"SOCIOS. de 2" POR KAMATARUK. (Relato colaborativo. Regalo de Andy para Salma)





Capítulo 4

– ¡Pues claro que no es ninguna molestia, Nuria!

Miranda atendía amablemente a la mujer. Ambas eran de la misma edad y podían considerarse amigas aunque las circunstancias de la vida las habían llevado por caminos distintos. Una estaba en lo más alto de la escala laboral mientras la otra se las arreglaba para mantener más que dignamente su hogar.

– ¡Uff!, gracias – dijo la mujer muy aliviada -. No sabes el peso que me quitas de encima. Yo… yo tengo que pasar la noche en el hospital, Ana debe terminar un trabajo en casa de una amiga y me da apuro que Daniel se quede solo…
– Claro, claro. No te preocupes. Puede quedarse a dormir en casa esta noche y las que haga falta. Sé que estáis pasando un momento difícil, lo de tu marido es algo muy serio.
– Me da un poco de vergüenza pedírtelo. Tú y yo… tú y yo no hemos hablado mucho últimamente.
– No te preocupes por eso, eres una mujer muy ocupada. Lo entiendo…
– Podría dejarle con sus abuelos pero viven fuera y no quiero que pierda más clases.
– Ya te he dicho que no nos importa. Aquí hay sitio de sobra y estoy segura de que Salma estará encantada de tener alguien con quien entretenerse. Siempre ha deseado tener un hermanito pequeño… ¿verdad Salma?
– ¡Sí, mamá! Ya verás, Dani… ¡Lo pasaremos genial! Jugaremos a los disfraces, ¿vale? Tengo unos de animales que son estupendos.

Aquellas palabras aparentemente inocentes provocaron el rubor en la cara de Nuria. Sabía de la afición de Salma por los disfraces y conocía sus macabros juegos demasiado bien. Se estremeció al recordar aquella tarde apenas un mes antes en la que aquel diablillo la vistió de sirvienta y le hizo de todo. La colección secreta de dildos de Salma no tenía desperdicio.

– Sí – apuntó con voz temblorosa -. Seguro que a él gustará eso…
– ¿Cómo dices?
– Nada, nada. No importa. Daniel tiene ya once años y ya le he advertido que tiene que hacer todo lo que vosotras le mandéis… ¿verdad cielo?
– Sí, mama. – Contestó el chaval muy avergonzado.
– Mujer, tranquila. Verás como todo va bien. Tú preocúpate por tu marido y ya está…
– Es que está un poco raro últimamente. No hace otra cosa que hacer dibujos de esos tipo japonés…
– ¡Ah! – rió Miranda al escuchar eso -. Es normal. Están todos locos con eso ahora. Salma también los hace. Es muy buena en eso

La jovencita se colocó tras el chaval y dándole un abrazo dijo dirigiéndose a la mujer:

– Señora Espósito. No se preocupe por Dani – dijo Salma con ese brillo malicioso en la mirada que su interlocutora conocía tan bien-. Me ocuparé de él… personalmente.
– Sí…- balbuceó la mujer retorciendo la alianza de casada en su dedo mirando muy nerviosa a la camaleónica jovencita -. E… estoy segura de eso.
– Entonces no se hable más. Salma, ayúdame a preparar la habitación de invitados. Y tú puedes irte tranquila, Nuria: tu pequeño está en buenas manos.

Nuria se sintió mal en ese momento. El remordimiento por le duró a mujer apenas un minuto, el tiempo que le costó salir de aquella casa y llegar hasta su coche. Le importaba muy poco que su marido siguiese encamado en el hospital metiéndoles mano a las enfermeras, o que su primogénita pasase la noche follando con uno o con cien chicos. Ni siquiera le preocupaba lo que la viciosa de Salma hiciese con su hijo pequeño.

Sólo quería llegar cuanto antes a su esquina del polígono favorita, tal y como le había ordenado su ama.

Una hora más tarde Dani no sabía qué hacer. A solas en el cuarto de Salma, el pecoso pelirrojo de corta talla intentaba mirar hacia un lado pero el tirante del camisón de la chica había caído de su hombro izquierdo y, desde la posición en la que se encontraba, le era imposible no verle uno de sus pechos. Redondo, punzante, con el pezoncito erecto, bamboleándose rápidamente a un ritmo frenético.

– ¡Vas a estar guapísimo! – Dijo entusiasmada la joven empolvando la cara de maquillaje carmesí a su joven invitado.
– Si… si tú lo dices.- Apuntó Daniel muy nervioso.

El chaval intentó cruzar las manos sobre su vientre pero la joven se lo impidió.

– ¡No, no, no! No te muevas o se te moverá todo el maquillaje y tendré que volver a empezar de nuevo. Cierra los ojos. Ya falta poco.
– Vale.

El corazón de Daniel volvió a palpitar. Con los párpados entornados su pene seguía estando igual de duro pero al no ver la parte prohibida de aquella sensual criatura se sintió más aliviado. Su periodo de tregua duró un suspiro, hasta que la chica le pidió que volviese a abrirlos.

– ¡Me han quedado genial!, pareces un perrito de verdad. ¡Mírate al espejo de la pared!

El chaval quiso morirse. Salma se había desprendido del camisón, transparente ya de por sí y lo miraba como una leona a punto de zaparse un corderito. Sobre su cuerpo, simplemente unas braguitas; apenas un triangulito de tela estampada con flores unida por poco más que un hilo dental.

– ¿Qué sucede? - Dijo ella fingiendo extrañeza.

Él no pudo contestar, sólo pudo clavar su mirada de manera indiscreta en los meloncitos de la muchacha y en el bultito que le sobresalía de la entrepierna.

– ¡Ah! ¿Es por estar en tetas? - preguntó Salma mirándose el busto sin darle importancia -. No pasa nada, sé que eres buen chico y que no se lo dirás a nadie. No quería que el camisón nuevo se manchase con el maquillaje. Mi mamá me mata. ¿Te molesta? Si quieres me lo pongo de nuevo…

Salma hizo ademán de volver a colocarse la prenda pero él la detuvo.

– ¡No! – balbuceó el chaval sin apartar la mirada de los bultitos -. Po… por mí está bien. Pe… pero si viene tu… tu… ma… má…
– ¡Por eso no te preocupes! – le interrumpió ella dando saltitos arrodillada sobre su cama -. Mamá toma pastillas y duerme como un tronco. Podríamos montar una fiesta salvaje tú y yo y ella ni se enteraría…

El rostro de Daniel era todo un poema. Desencajado y rubicundo ya de por sí casi muere al escuchar aquellas palabras. Se imaginó a aquella diosa sobre él y por poco le da algo.

– Además, eres como mi hermanito pequeño. Estarás cansado de ver a Ana así por tu casa, ¿no es así?
– N… no…
– ¿Nunca la has visto desnuda?
– N…. no… - dijo él tragando saliva.

A su mente volvió aquella imagen recurrente con la que se tocaba todas las noches. Jamás olvidaría aquella tarde en la que entró sin avisar al cuarto de baño y vio a su hermana Ana desnuda depilándose el sexo. Ella se enfadó tanto que estuvo varias semanas sin dirigirle la palabra.

– ¿Ni siquiera los pechos?
– No, nada.
– Pero a tu mamá sí, ¿no?

Daniel negó con la cabeza. Sus pupilas no se separaban un instante de las prominencias de Salma pero enseguida su mente evocó los generosos melones de su madre.

– ¿Tampoco?
– No.
– Entonces… entonces tampoco has tocado ninguna, ¿me equivoco?
– No. – Confesó el chaval muy avergonzado, tanto que por primera vez en mucho rato dejó de recrearse la vista con las tetitas de Salma y se quedó cabizbajo, avergonzado de su nula experiencia con las chicas.

La niña sonrió muy dulce. Casi hasta sintió pena del muchachito pero pronto volvió a la carga. Estaba decidida a cumplir su venganza: iba a convertirlo en su putito. Sabía que si algo odiaba el papá de Daniel era a los homosexuales.

– ¡Ey! ¡Ey, mírame! – dijo ella levantando el mentón de su compañero de juegos -.No te preocupes, yo solucionaré eso. Si te portas bien dejaré que me las toques, dejaré que me toques todo lo que quieras. Y cuando digo todo, digo todo.
– ¿Qué… qué quieres decir?
– Pues que si haces lo que te pido dejaré que me toques esto también.

Y acompañando a estas motivadoras palabras Salma abrió sus piernas y, con un movimiento tan estudiado como repetido frente a su webcam noche tras noche, se apartó la braguita a un lado, mostrando su sexo libre de vello a un cada vez más alterado Daniel. Y como golpe de gracia, acercó un dedito a su vulva, tomó una pequeña porción de flujo y se la colocó al chaval entre los labios.

– ¿Qué me dices? ¿Te apetece jugar conmigo?

No hubo necesidad de esperar a la respuesta. A partir de aquel momento Daniel se convirtió en su juguete, en su mascota… en su perrito.

Minutos después el muchacho se encontró a cuatro patas y desnudo, en una postura similar a la de su mamá unos días antes aunque con sutiles diferencias: sus manos estaban libres de ataduras; su rostro lucía un maquillaje de vivos colores, imitando a un perrito manga; en su cabeza portaba una diadema con orejitas caninas y de su cuello colgaba una correa con una chapita identificativa con su nombre. Salma sabía que tarde o temprano aquel chavalito sería suyo y lo tenía todo dispuesto desde el día en el que su papá le destrozó el trasero sin su permiso. La pequeña viciosa también tenía previstos otros detalles como varias cámaras de video camufladas y los somníferos que suministraba a su madre para que ésta no la molestase.

– Pero, ¿qué vas a hacerme ahora?
– ¡Psss! Calla. Sólo falta un pequeño detallito.
– Pe…pero… ¿por qué me acaricias el trasero?
– ¿No te gusta? Quizás prefieres esto.

Sin el menor titubeo la chica deslizó su mano desde atrás por la entrepierna del muchacho comenzó a acariciarle los testículos. Firme y delicada, jugueteó primero con su escroto para con posterioridad frotar el bonito pene del chaval. Acostumbrada a cipotes de adultos el suave tacto de la piel del adolescente le agradó. Le entraron ganas de metérselo en la boca y ordeñarle hasta la última gota pero se contuvo. Su objetivo era otro.

– ¿Mejor?
– ¡S… sí!

Salma lanzó un severo lengüetazo contra el esfínter anal del muchacho. Él lo recibió con un respingo.

– ¿Qué vas a hacer? – Repitió.

La joven se relamió antes de proseguir. La higiene del chaval era muy mejorable pero eso a ella no le importó. Es más, lo agradeció. Aborrecía los culos excesivamente limpios, los prefería con personalidad, como el de Daniel.

– Tranquilo, sólo te falta la colita.
– ¿La colita?
– Eso es. Mírala – dijo Salma señalando con la cabeza un plug anal en forma de cola canina que se encontraba a su lado -. Relájate, te encantará.

La adolescente abrió los glúteos del muchachito cuanto pudo. Seguidamente, selló sus labios a su trasero y sacó la lengua. De inmediato el extremo de ésta se topó con el esfínter de Daniel pero no se detuvo, lo traspasó con firmeza. Efluvios más intensos llenaron la boca de Salma pero ella los trasladó a su estómago con agrado.

– ¡Qué rico! – Exclamó entusiasmada dándose un poco de respiro.

Y relamiéndose volvió a la carga con mayor energía. Sacó la lengua cuanto pudo y la utilizó de estilete para penetral al chaval. Se la clavó muy adentro, su pequeña nariz se pegaba al trasero del muchacho para lograr de este modo una penetración más íntima. Para una experta devoradora de culos como Salma el pequeño orto de Daniel no le supuso reto alguno. En pocos minutos él gimoteaba como un cachorro, completamente dilatado y sediento de nuevas experiencias. El chaval estaba listo para dar el siguiente paso y ella lo sabía.

– Eso es… te va a encantar, perrito putito…
– Yo… yo no soy un… perrito… putito. – Negaba él sin apenas poder articular palabra.
– Sí lo eres… eres mi perrito putito.

Con una maniobra rápida precisa comenzó a ensartar al muchacho con el dilatador anal. Daniel se estremeció. Su boca no dijo nada pero su pene sí, endureciéndose todavía más.

– ¿Ves? – dijo Salma complacida -. ¿A que no te duele?
– N… no. –Confesó el chaval desconcertado.
– Es más, apostaría a que te gusta… ¿verdad?
– S…sí.
– Eso es, ya está. – Apuntó la joven cuando el curioso artefacto ocupó su lugar.

Por fortuna para el muchachito las dimensiones del falo sintético que lo penetraba eran reducidas. Salma no quería asustarlo antes de hora, pretendía jugar un poco con él y dar a su amigo Kamataruk un buen espectáculo.

– ¡Genial! ¡Que no se te salga, ¿Eh?! Estás monísimo, mi perrito putito.
– No… no me llames así.
– ¡Te llamaré como yo quiera! ¡Ahora eres mi mascota! – aseveró Salma pero al ver la cara asustada del muchacho pronto dulcificó el tono -.Es sólo un juego… no te enfades… ¿vale?

Daniel no pudo contestar, los ágiles dedos de Salma volvían a hacer diabluras en su testículos y con frente a ese argumento poco o nada podía hacer. Se limitó a asentir.

Salma dejó de frotar el saquito del chaval y de un salto se incorporó junto a la cama:

– ¡Perrito putito, vamos a pasear!
– ¿Pa… pasear? – preguntó Daniel haciendo un esfuerzo para que aquello no saliese despedido de su culo.
– Claro. Los perritos deben pasear con sus dueñas.

De repente una correa de vivos colores ligó a Daniel por su personalizado collar.

– ¡Venga, pasea! ¡Y que no se te caiga la colita!
– Va… vale.
– Pero… ¿qué haces?
– Pues… pasear.
– ¡Pero así no! – Protestó Salma en ese tono infantiloide que tan bien fingía.

Sus saltitos provocaron que sus adorables tetas se bambolearan a escasos centímetros de la cara de Daniel. Sólo con eso ya logró anestesiar el dolor que él sentía en su ojete.

– ¡Los perritos deben ir a cuatro patas! – Continuó haciendo pucheros
– Pero…
– Venga… hazlo por mí. Te compensaré…

Sin perder la sonrisa la adolescente, tomó la mano del muchacho depositándola sobre una de sus tetas. Al chaval le temblaba todo, experimentó por primera vez el dulce tacto de un seno femenino, un pecho adolescente, suave y duro a la vez pero sobre todo caliente, muy caliente. Por la espina dorsal de Daniel bajó un cosquilleo que partiendo de su nuca, recorrió toda su espalda para finalmente evidenciarse en su miembro viril, cuya erección ya no podía ocultar. La punta de su verga brillaba por los juguitos que comenzaban a brotar de ella.

– Haré… haré lo que quieras…

Sumiso y obediente, la mascota humana adoptó la postura ordenada por su ama. Salma parecía entusiasmada paseándolo por toda la habitación como si fuese ciertamente un perrito. Después de unas cuantas vueltas se dirigió al armario y rebuscando en él sacó un falo de plástico rosa amarrado a un arnés. Se abstuvo de elegir el que ella misma utilizaba para castigar su ano, mucho más grande y rugoso. Daniel no dijo nada mientras contemplaba cómo ella se lo iba abrochando a la cintura. Conocía la utilidad de aquel artefacto, lo había visto en una película pornográfica que le mostró un amigo algo mayor en la que dos hermosas mujeres se daban placer una a otra. Aún así no alcanzaba a comprender las intenciones de Salma pero estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de volver a sentir el calor de aquellos pechos turgentes en sus dedos. En su calentura pensó que tal vez incluso pudiese ir mucho más allá con aquella princesa e iniciarse en el sexo antes que el resto de sus amigos.

– Ven, perrito putito. Súbete a la cama conmigo. – Dijo Salma golpeando la cama con la palma de la mano.
– De acuerdo pero… ¿Qué quieres que haga?
– Quiero que seas un perrito putito obediente y te metas esto en la boca bien adentro. – Dijo la muchacha blandiendo el consolador con su mano.

El chaval se puso a la tarea encomendada. Salma tuvo especial cuidado de que las cámaras ocultas no se perdiesen detalle de lo que estaba pasando sobre su cama. Los labios del muchachito se abrieron y alojaron en su interior el dildo rosáceo. Inocente y sumiso, comenzó a mamarlo. Le costó un poco al principio pero pronto se reveló como un mamador nato.

– Lámelo, putito. Desde la punta hasta la base.
– ¿A… así?
– Lubrícalo todo y te lo metes más. ¿A que es divertido?
– ¡Sí!

Las pecosas mejillas de Daniel se hinchaban y deshinchaban acompasadamente. Estaba tan extasiado por la presencia de Salma que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de satisfacer los deseos de la chica. Sus actos no estaban tutelados por su cerebro sino por su polla que estaba a punto de explotar.

– Un poquito más adentro, putito.
– No… no puedo más. – Dijo Daniel reprimiendo una arcada
– Sí puedes… yo te ayudo, putito.

Sin esperar la respuesta Salma le agarró su cabello anaranjado y se la clavó más adentro con un rápido movimiento pélvico. Al chico le pilló de sorpresa; la barra golpeó su glotis y no pudo contenerse. Ni siquiera le dio tiempo de llevarse las manos a la cara. Su cena a medio descomponer terminó sobre la cama y el cuerpo de Salma. La expresión inocente desapareció de un plumazo de la muchacha. Estaba muy furiosa.

– ¡Perro malo! -Gritó ella fuera de sí.
– Lo… siento…
– ¡Perro malo! ¡Límpiame…!
– Cla… claro. – Dijo Daniel agarrando la sábana para arreglar el destrozo.
– ¡Pero con eso no, perrito putito tonto!
– ¿Entonces? - Preguntó él muy confundido.
– ¡Con la lengua! Los perritos malos lo limpian todo con la lengua.

Él estaba tan consternado que ni siquiera se paró a pensar, simplemente actuó.

– ¡Sí!

Los nervios y la calentura nublaban el buen juicio de Daniel. Tanto es así que aquella opción descabellada le pareció correcta. Sin vacilar se puso a la tarea encomendada y, como un cachorrito, se dispuso a lamer los restos que ensuciaban la piel de su dueña. Esta volvió a adoptar una actitud dulce con él al ver cómo sus deseos se cumplían.

– Buen perrito – le decía acariciándole el cabello en tono meloso -. Buen perrito… ¡cuidado ahí, me haces cosquillas!
– ¡Pe… perdón!
– No importa. Me gusta cómo lo haces. Eres un perrito adorable.

Esas palabras animaron a Daniel. Su lengua recorrió la anatomía de la joven y uno a uno los grumos fueron desapareciendo en dirección a su estómago.

– Limpia ahí. – Dijo la chica señalando el cipote.

En cuestión de un minuto el apéndice rosado quedó impoluto.

– Y ahora eso. –Apuntó señalando los restos desparramados sobre la cama.

Daniel tragó saliva y dudó ante el charquito de aspecto poco apetecible.

– Venga… te acariciaré la colita mientras lo haces… y no me refiero a la de atrás precisamente…

El muchacho pegó su cara a la tela, sorbiéndolo todo. Su postura era tal que dejaba totalmente expuesto su trasero a su dueña. Esta sonrió de manera maliciosa y aprovechando que el chico no podía verla hizo un gesto de victoria hacia el lugar donde se escondía una de las cámaras. Había llegado el momento de dar el broche de oro a la escena. Desacopló la cola sintética del orto del muchacho mientras su manita experta hacía magia con el miembro del chico. Comenzó a pajearlo suavemente mientras le introducía de nuevo la lengua por el ano. A diferencia de antes ésta desapareció por completo en el intestino, evidentemente el dilatador anal había logrado su objetivo.

Salma cerró los ojos y volvió a deleitarse con el sabor de la entrada prohibida de su joven amante. Era algo que le volvía loca. Su vulva se encharcaba por momentos pero aun así logró reprimir sus instintos de tirárselo de manera salvaje. Todavía no era el momento. La noche era muy larga.

Daniel estaba en la gloria y por nada del mundo quería salir de ella. Se contorneaba y abría los glúteos para que aquel glorioso tratamiento anal no terminase jamás. Además, la mano de Salma rodeaba su polla y lo tocaba con tal pericia que sentía que la vida se le iba por la punta del capullo. Se masturbaba a diario pero aquello era infinitamente mejor, la maestría de la mano de Salma era difícil de igualar y combinado con lo gozaba gracias a su ano era algo difícil de superar.

– ¿Te gusta, perrito?
– S… sí…
– ¿Ya has terminado tu comida?
– Sí…
– Creo que sigues hambriento – Dijo Salma dejando de trabajarle el ojete al muchacho -. Eres un perrito muy goloso. Voy a darte más comida.

La lolita rubia incrementó el ritmo de la paja moviendo su mano con soltura. La pelea duró poco. Acompañada de un intenso quejido, la abundante eyaculación se desparramó sobre las telas decoradas con motivos infantiles.

– ¡Ha salido mucha! – Apuntó la joven acertadamente mirando el grumito viscoso -. Tenías muchas ganas de que jugase contigo, ¿verdad, perrito?
– Sí. Ha… ha sido genial.
– Me alegro de que te haya gustado pero, pero… creo que tenemos otro problema.

Daniel tenía el pulso acelerado, no podía pensar con claridad. Sólo cuando vio el dedo de Salma dirigiéndose hacia el lugar donde se había corrido comprendió lo que ella quería.

– Ahí tienes el postre, perrito.
– ¿Quieres que... me lo coma?
– ¡Ahá! – Apuntó la ninfa -. Por favor… hazlo por mí. ¿Qué pensará mi mamá si lo ve? El muchacho acercó la cara al lugar indicado, por nada del mundo quería que la mamá de su amiga se enfadase con ella. El olor de su propia hormona llenó sus fosas nasales pero eso, en lugar de retenerle le animó a continuar. Como una mascota obediente, lanzó un contundente lametón que se llevó por delante buena parte de su esperma. Salma se complació mucho al verlo. Con su tapadera de lolita con aspecto frágil y aniñado estaba acostumbrada a manejar a su antojo a los hombres, tanto jóvenes como adultos, pero ninguno había llegado tan lejos como el pequeño Daniel aquella noche. Y estaba decidida al someterlo todavía más.

– ¡Eso es, perrito! – Dijo la joven colocándose tras su mascota.

Daniel sintió cómo sus glúteos volvían a separarse pero esta vez lo que traspasó su frontera no fue una lengua inquieta sino algo más duro y grueso.

– ¿Qué… qué haces? – preguntó inocente mientras su intestino iba llenándose de plástico.
– Tranquilo. Te encantará, ya lo verás. – Le susurró ella.
– Yo… yo no soy un putito…
– Ya lo sé. Es sólo un juego y será un secreto entre los dos, ¿vale?

La chica comenzó a bombear y Daniel ya no pudo contestar. Su mente ya no estaba allí, el placer que le regalaba su orto difuminaba todo lo demás. Comenzó a gemir. Al principio, un leve susurro; después, un ronroneo y conforme las embestidas de Salma crecían en intensidad, el volumen de sus gritos aumentaban más y más.

– ¿Te gusta, putito? –dijo agarrándole de la cadera y clavándole la polla sintética muy adentro.
– ¡Sí! – Gritó el chaval fuera muy excitado.

El traqueteo de la cama cada vez era más escandaloso. Salma daba y daba cada vez más fuerte pero el intestino del chaval parecía un pozo sin fondo. A ella le molestó un poco que, en lugar de gritar y protestar por la salvaje enculada, Daniel lo estuviese pasando tan bien. Furiosa, le metió mucho mas trozo de goma de lo que ella era capaz de albergar pero aún así no logró arrancarle ni la más mínima protesta. Todo lo contrario, él mismo se contorsionaba y retorcía para facilitar la sodomía. Lo que más cabreó a la joven fue que, a diferencia de ella que solía rasgarse el esfínter cuando penetraba su trasero, el culito de Daniel permanecía íntegro; ni el más mínimo rastro de sangre manaba de su interior. Resignada, la joven supuso que la colita canina había hecho su labor de dilatación de una manera demasiado eficiente y se limitó a darle placer.

– ¿Qué… qué pasa? – Preguntó Daniel muy extrañado cuando su joven ama dejó de montarlo.
– ¡Date la vuelta!
– Pe… pero…
– ¡Que te pongas sobre la cama, joder!

Salma se abalanzó sobre Daniel como una leona. Estaba tan húmeda y lubricada que de una sola montada se introdujo el pene del chaval por completo. Solía jalarse cipotes muchísimo más grandes así que no le supuso problema alguno.

– ¡Eso es, putito! - gimoteó mientras lo montaba.

La chica actuó de manera salvaje, olvidándose por completo de la inexperiencia de su joven amante. Su larga cabellera rubia se movía de un lado para otro durante la cópula. El pene de Daniel no era muy grande pero estaba tan cachonda que sólo deseaba satisfacer su fuego interno y se lo incrustaba todo lo que daba de sí. El chico, superado por los acontecimientos, intentó aferrarse a los senos que tanto deseaba pero ella se lo impidió apartándole las manos con violencia. En cambio fue ella la que clavó las uñas en el pecho del muchacho, rasgándolo de arriba abajo mientras su vulva adolescente se comprimía de manera intensa. La vagina de Salma estallo en mil pedazos como pocas veces antes lo había hecho.

El grito de Daniel esta vez sí fue de intenso, buena parte debido al dolor experimentado en sus carnes pero sobre todo por el placer que sintió al eyacular en el interior de la nínfula

– ¡Joder, vaya polvo! – Exclamó Salma satisfecha, mientras notaba cómo la mezcla de flujos iba abandonando lentamente el interior de su vientre y se desparramaba sobre el chiquillo -. ¡Eres mucho mejor que tu padre!

Por fortuna para la joven, el bueno de Daniel no pudo escucharla. El sonido de su corazón latiendo a mil por hora dentro de su pecho era lo suficientemente estridente como para impedir oír otra cosa. Agotado, se quedó dormido sobre la cama. Salma aprovechó tal circunstancia para hacerle algunos primeros planos de su intimidad. Estaba segura de que su socio Kamataruk podría sacar provecho de ellas.

Después la chica se quitó el arnés y tras esconderlo en su escondrijo encendió el ordenador. Tras recibir la felicitación de su colega por el espectáculo procedió a masturbarse frente a él. Por mucho sexo que tuviese a lo largo del día siempre le dedicaba en exclusiva su último orgasmo antes de irse a dormir.

Eso era parte de su trato y ella lo cumplía siempre… casi siempre.



















Capítulo 5

– Lo siento.

Salma se sentía fatal. Compungida se presentaba por la webcam ante su socio verdaderamente desconsolada por lo ocurrido. Había cometido un error imperdonable

– No será porque no te lo advertí… - dijo la voz robótica.
– ¡Ya lo sé!
– Te dije que no te excedieses en el colegio. Esa Jefa de Estudios es muy lista y no se le escapa nada. Era cuestión de tiempo que te pillase haciendo algo indebido.

– ¡Ya! – dijo la chica agachando la cabeza. Sus bonitos ojos inundados en lágrimas no dejaban de llorar.
– Te confiscó el móvil…
– ¡Sí!
– Supongo que habrá visto todo: tus fotos…
– ¡Sí!
– … tus vídeos…

Salma sólo pudo asentir. Tenía un nudo en la garganta que le impedía hablar. Sólo quería llorar.

– … nuestras conversaciones…

La joven negó con la cabeza, alzando la vista de repente.

– No. Eso no. Sabes que las borro cuando terminamos de hablar. Eso no, - repitió muy nerviosa - nadie sabe de tu existencia, lo juro, pero… lo otro… lo otro sí: lo ha visto… todo.
– Entiendo. ¿Cómo fue? ¿Cómo te descubrió?
– Pues… me colé en el gimnasio como otras veces…
– ¿Otras veces? Entonces… ya lo habías hecho antes a pesar de nuestro acuerdo…

Salma lloró todavía más.

– Está bien ahora eso ya no importa. Sigue…
– Abrí el armario del material, tomé una de las mazas de gimnasia rítmica, me desnudé, puse el teléfono móvil a grabar, me tumbé sobre la colchoneta y comencé a tocarme…
– Y justo cuando retorcías la maza en lo más profundo de tu coño entró esa señora y te pilló…

La chica se llevó las manos a la cara. Eso era lo que exactamente había sucedido. Temblaba como un flan.

– ¡Siiii! – Dijo lloriqueando totalmente derrotada.
– Entiendo. Ante todo, tranquilízate.
– ¿Tranquilizarme? ¡Van a expulsarme! ¡Cuando se entere mi madre, me mata! –Gritó la niña dando saltitos de histeria delante de la webcam.
– Bueno, pero eso no ha pasado todavía, ¿me equivoco?
– No. Esa zorra quiere hablar conmigo esta tarde. Supongo que me comunicará la expulsión entonces. Querrá ver cómo suplico para que me perdone. Es una sádica.
– Bueno. No te precipites. Sólo unos pocos sabemos lo viciosa que eres, para el resto del mundo eres una buena chica. Puede que te dé otra oportunidad.
– ¿Otra oportunidad? ¡Cómo se nota que no la conoces! ¡Es lo peor, una bruja, una dictadora! Será un escándalo, ya se encargará esa puta de que lo sepa todo el mundo.
– No adelantemos acontecimientos. Pero sobre todo no te pongas chulita con ella. Sigue con tu papel de niña buena y haz todo lo que te pida. ¿De acuerdo?
– Sí. Haré todo lo que esa perra quiera. No tengo más remedio. Me tiene atrapada en sus manos.
– ¿Has borrado todo del ordenador?
– Claro. Y cuando terminemos de hablar ahora borraré nuestra conversación, como hago siempre.
– Eso está bien. Eres una buena chica.

Salma apretó los puños con rabia.

– No. Soy una tonta a la que han pillado haciendo guarradas de la manera más estúpida posible.
– No te machaques más. Ya nada se puede hacer. Intenta no preocuparte más de lo debido. Sobre todo que tu mamá no se entere de nada o será el fin de lo nuestro.
– Lo intentaré.
– Está bien. Sabes lo que viene ahora, ¿no?

La adolescente asintió.

– Nuestro trato era muy claro: nada de hacer cosas sin que yo lo supiera. Me has puesto en peligro de una manera innecesaria.
– Sí – Asintió la joven -. Lo sé.

Salma sabía lo que su misterioso socio era capaz de hacer. Aquel tipo no había dudado en partirle las piernas al papá de su compañera de clase. Estaba dispuesta a todo con tal de no enojarlo todavía más o, lo que para ella era todavía peor, perderlo para siempre.

– ¿Tienes la aguja a mano?
– Sí.
– Pues ya sabes lo que hay que hacer.

La chiquilla asintió.

Sin la menor vacilación, agarró una de sus tetitas con una mano mientras con la otra procedió a insertar en ella finas hebras de acero puntiagudo. Previsora como pocas le había suministrado a su mamá doble ración de somníferos.

*********

Salma agradeció que Kamila, la jefa de estudios, hubiese quedado a solas con ella por la tarde, después del horario lectivo y no durante él. En el instituto ya no quedaba nadie y eso siempre era un alivio. La joven pensó que si el asunto de su expulsión se llevaba de forma discreta tal vez podría minimizar las consecuencias y solamente rendir cuentas a su madre en lugar de ser el objeto de burla de todo en centro. Si se llegaba a saber lo sucedido en el gimnasio sería el final de su fama de niña buena.

– Hola Salma – dijo la mujer en un tono frío y protocolario -. Siéntate por favor.
– Sí, señora.

La adolescente estaba aterrada, aquello la superaba. Acostumbrada a llevar las riendas de cada situación que provocaba, en aquel instante se veía perdida estando al otro lado de la pistola. Si ya de por sí le impresionaba aquella mujerona de sonrisa helada, enormes senos y rotundas curvas, en aquel momento de debilidad su complejo de inferioridad se elevaba al infinito y más allá. Kamila parecía más la directora de un campo de concentración Nazi que la responsable de un centro educativo Argentino. Con su larga cabellera oscura, recogida como siempre en una funcional cola y aquellos ojos grises de apariencia felina, paseaba junto a Salma como si se tratase de un ser superior. Hundida y apocada en el sillón del despacho de la jefa de estudios, la jovencita se sintió diminuta y mucho más sin poder pedir consejo a su socio. Comparada con la majestuosidad de la impresionante hembra ella apenas era nada. La mujer rodeaba a la niña de un lado a otro contoneándose sobre sus enormes tacones, como una leona acecha a una presa indefensa. Parecía dispuesta a saltar sobre la niña, darle el golpe de gracia y devorarla de un solo bocado.

– Yo… -comenzó a decir Salma intentando justificar lo injustificable.
– ¡Cállate!
– ¡Si, señora Kamila!

Salma temblaba de puro miedo. Sintió una humedad entre las piernas. Temió orinarse de un momento a otro. Estaba aterrada.

– Tú eres una puerca. Una sucia pervertida. eso es lo que eres. Lo que has hecho es muy grave…
– Yo…
– ¡Que te calles! – Gritó la profesora golpeando su mesa con dureza.
– Sí, señora. –Repitió la niña.

Las lágrimas afloraron en el bonito rostro de Salma. Si hasta entonces albergaba una mínima esperanza de clemencia la actitud de su maestra la volatilizó de inmediato. Rompió a llorar como la niña que era. No había rastro de la jovencita manipuladora y viciosa que engañaba a todo el mundo a su antojo, simplemente era una adolescente compungida y asustada por lo que se le venía encima. Estaba a punto de derrumbarse y por primera vez en su corta vida no era algo fingido.

– Mañana llamaré a tu madre y le contaré lo sucedido. No quiero hacerlo pero la gravedad del asunto me obliga a comunicárselo tanto a ella como al consejo de profesores.
– ¡No por favor!
– ¡Que te calles! – Gritó la mujer golpeando la mesa de madera noble.

Salma era un manojo de nervios, no paraba de temblar como un flan.

– No obstante, y teniendo en cuenta que es tu primera falta tal vez podría pasarlo por alto…

Un rayito de esperanza apareció ante Salma. El corazón volvió a palpitarle con fuerza.

– … siempre y cuando estés dispuesta a hacer algo por mí. – Dijo la mujer sonriéndola maliciosamente.
– ¡Haré lo que sea! – Se apresuró a declarar la joven olvidando su voto de silencio.

La morena se sentía dichosa por su triunfo.

– Dime, pequeña Salma. ¿Harás todo lo que yo te diga sin rechistar?
– ¡Sí! - apuntó la joven sin pensar -. ¡Lo que sea, pero no se lo cuente a mi madre ni a nadie más, por favor!
– Muy bien, pequeña, muy bien… - Dijo la escultural mujer acariciando las mejillas de la joven. Después sus manos descendieron y comenzaron a aflojar el nudo de la corbata de la chiquilla.

Minutos después a Salma le parecía estar en un sueño. Tras pasear prácticamente desnuda por todo el colegio atada por una cadena volvía a la escena del crimen, es decir, en el gimnasio. Le molestaban el arnés a la espalda y los grilletes de manos y piernas pero lo que más le incomodaba era el apretado collar de pinchos puntiagudos que oprimía su cuello y que apenas le permitía tragar y respirar. Pero con todo lo que más le alucinaba era el ir despliegue de medios que su profesora había dispuesto.

El recinto deportivo se había transformado en un set de rodaje casi profesional. Donde un día antes descansaba la enorme colchoneta azul sobre la cual se había dado placer, pendían del techo cadenas de acero y a su alrededor se disponían estratégicamente varias cámaras con enormes objetivos, focos y micrófonos.

– Tú quédate aquí, zorrita. Voy a ponerme algo más cómodo. - Dijo la morena terminado de colocar el carmín rojo fuego sobre labios de Salma, detalle que resaltaba con respecto al aspecto infantiloide de la muchacha.

La joven Salma no dijo nada mientras su profesora se encontraba ausente. Estaba en estado de shock. Ni en sus más oscuras fantasías había imaginado algo semejante. Su mirada se perdía en los pliegues del plástico transparente que protegía el suelo. Sólo reaccionó cuando una mano agarró uno de sus pechos y presionó sus recientes heridas.

– Eres muy guapa. ¿Te autolesionas, putita? – Dijo Kamila apretándole la teta dañada sin el menor cuidado.

La profesora ocultaba su despampanante cuerpo bajo una bata de seda negra con múltiples encajes. Salma sólo podía distinguir de su nuevo atuendo unas botas negras con un finísimo tacón de aguja imposibles de llevar para el común de los mortales.

– No. Fu… fue un accidente…
– Entiendo. Pero son un montón de accidentes. Deben dolerte bastante estos agujeritos.
– U… un poco. – Dijo Salma sin alzar la mirada.

– Tranquila. Cuando termine contigo te dolerá tanto el resto del cuerpo que ni te acordarás de tus bonitas tetitas perforadas. No lo vas a pasar nada bien, te lo aseguro. Me encanta el dolor, sobre todo cuando se trata del dolor de los demás…

Y tras estas severas palabras la jefa de estudios estrujó el pequeño seno con fuerza y no se detuvo hasta que de la boca de Salma emergió un amargo quejido que resonó por toda la estancia.

– Eres mi muñeca y voy a jugar contigo hasta que me canse, putita. – Le susurró la mujer al oído, tras lo cual le lanzó un abundante escupitajo a la cara -. Te va a encantar.

La más joven se estremeció al tiempo que la grumosa sustancia caía lánguidamente por su cara, corriendo su recién aplicado maquillaje. El miedo se combinó esta vez con otra extraña sensación que no pudo definir pero que se tradujo en una más que notable lubricación extra en su vulva y en una reivindicación de sus pezones. Su grado de terror era tal que ni siquiera protestó cuando la morena le colocó algo entre los labios; un incómodo instrumento metálico que la niña conocía gracias al visionado de multitud de películas pornográficas y gores. Aquel artilugio le impediría morder cualquier objeto que penetrase su boca.

El corazón de Salma palpitaba cada vez más fuerte y el cosquilleo en su sexo comenzó a hacerse insoportable. Siempre había pensado que era mejor dominar que ser dominada pero una parte de su cerebro parecía opinar lo contrario.

Kamila no perdió el tiempo. Un par de segundos después y ya se ensañó con Salma. Agarró a la ninfa del cabello con fuerza y de un empujón la lanzó al centro del improvisado escenario. La adolescente sólo acertó a evitar que su rostro se golpease contra la tarima pero el resto de su cuerpo cayó como un saco de arena. Gritó, pero de su boca trabada no salió nada comprensible.

– Jovencita, harás todo lo que yo diga. ¿Entendido? Conseguiré lo que quiero por las buenas o por las malas. Sabes que no te conviene enfadarme… ¿verdad?

Salma asintió. Cada vez temblaba más. Contempló impotente como la mujer se colocaba delante de ella y señalaba una de sus botas.

– ¡Límpiala con tu lengua, putita!

La niña no pensó. Sólo actuó y, tras abalanzarse contra el cuero, sacó la lengua tanto como se lo permitía la mordaza metálica. Pronto la bota lució impoluta y brillante gracias a sus babas y a la punta de su lengua. Mientras lo hacía, Kamila aprovechó el momento para desprenderse de la bata. Con su desnudez dejó a la luz su más oscuro secreto. Uno enorme… y erecto.

– ¡Mira lo que te espera, zorra!

Salma alzó los ojos y contempló algo que jamás sus tiernos ojos habían visto en directo: unos gigantescos pechos coronados con dos enormes areolas en cuya punta destacaban erectos un par de pezones puntiagudos adornados por sendos aritos dorados. Con todo y siendo eso algo realmente notable lo que enseguida captó la atención de la lolita fue el generoso rabo que la señora tenía entre las piernas. Un enorme cipote circuncidado acompañado de dos generosos testículos, de tamaño acorde con el resto de sus atributos, embolsados en un escroto también adornado con joyas.

Los ojos de Salma se abrieron de par en par, mostrando su sorpresa.

– Te gusta, ¿eh? - dijo Kamila viendo la cara de la más joven -.Estaba segura de que te iba a encantar. No eres más que una zorra viciosa. He visto de lo que eres capaz gracias a tu teléfono móvil.

Sin tiempo para recuperarse de tal revelación, Salma se vio de nuevo de bruces contra el suelo. Pronto su delicado cuerpo pendía las cadenas del techo por las ataduras que ligaban sus hombros, sus manos y sus piernas.

– ¡Arriba, putita, arriba! – Reía Kamila alzando a la joven de tal forma que ésta quedó suspendida a poco más de un metro del suelo.

La postura era tremendamente incómoda para Salma. Por si eso fuera poco su dominatrix le colocó un par de bolitas de acero en el extremo de sus pezones mediante un par de pinzas dentadas que estiraban sus senos hasta hacerla rabiar. Sus piernas se abrían de manera exagerada dejando su sexo depilado expuesto a la vista de las cámaras. Pero en aquel instante lo que menos le importaba a la joven eran esas partes íntimas de su anatomía sino otra. Kamila apuntaba hacia su rostro con su portentoso ariete y amenazaba con entrar en su boca impunemente. La chica se asustó dadas las dimensiones del pene. Intentaba zafarse pero lo más que conseguía al bambolearse era aumentar el dolor en sus extremidades.

– Eso es… resístete. No sabes lo mucho que me excita eso.

Kamila, haciendo prevalecer su voluntad, volvió a tirar del cabello de su víctima para enderezar su postura. Esta protestó con una especie de chillido gutural ya que nada más podía hacer. La respiración de Salma se hizo más fuerte. Contempló impotente cómo el cipote era colocado a apenas un palmo de su cara.

– ¡Vamos allá! Sé que esto te va a encantar, pequeña… - murmuró la mujer.

Contra la cara de Salma chocó un torrente de orina. Parte del mismo hizo diana en su boca abierta pero la gran mayoría se estampó contra su cara y cabello. La cantidad de pipí era tal que a la chica no le quedó más remedio que tragarlo para poder respirar. Poco a poco el cipote se fue aproximando a sus labios y, gracias al aparato que los abría por completo, penetró entre ellos sin dejar de expulsar orín. La cantidad de fluido era tal que a la niña le fue imposible tragarlo por lo que se formó una cascada que partía de su boca para caer sobre el piso plastificado. Apenas la función había comenzado y su aspecto era deplorable.

– Eres el váter más bello que jamás he tenido, putita. – Dijo Kamila sacando la polla de la niña.

Salma aprovechó la circunstancia para toser y tomar aire. La tregua no duró mucho, justo el tiempo que invirtió la señora en hacerle un par de coletas improvisadas y volver a la carga.

– He visto de lo que eres capaz con de hacer con pollas de juguete. Tengo curiosidad por saber cómo te las arreglas con una de verdad.

Utilizando las coletas como agarres, la incansable torturadora volvió a introducir el pene en el interior de la chica. Ésta sintió impotente cómo su boca se iba llenando de nuevo de carne. Lentamente el ariete venció la débil resistencia que opuso su lengua y se abrió paso en dirección a lo más profundo de su garganta. Salma tensó su cuerpo, pero no le sirvió de nada, era un juguete a disposición de la otra. Apretó los puños y, en un acto reflejo, intentó inútilmente cerrar sus mandíbulas pero no pudo. El hierro que ocupaba su boca hizo su función a las mil maravillas. Las férreas manos de Kamila le impedían mover la cabeza y pronto el cipote llegó a golpear su glotis, el final de su camino… al menos eso creía la chiquilla, rota de dolor, con la mandíbula a punto de desencajársele.

No podía estar más equivocada.

Salma, desde se llevó la primera polla a su boca gracias a su socio Kamataruk, se destapó como una mamadora nata. Era un prodigio con la boca. Se jalaba todo tipo de vergas con sumo gusto y no hacía ascos a ninguna, independientemente de lo repugnante que fuese el tipo que estuviera al otro extremo de ella. Estaba acostumbrada a su sabor a orina, a su olor a semen reseco e incluso se tragaba gustosa los pelitos púbicos con los que de vez en cuando se encontraba en su camino. Nunca había tenido el menor problema para metérselas hasta el fondo y tal vez por eso aguantó el tratamiento inicial de Kamila de una manera más o menos digna.

– Eres buena, putita – dijo la mujer realmente sorprendida por el aguante de la joven -… pero no lo suficiente.

La profesora hizo un movimiento pélvico seco y el asedio más o menos contenido contra la garganta de la lolita se convirtió en un martilleo firme e intenso. Salma tuvo que contener la respiración al comprobar impotente cómo su glotis se abría en contra de su voluntad ante el acoso sufrido. El dolor fue intenso pero sin duda peor fue la sensación de agobio y asfixia, que se prolongó durante unos interminables segundos, tantos como Kamila quiso. Su cuerpo a medio hacer reaccionó instintivamente y a la arcada inicial le siguió el inevitable vómito y la relajación de esfínteres. Salma lo soltó todo, tanto por arriba como por abajo.

Kamila le dio un respiro a la joven y, sacando su miembro viril de ella, dejó que ésta expulsase sus fluidos mientras lloraba amargamente. Aun así no estaba dispuesta a apiadarse de ella, apenas había comenzado a divertirse.

– Eso es… putita. Libera espacio. Pronto te rellenaré como un pavo en acción de gracias. Veo que también te has hecho pipí… eres una niña sucia.

Salma todavía no había recobrado el aliento pero la maniobra se repitió una y otra vez. Una de las cámaras que lo grababa todo captaba claramente cómo su garganta se hinchaba y deshinchaba al paso de la gran verga de la docente. Llegó un momento en el que su estómago ya no albergaba nada y tan sólo expulsaba sus propios jugos. Kamila se regodeaba de su hazaña sin dejar de follarle la boca con comentarios soeces sobre la permeabilidad de su garganta pero llegó un punto en el que la mujer se excitó tanto que temió correrse antes de hora y se detuvo.

– Muy bien, princesa. Muy bien.

A Salma le dolían todos y cada uno de los huesos de su cuerpo. La postura era forzada y antinatural, le costaba respirar y más aún todavía tragar. Estaba destrozada y, sin embargo, el escozor en su vagina había crecido de manera exponencial al dolor experimentado. Estaba muy excitada. Deseaba por lo que fuese que su torturadora no se diese cuenta de eso ya que podría incitarla a seguir masacrándola pero tal circunstancia no pasó desapercibida a Kamila. No había que ser muy detallista para percatarse de que Salma estaba cachonda, de su vulva brotaban gotitas de flujo delator.

– ¡Uhmm, putita! Hay que ver cómo está esto. Te derrites… no lo niegues. Te encanta lo que te hago. Te la das de dura pero no eres más que una perrita sumisa…

La joven dio un respingo al sentir el azote en su trasero. Y a este le siguió otro y a este otro, un tercero. Casi se sintió frustrada al no recibir un cuarto pero su lujuria se vio compensada cuando una lengua juguetona y experta recorrió su sexo. Pensó en orinarse y vengarse en cierto modo de su profesora pero pronto desechó la idea y simplemente se limitó a disfrutar y dejarse hacer. Sin duda aquella señora sabía cómo satisfacer a otras hembras, no había pliegue o recoveco de su coño que quedase desatendido.

– ¡Qué rico! - Exclamó la morena entre lamida y lamida.

La mujer no parecía tener suficiente con el néctar que surgía de la intimidad de Salma con lo que buscó la manera de excitarla todavía más y, sin dejar de comerle el coñito, comenzó a introducirle uno de sus largos dedos por su abertura trasera. A pesar de sus largas uñas, no tuvo el menor cuidado en profanar el ano de la niña. Es más, lo hizo de manera torpe y dolorosa a conciencia. Apenas cometió la fechoría se produjo una explosión en la vulva de la sometida. El orgasmo fue tan intenso que inclusive salpicó la cara de Kamila.

Aquello fue la gota que colmó el vaso… nunca mejor dicho.

La mujer perdió los papeles, se incorporó de un salto y poco menos que arrancó de un tirón el artefacto que oprimía la boca de Salma.

– ¡Te vas a enterar de lo que es bueno, zorra! – Dijo fuera de sí lanzando el metal impregnado de babas contra la pared -. ¡Quiero oírte gritar!

Y tras soltar un par de sonoras palmadas contra el trasero de la niña, agarró su cipote desde la base y arremetió con furia el sexo de Salma. Esta gritaba como si le estuviesen arrebatando la vida, a pesar de que la profesora apenas había metido en su vientre una pequeña porción de su enorme polla.

– ¡Ahgggg! ¡No!, ¡Noooooo!- Resonó una y otra vez en el gimnasio.

Pero Kamila no se detuvo, tenía toda la sangre en su polla y no en su cerebro. Asió a la nínfula por la cadera y lo dio todo. No le metió todo el cipote como era su deseo, hay cosas en la naturaleza que son materialmente imposibles, por mucho empeño que le pusiese, el pequeño cuerpo de Salma no daba más de sí. A pesar de ello le metió una buena dosis de polla y el coño de la más joven de las amantes se abrió hasta un punto antes jamás experimentado.

Salma gritaba pero esta vez no de dolor, sino de placer. El pene de su profesora y la manera salvaje de poseerla se tradujeron en una sucesión de orgasmos intensos, casi constantes.

– Eso es, putita eso es… ábrete bien… - Gemía de gusto Kamila retorciendo el cuerpo de la chiquilla para incrementar su placer.

El tintineo de las cadenas era constante, el cuerpo de la pequeña Salma parecía más bien una muñeca en las manos de aquella viciosa. Si su manera de follarla, salvaje y animal, no le produjo desgarros fue por la increíble elasticidad de su vulva y a su innata capacidad de lubricación.

Kamila, conforme intuía que su clímax se acercaba, iba incrementando el ritmo de la cópula hasta hacerla frenética y extrema. Salma ya no gritaba, abría la boca buscando el aire que le faltaba a sus pulmones. Sus movimientos dejaban a las claras que aquel polvo, lejos de doloroso, estaba siendo el mejor de su vida.

– ¡Te vas a enterar, joder! – Gritó Kamila dolida en su amor propio.

Y tras soltar una última cachetada contra el trasero de la niña, más intensa y sonora que todas las anteriores, se colocó estratégicamente frente a la cabeza de la joven. La agarró de nuevo de cabello con una mano y apuntó contra su rostro descompuesto. . Apenas tuvo que rozarse la verga para que esta comenzara a esputar babas a diestro y siniestro. Los chorros de esperma estallaron en la cara de la nínfula, convirtiendo a esta en una amalgama gelatinosa de semen, lágrimas, o restos de otros fluidos corporales.

– ¡Eso es! – Exclamó extasiada Kamila descargando su última munición en la parte superior de la cabeza de Salma. El esperma cayó lánguidamente a lo largo del cabello de la niña.

Salma permaneció con los ojos cegados por los grumos que estucaban su cara. No le había dado tiempo de cerrar la boca y una porción se semen le mojó los labios y buena parte de su dentadura. Por eso no se dio cuenta de que Kamila se disponía a soltar las cadenas y cayó al suelo de bruces.

– ¡Ay! – Protestó al caer contra el plástico que cubría el suelo.

– ¡Eres… - dijo Kamila liberándola de las esposas mientras respiraba con dificultad -… eres jodidamente buena, putita!

Salma abrió uno de sus ojos y vislumbró la puerta del gimnasio de manera borrosa. Quiso salir corriendo de allí pero tan sólo pudo reptar hacia ella. Su cuerpo no le respondía. A mitad de camino notó un peso enorme sobre ella y una presión creciente en su entrada trasera.

Era Kamila comenzando a disfrutar de su culo.

Fue entonces, mientras aquella serpiente se hacía de nuevo un sitio en el interior de su cuerpo, cuando la morena le susurró tapándole la boca para ahogar sus gritos de placer:

– Veo que estás disfrutando tanto como yo de esto… socia.



Fin.







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