"SOCIOS. 1 de 2" POR KAMATARUK. (Relato colaborativo. Regalo de Andy para Salma)





– ¡Adiós mamá!

– Adiós, cariño. No te entretengas ni te retrases de nuevo. No sé cómo dice tu profesor que siempre llegas tarde a clase saliendo tan temprano de casa. Con lo ágil y deportista que tú eres…

– Un beso. ¡Te quiero! Recuerda comprarme esas braguitas rosas con dibujitos Disney.

Miranda no pudo evitar esbozar al ver marchar a su hija. Ante sus ojos se trataba de una niña dulce e inocente, tanto que a veces temía por ella. Su comportamiento rozaba lo infantil algunas veces, sufría por que el mundo despiadado que las rodeaba no fuese lo suficientemente amable con aquella angelical criatura.

Salma salió de su casa a la velocidad del rayo. El viento de la mañana mecía su larga cabellera dorada. Solía vestir ropas oscuras y holgadas pero bajo su apariencia poco cuidada se escondía todo un bomboncito con curvas de infarto. En lugar de resaltarlos abriéndose el escote como hacían muchas de sus amigas, se esforzaba por ocultar sus bonitos pechos, un par de esferas perfectas y diminutas coronadas por unos pezones oscuros y apretados, duros como el diamante. Sin embargo había veces, como en aquella ocasión, en las que no podía disimular la perfección de su cuerpo; el uniforme entallado de su colegio privado no se lo permitía. Aún así se las arreglaba para llevar una carpetita disimulando sus pechos o colgando de la cadera la rebeca para ocultar sus apetitosas curvas de las miradas lascivas de sus compañeros y profesores. Tenía un cuerpo hecho para pecar y ya de muy niña había aprendido a sacar de máximo provecho de él; concretamente desde que el quiosquero le regalaba dulces por mostrarle su conchita a escondidas de su mamá.
Salma, además de viciosa, era tremendamente lista. Pronto aprendió que, al adoptar la apariencia de una chiquilla inocente, se convertía en un imán para los pervertidos y eso era precisamente lo que ella deseaba: hombres y, por qué no, mujeres que quisieran estar lo más cerca posible de su cuerpo… o incluso dentro de él.

A sus catorce años se había convertido en una maquinita perfecta de follar.

Al llegar a la esquina del viejo caserón abandonado se detuvo. Observó a un lado y a otro y cuando estuvo segura de que nadie podía verla se deslizó como una gatita por el roto de la puerta. Tuvo especial cuidado en no mancharse el uniforme escolar con la mugre que abarrotaba el lugar. Anduvo ágil y resuelta por los pasillos; carecían de iluminación pero los había recorrido tantas veces que no hacía falta: se sentía como en su casa. Se dirigió como todos los días a la habitación iluminada del fondo. Allí en bajo una cómoda destartalada, junto al cochón medio roto, encontró lo que buscaba: una caja de paquetes de cigarrillos Marlboro. Al abrirla, sonrió:

– Uhm… veo que te gustó la sesión de anoche, papi – murmuró -. Están empapadas.

Alargando los dedos sacó la prenda íntima del interior. La conocía a la perfección ya que era suya. Al ver la enorme mancha blancuzca justo encima del bordado sonrió; apenas se distinguía el osito entre corazones y estrellas. Se la llevó a la nariz y sus fosas nasales se llenaron de hormona masculina. Sintió cómo su vulva comenzaba a derretirse. El vicio la pudo y tomó con la punta de su lengua una gotita de esperma; la paladeó como si se tratase de la más dulce de las frutas.

– “¡Qué rico!” – Pensó.

Todavía con el sabor de la simiente masculina entre los labios actuó mecánicamente: se bajó las braguitas que llevaba puestas, las colocó en el paquetito de tabaco y se colocó las otras teniendo especial cuidado de que la parte más húmeda quedase directamente sobre su sexo. Se las subió en exceso, de manera que se le incrustaron en el coño, consiguiendo de este modo que el esperma y su propio flujo fuesen uno. Ya estaba a punto de largarse cuando se le ocurrió una idea:

– “Puede ser divertido. “ – Dijo para sí.

Y sin pensarlo más se introdujo la mano dentro de las bragas. Le apetecía tocarse pero no tenía tiempo: su intención era otra. Untó la yema de su dedo más largo con el pringue y se lo llevó a su trasero. Mordiéndose el labio inferior se lo introdujo lentamente en el intestino; no le supuso problema alguno alojarlo en él por completo: penetrase el ano delante de sus admiradores era uno de sus múltiples habilidades secretas y era un arte que dominaba por completo. Desde muy niña se metía cosas por ese oscuro agujero. Cerró los ojos y se dio un par de arremetidas profundas y secas. Le molestó un poco pero precisamente era eso lo que buscaba. Rebasar sus límites del dolor era lo que la excitaba.

– Bien, hoy seguro que no se me hace tarde. – Dijo colocándose el uniforme de forma correcta.

Oyó un crujido extraño y un golpe seco al cerrarse la puerta del cuarto. Ni siquiera le dio tiempo a darse la vuelta. Una fuerza irresistible la lanzó contra la cómoda y mientras una mano le aprisionaba la cara sobre el mueble otra le bajaba las braguitas recién colocadas hasta las rodillas. Las gafas de pasta oscura saltaron por los aires estrellándose contra el piso.

– ¡Pero qué cojones haces! ¡Déjame, puerco!
– ¡Todavía me queda leche para rellenarte el trasero, zorrita! – le dijo una voz ronca y falseada.
– ¡No! ¡No! ¡Ese no era el trato! ¡Ahora no tengo tiempo! ¡Hoy sólo las bragas…!
– ¡Qué te den, guarra! Ya sabes lo que quiero…

El hombretón aprovechó su superioridad física y agarrando su estilete por la base, atacó el orto de la lolita y no tuvo piedad de él; apretó y apretó hasta que logro que una buena porción de polla entrase en el delicado cuerpo de la adolescente. Esta apretó los puños, cerró los ojos y se dejó hacer, muy enfadada. El juego del abuso simulado era uno de los favoritos de sus admiradores aunque a ella le aburría un poco ya que, en el fondo, sabía que era un montaje.

El tipo lo dio todo; bufaba y se retorcía intentando que la enculada fuese muy profunda y dolorosa. Salma optó por relajar su esfínter por completo y dejarse sodomizar libremente. Conocía a aquel pervertido lo suficiente para saber que se correría enseguida y que todo terminaría pronto. Intentó disfrutar en la medida de lo posible, el cipote de aquel perdedor no era gran cosa pero no estaba nada mal para empezar el día: la estaba destrozando por dentro.

Salma sintió un chasquido en su orto y tras él un escozor intenso. De inmediato supo que aquello que recorría sus muslos no era la simiente del macho sino su propia sangre que brotaba de su ano.

– “¡Mierda!” – pensó la chica entre jadeos –“. Me lo rompió…”

La joven tenía un cuerpo muy elástico y estimulaba su ano prácticamente a diario pero los cipotes que se jalaba por detrás eran muy grandes y que le produjesen desgarros también era muy normal.

– ¡Termina ya, hijo de puta! – Gritó la chica cada vez más enfadada, conocedora de que estar todo el día sentada en la dura silla de su clase le iba a suponer toda una tortura gracias a aquel tipo -¡No eres más que un puto eyaculador precoz, joder!

No se equivocó Salma en absoluto, pese a ser muy joven conocía muy bien a los hombres y más aún a sus admiradores personales con los que mantenía relaciones sexuales habitualmente. Unos pocos minutos bastaron para que el tipo que mancillaba su trasero se corriese en su intestino entre jadeos, insultos y convulsiones.

– ¿Ya? ¿Para esta mierda tanto jaleo? - dijo la chica incorporándose, con el esperma y la sangre todavía saliendo a borbotones de su ojete.

El orto le ardía, el hombre no había sido delicado precisamente pero no iba a cometer la torpeza de decírselo. Conocía de sobras a los de su clase, disfrutaban con el dolor de las chicas y nada les frustraba más que la indiferencia de sus víctimas.

– ¿No te duele?
– Para nada. – Dijo Salma con total serenidad.
– Eres una maldita zorra. Lo sabes, ¿no?
– Ya, ya… lo que tú digas. ¿Dónde están mis gafas? ¡Aquí están! Has tenido suerte, si llegan a quebrarse o vuelves a tocarme sin mi permiso vuelves a tu casa con las piernas rotas.

El tipo se rió a carcajadas.

– ¿Las piernas rotas? ¿Y quién iba a hacerme semejante cosa?, ¿tú? – Dijo negando con la cabeza -. Niña… tú sueñas.
– ¿Lo has pasado bien? Me refiero a que si has disfrutado y todo eso… -

Continuó Salma sin inmutarse ajustándose las lentes oscuras de pasta.

– Claro, ha estado genial.
– Pues me parece estupendo que haya sido así porque no me vas a volver a ver en tu puta vida, ¿te enteras? Esto no estaba en el trato y, por tu culpa, voy a llegar otra vez tarde al cole. Me castigarán de nuevo y eso es un fastidio. Tenía planes para esta tarde.
– ¿Planes? – preguntó él en tono irónico -. Cuando dices planes es que ibas a follarte a un montón de tíos, ¿no?
– Eso a ti no te importa, gilipollas.

La joven tomó sus cosas a la carrera pero al pasar junto al hombre éste la agarró de la muñeca:

– Estás muy equivocada si crees que voy a dejarte ir sin más. Si va a haber otra orgía como la del otro día quiero participar de nuevo. Quiero reventarte el culo otra vez.
– ¡Suéltame, te dije que no me tocaras! ¡Olvídame, cerdo!
– ¿Y qué vas a hacer si no me da la gana? ¿Bloquearme la cuenta? ¿No dejarme entrar en tu chat privado? ¿Eh?
– ¡Que te jodan! – Gritó Salma dando un tirón y zafándose de la presa.
– Olvidas que no soy como los otros, que yo sé quién eres y dónde vives, putita. ¿Quieres que le vaya con el cuento a tu mami? Una llamada anónima, un mensajito en el móvil y todo este mundo tuyo de sexo y más sexo saltará por los aires. Eres mi juguete, eres mi putita… harás todo lo que yo te diga y punto…

El tipo creía tenerlo todo de su parte por lo que la sonora carcajada con la que le respondió Salma no entraba en sus planes.

– ¿Ya has terminado de decir tonterías, gilipollas? Anda, boludo… aparta de la puerta y deja que me largue de una vez. Al final voy a llegar tarde por tu culpa…
– Pe... pero…
– Que sí, que sí… que soy tu putita y todo lo que tú digas pero ahora tengo un examen de matemáticas y, como llegue tarde, estaré encerrada un siglo sin salir de casa. Entonces no seré la putita ni tuya ni de nadie. ¿Me entiendes, memo?

Estupefacto, el desconocido se apartó del camino de Salma. Ésta salió a la calle, reemprendiendo el camino cada vez más enfadada:

– ¡Joder, me he manchado la falda! ¡Hijo de la gran puta! ¡No podía dejarlo para otro día, el muy imbécil! – murmuró.

Sin detenerse, tomó su celular y marcó el número que guardaba en su cabeza.

– Entiendo. Déjalo de mi cuenta, como siempre. – Le dijo una voz cuando hubo explicado lo sucedido.
– Ya… ya siento molestarte por esto pero…
– Tranquila, para eso están los amigos.
– Gracias.
– A ti.
– Te quiero.
– Y yo.

Una manzana antes de llegar al colegio Salma escuchó el timbre que indicaba el comienzo de las clases. Echó a correr no sin antes volver a acordarse de la madre del papá de una de sus compañeras de clase cuyo esperma descendía por sus piernas.





Capítulo 2


La profesora de matemáticas recogió los exámenes. Salma estaba tranquila, era una prueba muy fácil, sobre todo para una chica tan inteligente como ella. Durante el tiempo del recreo se escabulló a un rincón, apenas tenía amigas con las que conversar. Pese a estar prohibido consultó su teléfono móvil de manera furtiva.

– “Tranquila. Todo ok. Cuando salgas del cole, pásate por la casa. ” – Leyó.
– “Vale. Gracias Kamataruk” – contestó.
– “De nada”.

Después Salma apagó el celular y volvió a desempeñar su papel de alumna aplicada y actitud infantiloide con el que ocultaba su identidad viciosa al resto del mundo.

*****

– Mamá, te llamo para que no te preocupes. Hoy llegaré un poquito tarde. Tenemos que preparar los disfraces para Halloween después de clase. – Dijo Salma utilizando un tono de voz muy dulce.
– ¿Halloween?

Miranda se sorprendió gratamente. Su hija no era muy sociable y rara vez acudía a algún evento semejante.

– Sí. La fiesta es en el colegio, como todos los años – respondió la joven-.
– Sí, sí. Ya sé, me parece genial que lo pases bien, mi vida. Creo que es la primera vez que te animas a participar en eso.
– ¿Te parece mal, mamá? Si no estás de acuerdo, no lo hago.
– No, no – se apresuró a contestar Miranda -. Es estupendo, de verdad. Tómate el tiempo que necesites pero que no se te haga tarde, sé que no te gusta ir por la calle una vez ha anochecido.
– Sí, mamá. Iré a casa lo antes posible.

Una vez formalizada la coartada, Salma anduvo hasta la casa abandonada. No lo hizo de forma directa, tomaba precauciones, tal y como aquel extraño que conoció en la red le había enseñado. Desde que estaba con él había aprendido a no hacer preguntas y a disfrutar de cada momento como si fuese el último.

– ¿Qué sorpresa me habrá preparado hoy? – murmuró.

Recorrió de nuevo el laberinto de pasillos. Pese a la mala experiencia de la mañana no tenía miedo alguno. Al llegar a la habitación no pudo evitar una sonrisa:

– “¿Cómo narices lo hace?” – Se preguntó como tantas otras veces antes, sorprendida al ver lo que la estaba esperando.

Tumbado sobre el colchón se encontraba, desnudo, maniatado y amordazado, un hombretón al que reconoció de inmediato. Su asaltante matutino sangraba abundantemente; se había resistido pero de manera totalmente inútil. Su postura era muy forzada y dolorosa. Tenía las piernas moradas y abiertas de una manera totalmente antinatural. La escena era exactamente igual que a la de una película tipo gore que Salma había compartido con su enigmático amigo Kamataruk. Como en ella, tipo tenía el pene pegado al cuerpo con cinta adhesiva lo que hacía que sus bolas estuviesen expuestas e indefensas ante cualquier ataque.

– Ya te lo advertí. – Canturreó Salma triunfante.
– ¡Bbbhbhhbbh! - Lloriqueaba el otro, roto de dolor.
– Te dije que si me tocabas de nuevo, te partiría las piernas. ¿Recuerdas? – dijo la chica paseando lentamente junto al sometido -. Y tú, ¿qué hiciste? Me agarraste de las muñecas y me dijiste un montón de tonterías, eso hiciste. Y ahora, mírate, mírate cómo estás. Hecho una mierda…

El hombre no dejaba de sollozar.

– No tienen muy buen aspecto tus piernas– continuó la chica y, colocando uno de sus pies justo en el punto más amoratado de las extremidades del preso, lo pisó levemente -. ¿Te duelen? ¿Sí? ¡Te jodes, por cabrón!

Él se retorcía de dolor pero ella ni se inmutó.

– ¿Sabes qué duele más que unas piernas rotas? ¿No lo sabes? - continuó la muchacha sin alterarse lo más mínimo-. Una buena patada en los testículos. ¿No has visto nunca qué sucede? Yo sí. Es genial.

El hombretón comenzó a convulsionarse intentando de manera inútil salvaguardar sus partes más nobles. En sus ojos ya no quedaban lágrimas. Solamente podía negar con la cabeza.

– Si les das en todo el centro, explotan como unos globitos de agua y la sangre sale a chorros por todas las partes. Como cuando chafas un huevo contra la pared. Por lo visto el dolor es tan intenso que hay quien incluso llega a morirse. Te lo juro: yo lo he visto. ¡Es genial!

Salma se colocó a cierta distancia, dispuesta a soltar el golpe de gracia.

– ¿Crees que sangrarás mucho? No quiero ensuciarme los zapatos. Ya me manchaste la falda en la mañana, eres un pervertido muy asqueroso. ¿Estás listo?
– ¡Nbbrff! ¡Nbbrrrff! – Negaba el hombre con los ojos a punto de salírsele de las órbitas.
– ¿No te he entiendo? ¿Sí?
– ¡Nbbrff! ¡Nbbrrrff!
– Como no hablas muy claro, pensaré que es un sí. Contaré hasta tres y te daré todo lo fuerte que pueda, a ver si consigo machacarte las pelotas de un solo golpe ¿Vale?
– ¡Nbbrff! ¡Nbbrrrff! Nbbrrrrrrrff!
– Y si a la primera no puedo, te daré varias veces hasta que estallen. Divertido, ¿verdad?

El papá de su compañera de clase mordía la mordaza de manera compulsiva; sudaba copiosamente y se retorcía presa del pánico. En uno de sus movimientos logró liberar su boca.

– ¡Unooooo!
– ¡No, por favor!
– ¡Doooooossss!
– ¡Salma, te lo suplico! ¡No lo hagas, joder!
– ¡Yyyyy… tressssss!
– ¡Noooooooo! ¡Joder, nooooo! ¡Salmaaaa!

Salma se abalanzó contra en hombre, amagó con marcar el gol de su vida pero, en lugar de eso, dio un sonoro pisotón a escasos centímetros de los testículos del macho. Este temblaba y lloriqueaba derrotado; el miedo le impidió el control de sus esfínteres y comenzó a orinarse sobre su pecho. Las gotitas de pipí salpicaron el zapato de Salma y esta hizo una mueca de desaprobación.

– ¡Al final me has manchado los zapatos! ¡Serás imbécil!

Y en un gesto de rabia se los limpió con una de las extremidades quebradas del desconocido, justo en el punto más destrozado. Este aulló como si estuviese pariendo.

– Así que te gusta el pipí, ¿eh? – Dijo la chica muy molesta -. Pues ahí lo tienes, todo tuyo.

Y colocándose encima de la cara del hombre separó la braguita de su coño y, comprimiendo su vejiga, vertió su contenido sobre el rostro descompuesto del atado.

– Suerte tienes de que no tenga ganas de hacer cacas, cabronazo.

El otro no dejaba de llorar, roto de dolor.

– Hasta nunca, perdedor. Ya saludarás de mi parte a la zorra de tu hija cuando la veas. Se la folla todo el cole, por si no lo sabías. – Dijo la lolita con rabia dejando el lugar sin mirar atrás.

Cuando se hubo alejado un par de manzanas, volvió a marcar:

– Ya está.
– Lo sé.
– ¿Lo has visto?

Salma se dio cuenta de que era una pregunta obvia y no le sorprendió no obtener respuesta. No sabía cómo pero todos sus encuentros sexuales concertados a través de Kamataruk eran grabados. Ese era el acuerdo: él la ayudaba a cumplir todas sus fantasías y, a cambio, ella se dejaba filmar mientras lo hacía. Era una alianza muy provechosa para ambos ya que los dos obtenían lo que querían. Es más, a la joven le proporcionaba una excitación extra el saberse observada. Era una exhibicionista aunque su apariencia pública de niña retraída hiciese pensar todo lo contrario a la humanidad que la rodeaba.

– ¿Por qué no le has partido los huevos?
– Uff… no sé. Me pareció demasiado, ¿no?

Tras unos segundos la voz distorsionada contestó en tono neutro.

– Eso es cosa tuya. Yo he cumplido mi parte.
– No sabes cuánto te lo agradezco, de verdad. ¿Qué hacemos ahora?
– ¿Cuánto tiempo tienes?

La chica miró el teléfono y tras un rápido cálculo, contestó:

– Tengo que estar en casa en una hora.
– No es mucho tiempo.
– Venga, te conozco. Seguro que tienes algo preparado para mí.
– Déjame cinco minutos.

No había transcurrido la mitad del plazo cuando el teléfono de Salma volvió a vibrar. A la chica le desapareció el cabreo de repente.

– ¿En serio? ¿Genial?
– Claro. No me falles.
– Sabes que no lo haré.
– Perfecto. Hasta otro momento.
– Adiós.

Apenas hizo que colgar y en el celular de Salma apareció un mensaje. En cuanto lo leyó, se le aceleró el corazón. Parecía que su amigo secreto le estuviese leyendo la mente: nada le apetecía más en los momentos de enfado que hacer lo que su socio le había propuesto.

Con la agilidad propia de su juventud se dirigió a la zona deportiva mascando chicle. Discretamente se adentró en el bosquecillo que crecía tras ella y, tras recorrer unos metros por una senda, se encontró con un muro de madera lleno de grafitis, frases obscenas y pequeños agujeros con unos extraños rótulos.

– “Blanco”, “Amarillo” – leyó. Cuando encontró el que buscaba se le iluminó la mirada -: “Amarillo y blanco”. Ese es.

Asegurándose de que nadie podía verla se arrodilló frente a este último y aclarándose la garganta dijo:

– Me envía Kamataruk. Estoy lista.

Intuyó movimiento tras la valla, escuchó el sonido característico de una cremallera y de un cinturón cayendo al suelo y, poco después, vio cómo de uno de aquellos agujeros salió un pene en posición de descanso. Apenas sobresalía de la madera pero Salma sabía que aquel estado de flacidez era temporal y que terminaría cuando ella comenzase a desplegar su magia.

– Bonita – dijo en tono mimoso dándole un besito en la punta -, yo a ti te conozco. No sabes cuánto te he echado de menos.

Había aprendido a controlar su instinto, ese que la incitaba a llevarse una polla a la boca nada más verla. Años atrás, cuando descubrió su afición desmedida por el sexo y más concretamente por las felaciones, se hubiera abalanzado contra ella para darle placer, ansiosa por probar su jugo. Actualmente prefería observarla un poquito primero y tomarse su tiempo en descubrir sus detalles más personales. Aquella en concreto la reconoció al instante: circuncidada, algo curva hacia la derecha y no muy bien aseada. Si se esforzaba un poquito su estómago se iba a llenar con una buena ración de leche caliente, pero sabía que antes debía hacer algo más, algo que volvía loco aquel desconocido, por eso metía la polla a través de aquel agujero y no por otro. Conocía la verga y sus gustos, aunque no al hombre al que pertenecía. Podía ser cualquiera, eso a Salma le traía sin cuidado; sólo quería pasar un buen rato, disfrutar de su pasatiempo favorito y ofrecerle a su socio un buen espectáculo.

– Espera un momentito… te haré la señal cuando esté lista.

Metódica y cuidadosa, la joven se aflojó la corbatita y fue desabrochándose los botones de la camisa, dejándolos a un lado. No quería que un movimiento brusco o una arcada inoportuna lo estropeasen todo. No le hubiese importado desnudarse por completo, pero a su amigo Kamataruk le gustaba más que no lo hiciese y que mantuviera alguna prenda del uniforme escolar. Salma sabía que, sin ninguna duda, alguna cámara le estaría enfocando en aquel momento así que, antes de meterse la verga entre los labios, se recogió el cabello en una funcional coleta para que su rostro quedase a la vista y dejó el chicle que masticaba sobre su mochila.

– Estoy lista. – Dijo dirigiéndose a la verga.

Y sin la menor vacilación se puso la punta del pene entre los labios y, tras esperar unos segundos, golpeó una vez la valla con sus nudillos: casi de inmediato sintió cómo lentamente su boca se iba llenando de orina. Antes de que su capacidad bucal llegase a su máximo aporreó de nuevo la madera con dos golpes y el chorro cesó. Hábilmente la adolescente liberó la manguera y tras hacer unas sonoras gárgaras, tragó el líquido amarillento como si se tratase de agua.

– ¡Qué rico! – Exclamó -. ¡Quiero más!

Hasta cuatro veces repitió la maniobra sin la menor muestra de asco o reparo. La totalidad del orín fue trasvasado desde la vejiga del desconocido hasta el estómago de Salma. Se sintió un poco decepcionada cuando comprobó que la fuente estaba agotada.

– ¿Ya no tienes nada más para mí, preciosa? – dijo la adolescente con voz suave, besando y frotando el pene contra su cara -. ¡Yo creo que sí!

La joven selló de nuevo sus labios alrededor del pene y con un movimiento de succión fue poco a poco jalándosela por la boca. Pudo escuchar un gemido de placer al otro lado de la valla y, aun con el pene entre los labios, no pudo evitar esbozar una sonrisa. Dominaba todas y cada una de las artes del sexo pero con la boca hacía sencillamente magia. Ninguna se le resistía y aquella no iba a ser menos. Conforme la polla iba entonándose ella iba incrementando el ritmo. De vez en cuando la sacaba y le daba un lametón obsceno e intenso. Sabía que cosas como aquella eran muy apreciadas en las películas pero pronto volvía a introducírsela en la boca. Su cabeza rubia se movía a velocidad de vértigo. No utilizaba las manos, eso era para primerizas y ella no lo era en absoluto.

– Eres una ricura de polla. – Decía entre mamada y mamada -. Voy a sacártelo todo.

Los gimoteos al otro lado de la cerca eran cada vez más intensos y audibles. El cambio de sabor característico producido por los líquidos preseminales fue el anuncio de que el desenlace era tan próximo como inevitable. De reojo miró al chicle que tenía a un lado. Tenía algo pensado, algo diferente y quería llevarlo a cabo. Su cabeza no dejaba de maquinar cosa nuevas en lo referente al sexo.

El tipo gritó y el paladar de Salma se llenó de semen caliente, viscoso y ligeramente acido. Una vez más su boca lo había logrado: ciento treinta y cuatro combates ganados y ni uno solo perdido. Ni en más mortífero de los púgiles tenía un record semejante. La chica llevaba la cuenta tanto de la cantidad de veces que algún miembro viril había entrado en su cuerpo como de los coños que habían pasado por su lengua. Ambas cantidades eran escandalosas para cualquiera y mucho más para una chiquilla de su edad.

Le hubiese encantado tragarse el esperma de una sola vez pero, consciente de que eso no era bueno para el espectáculo, dejó resbalar un poquito de simiente masculina por la comisura de los labios, logrando así que esta cayese por sus tetitas. Para rematar la faena, utilizó las manos para extendérsela por los senos, especialmente sobre los pezones, dejándolos brillantes gracias al hidratante esperma.

Después se tragó buena parte del semen que le supo a gloria pero dejó una porción en la recámara. Agarró el chicle, se lo metió en la boca e hizo una graciosa pompita dejando el jugo de macho en su interior. Posteriormente, teniendo mucho cuidado de no rasgar la bolita, se incorporó del suelo, vistió sus ropas, desapareciendo del lugar como si nada hubiese ocurrido. Se aseó en una fuente cercana y utilizó su perfume para disimular los posibles olores indeseables. Su abuela fumaba cuando iba a su casa y el humo del tabaco lo impregnaba todo pero no quería correr riesgos. En unos minutos volvía a tener ese aspecto de jovencita adorable, retraída y vergonzosa que tanto dominaba.

Cuando llegó a su casa ocultó la bolita discretamente en su mano al besar a su madre.

– ¡Hola mamá!
– Hola pelecha. Ya estaba un poco preocupada, está a punto de anochecer.
– Lo siento – dijo la joven muy apesadumbrada.

Miranda sonrió y dando un besito en la frente de su niña le dijo:

– Tranquila, no pasa nada. ¿Lo has pasado bien?
– ¡Siiiiii! Pero… - continuó con semblante triste.
– ¿Qué sucede, cielo?
– Pues que viniendo para acá me ha llamado Marina y me ha dicho que han suspendido la fiesta.
– ¡Oh!... ¡qué pena!
– Sí… es una lástima. Pero… ¿sabes lo que te digo, mamá?
– ¿Qué, princesa?
– Que así es mejor, así puedo pasar la tarde contigo. Tú eres mi mejor amiga. Te quiero mucho.

A Miranda se le hinchó el corazón al escuchar eso.

– ¡Uff! Estoy agotada.
– ¿Quieres que te ayude, mamá?
– No, cariño, no. Tú también estarás cansada. Ve a tomarte un buen baño y vamos a cenar. Tu tío no vendrá hasta el fin de semana y tu abuela ya está en la cama.
– ¡Oh!, vaya.

Miranda creía conocer a su hija e intuyó que algo la preocupaba.

– ¿Qué pasa?, ¿qué tienes?
– Nada… sólo que anduve un rato sola por la calle y tengo un poquito de miedo. ¿Puedo dormir contigo esta noche?

La mamá sonrió pero adoptó cierto aire de severidad.

– No, hija. No puede ser. Ya hemos hablado de esto muchas veces. Eres mayor para estas cosas. Duerme en tu cuarto, hazlo con la luz encendida si quieres pero nada de bajar a mi cuarto.
– Porfiii.
– No. Y no hagas que me enfade.
– ¡El fin de semana!

Miranda sonrió. Negociar era algo habitual entre ellas.

– Venga, vale. Pero hoy no, ¿vale? Además, con esas pastillas que me tomo me quedo dormida casi al instante.
– Con saber que estás a mi lado me es suficiente, mamá… - Dijo Salma, abrazándola.
– Eres un cielo. Te quiero mucho. Por cierto… ¿a que no sabes qué te he comprado?
– ¡¿Las braguitas Disney?!
– ¡Por supuesto! Las tienes arriba, sobre tu cama.
– ¡Te quiero mamá! – Dijo la adolescente comiéndose a besos a su mamá.

*****

Unas pocas horas después sólo la luz en la habitación de Salma rompía la oscuridad de la casa. Con la melena suelta y un par de minúsculas pinzas en los pezones, como casi todas las noches abría por completo sus piernas delante de su webcam. Sobre su cuerpo, sus nuevas braguitas rosas con motivos infantiles y nada más. A su lados, dos cepillos de pelo con enormes mangos de punta redondeada.

– Perros, quiero ver vuestras pollas babear mientras me follo.

Segundos después la pantalla de su ordenador se dividió en una veintena de pantallitas y en ellas aparecieron penes de distintas edades, tamaños y formas pero con un nexo en común: todos estaban siendo masturbados en su honor.

– ¡Uhm…! Ojalá pudiera estar con todos vosotros a la vez.

Y tras formular el deseo, apartó la prenda íntima de su sexo, agarró la bolita de chicle y la hizo explotar sobre su coño. El esperma cayó lánguidamente sobre su rajita, no era mucho pero sí el suficiente como para lubricar la entrada de cepillo en su coño. A la hora de meterse el otro mango por el culo fue mucho menos delicada: le encantaba maltratar a su entrada trasera.

El espectáculo se prolongó durante unas horas en las que Salma dio rienda suelta a su lujuria delante de sus más devotos admiradores virtuales que no dejaban de masturbarse de forma compulsiva contemplándola.


Capítulo 3


– ¡Qué te habrás olvidado esta vez!

Nuria negaba con la cabeza. Su hija era un desastre con patas, siempre estaba olvidando las cosas. Mientras intentaba colocarse un pendiente abrió la puerta sin la menor precaución, convencida de que quien llamaba a la puerta era Ana su única hija. El semblante le cambió al identificar a otra: gafas de pasta, uniforme escolar, coletas infantiles y actitud apocada.

– Se… Salma. ¡Eres tú! ¿Qué… qué quieres? – dijo la pelirroja de generosos senos con voz temblorosa-. A… Ana no está, se ha marchado hace un rato. Has… has tenido que encontrártela en la calle…
– Eres tú la que me interesa, me importa una mierda la zorra de tu hija, ya lo sabes – Respondió Salma de forma seca y cortante sin alzar la mirada-. Va a follarse a los amigos del desgraciado de su novio. Te ha dicho que pasará la noche con la tonta de Eva pero en realidad va a casa de ese drogadicto a abrirse de piernas por unas cuantas pastillas. Está enamorada como una tonta, él se aprovecha de eso y la chulea. Que se joda, se lo merece, por idiota.

Nuria dudó. Cuando Salma decía esas cosas parecía tan segura que le daba miedo que fuesen ciertas.

– Bu… bueno. Me gustaría poder atenderte pero tengo muchas cosas que hacer y no creo que sea el momento para…
– ¿De verdad me vas a tener aquí en la puerta sin invitarme a entrar? ¿Qué quieres, que me enfade de verdad?
– N… no…
– Pues no te quedes ahí pasmada y déjame pasar.

La dueña de la casa vaciló. Con las piernas temblando, se apartó de la puerta, dejando el camino expedito a la muchacha. En cuanto Salma pisó el interior de la casa cambió de actitud. Actuaba como si todo aquello fuese suyo.

– Como vuelvas a hacerme esa escenita de ahí fuera, te enteras, ¿me oyes? No es bueno que la gente me vea en tu casa cuando Ana ha salido. La gente cotillea y habla demasiado.
– Pe… pero es que es cierto, no tengo tiempo ahora. Mi Néstor…
– ¿Tu Néstor…? – Rió Salma.
– Bu… bueno… Néstor tuvo un accidente de moto y se partió las dos piernas. Está en el hospital desde la semana pasada. Todavía no han podido operarle. Mi hijo está con sus abuelos y yo iba a pasar la noche a su lado…

Salma soltó una carcajada insolente. Nuria cada vez se sentía más perdida.

– ¿Accidente de moto? , ¿eso es lo que te ha dicho?
– Pu… pues claro. Tu… tuvo una mala caída…
– ¿Mala caída? - A Salma se le salían las lágrimas de risa -. ¿Eso te ha dicho? Ese tipo es un puto genio. Y tú… ¿te lo has creído?
– Pues sí. ¿Por qué no iba a creerle? Él jamás me engañaría…
– No… no sigas por favor – dijo Salma cada vez más desencajada de la risa -. No sigas que me va a dar algo. ¡No se puede ser más boba que tú! Lo de las hembras de esta familia no tiene nombre, leváis escrito “soy tonta” en la frente.
– Pe… pero…
– Tu Néstor, como tú lo llamas, está como está por meter la polla donde no debe.
– ¿Dónde no debe? No te entiendo.
– Es una historia muy aburrida y tampoco creo que pudieras comprenderla.

Nuria comprobó con desazón cómo la joven iba desprendiéndose primero de sus útiles escolares y de la ropa después, dejando un rastro de prendas juveniles a lo largo del pasillo.

– Se… Salma, por favor te lo suplico – decía la mujer recogiéndolas muy nerviosa -.No… no hagas esto… hoy no. Tengo que ir al hospital.
– ¿Al hospital?, ¿para qué? El malnacido de tu marido prefiere mirar el culo de las estudiantes enfermería que el tuyo. Eres vieja para “tu” Néstor… y lo sabes.

La mujer no dijo nada, se limitó a mirar al suelo. La que calla, otorga.

– Además, esta noche tienes trabajo.

Los ojos de Nuria se abrieron como platos.

– No, eso no. Te dije que no volvería a ir allí.
– Pero, ¿por qué? ¡Si en el fondo te encanta!
– Si es dinero lo que necesitas te lo daré, pero no me hagas volver a hacerlo otra vez, por favor. Eso no…

Salma ni siquiera consideró la propuesta. Estaba desnuda en la habitación de Nuria, examinando su armario. Lanzaba la ropa sin el mejor cuidado hasta que encontró algo que le gustó.

– Esta minifalda estará bien. Y esta camisa transparente combina genial. No te pongas sostén. Con esas tetas que tienes vas a arrasar con eso puesto. Píntate mucho, que parezcas una guarra…
– ¡Salma! No voy a hacerlo otra vez. Tengo dinero, te daré todo el que necesites pero…

La adolescente miró con dureza a la mujer y con un rápido movimiento, tiró de su cabello logrando de este modo que las caras de ambas quedasen a la misma altura.

– Entérate bien, puta. No quiero tu sucio dinero ni mucho menos el del pervertido de tu marido. Sólo quiero el dinero que gane tu coño… ¿me has entendido?

Nuria apenas podía hablar. Lo que le impedía articular palabra no era miedo, ni temor sino por el encharcamiento de su vulva provocado al ser tratada de aquella manera tan poco apropiada. Detrás de aquella fachada de profesional competente, esposa abnegada y madre adorable se escondía la más perfecta de las sumisas. Sin saber cómo Salma había descubierto su secreto, pasando a convertirse en su juguete. La acosaba, la humillaba, la obligaba a hacer cosas obscenas y eso a Nuria… sencillamente la volvía loca.

– Sí…
– Perfecto. Así que, cuando termine contigo, vas a vestirte como lo zorra que eres, irás al polígono industrial del pueblo de al lado y te abrirás de piernas al primero que pase. También mamarás pollas y pondrás el culo si hace falta, y que no me entere yo de que vuelves a negarte a hacerlo como pasó la última vez, ¿de acuerdo?
– Sí…
– Sí… ¿qué?
– Sí… ama…
– Muy bien, puta. Así me gusta. Pero antes voy a divertirme contigo un rato. ¿Qué te parece?
– Lo que usted me haga estará bien, ama. – Contestó la otra con la mirada baja y las mejillas coloradas por la excitación.

Salma sonrió exultante de gozo. Su colega Kamataruk le había proporcionado aquel suculento juguete humano y ella lo disfrutaba intensamente. Prostituirla era solamente un capricho para ella.

– ¿Y a qué esperas para desnudarte, pedazo de mierda? Mira el regalo que te he traído, está ahí, en la mochila del cole.

La mujer sacó de la bolsa de tonos pastel un extraño collar de enormes cuentas rojas, dos pares de esposas y unas gomas elásticas. Tragó saliva antes de preguntar:

– ¿Es… es lo que creo que es?
– ¡Sí! Verás cómo cuándo te acostumbres a ellas tus problemas a la hora de ofrecer el culo desaparecerán.

Minutos después las manos de Nuria apretaban con fuerza el cabecero de su cama matrimonial. Junto a la foto de su familia, con las tetas moradas debido a las gomas que las estrangulaban y colocada a cuatro patas, mordía con furia la almohada mientras la tercera de aquellas enormes bolas era introducida por su joven ama con total impunidad en su intestino. Quería morirse de gusto. Lo que para otras podría ser un abuso a ella le daba la vida.

– Eso es… ya sólo faltan cuatro más…

Salma combinaba el proceso de introducción de bolas chinas en el orto de la mamá de su compañera de clase con una intensa penetración vaginal. Tres dedos ya se perdían en el interior de la hembra, rebañando los jugos del interior de su vulva y haciéndolos brotar hacia el exterior. Un cuarto amenazaba con unirse a ellos brevemente.

– ¡Uff, no paras de babear! Estás muy mojada, perra. Mira al teléfono, quiero que se vea bien esa cara de zorra que tienes.
– ¡S…sí, ama! – intervino la otra a duras penas.

Haciendo un esfuerzo supremo, la sometida obedeció y su rostro descompuesto y sudoroso pudo verse claramente a través del objetivo del celular. El alarido fue tremendo cuando la cuarta del las esferas presionó su esfínter, agrandándolo de manera exagerada. Salma fue especialmente cuidadosa en prolongar el momento de máxima dilatación, jugando con la pelotita, haciendo padecer el ano de su esclava mientras sus dedos de daban placer por el coño.

Nuria era una bomba a punto de estallar. Ni sus primeros amantes, ni por supuesto su marido, ni siquiera aquel mulato con el que cometió una locura en su viaje de negocios a cuba habían sido capaces de llevarla hasta ese punto de placer extraordinario. Con Salma, en cambio, era algo lo habitual. Aquella adolescente, aquella niña de aspecto frágil de nunca haber roto un plato, le hacía todas esas cosas que siempre había soñado mientras se tocaba en su pubertad e incluso muchas otras que jamás se le habían pasado por la cabeza pero que le encantaban.

– ¿Qué le pasa a tu coño hoy, perra? Está más estrecho de lo habitual. Sabes que no te voy a dejar hasta que mi puño entre completamente en ti, ¿verdad?
– ¡S…. sí, ama! Lo… lo que desees… ¡Grrrrrrrr!
– Un día de estos voy a metértelo por el trasero. ¿Qué me dices a eso? Te encanta la idea. ¿Verdad?

La mujer no podía contestar, sólo podía pensar en las salvajes contracciones que le regalaba su vulva con la totalidad de la mano de la joven dentro.

– ¿Qué pasa?, ¿no dices nada? ¡Contesta, puta!

Y con extrema rudeza Salma retorció su extremidad en el vientre de Nuria, que lanzó al aire un gutural gemido de placer.

– ¡Síiiiii!
– Sí, ¿qué? – prosiguió la adolescente, martirizando a la dueña de la casa.
– ¡Sí, ama! ¡Métamelo por el… culo!

Salma no cabía en sí de gozo. Tan grado de sumisión le agradaba. Se sentía poderosa y, por consiguiente, muy excitada. Quería obtener su parte de disfrute así que no se anduvo con rodeos; introdujo en resto de las bolitas sin el menor reparo. Los gritos de dolor de Nuria no hicieron más que animarla a seguir haciéndolo. Una tras otra las esferas fueron uniéndose a sus compañeras. La ristra de bolas expandía el intestino de la adulta de manera extremadamente cruel. Cuando terminó sólo la anilla del extremo del hilo que las unía permanecía visible fuera del cuerpo de la mamá de Eva. Nuria era un volcán a punto de llegar a la erupción y el fuego de su vagina y el ardor de su ano lo arrasaba todo.

– ¡Venga, suéltalo! – Salma se empleó a fondo machacándole el coño -. No tenemos todo el día. Esos puteros están esperándote. Quiero que el sol del amanecer te sorprenda con una buena polla metida en el culo, quiero que seas mi puta toda la noche. Dame tu jugo… es todo mío. No eres más que mi puta esclava…

Y tras aquellas duras palabras, la joven tiró de la anilla con fuerza, consiguiendo de ese modo que las bolas abandonasen el orto, produciendo un desgarro sublime en el esfínter y un intenso dolor a su víctima.

El grito de Nuria fue tremendo y eyaculó tan intensamente que sus líquidos salieron a chorro por el coño, salpicando la cara de una exultante Salma.

Nuria explotó de una manera desmedida al sentir su culo reventado. Su marido la consideraba frígida sin saber que en realidad compartía cama la más ardiente y viciosa de las hembras. Simplemente el tipo era un inútil que no sabía cómo tratarla, en cambio la pequeña Salma conseguía sacar a la luz su lado más oscuro. La dueña de la casa no tenía muy claro qué parte de su anatomía le proporcionaba más satisfacción: el placer de su coño derritiéndose con la mano de aquella diablilla retorciéndose dentro o el dolor de su culo sangrando de manera abundante tras el paso de las bolas por su interior.

– ¡Eso es! – Sonrió una Salma triunfante sacando su mano del coño anegado de babas -. Eres una buena esclava.

Derrotada y satisfecha, la mujer se derrumbó sobre la almohada hecha girones. La había destrozado a base de dentellada queriendo inútilmente minorar su dolor.

– Gra… gracias, ama. – Balbuceó.
– ¡Uhm! ¡Qué rico! – apuntó la lolita lamiendo los restos que resbalaban por entre sus dedos -. ¡Quiero más!

Y liberando a la mujer de sus esposas la colocó boca arriba y se dio un festín con su vulva. Su pequeña lengua recorrió todos y cada uno de los pliegues íntimos de la mujer como una abeja busca su néctar. El sabor ácido y hormonado se acompañaba de otros menos agradables. El tratamiento anal tenía esos efectos secundarios pero eso a Salma no le suponía problema alguno. Cuando aquella maquinita sexual se ponía en marcha nada podía detenerla. Era metódica e intensa, no dejó ni el más mínimo resto sobre el rojizo vello púbico de la mujer.

Minutos después de la lolita empezase a lamer Nuria comenzó a ronronear. Su vulva volvía a supurar. Tras años y años de sexo anodino la sangre corría de nuevo por sus venas.

– ¡No vas a correrte otra vez, guarra! Debes dejar algo para los puteros – dijo Salma incorporándose de un salto -. Y recuerda lo que te dije: nada de preservativos, quiero que se corran muy adentro.
– Lo que desees, ama.
– ¡Genial! ¡Qué zorra eres!

Tras este cumplido la más joven se encaramó sobre la otra y colocándole la pelvis sobre la cara, la agarró del cabello y comenzó a frotarse contra ella. Nuria ya conocía el juego, lo había practicado varias veces. Debía quedarse quieta mientras Salma la asfixiaba y se daba placer. Las contorsiones de la adolescente eran tan intensas que apenas le dejaban respirar pero ella no se quejaba. Al contrario, gozaba como una loca al recibir una y mil torturas como aquella. Azotes, insultos, alfileres en los pezones e incluso patadas en el sexo eran el motor de su vida, motor hasta hacía poco tiempo dormido, puesto en marcha tras conocer el lado oscuro de Salma y cuyo ritmo se aceleraba más y más conforme accedía a los deseos de la lolita.

– ¡Cómemelo, puta! – Le gritó Salma separando levemente los labios vaginales de su cara.
– ¡Sí, ama!

Nuria dio placer a su dueña. Como buena sumisa hizo un trabajo excelente. Salma gemía emitiendo guturales sonidos de placer. La esclava ni siquiera dejó de chupar cuando un chorro de orina llenó su boca. Aquella ducha de olor nauseabundo era la que más le gustaba en el mundo. Por eso se extraño un poco cuando esta cesó de repente, tenía la sensación de que la vejiga de Salma podía dar más de sí.

– ¿A… adónde vas, ama? – dijo extrañada al ver cómo Salma salía de la habitación.
– Al baño. Tengo ganas de hacer cacas. ¿A qué esperas para seguirme, zorra?

Las pupilas de la mujer brillaron al intuir su próxima vejación, aquello era algo que todavía no había experimentado. Un cosquilleo de excitación recorrió su espalda. Cada novedad con Salma suponía subir más en la escala de placer.

– ¡Sí, ama!

Y como un corderito se dispone a ir al matadero, la mujer acompañó a la jovencita hacia su primera experiencia escatológica.

Aquella noche Salma no se conectó a su chat privado. Los pajilleros tuvieron que aliviarse sin contemplarla acariciándose el cuerpo. No es que no se masturbase aquella noche, lo hacía a diario en la intimidad de su cuarto, sino todo lo contrario. Sencillamente realizó una sesión extrema y exclusiva a su socio Kamataruk. Desnuda delante de la webcam y mientras se clavaba un contundente falo en la entraña, contemplaba en la pantalla de su ordenador la emisión de dos cámaras ocultas, cortesía de su impredecible amigo. Se trataba de unas escenas familiares. En la parte izquierda Ana, la hija, ofrecía su cuerpo como pago de la mercancía proporcionada a su novio por un grupo de narcotraficantes colombianos. Aquellos tipos no tenían piedad con ella, les traía sin cuidado que fuese poco más que una niña y se la follaban uno tras otro. A la derecha Nuria, la mamá, con la cabeza enterrada en la entrepierna de un barrigudo putero en algún punto indeterminado del polígono industrial de la ciudad cercana, obtenía dinero sucio para su ama.

Sonriendo satisfecha Salma se acordó del padre de familia; postrado en el hospital, sólo y con las piernas rotas.

– No debiste hacerlo sin mi permiso…je, je, je… Te ha salido cara la enculada.

Fue entonces cuando a la chica recordó que aquello todavía podía mejorarse. Una idea sórdida le rondaba últimamente por la cabeza.

Muy nerviosa al imaginar su nuevo objetivo comunicó a su amigo su genial idea.

– Será como deseas, siempre que pueda verlo.
– Por supuesto.

continúa...





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