"LA ÚLTIMA VEZ (2ª Parte)" por KamataruK


Capítulo 4



– ¡Eres un imbécil! – Gritó por enésima vez Óscar a su amigo paseando de un lado para otro en su despacho.

– Lo sé…

– Cuando ordeno algo quiero que se haga, y más aún en mi barco.

– ¡Que sí, que sí! Ya te he dicho mil veces que lo siento. ¿Qué quieres que haga? ¿Qué me arranque los ojos?

– ¡No me des ideas…!

Luis sonrió. Sabía que su amigo tenía mal genio pero no hasta ese punto. Al menos eso quiso pensar.

– Venga… confiesa… ¿qué te pareció la pequeña Zoe? Increíble, ¿eh?

– Es… – dijo Óscar intentando buscar una palabra que describiese las habilidades orales de Zoe – espectacular…

– Un prodigio con la boca, te lo dije. ¿No es cierto? Lo lleva haciendo desde muy pequeñita.

– ¿E… en serio?

– Te lo juro. Ha tragado más litros de esperma que de leche materna, eso puedo asegurártelo.

– Es muy amable, y muy guapa…

El más joven sonrió y apurando su vaso de whisky escocés sentenció:

– Y muy zorra…

Óscar se lo pensó un poco pero finalmente asintió:

– Sí, eso también.

– Pues cuando pruebes su culito… te vas a morir de gusto.

– ¿Su… su… culito?

– ¡Pues claro, bobo! Se la metí hasta la empuñadura ese mismo día, en cuanto llegamos a puerto. Tu mal genio me vino estupendamente. Susan no quiere perderte, ya te lo he dicho. Sabe que el único nexo entre ellas y tú soy yo así que jugó fuerte, me puso a la niña como cebo y yo… me lo tragué todo, nunca mejor dicho. Pasamos la noche los tres en mi apartamento discreto del centro. Todavía me duelen los huevos sólo con recordarlo.

– ¡Cabronazo!

– ¿Qué quieres que te diga? Hay que aprovechar las ocasiones, como siempre dices.

El anfitrión apretó los puños. No era la primera vez que su ímpetu le había hecho perder un buen negocio y el trasero de Zoe lo era, sin ninguna duda.

– Lo tiene apretadito, apretadito. Aguantó como una auténtica profesional: ni una mala cara, ni un mal gesto y… todo para dentro. Susan la tiene bien entrenada eso hay que reconocerlo. Da igual lo que le hagas, jamás desaparece de su cara esa angelical sonrisa.

– Entiendo, entiendo… – Apuntó Óscar apurando su bebida.

– Si no hubieses sido tan imbécil el otro día tú mismo lo hubieses comprobado pero te comportaste como un niño malcriado y ya conoces las consecuencias.

– ¡Sí, si… ya sé! ¡Joder si eres pesado! ¡Te pareces a mi primera mujer!

– ¡Pero no te enfades, hombre! Esa potrilla será tuya tarde o temprano, no lo dudes. Susan se muere de ganas por ser tu próxima ex mujer… te lo aseguro.

El otro hombre dejó de caminar.

– ¿Tú crees que podrías concertar otra cita?

– ¡Je, je, je! Sabía que repetirías. Dalo por hecho.

– Genial.

– ¿Los cuatro?

– No. Solos Zoe y yo.

– Imposible. Donde va la hija, va la madre y… ¿no pretenderás dejarme fuera, verdad?

Óscar no contestó.

– ¡Cabrón! – Dijo Luis torciendo el gesto al verse apartado de la orgía –. ¿Y si me da por no decirle nada a Susan, amigo?

– ¿Y si me da por mandarle a tu mujer tus fotos chupándosela a ese travesti con el que te ves todos los martes por la tarde? O aún mejor a tu suegro ¿Qué crees que pasaría entonces… amigo?

Al hombre le cambió la cara y comenzó a temblar.

– ¿Qué sucede? ¿Crees que no lo sabía? Si no lo sabe todo el mundo es solamente porque a mí no me da la gana. Tú y tu estúpida manía de hacer fotos. Te dije que eso no era buena idea… amigo. Ese maricón no es nada discreto. Me he tomado la libertad de mandarlo de nuevo a Cuba y de persuadirle de que ni se le ocurra volver por aquí.

– Gra… gracias. – Apuntó el otro a punto de desmayarse.

– De nada… amigo. Y ahora que ya están las cosas claras… ¿qué quiere esa vieja puta a cambio del culo de su…? Espera, ¿cómo la llamó?... ¡Ah, sí!: su zorrita.

– – – – – – –

El maletero de la limusina estaba atestado de paquetes: ropa, bolsos, perfumes y relojes de la más alta gama… había prácticamente de todo. Mientras transitaban por la Gran Manzana la niña se dejaba acariciar la pierna, sólo con eso y su mejor sonrisa conseguía de Óscar todo lo que quería. En realidad compraban lo que su mamá quería, la mayoría de aquellos valiosos objetos terminarían siendo para ella.

Cuando el vehículo enfiló la Quinta Avenida la mujer exclamó:

– ¡Mira Zoe… Cartier!

– ¿Qué?

– ¡Cartier!

La niña dio un respingo al reconocer ese nombre. Era uno de los primeros en la lista de prioridades de su mamá. Zoe una actriz pésima, pero aun así intentó parecer natural al preguntar:

– ¿Cartier? ¿Qué es ese lugar, Óscar?

Óscar recogió el guante. No era tonto, sabía que todo aquello no era más que una pantomima pero siguió con el juego, incluso le pareció divertido.

– Dicen que es la mejor joyería del mundo.

– ¿De verdad?

– ¿Quieres verla antes de ir al hotel

– ¡Me encantaría!

Susan casi llegó al orgasmo al entrar en aquel templo del lujo y del glamur. Se le iban los ojos a un lado y a otro y en cada rincón encontraba algo por lo que llegaría a matar por tener en su caja fuerte. Mojó su ropa interior cuando vio a su pequeña niña luciendo una extraordinaria gargantilla de oro y brillantes y más todavía cuando Óscar sacó su chequera y la dependienta la colocó en su caja original. Ella recibió como presente un conjunto de anillos y pendientes algo más modestos pero también espectaculares.

Pero lo que casi llevó a Susan a entrar en un estado catatónico fue cuando el enorme Rols– Royce Phantom negro les condujo hasta la entrada del hotel Four Seasons, en pleno Manhattan. Había soñado mil veces con contemplar la fachada de aquel paraíso en la tierra y por fin estaba a punto de alojarse en él durante un fin de semana.

Oscar había estado allí tantas veces que incluso le aburría, sólo tenía ojos para la más joven de sus acompañantes: sólo ella podía sacarle de su anodina rutina. Por eso se dio cuenta de que Zoe, al contrario de su mamá, no alzaba la mirada para contemplar la soberbia fachada de aquel monumental edificio. Los vivarachos ojos azules de la niña estaban clavados en un mugriento vendedor ambulante de color, con los que en su día sería un uniforme militar y una sucia insignia en la solapa; un hippie con los pies descalzos que deambulaba de aquí para allá enseñando su mercancía a gente adinerada que ni siquiera se dignaba a mirarle. La niña se acercó tanto que el hombre le mostró las bagatelas al tiempo que le hablaba de manera atropellada. Zoe no entendía nada, su inglés no era lo suficientemente fluido como para comprender su gutural acento sureño.

– Dice que tienes unos ojos preciosos y que si quieres algo, te lo regala. – Apuntó Óscar sacándola del apuro.

– ¡No… no! ¡Yo no…!

– ¡Qué va a querer ella de ese negro pulgoso! – Espetó Susan con desprecio.

– Cuidado con lo que dices, querida. Ese… negro pulgoso como tú le llamas es un veterano de guerra, ¿ves la condecoración? No es nada fácil conseguirla. Aquí, a pesar de su aspecto, se les respeta mucho.

La mujer torció el gesto como una niña malcriada. Odiaba que la pusieran en ridículo de aquel modo.

El veterano insistió.

– Venga, Zoe. Si no elijes algo se lo tomará mal.

– Me… me quedaré con ese collar. ¿Puedo? – Dijo la joven señalando uno de tonos azulados.

– “Sí, señorrrita” – Le contestó el hombre en un rudimentario español, sonriendo mientras le ayudaba a la muchacha a colocárselo –. “Ser como sus ohos…”

– ¡Increíble! – Murmuró la madre girando la cabeza muy enfadada.

No lograba comprender cómo era posible que Zoe mostrase más entusiasmo por aquel repugnante colgante que por la increíble joya que Óscar le había comprado.

– Te queda muy bien, Zoe.

– Gracias, Óscar.

El vendedor se alejó de ellos muy contento, con los cien dólares de propina que le dio el magnate podría comprarse alcohol para varios días.

Bastó entrar en el hall del hotel para que a Susan se le pasase el enfado y más aún cuando un estirado Gerente de Atención al Huésped se dirigió a ellos y, sin necesidad identificarse siquiera, les condujo directamente hacia uno de los ascensores reservados para los clientes más exclusivos.

– ¿A… a qué piso vamos? – Preguntó Zoe intrigada al ver que los numeritos indicadores no dejaban de subir.

– Vamos a la planta cincuenta y dos, arriba del todo.

– ¡Oh, Dios mío! – exclamó Susan a punto de experimentar un orgasmo –. ¿Vamos… vamos al ático?

La pelirroja sabía que las suites más exclusivas del establecimiento se encontraban en ese nivel.

– ¡Exacto! – Rió Óscar muy divertido al ver el efecto que la opulencia y el lujo desmedido tenía en la caza maridos.

– Fifty– second floor – Dijo el estirado empleado del hotel – . Ty Warner Penthouse Suite .

La mujer tuvo que apoyarse en su hija para no desmayarse cuando entraron en la habitación. Óscar sonreía de oreja a oreja y la pequeña Zoe no entendía nada de nada. Mientras el empresario agradecía cortésmente las atenciones del asistente la niña preguntó en voz baja:

– ¿Qué pasa, mami? Te veo súper alterada.

– ¿Sabes dónde estamos?

– Ni… ni idea.

– ¡En uno de los sitios más exclusivos del planeta!

– Ya veo – Exclamó la niña sin mostrar mucho interés.

– ¡Estúpida! ¿Sabes cuánto cuesta esto, zorrita? – Dijo la mujer cuando pudo recobrar el aliento

– ¿A… a qué te refieres?

– ¡A esta habitación! ¿Tienes idea de lo que cuesta?

– N… no.

– ¡Más de cuarenta mil dólares!

– ¿Cuarenta mil? ¿Al mes? Eso es mucho, ¿no?

– ¿Pero qué dices, pava? ¡Por noche!

– ¿Qué?

– ¿¡Cuarenta mil dólares por una noche!?

Zoe no salía de su asombro.

– ¡Exacto! Sólo espero que no lo estropees todo, como con el Jeque árabe.

– ¡Joder, ya estás otra vez con esa mierda!

– Pues eso… no la cagues esta vez para variar.

Zoe bajó la mirada muy apesadumbrada, recordando lo sucedido en el palacio de aquel pervertido podrido de petróleo. Ella no tenía problemas a la hora de mantener relaciones sexuales con adultos, ni con hombres ni con mujeres, pero lamerle el cipote a un caballo a medias con su mamá simplemente la superó; no pudo hacerlo y eso echó al traste las enormes expectativas de negocio de Susan.

– ¿Me oyes, niña tonta?

– ¡Que sí, pesada! ¡Hostia puta, no te preocupes, no volverá a suceder! – Exclamó Zoe mostrando su hartazgo.

– Eso espero…

– ¿Qué tal, chicas? ¿os gusta la habitación? – Intervino Óscar acercándose a las hermosas hembras.

– ¡Óscar, es magnífica! – Exclamó Susan muy alterada.

– ¿A ti te gusta, Zoe?

– Es… es muy bonita.– Apuntó la lolita con la mejor de sus sonrisas.

– ¿Bonita? ¿Sólo bonita? – Le indicó su madre haciéndole notar su falta de entusiasmo – ¡Es espectacular! ¿Sabes cuánto cuesta esa cama? ¡Más de cien mil dólares! ¿Puedes creerlo? Esa botella de coñac vale casi tres mil.

Zoe miraba el mueble con cierto escepticismo ya que no era muy consciente de lo que significaban aquellas cantidades mientras su mamá no dejaba de valorar todas y cada una de las excentricidades que poblaban cada rincón de aquella suntuosa suite. Parecía una tasadora de seguros en lugar de una huésped dispuesta a relajarse y disfrutar de todo aquel lujo.

– En realidad, es un poco dura para mi gusto. – Le dijo en hombre al oído de Zoe.

El comentario rebajó la tensión y logró su objetivo: que la niña sacase a relucir su dulce risa.

– A mí lo que sin duda más me gusta es lo que no cuesta dinero, por ejemplo las vistas, ¿no te parece, Zoe? – Dijo él tomándola del brazo.

En ningún momento dedicó atención alguna a la madre, se centró en exclusiva en Zoe, mostrándole la vista panorámica de la ciudad mientras le acariciaba el cuello.

– ¡Sí, son preciosas!

– Eso de ahí es Central Park, eso de ahí es el Empire State Building…

Poco a poco, a la vez que él le enumeraba los increíbles lugares que podían divisarse desde aquella lujosísima atalaya, su mano iba descendiendo por la espalda de Zoe. Ella, experta en las distancias cortas y advertida por su madre, no se separó de Óscar ni un milímetro, ni siquiera cuando la manaza del adulto comenzó a sobarle el culito.

– Ha sido un día intenso, un viaje muy largo… ¿te apetece tomar un baño antes de ir a cenar? –

– Va… vale. – Balbuceó la joven.

– ¿Por qué no tomamos uno… los tres? – Apuntó Susan no queriendo perder comba – . Tiene que ser increíble hacerlo en esa bañera.

Momentos más tarde, con el extraordinario skyline de la ciudad de Nueva York al fondo, Zoe no paraba de gemir. En realidad la lolita no veía nada ya que permanecía sentada sobre el borde de la bañera, con los párpados cerrados y las piernas muy abiertas. Desnuda, se dejaba lamer el coño por las bocas de los dos adultos. Las curtidas lenguas se turnaban en explorar su sexo, extendiendo sus babas por todos y cada uno de los recovecos de su intimidad pueril. Cada una tenía su estilo a la hora de darle placer. Su mamá conocía muy bien el terreno y utilizaba la punta de su apéndice bucal para martillear de manera incesante su pequeño clítoris. Óscar, en cambio, utilizaba un método mucho más rudimentario pero no por ello menos excitante: proporcionaba severos lametones a la intimidad de la niña que ascendían desde prácticamente el ano de Zoe, recorrían la totalidad de su coño y terminaban castigando su minúsculo botoncito de placer.

– ¡Ahg! – Gemía la pequeña a cada arremetida del sesentón.

De repente Susan abandonó la bañera y dando saltitos fue en busca de algo. A Óscar se le iluminaron los ojos cuando volvió, no le costó nada adivinar sus intenciones.

– ¡Ábreselo! – Ordenó Susan duramente.

Un hombre de su posición y su carisma estaba acostumbrado a mandar, a llevar las riendas de todo lo que hacía pero no le importó ceder el testigo a Susan. Con la polla erecta y el sabor del coño infantil en sus labios no podía pensar con suficiente claridad. Algo en su interior le decía que obedeciendo a la mujer lo pasaría muy bien. Por una vez en su vida se limitó a actuar y a disfrutar del momento. En su madurez, el cuerpecito a medio hacer de Zoe le estaba devolviendo la vida.

Zoe chilló algo más de lo habitual al notar como aquellas manos maduras separaban los labios de su vulva con la delicadeza propia de un adolescente primerizo. De inmediato se sintió mojada y olió un fuerte olor a alcohol a su alrededor. Al abrir los ojos contempló a su madre vertiendo sobres sus senos el valioso coñac exclusivo de la suite que, en modo de cascada, descendía a lo largo de su vientre plano y, tras anegar su ombligo, se perdía en su ingle, mojando su sexo.

– ¡Bébetelo!

Óscar no se lo pensó dos veces, había catado el licor infinidad de ocasiones pero jamás en una copa tan apetecible y delicada. Pegó sus labios a la intimidad de Zoe y no se separó de ella ni un milímetro. Tenía un objetivo claro: paladear el alcoholizado néctar íntimo de la niña cuanto antes.

Susan ni siquiera intentó reclamar su turno. No le interesaba lo más mínimo. El sexo de Zoe no tenía secretos para ella y había bebido su flujo infinidad de veces. El numerito del incesto lésbico era un clásico en su repertorio, le había proporcionado considerables ingresos en su cuenta corriente y escalar puestos en la alta sociedad a la que pretendía pertenecer. Prefería que el ricachón se viciase con el sabor de la niña, su objetivo no era otro que se convirtiera en una droga para el hombre y que no se desenganchara jamás de ella.

No obstante, Susan no quiso perder la oportunidad de probar la exquisita bebida. Por descuido había vertido la totalidad del licor sobre Zoe y no le quedaba nada en la botella. Ni corta ni perezosa, procedió a lamerle los pechos a su primogénita, cosa que terminó por destrozar la débil resistencia de la niña. Dos lenguas expertas recorriendo su cuerpo de manera simultánea fueron demasiado para ella.

– ¡No… no….! ¡Parad…!– Gritó la lolita.

Pero ni el hombre ni su mamá le hicieron caso, absortos como estaban el sorber los jugos que bañaban su cuerpo.

La calentura de Zoe llegó a tal punto de ebullición que no pudo contenerse. Su entraña se comprimió una y otra vez, y los espasmos tuvieron como consecuencia una tremenda explosión. Lo echó todo… incluso más de lo debido.

Al torrente de babas que emergió primero le siguió otro de orina después.

Óscar no tuvo opción de apartarse. El chorro del fétido líquido hizo diana justo en su rostro, llenando su boca de orina.

– ¡Oh… Dios mío! – Exclamó Susan al ver el lamentable estado del más prometedor de sus proyecto – ¡ZOEEEE!

Se le vino el mundo encima y comenzó a temblar como un flan. Su mente evocó de inmediato el estallido de ira que su anfitrión sufrió en el yate de su propiedad. Quiso asesinar a Zoe, pensó que su estúpida niña lo había estropeado todo de nuevo.

Su corazón volvió a latir sólo cuando escuchó la risa del hombretón. ´

– ¡Este trago no me lo esperaba!

– Yo… yo... lo siento… – trató de disculparse Zoe.

– No te preocupes…

La adolescente se tapó la cara avergonzada y comenzó a llorar.

– ¡Zoe, Zoe! – le dijo el hombre en tono conciliador, intentando consolarla sin conseguir contener la risa – No pasa nada, no pasa nada…

– Se… se me escapó…

– Lo sé, lo sé… no pasa nada…

El hombre se incorporó y tuvo un gesto paternal con la chiquilla, abrazándola tiernamente.

– Pero yo… yo no…

– Lo sé, no importa. – Repitió él una y otra vez, dándole besitos en la cabeza.

– Pe… pero…

– No pasa nada… a mí… me gusta eso, Zoe.

Susan abrió los ojos como platos. Se jactaba de conocer a los hombres y estaba curada de espantos pero jamás hubiera adivinado que a Óscar le gustase tales prácticas sexuales. Lo veía más como un macho dominante en la cama con gustos tradicionales.

– ¿Te… te gusta que te haga pipí encima?

El hombre se ruborizó un poco, no estaba acostumbrado a revelar sus secretos más íntimos a terceras personas. Hacía tiempo que quería cumplir aquella fantasía pero su enfermiza obsesión por la discreción siempre se lo había impedido. Con Zoe se sentía muy a gusto, tanto que ni siquiera la molesta presencia de Susan le importaba.

– Exacto.

– Entonces, ¿no estás enfadado?

– Para nada. Estoy encantado. Es más, me gustaría pedirte un favor.

– ¿Un favor?

– Sí. De hecho me gustaría… que lo hicieses otra vez.

La niña lo miraba estupefacta, había hecho muchas cosas pero nunca algo parecido.

– ¿En serio?

– ¿Crees que podrás hacerlo de nuevo?

Zoe dudó su respuesta pero al ver el entusiasmo de su madre comenzó a asentir con la cabeza. El hombre volvió a arrodillarse y, tras acercar de nuevo su rostro a la entrepierna de la joven, le suplicó:

– Hazlo, por favor.

Zoe respiró profundamente.

– No, no sale.

– Tranquila, relájate…

– ¡No seas estúpida…!

– ¡Silencio! – Replicó Óscar muy molesto con Susan por meterse donde no le llamaban.

No quería que nada ni nadie estropeasen aquel momento mágico. Óscar recordó algo, un viejo truco, una gamberrada que hacía de niño a su hermano pequeño. Accionó el grifo y con el sonido del agua Zoe se relajó. De su interior comenzó a brotar un pequeño hilito de líquido amarillo esta vez de forma voluntaria. Curiosa, miró con extrañeza cómo el chorrito caía entre los labios del adulto y éste paladeaba su pipí con igual o mayor deleite que el coñac más exclusivo del mundo.

Susan hubiera dado un brazo por poder tener a mano una cámara: una instantánea de Óscar Fernández bebiendo la orina de una niña valía no mucho sino muchísimo dinero. Aún así, su mente calculadora no dejaba de elucubrar nuevas formas de engatusar al rico potentado, sólo así podría justificarse que se animara a subir la apuesta hasta niveles insospechados.

– ¿Quieres que lo haga ella? – Dijo la mujer sin dudar.

La niña miró a su mamá aterrada, su micción cesó de repente; no daba crédito a lo que había escuchado. Óscar, estupefacto, dejó de lamer el sexo infantil por un instante.

– ¿Quieres decir que… ella?

– Exacto. Dime Óscar, ¿quieres que mi pequeña Zoe se beba tu pipí?

Como respuesta, el hombre se incorporó lentamente. La niña, una vez más, se quedó paralizada. Impotente, vio como su propia mamá la conminaba a arrodillarse en la bañera de la suite más exclusiva de Nueva York, le abría la boca con una mano mientras sostenía el miembro viril del adulto a unos pocos centímetros de su cara.

– No me falles. – Le susurró a la chiquilla al oído.

Luego, dirigiéndose al hombre le animó para que consumase su fantasía:

– Toda tuya…

Los ojos de Zoe y los de Óscar permanecieron conectados durante el trasvase de fluidos. La capacidad bucal de la chiquilla no dio de sí y buena parte de la orina rebosó sus labios y cayó sobre su torso desnudo. El hombre estaba extasiado contemplando la lengua de la niña buceando bajo el líquido amarillento. Ni siquiera se percató de que ella no paraba de temblar y que de sus maravillosos ojos azules brotaban lágrimas que intentaban inútilmente minimizar su asco.

Aun así Susan no estaba conforme y quiso dar el golpe de gracia.

– ¡Trágatelo! .– Ordenó a su hija.

Cuando Óscar vio desaparecer el pipí a través de la garganta de Zoe no pudo resistirse más. Agarrando a la niña de la cabeza le metió el pene por la boca y no dejó de moverse espasmódicamente hasta obtuvo el placer que buscaba y eyaculó en ella. La trató igual o peor que a las experimentadas prostitutas a las que solía acudir para aliviarse.

Cuando todo terminó, Zoe cayó en la bañera y, echa un ovillo, permaneció en ella llorando con la cabeza entre las piernas. Óscar, por primera vez en mucho tiempo, se sintió avergonzado de sus actos impulsivos y, en un gesto cobarde, abandonó la bañera sin interesarse por el estado de la niña.

Susan, por su parte, se mostró totalmente indiferente por lo sucedido e, ignorando el llanto de su hija, dijo:

– Tengo hambre. ¿Dónde vamos a cenar?



Capítulo 5



– ¿Disney World? ¡Qué ordinariez! – Protestó Susan.

– ¡Síiiii! – Exclamó Zoe.

Su chillido fue audible en todo el comedor. Tanto que varios de los comensales no pudieron evitar una mirada de reproche hacia la jovencita. El local era el más exclusivo y selecto de Madrid, en él no estaban acostumbrados a salidas de tono como los de la chiquilla. Conseguir una mesa allí costaba semanas, por no decir meses a no ser que poseyeras los contactos de Óscar Fernández.

– ¡Psssss! ¡Calla, loca! – Le corrigió su madre, bastante molesta por la actitud infantil de la joven.

Zoe no cabía en sí de gozo. Más allá del maquillaje, la sombra de ojos, los labios pintados y las joyas que su nuevo amante le había regalado no era más que una chiquilla cualquiera. Se retorcía como una anguila en su silla, tango que su cortísima minifalda a punto estaba de descubrir su secreto. Su mamá había insistido en que se la pusiese, la mujer no perdía ocasión de exhibir a su hija delante de su acaudalado benefactor.

– No me puedo creer que no hayas estado nunca. ¿En serio?

– Nunca.

– ¿Ni siquiera en París?

– No… a mamá no le gustan esos sitios. – Dijo ella bajando la mirada.

– Son lugares sucios, llenos de gente, de niños molestos, ruidos, colas. Una vez me llevaron a uno y salí de allí horrorizada… ¡Qué calor!

– Iremos a Orlando; una semana o las que haga falta.

– ¡Siiiiii!

– ¡Pssssss! – Sopló alguien desde el fondo del comedor.

– Colas, colas y más colas…

– No habrá colas, te lo prometo.

– ¿Y no podríamos ir a otro sitio? ¿yo pensé que íbamos a tu isla privada en las Seychelles?

Óscar torció el gesto. Sin duda su amigo Luis se había ido de nuevo de la lengua. Sólo unos pocos privilegiados como él conocían la existencia de su lujoso nidito de placer en el Océano Índico. Su malestar duró poco, la cara de Zoe expresaba una felicidad tan grande que era imposible estar de mal humor a su lado.

– No. Iremos a Walt Disney World Resort... Orlando nos espera.

– ¿Y cuándo salimos?

– En cuanto pasemos por vuestra casa a recoger el equipaje. El avión nos está aguardando.

– Pero… ¿y si no hubiésemos estado de acuerdo con tus planes?

Óscar ni se planteó contestar a semejante impertinencia. Apenas hacía caso a la mujer. Soportaba la presencia de Susan como un mal menor, sólo la felicidad de su hija le importaba. Hora y media más tarde uno de los jets privados del empresario enfilaba la pista de despegue del Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid– Barajas.

En algún punto indeterminado, mientras sobrevolaban el atlántico, el hombre sintió una mano en su paquete. Zoe seguía dormida sobre su hombro, había sido un día intenso y había sucumbido al cansancio así que sólo quedaba una posibilidad ya que el personal de cabina estaba en su departamento.

– ¿De verdad no te apetece? – Susurró Susan herida en su ego al notar cómo su mano era separada del comprometido lugar donde la había colocado.

– Déjalo, estoy cansado.

– Si fuese ella… seguro que te apetecería. – Dijo ella volviendo a la carga muerta de celos.

– He dicho que estoy cansado. – Apuntó el hombre repitiendo la maniobra evasiva.

Susan no pudo disimular su enfado, no soportaba ser rechazada una y otra vez por aquel viejo presuntuoso.

– ¿Quieres que despierte a la niña para que te la chupe? – preguntó muy molesta, olvidando sus refinados modales – Seguro que a esa zorrita le encantaría hacerlo. Está muy entusiasmada contigo, te tiene en un pedestal: “Óscar esto”, “Óscar lo otro”. Óscar, Óscar… siempre Óscar…

El hombre estuvo a punto de sucumbir a de nuevo a la tentación pero el profundo respirar de Zoe sobre su hombro le conmovió.

– No. Déjala dormir. No me apetece, de verdad. Mañana será un día muy largo, ya habrá tiempo para eso.

– Vale, como quieras. – Apuntó Susan con mal fingida indiferencia.

Se incorporó del suelo, ocupó su lugar en la cabina y, tras colocarse los auriculares, apretó los puños con tal fuerza que hizo trizas la manicura de varias de sus uñas.

*******

– Aquí los atascos son tremendos, tardaremos horas en llegar al hotel y de allí al parque, será aun peor.

– Tranquila, Susan. Nos alojaremos en el mismo parque de atracciones, una vez allí los desplazamientos son mínimos.

– ¡En serio, genial! – Exclamó Zoe colgada literalmente del brazo del empresario.

– ¡Qué ordinariez!

– ¡Me encanta, Óscar!

– Aun así tardaremos un mundo en llegar…

– Si tú lo dices. – Murmuró él bastante harto de la constante negatividad de la mamá.

Zoe en cambio era un manojo de nervios, no paraba de reír. El sueño reparador le había sentado estupendamente y vestía ropas propias de una jovencita de su edad: zapatillas deportivas, camiseta de tirantes y vaqueritos cortos ajustados de manera graciosa que dejaba ver el inicio de sus glúteos redonditos siguiendo la moda del momento. Por una vez su vestimenta distaba mucho del sofisticado aspecto de su mamá que ni en esa ocasión quiso prescindir ni de sus joyas ni de su bolso Louis Vuitton.

– Yo… yo ahí no me subo… – Dijo Susan al ver el medio de transporte elegido por Óscar para escapar del aeropuerto.

– Pero… ¿por qué, mami? ¡Es genial!

– Nu… nunca he subido en uno de esos. Siempre me han dado mucho miedo. Parece peligroso.

– ¡Tonterías!

– ¡Pero mamá, será súper divertido volar en helicóptero!

La mujer negaba con la cabeza.

– Puedes ir en taxi hasta allí pero Zoe y yo nos vamos volando. ¡Disneyword nos espera!

– ¡Siiiii! – Exclamó la niña muy alterada.

– No, no… – repuso la mujer – . Yo voy con vosotros.

– Pero… ¿y el piloto?

– Lo tienes delante.

– ¿Qué?

– ¿Tú pilotas, Óscar? – Preguntó

– ¡Por Dios!

– Hay muchas cosas que no sabes de mí, princesa. – Rió el hombre acariciando la naricita de la chiquilla.

La cara de Susan fue todo un poema durante el vuelo. Le faltaban manos para agarrarse al aparato pesar de que Óscar se reveló como un excelente piloto de helicóptero. Por el contrario su hija estaba encantada, miraba de aquí para allá curiosa y en cada rincón descubría algo que la entusiasmaba. La madre quiso protestar pero lo único que consiguió fue que el avezado piloto alargase la travesía más de lo necesario con alguna que otra maniobra tan arriesgada como innecesaria.

Sólo cuando tomaron tierra la estirada señora dejó de rezar y no besó el suelo del helipuerto del complejo turístico porque su estómago no hubiese soportado otro movimiento brusco: estaba mareada como un pato.

– ¡Voy a morir! – Gimoteaba como una niña dando tumbos por el pasillo del hotel.

– Venga, mami. ¡Mira qué bonito es todo! – Apuntó Zoe contemplando la ambientación infantil y colorista del establecimiento hotelero.

Indispuesta y derrotada, la caprichosa señora se tumbó en la cama de la suite y exclamó mientras se quitaba los zapatos:

– ¡De aquí no me muevo ni aunque me maten! ¡Por Dios, qué tortura!

– Pero mamá, ¡yo quiero ir al parque ya! ¡Hay miles de cosas por ver!

– Mañana, hija, mañana. Hoy estoy destrozada…

– Susan, eres tremendamente aburrida. ¿Cómo pretendes que estemos aquí encerrados todo el día?

– Tuya fue la genial idea de traernos a este agujero lleno de niños ruidosos con esa estúpida máquina infernal.

– ¡Pero yo quiero ir!

– Susan, por favor…

– ¡Que levante la mano quien quiera ir! – Gritó Zoe.

El resultado de la votación estaba cantado de antemano.

– Dos contra… ninguna…

– ¡Sois unos pesados! Id vosotros pero a mi dejadme tranquila. Todo me da vueltas…

Susan se percató de su error cuando su estómago comenzó a apaciguarse, unos cuantos minutos después, acostada en la penumbra de su habitación.

– ¡Mierda! – Murmuró incorporándose de un salto.

Cometió la estupidez de buscar la singular pareja por el pasillo pero como era lógico habían volado.

– ¡Mierda! – Repitió colocándose los zapatos y los pendientes de manera atropellada.

Pero cuando de verdad se alarmó fue al comprobar que el teléfono móvil de Óscar estaba apagado.

– ¡Cabrón hijo de puta! – Gritó destrozando su celular contra la pared.

Susan no se fiaba en absoluto de Óscar, conocía su bien ganada fama de ser un hombre que conseguía todo lo que se proponía y no quería dejarle a solas bajo ningún concepto con Zoe. El cebo para pescarle se escondía en la entrepierna de la ninfa y si lo mordía demasiado pronto, antes de firmar papeles, corría el riesgo de que la captura resultase fallida.

Anteponer su interés inmediato al de la causa final le había jugado una mala pasada. Sólo le quedaba la esperanza de que su hija fuese lo suficientemente lista como para salir airosa de la situación, no era la primera vez que jugaba con fuego.



*****

– ¿Lo pasas bien, Zoe?

– Sí, Óscar. ¡Esto es maravilloso! – La niña estaba exultante ante tantos estímulos.

El adulto en cambio sólo tenía ojos para ella, no podía dejar de observarla mientras la chiquilla correteaba de aquí para allá. El fulgor de su mirada, sus diminutos labios y su cuerpo a medio hacer le traían loco. Cada vez la deseaba más y aquella era la primera ocasión en la que podía disfrutar de ella sin la incómoda presencia de su engreída madre.

– ¿Dónde quieres ir?

– No sé, me gustaría entrar ahí pero… mamá tenía razón, hay colas por todos los sitios.

– Por eso no te preocupes, eso… – le dijo acercándose a su oreja – eso no va con nosotros. Con esa pulserita que nos han colocado en la entrada no habrá cola que se te resista.

El hombre sonrió por su ocurrencia pero la niña no pilló el doble sentido. Comprobó cómo una vez más lo que Óscar le había dicho era cierto. No sólo no tuvieron que guardar fila como el resto de los mortales sino que pudieron disfrutar del espectáculo en un lugar privilegiado, justo al lado del escenario. El dinero abre muchas puertas también en Disneyworld.

La jornada transcurría entre risas y emociones. Óscar aprovechaba la cercanía de la chiquilla para tocarla constantemente: caricias en las piernas, cachetes en el trasero y abrazos por la cintura se sucedieron durante toda la mañana. En un alarde de osadía el adulto aprovechó la escasa luz de una de las atracciones para deslizar su mano bajo la blusa de Zoe y acariciarle los bultitos que tenía por senos piel con piel. Ella, bien aleccionada al respecto, no dijo ni hizo nada para impedírselo, tal y como su mamá le había enseñado. Se dejó meter mano de manera natural, sin que la sonrisa abandonase su rostro ni un solo instante.

– ¡Frozen! – Gritó dando saltitos Zoe cuando pasaron frente a una de las atracciones con más público alrededor.

– ¿Frozen?

– ¡El reino del hielo! ¡Es mi película favorita! – chillaba la jovencita – ¡Quiero entrar, quiero entrar…!

– Claro, claro… por supuesto….

– ¡Mira… esa es Elsa y ahí está su hermana Ana! ¡Es pelirroja como yo, por eso es mi preferida! En el colegio todas las chicas me dicen que me parezco a ella.

– No es cierto. – Apuntó el hombre de forma categórica.

– Ah, ¿no? –

– No. Tú eres infinitamente más bonita.

Zoe se ruborizó por el cumplido hasta el punto en el que sus pequitas desaparecieron bajo la rojez de sus mejillas.

– Veo que allí venden disfraces y no sólo eso: caracterizan a las personas según su personaje Disney preferido. Maquillaje, peinado… todo. Qué me dices, Zoe: ¿Quieres sentirte como esa Ana lo que queda del día?

– ¿De verdad?

– Por supuesto.

– ¡Me encantaría!

– ¡Estupendo!

Haciendo uso una vez más de sus privilegios el hombre colmó de atenciones a la niña en un vestidor privado, lejos del tumulto y las apreturas. Hasta tres dependientas se encargaron de cumplir todos los caprichos de la chiquilla. Cuando finalizaron su trabajo, la lolita estaba exultante: no daba crédito a lo que el reflejo del espejo le mostraba. Vestido, maquillaje, peinado… incluso el calzado era idéntico a los del la protagonista del dibujo animado.

– ¡Soy… soy… soy Ana! – Exclamó la joven anonadada.

– Cierto… te pareces bastante. – Rió el hombre al ver la cara de felicidad de Zoe– . Estás muy bella.

Ella se dio la vuelta y mirando a los ojos al hombre, le dijo:

– ¡Eres maravilloso! No sé cómo agradecértelo. Me apetece tanto darte un abrazo y comerte a besos.

– ¿En serio? ¿Y por qué no lo haces?

– Bueno, tal vez… tal vez entre alguien.

– No entrarán.

– ¿Y cómo lo sabes?

– Confía en mí. Nadie entrará sin mi permiso.

Si algo había aprendido Zoe desde que conocía a Óscar era que lo que decía aquel señor se cumplía a rajatabla. Por eso no dudó en saltar sobre él y, tras colgarse de sus hombros, darle un beso en los labios al que siguieron otros cien. Al principio fueron besos castos, limpios, similares al que podrían darse un padre y una hija pero conforme fue alargándose en el tiempo se tornaron más tórridos y lúbricos, hasta terminar en besos sucios, con abundante intercambio de babas. Por una vez no fue el empresario el culpable de enturbiar el momento mágico, él se limitaba a sostener a la niña alzándola por el culo: fue la lengua de Zoe, minúscula pero experta, la que buscó la suya con intensidad desmedida.

– Quiero… quiero agradecerte todo lo que estás haciendo por mí. –Le susurró la nínfula al oído, babeándole el cuello al adulto.

– ¡Uhmmm! – Un gruñido de placer fue la única respuesta de este.

– Verás… es que ya casi es mediodía y tengo un poco de hambre…

– Po… podemos ir a almorzar algo. – Repuso él torpemente.

Seguía sin saber cómo tratar a la niña en esas situaciones.

– A mí me apetece algo ahora…

Zoe se retorció como una anguila. Apenas sus pies se posaron sobre el suelo empujó al empresario hasta hacerlo caer sobre uno de los sillones de la sala. Un segundo tardó en arrodillarse, otro más en comenzar a frotar el bulto que se marcaba sin tapujos bajo el pantalón del empresario y un tercero en bajar la cremallera que oprimía su falo. Metió su manita por el oscuro agujero y enseguida alcanzó su objetivo. Como la más veterana de las rameras, liberó la serpiente de su encierro y humedeciéndose los labios se encomendó a la tarea a la que parecía destinada desde su nacimiento.

Óscar estaba encantado. Siempre era un placer disfrutar de las atenciones de Zoe pero mucho más cuando la niña actuaba de manera activa por sí misma y no aleccionada por su dominante madre.

– ¡Dios mío! – Gimió el sesentón al notar los labios de la chiquilla engullendo por completo su falo.

Si la sensación que le transmitía su verga era increíble el espectáculo que se presentaba a sus ojos no era menos extraordinario. Hasta aquél día no conocía a los personajes más gélidos del universo Disney pero ya no podría olvidarlos jamás. Las trencitas, el flequillo rebelde, la capita purpurada, el corpiño negro y los hoyuelos que se formaban en sus mejillas moteadas al succionar aparecerían siempre en su mente cada vez que Zoe le regalase su boca. Al ver su cipote tintado del mismo color que el pintalabios de la chiquilla se juró a sí mismo que haría todo lo necesario para que aquel acto se repitiese lo más a menudo posible.

A diferencia de otras veces en las que se lo tomó con calma la niña fue a saco. Sabía que cuanto más alargase la mamada más posibilidades había de que sus actos fuesen descubiertos. La polla de Óscar no tenía secretos para ella y la reventó en un par de minutos. Cada uno de sus movimientos estaban milimétricamente ejecutados para proporcionar el mayor placer posible en el menor intervalo de tiempo.

– Vo… voy…

– No te preocupes, hazlo.

Un chorro de lefa chocando contra su paladar fue la señal que necesitó la niña para dejar de mamar. Permaneció inmóvil unos segundos hasta que sintió que aquel pedazo de carne ya no tenía nada que ofrecerle. Se levantó del suelo con la misma rapidez que se había agachado y tras tragarse el esperma y con la mejor de sus sonrisas le dijo a su amante sexagenario mientras recomponía su vestido:

– Me ha encantado el aperitivo, Óscar.

El hombre iba a contestar cuando unos golpes secos sonaron en la puerta. Él se incorporó como un resorte. Estaba tan nervioso que no acertaba a subirse la cremallera. Por fortuna para él Zoe tomó la iniciativa y encerró el pajarito a tiempo.

– ¿Todo bien, señor? – les dijo la joven de rasgos latinos que apareció por el dintel.

– Sí, sí. Todo está perfecto. – Dijo el hombre de manera atropellada.

Y como si pensara que había sido descubierto huyó de allí sin dar más explicaciones.

Zoe se dispuso a seguirle

– ¡Hay, mi amor está usted bellísima! ¡Es igualita que Ana!

– Gracias – Agradeció Zoe el cumplido.

– No obstante parece… parece que aquí hay una mancha en su cara.

La dependienta tomó una toallita húmeda. Zoe quiso morirse de vergüenza mientras aquella señora le limpiaba la comisura de los labios.

– ¡Hay qué lástima! Parece que el lápiz de labios no quedó bien. Enseguida se lo compongo.

– No… no… no se moleste.

– No es ninguna molestia – repuso la otra perfilando el color en los labios de la lolita – . Su papá fue muy generoso con nosotras.

– No… no es mi papá.

En cuanto aquellas palabras salieron de su boca, Zoe comprendió que había hablado de más.

– Pues… parece muy encariñado con usted, querida.

– S… sí…

La niña salió disparada del lugar muy nerviosa. La mujer la siguió con la mirada y se sonrió.

– Zorrita consentida– Murmuró con cierta envidia –, sácaselo todo a ese viejo pervertido. Se le ve con plata suficiente como para solucionarte la vida. Lo tienes bien amarrado, putita.



Capítulo 6

La jornada en el parque temático discurrió entre risas, besos y caricias relativamente castas. Óscar consintió a su joven acompañante todos y cada uno de sus caprichos. La gente miraba a la niña, su caracterización de Ana, el personaje de Frozen era tan perfecta que muchas personas creyeron que formaba parte del elenco del establecimiento y la requirieron para hacerse varias fotografías.

Zoe estaba exultante. Acostumbrada a que su mamá se llevase siempre todas las atenciones se creía el centro del universo. Recibió tantos regalos que no era capaz de carrear con ellos. Óscar solucionó el problema como solía hacerlo: un puñado de dólares y todos aquellos presentes esperarían a la muchacha al llegar a su habitación.

– ¿Qué es eso?

– Creo que es un cine en cuatro dimensiones. Ya sabes, de esos que se mueve el asiento mientras ves la proyección.

– ¿En serio? ¡Vamos, jamás he estado en uno de esos!

– Uhm – dudó él, torciendo el gesto por primera vez en toda la jornada.

– ¿Qué sucede?

– Pues, que conmigo no funciona eso.

– ¿Qué quieres decir?

– No todo el mundo puede ver cine en tres dimensiones. Yo… – confesó en hombre poco proclive a mostrar sus debilidades a alguien – … soy uno de ellos.

– Oh, vaya.

– Parece que te gusta esa película, lo siento.

– En realidad… – dijo la niña con voz melosa –, en realidad no me interesa demasiado la película.

– Entonces, ¿para qué querías ir?

– Porque… porque ahí adentro supongo que estará oscuro. – Murmuró Zoe mirándole directamente a los ojos.

Sólo con escuchar esa declaración de intenciones la verga del empresario empezó a desperezase.

Minutos después, los chillidos gritos de la gente a su alrededor eran ensordecedores pero el señor Fernández no oía ni veía nada. Con los ojos cerrados, simplemente disfrutaba el momento sentado en la última fila de la pequeña sala ya no en cuatro dimensiones sino en cinco o en seis. Mientras el resto de la chiquillería aullaba frenética absorta en la pantalla, Zoe permanecía en silencio concentrada en otra cosa mucho más real. Su capa encarnada, situada estratégicamente sobre el regazo del hombre, ocultaba sus maniobras al resto de la gente que los rodeaba. Bajo ella, una de sus manos acariciaba el miembro viril de su amante sobre el pantalón. La chiquilla recorría la barra de carne de manera firme pero sin llegar a la rudeza. En la medida de lo posible intentaba masturbarle con suavidad, dándole pequeños apretones en la punta del glande. En un momento dado, cuando la proyección llegó a su momento álgido y el falo a su máxima dureza, introdujo su mano por la cinturilla del pantalón y lo agarró por la base.

El pulso del sesentón estaba por las nubes. El tacto de la piel de Zoe le excitaba mucho, y más aún cuando la lolita acariciaba sus partes más íntimas. A punto estuvo de cometer una locura y agarrarla por la nuca para que ella volviese a regalarle una vez más su boca. Tuvo que luchar mucho contra su naturaleza para no hacerlo. Cuando se ponía cachondo era habitual que olvidase sus modales y se comportase como el putero vicioso que llevaba dentro.

– Volvamos al hotel, Óscar – le susurró la niña al oído mientras jugueteaba con sus testículos – . Estoy… cansada…

No pudo continuar. De repente la película terminó. Zoe anduvo rápida en sacar la mano de tan comprometido lugar. Cuando se hizo la luz, estaba colorada como un fresón pero nada comparado con Óscar que, con la cara desencajada, sudaba y respiraba con dificultad. Inclusive les llamaron la atención, instándoles a abandonar el lugar pero el hombre no se movía, temeroso de que el bulto del pantalón le delatase.

– ¿Se encuentra bien, señor? – le dijo uno de los acomodadores.

– Sí… sí. –Balbuceó él torpemente.

– ¿Estás bien, Óscar?

– Si. Supongo que me he mareado un poco. –Mintió lo mejor que pudo.

– ¡Qué susto!

– Es algo habitual. No se preocupe señorita; su papá se pondrá bien enseguida. ¿Quiere algo fresco para beber?

– No… no. No hace falta. Estoy bien.

Utilizando la capa como protección el pervertido ocultó su erección lo mejor que pudo y salió del cine de manera atropellada. Entre bromas y sonrisas cómplices recorrieron el parque de atracciones en un tiempo record. Era la niña quien tiraba del adulto, ansiosa por quedarse a solas con él. Al llegar al hotel se dirigieron directamente a uno de los elevadores. Zoe estiró su brazo con la intención de pulsar uno de los botones pero Óscar se lo impidió, agarrándola por la muñeca.

– Esa no es, es la segunda planta.

– ¿Seguro? Yo creí que… era la tercera.

– No, te equivocas. Es la segunda…

– ¡Ah, vale! ¿Crees que habrán llegado los regalos? – Preguntó Zoe agarrando del brazo a su amante.

– Seguro que sí.

– Espero que mamá esté bien, seguro que está muy sorprendida por todos esos regalos que me has comprado.

– Si… estará horrorizada.

– ¡Sí! – Se sonrió la pequeña – . Esas cosas no le gustan nada, dice que son para niñas estúpidas…

Al llegar al segundo nivel el ascensor se detuvo.

– Espera, yo abro. Vamos a darle una sorpresa. Entramos los dos a la vez y le damos un susto. ¿Vale?

– Vale.

– ¿Estás lista?

– ¡Sí!

Óscar abrió la puerta y Zoe atravesó el dintel a toda velocidad.

– ¡Sorpresaaaaa! – Gritó la jovencita a todo pulmón.

Pero fue ella la sorprendida. La habitación en cuestión era idéntica a la suya, llena de detalles de la factoría Disney, pero no había rastro ni de sus regalos, ni de su equipaje ni, por supuesto, de su mamá. El ruido de la puerta al cerrarse y en sonido de los cerrojos la inquietaron pero fue al darse la vuelta y ver la cara descompuesta del millonario acercándosele lo que hizo saltar todas sus alarmas.

– Óscar… ¿qué sucede? – Preguntó controlando a duras penas sus nervios.

– Lo siento Zoe… yo…

– ¿Dónde está mami?

– … yo no puedo aguantar más…

– Óscar… ¿qué vas a hacer? ¡Óscar, Óscar!

Óscar no escuchaba, en su cabeza sólo había un pensamiento, un malsano deseo que había ido creciendo y creciendo desde que aquel ángel entró en su vida. No la veía como a una persona sino como otra de sus posesiones y como tal pretendía tratarla.

– … tengo que hacerlo ya. No puedo esperar.

La chiquilla comenzó a temblar.

– ¡Por favor, no! – Lloriqueó.

Intentó huir, esquivando con agilidad al hombre maduro pero el cerrojo de la puerta hizo su trabajo y no la dejó avanzar. Zoe amagó con gritar pero una mano ahogó su llamada de auxilio y otra la agarró de la cadera, alzándola como una pluma.

– ¡Silencio, no grites! – Repetía él una y otra vez mientras ella intentaba lo contrario.

Tras un desigual forcejeo, el hombre trasladó a la muchacha hasta la cama, lanzándola sobre ella violentamente. Zoe intentó huir de nuevo y Óscar perdió los papeles.

– ¡Cállate, zorra! – Gritó de manera hostil.

– ¡No me pegues! – Suplicó Zoe, consciente de su futuro al ver la mano de Óscar alzándose hacia ella en actitud amenazante – ¡No me pegues, no gritaré… pero no me pegues, Óscar!

– Vas a tener lo que buscas, putita.

– Yo… yo no…

– ¡Tú, sí! Llevas calentándome toda la mañana, no lo niegues. Lo deseas más incluso que yo…

– ¡No, no!

Mientras hablaba, el hombre no perdió el tiempo. Abrió las piernas de la niña, le alzó la falda del disfraz y, tras arrancarle las bragas a tirones, se bajó los pantalones hasta los tobillos. Pronto su ropa interior siguió el mismo camino descendente y tras colocarse sobre ella, le rasgó el disfraz con fuerza, dejando a la luz su torso plano. Después agarró su sexo por la base y lo dirigió hacia su objetivo que se presentaba ante él, abierto e indefenso.

Zoe sintió el balano amenazando su entrada delantera. Se tapó la cara con las manos y rompió a llorar desconsoladamente. No se resistió, no intentó escapar ni tan siquiera luchar por la integridad de su cuerpo simplemente lloró como lo hace una niña pequeña cuando no tiene consuelo.

El hombre se detuvo, el llanto y la fragilidad que emanaba el cuerpo de Zoe provocó algo en el interior del empresario, algo que le hizo dudar. Lo tenía todo planeado desde hacía tiempo, conocía la fobia de Susan por los helicópteros y su predisposición al mareo. Su plan inicial era a provechar esa circunstancia para separar a la chica de su mamá, llegar antes al hotel y cepillársela en esa habitación, llegándola a forzar si era necesario. La inesperada presencia de Susan en el artefacto volador supuso un pequeño contratiempo que solventó sin problemas. Pero llegado el momento esperado no se sentía capaz de llegar hasta el final.

– Lo haré con cuidado, no te dolerá. – Dijo el hombre acariciándole el cabello.

– Lo sé… – balbuceó la niña entre sollozos sin descubrirse.

Aquella era una respuesta que el empresario no esperaba.

– ¿Lo sabes? ¿Cómo lo sabes? – preguntando el hombre muy extrañado.

La ira volvió a apoderarse de él. Se sintió engañado.

– No eres virgen, ¿verdad?

– ¡No se lo digas a mami! Ella no lo sabe. – Sollozó la chiquilla como única respuesta.

– ¡Lo sabía, lo sabía! – Gritó él sin escucharla – ¡Todo ese cuento de tu virginidad era para cazarme! ¡Y yo me lo he creído enterito, he picado como un gilipollas…!

Él se incorporó junto a la cama muy enfadado, más consigo mismo que con Susan y que, por supuesto, con la niña.

– No, no lo prometo. Mi mamá no sabe nada, mi mamá no sabe nada…– Hipaba Zoe sin parar.

La intención de Óscar era seguir maldiciendo y jurando pero no pudo. Los enrojecidos ojos de la pequeña Zoe y el mar de lágrimas que bañaba su rostro infantiloide le hicieron enmudecer. Aún en ese estado, con el maquillaje descompuesto y el vestido roto le seguía pareciendo un ángel.

– ¿No… no sabe nada?

– ¡Nada! – le repitió la niña mirándole directamente a los ojos –. Si se entera mamá… ¡me mata!

– ¿Y… quién fue? ¿Alguno de esos malnacidos a los que les chupas la polla con esa zorra? – Preguntó él con resquemor.

– ¡No, no! Mamá siempre está conmigo. Ella lo hubiese impedido…

– Entonces es algo por tu cuenta ¿Cuántas veces has vendido tu virginidad a espaldas de tu mamá? ¿Una, diez, cien…?

– ¡No soy una puta!

– ¡Mientes!

– No, no… Óscar. Te lo juro, sólo lo he hecho una vez y mamá no lo sabe. Me arrancaría los ojos si se enterase.

El hombre se dio un tiempo para reflexionar.

– ¿Una vez? No habrá sido con Luis. Voy a cortarle la polla a ese maricón malnacido.

– No, no… no fue él. No fue con nadie que tú conozcas…

– Entonces… ¿quién te folló?

– Fue… en el internado…

– ¿En el internado? Te cepillaste a algún profesor, ¿es eso? – dijo el hombre con resquemor – ¿Te violó?

– No, no. No me violó – confesó la chiquilla –. Fue con un chico… me dijo que me quería, él me gustaba… y pasó. Sólo ocurrió una vez, te lo prometo Óscar, sólo pasó una vez…

– No me digas más, no quiero oírlo. – Repuso él evidentemente dolido.

– Pe… pero... ya no me gusta – prosiguió la niña sin obedecerle –, ahora sólo te quiero a ti.

El avezado empresario, el tiburón de los negocios aéreos, el hombre que se jactaba de haberse hecho a sí mismo y no vacilar ante nada sintió cómo sus convicciones se tambaleaban ante la confesión de amor de una niña que bien podría ser su nieta.

– ¿Qué… qué quieres decir?

– Que te quiero sólo a ti, Óscar. Quiero estar contigo y con nadie más.

Tras unos momentos de silencio la chiquilla prosiguió:

– Tenías razón, yo quería hacerlo contigo cuando estábamos en el cine… y todavía quiero pero también tengo miedo.

– ¿Miedo? Miedo ¿de qué?

– De que después de tener sexo contigo pases de mí como hizo Marc…

– ¿Marc?

– El chico del internado… no volvió a hablarme más y se lo contó a todo el mundo. Quise estar muerta…

– Entiendo.

El hombre no supo qué decir ni qué hacer, su cabeza le decía una cosa, su corazón otra y su polla otra totalmente diferente. Por suerte para él fue la pequeña Zoe la que tomó la iniciativa.

– Pero yo… sé que tú no eres como él, sé que tú me quieres de verdad… – dijo controlando a duras penas su llanto.

Abrió completamente las piernas, alargó sus brazos hacia el sesentón que la miraba embelesado y prosiguió:

– Haz lo que quieras conmigo, Óscar, mi sexo si de verdad tanto lo deseas… pero por favor… no me hagas daño, no me pegues… y sobre todo no pases de mí.

Y por si quedaba alguna duda sobre sus deseos utilizó sus manitas para abrirse la vulva, en claro gesto de ofrecerse al macho. Este se quedó absorto, mirando el agujerito que se presentaba delante de él.

El hombre se plegó a los dictados de su verga, obviando al resto de las partes de su cuerpo. Ocupó con cuidado su lugar en el interior de las piernas de la muchacha, acariciando los muslos por zonas impúdicas. Fue delicado y cuidadoso como pocas veces antes, temeroso como estaba de poder lastimar a la niña. La besó con dulzura y su ósculo fue devuelto con el mismo fervor. Cuando estaba a punto de consumar el acto y entrar en el cuerpo de la joven, dudó:

– ¿Estás segura?

– Sí – contestó ella sin vacilar –. Métela, por favor.

La niña movió sus caderas de forma que la punta del glande rozó la parte exterior de su vulva, ya humedecida corroborando de este modo sus palabras.

– Yo… yo siempre estaré contigo, Zoe – dijo el macho introduciendo el extremo de su ariete en la niña.

– ¡Ugg!

– ¿Te… te he hecho daño?

– N… no…, no te detengas, por favor. Dímelo otra vez…

Óscar se tomó su tiempo consciente de que la niña aún no siendo virgen sí seguía manteniendo una estrechez vaginal acorde a su tamaño y tenía que acostumbrarse poco a poco a la presencia del intruso en su interior.

– Siempre estaremos juntos, princesa. – Le susurró al oído mientras comenzaba mover sus caderas acompasadamente, atravesando la entraña de la pequeña.

Con los ojos cerrados, Zoe exhalaba grititos, apenas suspiros, cada vez que el cipote penetraba en su ser. Poco a poco esos sonidos imperceptibles se fueron tornando en ronroneos conforme su lubricación era mayor. Aún aprisionada por el cuerpo del adulto se movía buscando aumentar su placer. A pesar de notar que la chica estaba disfrutando, Óscar se manejaba con mucho cuidado, como si en su fuero interno todavía esperase encontrar la frágil barrera del virgo de la niña. Sólo al notar a su joven amante enroscando sus piernas alrededor de su cuerpo y las manos de esta apretando su espalda en cada arremetida se convenció de que la chiquilla estaba lista para pasar al siguiente nivel.

Fue entonces cuando él lo dio todo. Ya no era el joven semental que salió del pueblo con una mano delante y otra detrás sino un veterano empresario a la vuelta de todo con algunos problemas de corazón pero aguantó incluso más que la pequeña. Sintió como el corazón se le aceleraba más y que la vida se le iba por la punta del cipote pero eso no le detuvo. Hasta entonces, aquel fue sin duda el mejor polvo de su vida. Óscar comenzó a gemir a coro con la chiquilla formando un dúo acompasado.

De repente, Zoe tensó su cuerpo, clavó sus uñas en la espalda de su amante y lanzó un alarido de placer capaz de derretir los polos. Comprimió las paredes de su vagina con fuerza y eso fue demasiado para su veterano amante. Óscar no pudo resistirse más y tampoco quiso. Clavó su estoque muy adentro y rellenó el interior de la niña con varios chorros de esencia masculina abundante y viscosa.

Derrotado y satisfecho, el hombre se tumbó al lado de la muchacha; mirando al techo sin ver nada intentaba recuperar el resuello. Zoe se acurrucó a su lado apoyando la cabeza sobre su brazo. Así permanecieron un rato, unidos piel con piel hasta que la niña rompió el silencio.

– Mamá nos estará esperando. – Murmuró.

– Si. Es tarde.

– ¿Qué le vas a decir?

Óscar suspiró.

– Nada.

– ¿Nada? ¿de verdad? ¿me lo prometes?

– Te lo prometo.

– ¿De verdad no vas a abandonarme?

– Eso no sucederá jamás.

La chiquilla se colocó sobre él y tras regalarle una sucesión de besos cálidos fue descendiendo por el pecho del hombre. Dejando atrás el abdomen alcanzó su objetivo.

El adulto intentó decir algo pero el roce de una lengua preadolescente limpiando su verga de los restos del encuentro sexual le hizo callar. Pasados unos minutos Zoe dejó de lamer.

– ¡Hazlo…! – Suplicó la jovencita.

– No… no es el momento.

– ¡Hazlo, por favor! – Susurró la ninfa colocando la punta de la verga entre sus labios.

– ¿Estás segura?

– ¡Sí!

Óscar respiró profundamente un par de veces y poco a poco fue descargando su vejiga en pequeños golpes lo suficientemente distanciados en el tiempo como para que Zoe pudiese dar buena cuenta de su orina.



*********



– ¡Por Dios Santo! ¿Se puede saber dónde habéis estado? Estaba muy preocupada. Estaba a punto de llamar a la policía.

– Ya sabes, mamá: en el parque de atracciones. Es muy grande.

– ¿Doce horas seguidas?

– Había mucha gente.

– Os he llamado constantemente, ¿por qué apagaste el teléfono, Óscar? – preguntó la mujer al empresario en tono severo – . Oscar, ¿me oyes?

– Me voy a mi habitación, necesito hacer unas llamadas. – Dijo él como ausente.

Cuando estuvieron a solas, Susan prosiguió el interrogatorio a su hija:

– ¿Qué narices ha pasado?

– Podrías haberte buscado otro, ¡folla fatal! – Dijo Zoe de forma impersonal lanzándose sobre la cama.

– ¡¿Qué?!

– Pues eso, que ese puto viejo folla fatal. Es poco más que una tabla fofa y arrugada, con ese micropene que tiene que parece una mierda de perro. Tuve que fingir un orgasmo rápido, casi me aplasta…

La jovencita hurgó en el bolso de su mamá mientras se desnudaba.

– ¿Te… te… te lo has follado? Pero, ¿por qué? El plan no era ese… quedamos en esperar hasta después de la boda.

– ¿Tienes chicles? Pues sí, no me quedó más remedio que abrirme de piernas. El muy hijo de la gran puta lo tenía todo planeado. Fue una jodida encerrona. Y por cierto, le dije que no era virgen…

Su mamá la observaba boquiabierta sin salir de su asombro. Poco a poco su semblante fue cambiando del estupor inicial hasta la indignación más absoluta.

– No me mires con esa cara. Tuve que decírselo.

– ¿Qué? – El enfado de Susan crecía por momentos – ¡Pero eso no era lo previsto! No hasta después de la boda, ¡joder! ¿Para qué me molesto en planearlo todo si luego tú haces lo que te sale del coño?

– ¿Y qué querías que hiciese? Me engañó, me llevó a otra habitación y amenazó con pegarme – apuntó la joven excusándose – . Iba a metérmela de todos modos tarde o temprano, ¡se hubiese dado cuenta enseguida de que no era virgen!

– ¡Eres una tonta con cerebro de mosquito!

– ¿Qué coño querías que hiciese? – repitió la chiquilla – ¡Haber venido con nosotros, joder!

– ¡Serás zorra! Fuiste tú la que insististe una y otra vez: “Pero mamá, ¡yo quiero ir al parque ya! ¡Hay miles de cosas por ver!”

– ¡Cualquier cosa menos quedarme todo el día con él encerrada en una habitación! – Replicó la más joven –. ¡Joder, parezco un puto inodoro! ¡Si hasta me meó en la boca hace un rato! Verás cómo tarde o temprano acabo comiendo sus cacas ¡Lo odio, me da asco! ¡Ojalá que se muera el día de la boda! Me suicido si tengo que estar con él más de uno o dos meses.

Susan iba y venía por la habitación, retorciéndose los dedos, muy alterada intentando evaluar la situación.

– Tranquila, mamá. Todo fue bien, confía en mí. – Dijo Zoe desenredándose las coletas del cabello – ¿Te he fallado alguna vez?

– ¿Te recuerdo lo del Jeque?

– ¡Ufff… qué pesada con eso! ¡No me gustan las pollas de los caballos, ¿te enteras?! Si por lo menos hubiera sido un puto perro… pues vale, pero esa enorme manguera asquerosa. ¡Uff! Sólo con recordar cómo te tragaste ese montón de semen se me revuelven las tripas.

– ¿Qué le dijiste?

– ¿Al viejo? Lo del chico del instituto: “Él me engañó, me dijo que me quería, sólo lo hicimos una vez…” y gilipolleces así.

– Bien pensado. ¿Crees que se lo ha tragado?

– ¿Tú qué crees? – Apuntó Zoe haciendo una mueca graciosa para de inmediato cambiar el semblante y comenzar a llorar a lágrima viva –. “Pasó una vez, Óscar. Te lo juro, no se lo digas a mami”.

– ¿Te recuerdo lo del caballo?

– ¡Ya te dije que no se volvería a repetir! ¡Eres muy pesada, mamá! ¡Joder!

– Desde luego, cuanto más listos se creen más fácil resulta todo. – Rió Susan.

– Recuerda lo que me prometiste. Esta vez será la última

– Sí – afirmó la madre –. Esta vez será la última. Te lo prometo.

– Voy a bañarme, odio el olor a viejo. Me duele la garganta de tanto tragar pipí.

Mientras Zoe canturreaba en la bañera su mamá recibió una llamada:

– Susan, mi abogado querrá hablar con el tuyo mañana. Nos casamos en dos o tres semanas. – Dijo una voz que le era muy familiar.

Después de que Óscar finalizase la llamada Susan permaneció varios minutos agarrando el celular junto a su oreja. Intentaba asimilar la noticia, jamás había recibido una proposición de matrimonio tan peculiar.



Capítulo 7


La amplitud de la limusina contrastaba con la estrechez del orto de Zoe. Pero aun así el esfínter anal de la chiquilla daba de sí lo suficiente como para jalarse el estoque de su nuevo padrastro. Sus mejillas parecían acero hirviendo y el complicado peinado había comenzado a descomponerse mientras lo cabalgaba utilizando su entrada trasera como conexión entre ambos. La mampara que separaba el habitáculo del conductor le servía como espejo pero evitaba mirarse para que Óscar no descubriese su cara de asco. Se lo folló con toda la dureza que fue capaz aun a costa de su propio sufrimiento y llevaba la intención de hacerlo de ese modo siempre que le fuese posible. Tenía dos motivos para hacerlo de ese modo: el primero y más evidente, abreviar al máximo el acto sexual y el otro, mucho más sibilino, que consistía en poner a prueba el corazón del viejo empresario.

Zoe iba sobrada de experiencia en el coito anal y conocía lo suficiente al viejo como para saber que estaba listo para el golpe de gracia. Grácil como una pluma, desacopló su ano del cipote y en una rápida maniobra lo alojó en el interior de su boca justo en el momento adecuado.

– Creí que íbamos directos al avión. – Dijo Zoe limpiándose el esperma de la comisura de los labios con su guante de seda al ver que la limusina se desviaba del camino del aeropuerto.

– Antes tenemos que firmar unos papeles en un notario, los abogados nos están esperando. – Le aclaró el hombre subiéndose a duras penas la cremallera de su chaqué.

– ¿Más papeles? Mami me dijo que lo del matrimonio ya estaba solucionado. – Preguntó Zoe tomándole del brazo en actitud mimosa.

– Son… son los de tu adopción, Zoe. – Dijo el hombre mirándola a los ojos.

– ¿A… adopción?

– Sí. Si no hay adopción, el resto de los acuerdos son papel mojado. Era una pequeña sorpresa que te teníamos guardada tu mamá y yo. Voy a ser tu papá de verdad. De este modo estaremos juntos para siempre, mi amor. Juntos tú y yo. Estás contenta, ¿verdad?

Zoe comenzó a temblar mientras la mano del adulto recorría su muslo bajo la falda. Algo se removió en su estómago, estaba a punto de vomitar.

– Por supuesto que lo está – apuntó su mamá por ella –. No hay ningún problema, ¿verdad, Zoe?

La cara de la niña era todo un poema. A pesar de ser una actriz consumada no pudo disimular su terror. Era consciente de que, a partir de entonces, compartiría cama y fluidos con el ser que más detestaba del mundo hasta que la muerte viniera a llevárselo. 
– He cumplido mi palabra, nena – Le susurró Susan al oído mientras miraba por enésima vez el fulgor de su diamante –. Te prometí que esta sería… la última vez.

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