Capítulo 1
A nadie extrañó la noticia de que el empresario aeronáutico Óscar Fernández contrajese matrimonio por cuarta vez apenas unos meses después de haber protagonizado un escandaloso y caro divorcio. El sesentón era uno de esos hombres que acostumbran a estar poco tiempo solteros y que se rodean de lujos y bellas mujeres para dejar constancia de su estatus económico. Es más, también era de ese tipo de hombres que buscan el recambio antes de desprenderse del original, con el concepto de fidelidad no muy definido en su escala de valores y con patente de corso para hacer lo que les viene en gana.
Lo que sí que llamó poderosamente la atención fue que aquella vez la elegida fuese una mujer que rozaba la cuarentena en lugar de una despampanante y siliconada jovencita de dieciocho años tal y como era su costumbre.
Más de un despistado pensó que por fin había sentado la cabeza, a pesar de que sacaba más de veinte años a su nueva conquista. Y podría ser cierto de no haber sido la señorita Susan Sanders la elegida para compartir su cama. La tal Susan era muy conocida en los círculos sociales de la ciudad y tildada de cazadora de fortunas, roba maridos o directamente como una zorra, según la simpatía que le tuviese la persona interrogada.
Lo cierto es que el acercamiento entre los desposados no fue algo inmediato. La mujer había ido pasando de cama en cama entre el círculo de amistades del influente empresario, escalando posiciones a fuerza de abrirse de piernas hasta que llegó el turno del pez más gordo del acuario. Que acabase encamada con él no resultaba extraño pero sí que sus tórridos devaneos concluyesen en boda tan pronto. Nadie lo entendía.
Susan había sido una joven precoz y muy atractiva pero, aunque conservaba un envidiable físico y una belleza arrebatadora, ya no era la misma lolita apetecible y seductora de antaño. Tenía una reputación, bien labrada a lo largo de los años, de ser una fiera en la cama y de no tener límites a la hora de practicar sexo como la más vulgar de las rameras pero eso, a los hombres como el señor Fernández, no les bastaba. A ese tipo en concreto de potentados les gusta la carne desinhibida pero sobre todo fresca, muy pero que muy fresca.
Cuanto más fresca, mejor.
Si extraña fue la noticia del casamiento todavía lo fue más la boda en sí. La ceremonia no se correspondió con las ínfulas de grandeza de la novia, sin duda eufórica por haber atrapado a tan codiciada presa. Ciertamente hubo algunos invitados de postín y el banquete estuvo a la altura de las circunstancias pero, comparada con las espectaculares celebraciones nupciales previas del empresario, más de uno la tildó de austera, incluso sosa. Es más, para descafeinar más aún la cosa, los contrayentes abandonaron atropelladamente los fastos con la endeble excusa de tener que emprender el vuelo que les llevaría al destino secreto de su exclusivo viaje de recién casados. Óscar Fernández poseía no uno sino varios aviones privados que le permitían llegar a cualquier parte del mundo sin pasar por los agobios típicos del resto de los mortales; no hacía falta tanta prisa.
Sólo algunos invitados, los más íntimos amigos del novio, aquellos los que no sólo conocían sino que también compartían sus perversiones comprendían la verdadera motivación del millonario para contraer aquel extraño matrimonio y desde luego no eran las habilidades amatorias de Susan. Sabían de buena tinta que aquella “respetable” señora sólo tenía algo que verdaderamente podía interesar al maduro empresario: la tercera persona que ocupó la parte trasera de la limusina cuando ésta emprendió rauda y veloz el camino hacia el aeropuerto…
La pequeña Zoe.
Zoe era una muñequita retraída, de ojitos pequeños y claros, nariz chata, labios carnosos y cabello color caoba. Su flequillo rojizo caía grácilmente sobre su rostro plagado de pequitas, tapándolo parcialmente, lo que le confería un aspecto tímido y frágil que resultaba a los hombres de lo más morboso. Peinados aparte, era la viva imagen de su mamá, pero en versión infantil, libre de siliconas y de operaciones estéticas. Habitualmente vestía ropas de marcas caras con un estilo similar al de la adulta, prendas más propias de prostitutas de lujo que de niñas de su edad: joyas, bolsos de marca, minifaldas cortas, maquillaje excesivo y zapatos de tacón. El mimetismo entre ambas era tal que inclusive, el día de la boda, tanto madre como hija lucieron trajes blancos idénticos y la niña ocupó un lugar preferente en la mesa principal en lugar de estar con el resto de la chiquillería. Zoe se ocupó de cortar la tarta e incluso fue la segunda en bailar con su nuevo padre el vals nupcial. Óscar no se separó de ella en ningún momento durante todo el banquete.
Al igual que su madre, irradiaba satisfacción y felicidad por los codos aunque solía refugiarse muy a menudo tras el brazo de su nuevo padrastro, un poco superada por los acontecimientos.
Tanto protagonismo tuvo Zoe en todos los fastos que más de un invitado comentó, medio en broma, medio en serio, que daba la impresión de que el afortunado de Óscar se estaba desposando con ella en lugar de con su mamá.
Sólo unos pocos caballeros y alguna señora no rieron la ocurrencia: sabían que aquellas apreciaciones se ajustaban bastante a la realidad.
Aquellos potentados, lejos de escandalizarse, se morían de envidia ya que habían disfrutado de la compañía de la joven y sabían lo placentero que resultaba compartir cama con aquella ricura. Les dolía asimilar que, a partir de aquel momento, tal circunstancia no se repetiría ya que la pequeña Zoe pertenecía en exclusiva a su nuevo padrastro: el respetable empresario Óscar Fernández.
– ¡Joder, ya estaba hasta los cojones de tanto gilipollas chupasangre! – espetó el señor apenas subió la mampara oscura que los separaba del conductor del vehículo, aislándoles por completo de él.
– Pero Óscar, no digas eso. Son tus amigos…
– ¿Amigos? ¡Gilipolleces! Sólo me aprecian por mi dinero… ¡Son basura, unos carroñeros hijos de puta, eso es lo que son esa pandilla de subnormales! – dijo él expulsando el rencor contenido.
– Ahora tranquilo, ya pasó. Disfruta de nuestra Luna de Miel…
– ¡Sí! Es hora de relajarse…– dijo bajándose la cremallera del pantalón.
Cuando se sacó la verga, alargó la mano pero no en dirección a su nueva mujer sino a la preadolescente que ocupaba el tercer asiento. Intentó parecer amable, pero su sonrisa resultaba más falsa que una moneda con dos caras.
– ¿Te lo has pasado bien, Zoe?
– S… sí – contestó la niña intentando no mirar el pedazo de carne que asomaba por la bragueta de su nuevo padrastro.
– Me alegro. Ahora es mi turno de pasarlo bien, ¿no crees?
La niña sabía perfectamente a lo que el hombre se refería pero la presencia del chófer al otro lado del cristal tintado la perturbaba.
– No puede vernos ni oírnos. No te preocupes por ese don nadie.
Pero aun así la joven no se decidía a actuar.
– ¿Zoe? – le dijo su mamá algo molesta en tono de reproche – Venga, ¿a qué esperas, cariño? Sé amable con papi.
El empresario no tuvo la paciencia para esperar a que Zoe actuase por sí misma, llevaba todo el día ansiando ese momento. Seguro de que sus actos quedarían impunes, deslizó su manaza hasta la nuca de la niña, condujo su cabecita hacia su entrepierna y se dispuso una vez más a disfrutar de las extraordinarias habilidades orales de Zoe.
Mientras el coche se dirigía raudo al aeropuerto Susan se retocaba el maquillaje sin alterarse lo más mínimo por lo que sucedía a su lado. Estaba tan absorta admirando el tamaño del brillante de su nueva sortija que ni se inmutó cuando el sonido del chapoteo de la boca de Zoe cesó, señal inequívoca de que el estómago de su hija alojaba el esperma de su nuevo marido, junto con el pastel nupcial.
Oscar respiró profundamente, plenamente satisfecho de su recién iniciado matrimonio. Mientras la lengua de la niña recorría su prepucio, limpiándolo de restos de la corrida con delicadeza, recordaba cómo había comenzado todo aquello, unos meses atrás.
Capítulo 2
– ¡No insistas Luis! ¡He dicho que no, y punto! – dijo el señor Fernández jugueteando con el vaso de whisky en el reservado del burdel de lujo al que acudía todos los martes mientras una mulata casi adolescente bailaba frente a él de manera sensual.
– Pero, ¿por qué? – Le contestó uno de sus amigotes más libertino, con la cabeza de otra de aquellas jóvenes entre las piernas.
– Porque no. Las cosas ya van lo suficientemente mal con Angélica como para que me largue una semana contigo de crucero a Ibiza con esa puerca...
– Venga… lo pasaremos bien.
– Además, no sé qué le veis a ese putón de Susan que estáis todos tan encoñados con ella. Es hermosa, no lo dudo, pero tampoco es para tanto. Angélica, sin ir más lejos, seguro que le da mil vueltas en la cama. Mi mujer es una fiera poniendo el culo, tú ya lo sabes…
Luis asintió. La actual pareja del empresario, una despampanante ucraniana de contundentes senos naturales, también había hecho un largo periplo entre las braguetas de sus amigos antes de llegar a la suya.
– Tu matrimonio hace aguas por todas partes, no seas falso.
– No insistas Luis, no me veo motivado. No me gustan las viejas, ya lo sabes. ¡Joder, ya lo he dicho!
El amigo no pudo evitar esbozar una sonrisa. Sabía que ese era el verdadero problema y sacando su teléfono móvil se lo mostró tras manipularlo un rato.
– ¿Te parece suficiente motivación?
Óscar observó la pantallita pero no se inmutó.
– Sí… está buena; y más así, toda abierta y en pelotas pero…
– Mira las siguientes…
– Eres un pesado, ¿lo sabías? – Dijo el hombre algo molesto con su amigo.
– Míralas, confía en mí.
El potentado ya estaba a punto de protestar de nuevo cuando su amigo deslizó el dedo por la pantalla. Su semblante cambió de inmediato, conforme las fotos iban sucediéndose. Su compañero de correrías no pudo reprimir la risa cuando le arrebató el teléfono y se lo acercó a la cara.
– ¿Qué dices ahora?, ¿te parece vieja?
Óscar sólo asintió.
– ¿Quién… quién es? – dijo al fin.
– Zoe, su hija…
– Es muy joven…
– Mucho… pero aún así sabe muy bien cómo satisfacer a un hombre.
– Ya lo veo. –Dijo el hombre ensimismado contemplando la imagen de la chiquilla con un enorme pene entre los labios.
El hombre carraspeó y dirigiéndose a las dos chicas que les acompañaban les dijo sin la más mínima educación:
– ¡Dejadnos a solas, zorras!
Su amigo sonrió. Conocía la manía casi enfermiza del empresario por la discreción. Esperó a que aquellas jóvenes prostitutas abandonasen el reservado para continuar:
– Esa niña tiene la mejor boca que jamás he probado… – aseguró el amigo enseñándole la última de las fotografías en las que se le distinguía eyaculando en la cara de la niña.
El señor Fernández no dijo nada, se limitó a escudriñar la pequeña pantalla.
– Su mamá asegura que es virgen y no puedo decir lo contrario. He estado en varias orgías con esa niña y sólo la he visto tragar sables uno tras otro. Susan dice que sólo entregará el himen de su hija al afortunado cabrón que se case con ella. No se conforma con cualquiera, poco menos que se rió en mi cara cuando me ofrecí a ser su futuro ex marido… je, je, je …
– ¡Pero si tú también estás casado!
– Detalles, detalles… je, je, je…
Dijo el hombre riéndose de su propia ocurrencia.
– Creo que por eso quiere conocerte. Sin duda tú eres su prototipo de hombre ideal: viejo, pervertido y podrido de dinero.
– Entiendo… – Dijo el teóricamente ofendido sin inmutarse por la impertinencia.
– Entonces… hablo con la madre y quedamos la semana que viene con ellas cuando la niña termine el colegio, ¿te parece? Es más que probable que esté dispuesta a darte un anticipo antes de la boda y te aseguro que vale la pena, no lo dudes. Esa boca es dinamita. La zorrita esa ha nacido para el sexo; es igual que su madre.
– No. – Respondió secamente el empresario.
– ¿No? – Dijo el otro muy extrañado – ¿Pero yo creí que la niña te gustaba?…
– Mañana.
– ¿Mañana? – repuso su amigo negando con la cabeza – . Imposible. Tendría que hablar con ella, preparar el barco…
– Mañana. Por el barco no te preocupes, el mío está siempre a punto en el puerto. Tú concierta la cita y de lo demás me encargo yo.
– Pero… y qué dirá Angélica…
– ¡Que le den por el culo a esa zorra!
– ¡Sí, sí! Claro. Como tú quieras.
El ricachón se frotaba las manos. Él, frío como el hielo, se mostraba inseguro y ansioso pensando en la agradable perspectiva que se le presentaba.
– Déjame ver las fotos otra vez.
– Por supuesto… ahora mismo… ¿Quieres que te las pase?
El hombre dudó pero la parte analítica de su cerebro venció a la dureza de su polla y negó con la cabeza:
– No. Esas cosas son arriesgadas. Deberías tener más cuidado con eso, es sumamente peligroso. Ahora lárgate y ocúpate de tu parte. Tienes trabajo.
– Pero…
– ¡Humo!
– Vale, vale… joder, cómo te pones. Sólo te pido que me la prestes un día cuando la estrenes para pasar un buen rato con ella.
– Ya veremos. – Dijo Óscar en un tono nada convincente.
Luis torció el gesto, sabía que eso jamás sucedería. El millonario era de ese tipo de personas que sólo comparten las cosas de los demás.
En cuanto se quedó a solas Óscar hizo entrar a la mulata, le hizo un gesto y ella se arrodilló. Mientras recibía la felación cerró los ojos. En su retina permanecía la última fotografía contemplada a través de la pantalla del móvil de su amigo. En ella dos pelirrojas lamían una verga de manera conjunta. La mayor le traía sin cuidado pero no podía quitarse de la cabeza a la más pequeña. Su experiencia con las mujeres le decía que sus habilidades nada tenían que envidiar a la mulata que se la estaba chupando en aquel momento.
Capítulo 3
A la mañana siguiente todo estaba dispuesto para la primera toma de contacto. El acaudalado hombre de negocios miraba su Rolex de oro de manera insistente, casi enfermiza. Era un maniático de la puntualidad. Caminaba de un lado para otro muy nervioso. Sólo se tranquilizó cuando vio entrar el todoterreno de su amigo en el aparcamiento del puerto deportivo.
– ¡Ya estamos aquí! – Dijo Luis muy sonriente.
– Ya era hora, Luis. – Apuntó el otro muy molesto.
Pocas cosas le irritaban más en la vida que le hiciesen esperar.
– ¿Y qué quieres que te diga? No todo el mundo está a tu entera disposición. Tuvimos que ir a recoger a la niña. Te recuerdo que está interna en un colegio y no puede salir así como así sin una causa justificada.
– Ya, ya. Detalles, detalles...
El hombre pasó de su teórico amigo para centrarse en las dos hembras. Óscar no perdió ni un segundo en fijarse en la madre, prefirió recrearse la vista con la más pequeña. La vestimenta de la adulta parecía más propia a la de una stripper de barra americana barata que la adecuada para afrontar un crucero por el Mediterráneo pero el uniforme colegial de la pequeña Zoe compensó con creces sus mejores expectativas. Poco menos que babeó al verla vestida de ese modo. La niña estaba acostumbrada a causar ese efecto en los adultos que la rodeaban pero aun así se refugió ligeramente detrás de su mamá.
– Te presento a Susan y a su hija. – Dijo Luis.
– Hola, tú eres Óscar, ¿verdad? Nos presentaron en una fiesta el verano pasado, ¿recuerdas? – Dijo la madre adelantándose.
– Sí, claro. – Respondió Óscar más por compromiso que por otra cosa.
No recordaba en absoluto haber coincidido con aquella indeseable y tampoco le interesaba lo más mínimo. Enseguida olvidó sus modales y se centró en lo que de verdad le importaba.
– Hola, bonita. ¿Cómo te llamas?
– Zoe. – Le contestó la chiquilla bastante modosa y prudente.
– ¿Cuántos años tienes, bonita? – Preguntó él besándola en la mejilla.
– Los suficientes. – Apuntó la mamá de manera impertinente tomándose la libertad de juntar sus labios con la cara del anfitrión.
– ¿Tienes ganas de montar en barco? – Continuó Óscar sin inmutarse.
– Ya hemos estado en algún yate, ¿verdad Zoe? – Contestó la madre intentando meter baza en la conversación.
– Seguro que en ninguno como este. – Apuntó Luis sacando las maletas del todoterreno.
En efecto, en cuanto Susan vio la embarcación de Óscar sencillamente alucinó. Se quedó boquiabierta. En nada se parecía a las que había visitado anteriormente. Éstas parecían cáscaras de nuez al lado del barco del empresario, todo lleno de lujos y detalles tan ostentosos como innecesarios.
– ¡Vaya, es impresionante! ¿Verdad, Zoe?
– Sí, mami. Es muy bonito su barco, señor Fernández. – Dijo la niña obsequiando al anfitrión la mejor de sus sonrisas.
El hombre estuvo a punto de correrse simplemente viendo cómo la adolescente se humedecía sus pequeños labios pintados de rosa después de hablarle. Había imaginado tantas veces su polla metida entre ellos que ahora que el momento soñado se acercaba no sabía cómo reaccionar. Parecía un quinceañero encabritado por las hormonas.
– Óscar, llámame Óscar, por favor.
– Claro – apuntó la joven muy sonriente –. Es muy bonito tu barco, Óscar.
– Me alegro mucho de que te guste. ¿Quieres verlo por dentro?
– ¡Síii! – Dijo la niña dando saltitos de alegría.
– Será estupendo. – Apuntó la mamá intentando disimular cuanto pudo su malestar.
El hombre tomó la mano de la chiquilla. El tacto suave de su piel a punto estuvo de provocarle una erección instantánea. Aún así estuvo atento y les enseñó todas y cada una de las estancias, a cuál más impresionante hasta que llegó a una en la que se detuvo especialmente:
– Este es tu camarote… Zoe.
– ¡Guau…!
– Justo al lado del mío.
– Vaya… ¡qué detalle! – Dijo una Susan cada vez más enojada al sentirse un cero a la izquierda.
– Instalaos y poneros cómodas. Zarparemos rumbo a Ibiza ahora mismo. Luis y yo os esperamos en cubierta.
– ¡Ibiza, qué bien!
– ¡Genial!
Cuando los dos hombres estuvieron a solas en cubierta Óscar expresó sus dudas a su amigo. Sabía cómo actuar con todo tipo de mujeres, desde las más refinadas hasta simples prostitutas, pero jamás había estado en una situación semejante. No sabía a qué atenerse con una niña como Zoe.
Luis no pudo por menos que volver a reírse de su amigo.
– Tranquilo, relájate. Tú no tienes que hacer nada, sólo déjate llevar. Esa chiquilla sabe a lo que ha venido. Te aseguro que, dejando aparte su coño, no hay ninguna parte de su cuerpo a la que tengas algo que enseñarle. Lo domina a la perfección. Vale la pena caer en la tentación de la pequeña Zoe, ya lo verás.
El anfitrión accedió aunque no estaba nada convencido. Le gustaba controlar las situaciones y era de los que no dejaba ningún detalle a la improvisación. No obstante, el recuerdo de aquellos suaves labios de Zoe en su mejilla y el roce de su tibia mano lo motivó lo suficiente como para correr el riesgo y lanzarse hacia lo desconocido.
Tuvo que esperar para comprender a lo que se refería su amigo acerca de las excelencias del cuerpo de Zoe. Las dos pelirrojas se tomaron su tiempo pero por fin aparecieron en cubierta llevando solamente la parte inferior del tanga, gafas oscuras y unas pamelas que las protegían del sol.
A Óscar se le aceleró el pulso cuando las vio llegar.
– ¡Ya estamos aquí! – Dijo Susan con la mejor de sus sonrisas.
– Por fin. Creí que os habíais perdido por la bodega. – Apuntó Luis, siempre ocurrente.
– Uff, pues no creas. Esto es enorme. ¿Verdad Zoe?
La mamá se veía muy cómoda semidesnuda entre los dos hombres. Zoe, en cambio, se cruzaba de brazos intentando cubrir sus casi imperceptibles tetitas, apenas un par de bultitos no más grandes que una moneda. Pese a sus esfuerzos por sonreír no hacía falta ser muy avispado para adivinar que no estaba cómoda.
– Sí, mamá.
– Sentaros aquí. Zoe, tú a lado de Óscar…
Al pasar delante de Óscar a éste casi le da un infarto al contemplar cómo el minúsculo tanga blanco se perdía entre medio de los redondos glúteos de la chiquilla. A diferencia de sus pechos, ya habían comenzado a desarrollarse y mostraban una redondez de lo más apetecible. La jovencita tomó asiento al lado del hombre. Hizo ademán de taparse los senos pero desistió, tal vez porque pensó que cubrirse iba a resultar poco amable así que superó su vergüenza inicial y dejó a la vista del hombre su juvenil anatomía.
Óscar comenzó salivar de forma tan evidente como indecorosa. Se encontraba tan cerca de la ninfa que podía contar las grietas casi imperceptibles de sus pezones rosados. No podía dejar de mirar aquellas areolas diminutas que coronaban de manera gloriosa los bultitos que apenas habían comenzado a brotar de su pecho. Se relamía de gusto pensando en hacerles un traje con sus propias babas.
– ¿Queréis algo de beber? – Dijo él poniendo la mano sobre la rodilla de la chiquilla.
– No…no… – respondió la niña algo intranquila al verse examinada de tal forma pero sin hacer nada por zafarse.
Su mamá le había aleccionado al respecto: debía hacer todo lo necesario para agradar a Óscar. Todo excepto entregarle el virgo… al menos hasta firmar los papeles de la boda.
– Claro que sí, – dijo Susan alegremente – ¿por qué no? ¿Tienes champagne?
– Por supuesto.
– Pues champagne… para todos.
– Bueno, quizás Zoe desee otra cosa.
– ¿¡Qué dices?! Si a ella le encanta, ¿verdad, Zoe?
– Sí. Está bien.
– ¿Seguro?
– Sí, si – apuntó ella con rapidez – . Champagne estará bien.
Las burbujas hicieron efecto y conforme las botellas vacías iban cayendo al mar el ambiente se fue relajando. Mientras Luis se daba un homenaje con las siliconadas tetas de una Susan que no dejaba de parlotear, Óscar acariciaba la parte interior del muslo de Zoe de una manera cada vez más vehemente. De hecho, entre risas y coqueteos, con la excusa de hacerle cosquillas, ya le había palpado varias veces los pechos. Al ver que ni esta ni su mamá objetaban nada, olvidó su ya de por sí escasa educación y decidió meterle mano de manera resuelta. Sólo entonces la jovencita pareció retraerse un poco, cuando las manos del adulto no se apartaron de su cuerpo.
– ¡Zoe, sé atenta con Óscar! – le reprendió la madre – ¡Nos ha invitado a un crucero fantástico!
– ¡Sí, mami! – Dijo la niña en tono sumiso acercándose de nuevo al radio de acción del adulto.
Pese a que Zoe echó ligeramente los hombros hacia atrás para facilitarle la tarea, Óscar prefirió ser prudente y centrarse en sus bonitas piernas al menos en un primer momento. La chica parecía mucho más conforme con eso. Tal vez envalentonada por el efecto del alcohol o por el aleccionamiento previo por parte de su mama, abrió sus piernas al notar cómo la mano izquierda del empresario, aquella en la que todavía brillaba su alianza de casado, se acercaba amenazante a su zona roja. Fue entonces cuando la chiquilla tomó la iniciativa y, tras pasar sus manos por detrás de la cabeza del adulto, le estampó un beso en los labios. Un beso dulce, húmedo, reposado; un beso que dejó bien a las claras la maestría de la niña en tales lides y su total dominio de la situación.
El anfitrión mostraba una erección de caballo, imposible de disimular bajo su bermuda. Estaba petrificado, hipnotizado, mientras aquella lengua infantiloide jugueteaba con la suya. La situación lo retrotrajo a su niñez, cuando se daba aquel tipo de besos furtivos con su prima en el pueblo; su primer y único amor verdadero… al menos, hasta conocer a Zoe.
– Besas muy bien, Óscar. – Dijo la jovencita con un hilito de voz al separarse de él.
Mientras sonreía, recorría sus labios con lengua, saboreando las babas del empresario de manera sensual.
– ¿Me das un poquito más de champan, por favor?
Él no supo cómo reaccionar. Embobado con el cuerpo de la chiquilla, parecía más un pelele que uno de los hombres de más éxito del país.
– ¿¡Óscar!? – rió Zoe, avergonzada y halagada a la vez por causar aquel efecto entre los amigos de su mamá –. ¡El champan!
– ¡Sí, sí! Ahora voy…
Descoordinado por la excitación el hombre se hizo con la botella pero las manos le temblaban tanto que a la hora de verter el líquido en la copa derramó buena parte del espumo sobre el suelo, sobre Zoe y sobre él mismo.
Todo se transformó en una algarabía. El anfitrión estaba desolado por su torpeza y rojo de vergüenza. No toleraba el error y mucho menos si provenía de su parte.
– ¡Lo siento! – dijo tomando una servilleta e intentando secar el cuerpo de la niña.
Ella reía divertida mientras se dejaba toquetear por el adulto.
– ¡Tranquilo! No pasa nada. – Repetía una y otra vez mientras el respetable señor se daba un festín con sus minúsculas tetitas.
– Ya… ya está.
– Todo está bien, Óscar.
Y como manera de confirmar sus palabras la niña agarró con sus manos las del hombre y las llevó hasta sus minúsculos pechos.
– No pasa nada… ¿lo ves?
– Vale – Dijo él mientras el calorcito de la muchacha hacían de sedante con su nerviosismo aunque tenía un efecto demoledor con su entrepierna que no dejaba de reivindicarse delante de todos
El hombre y la niña permanecieron un tiempo en contacto físico pero su conexión fue infinitamente más intensa por la mirada. Fue un momento mágico que la mamá, algo molesta, se encargó de finiquitar. Le costaba admitir que la mayoría de los hombres ya encontraban mucho más atractiva a su pequeña hija que a ella y que Óscar era uno más de ellos.
– ¡Qué poca cabeza tenemos, hija!
– ¿Qué… qué sucede, mami?
– Pues que nosotras llevamos bronceador pero ellos no…
– No… no hace falta. – Apuntó Óscar torpemente, estaba tan embelesado por Zoe que no entendió la verdadera intención de la mujer.
– Mejor sí – intervino Luis, echando un capote –. No vayamos a quemarnos.
– Pues claro. Zoe, ponle crema a Óscar que yo haré lo mismo con Luis, ¿vale?
– Lo… lo que digas, mamá.
El propietario de la embarcación por poco eyacula al sentir las manitas de la niña extendiéndole la crema por el pecho. Su cipote provocaba un abultamiento escandaloso en su fino bañador de marca. Ella no parecía darle mayor importancia a tal hecho, incluso de vez en cuando lo rozaba de manera aparentemente involuntaria con el codo.
– Extiéndesela por todo el cuerpo, Zoe. No seas rácana con la crema. – Dijo Susan mientras bajaba el bañador de Luis hasta los tobillos – ¿Ves? Haz, como yo, no seas tímida… ya sabes cómo se hace…
Y sin más procedió a verter una enorme cantidad de crema en directamente en el falo y las pelotas de Luis para de inmediato echar mano a ellos.
La niña cumplió el mandato e intentó imitar a su mamá pero, al bajar la prenda, el cipote de Óscar saltó como un resorte golpeándole la cara, provocando la algarabía general.
– ¡Cuidado, no vayas a quedarte tuerta! – dijo Susan entre risas para continuar lanzando un cumplido al anfitrión –. Estás muy bien armado, querido. Vas a tener que esforzarte, Zoe…
Se trataba más bien de una mentira piadosa. El miembro viril se mostraba erguido en honor a la chiquilla pero la pequeña Zoe había peleado contra contrincantes mucho más serios y siempre había salido victoriosa. Antes de tocarlo, lo observó con detenimiento como si estuviese decidiendo la estrategia a adoptar y finalmente llenó de untura el abdomen del macho con intención de empezar por allí la tarea encomendada. Eso agradó a un Óscar realmente excitado. Probablemente en otra situación hubiese agarrado la cabeza de la buscona de turno, clavándole la polla hasta la garganta pero se sentía tan turbado con la actitud infantiloide de la niña, la veía tan frágil e indefensa, que no se atrevía a hacer nada por temor a incomodarla.
– Por ahí… echa por ahí también, Zoe. – Le dijo su mamá, señalándole con la mirada los genitales del empresario.
– C…claro… – balbuceó la niña con la mirada absorta en la verga del adulto.
Los gemidos de Luis no tardaron en llegar. Las manos mágicas de Susan estaban haciendo maravillas en sus bajos pero lo que realmente le hizo tocar el cielo fue la boca de la hembra al entrar en acción. Prácticamente se jalaba la verga por completo, sin importarle en absoluto que su pequeña hija estuviese delante. Madre e hija habían compartido tantas orgías que poco o nada tenía que enseñarle ya la una a la otra.
Zoe utilizó una estrategia diferente a la de su mamá, menos directa pero mucho más turbadora. Susan siempre le apremiaba para que fuese más intensa a la hora de practicar sexo oral con adultos, inconsciente de que lo que verdaderamente hacía tan irresistible a Zoe era precisamente lo contrario: su aureola de niña inocente y pura, como si estuviese pecando por primera vez.
La adolescente vertió tanta crema en sus manos que parecían una amalgama gelatinosa y, obviando en un primer momento el cipote que la miraba amenazante, embadurnó los testículos del macho de forma generosa con suma delicadeza
– ¿Te hago daño? – Preguntó mimosa mientras amasaba las pelotas endurecidas de un Óscar a punto de estallar.
– Pa… para nada…
Consciente o inconscientemente la pequeña se mordisqueaba el labio inferior sin perder de vista el escroto aceitado y brillante. Los testículos de Óscar sí eran de un tamaño considerable y parecía dudar sobre si iba a ser capaz de introducirse uno de ellos en la boca tal y como le había enseñado su mamá.
– Te… te pondré por aquí también. – Prosiguió la niña dirigiendo la mirada al ariete.
Una de sus manitas abandonó el saquito peludo del anfitrión y comenzó a extender la crema por el miembro viril, siendo extremadamente cuidadosa.
– ¡Uff! – Exclamó Óscar al sentir la suavidad de aquella piel infantil rozando su parte íntima.
La niña manifestó su total dominio de la situación, sus manitas hacían magia en la intimidad de un Óscar extasiado. Zoe no se anduvo con rodeos y demostró sus habilidades desde el principio. Agarró el miembro y comenzó a masturbarlo a dos manos de manera magistral, delicada pero a la vez firme. Óscar creía morirse de gusto. Las palabras de su amigo sobre la capacidad de dar placer de la niña resonaron en su cabeza. No podía estar más de acuerdo con ellas. Las manitas subían y bajaban por el falo, retorciéndolo lo suficiente como para elevar el placer producido en él hasta el infinito. Óscar estaba a punto de correrse pero se resistía con todas sus fuerzas, intentando de ese modo alargar el acto y no dar la impresión de ser un eyaculador precoz.
– ¿Te gusta? – Preguntó Zoe con su tono voz más inocente.
Sin duda aquella era la pregunta con más carga retórica que el hombre había escuchado en su vida. La vida se le escapaba a cada ir y venir de aquellas manos diminutas a lo largo de su prepucio. Sólo pudo cerrar los ojos, asentir y continuar disfrutando de aquella dulce tortura.
En cuanto la niña acercó el pene a los labios, recogió con su lengua las gotitas blanquiñosas que comenzaba a aparecer por su punta y se metió la primera porción de éste en la boca, Óscar tuvo la certeza de que los rumores acerca de sus habilidades orales no eran burdas leyendas urbanas: lo de Zoe no se trataba de un simple postureo frente a la cámara, aquello iba mucho más allá. La preadolescente tenía una facilidad natural para el sexo oral y la había perfeccionado con el transcurso de sus pocos años con una predisposición total para la mamada y una entrega sin condiciones para regalar placer al adulto de turno.
Óscar negaba con la cabeza, le costaba admitir lo que su verga le transmitía con una claridad meridiana: Zoe no era una novata chupando pollas, más bien todo lo contrario. La nínfula de cabello rojizo era toda una experta en el arte de dar placer a los hombres con su fresca boquita.
El acaudalado empresario se encomendó por completo a aquel tierno angelito, dejándose llevar. Embriagado de placer, intentó calcular las veces que aquella cría habría repetido la misma maniobra hasta alcanzar tal grado de maestría. Aquella forma de mamar, concienzuda y metódica, no era producto de algo innato, ni se aprendía de un día para otro. La manera con la que Zoe le lamía las pelotas y recorría con la lengua su verga desde la base hasta la punta no era algo improvisado sino el resultado de horas y horas de práctica con infinidad de pollas tanto o más grandes que la suya. Esa evocación, el imaginar a la niña mamando vergas una tras otra hasta exprimirles el jugo le turbó. Se puso malo imaginándola bebiendo litros de esperma desde su más tierna infancia. En cualquier caso estaba claro que la pelirroja de flequillo rebelde era un auténtico prodigio del sexo oral y si cerraba los ojos podía perfectamente hacerla pasar por la más cara prostituta del mejor de los burdeles donde él había fornicado.
– ¡Madre mía! – murmuró Óscar durante una de aquellas lúbricas arremetidas de la chiquilla, esforzándose en retardar lo inevitable –, eres una maravilla.
Zoe dejó de mamar y agradeció el cumplido con una amplia sonrisa. Estaba acostumbrada a provocar reacciones similares entre los hombres a los que entregaba sus favores a indicación de su madre pero enseguida volvió a la tarea para la que estaba más dotada, introduciéndose el pene entre los labios todavía más adentro, permitiendo que éste percutiese en su glotis repetidamente sin dificultad como si de un martillo pilón se tratase.
Oscar casi se muere al sentir cómo su aldaba golpeaba las puertas del mismísimo cielo. Quiso explotar en ese momento y llenarle la boca de semen pero logró contenerse haciendo un esfuerzo titánico.
Para su fortuna Zoe se tomó un respiro. Sus carnosos labios se separaron de la cabeza del cipote justo en el momento adecuado. Una arremetida más y este hubiese descargado toda su furia contra su garganta. De hecho, los fluidos preseminales manaban desde hacía un rato de manera tan abundante por el agujerito que coronaba su rabo que ya habían manchado la cara de la niña.
– ¿Qué tal vas, hija? – dijo Susan con el estómago lleno del esperma de Luis.
– Bien, mami… – dijo la jovencita limpiándose la espuma blanca que adornaba la comisura de sus labios con el dorso de la mano.
– Ya sabes, sigue hasta el final. Agradece a Óscar su invitación.
– ¡Sí, mamá!
Zoe volvió a encender la aspiradora que tenía escondida entre los labios; esa que la había hecho famosa en algunos círculos restringidos de la alta sociedad y tanto beneficio económico le había reportado a su mamá. Ya hacía un buen rato que el carmín de sus labios había abandonado su lugar natural para teñir la verga de Óscar. Cada vez se jalaba con mayor vehemencia el pedazo de carne. Se la veía entregada a la causa y curiosamente mucho más cómoda en pleno acto sexual que en los preliminares al mismo, donde se había presentado indecisa y dubitativa.
– ¡Uff! – Exclamó de nuevo el empresario tras una jalada mucho más profunda y húmeda que las anteriores.
– Es buena, ¿en? – Intervino Luis que había dejado de follarse a la mamá para recrearse la vista con el espectáculo de la chiquilla chupando polla.
– Es… es increíble... – Musitó el otro macho realmente satisfecho haciendo un esfuerzo titánico para contenerse.
Óscar estaba encantado con la mamada de la adolescente. Cada arremetida era mejor que la anterior. Contemplaba extasiado cómo los mofletes de la jovencita se inflaban y desinflaban al paso de su cipote. Alucinaba al ver cómo ella le lamía las pelotas con vehemencia, metiéndose un huevo en la boca, tragándose el protector solar sin reparo alguno mientras le frotaba el miembro a dos manos en una espectacular combinación.
– ¡Dáselo todo, házselo en su boca…– Exclamó Susan acercándose, muerta de celos.
Su manera de hablar era de lo más impersonal, casi cruel; como si Zoe, en lugar de su única hija, fuese una sucia actriz de cine para adultos.
– ..o en su cara…! ¡Donde quieras!
Óscar no se lo pensó. Acercó su polla, dejándola a escasos centímetros de la cara de la chiquilla y apuntó hacia el objetivo. Era imposible fallar el tiro pero al verla con la mirada agachada y con las mejillas sonrosadas le asaltaron las dudas. Zoe volvía a parecerle una niña, una niña frágil y avergonzada por lo que estaba sucediendo. En su verga permanecía vivo el recuerdo del placer experimentado y todavía quedaba lo mejor, el final feliz.
El hombre todavía albergaba unas trazas de humanidad y decidió indultarla. Negó con la cabeza e hizo un amago de retirar el pene. Estuvo incluso de decir algo excusándose pero no le dio tiempo: Susan hizo precisamente lo que más irritaba a Óscar, actuar por su cuenta sin consultarle.
– ¡A esta zorrita le encanta que le hagan esto…!
Y alargando la mano atrapó el cipote del hombre y éste, tras unas pocas sacudidas, esputó todo lo que llenaba sus testículos, formándose un proyectil de lefa que salió disparado contra la carita de Zoe.
– ¡Joder! – Gritó él cerrando los ojos, impotente a la hora de contener su artillería.
Uno tras otro, los chorros de babas salieron de su polla alcanzando el objetivo. Susan movía certeramente el cipote, intentando maximizar los daños. El resultado fue devastador.
– ¡Guau! – Exclamó Luis al ver el estado en que quedó la niña tras la espectacular corrida de su amigo.
– ¡Eso es! – Vitoreó Susan satisfecha por su hazaña – ¿Ves cómo se ríe? ¡Le encanta!
Cuando Óscar abrió los ojos… casi se le para el corazón. La cara de Zoe parecía gelatina. Simplemente no estaba, apenas se la distinguía. La frente, los párpados, las cejas, los labios, la práctica totalidad de sus innumerables pecas… casi todo su rostro había desaparecido bajo el torrente de esperma con el que él la había regado. Tan sólo la punta de su naricita, parte de su barbilla y su eterna sonrisa se habían salvado de la quema, al menos provisionalmente, ya que los grumos comenzaban a descender por su piel infantiloide y amenazaban con embadurnarlos a ellos también. Inclusive una de las andanadas había alcanzado la parte superior de su cabeza con lo que su lacio cabello tampoco se libró del baño con simiente masculina.
El hombre se quedó paralizado por lo que había hecho, pero la niña no. Sabía muy bien lo que tenía que hacer, exactamente lo mismo que las otras veces. A ciegas, ayudándose de las manos, volvió a abrir la boca y sus delicados labios procedieron a limpiar el arma que en tan lamentable estado le había dejado, repasando cada recoveco con la lengua.
Óscar quiso pedirle perdón e instarle a que se detuviera pero no pudo. La lujuria venció a su tenue resistencia. Deseaba que Zoe no parase nunca de hacerle aquello. Estaba entregado a la causa.
Un fogonazo lo llenó todo e hizo que la magia se esfumase a la velocidad de la luz. El empresario, no obstante, se encontraba tan a gusto que no reaccionó hasta el tercero.
– ¡¿Qué cojones…?! – Exclamó.
– ¿Qué pasa? – Preguntó Luis extrañado dejando de hacer fotos a la pareja en plena faena.
– ¡Te he dicho que nada de esa mierda, joder! – Gritó Óscar muy enfadado.
– Pero… sólo se le ve a ella. Tendré cuidado con eso, te lo prometo.
– ¡Que no! – Gritó de nuevo el hombretón.
Y fuera de sí, privó a Zoe de su caramelo y acercándose a su supuesto amigo, agarró la cámara y arrancándosela del cuello sin ningún cuidado la lanzó por la borda. El caro aparato se hundió lentamente en las profundidades del Mar Mediterráneo.
– ¿Pero qué mosca te ha picado?
– ¡Nada de fotos, nada de fotos! ¿Entendido?
– Pero…
– ¡No me toques los huevos, Luis! Sabes que no bromeo. Otra gilipollez como ésta y te tiro a ti también.
– Vale, vale… joder, cómo te pones por una tontería. Todo el mundo se las hace a la niña mientras mama…
– ¡Pues yo no!
El propietario del barco se encerró en su camarote dando un sonoro portazo. Zoe pensó en hablarle pero Luis se lo quitó de la cabeza.
– No es buena idea, créeme. Es mejor dejarle tranquilo, ya se le pasará.
El hombre conocía el terrible genio de su amigo cuando algo no se ajustaba a sus previsiones y que el tiempo era el mejor antídoto contra su mal humor pero cuando en barco dio media vuelta y se dirigió de nuevo al puerto de partida pensó que tal vez en aquella ocasión el enojo de Óscar era verdaderamente serio. Cuando llegaron a puerto ni siquiera salió a despedirles. Lo que iba a ser una semana de placer se había convertido en un desastre.
CONTINUARÁ...
A nadie extrañó la noticia de que el empresario aeronáutico Óscar Fernández contrajese matrimonio por cuarta vez apenas unos meses después de haber protagonizado un escandaloso y caro divorcio. El sesentón era uno de esos hombres que acostumbran a estar poco tiempo solteros y que se rodean de lujos y bellas mujeres para dejar constancia de su estatus económico. Es más, también era de ese tipo de hombres que buscan el recambio antes de desprenderse del original, con el concepto de fidelidad no muy definido en su escala de valores y con patente de corso para hacer lo que les viene en gana.
Lo que sí que llamó poderosamente la atención fue que aquella vez la elegida fuese una mujer que rozaba la cuarentena en lugar de una despampanante y siliconada jovencita de dieciocho años tal y como era su costumbre.
Más de un despistado pensó que por fin había sentado la cabeza, a pesar de que sacaba más de veinte años a su nueva conquista. Y podría ser cierto de no haber sido la señorita Susan Sanders la elegida para compartir su cama. La tal Susan era muy conocida en los círculos sociales de la ciudad y tildada de cazadora de fortunas, roba maridos o directamente como una zorra, según la simpatía que le tuviese la persona interrogada.
Lo cierto es que el acercamiento entre los desposados no fue algo inmediato. La mujer había ido pasando de cama en cama entre el círculo de amistades del influente empresario, escalando posiciones a fuerza de abrirse de piernas hasta que llegó el turno del pez más gordo del acuario. Que acabase encamada con él no resultaba extraño pero sí que sus tórridos devaneos concluyesen en boda tan pronto. Nadie lo entendía.
Susan había sido una joven precoz y muy atractiva pero, aunque conservaba un envidiable físico y una belleza arrebatadora, ya no era la misma lolita apetecible y seductora de antaño. Tenía una reputación, bien labrada a lo largo de los años, de ser una fiera en la cama y de no tener límites a la hora de practicar sexo como la más vulgar de las rameras pero eso, a los hombres como el señor Fernández, no les bastaba. A ese tipo en concreto de potentados les gusta la carne desinhibida pero sobre todo fresca, muy pero que muy fresca.
Cuanto más fresca, mejor.
Si extraña fue la noticia del casamiento todavía lo fue más la boda en sí. La ceremonia no se correspondió con las ínfulas de grandeza de la novia, sin duda eufórica por haber atrapado a tan codiciada presa. Ciertamente hubo algunos invitados de postín y el banquete estuvo a la altura de las circunstancias pero, comparada con las espectaculares celebraciones nupciales previas del empresario, más de uno la tildó de austera, incluso sosa. Es más, para descafeinar más aún la cosa, los contrayentes abandonaron atropelladamente los fastos con la endeble excusa de tener que emprender el vuelo que les llevaría al destino secreto de su exclusivo viaje de recién casados. Óscar Fernández poseía no uno sino varios aviones privados que le permitían llegar a cualquier parte del mundo sin pasar por los agobios típicos del resto de los mortales; no hacía falta tanta prisa.
Sólo algunos invitados, los más íntimos amigos del novio, aquellos los que no sólo conocían sino que también compartían sus perversiones comprendían la verdadera motivación del millonario para contraer aquel extraño matrimonio y desde luego no eran las habilidades amatorias de Susan. Sabían de buena tinta que aquella “respetable” señora sólo tenía algo que verdaderamente podía interesar al maduro empresario: la tercera persona que ocupó la parte trasera de la limusina cuando ésta emprendió rauda y veloz el camino hacia el aeropuerto…
La pequeña Zoe.
Zoe era una muñequita retraída, de ojitos pequeños y claros, nariz chata, labios carnosos y cabello color caoba. Su flequillo rojizo caía grácilmente sobre su rostro plagado de pequitas, tapándolo parcialmente, lo que le confería un aspecto tímido y frágil que resultaba a los hombres de lo más morboso. Peinados aparte, era la viva imagen de su mamá, pero en versión infantil, libre de siliconas y de operaciones estéticas. Habitualmente vestía ropas de marcas caras con un estilo similar al de la adulta, prendas más propias de prostitutas de lujo que de niñas de su edad: joyas, bolsos de marca, minifaldas cortas, maquillaje excesivo y zapatos de tacón. El mimetismo entre ambas era tal que inclusive, el día de la boda, tanto madre como hija lucieron trajes blancos idénticos y la niña ocupó un lugar preferente en la mesa principal en lugar de estar con el resto de la chiquillería. Zoe se ocupó de cortar la tarta e incluso fue la segunda en bailar con su nuevo padre el vals nupcial. Óscar no se separó de ella en ningún momento durante todo el banquete.
Al igual que su madre, irradiaba satisfacción y felicidad por los codos aunque solía refugiarse muy a menudo tras el brazo de su nuevo padrastro, un poco superada por los acontecimientos.
Tanto protagonismo tuvo Zoe en todos los fastos que más de un invitado comentó, medio en broma, medio en serio, que daba la impresión de que el afortunado de Óscar se estaba desposando con ella en lugar de con su mamá.
Sólo unos pocos caballeros y alguna señora no rieron la ocurrencia: sabían que aquellas apreciaciones se ajustaban bastante a la realidad.
Aquellos potentados, lejos de escandalizarse, se morían de envidia ya que habían disfrutado de la compañía de la joven y sabían lo placentero que resultaba compartir cama con aquella ricura. Les dolía asimilar que, a partir de aquel momento, tal circunstancia no se repetiría ya que la pequeña Zoe pertenecía en exclusiva a su nuevo padrastro: el respetable empresario Óscar Fernández.
– ¡Joder, ya estaba hasta los cojones de tanto gilipollas chupasangre! – espetó el señor apenas subió la mampara oscura que los separaba del conductor del vehículo, aislándoles por completo de él.
– Pero Óscar, no digas eso. Son tus amigos…
– ¿Amigos? ¡Gilipolleces! Sólo me aprecian por mi dinero… ¡Son basura, unos carroñeros hijos de puta, eso es lo que son esa pandilla de subnormales! – dijo él expulsando el rencor contenido.
– Ahora tranquilo, ya pasó. Disfruta de nuestra Luna de Miel…
– ¡Sí! Es hora de relajarse…– dijo bajándose la cremallera del pantalón.
Cuando se sacó la verga, alargó la mano pero no en dirección a su nueva mujer sino a la preadolescente que ocupaba el tercer asiento. Intentó parecer amable, pero su sonrisa resultaba más falsa que una moneda con dos caras.
– ¿Te lo has pasado bien, Zoe?
– S… sí – contestó la niña intentando no mirar el pedazo de carne que asomaba por la bragueta de su nuevo padrastro.
– Me alegro. Ahora es mi turno de pasarlo bien, ¿no crees?
La niña sabía perfectamente a lo que el hombre se refería pero la presencia del chófer al otro lado del cristal tintado la perturbaba.
– No puede vernos ni oírnos. No te preocupes por ese don nadie.
Pero aun así la joven no se decidía a actuar.
– ¿Zoe? – le dijo su mamá algo molesta en tono de reproche – Venga, ¿a qué esperas, cariño? Sé amable con papi.
El empresario no tuvo la paciencia para esperar a que Zoe actuase por sí misma, llevaba todo el día ansiando ese momento. Seguro de que sus actos quedarían impunes, deslizó su manaza hasta la nuca de la niña, condujo su cabecita hacia su entrepierna y se dispuso una vez más a disfrutar de las extraordinarias habilidades orales de Zoe.
Mientras el coche se dirigía raudo al aeropuerto Susan se retocaba el maquillaje sin alterarse lo más mínimo por lo que sucedía a su lado. Estaba tan absorta admirando el tamaño del brillante de su nueva sortija que ni se inmutó cuando el sonido del chapoteo de la boca de Zoe cesó, señal inequívoca de que el estómago de su hija alojaba el esperma de su nuevo marido, junto con el pastel nupcial.
Oscar respiró profundamente, plenamente satisfecho de su recién iniciado matrimonio. Mientras la lengua de la niña recorría su prepucio, limpiándolo de restos de la corrida con delicadeza, recordaba cómo había comenzado todo aquello, unos meses atrás.
Capítulo 2
– ¡No insistas Luis! ¡He dicho que no, y punto! – dijo el señor Fernández jugueteando con el vaso de whisky en el reservado del burdel de lujo al que acudía todos los martes mientras una mulata casi adolescente bailaba frente a él de manera sensual.
– Pero, ¿por qué? – Le contestó uno de sus amigotes más libertino, con la cabeza de otra de aquellas jóvenes entre las piernas.
– Porque no. Las cosas ya van lo suficientemente mal con Angélica como para que me largue una semana contigo de crucero a Ibiza con esa puerca...
– Venga… lo pasaremos bien.
– Además, no sé qué le veis a ese putón de Susan que estáis todos tan encoñados con ella. Es hermosa, no lo dudo, pero tampoco es para tanto. Angélica, sin ir más lejos, seguro que le da mil vueltas en la cama. Mi mujer es una fiera poniendo el culo, tú ya lo sabes…
Luis asintió. La actual pareja del empresario, una despampanante ucraniana de contundentes senos naturales, también había hecho un largo periplo entre las braguetas de sus amigos antes de llegar a la suya.
– Tu matrimonio hace aguas por todas partes, no seas falso.
– No insistas Luis, no me veo motivado. No me gustan las viejas, ya lo sabes. ¡Joder, ya lo he dicho!
El amigo no pudo evitar esbozar una sonrisa. Sabía que ese era el verdadero problema y sacando su teléfono móvil se lo mostró tras manipularlo un rato.
– ¿Te parece suficiente motivación?
Óscar observó la pantallita pero no se inmutó.
– Sí… está buena; y más así, toda abierta y en pelotas pero…
– Mira las siguientes…
– Eres un pesado, ¿lo sabías? – Dijo el hombre algo molesto con su amigo.
– Míralas, confía en mí.
El potentado ya estaba a punto de protestar de nuevo cuando su amigo deslizó el dedo por la pantalla. Su semblante cambió de inmediato, conforme las fotos iban sucediéndose. Su compañero de correrías no pudo reprimir la risa cuando le arrebató el teléfono y se lo acercó a la cara.
– ¿Qué dices ahora?, ¿te parece vieja?
Óscar sólo asintió.
– ¿Quién… quién es? – dijo al fin.
– Zoe, su hija…
– Es muy joven…
– Mucho… pero aún así sabe muy bien cómo satisfacer a un hombre.
– Ya lo veo. –Dijo el hombre ensimismado contemplando la imagen de la chiquilla con un enorme pene entre los labios.
El hombre carraspeó y dirigiéndose a las dos chicas que les acompañaban les dijo sin la más mínima educación:
– ¡Dejadnos a solas, zorras!
Su amigo sonrió. Conocía la manía casi enfermiza del empresario por la discreción. Esperó a que aquellas jóvenes prostitutas abandonasen el reservado para continuar:
– Esa niña tiene la mejor boca que jamás he probado… – aseguró el amigo enseñándole la última de las fotografías en las que se le distinguía eyaculando en la cara de la niña.
El señor Fernández no dijo nada, se limitó a escudriñar la pequeña pantalla.
– Su mamá asegura que es virgen y no puedo decir lo contrario. He estado en varias orgías con esa niña y sólo la he visto tragar sables uno tras otro. Susan dice que sólo entregará el himen de su hija al afortunado cabrón que se case con ella. No se conforma con cualquiera, poco menos que se rió en mi cara cuando me ofrecí a ser su futuro ex marido… je, je, je …
– ¡Pero si tú también estás casado!
– Detalles, detalles… je, je, je…
Dijo el hombre riéndose de su propia ocurrencia.
– Creo que por eso quiere conocerte. Sin duda tú eres su prototipo de hombre ideal: viejo, pervertido y podrido de dinero.
– Entiendo… – Dijo el teóricamente ofendido sin inmutarse por la impertinencia.
– Entonces… hablo con la madre y quedamos la semana que viene con ellas cuando la niña termine el colegio, ¿te parece? Es más que probable que esté dispuesta a darte un anticipo antes de la boda y te aseguro que vale la pena, no lo dudes. Esa boca es dinamita. La zorrita esa ha nacido para el sexo; es igual que su madre.
– No. – Respondió secamente el empresario.
– ¿No? – Dijo el otro muy extrañado – ¿Pero yo creí que la niña te gustaba?…
– Mañana.
– ¿Mañana? – repuso su amigo negando con la cabeza – . Imposible. Tendría que hablar con ella, preparar el barco…
– Mañana. Por el barco no te preocupes, el mío está siempre a punto en el puerto. Tú concierta la cita y de lo demás me encargo yo.
– Pero… y qué dirá Angélica…
– ¡Que le den por el culo a esa zorra!
– ¡Sí, sí! Claro. Como tú quieras.
El ricachón se frotaba las manos. Él, frío como el hielo, se mostraba inseguro y ansioso pensando en la agradable perspectiva que se le presentaba.
– Déjame ver las fotos otra vez.
– Por supuesto… ahora mismo… ¿Quieres que te las pase?
El hombre dudó pero la parte analítica de su cerebro venció a la dureza de su polla y negó con la cabeza:
– No. Esas cosas son arriesgadas. Deberías tener más cuidado con eso, es sumamente peligroso. Ahora lárgate y ocúpate de tu parte. Tienes trabajo.
– Pero…
– ¡Humo!
– Vale, vale… joder, cómo te pones. Sólo te pido que me la prestes un día cuando la estrenes para pasar un buen rato con ella.
– Ya veremos. – Dijo Óscar en un tono nada convincente.
Luis torció el gesto, sabía que eso jamás sucedería. El millonario era de ese tipo de personas que sólo comparten las cosas de los demás.
En cuanto se quedó a solas Óscar hizo entrar a la mulata, le hizo un gesto y ella se arrodilló. Mientras recibía la felación cerró los ojos. En su retina permanecía la última fotografía contemplada a través de la pantalla del móvil de su amigo. En ella dos pelirrojas lamían una verga de manera conjunta. La mayor le traía sin cuidado pero no podía quitarse de la cabeza a la más pequeña. Su experiencia con las mujeres le decía que sus habilidades nada tenían que envidiar a la mulata que se la estaba chupando en aquel momento.
Capítulo 3
A la mañana siguiente todo estaba dispuesto para la primera toma de contacto. El acaudalado hombre de negocios miraba su Rolex de oro de manera insistente, casi enfermiza. Era un maniático de la puntualidad. Caminaba de un lado para otro muy nervioso. Sólo se tranquilizó cuando vio entrar el todoterreno de su amigo en el aparcamiento del puerto deportivo.
– ¡Ya estamos aquí! – Dijo Luis muy sonriente.
– Ya era hora, Luis. – Apuntó el otro muy molesto.
Pocas cosas le irritaban más en la vida que le hiciesen esperar.
– ¿Y qué quieres que te diga? No todo el mundo está a tu entera disposición. Tuvimos que ir a recoger a la niña. Te recuerdo que está interna en un colegio y no puede salir así como así sin una causa justificada.
– Ya, ya. Detalles, detalles...
El hombre pasó de su teórico amigo para centrarse en las dos hembras. Óscar no perdió ni un segundo en fijarse en la madre, prefirió recrearse la vista con la más pequeña. La vestimenta de la adulta parecía más propia a la de una stripper de barra americana barata que la adecuada para afrontar un crucero por el Mediterráneo pero el uniforme colegial de la pequeña Zoe compensó con creces sus mejores expectativas. Poco menos que babeó al verla vestida de ese modo. La niña estaba acostumbrada a causar ese efecto en los adultos que la rodeaban pero aun así se refugió ligeramente detrás de su mamá.
– Te presento a Susan y a su hija. – Dijo Luis.
– Hola, tú eres Óscar, ¿verdad? Nos presentaron en una fiesta el verano pasado, ¿recuerdas? – Dijo la madre adelantándose.
– Sí, claro. – Respondió Óscar más por compromiso que por otra cosa.
No recordaba en absoluto haber coincidido con aquella indeseable y tampoco le interesaba lo más mínimo. Enseguida olvidó sus modales y se centró en lo que de verdad le importaba.
– Hola, bonita. ¿Cómo te llamas?
– Zoe. – Le contestó la chiquilla bastante modosa y prudente.
– ¿Cuántos años tienes, bonita? – Preguntó él besándola en la mejilla.
– Los suficientes. – Apuntó la mamá de manera impertinente tomándose la libertad de juntar sus labios con la cara del anfitrión.
– ¿Tienes ganas de montar en barco? – Continuó Óscar sin inmutarse.
– Ya hemos estado en algún yate, ¿verdad Zoe? – Contestó la madre intentando meter baza en la conversación.
– Seguro que en ninguno como este. – Apuntó Luis sacando las maletas del todoterreno.
En efecto, en cuanto Susan vio la embarcación de Óscar sencillamente alucinó. Se quedó boquiabierta. En nada se parecía a las que había visitado anteriormente. Éstas parecían cáscaras de nuez al lado del barco del empresario, todo lleno de lujos y detalles tan ostentosos como innecesarios.
– ¡Vaya, es impresionante! ¿Verdad, Zoe?
– Sí, mami. Es muy bonito su barco, señor Fernández. – Dijo la niña obsequiando al anfitrión la mejor de sus sonrisas.
El hombre estuvo a punto de correrse simplemente viendo cómo la adolescente se humedecía sus pequeños labios pintados de rosa después de hablarle. Había imaginado tantas veces su polla metida entre ellos que ahora que el momento soñado se acercaba no sabía cómo reaccionar. Parecía un quinceañero encabritado por las hormonas.
– Óscar, llámame Óscar, por favor.
– Claro – apuntó la joven muy sonriente –. Es muy bonito tu barco, Óscar.
– Me alegro mucho de que te guste. ¿Quieres verlo por dentro?
– ¡Síii! – Dijo la niña dando saltitos de alegría.
– Será estupendo. – Apuntó la mamá intentando disimular cuanto pudo su malestar.
El hombre tomó la mano de la chiquilla. El tacto suave de su piel a punto estuvo de provocarle una erección instantánea. Aún así estuvo atento y les enseñó todas y cada una de las estancias, a cuál más impresionante hasta que llegó a una en la que se detuvo especialmente:
– Este es tu camarote… Zoe.
– ¡Guau…!
– Justo al lado del mío.
– Vaya… ¡qué detalle! – Dijo una Susan cada vez más enojada al sentirse un cero a la izquierda.
– Instalaos y poneros cómodas. Zarparemos rumbo a Ibiza ahora mismo. Luis y yo os esperamos en cubierta.
– ¡Ibiza, qué bien!
– ¡Genial!
Cuando los dos hombres estuvieron a solas en cubierta Óscar expresó sus dudas a su amigo. Sabía cómo actuar con todo tipo de mujeres, desde las más refinadas hasta simples prostitutas, pero jamás había estado en una situación semejante. No sabía a qué atenerse con una niña como Zoe.
Luis no pudo por menos que volver a reírse de su amigo.
– Tranquilo, relájate. Tú no tienes que hacer nada, sólo déjate llevar. Esa chiquilla sabe a lo que ha venido. Te aseguro que, dejando aparte su coño, no hay ninguna parte de su cuerpo a la que tengas algo que enseñarle. Lo domina a la perfección. Vale la pena caer en la tentación de la pequeña Zoe, ya lo verás.
El anfitrión accedió aunque no estaba nada convencido. Le gustaba controlar las situaciones y era de los que no dejaba ningún detalle a la improvisación. No obstante, el recuerdo de aquellos suaves labios de Zoe en su mejilla y el roce de su tibia mano lo motivó lo suficiente como para correr el riesgo y lanzarse hacia lo desconocido.
Tuvo que esperar para comprender a lo que se refería su amigo acerca de las excelencias del cuerpo de Zoe. Las dos pelirrojas se tomaron su tiempo pero por fin aparecieron en cubierta llevando solamente la parte inferior del tanga, gafas oscuras y unas pamelas que las protegían del sol.
A Óscar se le aceleró el pulso cuando las vio llegar.
– ¡Ya estamos aquí! – Dijo Susan con la mejor de sus sonrisas.
– Por fin. Creí que os habíais perdido por la bodega. – Apuntó Luis, siempre ocurrente.
– Uff, pues no creas. Esto es enorme. ¿Verdad Zoe?
La mamá se veía muy cómoda semidesnuda entre los dos hombres. Zoe, en cambio, se cruzaba de brazos intentando cubrir sus casi imperceptibles tetitas, apenas un par de bultitos no más grandes que una moneda. Pese a sus esfuerzos por sonreír no hacía falta ser muy avispado para adivinar que no estaba cómoda.
– Sí, mamá.
– Sentaros aquí. Zoe, tú a lado de Óscar…
Al pasar delante de Óscar a éste casi le da un infarto al contemplar cómo el minúsculo tanga blanco se perdía entre medio de los redondos glúteos de la chiquilla. A diferencia de sus pechos, ya habían comenzado a desarrollarse y mostraban una redondez de lo más apetecible. La jovencita tomó asiento al lado del hombre. Hizo ademán de taparse los senos pero desistió, tal vez porque pensó que cubrirse iba a resultar poco amable así que superó su vergüenza inicial y dejó a la vista del hombre su juvenil anatomía.
Óscar comenzó salivar de forma tan evidente como indecorosa. Se encontraba tan cerca de la ninfa que podía contar las grietas casi imperceptibles de sus pezones rosados. No podía dejar de mirar aquellas areolas diminutas que coronaban de manera gloriosa los bultitos que apenas habían comenzado a brotar de su pecho. Se relamía de gusto pensando en hacerles un traje con sus propias babas.
– ¿Queréis algo de beber? – Dijo él poniendo la mano sobre la rodilla de la chiquilla.
– No…no… – respondió la niña algo intranquila al verse examinada de tal forma pero sin hacer nada por zafarse.
Su mamá le había aleccionado al respecto: debía hacer todo lo necesario para agradar a Óscar. Todo excepto entregarle el virgo… al menos hasta firmar los papeles de la boda.
– Claro que sí, – dijo Susan alegremente – ¿por qué no? ¿Tienes champagne?
– Por supuesto.
– Pues champagne… para todos.
– Bueno, quizás Zoe desee otra cosa.
– ¿¡Qué dices?! Si a ella le encanta, ¿verdad, Zoe?
– Sí. Está bien.
– ¿Seguro?
– Sí, si – apuntó ella con rapidez – . Champagne estará bien.
Las burbujas hicieron efecto y conforme las botellas vacías iban cayendo al mar el ambiente se fue relajando. Mientras Luis se daba un homenaje con las siliconadas tetas de una Susan que no dejaba de parlotear, Óscar acariciaba la parte interior del muslo de Zoe de una manera cada vez más vehemente. De hecho, entre risas y coqueteos, con la excusa de hacerle cosquillas, ya le había palpado varias veces los pechos. Al ver que ni esta ni su mamá objetaban nada, olvidó su ya de por sí escasa educación y decidió meterle mano de manera resuelta. Sólo entonces la jovencita pareció retraerse un poco, cuando las manos del adulto no se apartaron de su cuerpo.
– ¡Zoe, sé atenta con Óscar! – le reprendió la madre – ¡Nos ha invitado a un crucero fantástico!
– ¡Sí, mami! – Dijo la niña en tono sumiso acercándose de nuevo al radio de acción del adulto.
Pese a que Zoe echó ligeramente los hombros hacia atrás para facilitarle la tarea, Óscar prefirió ser prudente y centrarse en sus bonitas piernas al menos en un primer momento. La chica parecía mucho más conforme con eso. Tal vez envalentonada por el efecto del alcohol o por el aleccionamiento previo por parte de su mama, abrió sus piernas al notar cómo la mano izquierda del empresario, aquella en la que todavía brillaba su alianza de casado, se acercaba amenazante a su zona roja. Fue entonces cuando la chiquilla tomó la iniciativa y, tras pasar sus manos por detrás de la cabeza del adulto, le estampó un beso en los labios. Un beso dulce, húmedo, reposado; un beso que dejó bien a las claras la maestría de la niña en tales lides y su total dominio de la situación.
El anfitrión mostraba una erección de caballo, imposible de disimular bajo su bermuda. Estaba petrificado, hipnotizado, mientras aquella lengua infantiloide jugueteaba con la suya. La situación lo retrotrajo a su niñez, cuando se daba aquel tipo de besos furtivos con su prima en el pueblo; su primer y único amor verdadero… al menos, hasta conocer a Zoe.
– Besas muy bien, Óscar. – Dijo la jovencita con un hilito de voz al separarse de él.
Mientras sonreía, recorría sus labios con lengua, saboreando las babas del empresario de manera sensual.
– ¿Me das un poquito más de champan, por favor?
Él no supo cómo reaccionar. Embobado con el cuerpo de la chiquilla, parecía más un pelele que uno de los hombres de más éxito del país.
– ¿¡Óscar!? – rió Zoe, avergonzada y halagada a la vez por causar aquel efecto entre los amigos de su mamá –. ¡El champan!
– ¡Sí, sí! Ahora voy…
Descoordinado por la excitación el hombre se hizo con la botella pero las manos le temblaban tanto que a la hora de verter el líquido en la copa derramó buena parte del espumo sobre el suelo, sobre Zoe y sobre él mismo.
Todo se transformó en una algarabía. El anfitrión estaba desolado por su torpeza y rojo de vergüenza. No toleraba el error y mucho menos si provenía de su parte.
– ¡Lo siento! – dijo tomando una servilleta e intentando secar el cuerpo de la niña.
Ella reía divertida mientras se dejaba toquetear por el adulto.
– ¡Tranquilo! No pasa nada. – Repetía una y otra vez mientras el respetable señor se daba un festín con sus minúsculas tetitas.
– Ya… ya está.
– Todo está bien, Óscar.
Y como manera de confirmar sus palabras la niña agarró con sus manos las del hombre y las llevó hasta sus minúsculos pechos.
– No pasa nada… ¿lo ves?
– Vale – Dijo él mientras el calorcito de la muchacha hacían de sedante con su nerviosismo aunque tenía un efecto demoledor con su entrepierna que no dejaba de reivindicarse delante de todos
El hombre y la niña permanecieron un tiempo en contacto físico pero su conexión fue infinitamente más intensa por la mirada. Fue un momento mágico que la mamá, algo molesta, se encargó de finiquitar. Le costaba admitir que la mayoría de los hombres ya encontraban mucho más atractiva a su pequeña hija que a ella y que Óscar era uno más de ellos.
– ¡Qué poca cabeza tenemos, hija!
– ¿Qué… qué sucede, mami?
– Pues que nosotras llevamos bronceador pero ellos no…
– No… no hace falta. – Apuntó Óscar torpemente, estaba tan embelesado por Zoe que no entendió la verdadera intención de la mujer.
– Mejor sí – intervino Luis, echando un capote –. No vayamos a quemarnos.
– Pues claro. Zoe, ponle crema a Óscar que yo haré lo mismo con Luis, ¿vale?
– Lo… lo que digas, mamá.
El propietario de la embarcación por poco eyacula al sentir las manitas de la niña extendiéndole la crema por el pecho. Su cipote provocaba un abultamiento escandaloso en su fino bañador de marca. Ella no parecía darle mayor importancia a tal hecho, incluso de vez en cuando lo rozaba de manera aparentemente involuntaria con el codo.
– Extiéndesela por todo el cuerpo, Zoe. No seas rácana con la crema. – Dijo Susan mientras bajaba el bañador de Luis hasta los tobillos – ¿Ves? Haz, como yo, no seas tímida… ya sabes cómo se hace…
Y sin más procedió a verter una enorme cantidad de crema en directamente en el falo y las pelotas de Luis para de inmediato echar mano a ellos.
La niña cumplió el mandato e intentó imitar a su mamá pero, al bajar la prenda, el cipote de Óscar saltó como un resorte golpeándole la cara, provocando la algarabía general.
– ¡Cuidado, no vayas a quedarte tuerta! – dijo Susan entre risas para continuar lanzando un cumplido al anfitrión –. Estás muy bien armado, querido. Vas a tener que esforzarte, Zoe…
Se trataba más bien de una mentira piadosa. El miembro viril se mostraba erguido en honor a la chiquilla pero la pequeña Zoe había peleado contra contrincantes mucho más serios y siempre había salido victoriosa. Antes de tocarlo, lo observó con detenimiento como si estuviese decidiendo la estrategia a adoptar y finalmente llenó de untura el abdomen del macho con intención de empezar por allí la tarea encomendada. Eso agradó a un Óscar realmente excitado. Probablemente en otra situación hubiese agarrado la cabeza de la buscona de turno, clavándole la polla hasta la garganta pero se sentía tan turbado con la actitud infantiloide de la niña, la veía tan frágil e indefensa, que no se atrevía a hacer nada por temor a incomodarla.
– Por ahí… echa por ahí también, Zoe. – Le dijo su mamá, señalándole con la mirada los genitales del empresario.
– C…claro… – balbuceó la niña con la mirada absorta en la verga del adulto.
Los gemidos de Luis no tardaron en llegar. Las manos mágicas de Susan estaban haciendo maravillas en sus bajos pero lo que realmente le hizo tocar el cielo fue la boca de la hembra al entrar en acción. Prácticamente se jalaba la verga por completo, sin importarle en absoluto que su pequeña hija estuviese delante. Madre e hija habían compartido tantas orgías que poco o nada tenía que enseñarle ya la una a la otra.
Zoe utilizó una estrategia diferente a la de su mamá, menos directa pero mucho más turbadora. Susan siempre le apremiaba para que fuese más intensa a la hora de practicar sexo oral con adultos, inconsciente de que lo que verdaderamente hacía tan irresistible a Zoe era precisamente lo contrario: su aureola de niña inocente y pura, como si estuviese pecando por primera vez.
La adolescente vertió tanta crema en sus manos que parecían una amalgama gelatinosa y, obviando en un primer momento el cipote que la miraba amenazante, embadurnó los testículos del macho de forma generosa con suma delicadeza
– ¿Te hago daño? – Preguntó mimosa mientras amasaba las pelotas endurecidas de un Óscar a punto de estallar.
– Pa… para nada…
Consciente o inconscientemente la pequeña se mordisqueaba el labio inferior sin perder de vista el escroto aceitado y brillante. Los testículos de Óscar sí eran de un tamaño considerable y parecía dudar sobre si iba a ser capaz de introducirse uno de ellos en la boca tal y como le había enseñado su mamá.
– Te… te pondré por aquí también. – Prosiguió la niña dirigiendo la mirada al ariete.
Una de sus manitas abandonó el saquito peludo del anfitrión y comenzó a extender la crema por el miembro viril, siendo extremadamente cuidadosa.
– ¡Uff! – Exclamó Óscar al sentir la suavidad de aquella piel infantil rozando su parte íntima.
La niña manifestó su total dominio de la situación, sus manitas hacían magia en la intimidad de un Óscar extasiado. Zoe no se anduvo con rodeos y demostró sus habilidades desde el principio. Agarró el miembro y comenzó a masturbarlo a dos manos de manera magistral, delicada pero a la vez firme. Óscar creía morirse de gusto. Las palabras de su amigo sobre la capacidad de dar placer de la niña resonaron en su cabeza. No podía estar más de acuerdo con ellas. Las manitas subían y bajaban por el falo, retorciéndolo lo suficiente como para elevar el placer producido en él hasta el infinito. Óscar estaba a punto de correrse pero se resistía con todas sus fuerzas, intentando de ese modo alargar el acto y no dar la impresión de ser un eyaculador precoz.
– ¿Te gusta? – Preguntó Zoe con su tono voz más inocente.
Sin duda aquella era la pregunta con más carga retórica que el hombre había escuchado en su vida. La vida se le escapaba a cada ir y venir de aquellas manos diminutas a lo largo de su prepucio. Sólo pudo cerrar los ojos, asentir y continuar disfrutando de aquella dulce tortura.
En cuanto la niña acercó el pene a los labios, recogió con su lengua las gotitas blanquiñosas que comenzaba a aparecer por su punta y se metió la primera porción de éste en la boca, Óscar tuvo la certeza de que los rumores acerca de sus habilidades orales no eran burdas leyendas urbanas: lo de Zoe no se trataba de un simple postureo frente a la cámara, aquello iba mucho más allá. La preadolescente tenía una facilidad natural para el sexo oral y la había perfeccionado con el transcurso de sus pocos años con una predisposición total para la mamada y una entrega sin condiciones para regalar placer al adulto de turno.
Óscar negaba con la cabeza, le costaba admitir lo que su verga le transmitía con una claridad meridiana: Zoe no era una novata chupando pollas, más bien todo lo contrario. La nínfula de cabello rojizo era toda una experta en el arte de dar placer a los hombres con su fresca boquita.
El acaudalado empresario se encomendó por completo a aquel tierno angelito, dejándose llevar. Embriagado de placer, intentó calcular las veces que aquella cría habría repetido la misma maniobra hasta alcanzar tal grado de maestría. Aquella forma de mamar, concienzuda y metódica, no era producto de algo innato, ni se aprendía de un día para otro. La manera con la que Zoe le lamía las pelotas y recorría con la lengua su verga desde la base hasta la punta no era algo improvisado sino el resultado de horas y horas de práctica con infinidad de pollas tanto o más grandes que la suya. Esa evocación, el imaginar a la niña mamando vergas una tras otra hasta exprimirles el jugo le turbó. Se puso malo imaginándola bebiendo litros de esperma desde su más tierna infancia. En cualquier caso estaba claro que la pelirroja de flequillo rebelde era un auténtico prodigio del sexo oral y si cerraba los ojos podía perfectamente hacerla pasar por la más cara prostituta del mejor de los burdeles donde él había fornicado.
– ¡Madre mía! – murmuró Óscar durante una de aquellas lúbricas arremetidas de la chiquilla, esforzándose en retardar lo inevitable –, eres una maravilla.
Zoe dejó de mamar y agradeció el cumplido con una amplia sonrisa. Estaba acostumbrada a provocar reacciones similares entre los hombres a los que entregaba sus favores a indicación de su madre pero enseguida volvió a la tarea para la que estaba más dotada, introduciéndose el pene entre los labios todavía más adentro, permitiendo que éste percutiese en su glotis repetidamente sin dificultad como si de un martillo pilón se tratase.
Oscar casi se muere al sentir cómo su aldaba golpeaba las puertas del mismísimo cielo. Quiso explotar en ese momento y llenarle la boca de semen pero logró contenerse haciendo un esfuerzo titánico.
Para su fortuna Zoe se tomó un respiro. Sus carnosos labios se separaron de la cabeza del cipote justo en el momento adecuado. Una arremetida más y este hubiese descargado toda su furia contra su garganta. De hecho, los fluidos preseminales manaban desde hacía un rato de manera tan abundante por el agujerito que coronaba su rabo que ya habían manchado la cara de la niña.
– ¿Qué tal vas, hija? – dijo Susan con el estómago lleno del esperma de Luis.
– Bien, mami… – dijo la jovencita limpiándose la espuma blanca que adornaba la comisura de sus labios con el dorso de la mano.
– Ya sabes, sigue hasta el final. Agradece a Óscar su invitación.
– ¡Sí, mamá!
Zoe volvió a encender la aspiradora que tenía escondida entre los labios; esa que la había hecho famosa en algunos círculos restringidos de la alta sociedad y tanto beneficio económico le había reportado a su mamá. Ya hacía un buen rato que el carmín de sus labios había abandonado su lugar natural para teñir la verga de Óscar. Cada vez se jalaba con mayor vehemencia el pedazo de carne. Se la veía entregada a la causa y curiosamente mucho más cómoda en pleno acto sexual que en los preliminares al mismo, donde se había presentado indecisa y dubitativa.
– ¡Uff! – Exclamó de nuevo el empresario tras una jalada mucho más profunda y húmeda que las anteriores.
– Es buena, ¿en? – Intervino Luis que había dejado de follarse a la mamá para recrearse la vista con el espectáculo de la chiquilla chupando polla.
– Es… es increíble... – Musitó el otro macho realmente satisfecho haciendo un esfuerzo titánico para contenerse.
Óscar estaba encantado con la mamada de la adolescente. Cada arremetida era mejor que la anterior. Contemplaba extasiado cómo los mofletes de la jovencita se inflaban y desinflaban al paso de su cipote. Alucinaba al ver cómo ella le lamía las pelotas con vehemencia, metiéndose un huevo en la boca, tragándose el protector solar sin reparo alguno mientras le frotaba el miembro a dos manos en una espectacular combinación.
– ¡Dáselo todo, házselo en su boca…– Exclamó Susan acercándose, muerta de celos.
Su manera de hablar era de lo más impersonal, casi cruel; como si Zoe, en lugar de su única hija, fuese una sucia actriz de cine para adultos.
– ..o en su cara…! ¡Donde quieras!
Óscar no se lo pensó. Acercó su polla, dejándola a escasos centímetros de la cara de la chiquilla y apuntó hacia el objetivo. Era imposible fallar el tiro pero al verla con la mirada agachada y con las mejillas sonrosadas le asaltaron las dudas. Zoe volvía a parecerle una niña, una niña frágil y avergonzada por lo que estaba sucediendo. En su verga permanecía vivo el recuerdo del placer experimentado y todavía quedaba lo mejor, el final feliz.
El hombre todavía albergaba unas trazas de humanidad y decidió indultarla. Negó con la cabeza e hizo un amago de retirar el pene. Estuvo incluso de decir algo excusándose pero no le dio tiempo: Susan hizo precisamente lo que más irritaba a Óscar, actuar por su cuenta sin consultarle.
– ¡A esta zorrita le encanta que le hagan esto…!
Y alargando la mano atrapó el cipote del hombre y éste, tras unas pocas sacudidas, esputó todo lo que llenaba sus testículos, formándose un proyectil de lefa que salió disparado contra la carita de Zoe.
– ¡Joder! – Gritó él cerrando los ojos, impotente a la hora de contener su artillería.
Uno tras otro, los chorros de babas salieron de su polla alcanzando el objetivo. Susan movía certeramente el cipote, intentando maximizar los daños. El resultado fue devastador.
– ¡Guau! – Exclamó Luis al ver el estado en que quedó la niña tras la espectacular corrida de su amigo.
– ¡Eso es! – Vitoreó Susan satisfecha por su hazaña – ¿Ves cómo se ríe? ¡Le encanta!
Cuando Óscar abrió los ojos… casi se le para el corazón. La cara de Zoe parecía gelatina. Simplemente no estaba, apenas se la distinguía. La frente, los párpados, las cejas, los labios, la práctica totalidad de sus innumerables pecas… casi todo su rostro había desaparecido bajo el torrente de esperma con el que él la había regado. Tan sólo la punta de su naricita, parte de su barbilla y su eterna sonrisa se habían salvado de la quema, al menos provisionalmente, ya que los grumos comenzaban a descender por su piel infantiloide y amenazaban con embadurnarlos a ellos también. Inclusive una de las andanadas había alcanzado la parte superior de su cabeza con lo que su lacio cabello tampoco se libró del baño con simiente masculina.
El hombre se quedó paralizado por lo que había hecho, pero la niña no. Sabía muy bien lo que tenía que hacer, exactamente lo mismo que las otras veces. A ciegas, ayudándose de las manos, volvió a abrir la boca y sus delicados labios procedieron a limpiar el arma que en tan lamentable estado le había dejado, repasando cada recoveco con la lengua.
Óscar quiso pedirle perdón e instarle a que se detuviera pero no pudo. La lujuria venció a su tenue resistencia. Deseaba que Zoe no parase nunca de hacerle aquello. Estaba entregado a la causa.
Un fogonazo lo llenó todo e hizo que la magia se esfumase a la velocidad de la luz. El empresario, no obstante, se encontraba tan a gusto que no reaccionó hasta el tercero.
– ¡¿Qué cojones…?! – Exclamó.
– ¿Qué pasa? – Preguntó Luis extrañado dejando de hacer fotos a la pareja en plena faena.
– ¡Te he dicho que nada de esa mierda, joder! – Gritó Óscar muy enfadado.
– Pero… sólo se le ve a ella. Tendré cuidado con eso, te lo prometo.
– ¡Que no! – Gritó de nuevo el hombretón.
Y fuera de sí, privó a Zoe de su caramelo y acercándose a su supuesto amigo, agarró la cámara y arrancándosela del cuello sin ningún cuidado la lanzó por la borda. El caro aparato se hundió lentamente en las profundidades del Mar Mediterráneo.
– ¿Pero qué mosca te ha picado?
– ¡Nada de fotos, nada de fotos! ¿Entendido?
– Pero…
– ¡No me toques los huevos, Luis! Sabes que no bromeo. Otra gilipollez como ésta y te tiro a ti también.
– Vale, vale… joder, cómo te pones por una tontería. Todo el mundo se las hace a la niña mientras mama…
– ¡Pues yo no!
El propietario del barco se encerró en su camarote dando un sonoro portazo. Zoe pensó en hablarle pero Luis se lo quitó de la cabeza.
– No es buena idea, créeme. Es mejor dejarle tranquilo, ya se le pasará.
El hombre conocía el terrible genio de su amigo cuando algo no se ajustaba a sus previsiones y que el tiempo era el mejor antídoto contra su mal humor pero cuando en barco dio media vuelta y se dirigió de nuevo al puerto de partida pensó que tal vez en aquella ocasión el enojo de Óscar era verdaderamente serio. Cuando llegaron a puerto ni siquiera salió a despedirles. Lo que iba a ser una semana de placer se había convertido en un desastre.
CONTINUARÁ...
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