"PERDER DE NUEVO" por Kamataruk


– ¿Vas o no vas? No tenemos toda la noche…

El hombre del bigote y la cadena de oro sonreía maliciosamente mientras agitaba un gran vaso de whisky con hielo. El humo del tabaco inundaba la estancia y tras varias horas de juego la partida había llegado a su punto más álgido, el momento del todo o nada. Eloy tragó saliva y por enésima vez revisó sus cartas. Su jugada no era mala, es más era realmente buena. Se habían ganado manos aquella noche con mucho menos.

– Dos. – Contestó al fin.
– Vamos allá.

Apuntó el hombre con una mueca.

– Yo no voy.
– Ni yo

Dijeron los otros dos contendientes. Cuando se repartieron las cartas y a Eloy le cambió el semblante. Era un pésimo jugador, su cara era un libro abierto para cualquier mediocre aficionado al póker. Al levantar las cartas se puso lívido; una vez más había vuelto a perder.

– ¡Joder! – Gritó malhumorado tirando los naipes por el tapete.
– Bueno, bueno, bueno… estás listo, colega.
– ¿Ju… jugamos otra mano? La última…
– La última acabas de perderla, muchacho. No te queda nada con lo que apostar. No tienes trabajo, este piso es alquilado, no tienes coche, y no tienes dinero… no tienes nada que pueda interesarme…

Dijo el ganador de la timba abarcando el montón de billetes del centro de la mesa.

– E… eso… eso no es cierto.
– ¿Qué dices?
– Tengo… tengo una cosa…
– ¿Una cosa? ¿Qué es? ¿La dentadura de oro de tu abuela?

Los tres compañeros de partida no pudieron contener la risa.

– Esperad… esperad un momento.

Y como un zombi se levantó de la mesa y tambaleándose de un lado a otro desapareció por el pasillo.

– ¿Qué será? – Dijo el rubio de casi dos metros.
– Ni idea. – Contestó el barrigón achaparrado.
– Silencio. Id pensando en largaros. Ha sido una noche perfecta. Este tipo es un perdedor. Dudo mucho que tenga algo que pueda interesarnos. Os invito a unos tragos en mi local. Hay un montón de chicas guarras esperándonos…

Ya estaban levantándose cuando Eloy volvió a aparecer en el comedor. Llevaba algo escondido en el puño. Algo que colocó sobre la mesa a la vista de los otros tres. Se quedaron mirándolo sin decir nada. Hasta que el empresario de amplios bigotes y boca podrida dijo después de carraspear.

– ¿Es eso… lo que creo que es?
– Sí.

El perdedor de la timba extendió la prenda rosa para que no quedasen dudas. Era una braguita de adolescente, más bien un tanguita con dos lacitos rosáceos anudando los costados.

– ¿Es de la chica?
– Sí.
– ¿Lo llevaba puesto ahora?
– Acabo… acabo de quitárselo...

El capo alargó la mano, recogió la prenda íntima y se la llevó a la cara. Los efluvios de la joven inundaron su nariz. Si tenía alguna duda eso le convenció. Eso y el recuerdo de la muchacha con su escueto pijamita de dos piezas paseándose alrededor de la mesa durante la noche.

No había podido quitarle ojo a la rubita dese la primera vez que esta apareció al poco de comenzar la timba. Con la escusa de buscarse algo en la nevera, pasó como un suspiro junto a ellos en dirección a la cocina. Dejó a la vista de todos los presentes y en especial de la suya, la redondez de su pequeño trasero, apenas cubierto con la ropita. Era espigada y alta, casi tanto como su padre, con el pelo recogido con una graciosa coleta trabada con una goma con motivos infantiles. El pantaloncito lo llevaba excesivamente subido con lo que la parte inferior de los glúteos quedaban libres de tela, parte de la cual se perdía en la hendidura que separaba ambos cachetes.

– Hola guapa, ¿cómo te llamas? – le dijo interrumpiéndola durante su trayecto de vuelta.
– Me llamo Sabrina… - Contestó ella amablemente regalándole su mejor sonrisa al visitante.
– ¡Sabrina! ¡Qué nombre tan bonito!

Tan inocente conversación le permitió al hombre examinar a la niña de frente. El pantalón era tan fino y vaporoso que bajo él se intuía con facilidad el tanga de la nínfula y, bajo este, la gloriosa rajita que guardaba su secreto. No tardó un instante el hombre en babear descaradamente por ella, tanto que olvidó sus escasos modales mirándole el sexo de manera obscena. Al alzar la vista no disminuyó su grado de excitación. La blusa de tirantes que portaba la niña era excesivamente ajustada y corta de talla. No sólo dejaba a la vista la planicie de su ombligo sino que le marcaba descaradamente las tetitas, un par de apetitosas mandarinas, de esfericidad perfecta coronadas por dos diminutos botoncitos oscuros, perceptibles a los ojos de cualquiera a través de la tela. Por fin, y después de recrearse la vista con tan delicada criatura logró mirarle a la cara descubriendo un rostro sonriente y cristalino, con unos labios ligeramente carnosos, una pequeña nariz respingona, un enjambre de pequitas en las mejillas y unos ojos azules, claros como el cielo de la mañana. A diferencia de él, que tenía la boca podrida por sus innumerables excesos, la adolescente dejaba entrever las perlitas de sus dientes con las palas superiores levemente separadas. Era el sueño de cualquier pervertido hecho carne.

– ¿Cuántos años tienes, princesa?
– Catorce.
– Eres muy guapa.
– Gracias.
– Sabrina, cariño. Vete a tu cuarto. Estamos ocupados.
– Sí, papá…

Un rato después la chiquilla volvió a hacer acto de presencia. Al empresario le costó concentrase durante el par de manos en las que la chica rondó cerca de él. Cada vez que ella pasaba a su lado le preguntaba algo trivial simplemente para que ella se detuviese y poder así contemplarla con detenimiento y recrearse la vista.

– Buenas noches, papá.

Le dijo a su padre la última vez que salió de su cuarto. Después de darle un casto beso en la mejilla se dispuso a volver a su habitación pero el baboso empresario de la noche la detuvo, cogiéndole de la mano.

– Espera un momento, bonita. ¿Y para mí no hay beso?

La niña dudó. No sabía qué hacer. Sin embargo no perdió la sonrisa pese a que el hombre estaba siendo bastante rudo con ella, no dejándola proseguir su camino.

– Ya es suficiente, Sabrina vete a tu cuarto…
– Tranquilo amigo, tranquilo. Es sólo un besito de buenas noches – mirando fijamente a la niña, prosiguió -. Si me lo das, te entregaré un regalito a cambio.

Y echando mano de sus ganancias agarró un billete de doscientos euros y se lo tendió a la muchacha. Ella miró a su padre pero Eloy se limitó a repartir las cartas.

Sabrina alargó la mano en busca del dinero pero el hombre lo alejó de su alcance con presteza.

– ¡Ey, ey, ey… no tan rápido, bonita! Primero, el besito…
– Vale.- Respondió ella con una mueca esta vez algo más forzada y nerviosa.
– Ven… acércate más…

El bigotudo hizo ademán de colocar la cara para recibir el ósculo. En cuanto Sabrina se confió y acercó sus labios a ella el hombre aprovechó la coyuntura para alargar la mano hacia la pierna de la niña y llenársela de carne tierna y caliente. Él viejo verde estuvo a punto de correrse al sentir la suave piel deslizándose entre sus dedos. Sudaba como un cerdo y ya hacía un rato que estaba empalmado. Su pantalón comenzaba a mancharse y el tocamiento inapropiado no hizo más que excitarlo más.

Sabrina se quedó petrificada, con la mano de aquel baboso sobándole el muslo delante de todos. Estuvo rápida de reflejos, y antes de que la mano subiese hacia otras partes todavía más comprometidas le dio el beso de la discordia rápidamente y con la agilidad propia de su edad puso a buen recaudo su integridad física aunque no pudo evitar que un par de dedos le acariciasen la vulva por encima de la ropa en su último intento por el billete.

– ¡Gra… gracias! – balbuceó la niña bastante azorada con el botín en la mano.
– A ti, pequeña…

Sabrina corrió hasta su cuarto y cerró la puerta con igual celeridad.

– ¡Jugamos o qué! – Dijo Eloy visiblemente enojado por lo sucedido.
– Tranquilo, muchacho tranquilo – contestó el otro lleno de gozo -. Hay que ver qué prisa tienes por perder.

Y tras esta sentencia él se llevó los dedos traviesos a la nariz, oliendo el perfume íntimo de la adolescente.

Exactamente el mismo néctar que estaba paladeando en ese instante de la prenda íntima de la muchacha.

– Juguemos. Todo o nada. Tú y yo solos. Póker clásico, a cinco cartas, a dos cambios. Todo esto… - dijo señalando su montón de dinero -… contra la dueña de esto. Si gano haré con ella lo que se me antoje, ante todo, las cosas claras…

Apuntó señalando las braguitas.

– ¿De acuerdo?

Eloy asintió.

– Yo reparto. – Dijo el mafioso.
– ¿Y si lo hago yo? – Apuntó otro de los jugadores.
– ¿Qué crees, gilipollas? ¿Qué me chupo el dedo? No te conozco de nada. Ni a ti ni a ese gigantón con cara de haba, ni al papá de esa putita. ¿Quién me asegura que no estéis los tres compinchados y que todo esto no sea más que un timo para dejarme sin blanca? Yo reparto y no hay más que hablar... ¿estamos?
– Da cartas - Dijo Eloy con los ojos encendidos - . Y cállate de una jodida vez.

La tensión se palpaba en el ambiente. Ninguno de los cuatro dijo nada, sólo las palabras propias del juego hasta el inevitable improperio de uno y la carcajada del otro.

– ¡Joder! ¡Joder, joder, joder! - Dijo Eloy tirando las cartas por el aire, tremendamente consternado.

Se levantó de un salto y comenzó a romperlo todo. Por el contrario, el empresario no cabía en sí de gozo. Estaba acostumbrado a ganar y a desplumar a perdedores como Eloy, e incluso a follarse a sus mujeres como parte del pago, pero jamás había conseguido un caramelito como Sabrina como botín. Se frotó descaradamente el paquete con su manaza para que a nadie le quedase la menor duda de sus intenciones malsanas.

– Así es la vida. A veces se gana, a veces se pierde aunque en tu caso, visto lo mal que juegas, dudo mucho que ganes alguna vez. Vamos a follarnos a tu niña en tus mismísimas narices. La vamos a dejar tan abierta que no podrá cerrar las piernas en un mes…
– Espera, espera, ¿vamos? – Dijo el otro de los jugadores no muy convencido.
– Así es, vamos. Estamos todos juntos en esto. ¿Quién me dice a mí que no os vais con el cuento a la policía y me buscáis un lio de cojones? En estos tiempos que corren, con toda esa mierda del ADN es fácil pillar al que te tira a una zorra y mucho más si es tan tierna como esa putita de ahí adentro. Si lo hacemos los tres a ninguno se le ocurrirá la genial idea de irse de la lengua y si el papá está delante y consiente que nos la follemos sin decir nada está también jodido, ¿comprendido? – levantando su voluminosa masa corporal se dirigió a sus otros dos compinches de manera amenazante -. No me toquéis los huevos y no me jodáis la noche. Soy un tipo paciente pero hasta ciertos límites así que no hagáis que me enfade.

Y dejando atrás, al menos en apariencia, su tono amenazante utilizó otro mucho más conciliador.

– Muchachos, yo ya estoy un poco viejo para estos asuntos. Esa potrilla para mí sólo me destroza, es capaz de mandarme para el otro barrio de un polvo. ¿Habéis visto cómo iba vestida? Esa zorrita ha estado pidiendo guerra toda la noche, exhibiéndose como una guarra. Sólo le ha faltado tumbarse en la mesa, quedarse en pelotas y abrirse de piernas…
– ¡Sólo quería ser amable…! – Espetó Eloy fuera de sí.
– ¡Y una mierda! – gritó el otro de nuevo enojado -. Tu putita es una guarra, quiere pollas en su coñito… y tres pollas va a tener… o cuatro si tú te animas. Si yo tuviese una hija como la tuya y no las gordas bigotudas que me han tocado en suerte me la estaría tirando día y noche. La tendría todo el día encueradita y abierta para mí, te lo aseguro.

Divertido ante la aberrante ocurrencia se dirigió hacia la puerta de la habitación de la niña, con una botella de licor en una mano y cuatro vasos en otra.

– ¿Sabrina? ¿Sabinita? ¿Dónde estás, bonita? Aquí están tío Manuel y unos amigos que quieren darte un regaloooo. Si eres buena y te portas bien hasta te daré unos billetitos para que te compres algo bonito.

Al abrir la puerta la niña dio un sobresalto. Estaba sentada sobre la cama, se había deshecho la coleta y su cabello caía lacio y desordenado sobre su cuerpo, confiriéndole un aspecto felino y tremendamente apetecible a los ojos de cualquier hombre y mucho más ante los de aquel pervertido. Intentó proteger su busto escudándose con un oso de peluche marrón y sonriente. Lo abrazó con fuerza al ver a los tres hombres entrar de improviso en su cuarto seguidos de su cabizbajo padre, como si intuyera que algo iba mal.

– Papi, ¿qué pasa?
– Lo… lo siento.
– ¿Qué sientes? ¿qué sucede? – volvió a insistir.
– No pasa nada, bonita – dijo el hombre dejando la botella y los vasos sobre una mesa -. Solamente que tu papá necesita que le eches una mano con unos negocios que no le han ido demasiado bien. ¿Tú quieres mucho a tu padre, verdad?
– S…sí, claro.
– Pues entonces sé buena y haz todo lo que te diga tu tío Manuel, tu tío… - y girándose hacia uno de sus compinches le grito -¡Tú, imbécil…! ¿cómo te llamas?
– Evaristo.
– ¿Evaristo? ¿Qué clase de nombre falso es ese?
– ¿Falso? Yo me llamo así…
– Hay que joderse. ¿Y tú, gigantón?
– Yo me llamo Juan.
– ¡Juan! Ese sí que es un nombre cojonudo. Común y fácil de olvidar.

Y volviendo a dirigirse a la chica, prosiguió:

– Haz todo lo que te digamos tus tíos Manuel, Juan y – el hombre casi no pudo reprimir su risa -… “E” “va” “ris” “to” para ayudar a tu papá, ¿vale?
– ¡Papi! – Contestó la niña muy alterada buscando una ayuda en su progenitor que no encontró.
– Lo siento Sabrina. – Fue lo único que escuchó como defensa.
– Ya está bien de tantas contemplaciones… vayamos al grano.

Y de forma brusca se acercó a la muchacha, arrebatándole el muñeco de las manos con rudeza. Apareció la vista de todos la parte inferior de su cuerpo infantiloide, liberado de ropas, con su sexo impoluto y sus torneadas piernas. Ella ni tan siquiera intentó cubrirse, solamente fijaba la mirada en su padre sin cesar de repetir una y otra vez:

– ¡Papá, papá…!

Pero Eloy se limitó a sentarse, derrotado en una de las sillas de la habitación y a agachar la cabeza. No tenía el suficiente valor como para contestar.

– ¡No me digáis que no es lo más bonito del mundo esta chiquilla! Se la pondría dura hasta un muerto.
– ¿Qué… qué quieren de mí? No… no… no me toquen…

Dijo la niña tremendamente asustada viendo a al viejo de largo bigote acercándosele de forma peligrosa.

– Bonita, no soy mucho de pegar a las mujeres pero si no cooperas te parto la boca en menos que canta un gallo...
– ¡Eh, eso no! – Gritó Eloy sacando algo de orgullo.
– Está bien, está bien – accedió el tahúr algo contrariado y haciendo una señal a sus compinches les ordenó -: Vosotros, haced algo de provecho, abrídmela bien mientras yo me voy preparando.

No les costó un suspiro inmovilizar a Sabrina y colocarla boca arriba sobre su cama al tiempo que el tercer hombre comenzó a desvestirse con parsimonia. Sabía de sus limitaciones, ya no era el amante fogoso de antaño, debía tomárselo con calma ya que podía suceder que su maltrecha escopeta abriese fuego incluso antes de entrar en combate. No le costaba empalmarse pero sí mantenerse erecto. No era un eyaculador precoz… pero casi.

Sabrina, por su parte, dejó su pasividad inicial a un lado e intentó resistirse. Ya había perdido la esperanza de que su papá intercediese por ella. Braceó y dio patadas a diestro y siniestro. De hecho, uno de aquellos tipos se llevó un buen golpe en la cara pero, pese a sus esfuerzos la lucha fue breve; no era más que una niña contra dos hombres de pelo en pecho. Cuando se vio perdida sólo le quedó llorar y más cuando contempló a su inminente violador desnudo y dispuesto a abalanzarse sobre ella.

– Tranquila, princesa. No voy a hacerte daño. Eres una ricura…
– ¡No, no, noooo! ¡Por favor, por favor, por favor…!
– ¡Haced que se calle de una puta vez!

La mano de uno de sus captores obedeció el encargo y los gritos de la pequeña se quedaron ahogados nada más nacer. De sus ojos azules afloraron lágrimas cristalinas cuando aquel animal se colocó sobre ella y le desgarró el resto del pijama. Sus pechos adolescentes ondearon al viento libres de trabas.

– Uff… ¡Mi madre, qué tetitas tienes niña! Están para hacerles un traje de babas.

Y para corroborar lo dicho se abalanzó sobre los bultitos, llevándoselos a la boca al uno y al otro, de forma alternativa a cuál más violenta. Al poco tiempo estaban brillantes, barnizados de saliva. Fue entonces cuando Sabrina dejó de luchar definitivamente y aflojó la tensión de su cuerpo. El que tapaba su boca se dio cuenta del su rendición y la soltó. La niña siguió abierta como si estuviese crucificada en su martirio, solamente giró la cabeza y su mirada encontró a la de su padre, que observaba lo que sucedía impotente. Mientras una lengua recorría su cuello y llenaba de babas su oreja permanecieron los dos conectados por la mirada sin decirse nada.

Fue entonces cuando Sabrina sintió la puñalada en su vientre. La niña apretó los puños y se mordió el labio al pero tuvo el suficiente coraje y valentía como para no darle la satisfacción a aquel desgraciado de oírla gritar mientras el pene profanaba su vulva de manera inmisericorde. El mismo coraje que le faltaba a su padre para defenderla.

– ¡Síiiii! – gritó triunfante el violador al sentir el cuerpo de la chica abriéndose como una flor.

Su pene estaba satisfecho por la estrechez de la entrepierna de la niña pero no así su ego. El empresario hubiese preferido que Sabrina gritase de puro dolor o mejor aún, que se desmayase mientras la violaba pero ,al no ser así, puso todo su empeño en que la cópula le resultase a la joven lo más desagradable posible. Agarrándose a los barrotes del cabecero se ayudó de sus brazos para darse fuerzas, penetrándola con más vigor y renovados bríos. La desproporción de cuerpos era tremenda, Casi ni se veía el de la niña, aplastado bajo la mole de sebo y grasa que se contorsionaba sobre ella.

– ¡Es… increíble lo apretadito que está!

La cama crujía y se tambaleaba, desplazándose varios centímetros a un lado y a otro. La cópula fue tan violenta que el cómplice más achaparrado, el que atendía al nombre de Evaristo giró la cabeza varias veces para no ver lo que estaba pasando.

Tras cinco minutos de interminable suplicio y una sarta de bufidos y gemidos el semental esparció su simiente en el interior de la niña, encharcándolo todo con su manguera. Su ritmo cardiaco era tan acelerado que le costaba respirar. Había sudado tanto que su cuerpo se había quedado adherido al de la muchacha. Pero el esfuerzo había valido la pena, no todos los días podía montar a una potranca tan bella.

Sabrina cerró los ojos, notaba como los fluidos abandonaban su sexo conforme el pene que la penetraba iba perdiendo el vigor, en forma de incesante goteo que caía encascada hacia la cama. Cuando pensó que la primera parte de su tormento, la correspondiente al primer violador llegaba a su fin, se encontró con la desagradable sorpresa de que al hombre todavía le quedaron fuerzas como para agarrarle la cara con sus manazas y estamparle un beso de tornillo. Le resultó tremendamente desagradable sentir la lengua de aquel desgraciado juguetear con la suya, recorrer sus dientes y llenarle la boca de aquellas babas putrefactas pero le costaba tanto respirar y le dolía tanto la entrepierna que no tuvo fuerzas como para resistirse. Sólo quería que toda aquella pesadilla terminase cuanto antes.

– ¡Joder, qué bueno! – Dijo el hombre incorporándose de la cama, una vez dejó de inspeccionar la boca de la lolita con su lengua -. Ha sido uno de los mejores polvos de mi vida.

Y dirigiéndose a Eloy le dijo.

– Tu hija es jodidamente buena en la cama… mucho mejor que tú con las cartas. Créeme, si de algo se yo es de mujeres… y de putas… y de póker.
– ¡Cállate!
– ¡Que te jodan, perdedor! Esto no ha terminado todavía. Vamos, muchachos, ahora vosotros. No os quejéis, os he hecho el trabajo más duro.

Y tras limpiarse la polla con los jirones del pijama de la niña se los tiró al más grande de sus compinches diciéndole:

– ¡Venga! ¿Qué cojones estáis esperando? Tiráosla de una vez. Una niña así es algo que sólo pasa una vez en la vida, no os vais a arrepentir os lo aseguro.
– ¿Primero tú o yo? – Preguntó Evaristo al tercero en discordia.
– ¡Qué cojones, los dos a la vez! – Apuntó el proxeneta más renombrado de la ciudad.
– ¿A la vez?
– ¡Pues claro, uno por delante y el otro por detrás!
– ¡No, eso no! – Volvió a intervenir Eloy.
– ¡Tú te callas, joder! ¿Cuándo vas a enterarte de que no tienes ni voz ni voto? Se hace lo que a mí me dé la real la gana y si yo digo que se la claven por el culo pues lo hacen hasta que a tu niña le salga la verga por la boca y punto, ¿te enteras? Esta noche es mi juguete y pienso hacer con ella lo que me dé la real gana.

Los otros dos tipos se desnudaron. Sus cipotes estaban en pleno apogeo. El hombre que dirigía el cotarro no pudo evitar lanzar un silbido.

– ¡Joder, pues sí que estáis bien armados! – y girándose hacia Eloy, le dio un golpe en el hombro diciéndole: - Te la van a destrozar, sobre todo ese, el gigantón, parece el hombre-elefante. Me muero de ganas de ver cómo gestiona tu putita semejante pollón por su culete…

Cuando Sabrina observó lo que le esperaba no pudo evitar llorar de manera desconsolada. No dejó de hacerlo mientras el más bajito de sus próximos violadores se tumbó en la cama a su lado. Parecía un juguete roto cuando él la elevó como a una pluma ayudado por su cómplice, colocó la entrada de su vulva sobre la punta de su cipote y la hizo descender lentamente, empalándola vaginalmente con su férreo miembro viril. El esperma y otros flujos que supuraban de su vulva lubricaron el desigual encuentro entre la tremenda polla y su angosto cuerpo. La niña puso los ojos en blanco cuando toda la carne se alojó en su cuerpo, parecía estar a punto de desvanecerse. El hombre del bigote actuó rápido, levantándose presto para darle a la joven unos cuantos cachetitos en la cara.

– ¡Hey, hey, hey! No te va a ser tan sencillo pequeña, no te desmayes, no te desmayes y aguanta… todavía falta lo mejor.

La niña se desplomó hacia adelante, tenía la boca entreabierta y de ella brotaba un hilito de saliva.

– Mira a tu papi, mira a tu papi, nena. Lo estás ayudando mucho. Eso es, mírale…

Los ojos de la chica estaban abiertos en dirección a su papá pero su mirada estaba perdida en el infinito. Aparentemente, el dolor que sentía en su vagina era tremendo.

El depredador sexual volvió a su asiento, justo al lado del padre de la criatura.

– Ha llegado su hora. Reza por ella porque si por cuando se lo hemos hecho por delante le ha dolido… por detrás ni te lo imaginas…

Y mirando duramente al que atendía al nombre de Juan le conminó con un grito seco a terminar lo empezado:

– ¡HAZLO!

Eloy apretó tan fuerte los apoyabrazos de su silla que a punto estuvo de desencajarlos del mueble. Evaristo, por su parte, dejó de bombear su verga en el interior de la vagina de la niña. Sin sacarla de su interior, utilizó sus manos para separarle los glúteos a la ninfa, dejando el camino expedito a su compañero de orgía.

– ¡Allá voy! – Dijo este dándose ánimos, como si su enorme erección no fuese suficiente motivación.
– ¡Eso es… dale duro a esa zorrita!

Las primeras intentonas no lograron su objetivo, el esfínter anal de la lolita estaba demasiado comprimido.

– ¡Joder! – Protestó el hombretón.
– ¡Ábrela más, hijo de la gran puta!
– Voy.

Las manazas abrieron el trasero blanquecino de la muchacha todo lo que su elasticidad natural permitió. Al cuarto intento el arquero hizo diana, la punta de su enorme cipote taladró el anillo y consiguió perforarlo pero sólo hasta el final de la cabeza del glande.

Sabrina reaccionó a la agresión volviendo a la vida. Abrió sus párpados de par en par y comenzó a gritar de nuevo con el rostro desencajado y girado hacia donde se encontraba su papá. El volumen del quejido aumentaba de forma exponencial, conforme la dilatación de su ano crecía y crecía y aquel enorme monstruo desgarraba su entraña.

– ¡Eso es! ¡Destrozadla! 

Le jaleaba el ávido espectador echando dos generosas raciones de whisky en sus respectivos vasos y dándole uno a Eloy le dijo:

– Toma cabrón, bebe y disfruta del espectáculo.

Los sementales que empalaban a la nínfula de catorce años comenzaron con la danza del vientre. Sus trabajos de perforación tuvieron como banda sonora sus propios bufidos de placer, los gritos desgarradores de la niña y los comentarios soeces del artífice de todo aquello. Al principio les costó coordinarse pero pronto alcanzaron una rutina que les satisfizo a ambos y martirizó a la niña: cuando uno sacaba la verga de la vulva el otro introducía la suya por el culito. Si bien el primero no tenía problema alguno en meter totalmente su estoque por la raja delantera al segundo parecía costarle alcanzar el mismo objetivo: su falo era enorme y el agujero a rellenar demasiado angosto.

La cara de Sabrina era todo un poema, mostraba bien a las claras cuánto sufría por el abuso practicado sobre su cuerpecito de bailarina. Permanecía inerte e indefensa, empalada brutalmente, a merced de aquel cúmulo de prácticas vejatorias, parecía una muñeca hinchable en manos de aquellos dos animales. Para su mayor desgracia sus segundos violadores aguantaron erectos mucho más que el primero, circunstancia que aprovecharon para profanar los agujeros de la joven de forma rotunda, jaleados por su orondo espectador:

– ¡Dale, dale duro por detrás! ¡Ese culito pasa hambre! ¡Dásela, dásela toda, clávasela hasta los huevos, cabronazo… !

El llamado Juan se emocionó y agarró a la cría por la cadera con firmeza. Olvidándose de la rutina tan gozosa para su compinche, puso más empeño en la sodomización, logrando que buena parte de su pene explorase el intestino de la ninfa. El otro dejó hacer a su compañero a su libre albedrío, ya hacía un rato que había eyaculado en el interior de la cría pero permanecía con la verga semi erecta dentro de ella, temeroso de echar a perder un polvo de antología.

– ¡Eso es! – aulló e empresario realmente entusiasmado ante el dantesco espectáculo que suponía ver la barra de carne entrando y saliendo del recto de Sabrina - ¡Mírala, mírala… cómo se lo jala hasta la empuñadura! ¡Hostia puta, tu niña es una joya!

No era del todo cierto. Aunque el sodomita hizo todo lo posible, no logró incrustar su espolón completamente en la niña. Aparentemente el esfínter anal de la chiquilla no dio más de sí. Aun así la cantidad de rabo que logró introducirse la niña por el orto era desproporcionado respecto a su tamaño y sobre todo a su edad. La mayoría de hembras ni en sueños hubiesen sido capaces de igualar la capacidad de admisión anal de Sabrina. El semental agradeció el gesto desacoplándose en el mismísimo instante que iba a correrse en su interior y regando profusamente la espalda de la chiquilla.

El proxeneta y dueño del mejor club de alterne de la ciudad no pudo evitarlo, se levantó como un resorte para ver el estado del ojete de la chiquilla. Cuando lo examinó quedó tremendamente satisfecho.

– ¡Joder, qué boquete! Se lo has dejado reventado de verdad.

Los dos hombres que se habían forzado a Sabrina se incorporaron del lecho, dejándola a ella gimoteando, hecha un ovillo, rebozada en esperma, sudor y lágrimas. Hipaba histéricamente, como si no asimilase lo que le había sucedido.

– Ya… ya es suficiente. – Dijo con la voz entrecortada un Eloy destrozado viendo el despojo humano en que aquellos animales habían convertido a su hija.
– ¿Suficiente? ¿Pero qué dices? La noche es joven…
– Yo… yo tengo que irme.
– Y… y yo. Ya he tenido suficiente. Mi mujer me espera…

El pervertido hizo una mueca contrariado pero no le quedó más remedio que acceder.

– Está bien, perdedores. Largaros y desapareced de mi vista. Id con vuestras esposas viejas y fofas. Yo… yo voy a darme un homenaje con ese culito aunque me cueste un infarto. Desapareced de mi vista, no quiero volver a veros, ¿estamos?
– Sí…
– Claro, claro…

Aprovechando que los otros se vestían y abandonaban el apartamento, el triunfador de la noche se tomó otro sorbo de elixir amarillo y sirvió otro vaso a su acompañante. Eloy se bebió de un trago su parte; tenía el rostro compungido y parecía que estaba a punto de derrumbarse.

De los ojos de Sabrina ya no podían brotar más lágrimas. Tenía los lagrimales secos de tanto llorar. Sólo pudo cerrar los párpados, agarrarse a la sábana y morder el colchón al sentir su trasero de nuevo ocupado por el falo de un extraño. Su primer amante de la noche tenía ganas de repetir.

– ¡Madre mía! Parece que por aquí haya pasado un caballo. Se la meto toda, como si tuviese el trasero de mantequilla.

El hombre se afanaba por darle por el culo a la muchacha. No se limitaba a violarla de nuevo sino que radiaba sus sensaciones y logros al papá de la niña con el fin de hacer sentir a este todavía más desgraciado. Sus comentarios eran zafios y groseros mientras le tiraba a ella del cabello para penetrarla más adentro. En definitiva, la trataba como a las putas de su negocio, sin tener en cuenta que Sabrina no era más que una inocente que había tenido la desgracia de encontrarse con él y de tener un padre ludópata y ahogado por las deudas.

– No eres más que una guarra, creo que hasta te estás corriendo. Siento cómo se contrae tu vagina mientras te enculo... – Le susurró al oído.

A la hora de eyacular se mostró tremendamente ágil pese a su corpulencia. Tras unas maniobras de contorsionismo colocó Sabrina de nuevo boca arriba en la cama y eligió la cara de la niña para aliviarse, teniendo especial cuidado para que Eloy no se perdiese detalle de sus fechorías. Después de masturbarse apenas a un palmo del rostro de la muchacha, le rayó la cara con pinceladas blancas trazadas de forma desordenada. La última andanada la depositó directamente entre los labios de Sabrina. No fue muy copiosa pero sí lo suficiente como para decorarle los dientes a la niña con otro de sus fétidos fluidos.

– Eso es, pequeña… trágate mi leche… te crecerán las tetitas…

Ella lo hizo, parecía como una zombi, un cuerpo sin alma.

Encantado porque parte de su simiente se alojase en el estómago de la niña, utilizó su glande para extender el semen por las mejillas de la rubia, cubriéndole las pecas completamente de sustancia blanca. Aprovechó hasta la última gota llegando a tapar incluso una de las fosas nasales de Sabrina. Ella permaneció pasiva y sumisa, parecía haber experimentado tanto dolor que cualquier cosa que aquel hombre le hiciese ya no importaba.

Es por eso por lo que, cuando el falsamente llamado Manuel le dio unos ligeros toquecitos con el glande en sus labios, apretó los puños, cerró los ojos, abrió la boca y dejó que aquel despreciable ser gozase del último de sus agujeros por entregar sin oponer resistencia. El hombre le agarró la cabeza con sus temblorosas manos y le folló a placer. Él quiso eyacular de nuevo entre sus labios, al menos esa era la intención del cincuentón pero ya no era joven y sin utilizar química le era difícil mantener la erección, mucho más teniendo en cuenta de que era su tercer envite de la noche. Así que tras un par de arremetidas se tuvo que conformar con que su pene poco a poco fuese perdiendo el vigor de antaño en el interior de los labios de la vejada.

– ¡Límpiamela! Límpiamela bien, putita. Eso es… con la lengüita…

Cuando el apéndice bucal de la adolescente recorrió el prepucio se topó no sólo con semen fresco sino con otros restos tanto o más asquerosos tales como grumos de sus propias heces, orina reseca y otras sustancias de naturaleza indeterminada que sin duda llevaban allí bastante tiempo. La higiene no era una de las mejores cualidades del mafioso, si es que tenía alguna buena.

Con estos antecedentes a nadie le extrañará que la nausea se adueñase de la chiquilla y que tras unas convulsiones vomitase sobre la cama y el suelo. Él tuvo el tiempo justo en sacar su cipote de la boca. De no haber estado atento habría sido mutilado sin anestesia.

– ¡Ea, ea, ea! – gritó el violador algo molesto por tan atolondrado fin de fiesta -. Cuidado con mi polla, bonita. Es pequeña y corva, pero no tengo otra...

Y sin apiadarse lo más mínimo de Sabrina, que seguía echándolo todo, tomó asiento de nuevo y remató la botella regalándose su último aliento. Eloy, por su parte, ya hacía un rato que había optado por taparse la cara con las manos. No tenía el valor para seguir contemplando la violación de su hija.

Sin nada en el estómago la joven volvió a tenderse boca arriba. De no ser por su respiración entrecortada hubiese pasado por ser una estatua de cera, con la mente viajando a un lugar muy lejano, un lugar donde lo sucedido aquella noche no fuese más que un mal sueño.

Permanecieron un rato los tres en silencio hasta que el hombre del bigote preguntó rascándose la entrepierna:

– ¿De verdad no te la tiras?
– ¿Qué… qué dices?
– Te pregunto que si de verdad no te la has follado nunca...
– ¿Follármela? ¿A mi propia hija? Estás… estás enfermo…
– No me digas que no lo has pensado siquiera.
– No… no – Dijo Eloy negando con la cabeza.
– Pues está buenísima. Mírala y dime sinceramente que no te atraen esas tetitas, ese culito y esa carita de niña buena. Si no fuera hija tuya ya estarías ahí encima de ella, dándole lo suyo…
– No. A mí… a mí no me van… las jóvenes.
– Eso mismo pensé yo hasta que fui a Tailandia en viaje de negocios y me follé a una cría por simple curiosidad – Apuntó el viejo -. Nos llevaron a un burdel de niñas y cuando digo niñas digo niñas de verdad: la tuya es una vieja a comparación de ellas. Aquello está lleno de sitios así. Como todos los que me acompañaban tenían intención de hacerlo, no iba a ser yo el único en echarse atrás.

Tras aclararse la garganta prosiguió:

– Una vez que pruebas la carne fresca es como una droga… estoy muy enganchado y ahora no puedo parar. Voy varias veces al año allí, al Caribe o a Ucrania, según me apetezca. Me lo follo todo y cuanto más jóvenes mejor, menos a las negras, que me dan asco. Pero si tuviese una putita como la tuya siempre al alcance de la polla…me ahorraría una pasta tremenda en aviones, te lo digo yo.

El papá de la chica no contestó.

– ¿Cuánto has perdido esta noche?
– Siete… unos ocho mil… no sé exactamente. Todo lo que tenía, ¿por qué?
– Te lo devuelvo si se lo haces.
– ¿Qué?
– Además de ser un negado con las cartas pareces sordo, muchacho. A ver si así te queda claro: te doy tus ocho mil euros de mierda si te follas a tu niña aquí y ahora mismo. O lo tomas o lo dejas. Conmigo no se negocia, supongo que ya te habías dado cuenta.

Y tras rebuscar en sus bolsillos repletos de dinero lanzó un fajo de billetes de diversos colores sobre la cama de la lolita. Estos cayeron como una lluvia de primavera sobre Sabrina.

– Ahí hay más, pero no importa. Dinero tengo de sobras, lo que me falta a mi edad es el aguante necesario como para darle a tu niña lo que merece…
– Pero…
– Tú mismo lo has dicho, no te queda nada. Fóllatela y, al menos, tendrás dinero para otra partida. Quién sabe – dijo el hombre con una sonrisa hipócrita – a lo mejor tienes más suerte la próxima vez.

Ante la duda de Eloy el hombre comenzó a impacientarse:

– Sí o no… no me gusta perder el tiempo.

El hombre se retorció en su silla, no cabía de gozo al observar cómo Eloy se incorporaba y comenzaba a desvestirse. Aquella velada estaba resultando realmente inolvidable, estaba a punto de consumar una de sus más sórdidas fantasías sexuales: contemplar a un padre copular con su propia hija adolescente. En sus múltiples viajes ya había visto algo parecido pero tenía la sospecha de que aquellas supuestas orgías incestuosas no eran más que simples montajes para sacarles el dinero a los turistas sexuales.

Sabrina volvió a sollozar al ver la identidad de su siguiente amante. Negó con la cabeza y suplicó de nuevo impotente:

– ¡No, Papi… no!
– Lo… lo siento – Repitió Eloy por enésima vez aquella noche.
– ¡No, tú no!
– Perdóname Sabrina… - dijo él dirigiéndose hacia su niña.
– No, no.

La chica golpeó el pecho de su padre intentando que este recapacitase mientras le abría las piernas de nuevo pero ya no le quedaban fuerzas con las que defenderse. Sólo alcanzó para taparse la cara y no ver así el rostro de su papá violándola. En seguida sintió cómo el pene que le había dado la vida entraba en su cuerpo con suavidad.

– ¡Eso es muchacho,… eso es! ¡Házselo!

Aulló el espectador realmente extasiado por la situación. Todo lo invertido le pareció poco al contemplar aquello. Era un convencido de que con dinero se podía conseguir cualquier cosa y la cópula entre Eloy y su hija era la prueba palpable de ello.

A diferencia del resto de los machos que habían disfrutado de las tiernas carnes de Sabrina, el papá de la niña tuvo mucho cuidado para no lastimarla. No la folló sin más sino que intentó hacerle el amor.

– Tranquila, tranquila… - le decía al oído, dándole besitos en el cuello mientras la montaba.
– ¡Papi, Papi… no!

Pasados unos minutos ella seguía cubriéndose el rostro pero ya no negaba con la cabeza. El suave vaivén de la punta del falo de Eloy seguramente que tuvo algo que ver en su cambio de actitud.

– Pasa las piernas… pasa las piernas por detrás de mi cuerpo, Sabrina...

La nueva postura permitió un mejor ángulo de ataque y que el pene del macho horadase la entraña de su hija con mayor facilidad. Sin dejar de susurrarle cositas al oído el semental avivó el ritmo aunque sin hacerlo excesivamente violento. La vulva actuó en consecuencia, segregando jugos que lubricaron en coito.

Sabrina dio signos de comenzó a sentirse mejor, de hecho ya no se tapaba la cara para no ver a su papá sino para que este no se percatase de lo turbada que estaba. El calor pasó pronto a excitación y el ligero ronroneo a más que evidentes gemidos de bienestar.

En efecto, su papá la estaba violando pero se lo hacía tan bien, tan despacio, tan bonito en comparación a los otros que también la habían forzado que incluso comenzó a considerarlo como algo agradable. Despreciable y odioso moralmente hablando pero, contemplado en el ámbito estrictamente físico del asunto, bastante placentero. Anestesiada por las contracciones de su vagina Sabrina se rindió a las reacciones naturales de su cuerpo. Dejó de ocultarse y deslizando sus manos por detrás de la cabeza de su papá se fundió con él en un tórrido beso al que siguió una incruenta guerra de lenguas al ritmo que marcaba su cadera.

Por primera vez durante aquella noche el empresario permaneció mudo. Se quedó sin palabras contemplando aquel coito tierno y prolongado en el tiempo. Realmente se moría de envidia, hubiese dado toda su fortuna por saber copular como Eloy y mucho más por tener una hija como Sabrina. Cuando los dos amantes alcanzaron el orgasmo y el papá de la niña se tumbó junto a ella para recuperar el resuello, prorrumpió en un sonoro aplauso.

– ¡Maravilloso! ¡Genial! ¿Ves, hijo de la gran puta? ¿Ves cómo te ha gustado? No hay nada como el coño de una niña… y si con mayor motivo si es el de tu propia hija.

Dijo él acercándose para abrirle los labios vaginales a una Sabrina realmente exhausta. Una bocanada de semen paterno salió de su entraña, formando la enésima mancha sobre la sábana, que parecía un tapiz de fluidos sexuales.

– Ya… ya tienes lo que querías. Ahora... – dijo Eloy con la voz entrecortada -…ahora lárgate, cabrón.
– Está bien, está bien, ya me voy. Todo un placer el haber jugado contigo hoy, muchacho… y mucho más contigo, princesa. Toma este par de billetes morados, son para ti y sólo para ti. No se los des a tu papá que seguro que los pierde jugando otra vez. Deberías dejar a este perdedor y venirte conmigo. Lo íbamos a pasar los dos muy pero que muy bien.
– ¡Lárgate!

Ya estaba el hombre a punto de irse del apartamento cuando Eloy salió en su busca, desnudo por el pasillo.

– ¡Espera!
– Pero… aclárate muchacho. Me quedo o me voy.
– Quiero… quiero la revancha – dijo Eloy atolondradamente -. Necesito más dinero…

El hombre respiró profundamente y negó con la cabeza.

– Mira, muchacho, no te ofendas. No digo que tu niña no valga la pena, tiene un cuerpo hecho para pecar y un aguante más que notable. Es más, reconozco que tardaré mucho en olvidarme de ella, si es que llego a hacerlo alguna vez, pero en primer lugar no soy muy de repetir con la misma puta dos veces, por muy buena que sea, ...

Se tomó unos instantes antes de continuar:

– … y en segundo lugar comentarte que si de algo sé en esta vida es de follar con jovencitas y te juro por lo más sagrado que para que una zorrita de catorce años se meta una verga como esa por el trasero necesita un más que intensivo entrenamiento previo o ser, como pienso realmente, mayor de lo que aparenta. Me da en la nariz de que no es la primera vez que utilizas su cuerpo para saldar tus deudas y que, a pesar de toda esa patraña que os habéis montado de puta madre ahí adentro, esa zorrita es mayor de edad y una actriz cojonuda.

– Tiene catorce. Puedo enseñarte los papeles. – Replicó el papá molesto.
– Los papeles pueden decir cualquier cosa, en todo caso no me interesa.

Fue entonces cuando Eloy se dirigió hacia la otra habitación de la casa y abriendo la puerta le dijo a su interlocutor en tono airado:

– ¿Y esa? ¿También es mayor para ti?

Enrique Mendoza o “Manuel” como él había dicho que llamasen aquella noche, dueño y señor de la mitad de los negocios de prostitución legales e ilegales de la zona, asomó la cabeza a través del dintel de la puerta y se quedó con la boca abierta. Tuvo que parpadear varias veces para dar crédito a lo que sus ojos le mostraban porque pensó que estaba soñando o que el whisky le estaba jugando una mala pasada.

Sobre una cama pequeña, entre sábanas floreadas de colores cálidos dormía ajena a todo lo sucedido una niña que era la viva imagen de la adolescente a la que había violado aquella noche. Yacía desnuda, completamente destapada y, gracias a la luz que entraba desde el pasillo, podía vérsele claramente su torso plano y aniñado, exento de protuberancia alguna, su sexo infantil totalmente lampiño y sonrosado y su carita de ángel pecoso, con los ojitos cerrados. El hombre quiso ver más pero Eloy cerró la puerta de golpe, privándole de tan angelical espectáculo

– ¿Cu… cuantos...? – Preguntó el hombre con gesto serio.

Cuando Eloy le dijo la edad de su hija menor al putero comenzó a faltarle el aire.

– Y la otra tiene catorce, lo creas o no; aunque es cierto que a veces me ayuda con el negocio. Últimamente no estoy pasando por una buena racha.
– ¿Y la niña…es…?
– ¿Virgen? Por supuesto…
– ¿Puedo comprobarlo?
– Ni hablar. Primero tendrás que ganártela.
– ¿Y cuánto…?
– Cien mil.
– ¡¿Cien mil?! – Dijo el empresario volviendo a realidad ante tan desmesurada cantidad.
– Tengo muchas deudas. Quiero saldarlas de golpe y largarme de este puto lugar. No se me han dado nada bien las cosas aquí. La gente sabe jugar demasiado bien para mí.
– Entiendo – dijo el otro meneando la cabeza -. Me gustaría ayudarte pero eso es mucho dinero.

Tras un instante de incertidumbre el papá de las chicas elevó la apuesta. El hombre ya había picado el anzuelo, sólo faltaba darle más cuerda:

– Si pierdo serán tuyas durante una semana, las dos. Las puedes meterlas en tu casa, llevarlas a uno de tus clubs o ponerlas a hacer la calle, lo que te dé la gana – replicó el papa de las niñas con cierta crudeza -. Sólo hay una condición, que a donde vayan ellas voy yo.

El empresario sopesó los pros y los contras de tan sorprendente propuesta. Aunque para él no le suponían nada, cien mil euros eran realmente una cantidad notable. Disponía de una lujosa casa perdida en la sierra donde de vez en cuando llevaba a sus mejores clientes para ofrecerles chicas “especiales” pero ni de lejos como aquellas increíbles hermanas. Eran gente influyente: políticos, jueces, policías, funcionarios de alto rango, etc. Personas con las que era mejor llevarse bien si quería que sus negocios siguiesen prosperando como hasta entonces. Aquellas bellísimas niñas podían hacerle ganar muchísimo dinero o sacarle de más de un apuro legal. La propuesta era claramente ventajosa para él pero no obstante era un comerciante nato así que regateó:

– Dos semanas.
– ¿Dos?
– Eso es. Si yo gano son mías durante dos semanas. Pero que te quede claro, conmigo no se juega. No creas que porque esa niñita sea virgen voy a tratarla mejor que cualquiera de mis putas. Lo que has visto hoy no es más que un simple aperitivo en comparación con lo que les va a suceder a ella y a su hermana
– Lo entiendo.– Eloy sopesó las consecuencias de su decisión antes de contestar -. Acepto.

Al barrigudo se le cambió la cara.

– ¿Y cómo lo hacemos?
– Mañana.
– ¿Mañana?
– Sí. Cuanto antes mejor.
– Vale, vale. Tú mandas.
– Aquí, mañana. Tú y yo solos…
– Sí… mejor que no haya testigos.
– ¿Sobre las diez de la noche?
– Las diez. Sí, está bien.

Antes de irse el pervertido volvió a echar mano de su fajo de billetes y lanzándole un par al hombre le dijo:

– Cómprales algo bonito a las niñas. Ya sabes… lencería fina, medias de encaje, zapatos de aguja… esas cosas.
– ¡Sí claro, y ya que estamos, unas fustas también! ¿No? ¡No te fastidia!
– ¡Uhmmm! ¡Sí, eso estaría genial! – contestó el otro sin captar la indirecta.
– Adiós. – Dijo Eloy muy enojado.
– Hasta mañana.

Al quedarse solo Eloy respiró profundamente, exhalando el aire con fuerzas. Apretó los puños y comenzó a recoger los restos de la timba.

– ¿Se ha ido? –escuchó de una voz juvenil.
– Sí, Sabrina, ya se fue ¿Cómo estás?
– Bien.
– Has… has estado muy bien. Ha sido… ha sido más duro de lo que había previsto. Lo siento.
– No importa. ¿Vienes a bañarte conmigo? Deja eso para mañana, ya lo haré yo.
– De… de acuerdo.

Sentados padre e hija en el fondo de la bañera, él acariciaba la espalda de la muchacha con una esponja de manera lenta y delicada. Ella permanecía encogida, agarrándose las piernas por las rodillas y se dejaba mimar con los ojos cerrados.

– ¿Qué jugada tenías?
– Cariño – dijo el hombre meneando la cabeza, no era la primera ni la segunda vez que tenían la misma conversación con su hija-. Cariño, ya te lo he explicado muchas veces, eso… no importa.
– Podrías haber ganado.
– Sabes que puedo ganar a tipos como ese una y mil veces con los ojos cerrados pero así no funciona esto ¿qué conseguiríamos con eso? Que se correría la voz de que un jugador profesional está intentando timar a unos pardillos engatusándolos con una adolescente y sería el fin del negocio.
– Sí, pero… de esa forma yo no tendría que hacer… esas cosas…
– En eso tienes razón. No creas que no me duele tener que verlo cada vez.

La niña notó que su padre se venía abajo y por nada del mundo quería que esto ocurriese. A pesar de todo lo adoraba.

– No pasa nada. Ven, dame las manos.

Sabrina utilizó las suyas para guiar las palmas de su papá hasta sus senos, ayudándole para que él se los estrujase con firmeza. Después dejó que Eloy le tocase las tetas por sí solo, ella tenía otra tarea. Agarró con suavidad el falo paterno y comenzó a masturbarlo. Cuando este alcanzó la dureza necesaria la adolescente se encaramó a él, dejó que entrase en su cuerpo y la naturaleza hizo el resto.

La velada había sido intensa, pero terminó para la chica igual que el resto de las noches, alcanzando el clímax gracias al miembro viril de su papá.


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Al día siguiente, cinco minutos antes de la hora señalada, apareció en la puerta del apartamento el empresario de la noche con un pequeño maletín de cuero en la mano. Se había aseado, sus ropas eran pulcras y cuidadas e incluso había derrochado la colonia de la cara más de lo debido. Pero aunque la mona se vista de seda, mona se queda: bajo aquella fachada se encontraba el mismo putero pervertido del día anterior con unas ganas locas de probar carne fresca.

Le abrió la puerta Sabrina y por poco le da un infarto cuando la vio. Él, como vicioso de la carne, sabía que una buena lencería podía obrar milagros en una hembra pero lo de la rubia aquella noche era toda una obra de arte. El conjunto de tanga y sujetador de encaje color azul clarito, prácticamente transparente, no dejaba nada para la imaginación, aunque él no tenía que imaginarse nada: ya conocía cada centímetro del cuerpo de la joven. Iba discretamente maquillada a excepción de sus labios que presentaban un color rosa intenso. Al putero le gustó el detalle del liguero ya que sujetaba unas medias de seda a juego e iba colocado por dentro del tanga de forma que podría bajar este último sin necesidad de quitar el primero. No obstante, el detalle que realmente hizo sudar la gota gorda al hombre fueron sin duda los estilizados zapatos de tacón imposible que llevaba la muchacha. Eran su fetiche. Hacían parecer a la chica mucho más alta que él y eso, junto a su cabellera suelta y su cara de niña, le conferían a Sabrina un aspecto mitad inocente, mitad felino; irresistible en definitiva.

– Hola. – Dijo la chica en apariencia muy nerviosa al verle, apartándose un mechón rebelde de la cara.

Sabrina había ensayado cada uno de sus gestos una y mil veces frente al espejo, estaban perfectamente calibrados. Su papá no dejaba ni un cabo suelto, era importante que la niña siguiese dando esa sensación de fragilidad y vergüenza que lograban que la víctima del engaño se confiase y cayese en él sin darse cuenta.

– Hola, princesa. ¿Está tu papá? Tengo una cita con él… y con vosotras…
– P… pase.

Ella se giró una vez cerró la puerta, dirigiéndose hacia el comedor meneando la cadera. Los tacones estilizaban todavía más su lánguida figura, realzando su culo, completamente visible ya que el tanga azul apenas le cubría nada.

– ¡Madre mía! – Murmuró el galán sin poder apartar la mirada del trasero que le había hecho pasar tan grandes momentos el día anterior y utilizando un tono más audible le preguntó -: ¿Ya te has preparado la maleta, bonita? Vais a venir conmigo una temporada. Ese culito y yo vamos a ser muy buenos amigos.

Sabrina se hizo la sorda y guio al invitado a lo largo del breve recorrido que iba desde la puerta principal al salón.

Cuando llegaron al comedor él comprobó que todo estaba dispuesto: la mesa de juego, la baraja, el licor... No obstante seguía faltándole algo, pero al no ver lo que realmente buscaba y el motivo de su presencia allí, ocupó su lugar frente a Eloy, que estaba ya sentado en su puesto. EL padre de las niñas parecía nervioso.

– Buenas noches, muchacho.
– Hola.
– Veo que tienes prisa por comenzar.
– Así es.
– Me parece perfecto, vayamos al grano, ¿y la niña?
– Traes el dinero.
– Pues claro. -Dijo el hombre abriendo el maletín y mostrando varios fajos de billetes.
– ¿Y la niña? – Repitió el visitante, visiblemente excitado.
– Sabrina, ve a buscar a tu hermana, por favor.
– Sí, papá…

Al hombre le parecieron siglos los segundos que tardó la mayor de las chicas en cumplir su tarea pero tuvo que reconocer que la espera valió la pena. Apareció ante sí una muñequita de porcelana fina, una ambrosía rubia con rasgos calcados a los de su hermana, con los ojos si cabe más azules y más bonitos que los de la otra. Lo cierto es que se entretuvo poco en ellos. Igualmente pasó de soslayo por las pecas y los labios, tintados también de rosa, para fijarse en exclusiva en el resto de la anatomía de la niña. Le fue muy sencillo, tampoco esta vez tuvo que adivinar nada, ya que ella sólo llevaba puesto el liguero azul, las medias a juego y los zapatos de tacón; ni rastro del sostén ni del tanga. Se veía todo lo que a él más le interesaba: sus pezones lisos del tamaño de una monedita; su cadera recta, carente de curvas y la protuberancia de su vulva coronada por una raja muy marcada. Él creyó divisar el clítoris de la niña pero el ángulo de visión no era lo suficientemente apropiado como para poder asegurarlo.

– ¡Madre del amor hermoso! – Exclamó desencajado por la lujuria que le producía semejante aparición.

Sin el disimulo pudor se rascó la entrepierna: estaba empalmado. Esta vez venía preparado y se había tomado la correspondiente dosis de pastillita azul así que estaba como una moto. Ya estaba a punto de levantarse cuando Eloy lo retuvo.

– No te muevas.
– Ya, ya… tranquilo, muchacho. Sólo quería verla más de cerca.
– Desde aquí está bien.
– ¡Venga ya! Tú puedes comprobar los billetes, e incluso contarlos. Mira... – dijo desparramando el dinero por la mesa - .Yo… yo quiero algo más. Ya sabes, comprobar la mercancía…

Eloy meneó la cabeza. Aquello se salía del protocolo establecido pero le excitaba tanto exhibir a sus hijas ante pervertidos como aquel que decidió tensar un poco más la cuerda. Además, cuanto más atención prestase el hombre a la niña más le costaría centrarse en el juego y eso le facilitaría las cosas.

– Se ve… pero no se toca.
– Vale, vale.
– Nena, date la vuelta.

La niña hizo su papel de objeto sexual y mostró su parte trasera. Su cabello era tan largo que casi le ocultaba el trasero. El mirón se relamió al verlo como un lobo mira a un corderito.

– ¿Cómo se llama?
– Nerea…
– ¡Qué delicia!
– Nerea, ven. Siéntate ahí – dijo Eloy señalando una sillón con brazos situado cerca de la mesa de juego.

La niña comenzó a andar pero de acuerdo con el plan se tambaleó apenas dio un par de pasos simulando no estar acostumbrada a caminar con tan sofisticado calzado.

– ¡Cuidado!

Enseguida fue auxiliada por su hermana y pronto tomó asiento en el lugar adecuado con una sonrisa infantil.

– No habla mucho… - Apuntó Eloy.
– Mejor. Para lo que yo la quiero no hace falta para nada que lo haba. Solo tiene que usar la boca para chupar pollas. – Dijo el hombre perdiendo los papeles, su mente lujuriosa ya estaba viendo el carmín de la niña tiñendo su falo de rosa.
– Sabrina, ábrele las piernas.

La chica dudó, no acató la orden sin más tal y como debía hacer. Pensó que su papá estaba arriesgando demasiado con toda aquella pantomima.

– ¡Sabrina! – Repitió su papá con algo más vehemencia.
– ¡Voy!

La mayor de las chicas colocó a su hermana de forma que las piernas de la niña colgaron de los brazos del sillón. Nerea no era más que una marioneta y se dejaba manejar como tal.

– Ahora, el coñito, ábrele el coñito – Aulló el empresario fuera de sí.

Sabrina esta vez esperó la orden que no tardó en producirse.

– Sabrina, por favor, muéstranos a Nerea.

Las manos de la chica separaron los labios vaginales de su hermana, apareciendo entre ellos, como por arte de magia, el pequeño clítoris de la ninfa y el diminuto agujero que lo acompañaba.

– ¡Uff!, ¡ Eso tiene todo el aspecto de estar muy pero que muy apretado!
– No lo dudes, por ahí no ha pasado nadie…
– … hasta hoy…
– Siempre que ganes.
– Eso, ni lo dudes...

El pervertido no le quitaba ojo a la entrepierna de la preadolescente y Eloy hacía lo mismo con él. Sólo el dinero le producía más placer, y cada vez a menor distancia, que entregar a sus hijas a otros hombres. Ése era su vicio, se regodeaba viéndoles perder la compostura mirando a sus niñas con ojos lujuriosos pero todavía lo pasaba mejor cuando contemplaba cómo las usaban para obtener placer sexual.

Al principio todo había comenzado como una estratagema para estafar. Antes que a ellas había utilizado a la mamá de las niñas para engatusar a sus víctimas y limpiarles la cartera. Cuando esta les abandonó, harta de todo, Sabrina ocupó su lugar y las ganancias aumentaron de manera exponencial. Al entrar Nerea en el juego los beneficios crecieron hasta el infinito. Los golpes cada vez eran más elaborados y los botines más copiosos con el cuerpo de sus niñas como anzuelo.

En un primer momento se había conformado con exhibir a su hija mayor desnuda, pero pronto dejó que los pervertidos no sólo se alegrasen la vista con ella sino también el tacto permitiendo que le metiesen mano. Un día algo salió mal y tuvo que contemplar cómo Sabrina, con unos once años, le comía la polla a un desgraciado con suerte. Eso le cambió la vida. En lugar de sufrir viendo a su primogénita pasando un mal rato, gozó como un loco viendo el bulto que iba y venía en el interior de la pecosa mejilla de la niña. Tanto se excitó que aquella misma noche tomó su virgo y la inició en el sexo. Ni un día pasó desde entonces hasta ese momento sin copular con su primogénita.

Aquel suceso le hizo variar la rutina de las estafas. Sabrina entregaba su boca el primer día como cebo, dejando su sexo para la siguiente timba y entonces consumaban el golpe. Eloy era un artista de las cartas y e incluso sabía hacer trampas si era necesario.

Cuando Nerea creció enseguida lo hizo también el deseo de Eloy por verla con otros hombres que la introdujo en la trama… y también en su cama. No tenía problema alguno en competir con su hermana por el pene de su papá. Sin ser manca con el coño y con el culo, la niña se destapó como un verdadero prodigio con la lengua. Era un auténtico espectáculo verla trabajándose una buena polla con su pequeña aspiradora bucal.

Dándole una vuelta de tuerca al asunto a veces, si la ocasión lo merecía o si la víctima era demasiado desconfiada tal y como era el caso, Sabrina se sacrificaba por completo durante la primera velada con la promesa al pardillo de turno de que la pequeña la acompañaría en sus actividades sexuales tras la segunda timba.

Eloy tensó aún más la situación.

– ¿Quieres que se lo coma?

Al viejo se le salían los ojos de las órbitas, sudaba como un cerdo y comenzó a babear de manera inconsciente.

– ¡Siiii, joder, sí! ¡Chúpale el coño a esa putita! – gritó como un loco dirigiéndose a Sabrina fuera de sí -. ¡Cómeselo todo! ¡Déjamela limpita y bien lubricada porque luego me la voy a follar toda la noche! Va a dejarme el rabo lleno de sangre tu hermanita… y luego me lo dejarás limpio con tu boca, guarra de mierda…

Sabrina se colocó en posición y sacó la lengua en dirección al sexo de su hermana. Se acercó lentamente temiéndose lo peor dada la aparente indiferencia de Eloy. Pero su papá intervino a tiempo, justo un segundo antes de que el clítoris de su hermana desapareciese en su boca como si fuese un terrón de azúcar.

– Antes tendrás que ganarme. – Dijo dando un golpe en la mesa.

Sabrina se incorporó de un golpe y cerró las piernas de la otra niña tremendamente aliviada. A veces no le quedaba más remedio que tener sexo con Nerea pero era algo que no le gustaba en absoluto, pese a que se le daba bastante bien fingir lo contrario.

– ¡Joder! – Protestó el otro al ver que se esfumaba la posibilidad de contemplar un encuentro incestuoso y lésbico entre dos niñas.
– Chicas, dejadnos solos. Los mayores vamos a jugar. ¿Un whisky?

El contrincante estaba realmente enfadado.

– ¡Jugar, jugar, jugar! ¡Pues claro que vamos a jugar! – Dijo tragándose de un golpe todo el contenido del vaso -. Entérate, gilipollas, me voy a follar a tu niña pequeña aquí mismo, sobre esta mesa, en tus mismísimas narices. Le voy a dar por el coño, por el culo y por la boca hasta que se haga de día, y a la otra malnacida le cagaré esa cara de puerca que tiene para que se vaya acostumbrando a la mierda. Voy a disfrutar un montón con esas dos putas las próximas dos semanas, me van a hacer de oro. Conozco gente con gustos realmente desagradables que pagarán mucho dinero por torturar a esas zorritas.
– La carta más alta reparte…
– Tengo perros, ¿entiendes? – continúo el otro sacando espuma por la boca -. Tengo perros, perros enormes con unas pollas gigantes. Les pondré a tus chicas para que se las chupen y después se las tiren… ¿qué opinas de eso?
– Opino que deberías sacar una carta.
– ¡Que sí, que sí, joder! ¡Mierda!
– Yo gano.
– Reparte de una vez.

Poco a poco el hombre logró serenarse.

– ¿Cómo jugamos?
– Pues como siempre. Tengo algo de dinero… el que me diste ayer por…
– … sí, sí, sí… por tirarte a tu puta, ya recuerdo, no me cuentes tu vida. He venido a follarme a tus hijas no ha escuchar gilipolleces.

La partida discurrió de forma imprevista, al menos para el visitante. Lo que teóricamente iba a ser un paseo triunfal no fue así. Eloy comenzó a ganar más de la cuenta y él a ponerse nervioso hasta el momento fatídico, ese momento en el que observó el ligero movimiento de ojos en el papá de las niñas. Lo había visto un montón de veces el día anterior, cuando su contrincante se estaba marcando un farol. Algo casi imperceptible para la mayoría de jugadores pero no para él, un experto dominador del juego del póker. Al menos en esa consideración se tenía.

– Voy con todo. – Dijo Eloy con voz firme colocando todo su dinero sobre el tapete.

Como su adversario no contestaba, hizo ademan de recoger sus ganancias tremendamente feliz pero el otro le interrumpió.

– Lo veo con todo también.

Al más joven le cambió la cara.

– Pe… pero…
– He dicho que lo veo.
– Bueno… yo,… yo…
– Yo tengo tres jotas, tres maravillosas y relucientes jotas ¿Y tú qué tienes?

Eloy se quedó mirando las cartas de su adversario como estupefacto.

– Yo te voy a decir lo que tienes…. “N”, “A”, “D”, “A”. ¡No tienes una mierda en esas jodidas cartas! – Dijo exultante en medio de una sonora risotada.

Ya no podía resistirse más así que se levantó de su asiento y comenzó a soltarse la hebilla del cinturón sin dejar de reír.

– Ni casa, ni coche, ni dinero… ni suerte. Por no tener ya no tienes ni hijas durante dos semanas… son mías… y de mi polla.

Con la intención de ir a buscar su botín hizo ademán de dirigirse hacia la habitación donde las niñas se habían encerrado cuando escuchó la voz de Eloy:

– Ases.
– ¿Ases? ¿Qué tonterías estás diciendo?
– Digo que tengo ases.
– ¿Qué?
– Sí… ases, tres concretamente. He… he ganado.

A Enrique Mendoza se le nubló la mirada, su pulso se había acelerado mucho más de lo debido viendo aquellos naipes traicioneros que le habían privado de la que iba a ser sin duda una noche memorable. No daba crédito a lo que le mostraban sus ojos.

Como en una nube se vio en un instante fuera del paraíso con simplemente un par de billetes en la mano y una cara de bobo que tardaría mucho tiempo en borrar de su rostro:

– “Cómprales algo bonito a tus niñas gordas y bigotudas. Ya sabes… lencería fina, medias de encaje, zapatos de aguja… esas cosas. Y luego, si te apetece… te las follas…”

Le había dicho Eloy justo antes de dárselos con una sonrisa burlona en la cara.

Eloy no perdió el tiempo. En cuanto su enésima víctima se fue, desplumado y sin follar, se dirigió como una exhalación al cuarto de las niñas. Estas ya estaban listas, vestidas con ropas oscuras y calzado deportivo. Lo habían recogido todo sin dejar pista alguna de su identidad o su destino. No tardaron ni dos minutos en abandonar el apartamento. Utilizaron la escalera de incendios ante la previsión de que el estafado no estuviese conforme con lo ocurrido y se le ocurriese la genial idea de ir a buscar refuerzos.

– ¡Vamos, vamos, vamos! ¡Deprisa, niñas!
– ¡No deberías haberle provocado así! ¿Para qué narices le dices eso de sus hijas? ¿Estás loco? ¿En qué pensabas?
– Es que ya me estaba tocando los cojones el gilipollas ese.

Al llegar a la calle un coche oscuro de alta gama y con las lunas tintadas les estaba esperando en marcha. Entraron en él a toda prisa, el adulto se sentó en el asiento del copiloto y las niñas detrás. El vehículo salió echando humo por los neumáticos perdiéndose en el tráfico de la ciudad. Evaristo conducía y el otro compinche, el gigantón superdotado ocupaba el asiento trasero entre las dos chicas. Cuando abandonaron la población y comprobaron que no les seguían el ambiente se relajó. Fue entonces cuando el conductor hizo la pregunta de rigor:

– ¿Qué tal ha ido?
– Perfecto, como siempre.
– ¡Guau! Cien mil… a repartir entre tres…
– Entre cinco, gilipollas – Apuntó Sabrina muy enfadada -. Y hay que descontar los gastos…

La niña era un prodigio no sólo en la cama sino también con los números.

– ¿Nerea también cuenta?
– ¡Por supuesto! Hace mucho más que tú, inútil.
– Sabrina, esa boca… - intervino Eloy
– ¡Es que me saca de los nervios! – gritó la muchacha y dándole un cachete en el hombro a su acompañante le reprendió - : Y tú, gilipollas. Te he dicho mil veces que no me la metas tan adentro por el culo, que se nota mucho que puedo con tu polla, ¡joder!, por poco la cagamos por tu culpa, subnormal…
– Ya es suficiente.

Sabrina intentó calmar su enojo manejando su I-pone.

– Y hablando de bocas… Nerea, cariño… ¿Te importa? – Dijo Eloy manipulando el espejo retrovisor del vehículo.

A través de él pudo ver cómo la niña acariciaba el paquete de uno de sus socios con sus manitas, le bajaba la cremallera y sacando a la luz tan majestuoso cipote acercó a él su cara esperando el momento en el que ponerse en acción.

– ¡Ya estamos! - Protestó Sabrina visiblemente molesta y celosa por no haber sido ella la elegida por su padre -. ¡Si no tiene ni idea de cómo se hace! Lo va a dejar todo perdido de semen….

Pero nadie le hizo caso. Eloy también desenfundó el arma. Cuando su mirada se cruzó con la de su hija pequeña gracias al espejo simplemente dijo con naturalidad:

– Ya puedes empezar, cariño.

Y mientras el coche volaba por la autopista en dirección a su nuevo objetivo el profesional del juego se masturbaba contemplando cómo su hija pequeña hacía diabluras con una enorme verga en su boca.

En pleno éxtasis sexual Eloy pensó en su próximo golpe: un conocidísimo productor de cine para adultos, afincado en Madrid, que gustaba de utilizar actrices muy jóvenes para su lucrativo negocio paralelo de pornografía ilegal extrema. Se decía que eran películas realmente duras y salvajes donde las jóvenes actrices sufrían todo tipo de violaciones, vejaciones y abusos producidos tanto por seres humanos como por animales de todo tipo.

A Eloy volvió a rondarle por la cabeza la idea que llevaba un tiempo sopesando mientras veía a Nerea jugueteando con el cipote:

Quizás había llegado el momento de… perder de nuevo.









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