.
Cuando la puerta se cerró, la mujer no pudo evitar una media sonrisa
– Dieciocho… ¡ya! – murmuró y respiró profundamente.
Por su casa habían pasado todo tipo de chicas. Inmigrantes, azafatas de congresos, estudiantes universitarias, aspirantes a modelos, bailarinas e incluso alguna que otra ama de casa. El noventa y nueve por ciento de ellas hacía todas aquellas asquerosidades por dinero. Por mucho dinero.
Pero había un uno por ciento restante, un uno por ciento sublime que lo hacía por puro placer. Esas eran, sin duda las mejores prostitutas.
Los años de experiencia le decían que la pequeña María pertenecía sin duda a ese maravilloso uno por ciento. También sabía que debía aprovechar el momento. Esas chicas se aburren pronto y cambian de aires sin previo aviso.
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María llegaba tarde. Lo sabía pero no podía presentarse en casa con el cabello mojado y el aliento sabiendo a mierda. Hacía rato que no llovía y Toño era muy observador. Le gustaba Toño. Era como un osito de peluche que comía en su mano. Y sobre todo le gustaba su verga. Todavía era inexperto, pero con su ayuda pronto sería un consumado amante.
Javi se creía muy listo pero era un perdedor nato.
Gorka, mucho músculo pero nada dentro. Sólo tenía una cosa, algo que sí interesaba a María. Su imponente novia Elena.
Cuando entró y comenzó a recorrer el pasillo unas manos la agarraron de las caderas y al instante amasaron sus pechos como si fuesen de goma.
– Buenos días, bonita. ¿Te ha tratado bien Toño mientras yo no estaba?
– Buenos días, Javi. ¿Qué haces aquí? Creía que estarías con las hermanitas viciosas…
– Vamos a la cocina y te cuento. Estoy preparando arroz a la paella.
– Se huele desde aquí, por eso sabía que estabas en casa.
– ¡Qué lista la chica!
No se sorprendió María cuando, al llegar a la cocina el chico la recostó de nuevo sobre la encimera, le bajó los pantalones y comenzó a apretar su verga contra la entrada de su ano.
– ¡No veas cómo chillaba la hermanita cuando le hice esto! A la media hora, ronroneaba como una gatita en celo. Cuando acabó el último jugador de póker gritaba pidiendo más.
– Me… menuda puerca.
– Como su hermana.
– ¡Aauuuu! Y… y si tan bien estabas ¿por qué has venido a….?
– ¿A darte por el culo? Porque el domingo las chicas tenían que pagar el alquiler. El dueño de su piso va a pasar el mejor día de su vida, te lo digo yo.
– ¡Ya estáis otra vez! – Dijo Toño entrando en la habitación – ¡Joder, no le has dejado ni quitarse la chaqueta!
– Es que este culito me vuelve loco.
Afortunadamente para María, el gatillo flojo de Javi hizo que la sodomización no se alargase demasiado. Cuando iba a subirse los pantalones, Toño intervino.
– ¡Espera, no lo hagas! Ahora voy yo.
María suspiró. No era lo que más le apetecía en ese momento pero, como buena puta, no protestó. Debía cumplir su papel. Su papel dentro de su fantasía. Sin embargo, el dolor era tan agudo que no pudo evitar pensar en alto.
– Parece que le habéis cogido gusto a darme por detrás.
– ¿Algún problema? Si quieres, paro.
– No, no – María se avergonzó de su momento de debilidad – dame fuerte, no te cortes.
Y no lo hizo. Era su manera de vengarse de ella por follar con sus compañeros de piso. La imagen era de lo más surrealista. Javi vigilando el fuego y los otros dos, dale que te pego a un par de metros suyo. María gritaba pero el chico ni se inmutó.
La comida transcurrió distendida. Como de costumbre y más aún con la ausencia de Gorka, Javi llevaba la voz cantante. Les contó con pelos y señales lo ocurrido el día anterior durante la timba de cartas. Al parecer, el encuentro con las hermanas le había satisfecho plenamente, superando todas sus expectativas.
Al acabar el almuerzo dominical, María sorprendió a los chicos. Se había colocado una sudadera bastante grande y un pequeño pantaloncito corto.
– ¡He comprado varias películas!
– ¿De veras? De dónde sacaste la pasta.
– Será mejor que no preguntes. Aquí, María es toda una carterista.
– ¡No jodas! Eres una caja de sorpresas…
– ¡Deberías guardar el dinero y gastarlo en cosas más útiles!
– Eres un amargado. Las he comprado para vosotros, con todo mi afecto…
– Seguro que son un tostón de amor y llorar…
– ¡Bueno, para nada! – María sonreía pícaramente – Amor, lo que se dice amor… no creo que haya mucho. Y lo de llorar, no parece que lo pasen mal del todo.
Y tras decir esto, echó mano a la bolsa de plástico y lanzó sobre los chicos el contenido. La reacción de ellos no pudo ser más dispar. Javi alucinaba, una selección del mejor porno nacional. No se esperaba aquello de la inocente María.
En cambio, Toño se sintió muy incómodo y a punto estuvo de largarse a su cuarto. Pero no lo hizo. Al menos no desde el primer momento. Muy a su pesar, superado el primer impulso había decidido darle una lección de madurez a la morenita de ojos azules y piel albina.
– Elegid la que queráis. Yo voy a hacer palomitas.
– ¿Palomitas? ¿Viendo porno?
– ¿Por qué no? Una peli es una peli…
– Vale.
Javi ni siquiera pidió consejo a su amigo. Se limitó a buscar la de mayor duración. Cuando María regresó ya había comenzado la acción.
– Es una selección de las mejores escenas de esa guarra…– dijo para poner a su amiga en situación.
– ¿Me dejas sitio en el sofá?
– Por supuesto.
– Toño, ¿no vienes?
Tardó en reaccionar el chaval.
– N… no. Prefiero la silla.
– Como quieras – la chica parecía decepcionada y comenzó a tocarse – si no os importa, me gusta pajearme mientras veo porno.
– Joder con María. Eres una caja de sorpresas…
– ¿Tú no lo haces?
– Sí, claro.
– Pues yo también.
– Vale, vale. No te enfades.
Toño aguantó bastante. La primera escena fue bastante llevadera. Su hermana y otra despampanante actriz se metían de todo por sus agujeros. Jamás había hablado del tema con ella. Cinco minutos de charla al mes no se invierten en reproches ni reprimendas. Muy a su pesar, ella era feliz con lo que hacía y eso era lo más importante.
La segunda escena cambió de registro y aniquiló la resistencia del chaval. Cuando su hermana y tres sementales consumaron la triple penetración, se levantó compungido y dijo:
– Me… me voy a estudiar.
– Pero tío. No te cortes. Hazte una paja si se pones cachondo. O mejor, que te la chupe María. No te importa ¿verdad?
– No, claro.
Toño se levantó, intentando esconder su erección. Al llegar a su cuarto, se masturbó con furia. Muy a su pesar, tuvo que admitir que ni si padre ni su hermana tenían ningún problema. El problema hasta aquel día había sido suyo y sólo suyo. Se había comportado como un niño.
– No entiendo a este chaval. En fin, el se lo pierde. ¡Chúpame a mí!
– Después, ahora déjame ver la peli.
– Pero…
– No seas pesado.
– Pero...
– Shsssss
María se dispuso a tragar un puñado de palomitas cuando una mano le agarró de la nuca. El cuenco se volcó, esparciendo los copos blancos por todo el sofá.
– ¡Puta! si te digo que me la chupes, me la chupas.
– ¡Que no, joder! ¿No ves que estoy comiendo? – dijo escabulléndose de la mano que acercaba su cara hacia el pene babeante.
Javi se quedó cortado.
– Perdona María. Es que me he puesto cachondo con rubia esa…
– ¡Qué es broma, tonto! Te lo crees todo… en el fondo eres más pardillo que Toño – dijo tirándole unas cuantas palomitas a la cara compungida del chico
– Eres una hija de puta… ¿lo sabías? – no sabía si enfadarse o alegrarse.
– Por supuesto – contestó blandiendo con una mano la herramienta de Javi – ¿cómo desea que se la chupe al señor?
– Como lo hace esa guarra… menudo tratamiento le está dando al moreno.
– ¿Seguro? Si te hago algo parecido, no me duras ni un minuto.
– ¿Qué no? ¿Qué te apuestas?... – salió la vena competitiva de Javi.
– ¿Quieres jugar fuerte?
– Claro.
No sé, espera…. ¡ya lo tengo!
– Dispara.
– Si ganas, me tiraré a ese profesor tuyo… el que te tiene manía… conseguiré que te apruebe.
– ¿El profesor Robles?
– Sí, ese.
– Pero alma cándida, si tiene casi setenta años. Está a punto de jubilarse y está por encima del bien y del mal… Viudo y con nueve hijos, no creo que caiga en tus redes a estas alturas de la vida
– Tú confía en mí. Además, todavía no he perdido.
– Y si ganas, ¿qué quieres? ¿Dinero?
– Bueno… no me vendría nada mal… pero… pero quiero otra cosa tuya más interesante.
– ¿Interesante?
– Tu… culo. Te meteré un dedo por el culo.
– ¿Qué? ¡Estás como una cabra!
– ¿De qué te preocupas? Si tan seguro estás, no tienes nada que temer.
– ¿Crees que soy marica? De eso nada, monada…
– Todos sois iguales – María parecía enfadada – ¿Porqué tenéis esa convicción incuestionable de que todo hombre que juega con su ano es gay?
– ¿No es así?
– Pues no, claro que no. He estado con hombres que para nada tenían el menor interés en otros pero que disfrutaban como enanos cuando les metía el dedo por el culo. ¿No has oído hablar del punto G de los chicos?
– ¡Eso son chorradas! G, de gilipollas…
– Bueno, si no quieres, vale.
– ¿Quién es ahora la que piensa que soy un niño y que voy a entrar en ese jueguecito tonto?
– Yo ¿funciona?
– Pues claro.
– ¡Hecho! Un minuto.
– Sesenta segundos.
– Lleva la cuenta en voz alta y no te aceleres, que nos conocemos.
– Espera, espera. Apaga la tele…
– Ni hablar, si te molesta lo que ves, cierras los ojos…
– Vale.
La chica se arrodilló como una bala en el suelo. Se acomodó, agarró de nuevo el cipote y abrió la boca.
– ¡Preparados… listos… ya!
– Me cago en la puta… ¡Qué gusto! – la cabeza de su compañera se movía vertiginosamente.
El combate era tan desigual que hasta le dio tiempo a María de recrearse en los peludos testículos de Javi. Quince segundos antes de lo acordado, el chaval se desparramó entre los labios sonrientes de la chica.
– Has perdido…
– No vale… la peli me ha puesto como un burro…
– Has perdido…
– Quiero la revancha…
– Has perdido…
El chico agachó la cabeza.
– He perdido.
– ¡Bieeeeennnn! La nena vuelve a ganar.
Capítulo 5: Dulce venganza.
– ¿Y cómo lo hacemos? – Javi temía más por la integridad de su hombría que la de su ano.
– Tranquilo, hombre. ¿Tienes prisa?
– Para nada.
– Veamos un poco más la peli. La tarde es muy larga.
– ¡Y más que se me va a hacer a mí!
– No seas llorica. Verás cómo te gusta… tendré cuidado, te lo prometo.
– No creo…
– Si te portas como un hombre, haré una visita al profesor ese… ya verás como vale la pena.
– Por lo menos no hay mal que por bien no venga.
– Ahora vuelvo.
Javi esperaba aterrado el regreso de María. En su fuero interno tenía la vaga esperanza de que todo fuese una broma, una burla, nada serio. Pero cuando vio que la chica volvía con una enorme colcha, un bote de crema y el frasquito de vaselina, esa esperanza se esfumó.
– No te quejes. De haber sido un chico habría ido al grano de inmediato. Sin lubricación ni leches. Os gusta hacerlo así. Os pone cachondo si la chica grita y se retuerce de dolor. Por eso cuando intentáis darnos por detrás sois tan torpes. La mayoría de las veces no es que a las chicas no nos guste. A mí me gusta. Lo que pasa es que sois tan brutos que nos hacéis daño. Esto requiere preparación. Un tiempo para cada cosa y cada cosa a su tiempo.
– Si tú lo dices.
Ven aquí. Desnúdate y túmbate boca abajo y relájate hostia, que no voy a comerte.
– ¡Vas a romperme el culo!
– Voy a hacerte un masaje.
– Ya.
– Toma, muerde esto si te duele mucho – dijo entre risas lanzándole a la cara las bragas húmedas que acababa de quitarse.
Javi no estaba relajado ni mucho menos. Pensaba que aquella tarde iba a ser la peor de su vida. Podría haberse reivindicado en su condición de macho y utilizar la fuerza para evitar el castigo, pero no lo hizo. Era un jugador y los de su condición comprenden que es tan importante saber ganar como perder. Aun a costa de su trasero.
De reojo vio como la chica también se desnudaba. Era preciosa, no cabía duda. Cuando notó sobre su espalda un abundante chorro de crema corporal decidió que lo mejor sería cerrar los ojos, apretar los dientes y afrontar la tortura con la mayor entereza posible.
María era una experta. Se sentó sobre las desnudas nalgas de Javi y comenzó a masajear la zona dorsal, la nuca y los brazos del chico. Se trataba de un tipo de masaje muy profesional, nada erótico, más bien terapéutico.
El chico tuvo que reconocer la María sabía lo que hacía. Al fin y al cabo era una profesional del masaje según les había dicho. Lo que seguro que se salió de lo convencional cuando se acercó a la oreja del chico y comenzó a lamerla. Una corriente recorrió la espalda de Javi. Aquello no estaba tan mal.
Notaba el roce de los pechos de la chica sobre su espalda. Estaba tan resbaladiza que los pezones se deslizaban vertiginosamente por todo su dorso.
Después de frotarle con tan delicadas esponjas todo su cuerpo la chica se sentó a horcajadas sobre una de sus piernas y comenzó a mover su pelvis lentamente.
Un gemido apenas imperceptible le hizo saber que la chica se estaba masturbando con el roce. Cuando ella satisfizo sus instintos se volvió a abalanzar sobre el cuello del chaval y que comenzaba a perder los estribos ante tal cantidad de estímulos sobre su cuerpo.
María lamió, mordisqueó y besó tanto el cuello como la espalda de un sobreexcitado Javi. Que su lengua se introdujese dentro de los glúteos del joven era un paso lógico. Y que lamiese su esfínter con deleite, lo más natural del mundo.
Javi quería morirse, pero no de dolor sino de gusto. Solía tener muchas cosquillas pero estaba tan excitado que ni se acordaba de ese pequeño detalle.
María le apretaba las cachas, separando sus glúteos, y metía y sacaba la punta de su lengua de interior de su cuerpo. La jodida chica tenía toda la razón, aquello era lo mejor que había sentido nunca.
María lo estaba pasando de lo lindo. Hacía tiempo que no degustaba un culo virgen. Sus clientes eran casi siempre viejos verdes, con sus traseros flácidos y penes impotentes. Sin ser gran cosa el ano de Javi era el mejor que se había trabajado en meses. Pensó que el chaval ya estaba listo. Sobre todo por su forma de mover el culo. Lo mecía ligeramente. Buscaba algo más que una pequeña lengua en su interior. Desestimó la idea de la vaselina. Javi estaba tan excitado y su dedo era tan pequeño que no iba a necesitarla. Lanzó un escupitajo que alcanzó su objetivo. Con aquello sería suficiente. Se chupó el dedo más largo y lo introdujo un par de centímetros. Notaba el latido del corazón del chico. A cada movimiento cardiaco la abertura se dilataba o se contraía rítmicamente.
– ¿Paro? – dijo María en tono burlón.
– ¡Ni… se… ni se te ocurra! ¡Sigue!
– Como ordene el señor…
– ¡Aaahaaggg! ¡Me cago en mi padre!
– Te dije que te gustaría.
– ¡Dame… dame más!
– ¿Mas? ¿Metemos otro?
– ¡Sssssssiiiiii! Pero ten cuidado.
– ¡Marchando!
Con suaves movimientos rotatorios, poco a poco los dos apéndices se internaron por el oscuro agujero todo lo que su corta longitud les permitió.
– Pues si esto te ha gustado, no veas cuando te roce… ¡Aquí!
– ¡Aaaahh! – Gritó Javi – no pares… ¡Qué gusto!
– ¡El famoso punto G existe! ¿Qué dices ahora, putito?
Pero Javi no pudo decir nada. Le hervía la sangre y sólo gemía y gritaba de placer. Era todo un escándalo. Tanto que Toño se asustó al oír el griterío y se acercó al comedor al ver que pasaba. Se quedó mudo.
María lo detectó al instante bajo el dintel de la puerta y le hizo una señal de que permaneciera callado con la mano que tenía libre. Desde aquel lugar Javi no podía saber de su presencia pero él podía verlo todo.
María sonreía maliciosamente. Era una expresión distinta, Toño la descubrió por primera vez y le dio miedo. Mucho miedo. Viciosa, con su mirada fija en el genio informático chupó uno de los dedos que tan profundamente habían penetrado en el trasero de su amigo. Cuando iba a por el segundo se lo pensó mejor. Decidió dar una nueva vuelta de tuerca a la situación y dárselo a degustar al sudoroso Javi que, fuera de sí, ni siquiera reparó en el sabor a heces que tenía.
María observó su obra con detenimiento. El ano estaba dilatado pero no lo suficiente. Debería utilizar la vaselina. De debajo de la enorme tela que cubría el suelo sacó un consolador rojo, con una serie de elásticos en forma de arnés. Rápidamente se lo colocó, no quería que la excitación de Javi disminuyese. Era importante si quería sodomizarlo.
– ¿Qué… qué vas a hacer?
– Tranquilo, que vas a pasar un buen rato.
– ¿Me lo prometes?
– Te lo juro.
Una vez colocado convenientemente, la chica embadurnó el ariete con abundante lubricante. El consolador no era demasiado grande. No quería lastimarlo en su primera vez.
Javi dio un respingo cuando notó el puñal que lo penetraba. Tenía las bragas de María en la boca y apretaba los puños sin motivo alguno. Él mismo fue el más sorprendido cuando noto que aquello, lejos de dolerle, le proporcionó un placer infinito.
María notó que el chico lo estaba pasando de miedo. Era un pasivo nato, como la mayoría de los homosexuales. Progresivamente fue incrementando el ritmo y la profundidad de las embestidas al tiempo que los gritos de Javi fueron incrementándose en volumen. Ella también contribuía con sensuales sonidos a aumentar la excitación del chico.
Cuando tensionó el cuerpo y dejó de moverse María supo que el chaval había llegado al clímax. Ella también estaba exhausta y tras unas cuantas penetraciones secas y violentas se tumbó junto a él mirando el techo.
Toño comprendió que debía irse. Javi se hubiese muerto de vergüenza al saberse descubierto en tan incómoda situación.
– ¡Qué pasada! – comentó el chico una vez repuesto.
– Te lo dije…
– Es increíble. Jamás podría habérmelo imaginado.
– ¡Eh! No le vayas a coger gusto y te cambies de acera.
– ¿Yo? ¡Ni hablar! – su tono ya no era tan convincente.
La película ya hacía tiempo que concluyó.
– Oye, María ¿de dónde has sacado eso?
– ¿Qué?
– El… consolador.
– Pues de debajo de la colcha. Lo traía escondido para que no salieses corriendo…
– ¡No… graciosa! Que dónde lo has comprado
– Es una larga historia. Hace un mes intenté vender artículos eróticos casa por casa.
– ¿Sí? ¿Te fue bien? ¿Qué pasó?
– Evidentemente no me salió como esperaba. Llegué a vender algo, lubricantes sobre todo pero un día entré en casa de una señora…
– ¿Sí…?
La pobre mujer me entendió mal. Pensó que se trataba de cajas de plástico para guardar comida.
– ¡No jodas!
– ¡Se desmayó al grito de “Dios bendito” cuando le saqué un cipote así de largo de mi bolsa!
– ¡Qué bueno! ¿Y qué hiciste?
– Recogerlo todo, llamar a una vecina y largarme corriendo. Casi me muero de miedo.
– ¡Increíble!
– Decidí dejarlo. Como ya tenía todo el género comprado, me lo quedé. No veas el montón de juguetitos que tengo debajo de mi cama.
– ¡Enséñamelos!
– No… otro día. Vamos a bañarnos…
– Cierto, estamos asquerosos.
– ¡Hombre! Gracias por el piropo…
– Corrección. Estoy asqueroso. Tú estás estupenda…
– Eso está mejor.
Cuando se levantaron se hizo evidente la enorme mancha que había quedado en la colcha.
– ¡Qué cabrona! ¡Es la mía…!
– ¡Toma, no! ¿Te crees que soy tonta o qué?
– ¡Te vas a enterar! Como te coja…
María comenzó a corretear desnuda por el pasillo
– ¡Socorro! – gritaba entre risas
Javi la atrapó a la entrada del baño. Se fundieron en una guerra de lenguas tórrida, sensual y lasciva.
Después de un reparador baño, al cabo de una hora ya estaban otra vez en el salón.
– ¿Y ahora qué hacemos? – dijo él una vez recogido todo el tinglado.
– ¿Otra peli?
– Por supuesto
– – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – –
– ¡Se la estaba chupando! – Dijo Elena cuando entró en la habitación de su novio.
Gorka suspiró. Su novia había decidido por sorpresa irse con él una semana. Solía hacerlo. La temporada alta de la panadería todavía no había llegado.
Se habían presentado aquel domingo en el piso de estudiantes más temprano de lo habitual. Ni siquiera había caído en la cuenta de que María podía estar en plena faena con Toño o Javi cuando abrieron la puerta del piso.
– Que no, mi vida.
– No me digas que no te has dado cuenta.
– Son imaginaciones tuyas.
– ¡Una polla! ¿Imaginaciones? Tú eres gilipollas – Elena, cuando se enfadaba, era capaz de hablar como un camionero y tratar a cualquiera que se le pusiese por delante como una basura.
– Nena, no te pases.
– Pero si ni siquiera llevaba pantalones, tan sólo una sudadera… menuda pájara. ¡Qué callado se lo tenía!
– Menuda cabecita fantasiosa tienes.
– Y hasta me pareció que lo que veían era una película de esas… una porno.
– ¿Porno? ¡Venga ya!
– Que sí, joder.
– Si tú lo dices.
– Y esa sudadera ¿no tienes tú una igual?
– Eh… – no supo que decir – Se la regalé a Javi, a mí me iba un poco holgada…
– ¡Ya! – Elena no estaba muy conforme con la explicación– te recuerdo que la casa es tuya. No sé qué narices haces compartiéndola con esos fracasados. Y mucho menos con la mosquita muerta esa…
– ¡Cállate! Sabes que es un secreto… –
Era cierto. El piso era de la abuela de Gorka, que al morir se la había dejado como herencia a su único nieto al finalizar el curso pasado.
– Son mis amigos – continuó – y me gusta vivir con ellos. Además, ¿de dónde crees que sale el dinero para comprarte esos trapitos caros que te gustan?
– De tu padre – dijo Elena en tono despectivo. Conocía a su futuro suegro. Lo conocía demasiado bien.
– Bueno… sí. En parte. Pero la mayoría lo saco de lo que les cobro por alquiler…
– ¿Y era necesario meter en este agujero a esa chica? Conozco a las de su clase. Parece que no han roto un plato y… ¡zas!, te la pegan.
El chico tuvo una idea feliz para que cesase el interrogatorio. De seguir por aquel camino la pelea era segura.
– Que no. Que no es de esas. Tienes tú más posibilidades de ligarla que cualquiera de nosotros.
– ¿Qué?
Que le gusta el rollo bollo.
– ¿Lesbiana? Me estás tomando el pelo…
– ¡Qué va! Si hasta se ha traído alguna chica un par de noches… – para que una trola suene a verdad, hay que adornarla un poco.
– ¿De verdad?
Te lo juro.
– ¡Joder!
La discusión terminó pronto como casi siempre. Una Elena triunfante y un Gorka resignado. Afortunadamente para él, la chica tenía ganas de sexo. Pronto Toño tendría un concierto de gritos y golpes en la habitación de al lado.
– – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – –
– Creo que nos han pillado –dijo Javi.
– La culpa es de Gorka. Parece bobo. Debería habernos avisado.
– Ya no podemos hacer gran cosa. Menuda es Elena… y qué pedazo de cuerpo tiene… – no había dejado de mirarle el trasero mientras desaparecían Gorka y ella por el pasillo.
– ¿Te pone?
– ¡Y a quién no!
– Te gustaría tirártela ¿a que sí?
El chico miró a María.
– Pues claro. Pero eso no va a pasar. Y sólo no porque sea la novia de uno de mis mejores amigos sino que tipos como yo son invisibles para diosas como esa…
– Ya veremos…
– ¿En qué piensas?
– En una nueva apuesta.
– Ni hablar – aunque no lo había pasado nada mal se había dado cuenta que apostar con María era derrota segura.
– No es una apuesta, es una especie de intercambio…
– ¿Intercambio?
– Si consigo que te cepilles a Elena… harás un trío conmigo y… otro chico.
– Sin problemas – Javi no observó inconveniente alguno. Ya había compartido a María con sus otros dos amigos.
– No te equivoques – le interrumpió viendo que no la había entendido – Tendrás que tener sexo… conmigo y con el otro muchacho…
Javi se quedó mudo. María decidió darle un empujoncito más.
– Podrás partirle ese culito que tanto te pone a la creída esa…
El chico sonrió aliviado. Eso era imposible.
– De acuerdo. Tu ganas, pero te adviento que ni borracha como una cuba ha conseguido Gorkita meter su pajarito dentro del nido posterior de Elena. Además, está Gorka, que como se entere…
– ¡Tú déjame a mí! Gorka lo sabrá todo y no dirá ni mú.
– Seguro – Javi pensó que la chica deliraba – ¿Seguimos? Esos dos ya no saldrán en toda la noche.
– Eres un pervertido…
– Eso es un sí ¿verdad?
Como única respuesta María se abalanzó de nuevo sobre la entrepierna de Javi. Le gustaba juguetear con los penes flácidos.
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De haber estado Toño en su habitación no hubiese podido pegar ojo hasta que Elena y Gorka se hubiesen desfogado. Pero Toño no estaba. Se había escabullido fuera de la vivienda sigilosamente. Ni siquiera encendió la luz de la escalera.
Diez minutos después volvió a entrar tan silenciosamente como había salido. Ya en su cuarto, introdujo en uno de sus cajones un pequeño estuche de destornilladores. Sonreía cuando apagó la luz y comenzó a recordar cada una de las palabras que había escuchado aquella tarde.
A don Manuel lo encontraron a mitad de la mañana del lunes. Tuvieron que rescatarle los bomberos. Según comentó alguna vecina el hombre había tenido un percance a la hora de recoger la basura de todos los rellanos como solía hacer cada noche.
Bajar todos los desperdicios de los vecinos era una tarea agotadora para un hombre tan pesado, sobre todo por la ausencia de ascensor. Sin embargo, un pequeño montacargas le facilitaba la tarea. El hombre lo hacía subir hasta el último piso y poco a poco iba descendiendo recogiendo cada bolsa de basura.
A pesar de estar prohibido, don Manuel se metía dentro para ahorrarse el esfuerzo de subir y bajar. Sobre todo los fines de semana, en los que había pocos inquilinos y menor cantidad de deshechos.
Pero algo no funcionó bien aquella noche. Cuando las bolsas del primer piso estuvieron en el artefacto el hombre dudó un poco. Estaba tan lleno que no iba a caber él. La vagancia le pudo y, en lugar de bajar una veintena de escalones, se apretujó contra las bolsas y pulsó el botón de descenso. Craso error. El montacargas no se detuvo en la planta calle sino que descendió dos niveles más y no se movió de allí. Era la antigua carbonera, una parte del edificio en tan mal estado que nadie estaba autorizado a entrar. Para colmo de sus males, la portezuela que podía liberarle estaba cerrada por dentro con candado.
Se hartó de gritar inútilmente. Atrapado, a oscuras y rodeado de malolientes restos pasó la noche echando pestes por la boca. Creyó que iba a morirse. Tuvieron que hospitalizarle.
Una crisis de ansiedad, según comentó alguien.
Capítulo 6: Cumpliendo sueños.
– ¡Que no voy, joder!
– ¿Por qué? Tampoco es para tanto
Gorka y Elena estaban en su enésima discusión semanal. Aquella pareja pasaba del odio más visceral al enamoramiento más absurdo varias veces al día. Eran tal para cual.
– Llevamos saliendo toda la semana. No me importa, podemos ir a donde te dé la gana pero ahí… ahí no. Sabes que no me gusta, no estoy cómodo.
– ¡Pues no parecías muy a disgusto cuando aquella pelirroja te montaba como una loca!
– ¡Cállate, van a oírnos!
– Que se jodan. Me importa un huevo que se enteren. Me apetece ir al sitio ese y punto.
– ¡Pues vete de una jodida vez! Y no vuelvas – al mencionar esas palabras Gorka ya se estaba arrepintiendo.
– ¿Qué no vuelva? ¡Eso es lo que voy a hacer! Voy a salir por ahí y tirarme al primero que encuentre, o aún mejor, me lo llevaré al bar de intercambios de parejas, que es lo que me apetece…
– ¡Haz lo que te dé la gana!
– ¡Me voy, calzonazos!
– ¡Puerca!
María oyó como se abría la puerta de la habitación de Gorka y como, dando un portazo, la enfurecida Elena dejaba el piso y a su novio con un palmo de narices.
– ¡Me cago en su puta madre! ¡Que le den!
Al poco tiempo María intuyó que Gorka abandonaba su cuarto. Pensó que, como un perrito faldero, iría en busca de su novia. Se sorprendió bastante cuando, sin ni siquiera llamar a la puerta, entró en su habitación, le arrebató la revista de moda que estaba ojeando, le arrancó el tanga y se la folló sin decir palabra. Tan sólo murmuraba juramentos e insultos que tenían como destino a su novia Elena.
Aquello no era lo acordado, pero el chico estaba tan cabreado que María no dijo nada. No era el momento. Esperaría a que se desahogase.
Cinco minutos después, un Gorka arrepentido comenzaba a abrocharse los botones del pantalón.
– Lo… lo siento.
– No pasa nada. Lo entiendo. Pero que no vuelva a repetirse. Ya sabes…
– En tu habitación no. Lo sé. Perdóname.
– Tómate una ducha y vete a dormir.
– ¿Crees que debería ir a buscarla?
– No soy la más adecuada para dar consejos pero, si lo haces siempre serás un pelele en sus manos.
– ¿Tú crees?
– ¡Volverá!
– ¿Si?
– Seguro.
La intuición de María no le falló. Un par de horas después sonó timbre del portero automático. Le faltó tiempo a Gorka para abalanzarse sobre el teléfono y abrirle la puerta a su amada. Un par de minutos después, el colchón chirriante de Gorka fue testigo de nuevo de la enésima reconciliación de la pareja.
– ¡Qué par de gilipollas! – pensó María justo antes de quedarse dormida.
A la mañana siguiente una somnolienta Elena entró en la cocina. Su aspecto no era nada apetecible. Ojerosa y con el pelo alborotado se la veía menos segura de sí misma. Se sorprendió un poco al ver a María preparándose el desayuno. Normalmente la mosquita muerta se levantaba temprano, iba a correr por el parque y después se largaba en busca de un trabajo que nunca llegaba.
Apenas habían cruzado algún que otro saludo y por supuesto era la primera vez que estaban juntas a solas.
– Hola, errr… María. Bu… buenos días.
– Buenos días Elena, ¿quieres café?
– Sí, gracias.
María se sorprendió. Era la primera vez que había oído de la boca de aquella rubia un mínimo gesto de educación para con el resto de la humanidad. Algo raro le pasaba a la chica. Prudentemente la morenita guardó silencio.
Sin duda la paciencia de María era una de sus mayores virtudes.
Elena mojaba una magdalena en el café. No se pudo morder la lengua.
– Que sepas que no tengo ningún problema con ninguna de vosotras.
María no sabía de qué narices iba todo aquello, aunque las siguientes frases de la panadera le disiparon las dudas.
– Me parece perfecto que te gusten otras chicas. Pero no te equivoques, ese rollo no va conmigo.
Después de zamparse de un bocado la magdalena, prosiguió su perorata con la boca todavía llena.
– En realidad no entiendo porqué os lo montáis entre vosotras. Donde esté un buen rabo… que se quite todo lo demás.
– Entiendo – María pensó que tenía que decirle cuatro verdades a Gorka.
– Mi padre dice que sólo sois unas… ¡espera! ¿Cuál es la frase exacta? – otro bollito empapelado se introdujo en el fluido negro – “Mal folladas”. Mi padre dice que sólo sois todas unas “mal folladas”.
– Y tú ¿qué piensas? – dijo María en tono burlón.
– Me parece de puta madre. Cuantas más tías se dediquen a meterse caña, a más hombres tocamos las demás.
Un razonamiento tan simple como irrefutable.
– Te confieso que al principio no me hacía gracia que compartieses piso con mi hombre. Hay mucha lagarta suelta, te lo digo yo que las detecto a la legua. Pero como eres de esas, lesbiana, no hay problema.
María comprobó algo que ya sabía, que el día que explicaron en clase qué es la sutileza, Elena no estaba demasiado atenta.
– Claro, claro – decidió seguirle la corriente para ver a dónde quería irá a parar aquella mente tan simple.
– ¡Cómo seré de tonta que el otro día me pareció…! – pareció entrarle de repente algo de pudor.
– Sigue.
– ¡Creí que se la estabas chupando a Javi! ¡A Javi, ese gilipollas!
– ¿De veras? No me lo puedo creer – sonrió cálidamente María – ¿Y qué pasa con Javi? ¿No te cae bien?
– ¡Pero qué dices! Ni él ni el otro fiki, con esas greñas y su cara de amargado. Alguien debería decirle que el heavy ha muerto…
– Pues no se te ha notado nada – María hacía grandes esfuerzos por no reírse de aquella desgraciada.
– En fin. Son los amigos de Gorka y supongo que tendré que aguantarlos, de momento.
– Son buenos chicos…deberías conocerlos un poco más profundamente.
A la rubia esta última frase le dio qué pensar. Se le ocurrió una idea genial.
– ¿Por qué no damos esta noche una fiesta aquí, los cinco? ¿Qué te parece? Así podré darles la oportunidad de demostrarme lo interesantes que son.
– ¡Perfecto!
María estaba encantada con este cambio en la actitud de Elena. Como dice la canción, algunas veces, cuando menos te lo esperas el diablo va y se pone de tu parte. Este suceso le vino de perlas para sus propósitos. Todavía no le había dado tiempo de pensar cómo demonios iba a convencer a Elena para que se lo montase con Javi. Casi todos sus planes solían estar muy pensados y meditados. Calculados hasta el último detalle.
Pero aquella cena entre amigos le podía proporcionar una situación inmejorable para que la fantasía de Javier se cumpliese.
– Lo que me voy a reír. Te darás cuenta de lo que digo, unos perdedores…
– Oye, Elena.
– Dime, cariño.
– Ese chupetón que llevas en el cuello… ¿te lo hizo Gorka? – dijo la más joven señalando con el dedo.
A la mujerona se le cambió el color de la cara. A penas acertó a cubrirlo con su cabello, justo en el instante que su adormilado novio entraba en la cocina.
– Buenos días chicas. ¡Pero bueno! ¿A qué vienen tantas prisas? – exclamó al sentir como Elena pasaba a su lado como un huracán.
– Aparta, gilipollas. Voy a bañarme.
– Vale, vale. Menudo genio.
– Buenos días, Gorka.
– Hola María, ¿cómo tú por aquí tan tarde? ¿Hoy no buscas trabajo?
– Pues no. He decidido tomarme un día de descanso. Iré a la universidad. Quiero ver dónde estudia Toño…
– Bien – se notaba que a Gorka le importaba un pimiento lo que le contaba María.
Se había servido un buen tazón de café y buscaba en el frigorífico algo más contundente que llevarse a la boca. No pudo evitar un respingo cuando notó la manita de María que se introducía por debajo del pantalón de su pijama y comenzaba a acariciarle la verga.
– ¡Así que lesbiana! – le susurró al chaval al oído.
– Elena es una bocas… por favor no te enfades.
– ¿Enfadarme? Ni hablar. Es perfecto.
– ¿Perfecto?
– Así la engreída de Elena no me verá como una amenaza y podrás follarme cuando te venga en gana.
– Sí, pero otro día. Ahora puede pillarnos.
– Está en la ducha, ¿no oyes lo mal que canta?
– Pero puede salir en cualquier momento…
– Ayer por la noche te portaste mal. Tengo derecho a un desagravio…
– Entiendo… ya te dije que lo siento.
– Sentirlo no es suficiente. Mereces un castigo… y te lo voy a dar ahora mismo.
Agarró al musculitos de la mano y lo llevó justo a la puerta del lavabo.
Al otro lado, Elena seguía berreando.
– ¿Qué… qué vas a hacer?
– ¡Calla, tonto!
Sin darle más respiro al asustado muchacho, se arrodilló lentamente al tiempo que le bajaba los pantalones hasta los tobillos. Comenzó a mamarlo con maestría, como sólo ella sabía hacerlo.
La mente del chico suplicaba que parase. Su cuerpo expresaba todo lo contrario. La situación era de lo más excitante. Un par de metros detrás de él, la futura madre de sus hijos canturreaba torpemente bajo una cascada de agua. En el pasillo, su amor prohibido le realizaba una de las mejores felaciones que había disfrutado en su vida. La sensación de peligro acrecentaba sus sensaciones. Estaba a punto de estallar cuando, de improviso, la canción cesó y oyó como su novia abría la mampara de la ducha.
Intentó inútilmente separar la cabeza de María de su entrepierna pero la chavala no estaba dispuesta a soltar el anzuelo sin catar el cebo.
Sentir unos dientes afilados alrededor de su nabo fue lo suficientemente persuasivo como para que desestimase la idea de tirar del pelo de la chica.
Se resignó a su destino.
– ¡Gorka! ¡Gorka! Ven aquí, tonto del culo – Elena había nacido para mandar – Se bueno y tráeme una toalla para el pelo…
El chico intentó contestar pero de su corpachón apenas salió un hilito de voz.
– ¡Gorka, joder!
– ¡Siiiiiiii! – gimió él al tiempo de se derretía en la boquita de María.
– ¡Qué me traigas una toalla, leches!
– Vo….voy.
– ¡Vuela!
Un azorado Gorka se subía los pantalones e intentaba inútilmente bajar su erección mientras se dirigía a su cuarto en busca de lo que su dominante novia le había pedido.
En sentido opuesto, una satisfecha María se sonreía para sí. Un pensamiento recurrente le asaltaba cada vez que su mente se centraba en aquellos dos tortolitos.
– ¡Qué par de gilipollas!
– Te has pasado. Casi nos pilla.
María estaba a punto de irse, cuando un enfadado Gorka la asaltó en el pasillo
– Tu polla sabía raro. ¿Sabes que es peligroso follar a pelo cuando se tiene la regla? Puedes dejar a Elena preñada.
Se sorprendió bastante al ver que Toño la miraba divertido sin apenas inmutarse. Era un amante excepcional, con un aguante tremendo.
– S… sí – contestó María un tanto descolocada.
– ¡Pues María, creo que ahora me toca a mí!
– Eeeeeelbaaa
– Lo que quieras, Elba. Te voy a dar un rato… por detrás…
El chico era más fuerte de lo que su apariencia escuálida hacía prever.
A María le fallaban las piernas pero Toño la llevó en volandas hasta la mesa. La tumbó delicadamente boca arriba y le alzó las piernas de manera que el ano de la chica quedase a su disposición.
María se llevó el puño a la boca. Sabía que aquello iba a dolerle. Pero no imaginaba hasta qué punto. Gracias a Dios, los restos de su excitación resbalaban hasta la entrada de su culo, lo que de alguna manera lubricó la sodomización. Aun así, creyó que perdía el sentido.
El bueno de Toño no tuvo compasión ninguna. María se retorcía de dolor mientras notaba cómo sus carnes se abrían. En su desespero agarró un lapicero que se encontraba sobre la mesa y lo rompió de tanto apretarlo.
Toño desde el principio impuso un ritmo frenético que no descendió en los siguientes diez minutos durante los cuales no dejó de castigar el dolorido trasero de María.
– ¡Zorra! Vienes a verme vestida como una puta y como a una puta voy a tratarte. Voy a correrme en tu boca…
Cuando sintió que la llegada de su momento era inminente, agarró a la chica de las muñecas, la obligó a arrodillarse sobre el suelo, le sujetó firmemente la cabeza entre sus manos, le metió el pene en la boca y comenzó a brotar de su ariete un torrente de líquido viscoso que rellenó la cavidad bucal de María.
– Toma leche, Celia. Eres una puerca.
La chica sabía de lo que era capaz su amante y comenzó a tragar y tragar el esperma como si le fuese la vida en ello. Intentó hacerlo lo más rápido que supo pero no pudo evitar que unos cuantos borbotones se escapasen de entre sus labios y manchasen su camisita corta de manera más que generosa.
Pasada la tormenta, ambos intentaron reponerse a su modo. Toño se apoyaba sobre la mesa, intentando controlarse. Se maldecía en voz baja una y mil veces. Esperaba que la chica no se hubiese dado cuenta de su lapsus.
María estaba tirada en el suelo. También respiraba trabajosamente. Dolorida pero satisfecha. Muy satisfecha. Por fin había logrado lo que se proponía. Lentamente, reptó hasta el sillón y comenzó a ponerse las botas que tan bien le sentaban.
Como si no tuviese la menor importancia procedió a asestar a Toño el golpe de gracia.
– Has estado tremendo. Menudo trago. Podrías ser un actor porno con esa herramienta y el control que tienes de ella…
– Supongo que será cosa de familia…
– Por cierto. Hablando de eso… ¿te has dado cuenta? No me llamaste ni María ni Elba…, dijiste Celia al tiempo que te corrías. Me llamaste con el nombre artístico de tu hermana.
El chico comprendió que sus esperanzas de que la perspicaz María hubiese pasado por alto tan importante detalle eran una quimera.
– Ha… ha sido un error…
– Tranquilo, pequeño – le dijo mimosa abrazándole fuerte – te guardaré el secreto ¿vale?
– Vale.
– ¡Bueno! Una hora y cuarto. Seguro que la chica esa se está comiendo las uñas al otro lado de la puerta.
– ¿Tú crees?
– En seguida lo sabremos. Pero antes tengo que arreglarme un poco. Mira cómo me has dejado. Era nuevo y… ahora… parezco una golfa con estas manchas de semen.
– Me da miedo preguntar ¿de dónde sacaste la pasta?
– Ventajas de ir en metro en hora punta. Veamos – dijo sacando una espectacular cartera – sólo me dio tiempo de sacar el dinero y las tarjetas. – Casi seiscientos euros. Ahora sabremos un poco más del generoso caballero que me ha regalado estos bonitos trapitos.
– Cualquier día vas a tener un disgusto.
– ¡Eh! No creas que no me lo he ganado. No ha parado de sobarme y pellizcarme el trasero durante más de un cuarto de hora.
Metió su naricita hasta el último de los compartimentos.
– Pedazo de pervertido. Mira – le dijo enseñándole una foto familiar – si hasta podría ser su hija. Es mona la niña. La mujer es un cardo… ¡lo ves! Lo que yo te decía. Un putero. Será estúpido. Si hasta guarda las tarjetas de los clubes en su propia cartera. Putero y gilipollas. Se lo tiene bien merecido.
Volteó una de aquellas cartulinas y dio un respingo.
– ¡Hostia!
– ¿Qué?
– Este es de los míos…
– ¿A qué demonios te refieres?
– Que a ese baboso le gusta la carne y el pescado… “Vuelve pronto. Con cariño, Héctor”
– ¿Bisexual?
– Supongo – dijo María encogiéndose de hombros
No pudo aguantarse y comenzó a reírse.
– ¡Es que no escarmiento! ¡Me estás tomando de nuevo el pelo! ¡Soy un pardillo de la hostia! – María mentía con una facilidad pasmosa.
– No te mosquees. Eres un cielo. Por lo que se ve el tío es solamente un agente de seguros o algo así. Tiraré la cartera por ahí. Sólo me quedo con el dinero. Si te pillan con el resto es peligroso.
– Mejor será.
– ¡Ah! Se me olvidaba. Esta noche la Duquesa de la Tahona, doña Elena, ha tenido a bien obsequiarnos con su presencia durante la cena. Ha prometido ser buena y no castigarnos con sus impertinencias.
– ¿Y eso?
– El cabrón de Gorka, que le dijo que yo era lesbiana.
– ¡No fastidies!
– Tendrá curiosidad. En los pueblos no hay de esas… al menos que lo confiesen.
– Oye, espera. Hablando de eso. Lo que hacíais el otro día Javi y tú.
– Eso le pasa por jugar con fuego. ¿Quieres probarlo? Él se lo pasó de puta madre.
– No, gracias.
– Pues tú te lo pierdes. No puedo quedarme más. Todavía tengo que hacer una cosa en el campus.
– ¿Aquí? ¿Vas a matricularte?
– No seas curioso. Mira lo que le pasó a Javi…
– ¡Qué dolor!
– Si tú lo dices… Un beso, guapo. Y no te exprimas demasiado. Se prometen emociones fuertes esta noche.
María conocía a las mujeres. Era un hecho. A pocos metros de la puerta, Elba disimulaba torpemente.
Seguramente habría escuchado que María todavía estaba dentro y no se había atrevido ni siquiera a llamar. María se dirigió a ella directamente.
Las manchas de lefa se veían a una legua. Por si quedaba alguna duda se limpiaba descaradamente las manchas blanquecinas que rodeaban sus labios.
– Todo tuyo, Elisa…
– ¡Elba! – Contestó la otra visiblemente contrariada – mi nombre es Elba.
– Si tú lo dices… ¡Hasta otra! – le contestó sin ni siquiera mirarla.
María sonreía mientras volvía a calentar al personal caminando por el pasillo. Oyó como el pestillo de la puerta se cerraba apenas un instante después de que se cerrase la puerta.
– Pobre Toño – pensó María – primero la nena, después la becaria y quién sabe… quién sabe lo que pasará esta noche…
La facultad donde estudiaba o por lo menos decía que estudiaba Javi estaba al otro lado del complejo universitario. Ya era tarde y María quería dormir una buena siesta. No tenía tiempo de tonterías. Decidió no andarse con demasiados rodeos.
Cuando Toño y María llegaron, recogieron todo lo comprado de manera ordenada. Toño se moría por meterse en sus bragas pero se comportó como un caballero.
– Será mejor que eso lo estrenes cuando estén Javi y Gorka también. ¿No te parece? – Toño no creía lo que estaba diciendo.
– Claro – dijo ella agradecida. Por fin el chico empezaba a asimilar que María no era solo para él – Déjame dormir un ratito y luego… te haré lo que me pidas.
– Duerme desnuda y hazlo conmigo, por favor.
– Por supuesto, cariño.
La relajante respiración de María hizo que hasta el insomne Toño echase una cabezadita. Había tenido un sueño precioso. Curiosamente su mente que lo recordaba todo lo vivido no solía hacer lo mismo con lo soñado. No sabía por qué pero le despertó una sensación de lo más agradable. Cuando se desperezó, fue consciente del porqué de su dicha. María y su lengua le lamían por todos los sitios, sobre todo sus pelotas. Cuando la erección llegó a su clímax le dijo de nuevo:
– Tienes una polla tremenda. Sin duda es la mayor de todas las que he probado…
– ¿Y han sido muchas?
– ¡Ahora vuelvo! – la chica se largó, esquivando la pregunta,
No mintió, en menos de un minuto, estaba de nuevo sobre él.
– ¡Agarra la cama! Y no te asustes, voy a esposarte. Confía en mí. Seré buena.
– No te pases ¿eh? Si te digo que me sueltes, me sueltas.
– Lo juro. Las putas, obedecen.
– Eso. ¡Joder, no aprietes tanto!
– ¡No seas nenaza!
– Pe….
Ya no continuó. María de un salto lo había cabalgado sin previo aviso. Los movimientos pélvicos de la morena eran incontestables. Sólo cabía disfrutar de ellos, como Toño estaba haciendo.
– ¡Voy a dejarte seco! – le amenazó fingiendo estar enfadada.
– ¡Me cago en mi padre!
La sensación de sentirse físicamente sometido a María le agradaba. Ella, a veces cariñosa otras veces salvaje sabía sacar de dentro de él el animal que llevaba dentro. El coito duró casi una hora. María estaba encantada. Toño era un amante extraordinario.
Ella se empleaba a fondo pero él aguantaba y aguantaba la eyaculación Pensó algo nuevo, algo que sorprendiese al chico y le hiciese venirse de una vez. Toño se preocupó cuando de nuevo noto que su amazona le abandonaba con el pene erguido. No acertaba a hablar. De haber podido hacerlo le hubiese advertido de la inminencia de su orgasmo.
Pasaron más de cinco minutos. Hacía rato que se le habían dormido las manos. Empezaban a dolerle realmente.
– ¡María! ¿Dónde estás?
– Voy… – se oyó al fondo – ¡Aquí está! Joder qué tonta estoy.
– ¡Suéltame!
– Aguanta un poquito, mi vida – la chica entró en el cuarto con el botecito de mermelada.
– ¡Ni hablar, me duelen los brazos!
– Primero tienes que decir la palabra mágica.
– ¡Basta de juegos! Me lo prometiste.
– Dilo… – distraídamente le embadurnaba el rabo con una untura rosácea – ¡No sé por qué te cuesta tanto!
– ¡Puta, puta asquerosa! ¡Suéltame, zorra…! – parecía que Toño lo dijese en serio.
La chica pareció complacida ante tanto insulto. Tragó la verga del chaval hasta que le traspasó la garganta. La mezcla del dolor de sus manos y el placer de su polla hizo mella en el desaforado Toño, que eyaculó directamente en el esófago de la ninfómana de ojos azules.
Unos momentos después, se frotaba las muñecas,
– ¡Joder, cómo duele!
– Perdóname Toño… creo que me he pasado. Es que aguantas tanto que ya no sabía qué hacer… me había corrido al menos una docena de veces.
– No pasa nada, princesa – le revolvió el cabello juguetonamente– Menuda sensación cuando mi… ha traspasado tu… ya sabes, ha sido increíble.
– Te advertí que la mermelada de frambuesa me volvía loca.
– No me esperaba esto… de verdad.
– Ahora te toca a ti – se colocó las esposas, se tumbó boca abajo y las cerró.
– ¿Qué hago?
– Lo que te apetezca – la chiquilla meneó el culito, insinuante – podrías hacerme un masaje. Utiliza la crema que compramos esta mañana. Ponme bastante por el ojete… ya me entiendes.
– Por supuesto…
Toño se maravilló de la suavidad de la piel de la ninfa. Por supuesto que la sodomizaría pero sin prisa, tenían toda la tarde y toda la noche… toda la vida.
– María
– Dime.
– ¿Por qué te fuiste de casa?
– ¿Por qué no quieres ver a tu padre?
– Yo pregunté primero.
– Pues es tan sencillo como asqueroso… sin entrar en detalles, sólo te diré que me visitaba a horas poco adecuadas mi habitación. Llegó un momento en que dormía más conmigo que con mi madre…
– ¿Te follaba?
– Por todos los sitios, casi todas las noches. Él me desvirgó.
– ¿Y tu madre?
– Jamás dijo nada, aunque lo sabía todo. Las apariencias… el escándalo… lo de casa, en casa queda. Hasta que me largué.
– Pero, ¿por qué no le denunciaste?
– No lo sé. Preferí huir.
– Pero, ¿y tus hermanas pequeñas? ¿No piensas en ellas?
– Constantemente – su tono no era demasiado convincente – … pero son bastante espabiladas… seguro que saldrán adelante…
– Como tú.
– Como yo – suspiró – ¿y tú y tu padre? ¿Qué pasó? ¿También abusó de ti?
– Ni hablar. Mi padre era y es un mujeriego empedernido. Te diré que la noche en que yo nací, se fue a celebrarlo con sus amigos a piso exclusivo de unas prostitutas de lujo.
– ¡No me jodas!
– Como lo oyes.
– Mi madre murió poco después…
– De pena, supongo.
– De un infarto, mientras follaba con una de sus amantes.
– Te estás quedando conmigo.
– Suena a chiste, pero te juro que es cierto. Eran tan para cual.
– ¡Increíble! – la chica comprendió que no era broma.
– Bueno… lo cierto es que mi infancia, a pesar de eso, no fue del todo mala. – Mi hermana Julia cuidó de mí como si fuese mi madre.
– ¡Se la tiraba, como a mí!
– ¡No, no es eso! Deja que te lo cuente. Mi padre es un cabronazo, pero no un pederasta. Le gustan las hembras con curvas, con tetas, ya me entiendes. Se encoño de una cubana que sólo quiere sacarle los cuartos. En cuanto Julia cumplió los dieciocho, la negra esa la largó con lo puesto.
– Y por eso no puedes ni verle.
– ¡Calla, leche! No aciertas ni una. Mi hermana no era una monja precisamente. Sólo era cariñosa conmigo. Con el resto del mundo, una bruja. Se portaba fatal en casa y se traía a los novios a su cuarto. Era… es un poco ligera de cascos, ya me entiendes…
– Pues no, Toño. No te entiendo.
– Es… ¡Hostia! No había hablado con nadie de esto…
– ¡Pues métemela por el culo y habla de una vez!
– Pues de eso va la cosa, de dar por el culo.
– ¡Aaaaaaaa!
– A… verrrr… si… te... callas… de… una… vez… ¡puta!
Con cada palabra, el chico daba una sacudida a las entrañas de una dolorida María. No recordaba tanto sufrimiento durante una sodomización. La noche anterior Toño la había tratado con mucha suavidad. Ahora, en cambio, la embestía con furia… como a ella le gustaba.
– ¡Sssiiiiiiii!
Bien sabido es que los hombres no saben hacer dos cosas a la vez, así que dedicó todos sus esfuerzos a taladrar con furia el trasero que disponía. Cuando hubo acabado, se tumbó junto a su amada, que todavía esposada le suplicó.
– ¡Sigue!
– ¿Con el culo?
– ¡Noooo! – María ya había tenido suficiente – con la historia.
– Resumiendo. Un día pillé a mi padre con aquella zorra caribeña mamándole la polla en el salón. No era la primera vez que ocurría. Parecían conejos follando a todas horas. Veían una película porno comercial de esas de ahora, una de follar y punto. Sin diálogo. Sólo sexo.
– Tampoco me parece muy mal. Son bastante instructivas…
– ¿Tú ves normal que un padre se ponga cachondo viendo a su hija siendo enculada por un negro?
María lo comprendió todo. Comprendió el odio de Toño hacia su padre y, aunque nunca lo había dicho, hacia su hermana.
– ¿Y lo de la libertad condicional? ¿Tiene algo que ver?
– Pues sí. Tan cabreado estaba que me introduje esa misma tarde en el ordenador central de la empresa de mi padre y puse una foto de él y la zorra de su novia follando como salvapantallas de todos los terminales.
– ¡No jodas!
– Era un crío. Fue una chiquillada.
¿Cuántos años tenías?
– Casi trece.
– ¡Eres un puto genio!
– Se armó un buen follón.
– No me extraña.
– Lo mejor de todo es que mi padre es el director financiero de una importante empresa de seguridad informática…
– ¡Increíble!
– A parte de la vergüenza, a él no pudieron hacerle nada. No tenía acceso a los códigos de seguridad ni nada por el estilo. Además, no es una buena publicidad que un mocoso desde un vulgar cibercafé hackeé un sistema informático en teoría inexpugnable…
– Ya te digo…
– En realidad creo que lo que les frenó fue la indemnización millonaria que deberían haberle soltado en caso de despido… un contrato blindado de esos….
– ¡Vaya, vaya Toño! Tu papi debe estar forrado…
– Puede meterse todo su dinero… por el culo.
– Siempre lo mismo. Pero entonces ¿qué pasa con lo de la libertad condicional?
– Eso… eso fue unos años más tarde… cuando me metí en el sistema de seguridad de… de la productora de cine porno donde trabaja mi hermana.
– ¿Qué hiciste?
– Tampoco fue para tanto… poca cosa… cambié los teléfonos eróticos por otros de personas privadas… políticos… sacerdotes… empresarios…
– ¡Qué bueno!
– Eliminé todas las películas de mi hermana y en su lugar puse aventuras de Tom y Jerry… y cosas así… tardaron más de una semana en volver a restaurarlo todo… son unos chapuceros… a mí no me hubiese costado ni media hora…
– ¿Y qué pasó?
– Pues que me pillaron de la manera más tonta… tan absorto estaba que se me acabó la pasta y no pude borrar el rastro… ¡Joder, si hubiese llevado diez cochinos euros te aseguro que ahora no estaría como estoy!
– ¡Fichado!
– Una multa de sesenta mil euros y cinco años sin poder acercarme a diez metros de una máquina de esas…
– ¿Y cómo lo haces?
– No te entiendo.
– ¿Cómo se puede estudiar informática sin tocar un teclado? Me parece una pasada…
– Lo cierto es que es un engorro… El rectorado me ha asignado un… un becario… que pasa mis trabajos a ordenador y comprueba que mis algoritmos funcionan…
– ¡Un puto negro!
– Es una chica muy simpática…
– ¿Chica? ¡Qué calladito te lo tenías!
– ¡No se lo digas a estos! Me estarían todo el día tomando el pelo…
– ¿Es guapa? ¿Te gusta?
– ¡A mí sólo me gustas tú, María!
– ¡Es guapa!
– A penas la conozco… es muy reservada y yo… yo soy muy cortado…
– Suéltame y cuenta más de ella…
– Tiene un historial académico impresionante – continuó mientras la desposaba – y ya ves, de becaria…
– ¿Historial académico? No me jodas… ¿cómo tiene las tetas?
– ¡Por eso no quería decir nada! Eres peor que Javi y Gorka…
– ¡Las tiene grandes!
– Enormes…
– ¿Está gorda?
– Para nada…tiene un aire a mi hermana… pero sin silicona en los morros…
– ¿Tu hermana?
A Toño le costaba pronunciar el nombre artístico de Julia. Cuando María lo oyó, se quedó de piedra.
– ¿Esa es tu hermana? ¿Tú eres el hermano de…?
– ¡Sí! ¡Guárdame el secreto! No me jodas…
– Hostia, tío. No te enfades pero no me extraña que tu padre se ponga burro ante semejante hembra.
– ¡María!
– ¡Qué pasa! He visto mucho porno y tu hermana es, sin duda la mejor.
– ¡Vete a la mierda!
– Pero Toño, no te enfades. A ti te jode porque es tu hermana. Lo comprendo. Pero tienes que intentar comprender al resto de la humanidad…
El chico se quedó callado. Tras unos momentos de reflexión dijo:
– Me costará.
– Inténtalo. Para ella no es ningún problema hacer lo que hace. Ya es hora de que madures y lo a asumas.
Permanecieron abrazados piel hasta que Toño rompió el silencio:
– María ¿tanto porno has visto? También te gustan las chicas ¿no?
– ¡Vamos, a la ducha! Hay que preparar la cena y luego ver el partido…
– ¿Te gusta el fútbol?
– Me encanta, como el resto de deportes…
– Sexo sin fin y te gusta el fútbol. Eres un sueño para cualquier hombre.
– Incluso para alguna mujer…
La velada transcurrió sin sobresaltos. La chica se quedó dormida sobre el hombro de Toño. No quiso despertarla y, galante, la llevó entre sus brazos a la cama y la arropó con todo el cariño del mundo. El chico la miró tiernamente. Parecía más joven cuando dormía.
– – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – –
El domingo amaneció como toda la semana, lloviendo. No obstante eso tampoco amilanó a una María que, después del primer polvo mañanero sugirió a Toño un paseo dominical por el parque. El chico puso mala cara, tenía otros planes. En febrero, los exámenes parciales no dejan demasiado tiempo para paseos. A pesar de su excelente memoria, necesitaba un tiempo para repasar sus apuntes y el sábado lo había invertido en María.
Quedaron para la hora de comer y la chica se marchó sonriente. Tras el consiguiente paso por la portería la chica se dirigió a un videoclub. No le fue difícil encontrar las películas que estaba buscando, había muchas de la actriz porno que le interesaba. Tenía tres horas hasta la comida, dudó un poco. No era uno de sus días, pero no tenía nada mejor que hacer. Tomó un taxi y se dirigió a la zona noble de la ciudad.
Se bajó del vehículo, pagó la carrera y una generosísima propina. Callejeó un poco y entró en un portal de lo más lujoso. Saludó a un elegante portero con una sonrisa y subió hasta el ático.
– ¿Qué haces aquí, nena? Los domingos no “trabajas”.
– Lo sé, reina. Pero sé que la rusa está enferma y vengo a echaros una mano. Sólo hasta las dos, luego tengo que irme…
– Pues menos mal, a las doce, cuando salgan de misa van a venir unos clientes…
– ¡Perfecto! Todavía tengo tiempo de arreglarme… ¿qué me pongo?
– Con el traje de colegiala será suficiente, les volverás locos…
– Vale.
Mientras se colocaba las coletas María se miraba al espejo.
– ¡Puta! – solía murmurarse a sí misma. Sin calentamiento previo se introdujo lentamente una ristra de bolitas negras por el ano.
Para ella, todo era un juego, un divertimento, una chiquillada. Adoptaba un papel que interpretaba hasta que se aburría, se cansaba o la descubrían. Primero fue la amante de un sacerdote, después la de un hombre casado, después se lo montó con un viudo septuagenario forrado de dinero, con una mujer de negocios casada con dos hijos y, por último, con los tres estudiantes.
El verano anterior se encaprichó de una elegante mujer de unos cuarenta años, casada y con dos pequeños querubines. Era una alto cargo de una importante multinacional de cosmética. La conquistó sin problemas y la cuarentona aquella se enamoró tanto de Clara, nombre falso que la chica había adoptado, que un día a finales de septiembre se presentó en su casa a las doce de la noche con un par de maletas.
– ¡He dejado a mi marido! Y a mis hijos. Y mi trabajo. Todo. Me vengo a vivir contigo... – le había dicho.
– ¡Pero qué dices! Aquí no puedes estar.
– ¿Por qué?
– ¡Porque, ya sabes, esto es una casa… de citas…!
– Me prostituiré si es lo que quieres… todo con tal de estar contigo…
– No, mi vida. No es necesario – le dijo dándole un besito.
– Compraré un apartamento.
– ¡Estupendo! Me parece perfecto. Pero aquí no puedes dormir hoy. Son las normas.
– ¡Deja esta mierda, vente conmigo! Escapemos juntas…
– ¡De acuerdo! Pero tengo que recoger algo de ropa y mis cosas…
– ¡Te compraré todo lo que necesites!
– Tranquila, mi amor, dame diez minutos, espérame en la cafetería de la esquina y estaremos juntas el resto de nuestra vida.
La mujer podía esperarle sentada. Clara no apareció. En cuanto se largó, la chica recogió una pequeña bolsa de deporte, la llenó de un montón de billetes de quinientos euros que guardaba bajo el colchón, un enorme consolador negro, y algo de ropa interior. Se escabulló por la puerta trasera del edificio, sin ni siquiera cambiarse de ropa. Se dirigió a la estación de autobús y montó en el primero que salió. Media hora después de jurar amor eterno, la joven se encaminaba hacia una nueva ciudad, una nueva mentira, una nueva aventura.
Su vecino de asiento no dejaba de mirar sus piernas y escote. Al otro lado del pasillo, su esposa e hija dormían profundamente. Decidió ser buena y no meterse en líos. Se abrochó la torera y puso sobre sus muslos la bolsa con todas sus pertenencias.
Llegó a la ciudad de destino, ya había amanecido. Buscó en el tablón de anuncios de la estación de autobuses y un mensaje le pareció interesante. Tres chicos buscaban compañero o compañera de piso. La muchacha se mordió el labio. Tres pollas jóvenes, lo mejor para olvidar el coño rancio de su última amante.
Invirtió la mañana en alquilar un guardamuebles en un polígono industrial. En él, escondió el dinero que le había robado al abuelo aquel que se ligó antes de la ejecutiva. Había decidido que a partir de entonces sería María, una chica acomplejada y sin un duro que pagaría su alquiler con su cuerpo. Tampoco se comía demasiado la cabeza con sus fantasías, si algo iba mal, se largaba sin despedirse y punto.
Fingía buscar trabajo por las mañanas, así que debía largarse del piso de estudiantes todos los días. Al principio recorría parques, bares y museos. Pero al final la cabra siempre tira para el monte. A las dos semanas se pasaba la mañana en un sex– shop oscuro y maloliente del barrio chino. Mamaba pollas a través de los agujeros que unían las cabinas. Cobraba diez euros por sesión. Le gustaba el ambiente sórdido y el olor a sudor mezclado con ambientador barato.
El dinero que ganaba se lo daba de propina al encargado del local. No lo necesitaba. Hacía aquello para pasar el rato. Pronto se aburrió. Aquello era demasiado monótono. Ojeando el periódico encontró varios anuncios en el que se buscaba chicas para un piso… de alterne. En los dos primeros le dijeron que no daba el perfil. María no era demasiado exuberante y su atuendo descuidado tampoco le ayudaba.
La encargada de la tercera casa también tuvo dudas. Aquella era un establecimiento especial, con clientes especiales.
– Mira, princesa – le había dicho la encargada – Sinceramente no creo que dures aquí ni una semana. Esto no es como chuparle la polla a tu novio en el asiento de un coche. Los señores que vienen aquí pagan mucho dinero por cosas… distintas.
– ¡Explíquese!
– No sé cómo decirlo, mejor es que lo veas.
Discretamente se introdujeron en un cuarto oscuro, en la pared había un cristal que dejaba ver lo que pasaba en la habitación contigua.
– Estos cuartos oscuros son para la seguridad de nuestras chicas. El cliente no puede vernos – dijo la madame antes de entrar.
– Ya veo.
María entendió enseguida de qué iba el rollo aquel. Las habitaciones de las chicas eran… distintas. Como muebles sólo había un colchón en el suelo, una pequeña coqueta. Todo forrado de plástico transparente, incluido el suelo.
En el centro de la estancia, una pequeña piscina de plástico. En su interior, un asiático con la boca abierta y de pié, una negra impresionante meándole dentro.
– Aquí, con poner el culo no basta. Hay que hacer de todo, beso negro, lluvia dorada, sado, zoo, coprofagia… todo lo que te pidan. Se gana una pasta pero no todas valen. Por eso digo que será mejor que busques otro local donde necesiten una lolita como tú…
María sonrió. Aquello era lo que buscaba. Emociones fuertes y variadas. Ni se lo pensó.
– ¡Me quedo!
– ¿Seguro?
– ¿Cuándo empiezo?
– No sé. Tendríamos que hacer una prueba…
– Perfecto. Cuando quiera. Estoy lista…
– ¿Ahora?
– ¿Quiere que entre ahí?
– ¿Con el japonés? Deberías empezar con algo más suave. Es un enfermo.
– Venga, lo estoy deseando.
– Tú misma.
La encargada observó las evoluciones de la pequeña María junto con el cliente y la morena. Se impresionó de verdad. Ante ella apareció un diamante en bruto. Una joya que, después de pulida, sería una máquina de hacer dinero a espuertas. Ni un reparo, ni un mal gesto, ni una arcada. Hizo todo lo más asqueroso que al asiático se le ocurrió sin perder la sonrisa de la cara.
Prueba de la excelente actuación de María fue la generosa propina del cliente.
– ¿Cuándo empiezo? Sólo puedo venir de lunes, miércoles viernes, por las mañanas – dijo la chica cuando salió de la ducha. No quería invertir todo su tiempo en un mismo sitio.
– Mañana mismo. Tengo un par de clientes que les gustan las novedades. Toma, te lo has ganado. Cómprate algo de ropa…– le dijo la mujer acercándole un billete de quinientos euros.
– ¡Déselos a la negra! Al fin y al cabo, el cliente era suyo. Para mi tan sólo era una prueba…
– ¡Veo que eres lista, mi niña! Es bueno mantener contentas a las compañeras…
– Adiós, hasta mañana a las diez.
– Hasta mañana.
A punto estaba María de cerrar la puerta cuando la señora le preguntó.
– Oye, se me olvidaba. ¿Cómo te llamas?
– María
– ¿Y cuántos años tienes?
– Dieciocho. Lo siento, tengo que irme.
Cuando la puerta se cerró, la mujer no pudo evitar una media sonrisa
– Dieciocho… ¡ya! – murmuró y respiró profundamente.
Por su casa habían pasado todo tipo de chicas. Inmigrantes, azafatas de congresos, estudiantes universitarias, aspirantes a modelos, bailarinas e incluso alguna que otra ama de casa. El noventa y nueve por ciento de ellas hacía todas aquellas asquerosidades por dinero. Por mucho dinero.
Pero había un uno por ciento restante, un uno por ciento sublime que lo hacía por puro placer. Esas eran, sin duda las mejores prostitutas.
Los años de experiencia le decían que la pequeña María pertenecía sin duda a ese maravilloso uno por ciento. También sabía que debía aprovechar el momento. Esas chicas se aburren pronto y cambian de aires sin previo aviso.
– – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – –
María llegaba tarde. Lo sabía pero no podía presentarse en casa con el cabello mojado y el aliento sabiendo a mierda. Hacía rato que no llovía y Toño era muy observador. Le gustaba Toño. Era como un osito de peluche que comía en su mano. Y sobre todo le gustaba su verga. Todavía era inexperto, pero con su ayuda pronto sería un consumado amante.
Javi se creía muy listo pero era un perdedor nato.
Gorka, mucho músculo pero nada dentro. Sólo tenía una cosa, algo que sí interesaba a María. Su imponente novia Elena.
Cuando entró y comenzó a recorrer el pasillo unas manos la agarraron de las caderas y al instante amasaron sus pechos como si fuesen de goma.
– Buenos días, bonita. ¿Te ha tratado bien Toño mientras yo no estaba?
– Buenos días, Javi. ¿Qué haces aquí? Creía que estarías con las hermanitas viciosas…
– Vamos a la cocina y te cuento. Estoy preparando arroz a la paella.
– Se huele desde aquí, por eso sabía que estabas en casa.
– ¡Qué lista la chica!
No se sorprendió María cuando, al llegar a la cocina el chico la recostó de nuevo sobre la encimera, le bajó los pantalones y comenzó a apretar su verga contra la entrada de su ano.
– ¡No veas cómo chillaba la hermanita cuando le hice esto! A la media hora, ronroneaba como una gatita en celo. Cuando acabó el último jugador de póker gritaba pidiendo más.
– Me… menuda puerca.
– Como su hermana.
– ¡Aauuuu! Y… y si tan bien estabas ¿por qué has venido a….?
– ¿A darte por el culo? Porque el domingo las chicas tenían que pagar el alquiler. El dueño de su piso va a pasar el mejor día de su vida, te lo digo yo.
– ¡Ya estáis otra vez! – Dijo Toño entrando en la habitación – ¡Joder, no le has dejado ni quitarse la chaqueta!
– Es que este culito me vuelve loco.
Afortunadamente para María, el gatillo flojo de Javi hizo que la sodomización no se alargase demasiado. Cuando iba a subirse los pantalones, Toño intervino.
– ¡Espera, no lo hagas! Ahora voy yo.
María suspiró. No era lo que más le apetecía en ese momento pero, como buena puta, no protestó. Debía cumplir su papel. Su papel dentro de su fantasía. Sin embargo, el dolor era tan agudo que no pudo evitar pensar en alto.
– Parece que le habéis cogido gusto a darme por detrás.
– ¿Algún problema? Si quieres, paro.
– No, no – María se avergonzó de su momento de debilidad – dame fuerte, no te cortes.
Y no lo hizo. Era su manera de vengarse de ella por follar con sus compañeros de piso. La imagen era de lo más surrealista. Javi vigilando el fuego y los otros dos, dale que te pego a un par de metros suyo. María gritaba pero el chico ni se inmutó.
La comida transcurrió distendida. Como de costumbre y más aún con la ausencia de Gorka, Javi llevaba la voz cantante. Les contó con pelos y señales lo ocurrido el día anterior durante la timba de cartas. Al parecer, el encuentro con las hermanas le había satisfecho plenamente, superando todas sus expectativas.
Al acabar el almuerzo dominical, María sorprendió a los chicos. Se había colocado una sudadera bastante grande y un pequeño pantaloncito corto.
– ¡He comprado varias películas!
– ¿De veras? De dónde sacaste la pasta.
– Será mejor que no preguntes. Aquí, María es toda una carterista.
– ¡No jodas! Eres una caja de sorpresas…
– ¡Deberías guardar el dinero y gastarlo en cosas más útiles!
– Eres un amargado. Las he comprado para vosotros, con todo mi afecto…
– Seguro que son un tostón de amor y llorar…
– ¡Bueno, para nada! – María sonreía pícaramente – Amor, lo que se dice amor… no creo que haya mucho. Y lo de llorar, no parece que lo pasen mal del todo.
Y tras decir esto, echó mano a la bolsa de plástico y lanzó sobre los chicos el contenido. La reacción de ellos no pudo ser más dispar. Javi alucinaba, una selección del mejor porno nacional. No se esperaba aquello de la inocente María.
En cambio, Toño se sintió muy incómodo y a punto estuvo de largarse a su cuarto. Pero no lo hizo. Al menos no desde el primer momento. Muy a su pesar, superado el primer impulso había decidido darle una lección de madurez a la morenita de ojos azules y piel albina.
– Elegid la que queráis. Yo voy a hacer palomitas.
– ¿Palomitas? ¿Viendo porno?
– ¿Por qué no? Una peli es una peli…
– Vale.
Javi ni siquiera pidió consejo a su amigo. Se limitó a buscar la de mayor duración. Cuando María regresó ya había comenzado la acción.
– Es una selección de las mejores escenas de esa guarra…– dijo para poner a su amiga en situación.
– ¿Me dejas sitio en el sofá?
– Por supuesto.
– Toño, ¿no vienes?
Tardó en reaccionar el chaval.
– N… no. Prefiero la silla.
– Como quieras – la chica parecía decepcionada y comenzó a tocarse – si no os importa, me gusta pajearme mientras veo porno.
– Joder con María. Eres una caja de sorpresas…
– ¿Tú no lo haces?
– Sí, claro.
– Pues yo también.
– Vale, vale. No te enfades.
Toño aguantó bastante. La primera escena fue bastante llevadera. Su hermana y otra despampanante actriz se metían de todo por sus agujeros. Jamás había hablado del tema con ella. Cinco minutos de charla al mes no se invierten en reproches ni reprimendas. Muy a su pesar, ella era feliz con lo que hacía y eso era lo más importante.
La segunda escena cambió de registro y aniquiló la resistencia del chaval. Cuando su hermana y tres sementales consumaron la triple penetración, se levantó compungido y dijo:
– Me… me voy a estudiar.
– Pero tío. No te cortes. Hazte una paja si se pones cachondo. O mejor, que te la chupe María. No te importa ¿verdad?
– No, claro.
Toño se levantó, intentando esconder su erección. Al llegar a su cuarto, se masturbó con furia. Muy a su pesar, tuvo que admitir que ni si padre ni su hermana tenían ningún problema. El problema hasta aquel día había sido suyo y sólo suyo. Se había comportado como un niño.
– No entiendo a este chaval. En fin, el se lo pierde. ¡Chúpame a mí!
– Después, ahora déjame ver la peli.
– Pero…
– No seas pesado.
– Pero...
– Shsssss
María se dispuso a tragar un puñado de palomitas cuando una mano le agarró de la nuca. El cuenco se volcó, esparciendo los copos blancos por todo el sofá.
– ¡Puta! si te digo que me la chupes, me la chupas.
– ¡Que no, joder! ¿No ves que estoy comiendo? – dijo escabulléndose de la mano que acercaba su cara hacia el pene babeante.
Javi se quedó cortado.
– Perdona María. Es que me he puesto cachondo con rubia esa…
– ¡Qué es broma, tonto! Te lo crees todo… en el fondo eres más pardillo que Toño – dijo tirándole unas cuantas palomitas a la cara compungida del chico
– Eres una hija de puta… ¿lo sabías? – no sabía si enfadarse o alegrarse.
– Por supuesto – contestó blandiendo con una mano la herramienta de Javi – ¿cómo desea que se la chupe al señor?
– Como lo hace esa guarra… menudo tratamiento le está dando al moreno.
– ¿Seguro? Si te hago algo parecido, no me duras ni un minuto.
– ¿Qué no? ¿Qué te apuestas?... – salió la vena competitiva de Javi.
– ¿Quieres jugar fuerte?
– Claro.
No sé, espera…. ¡ya lo tengo!
– Dispara.
– Si ganas, me tiraré a ese profesor tuyo… el que te tiene manía… conseguiré que te apruebe.
– ¿El profesor Robles?
– Sí, ese.
– Pero alma cándida, si tiene casi setenta años. Está a punto de jubilarse y está por encima del bien y del mal… Viudo y con nueve hijos, no creo que caiga en tus redes a estas alturas de la vida
– Tú confía en mí. Además, todavía no he perdido.
– Y si ganas, ¿qué quieres? ¿Dinero?
– Bueno… no me vendría nada mal… pero… pero quiero otra cosa tuya más interesante.
– ¿Interesante?
– Tu… culo. Te meteré un dedo por el culo.
– ¿Qué? ¡Estás como una cabra!
– ¿De qué te preocupas? Si tan seguro estás, no tienes nada que temer.
– ¿Crees que soy marica? De eso nada, monada…
– Todos sois iguales – María parecía enfadada – ¿Porqué tenéis esa convicción incuestionable de que todo hombre que juega con su ano es gay?
– ¿No es así?
– Pues no, claro que no. He estado con hombres que para nada tenían el menor interés en otros pero que disfrutaban como enanos cuando les metía el dedo por el culo. ¿No has oído hablar del punto G de los chicos?
– ¡Eso son chorradas! G, de gilipollas…
– Bueno, si no quieres, vale.
– ¿Quién es ahora la que piensa que soy un niño y que voy a entrar en ese jueguecito tonto?
– Yo ¿funciona?
– Pues claro.
– ¡Hecho! Un minuto.
– Sesenta segundos.
– Lleva la cuenta en voz alta y no te aceleres, que nos conocemos.
– Espera, espera. Apaga la tele…
– Ni hablar, si te molesta lo que ves, cierras los ojos…
– Vale.
La chica se arrodilló como una bala en el suelo. Se acomodó, agarró de nuevo el cipote y abrió la boca.
– ¡Preparados… listos… ya!
– Me cago en la puta… ¡Qué gusto! – la cabeza de su compañera se movía vertiginosamente.
El combate era tan desigual que hasta le dio tiempo a María de recrearse en los peludos testículos de Javi. Quince segundos antes de lo acordado, el chaval se desparramó entre los labios sonrientes de la chica.
– Has perdido…
– No vale… la peli me ha puesto como un burro…
– Has perdido…
– Quiero la revancha…
– Has perdido…
El chico agachó la cabeza.
– He perdido.
– ¡Bieeeeennnn! La nena vuelve a ganar.
Capítulo 5: Dulce venganza.
– ¿Y cómo lo hacemos? – Javi temía más por la integridad de su hombría que la de su ano.
– Tranquilo, hombre. ¿Tienes prisa?
– Para nada.
– Veamos un poco más la peli. La tarde es muy larga.
– ¡Y más que se me va a hacer a mí!
– No seas llorica. Verás cómo te gusta… tendré cuidado, te lo prometo.
– No creo…
– Si te portas como un hombre, haré una visita al profesor ese… ya verás como vale la pena.
– Por lo menos no hay mal que por bien no venga.
– Ahora vuelvo.
Javi esperaba aterrado el regreso de María. En su fuero interno tenía la vaga esperanza de que todo fuese una broma, una burla, nada serio. Pero cuando vio que la chica volvía con una enorme colcha, un bote de crema y el frasquito de vaselina, esa esperanza se esfumó.
– No te quejes. De haber sido un chico habría ido al grano de inmediato. Sin lubricación ni leches. Os gusta hacerlo así. Os pone cachondo si la chica grita y se retuerce de dolor. Por eso cuando intentáis darnos por detrás sois tan torpes. La mayoría de las veces no es que a las chicas no nos guste. A mí me gusta. Lo que pasa es que sois tan brutos que nos hacéis daño. Esto requiere preparación. Un tiempo para cada cosa y cada cosa a su tiempo.
– Si tú lo dices.
Ven aquí. Desnúdate y túmbate boca abajo y relájate hostia, que no voy a comerte.
– ¡Vas a romperme el culo!
– Voy a hacerte un masaje.
– Ya.
– Toma, muerde esto si te duele mucho – dijo entre risas lanzándole a la cara las bragas húmedas que acababa de quitarse.
Javi no estaba relajado ni mucho menos. Pensaba que aquella tarde iba a ser la peor de su vida. Podría haberse reivindicado en su condición de macho y utilizar la fuerza para evitar el castigo, pero no lo hizo. Era un jugador y los de su condición comprenden que es tan importante saber ganar como perder. Aun a costa de su trasero.
De reojo vio como la chica también se desnudaba. Era preciosa, no cabía duda. Cuando notó sobre su espalda un abundante chorro de crema corporal decidió que lo mejor sería cerrar los ojos, apretar los dientes y afrontar la tortura con la mayor entereza posible.
María era una experta. Se sentó sobre las desnudas nalgas de Javi y comenzó a masajear la zona dorsal, la nuca y los brazos del chico. Se trataba de un tipo de masaje muy profesional, nada erótico, más bien terapéutico.
El chico tuvo que reconocer la María sabía lo que hacía. Al fin y al cabo era una profesional del masaje según les había dicho. Lo que seguro que se salió de lo convencional cuando se acercó a la oreja del chico y comenzó a lamerla. Una corriente recorrió la espalda de Javi. Aquello no estaba tan mal.
Notaba el roce de los pechos de la chica sobre su espalda. Estaba tan resbaladiza que los pezones se deslizaban vertiginosamente por todo su dorso.
Después de frotarle con tan delicadas esponjas todo su cuerpo la chica se sentó a horcajadas sobre una de sus piernas y comenzó a mover su pelvis lentamente.
Un gemido apenas imperceptible le hizo saber que la chica se estaba masturbando con el roce. Cuando ella satisfizo sus instintos se volvió a abalanzar sobre el cuello del chaval y que comenzaba a perder los estribos ante tal cantidad de estímulos sobre su cuerpo.
María lamió, mordisqueó y besó tanto el cuello como la espalda de un sobreexcitado Javi. Que su lengua se introdujese dentro de los glúteos del joven era un paso lógico. Y que lamiese su esfínter con deleite, lo más natural del mundo.
Javi quería morirse, pero no de dolor sino de gusto. Solía tener muchas cosquillas pero estaba tan excitado que ni se acordaba de ese pequeño detalle.
María le apretaba las cachas, separando sus glúteos, y metía y sacaba la punta de su lengua de interior de su cuerpo. La jodida chica tenía toda la razón, aquello era lo mejor que había sentido nunca.
María lo estaba pasando de lo lindo. Hacía tiempo que no degustaba un culo virgen. Sus clientes eran casi siempre viejos verdes, con sus traseros flácidos y penes impotentes. Sin ser gran cosa el ano de Javi era el mejor que se había trabajado en meses. Pensó que el chaval ya estaba listo. Sobre todo por su forma de mover el culo. Lo mecía ligeramente. Buscaba algo más que una pequeña lengua en su interior. Desestimó la idea de la vaselina. Javi estaba tan excitado y su dedo era tan pequeño que no iba a necesitarla. Lanzó un escupitajo que alcanzó su objetivo. Con aquello sería suficiente. Se chupó el dedo más largo y lo introdujo un par de centímetros. Notaba el latido del corazón del chico. A cada movimiento cardiaco la abertura se dilataba o se contraía rítmicamente.
– ¿Paro? – dijo María en tono burlón.
– ¡Ni… se… ni se te ocurra! ¡Sigue!
– Como ordene el señor…
– ¡Aaahaaggg! ¡Me cago en mi padre!
– Te dije que te gustaría.
– ¡Dame… dame más!
– ¿Mas? ¿Metemos otro?
– ¡Sssssssiiiiii! Pero ten cuidado.
– ¡Marchando!
Con suaves movimientos rotatorios, poco a poco los dos apéndices se internaron por el oscuro agujero todo lo que su corta longitud les permitió.
– Pues si esto te ha gustado, no veas cuando te roce… ¡Aquí!
– ¡Aaaahh! – Gritó Javi – no pares… ¡Qué gusto!
– ¡El famoso punto G existe! ¿Qué dices ahora, putito?
Pero Javi no pudo decir nada. Le hervía la sangre y sólo gemía y gritaba de placer. Era todo un escándalo. Tanto que Toño se asustó al oír el griterío y se acercó al comedor al ver que pasaba. Se quedó mudo.
María lo detectó al instante bajo el dintel de la puerta y le hizo una señal de que permaneciera callado con la mano que tenía libre. Desde aquel lugar Javi no podía saber de su presencia pero él podía verlo todo.
María sonreía maliciosamente. Era una expresión distinta, Toño la descubrió por primera vez y le dio miedo. Mucho miedo. Viciosa, con su mirada fija en el genio informático chupó uno de los dedos que tan profundamente habían penetrado en el trasero de su amigo. Cuando iba a por el segundo se lo pensó mejor. Decidió dar una nueva vuelta de tuerca a la situación y dárselo a degustar al sudoroso Javi que, fuera de sí, ni siquiera reparó en el sabor a heces que tenía.
María observó su obra con detenimiento. El ano estaba dilatado pero no lo suficiente. Debería utilizar la vaselina. De debajo de la enorme tela que cubría el suelo sacó un consolador rojo, con una serie de elásticos en forma de arnés. Rápidamente se lo colocó, no quería que la excitación de Javi disminuyese. Era importante si quería sodomizarlo.
– ¿Qué… qué vas a hacer?
– Tranquilo, que vas a pasar un buen rato.
– ¿Me lo prometes?
– Te lo juro.
Una vez colocado convenientemente, la chica embadurnó el ariete con abundante lubricante. El consolador no era demasiado grande. No quería lastimarlo en su primera vez.
Javi dio un respingo cuando notó el puñal que lo penetraba. Tenía las bragas de María en la boca y apretaba los puños sin motivo alguno. Él mismo fue el más sorprendido cuando noto que aquello, lejos de dolerle, le proporcionó un placer infinito.
María notó que el chico lo estaba pasando de miedo. Era un pasivo nato, como la mayoría de los homosexuales. Progresivamente fue incrementando el ritmo y la profundidad de las embestidas al tiempo que los gritos de Javi fueron incrementándose en volumen. Ella también contribuía con sensuales sonidos a aumentar la excitación del chico.
Cuando tensionó el cuerpo y dejó de moverse María supo que el chaval había llegado al clímax. Ella también estaba exhausta y tras unas cuantas penetraciones secas y violentas se tumbó junto a él mirando el techo.
Toño comprendió que debía irse. Javi se hubiese muerto de vergüenza al saberse descubierto en tan incómoda situación.
– ¡Qué pasada! – comentó el chico una vez repuesto.
– Te lo dije…
– Es increíble. Jamás podría habérmelo imaginado.
– ¡Eh! No le vayas a coger gusto y te cambies de acera.
– ¿Yo? ¡Ni hablar! – su tono ya no era tan convincente.
La película ya hacía tiempo que concluyó.
– Oye, María ¿de dónde has sacado eso?
– ¿Qué?
– El… consolador.
– Pues de debajo de la colcha. Lo traía escondido para que no salieses corriendo…
– ¡No… graciosa! Que dónde lo has comprado
– Es una larga historia. Hace un mes intenté vender artículos eróticos casa por casa.
– ¿Sí? ¿Te fue bien? ¿Qué pasó?
– Evidentemente no me salió como esperaba. Llegué a vender algo, lubricantes sobre todo pero un día entré en casa de una señora…
– ¿Sí…?
La pobre mujer me entendió mal. Pensó que se trataba de cajas de plástico para guardar comida.
– ¡No jodas!
– ¡Se desmayó al grito de “Dios bendito” cuando le saqué un cipote así de largo de mi bolsa!
– ¡Qué bueno! ¿Y qué hiciste?
– Recogerlo todo, llamar a una vecina y largarme corriendo. Casi me muero de miedo.
– ¡Increíble!
– Decidí dejarlo. Como ya tenía todo el género comprado, me lo quedé. No veas el montón de juguetitos que tengo debajo de mi cama.
– ¡Enséñamelos!
– No… otro día. Vamos a bañarnos…
– Cierto, estamos asquerosos.
– ¡Hombre! Gracias por el piropo…
– Corrección. Estoy asqueroso. Tú estás estupenda…
– Eso está mejor.
Cuando se levantaron se hizo evidente la enorme mancha que había quedado en la colcha.
– ¡Qué cabrona! ¡Es la mía…!
– ¡Toma, no! ¿Te crees que soy tonta o qué?
– ¡Te vas a enterar! Como te coja…
María comenzó a corretear desnuda por el pasillo
– ¡Socorro! – gritaba entre risas
Javi la atrapó a la entrada del baño. Se fundieron en una guerra de lenguas tórrida, sensual y lasciva.
Después de un reparador baño, al cabo de una hora ya estaban otra vez en el salón.
– ¿Y ahora qué hacemos? – dijo él una vez recogido todo el tinglado.
– ¿Otra peli?
– Por supuesto
– – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – –
– ¡Se la estaba chupando! – Dijo Elena cuando entró en la habitación de su novio.
Gorka suspiró. Su novia había decidido por sorpresa irse con él una semana. Solía hacerlo. La temporada alta de la panadería todavía no había llegado.
Se habían presentado aquel domingo en el piso de estudiantes más temprano de lo habitual. Ni siquiera había caído en la cuenta de que María podía estar en plena faena con Toño o Javi cuando abrieron la puerta del piso.
– Que no, mi vida.
– No me digas que no te has dado cuenta.
– Son imaginaciones tuyas.
– ¡Una polla! ¿Imaginaciones? Tú eres gilipollas – Elena, cuando se enfadaba, era capaz de hablar como un camionero y tratar a cualquiera que se le pusiese por delante como una basura.
– Nena, no te pases.
– Pero si ni siquiera llevaba pantalones, tan sólo una sudadera… menuda pájara. ¡Qué callado se lo tenía!
– Menuda cabecita fantasiosa tienes.
– Y hasta me pareció que lo que veían era una película de esas… una porno.
– ¿Porno? ¡Venga ya!
– Que sí, joder.
– Si tú lo dices.
– Y esa sudadera ¿no tienes tú una igual?
– Eh… – no supo que decir – Se la regalé a Javi, a mí me iba un poco holgada…
– ¡Ya! – Elena no estaba muy conforme con la explicación– te recuerdo que la casa es tuya. No sé qué narices haces compartiéndola con esos fracasados. Y mucho menos con la mosquita muerta esa…
– ¡Cállate! Sabes que es un secreto… –
Era cierto. El piso era de la abuela de Gorka, que al morir se la había dejado como herencia a su único nieto al finalizar el curso pasado.
– Son mis amigos – continuó – y me gusta vivir con ellos. Además, ¿de dónde crees que sale el dinero para comprarte esos trapitos caros que te gustan?
– De tu padre – dijo Elena en tono despectivo. Conocía a su futuro suegro. Lo conocía demasiado bien.
– Bueno… sí. En parte. Pero la mayoría lo saco de lo que les cobro por alquiler…
– ¿Y era necesario meter en este agujero a esa chica? Conozco a las de su clase. Parece que no han roto un plato y… ¡zas!, te la pegan.
El chico tuvo una idea feliz para que cesase el interrogatorio. De seguir por aquel camino la pelea era segura.
– Que no. Que no es de esas. Tienes tú más posibilidades de ligarla que cualquiera de nosotros.
– ¿Qué?
Que le gusta el rollo bollo.
– ¿Lesbiana? Me estás tomando el pelo…
– ¡Qué va! Si hasta se ha traído alguna chica un par de noches… – para que una trola suene a verdad, hay que adornarla un poco.
– ¿De verdad?
Te lo juro.
– ¡Joder!
La discusión terminó pronto como casi siempre. Una Elena triunfante y un Gorka resignado. Afortunadamente para él, la chica tenía ganas de sexo. Pronto Toño tendría un concierto de gritos y golpes en la habitación de al lado.
– – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – –
– Creo que nos han pillado –dijo Javi.
– La culpa es de Gorka. Parece bobo. Debería habernos avisado.
– Ya no podemos hacer gran cosa. Menuda es Elena… y qué pedazo de cuerpo tiene… – no había dejado de mirarle el trasero mientras desaparecían Gorka y ella por el pasillo.
– ¿Te pone?
– ¡Y a quién no!
– Te gustaría tirártela ¿a que sí?
El chico miró a María.
– Pues claro. Pero eso no va a pasar. Y sólo no porque sea la novia de uno de mis mejores amigos sino que tipos como yo son invisibles para diosas como esa…
– Ya veremos…
– ¿En qué piensas?
– En una nueva apuesta.
– Ni hablar – aunque no lo había pasado nada mal se había dado cuenta que apostar con María era derrota segura.
– No es una apuesta, es una especie de intercambio…
– ¿Intercambio?
– Si consigo que te cepilles a Elena… harás un trío conmigo y… otro chico.
– Sin problemas – Javi no observó inconveniente alguno. Ya había compartido a María con sus otros dos amigos.
– No te equivoques – le interrumpió viendo que no la había entendido – Tendrás que tener sexo… conmigo y con el otro muchacho…
Javi se quedó mudo. María decidió darle un empujoncito más.
– Podrás partirle ese culito que tanto te pone a la creída esa…
El chico sonrió aliviado. Eso era imposible.
– De acuerdo. Tu ganas, pero te adviento que ni borracha como una cuba ha conseguido Gorkita meter su pajarito dentro del nido posterior de Elena. Además, está Gorka, que como se entere…
– ¡Tú déjame a mí! Gorka lo sabrá todo y no dirá ni mú.
– Seguro – Javi pensó que la chica deliraba – ¿Seguimos? Esos dos ya no saldrán en toda la noche.
– Eres un pervertido…
– Eso es un sí ¿verdad?
Como única respuesta María se abalanzó de nuevo sobre la entrepierna de Javi. Le gustaba juguetear con los penes flácidos.
– – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – –
De haber estado Toño en su habitación no hubiese podido pegar ojo hasta que Elena y Gorka se hubiesen desfogado. Pero Toño no estaba. Se había escabullido fuera de la vivienda sigilosamente. Ni siquiera encendió la luz de la escalera.
Diez minutos después volvió a entrar tan silenciosamente como había salido. Ya en su cuarto, introdujo en uno de sus cajones un pequeño estuche de destornilladores. Sonreía cuando apagó la luz y comenzó a recordar cada una de las palabras que había escuchado aquella tarde.
A don Manuel lo encontraron a mitad de la mañana del lunes. Tuvieron que rescatarle los bomberos. Según comentó alguna vecina el hombre había tenido un percance a la hora de recoger la basura de todos los rellanos como solía hacer cada noche.
Bajar todos los desperdicios de los vecinos era una tarea agotadora para un hombre tan pesado, sobre todo por la ausencia de ascensor. Sin embargo, un pequeño montacargas le facilitaba la tarea. El hombre lo hacía subir hasta el último piso y poco a poco iba descendiendo recogiendo cada bolsa de basura.
A pesar de estar prohibido, don Manuel se metía dentro para ahorrarse el esfuerzo de subir y bajar. Sobre todo los fines de semana, en los que había pocos inquilinos y menor cantidad de deshechos.
Pero algo no funcionó bien aquella noche. Cuando las bolsas del primer piso estuvieron en el artefacto el hombre dudó un poco. Estaba tan lleno que no iba a caber él. La vagancia le pudo y, en lugar de bajar una veintena de escalones, se apretujó contra las bolsas y pulsó el botón de descenso. Craso error. El montacargas no se detuvo en la planta calle sino que descendió dos niveles más y no se movió de allí. Era la antigua carbonera, una parte del edificio en tan mal estado que nadie estaba autorizado a entrar. Para colmo de sus males, la portezuela que podía liberarle estaba cerrada por dentro con candado.
Se hartó de gritar inútilmente. Atrapado, a oscuras y rodeado de malolientes restos pasó la noche echando pestes por la boca. Creyó que iba a morirse. Tuvieron que hospitalizarle.
Una crisis de ansiedad, según comentó alguien.
Capítulo 6: Cumpliendo sueños.
– ¡Que no voy, joder!
– ¿Por qué? Tampoco es para tanto
Gorka y Elena estaban en su enésima discusión semanal. Aquella pareja pasaba del odio más visceral al enamoramiento más absurdo varias veces al día. Eran tal para cual.
– Llevamos saliendo toda la semana. No me importa, podemos ir a donde te dé la gana pero ahí… ahí no. Sabes que no me gusta, no estoy cómodo.
– ¡Pues no parecías muy a disgusto cuando aquella pelirroja te montaba como una loca!
– ¡Cállate, van a oírnos!
– Que se jodan. Me importa un huevo que se enteren. Me apetece ir al sitio ese y punto.
– ¡Pues vete de una jodida vez! Y no vuelvas – al mencionar esas palabras Gorka ya se estaba arrepintiendo.
– ¿Qué no vuelva? ¡Eso es lo que voy a hacer! Voy a salir por ahí y tirarme al primero que encuentre, o aún mejor, me lo llevaré al bar de intercambios de parejas, que es lo que me apetece…
– ¡Haz lo que te dé la gana!
– ¡Me voy, calzonazos!
– ¡Puerca!
María oyó como se abría la puerta de la habitación de Gorka y como, dando un portazo, la enfurecida Elena dejaba el piso y a su novio con un palmo de narices.
– ¡Me cago en su puta madre! ¡Que le den!
Al poco tiempo María intuyó que Gorka abandonaba su cuarto. Pensó que, como un perrito faldero, iría en busca de su novia. Se sorprendió bastante cuando, sin ni siquiera llamar a la puerta, entró en su habitación, le arrebató la revista de moda que estaba ojeando, le arrancó el tanga y se la folló sin decir palabra. Tan sólo murmuraba juramentos e insultos que tenían como destino a su novia Elena.
Aquello no era lo acordado, pero el chico estaba tan cabreado que María no dijo nada. No era el momento. Esperaría a que se desahogase.
Cinco minutos después, un Gorka arrepentido comenzaba a abrocharse los botones del pantalón.
– Lo… lo siento.
– No pasa nada. Lo entiendo. Pero que no vuelva a repetirse. Ya sabes…
– En tu habitación no. Lo sé. Perdóname.
– Tómate una ducha y vete a dormir.
– ¿Crees que debería ir a buscarla?
– No soy la más adecuada para dar consejos pero, si lo haces siempre serás un pelele en sus manos.
– ¿Tú crees?
– ¡Volverá!
– ¿Si?
– Seguro.
La intuición de María no le falló. Un par de horas después sonó timbre del portero automático. Le faltó tiempo a Gorka para abalanzarse sobre el teléfono y abrirle la puerta a su amada. Un par de minutos después, el colchón chirriante de Gorka fue testigo de nuevo de la enésima reconciliación de la pareja.
– ¡Qué par de gilipollas! – pensó María justo antes de quedarse dormida.
A la mañana siguiente una somnolienta Elena entró en la cocina. Su aspecto no era nada apetecible. Ojerosa y con el pelo alborotado se la veía menos segura de sí misma. Se sorprendió un poco al ver a María preparándose el desayuno. Normalmente la mosquita muerta se levantaba temprano, iba a correr por el parque y después se largaba en busca de un trabajo que nunca llegaba.
Apenas habían cruzado algún que otro saludo y por supuesto era la primera vez que estaban juntas a solas.
– Hola, errr… María. Bu… buenos días.
– Buenos días Elena, ¿quieres café?
– Sí, gracias.
María se sorprendió. Era la primera vez que había oído de la boca de aquella rubia un mínimo gesto de educación para con el resto de la humanidad. Algo raro le pasaba a la chica. Prudentemente la morenita guardó silencio.
Sin duda la paciencia de María era una de sus mayores virtudes.
Elena mojaba una magdalena en el café. No se pudo morder la lengua.
– Que sepas que no tengo ningún problema con ninguna de vosotras.
María no sabía de qué narices iba todo aquello, aunque las siguientes frases de la panadera le disiparon las dudas.
– Me parece perfecto que te gusten otras chicas. Pero no te equivoques, ese rollo no va conmigo.
Después de zamparse de un bocado la magdalena, prosiguió su perorata con la boca todavía llena.
– En realidad no entiendo porqué os lo montáis entre vosotras. Donde esté un buen rabo… que se quite todo lo demás.
– Entiendo – María pensó que tenía que decirle cuatro verdades a Gorka.
– Mi padre dice que sólo sois unas… ¡espera! ¿Cuál es la frase exacta? – otro bollito empapelado se introdujo en el fluido negro – “Mal folladas”. Mi padre dice que sólo sois todas unas “mal folladas”.
– Y tú ¿qué piensas? – dijo María en tono burlón.
– Me parece de puta madre. Cuantas más tías se dediquen a meterse caña, a más hombres tocamos las demás.
Un razonamiento tan simple como irrefutable.
– Te confieso que al principio no me hacía gracia que compartieses piso con mi hombre. Hay mucha lagarta suelta, te lo digo yo que las detecto a la legua. Pero como eres de esas, lesbiana, no hay problema.
María comprobó algo que ya sabía, que el día que explicaron en clase qué es la sutileza, Elena no estaba demasiado atenta.
– Claro, claro – decidió seguirle la corriente para ver a dónde quería irá a parar aquella mente tan simple.
– ¡Cómo seré de tonta que el otro día me pareció…! – pareció entrarle de repente algo de pudor.
– Sigue.
– ¡Creí que se la estabas chupando a Javi! ¡A Javi, ese gilipollas!
– ¿De veras? No me lo puedo creer – sonrió cálidamente María – ¿Y qué pasa con Javi? ¿No te cae bien?
– ¡Pero qué dices! Ni él ni el otro fiki, con esas greñas y su cara de amargado. Alguien debería decirle que el heavy ha muerto…
– Pues no se te ha notado nada – María hacía grandes esfuerzos por no reírse de aquella desgraciada.
– En fin. Son los amigos de Gorka y supongo que tendré que aguantarlos, de momento.
– Son buenos chicos…deberías conocerlos un poco más profundamente.
A la rubia esta última frase le dio qué pensar. Se le ocurrió una idea genial.
– ¿Por qué no damos esta noche una fiesta aquí, los cinco? ¿Qué te parece? Así podré darles la oportunidad de demostrarme lo interesantes que son.
– ¡Perfecto!
María estaba encantada con este cambio en la actitud de Elena. Como dice la canción, algunas veces, cuando menos te lo esperas el diablo va y se pone de tu parte. Este suceso le vino de perlas para sus propósitos. Todavía no le había dado tiempo de pensar cómo demonios iba a convencer a Elena para que se lo montase con Javi. Casi todos sus planes solían estar muy pensados y meditados. Calculados hasta el último detalle.
Pero aquella cena entre amigos le podía proporcionar una situación inmejorable para que la fantasía de Javier se cumpliese.
– Lo que me voy a reír. Te darás cuenta de lo que digo, unos perdedores…
– Oye, Elena.
– Dime, cariño.
– Ese chupetón que llevas en el cuello… ¿te lo hizo Gorka? – dijo la más joven señalando con el dedo.
A la mujerona se le cambió el color de la cara. A penas acertó a cubrirlo con su cabello, justo en el instante que su adormilado novio entraba en la cocina.
– Buenos días chicas. ¡Pero bueno! ¿A qué vienen tantas prisas? – exclamó al sentir como Elena pasaba a su lado como un huracán.
– Aparta, gilipollas. Voy a bañarme.
– Vale, vale. Menudo genio.
– Buenos días, Gorka.
– Hola María, ¿cómo tú por aquí tan tarde? ¿Hoy no buscas trabajo?
– Pues no. He decidido tomarme un día de descanso. Iré a la universidad. Quiero ver dónde estudia Toño…
– Bien – se notaba que a Gorka le importaba un pimiento lo que le contaba María.
Se había servido un buen tazón de café y buscaba en el frigorífico algo más contundente que llevarse a la boca. No pudo evitar un respingo cuando notó la manita de María que se introducía por debajo del pantalón de su pijama y comenzaba a acariciarle la verga.
– ¡Así que lesbiana! – le susurró al chaval al oído.
– Elena es una bocas… por favor no te enfades.
– ¿Enfadarme? Ni hablar. Es perfecto.
– ¿Perfecto?
– Así la engreída de Elena no me verá como una amenaza y podrás follarme cuando te venga en gana.
– Sí, pero otro día. Ahora puede pillarnos.
– Está en la ducha, ¿no oyes lo mal que canta?
– Pero puede salir en cualquier momento…
– Ayer por la noche te portaste mal. Tengo derecho a un desagravio…
– Entiendo… ya te dije que lo siento.
– Sentirlo no es suficiente. Mereces un castigo… y te lo voy a dar ahora mismo.
Agarró al musculitos de la mano y lo llevó justo a la puerta del lavabo.
Al otro lado, Elena seguía berreando.
– ¿Qué… qué vas a hacer?
– ¡Calla, tonto!
Sin darle más respiro al asustado muchacho, se arrodilló lentamente al tiempo que le bajaba los pantalones hasta los tobillos. Comenzó a mamarlo con maestría, como sólo ella sabía hacerlo.
La mente del chico suplicaba que parase. Su cuerpo expresaba todo lo contrario. La situación era de lo más excitante. Un par de metros detrás de él, la futura madre de sus hijos canturreaba torpemente bajo una cascada de agua. En el pasillo, su amor prohibido le realizaba una de las mejores felaciones que había disfrutado en su vida. La sensación de peligro acrecentaba sus sensaciones. Estaba a punto de estallar cuando, de improviso, la canción cesó y oyó como su novia abría la mampara de la ducha.
Intentó inútilmente separar la cabeza de María de su entrepierna pero la chavala no estaba dispuesta a soltar el anzuelo sin catar el cebo.
Sentir unos dientes afilados alrededor de su nabo fue lo suficientemente persuasivo como para que desestimase la idea de tirar del pelo de la chica.
Se resignó a su destino.
– ¡Gorka! ¡Gorka! Ven aquí, tonto del culo – Elena había nacido para mandar – Se bueno y tráeme una toalla para el pelo…
El chico intentó contestar pero de su corpachón apenas salió un hilito de voz.
– ¡Gorka, joder!
– ¡Siiiiiiii! – gimió él al tiempo de se derretía en la boquita de María.
– ¡Qué me traigas una toalla, leches!
– Vo….voy.
– ¡Vuela!
Un azorado Gorka se subía los pantalones e intentaba inútilmente bajar su erección mientras se dirigía a su cuarto en busca de lo que su dominante novia le había pedido.
En sentido opuesto, una satisfecha María se sonreía para sí. Un pensamiento recurrente le asaltaba cada vez que su mente se centraba en aquellos dos tortolitos.
– ¡Qué par de gilipollas!
– Te has pasado. Casi nos pilla.
María estaba a punto de irse, cuando un enfadado Gorka la asaltó en el pasillo
– Tu polla sabía raro. ¿Sabes que es peligroso follar a pelo cuando se tiene la regla? Puedes dejar a Elena preñada.
Gorka se quedó con un palmo de narices. No salía de su asombro. No quiso ni pensar cómo era posible que aquella jovencita reconociese el sabor de los líquidos menstruales.
María salió del edificio. El señor Manuel estaba de baja, así que se ahorró el paso por la portería. Lo de Javi ya estaba en marcha. Ahora era Toño el que necesitaba un empujoncito para ligarse a esa ayudante suya que tanto le gustaba.
Por lo poco que Toño le había contado, suponía conocer algo de la mentalidad de la chica. Debería ser humillante para toda una licenciada como ella acabar de secretaria de un chaval de segundo curso. Y encima por cuatro cochinos euros.
Sabiendo de la torpeza de Toño, seguro que la moza se había dado cuenta de que le gustaba al greñudo tontorrón. Jugueteaba con él.
A veces se hacía la dura, otras veces mimosa, pero la mayoría del tiempo indiferente. Como el perro del hortelano. Ni come ni deja comer. María le daría una lección.
Decidió tomar el metro e ir al centro a una boutique no muy cara pero con ropa muy sugerente. Si la becaria era tan bonita como Toño la había descrito, debería emplearse a fondo para ponerla celosa. Durante el trayecto un hombre trajeado no dejó de sobarle el culo. Inconvenientes de la hora punta.
Sin embargo, María se cobró con creces aquel sutil magreo. Aquel tipo estaba forrado. Hasta tenía visa oro. Seguro que el asqueroso tomaba el metro solamente para sobar a las jovencitas.
Pues aquel día el toqueteo le había salido caro de narices.
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María salió del edificio. El señor Manuel estaba de baja, así que se ahorró el paso por la portería. Lo de Javi ya estaba en marcha. Ahora era Toño el que necesitaba un empujoncito para ligarse a esa ayudante suya que tanto le gustaba.
Por lo poco que Toño le había contado, suponía conocer algo de la mentalidad de la chica. Debería ser humillante para toda una licenciada como ella acabar de secretaria de un chaval de segundo curso. Y encima por cuatro cochinos euros.
Sabiendo de la torpeza de Toño, seguro que la moza se había dado cuenta de que le gustaba al greñudo tontorrón. Jugueteaba con él.
A veces se hacía la dura, otras veces mimosa, pero la mayoría del tiempo indiferente. Como el perro del hortelano. Ni come ni deja comer. María le daría una lección.
Decidió tomar el metro e ir al centro a una boutique no muy cara pero con ropa muy sugerente. Si la becaria era tan bonita como Toño la había descrito, debería emplearse a fondo para ponerla celosa. Durante el trayecto un hombre trajeado no dejó de sobarle el culo. Inconvenientes de la hora punta.
Sin embargo, María se cobró con creces aquel sutil magreo. Aquel tipo estaba forrado. Hasta tenía visa oro. Seguro que el asqueroso tomaba el metro solamente para sobar a las jovencitas.
Pues aquel día el toqueteo le había salido caro de narices.
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Al menos una docena de hombres debieron pasar por la enfermería de la facultad de informática aquella mañana. Todos con el mismo diagnóstico: tortícolis.
La entrada de aquella chica en el vestíbulo principal se había acompañado de varios silbidos de admiración. Aquello era un terreno casi exclusivo para los hombres.
El alumnado femenino apenas rozaba el diez por ciento. Y una hembra como aquella no se veía todos los días. Y menos así vestida… por decir algo.
María estaba irreconocible.
Perfectamente maquillada, sus ojos azules resaltaban como aguamarinas en su rostro. Su cabello brillaba más que nunca pero a buen seguro que ninguno de los hombres se había fijado en él. Con una gabardinita fina en una mano y un discretito bolso en la otra entró en el edificio con la seguridad que da el saberse divina. Todo el conjunto era blanco nuclear. De haber llevado braga a buen seguro hubiese sido de aquel color.
Botas altas de tacón de aguja, minifalda ceñida y top de punto grueso. Demasiado grueso, casi parecía una malla. Esa última prenda era lo que habría hecho revolverse en su tumba a cualquier muerto.
No es que el top fuese escotado. Más bien todo lo contrario, se unía al delicado cuerpo de la chavala hasta casi la nuez de la garganta. El problema no estaba arriba, sino abajo. En efecto, aquella peculiar prenda dejaba ver buena parte de la delantera de la chica. Apenas escondía de los pezones para arriba.
La ausencia de ropa interior era más que evidente y aquel par de meloncitos se bamboleaban al rimo que María caminaba por aquel bosque de lobos hambrientos.
Todos deseaban que, por un movimiento brusco, aquellos pezones endurecidos por el fresco de la mañana se zafasen de su yugo y ondeasen al viento cual bandera nacional.
Hasta tres veces tuvo que preguntar a aquel anonadado bedel por la situación del departamento de Análisis de Procesos. Y ni siquiera obtuvo una respuesta clara, tan solo un dedo tembloroso le indicó la dirección a seguir.
Escuchó a un par de profesores que, tras cruzarse con ella comentaron en voz baja.
– ¡Mira, mira! ¡Menuda loba!
– ¿Está en tu clase?
– ¡Qué más quisiera!
– Pues en la mía tampoco.
– Es una lástima
– Ya te digo…
Sin embargo, fue una chavala la que, ya próxima a su objetivo se decidió a hablarle. Era tan evidente que María no pertenecía a aquel ambiente que sin duda su presencia allí sería por algo personal.
– Buenos días ¿por quién pregunta?
María agradecida por la amabilidad le indicó el nombre completo de su compañero con la mejor de sus sonrisas.
– ¿Toño? ¿Buscas a Toño? – no pudo evitar sorprenderse por el simple hecho de que semejante hembra tan siquiera conociese al chaval – ¡Qué casualidad! Ahora mismo iba hacia allí
– Soy María, su compañera de piso. Y tú debes ser…
– Elba… su… asistente.
– ¡Ah, sí! Esa chica tan guapa y simpática que le ayuda con ese rollo de los ordenadores…
Elba se sintió halagada por la opinión que supuestamente tenía Toño sobre ella. Justo antes de entrar por una pequeña puerta perdida en un laberinto de pasillos le comentó a la recién llegada.
– Toño es bastante agradable. Sobre todo si lo comparas con el resto del personal que pulula por aquí…
– ¿Agradable? – María sonrió maliciosamente justo antes de traspasar la entrada – Bueno…supongo. Lo que tiene es un pedazo de rabo tremendo…
Elba, muy cortada, siguió a María al interior del despacho. Observó como la chica correteaba hacia el alucinado Toño y le estampaba un beso en la mejilla que le dejó marcada con restos de lápiz de labios.
– ¡Hola, Toño!
– ¿Ma…. María? ¿Qué… qué…?– Toño tartamudeaba como hacía tiempo.
– He venido a verte. Pero casi no te encuentro. Este sitio es enorme. Si no llega a ser por esta chica tan simpática…– dijo dirigiéndose a Elba – perdona, reina… ¿te llamabas?
– Elba.
– Disculpa Elba. Tengo muy mala memoria…
– Bueno… mejor será que os deje.
– No… no te vayas.
– En media hora vuelvo y acabamos eso, Toño.
– De… de acuerdo.
– ¡Qué sea una hora! Si no te importa – intervino María.
Era evidente que la zorrita aquella quería quedarse a solas con Toño. Una mezcla extraña de sentimientos pasaron por la cabeza de Elba cuando abandonó la estancia. Sentimientos que se vieron incrementados con el sonido del cerrojo apenas hubo traspasado el dintel.
Toño estaba enojado.
– ¿Pero se puede saber qué narices haces?
– ¿Qué pasa? ¿No te gusta el modelito? – contestó introduciéndose juguetonamente un dedo en la boca, y sacando pecho para resaltar su busto.
– Errrr… pues… pues claro que sí. Pero no me líes. ¿Qué pretendes presentándote aquí con semejante pinta?
– Espera un momento. Voy a quitarme estas botas. Me están matando. No sé cómo narices pueden esas golfas caminar con estos tacones… ¿tienes algo de comer? Tengo hambre y en una hora no podemos salir de aquí.
– ¡Pero por Dios! Menudo espectáculo. Lo has estropeado todo. Ahora Elba no querrá ni hablarme…
– ¡Pero qué tontito eres! En una semana está comiendo de tu mano.
– ¿Qué?
– ¡Que sí, bobo! Las chicas como esa juegan con pardillos como tú. Saben que estáis colados por ellas y se divierten así. Un día te dan esperanzas y al día siguiente, ni puto caso… ¿a que sí?
Toño asintió. Era exactamente lo que le pasaba con Elba.
– Esa lo que necesita es un poco de competencia. Saber que no es la única mujer en este mundo dispuesta a estar contigo. Verás cómo a partir de ahora todo es distinto. Es posible que se enfade contigo unos días, pero pronto cambiará de actitud y será un corderito en tus manos.
– No creo.
– Y más aún cuando compruebe que lo que le he dicho acerca del tamaño de tu pene es totalmente cierto.
– ¡María!
– ¿Qué?
– Eres… eres…eres. Eres tremenda.
Los dos comenzaron a reírse. Eran dos buenos amigos que se preocupaban el uno por el otro. Compartieron un par de donuts que Toño se había comprado par el desayuno.
María se chupaba los dedos. Era una lástima no tener dónde mojar la rosquilla.
– ¡Qué hacemos!
María no pudo evitar sonreír. La candidez de Toño rozaba el ridículo. Así vestida y con su pie acariciándole el paquete, ¿qué narices pretendía que hiciesen? Al chico había que dárselo todo mascado.
– Podríamos echar un polvo… – al tiempo que hablaba abrió las piernas, mostrando su sexo y liberó uno de aquellos senos juguetones que tanto revuelo habían creado.
– ¿Aquí? ¿Fuera de casa?
– ¡No, en el pasillo! – contestó ella ligeramente enfadada.
– No te enfades… pensaba que… tú nos dijiste que sólo…
– ¡Que sólo sería vuestra puta en casa! Lo sé. Pero esto es diferente… me muero por tu polla. Con esa engreída gritando por la casa apenas me hacéis caso. Y una tiene sus necesidades.
– Pero…
– ¡Cállate, por favor! Hoy me toca a mí. Necesito tu rabo y lo necesitó ya.
Ya no había nada más que hablar. Arrastró a Toño hacia un sillón de oficina que había junto a la mesa, no sin antes bajarle de un tirón los pantalones al muchacho. Ella ni se desnudó.
– Dios mío. En verdad que es lo más bonito que he visto en mi vida. Menuda suerte va a tener Elba. Se va a llevar el premio… gordo.
– ¡Ahhhhh! – Toño estaba en la gloria cuando sintió el botoncito metálico de la lengua de María que jugueteaba con sus testículos
– ¡No aguanto más! Estoy más caliente que el palo de un churrero.
Se subió a horcajadas sobre el muchacho y guió la manguera de carne hacia la entrada de su cueva. Se autoinmoló hasta el fondo. Alcanzó su primer orgasmo en su primera ensartada. Sería el primero de tantos.
– ¡Dios…! Menuda polla tienes. Me vuelves loca – dijo completamente desmelenada.
Toño comenzó a moverse pero su situación no era de lo más adecuada.
– ¡Quieto, quieto! No te muevas, por favor. Déja… déjame sentirla así… adentro. ¿Lo notas? ¿Notas cómo baja el fluido por tu pene?
Toño no acertó más que a asentir.
– Ya me he corrido. Con una sola embestida. Tenía unas ganas tremendas…– poco a poco comenzó la danza, hablaba despacio, casi susurrando – ¡Estrújame las tetas y cierra los ojos! ¡Imagina que soy Elba y que te la estás follando! Menudas botijas que tiene. Ya me contarás cómo son sus pezones… me muero por chupárselos…
El informático no contestó. Ya no estaba allí. Su mente volaba imaginando que otra mujer era la que subía y bajaba por su palo erguido. Notó como su amante le clavaba los dientes en el cuello y comenzaba a succionar hasta casi hacerle gritar de placer. Y si no lo hizo fue porque la chica, previsora, le tapaba la boca con una de sus manos.
María estaba disfrutando. No es que en casa no lo hiciese pero en ella siempre intentaba satisfacer los deseos de sus tres amigos. Allí, en el despacho de la universidad, sí que era realmente ella la que buscaba su placer. Incrementaba o disminuía su ritmo según los dictados de su cuerpo. Toño era simplemente un objeto más para obtener su clímax. Una especie de consolador con patas.
Eyaculó de nuevo, y a ese orgasmo siguieron media docena más, a cual más intenso. Hasta que se detuvo, totalmente extasiada.
– ¿Ya?
La entrada de aquella chica en el vestíbulo principal se había acompañado de varios silbidos de admiración. Aquello era un terreno casi exclusivo para los hombres.
El alumnado femenino apenas rozaba el diez por ciento. Y una hembra como aquella no se veía todos los días. Y menos así vestida… por decir algo.
María estaba irreconocible.
Perfectamente maquillada, sus ojos azules resaltaban como aguamarinas en su rostro. Su cabello brillaba más que nunca pero a buen seguro que ninguno de los hombres se había fijado en él. Con una gabardinita fina en una mano y un discretito bolso en la otra entró en el edificio con la seguridad que da el saberse divina. Todo el conjunto era blanco nuclear. De haber llevado braga a buen seguro hubiese sido de aquel color.
Botas altas de tacón de aguja, minifalda ceñida y top de punto grueso. Demasiado grueso, casi parecía una malla. Esa última prenda era lo que habría hecho revolverse en su tumba a cualquier muerto.
No es que el top fuese escotado. Más bien todo lo contrario, se unía al delicado cuerpo de la chavala hasta casi la nuez de la garganta. El problema no estaba arriba, sino abajo. En efecto, aquella peculiar prenda dejaba ver buena parte de la delantera de la chica. Apenas escondía de los pezones para arriba.
La ausencia de ropa interior era más que evidente y aquel par de meloncitos se bamboleaban al rimo que María caminaba por aquel bosque de lobos hambrientos.
Todos deseaban que, por un movimiento brusco, aquellos pezones endurecidos por el fresco de la mañana se zafasen de su yugo y ondeasen al viento cual bandera nacional.
Hasta tres veces tuvo que preguntar a aquel anonadado bedel por la situación del departamento de Análisis de Procesos. Y ni siquiera obtuvo una respuesta clara, tan solo un dedo tembloroso le indicó la dirección a seguir.
Escuchó a un par de profesores que, tras cruzarse con ella comentaron en voz baja.
– ¡Mira, mira! ¡Menuda loba!
– ¿Está en tu clase?
– ¡Qué más quisiera!
– Pues en la mía tampoco.
– Es una lástima
– Ya te digo…
Sin embargo, fue una chavala la que, ya próxima a su objetivo se decidió a hablarle. Era tan evidente que María no pertenecía a aquel ambiente que sin duda su presencia allí sería por algo personal.
– Buenos días ¿por quién pregunta?
María agradecida por la amabilidad le indicó el nombre completo de su compañero con la mejor de sus sonrisas.
– ¿Toño? ¿Buscas a Toño? – no pudo evitar sorprenderse por el simple hecho de que semejante hembra tan siquiera conociese al chaval – ¡Qué casualidad! Ahora mismo iba hacia allí
– Soy María, su compañera de piso. Y tú debes ser…
– Elba… su… asistente.
– ¡Ah, sí! Esa chica tan guapa y simpática que le ayuda con ese rollo de los ordenadores…
Elba se sintió halagada por la opinión que supuestamente tenía Toño sobre ella. Justo antes de entrar por una pequeña puerta perdida en un laberinto de pasillos le comentó a la recién llegada.
– Toño es bastante agradable. Sobre todo si lo comparas con el resto del personal que pulula por aquí…
– ¿Agradable? – María sonrió maliciosamente justo antes de traspasar la entrada – Bueno…supongo. Lo que tiene es un pedazo de rabo tremendo…
Elba, muy cortada, siguió a María al interior del despacho. Observó como la chica correteaba hacia el alucinado Toño y le estampaba un beso en la mejilla que le dejó marcada con restos de lápiz de labios.
– ¡Hola, Toño!
– ¿Ma…. María? ¿Qué… qué…?– Toño tartamudeaba como hacía tiempo.
– He venido a verte. Pero casi no te encuentro. Este sitio es enorme. Si no llega a ser por esta chica tan simpática…– dijo dirigiéndose a Elba – perdona, reina… ¿te llamabas?
– Elba.
– Disculpa Elba. Tengo muy mala memoria…
– Bueno… mejor será que os deje.
– No… no te vayas.
– En media hora vuelvo y acabamos eso, Toño.
– De… de acuerdo.
– ¡Qué sea una hora! Si no te importa – intervino María.
Era evidente que la zorrita aquella quería quedarse a solas con Toño. Una mezcla extraña de sentimientos pasaron por la cabeza de Elba cuando abandonó la estancia. Sentimientos que se vieron incrementados con el sonido del cerrojo apenas hubo traspasado el dintel.
Toño estaba enojado.
– ¿Pero se puede saber qué narices haces?
– ¿Qué pasa? ¿No te gusta el modelito? – contestó introduciéndose juguetonamente un dedo en la boca, y sacando pecho para resaltar su busto.
– Errrr… pues… pues claro que sí. Pero no me líes. ¿Qué pretendes presentándote aquí con semejante pinta?
– Espera un momento. Voy a quitarme estas botas. Me están matando. No sé cómo narices pueden esas golfas caminar con estos tacones… ¿tienes algo de comer? Tengo hambre y en una hora no podemos salir de aquí.
– ¡Pero por Dios! Menudo espectáculo. Lo has estropeado todo. Ahora Elba no querrá ni hablarme…
– ¡Pero qué tontito eres! En una semana está comiendo de tu mano.
– ¿Qué?
– ¡Que sí, bobo! Las chicas como esa juegan con pardillos como tú. Saben que estáis colados por ellas y se divierten así. Un día te dan esperanzas y al día siguiente, ni puto caso… ¿a que sí?
Toño asintió. Era exactamente lo que le pasaba con Elba.
– Esa lo que necesita es un poco de competencia. Saber que no es la única mujer en este mundo dispuesta a estar contigo. Verás cómo a partir de ahora todo es distinto. Es posible que se enfade contigo unos días, pero pronto cambiará de actitud y será un corderito en tus manos.
– No creo.
– Y más aún cuando compruebe que lo que le he dicho acerca del tamaño de tu pene es totalmente cierto.
– ¡María!
– ¿Qué?
– Eres… eres…eres. Eres tremenda.
Los dos comenzaron a reírse. Eran dos buenos amigos que se preocupaban el uno por el otro. Compartieron un par de donuts que Toño se había comprado par el desayuno.
María se chupaba los dedos. Era una lástima no tener dónde mojar la rosquilla.
– ¡Qué hacemos!
María no pudo evitar sonreír. La candidez de Toño rozaba el ridículo. Así vestida y con su pie acariciándole el paquete, ¿qué narices pretendía que hiciesen? Al chico había que dárselo todo mascado.
– Podríamos echar un polvo… – al tiempo que hablaba abrió las piernas, mostrando su sexo y liberó uno de aquellos senos juguetones que tanto revuelo habían creado.
– ¿Aquí? ¿Fuera de casa?
– ¡No, en el pasillo! – contestó ella ligeramente enfadada.
– No te enfades… pensaba que… tú nos dijiste que sólo…
– ¡Que sólo sería vuestra puta en casa! Lo sé. Pero esto es diferente… me muero por tu polla. Con esa engreída gritando por la casa apenas me hacéis caso. Y una tiene sus necesidades.
– Pero…
– ¡Cállate, por favor! Hoy me toca a mí. Necesito tu rabo y lo necesitó ya.
Ya no había nada más que hablar. Arrastró a Toño hacia un sillón de oficina que había junto a la mesa, no sin antes bajarle de un tirón los pantalones al muchacho. Ella ni se desnudó.
– Dios mío. En verdad que es lo más bonito que he visto en mi vida. Menuda suerte va a tener Elba. Se va a llevar el premio… gordo.
– ¡Ahhhhh! – Toño estaba en la gloria cuando sintió el botoncito metálico de la lengua de María que jugueteaba con sus testículos
– ¡No aguanto más! Estoy más caliente que el palo de un churrero.
Se subió a horcajadas sobre el muchacho y guió la manguera de carne hacia la entrada de su cueva. Se autoinmoló hasta el fondo. Alcanzó su primer orgasmo en su primera ensartada. Sería el primero de tantos.
– ¡Dios…! Menuda polla tienes. Me vuelves loca – dijo completamente desmelenada.
Toño comenzó a moverse pero su situación no era de lo más adecuada.
– ¡Quieto, quieto! No te muevas, por favor. Déja… déjame sentirla así… adentro. ¿Lo notas? ¿Notas cómo baja el fluido por tu pene?
Toño no acertó más que a asentir.
– Ya me he corrido. Con una sola embestida. Tenía unas ganas tremendas…– poco a poco comenzó la danza, hablaba despacio, casi susurrando – ¡Estrújame las tetas y cierra los ojos! ¡Imagina que soy Elba y que te la estás follando! Menudas botijas que tiene. Ya me contarás cómo son sus pezones… me muero por chupárselos…
El informático no contestó. Ya no estaba allí. Su mente volaba imaginando que otra mujer era la que subía y bajaba por su palo erguido. Notó como su amante le clavaba los dientes en el cuello y comenzaba a succionar hasta casi hacerle gritar de placer. Y si no lo hizo fue porque la chica, previsora, le tapaba la boca con una de sus manos.
María estaba disfrutando. No es que en casa no lo hiciese pero en ella siempre intentaba satisfacer los deseos de sus tres amigos. Allí, en el despacho de la universidad, sí que era realmente ella la que buscaba su placer. Incrementaba o disminuía su ritmo según los dictados de su cuerpo. Toño era simplemente un objeto más para obtener su clímax. Una especie de consolador con patas.
Eyaculó de nuevo, y a ese orgasmo siguieron media docena más, a cual más intenso. Hasta que se detuvo, totalmente extasiada.
– ¿Ya?
Se sorprendió bastante al ver que Toño la miraba divertido sin apenas inmutarse. Era un amante excepcional, con un aguante tremendo.
– S… sí – contestó María un tanto descolocada.
– ¡Pues María, creo que ahora me toca a mí!
– Eeeeeelbaaa
– Lo que quieras, Elba. Te voy a dar un rato… por detrás…
El chico era más fuerte de lo que su apariencia escuálida hacía prever.
A María le fallaban las piernas pero Toño la llevó en volandas hasta la mesa. La tumbó delicadamente boca arriba y le alzó las piernas de manera que el ano de la chica quedase a su disposición.
María se llevó el puño a la boca. Sabía que aquello iba a dolerle. Pero no imaginaba hasta qué punto. Gracias a Dios, los restos de su excitación resbalaban hasta la entrada de su culo, lo que de alguna manera lubricó la sodomización. Aun así, creyó que perdía el sentido.
El bueno de Toño no tuvo compasión ninguna. María se retorcía de dolor mientras notaba cómo sus carnes se abrían. En su desespero agarró un lapicero que se encontraba sobre la mesa y lo rompió de tanto apretarlo.
Toño desde el principio impuso un ritmo frenético que no descendió en los siguientes diez minutos durante los cuales no dejó de castigar el dolorido trasero de María.
– ¡Zorra! Vienes a verme vestida como una puta y como a una puta voy a tratarte. Voy a correrme en tu boca…
Cuando sintió que la llegada de su momento era inminente, agarró a la chica de las muñecas, la obligó a arrodillarse sobre el suelo, le sujetó firmemente la cabeza entre sus manos, le metió el pene en la boca y comenzó a brotar de su ariete un torrente de líquido viscoso que rellenó la cavidad bucal de María.
– Toma leche, Celia. Eres una puerca.
La chica sabía de lo que era capaz su amante y comenzó a tragar y tragar el esperma como si le fuese la vida en ello. Intentó hacerlo lo más rápido que supo pero no pudo evitar que unos cuantos borbotones se escapasen de entre sus labios y manchasen su camisita corta de manera más que generosa.
Pasada la tormenta, ambos intentaron reponerse a su modo. Toño se apoyaba sobre la mesa, intentando controlarse. Se maldecía en voz baja una y mil veces. Esperaba que la chica no se hubiese dado cuenta de su lapsus.
María estaba tirada en el suelo. También respiraba trabajosamente. Dolorida pero satisfecha. Muy satisfecha. Por fin había logrado lo que se proponía. Lentamente, reptó hasta el sillón y comenzó a ponerse las botas que tan bien le sentaban.
Como si no tuviese la menor importancia procedió a asestar a Toño el golpe de gracia.
– Has estado tremendo. Menudo trago. Podrías ser un actor porno con esa herramienta y el control que tienes de ella…
– Supongo que será cosa de familia…
– Por cierto. Hablando de eso… ¿te has dado cuenta? No me llamaste ni María ni Elba…, dijiste Celia al tiempo que te corrías. Me llamaste con el nombre artístico de tu hermana.
El chico comprendió que sus esperanzas de que la perspicaz María hubiese pasado por alto tan importante detalle eran una quimera.
– Ha… ha sido un error…
– Tranquilo, pequeño – le dijo mimosa abrazándole fuerte – te guardaré el secreto ¿vale?
– Vale.
– ¡Bueno! Una hora y cuarto. Seguro que la chica esa se está comiendo las uñas al otro lado de la puerta.
– ¿Tú crees?
– En seguida lo sabremos. Pero antes tengo que arreglarme un poco. Mira cómo me has dejado. Era nuevo y… ahora… parezco una golfa con estas manchas de semen.
– Me da miedo preguntar ¿de dónde sacaste la pasta?
– Ventajas de ir en metro en hora punta. Veamos – dijo sacando una espectacular cartera – sólo me dio tiempo de sacar el dinero y las tarjetas. – Casi seiscientos euros. Ahora sabremos un poco más del generoso caballero que me ha regalado estos bonitos trapitos.
– Cualquier día vas a tener un disgusto.
– ¡Eh! No creas que no me lo he ganado. No ha parado de sobarme y pellizcarme el trasero durante más de un cuarto de hora.
Metió su naricita hasta el último de los compartimentos.
– Pedazo de pervertido. Mira – le dijo enseñándole una foto familiar – si hasta podría ser su hija. Es mona la niña. La mujer es un cardo… ¡lo ves! Lo que yo te decía. Un putero. Será estúpido. Si hasta guarda las tarjetas de los clubes en su propia cartera. Putero y gilipollas. Se lo tiene bien merecido.
Volteó una de aquellas cartulinas y dio un respingo.
– ¡Hostia!
– ¿Qué?
– Este es de los míos…
– ¿A qué demonios te refieres?
– Que a ese baboso le gusta la carne y el pescado… “Vuelve pronto. Con cariño, Héctor”
– ¿Bisexual?
– Supongo – dijo María encogiéndose de hombros
No pudo aguantarse y comenzó a reírse.
– ¡Es que no escarmiento! ¡Me estás tomando de nuevo el pelo! ¡Soy un pardillo de la hostia! – María mentía con una facilidad pasmosa.
– No te mosquees. Eres un cielo. Por lo que se ve el tío es solamente un agente de seguros o algo así. Tiraré la cartera por ahí. Sólo me quedo con el dinero. Si te pillan con el resto es peligroso.
– Mejor será.
– ¡Ah! Se me olvidaba. Esta noche la Duquesa de la Tahona, doña Elena, ha tenido a bien obsequiarnos con su presencia durante la cena. Ha prometido ser buena y no castigarnos con sus impertinencias.
– ¿Y eso?
– El cabrón de Gorka, que le dijo que yo era lesbiana.
– ¡No fastidies!
– Tendrá curiosidad. En los pueblos no hay de esas… al menos que lo confiesen.
– Oye, espera. Hablando de eso. Lo que hacíais el otro día Javi y tú.
– Eso le pasa por jugar con fuego. ¿Quieres probarlo? Él se lo pasó de puta madre.
– No, gracias.
– Pues tú te lo pierdes. No puedo quedarme más. Todavía tengo que hacer una cosa en el campus.
– ¿Aquí? ¿Vas a matricularte?
– No seas curioso. Mira lo que le pasó a Javi…
– ¡Qué dolor!
– Si tú lo dices… Un beso, guapo. Y no te exprimas demasiado. Se prometen emociones fuertes esta noche.
María conocía a las mujeres. Era un hecho. A pocos metros de la puerta, Elba disimulaba torpemente.
Seguramente habría escuchado que María todavía estaba dentro y no se había atrevido ni siquiera a llamar. María se dirigió a ella directamente.
Las manchas de lefa se veían a una legua. Por si quedaba alguna duda se limpiaba descaradamente las manchas blanquecinas que rodeaban sus labios.
– Todo tuyo, Elisa…
– ¡Elba! – Contestó la otra visiblemente contrariada – mi nombre es Elba.
– Si tú lo dices… ¡Hasta otra! – le contestó sin ni siquiera mirarla.
María sonreía mientras volvía a calentar al personal caminando por el pasillo. Oyó como el pestillo de la puerta se cerraba apenas un instante después de que se cerrase la puerta.
– Pobre Toño – pensó María – primero la nena, después la becaria y quién sabe… quién sabe lo que pasará esta noche…
La facultad donde estudiaba o por lo menos decía que estudiaba Javi estaba al otro lado del complejo universitario. Ya era tarde y María quería dormir una buena siesta. No tenía tiempo de tonterías. Decidió no andarse con demasiados rodeos.
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